EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Chincha: aparición de la “propiedad privada” en los Andes

Mas la especificidad de esta originalísima división económico social del trabajo no era sólo su dicotomía extrema. Sino que ponía en evidencia, además, que la sociedad ica fue la primera y única gran nación en los Andes en la que su élite, la élite chincha, fue eminentemente comercial. La diferencia con la sociedad de los tallanes fue que en ésta casi todo el conjunto de la sociedad habría estado fundamentalmente orientado al comercio, y no sólo entonces la élite.

Pues bien, el monopolio comercial de la élite chincha representó pues que ella dominaba:

a) una actividad económica de servicios y productiva;

b) una actividad económica no agrícola y/o ganadera;

c) una actividad económica no asociativa;

d) la actividad económica técnica y tecnológicamente de vanguardia, y;

e) la tuvo y controló directamente en sus manos.

Pero, no por simple casualidad, era precisamente el sector económico–productivo más rentable y prestigiado y, lo que es más importante, era, para entonces, el sector productivo más moderno, el tecnológicamente de vanguardia.

En el resto de las sociedades e imperios andinos, tanto el conjunto social como las élites fueron eminentemente agrícolas. O ganaderas, como en el caso de las sociedades altiplánicas; salvo Tiahuanaco, donde la agricultura alcanzó un desarrollo extraordinario, aunque históricamente efímero.

No obstante, ya desde Chavín las élites de las grandes naciones e imperios habían dejado de tener directamente en sus manos cualquiera de las grandes actividades productivas asociativas de sus sociedades. Se habían reservado actividades de servicios no productivos, aunque siempre las más prestigiadas y, a la postre, las más remunerativas. En definitiva, las que aseguraban la mayor cuota del poder.

La de Chavín lo hizo controlando en su primera fase el aparato buro–teocrático; y en la segunda el aparato burocrático políticomilitar.

Las de Wari e Inka, monopolizando el control de los aparatos burocrático–administrativo y político–militar. Y otro tanto habría ocurrido en Chimú. Las élites de los limas, cajamarcas, huancas, cañetes, etc.

monopolizando sus correspondientes pequeños aparatos burocrático–administrativos.

Es decir, salvo en el caso de Chincha, en todas las demás sociedades andinas, las élites, fueran nacionales o imperiales, dirigiendo, organizando y administrando la agricultura y/o la ganadería, controlaban sectores productivos intrínsecamente asociativos, porque, dadas las limitaciones técnicas y tecnológicas de su tiempo, eran actividades productivas todavía intrínsecamente estacionales: sólo se podía sembrar en una estación, y sólo en ella; y sólo se debía cosechar en otra, y sólo en ella.

Y otro tanto ocurría en el caso de la ganadería: tanto la saca –sacrificio y/o venta masiva de animales–, como la esquila, sólo podían hacerse en temporadas específicas, y casi exclusivamente sólo en ellas. Así, masivamente pues, o si se prefiere, asociativamente, tenían que realizarse ésta y aquélla.

Las implicancias del carácter estacional y económicamente asociativo de la agricultura y ganadería de entonces –y en gran medida todavía de hoy en los países subdesarrollados – resultaban –y resultan– enormes. Ello representaba, en definitiva, que también era asociativa, social o colectiva la generación del excedente económico que se producía.

Por lo demás, de una u otra manera, antes o después, todo el conjunto social era testigo de cuánto excedente había sido finalmente generado.

La generación colectiva del excedente obtenido implicaba, pues, que la apropiación y usufructo de la riqueza producida “debían y podían” también ser colectivos o asociativos.

De hecho, toda la sociedad, implícicamente al menos, tenía el legítimo derecho a velar porque así fuera.

