EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

La nación chanka

Por su parte, durante este período de los años 1200 a 1400 dC, el pueblo chanka, lenta y costosamente, fue recomponiéndose. La destrucción del Imperio Wari había significado, casi con seguridad, el exterminio de la élite imperial chanka y quizá también la liquidación de muchos de los funcionarios y especialistas que habitaron la saqueada ciudad Wari.

Habrían caído también exterminados los administradores, destacamentos militares y mitimaes chankas que desperdigó el poder imperial en los territorios conquistados. Y miles de campesinos chankas debieron morir ocupando diversas responsabilidades en el aparato estatal imperial.

Pero la cruenta guerra de liberación que habían librado los pueblos contra el Imperio Wari no supuso sin embargo el exterminio del pueblo chanka, como sibilinamente dejan entrever muchos textos.

Tratemos de entender y explicar el grave error en el que han caído muchos historiadores: si inadvertidamente se identifica –y por consiguiente se confunde– la “ciudad” con el “pueblo” –en este caso la “ciudad” Wari con la “nación” chanka–, es lógico que frente a la destrucción total de la “ciudad” se haya concluido que también el “pueblo” fue liquidado.

Sin embargo, los habitantes de la “ciudad” (Wari), más aún en aquellos momentos de la historia andina, eran sólo una porción, y la más pequeña, de los habitantes del “pueblo” o de la “nación” (chanka). El resto, es decir, la mayoría, eran habitantes rurales. A estos chankas rurales, cuya inmensa mayoría sobrevivió a la hecatombe del Imperio Wari, al vérseles siglos más tarde actuar nuevamente de manera protagónica en escena, se les ha calificado, errónea e injustamente como “bárbaros”.

Si casi 6 millones de habitantes ocupaban los Andes en momentos de la caída del Imperio Wari, razonablemente hemos supuesto ya que habrían pertenecido a la nación chanka imperial un conjunto de aproximadamente 550 000 personas o más.

Es posible que ante la inminencia de las invasiones de represalia contra la ciudad, muchos habitantes de Wari alcanzaron a huir, refugiándose en aislados, deshabitados, altos y frígidos rincones cordilleranos del propio territorio chanka. O en las bajas tierras selváticas inmediatamente adyacentes del mismo. Y –como se presume y se ha dicho antes–, que huyeran además a lejanas tierras de refugio, en el área norcordillerana, que habrían conocido en los tiempos de apogeo del imperio.

Es pues verosímil que muchos habitantes de la ciudad terminaran refugiados y cobijados en el seno de remotos y dispersos ayllus chankas rurales de donde, al fin y al cabo, eran originarios. De una u otra forma, ésa habría sido la suerte final de muchos de los 50 000 habitantes de la capital imperial al cabo de su destrucción.

Difícilmente la hecatombe del Imperio Wari representó entonces también el exterminio del resto de aproximadamente 400 000 campesinos chankas que siempre estuvieron desperdigados en cientos de ayllus de remotas y poco accesibles laderas y pequeñas planicies de la cordillera ayacuchana. Debe presumirse pues que sobrevivieron miles de familias.

Es decir, quedaron para mantener la posta de la larguísima y milenaria tradición del pueblo chanka aquellos que habían ocupado el último peldaño en la pirámide de estratificación social del derruido imperio. Aquellos que, residiento en recónditos y fríos parajes de la cordillera, a varias jornadas de Wari, no conocieron, ni remotamente, el esplendor imperial.

Aquellos para quienes el proyecto imperial no significó sino permanecer en condiciones de mala alimentación, pobre vestuario, y precarias viviendas con equipamiento doméstico primitivo. Debe no obstante reconocerse que es muy poco, casi nada, lo que se sabe del mundo inmediato que rodeaba a la inmensa mayoría de la población rural de aquellos momentos (ni la historiografía ni la etnografía proporcionan mayor información).

Mayoritariamente, pues, habrían sobrevivido quienes tenían la típica cultura rural andina, tan distante de la cultura urbana de la que se enorgulleció la élite chanka. Así, a la caída del Imperio Wari, la región ayacuchana “volvió a formas de organización económica pre–urbanas” –según acertadamente refiere Alfredo Torero–.

Esos miles de sobrevivientes debieron superar muchos obstáculos. Primero, la explicable estigmatización con que los rechazaron y agredieron los pueblos que habían estado sometidos por el imperio. Para minimizarlas, los chankas quizá debieron recurrir, en segundo lugar, a recluirse durante décadas sin concretar intercambio con ningún otro pueblo.

Con ello las carencias materiales –alimento variado y abrigo, en particular– quizá llegaron a extremos gravísimos. Más aún, en tercer término, si se recuerda que uno de los factores que eventualmente facilitó la caída del imperio habría sido, precisamente, la ocurrencia de una severa sequía.

Es decir, por todo ello, y en terrible paradoja, la gran mayoría de los campesinos chankas sobrevivientes soportó muchas de las represalias y de las penosas consecuencias de la liquidación del imperio, sin haber gozado de ninguno de sus beneficios.

Desestructurada la nación, eliminados los niveles jerárquicos, rotos los vínculos de organización, casi en completa autonomía, cada ayllu continuó así el trabajo directo de la tierra. Cultivaron pendientes cada vez más altas y empinadas, emprendiendo quizá la construción de estrechos y cortos canales de riego y todavía más costosos andenes.

Al cabo de décadas, ese aislamiento fue paulatinamente rompiéndose. Los propios ayllus chankas fueron vinculándose unos con otros. Y, conjuntamente, enlazaron sus aldeas para facilitar el intercambio. Y cuando el resentimiento de los vecinos hubo amainado, quedaron nuevamente entablecidos vínculos comerciales con huancas, al noroeste; chinchas (icas), al oeste; e inkas, al sureste (véase el Mapa N° 16, pág. 190).

A su turno, la naturaleza, completando el ciclo que recurrente ofrece desde siempre, habría trocado finalmente la feroz sequía con generosas temporadas de lluvias y bonanza.

Ello habría permitido al pueblo chanka adquirir mayor desarrollo material. La población creció. Se establecieron otra vez formas de organización nacional y se tejieron nuevas redes jerárquicas.

En ese contexto de recuperación, y en razón a los hechos que sobrevinieron, puede presumirse que alcanzaron a dirigir en el pueblo chanka quienes tenían como objetivo reverdecer, por lo menos en parte, el poder –si no el esplendor–, que generaciones atrás había tenido el Imperio Wari.

Rodeados de huancas, icas e inkas, debieron aquilatar entonces el orden a seguir para las conquistas militares que aparentemente se habían propuesto.

En la muy semejante circunstancia anterior (en el siglo IX dC), entre sus vecinos, los huancas quedaban suficientemente protegidos con estar en la margen opuesta del caudaloso río Mantaro. En otra dirección apareció como más fuerte la nación kolla de Tiahuanaco (que hegemonizaba incluso sobre el territorio de los inkas). Y, hacia el oeste, evaluaron como más débil la nación ica dominada por los nazcas.

Así, el Imperio Wari, en efecto –y como está dicho–, empezó a formarse con la conquista de los nazcas y del resto de la nación ica, en la costa.

En cambio, en la nueva coyuntura que se presentó en el siglo XV, a ojos de los nuevos estrategas chankas apareció más fuerte la nación ica, hegemonizada desde Chincha. El territorio huanca, por su parte, seguía protegido tras el caudaloso y torrentoso curso del Mantaro. Así, enemigo aparentemente más débil fue quizá considerado el pueblo inka. Arremetieron entonces primero contra él.

La historia de los Andes transcurría, durante ese episodio, por el año 1438 dC.

Contraproducente y paradójicamente, a partir de esa incursión guerrera quedó sellado para los chankas, los inkas y para todos los pueblos y naciones del territorio andino el comienzo de una nueva era: el Imperio Inka.

Son muchísimos e inmensos los vacíos que aún quedan por llenar en la historia andina preinkas. Sólo en este texto hemos planteado innumerables interrogantes que a nuestro juicio ameritan respuesta.

Tiempo no ha faltado para que ésas y muchísimas otras preguntas estuvieran ya resueltas. La historiografía andina, a fin de cuentas, se remonta hasta las primeras décadas del siglo XVI, cuando los primeros cronistas hispanos iniciaron sus escritos; cuando hicieron lo propio los dos primeros y grandes cronistas andinos: Garcilaso de la Vega y Huamán Poma de Ayala, mestizo inkas él y mestizo chanka éste.

Tiempo ha habido también desde que, en las primeras décadas del siglo XIX científicos europeos como Raimondi y Humboldt empezaran a hacerse preguntas trascendentales, en la mira de encontrar mayor consistencia a la Historia peruana. Y desde que, a principios de este siglo, comenzaran a construirse, en términos modernos y científicos, las versiones historiográficas que aún hoy predominan en la inmensa mayoría de los textos, sean o no especializados.

Tiempo pues no ha hecho falta. Sí en cambio una perspectiva multidisciplinaria, de la que sólo se ha venido a tomar conciencia en las últimas décadas. La mayor dedicación y la mayor buena voluntad de los historiadores, arqueólogos y etnohistoriadores no ha sido suficiente para suplir el insustituible concurso de muchas otras disciplinas: economía, ingeniería, arquitectura, agronomía, ingeniería agrícola e hidráulica, zootecnia, genética, edafología, topografía y geodesia, sociología, sicología social y, de enorme desarrollo hoy, informática y tecnología satelital.

No obstante, la participación de unas, algunas o todas ellas no será por sí misma garantía de éxito. Por lo menos mientras se sigue enfrentando el o los problemas que plantea la historia andina: a) con el concurso de los mismos factores distorsionantes de que hablamos en la Introducción en este libro, y; b) con las mismas graves deficiencias metodológicas en las que generalmente se viene incurriendo aún, donde –como seguiremos viendo más adelante– predominan largamente los prejuicios y deformaciones (que podemos denominar ideológicas) sobre las hipótesis y demostraciones científicas.

Todos debemos internalizar, en primer lugar, que ningún objetivo específico es hoy tan importante para la Historia como entregar a un pueblo una visión de su pasado que le permita.

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