Pero –como veremos más adelante–, salvo el idealismo y la fantasía, nada implicaba que la apropiación y usufructo del excedente “tenían”, necesaria e invariablemente, que ser colectivos. De hecho, también en los Andes se dio la apropiación y usufructo elitista y excluyente de la riqueza colectivamente generada. Mas, a su turno, esa expropiación no implicaba que los demás perdieran el derecho implícito de enjuiciar, protestar y hasta de rebelarse contra aquélla práctica marginatoria y lesiva.

Por otro lado, a diferencia de la agricultura y la ganadería, el comercio no ha sido nunca una actividad productiva intrínsecamente estacional. Y menos aún cuando, como en el tiempo de la élite chincha, se controlaba y actuaba en infinidad de mercados: cuando unos estaban vendiendo otros estaban comprando, y cuando éstos vendían aquéllos compraban; si en un espacio el fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur desataba graves crísis económico–productivas, en otros desataba auges comerciales; así, lo que dejaba de venderse a aquéllos lo compraban éstos.

Pero, a su vez, el comercio tampoco ha sido nunca una actividad necesaria e intrínsecamente colectiva o asociativa. Ha sido y es, por lo general, una actividad productiva grupal y hasta individual. Así, el excedente generado fue también grupal o individual, según los casos. Y, entonces, el derecho implícito a la apropiación y usufructo del mismo era también grupal o individual. Nadie más tenía derecho, ni explícito ni implícito sobre él. Había aparecido, pues, la legítima apropiación grupal y privada del excedente.

Por lo demás, en el comercio, siendo una actividad productiva pero no necesariamente colectiva, nadie más que el protagonista era testigo de sus éxitos, o de sus fracasos. Ya sea que fueran individuales o grupales. En ausencia de testigos, muy rápidamente, la experiencia le mostró al comerciante que siempre era más ventajoso dejar de reconocer sus éxitos, porque despertaban envidia; y dejar de reconocer sus fracasos, porque acarreaban mofa y descrédito. Así, en función de sus legítimos intereses, el comerciante hizo de la “mentira” una práctica indispensable y una política consuetudinaria.

Así –como los fenicios y griegos en el mar Mediterráneo–, los comerciantes chinchas se ganaron también aquí –como muy ilustrativamente se ha visto–, mala fama y desprecio generalizados. Mas, para su fortuna –como también aquéllos–, habían alcanzado la excepcional condición de “indispensables”.

Resta sin embargo aclarar que, ya desde los siglos IX o X, el comercio internacional, pero por sobremanera el ultramarino, se había convertido en la actividad productiva más moderna, aquélla que dominaba las técnicas y tecnologías de vanguardia de su tiempo.

Tal como tres o cuatro mil años antes había ocurrido en el Viejo Mundo, primero con los fenicios, luego con los cretenses y más tarde con los griegos.

Es decir, la principal actividad económico –productiva de los chinchas era pues precisamente aquella que había pasado a ser la relativamente más eficiente y rentable. Y, en consecuencia, la que generaba a sus protagonistas los mayores excedentes privada –y legítimamente – apropiables.

Culturalmente formados en un mundo agrícola y mediterráneo, los conquistadores cordilleranos chankas, primero, y sus parientes y vecinos inkas, más tarde, fueron incapaces de percibir el carácter técnica y tecnológicamente vanguardista y altamente rentable del comercio marítimo internacional. Así, con inadvertida ceguera, los primeros casi expresamente fomentaron el despegue y consolidación comercial de la élite chincha; y los últimos sólo atinaron a seguir dejando esa actividad en aquellas manos extrañas.

Ninguna de ambas élites imperiales, ni en siglos la chanka ni en décadas la inka, alcanzó a tener conciencia lúcida de su gravísimo error. Quizá sólo cuando agonizaban se habrían percatado de que habían criado los cuervos que contribuyeron a sacarles los ojos. Ya era muy tarde cuando repararon en que, en grave error, habían incubado el germen de la “traición” final de los chinchas.

Para terminar, mencionemos pues –porque habremos de desarrollarla más adelante– la que creemos era la última implicancia de la apropiación privada de la riqueza generada por la actividad comercial: virtualmente creaba la imposibilidad de financiar grandes mitas masivas para grandes obras públicas, ya fuera del tipo “gasto” (G) y/o del tipo “inversión” (I).

Entre tanto, pues, la élite chincha había dejado el resto de las “bagatelas productivas” en manos del “populacho”. Es probable entonces que fuera esa discriminación la que diera origen a que los versátiles artesanos icas, en réplica, como reacción de rechazo a ese injusto modelo societal, se negaran a dejar a la posteridad el “retrato cerámico y/o textil” de los exitosos negocios de quienes los dominaban y excluían.

Era entonces precisamente ese injusto orden social la razón de la debilidad intrínseca de la sociedad chincha. La élite comercial intuía que, llegada una prueba de fuego, la gran masa de la población la abandonaría a su suerte, para que defendiera, por sí misma, los privilegios exclusivos que había acaparado en esta etapa de su historia. De allí que, cuando efectivamente más tarde se presentó en toda su crudeza la amenaza inka, “enviaron sus embajadores suplicando al Inca los perdonase y recibiese por súbditos...” –como nos ha dicho ya Garcilaso–.

La patética escena se repetiría, casi idéntica, un siglo más tarde ante los conquistadores españoles en Pachacámac.

En efecto, cuando De Soto llegó a ésta y ordenó que se apersonaran con oro y plata los kurakas de los pueblos del entorno, llegando uno en representación de Mala, otro por Yauyos, un tercero por Cañete, etc., destacó el hecho de que el gran kuraka de Chincha –que nadie atina a decir cómo y cuándo dejó a su suerte al Inka rehén–, se presentó nada menos que “acompañado por diez principales” –como precisa Del Busto recogiendo al cronista Estete–.

Como para que ni De Soto, Estete, y luego Pizarro, ni nadie, dudara de nada. Y como para que la señal se esparciera como reguero de pólvora por todos los Andes. “¡He ahí el aliado!”, resultó siendo entonces la señal implícita, aunque categórica.

Pues bien, nuestra hipótesis sobre la original división social del trabajo en Chincha, conduce a un nuevo y probablemente también sui géneris fenómeno en los Andes. En efecto, hasta entonces el grueso de los excedentes en las sociedades andinas era de origen agropecuario. Con él se solventaba en el resto del territorio las jornadas de trabajo masivo –mitas– con las que se ejecutaron grandes construcciones.

El excedente del comercio marítimo internacional de Chincha era, en cambio, absolutamente distinto: productos raros y costosos para los que en esta etapa prácticamente no había mercados tras la caída de Wari.

Larga y muy lenta debió ser pues la recuperación de los mercados que habrían de sustituir a Wari. Entre tanto, y durante buen tiempo, los excedentes obtenidos no eran sino proporcionalmente magros. Y, como se ha visto, no eran susceptibles de usufructo colectivo sino privado. De allí que Chincha no pudo exhibir las grandes realizaciones materiales colectivas con que, por ejemplo, deslumbraron los chimú en igual espacio de tiempo –desde su común liberación de Wari–.

No obstante, la comercial élite de mercaderes de este período concentró en su sede central en Chincha (Tambo de Mora) la mayor proporción del discreto excedente total que logró materializarse en la nación.

Resulta sin embargo lógico presumir que buena parte de los excedentes no materializados en el territorio, eran atesorados por la élite bajo la forma de joyas, perlas y utensilios de oro y plata.

Así, mucho de lo acumulado hasta el siglo XV, habría formado parte del botín de guerra que tomaron los sorpresivos conquistadores inkas. Y mucho de lo que –sin duda a espaldas de éstos– atesoró la élite chincha durante la vigencia del Tahuantinsuyo, vía la colecta de Pachacámac, y en manos de De Soto, terminó en la fundición de los 5 993 kilos de oro que logró reunir Pizarro en Cajamarca –y mucho más que eso, en los saqueos posteriores–.

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