EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Chincha y sus mercaderes: la historia vs. la Historia

El renombre internacional ultramarino que terminó alcanzando el emporio comercial–naviero de Chincha fue enorme. Tanto que, en 1529, es decir, dos años antes de iniciar la conquista del Perú, Pizarro, sin conocerla –como nos lo recuerda el cronista Cieza de León–, solicitó al rey Carlos V, que incluyera a esa ciudad como parte de los territorios que anhelaba conquistar, explotar y gobernar. La denominada “Capitulación de Toledo”, esto es, el plan de conquista que el rey aprobó a su representante expedicionario, aprobó en efecto ese pedido.

Por lo demás, y ratificando su nombradía, el primer mapa que incluía a una buena parte del Perú, elaborado en el mismo 1529 por el cosmógrafo Diego de Ribero, mostraba a Chincha, pero no incluía el Cusco. Chincha, pues, en los tiempos en que sólo podía hablarse del “proyecto imperial español para los Andes”, esto es, cuando recién se estaba en los preparativos de la conquista, ya formaba parte de la imaginada Nueva Castilla. No así el Cusco.

La existencia del Cusco, la esplendorosa sede de la hegemonía inka, era pues aún desconocida por quienes se preparaban a conquistar los Andes. La no inclusión del Cusco en la “Capitulación de Toledo”, y su inexistencia en el mapa de Diego de Ribero, no representaron ciertamente poca cosa. Porque cuando los conquistadores peninsulares la conocieron, la definición de su pertenencia acarreó –como se sabe–, cruentos enfrentamientos militares entre pizarristas y almagristas, de los que salieron sin vida ambos socios y jefes expedicionarios.

¿Cómo entender que en 1529, tras un siglo de total y absoluta hegemonía inka, se conociera en Panamá y con altísima reputación la existencia de Chincha y no la del Cusco, ni la del Imperio Inka de la que aquélla formaba parte?

Nuestra primera conjetura es que, en los siglos de actividad comercial autónoma del período que estamos analizando (entre la caída de Wari y el surgimiento del Imperio Inka), los chinchas habrían autoestimulado, reforzado y vendido legítimamente su propia imagen, la única que por lo demás podían vender. Y luego, conquistados por los inkas, aunque sin ninguna violencia –en mérito a una sagaz negociación típicamente comercial–, soslayando su dependencia respecto de aquéllos, siguieron presentándose en Centroamérica sólo como chinchas, y sin informar a nadie de la existencia de un poder mayor que el de ellos. Seguramente intuían que, de hacerlo, sus interlocutores habrían querido conocer a los nuevos poderosos personajes, con el riesgo para los chinchas de ser dejados de lado.

Esta hipótesis, sin embargo, valdría también pues para el caso de los comerciantes tallanes y para quienes posteriormente los conquistaron y sustituyeron: los chimú. Éstos y aquéllos, pues, también habrían callado en todos los idiomas, en las costas del norte sudamericano y de Centroamérica, la existencia del Imperio Inka del que eran súbditos. Cuán consistentes con sus propios intereses, y cuán homogéneas parecen haber sido pues las actitudes y conductas de los comerciantes andinos, pero, en particular, la de esos mercaderes marítimos internacionales.

Hablándose de tallanes, chimú y chinchas, se está hablando de tres de los grandes pueblos conquistados que formaron parte del “gran imperio inka” –como con fruición gusta seguir diciendo la historiografía tradicional; o, si se prefiere, se está hablando, de tres de los grandes pueblos que asistieron como testigos de excepción de la “gran expansión incaica” –como elíptica y encubridoramente se dice en otros textos recientes–.

Así, la muestra –como se diría hoy en estadística –, resulta altamente representativa. Porque, llegado el momento de la verdad, unos y otros tallanes, chimú y chinchas –por igual–, se pusieron del lado de los españoles. Como también lo hicieron, con pocas excepciones, casi todos los restantes pueblos del mundo andino. Aquí damos cuenta del hecho incontrovertible.

En Tahuantinsuyo, el cóndor herido de muerte analizaremos sin embargo en detalle las causas más probables de esa conducta que, por lo demás, tiene tantos antecedentes y equivalentes en toda la historia de Occidente.

Basta recordar cuántos pueblos de los Alpes y de las Galias se pusieron del lado de los conquistadores romanos en su tiempo. O, siglos más tarde, cuántos pueblos de España se aliaron con los árabes cuando ingresaron a conquistar la península. Y, en nuestra América, cuántos pueblos de México facilitaron la tarea de Hernán Cortés contra los aztecas.

Entre tanto, interesa aquí constatar que, antes de devenir aliados de los conquistadores españoles, tallanes, chimú y chinchas, por igual, tres y más veces negaron en el Caribe, con su pragmático silencio, pertenecer a un “gran imperio”. ¿Sería acaso –como postula Del Busto– porque ésas y otras muchas naciones del imperio “carecieron de conciencia imperial...”. No, no hay que dejar llegar tan lejos la deformación historicista.

No es necesario llegar a conjeturas tan bárbaras como ésa. ¿Algún pueblo conquistado y sojuzgado ha tenido en la historia de la humanidad “conciencia imperial”? ¿Uno, siquiera uno? ¿Acaso la tuvieron los franceses, españoles, suizos, judíos o egipcios durante el Imperio Romano? ¿La tuvieron los distintos pueblos españoles mientras estuvieron conquistados por los moros? ¿Los belgas y holandeses, o los peruanos y mexicanos durante el imperio de Carlos V? No, “conciencia imperial” sólo han tenido y tienen las élites de las naciones imperialistas –y sus correspondientes socios en las naciones dominadas–. Por lo demás, casi no ha habido pueblo que no se arrepintiera, más temprano o más tarde, de su alianza táctica inicial con algún conquistador.

Así, la conducta de tallanes, chimú y chinchas en el Caribe fue, simplemente, pragmática y ventajista.

En el más puro y legítimo estilo del hombre que defiende sus intereses, sin sentirse obligado a defender los de otros, y, menos aún, los de aquel que le ha recortado su libertad, conquistándolo, humillándolo y sojuzgándolo.

En otro orden de cosas, fue decisivo, sin duda, el papel que cupo a Chincha –y en particular, a sus comerciantes terrestres–, en la difusión del quechua en el vasto territorio andino –conforme lo consigna Torero–. Pero cuidado –decimos–, no porque fuera su idioma materno, que no lo era, sino porque lo conocían de antiguo: desde la época del esplendor Nazca. Lo cultivaron aún más durante la dominación Wari. Y creció su conocimiento de esa lengua durante la hegemonía imperial inka, período en el que, además, era nada menos que el idioma hegemónico.

Como es lógico entender, en el contexto de la historia de la humanidad los comerciantes no aprenden idiomas extranjeros por deleite cultural. Sino porque lo necesitan para acrecentar la rentabilidad de sus actividades de intermediación. El bilingüismo, y más todavia el multilingüismo, les permite acceder más eficientemente a más mercados de proveedores y a más mercados de consumidores.

O, si se prefiere, les facilita conseguir productos de mejor calidad, a más bajo precio; y les permite vender productos de menor calidad al más alto precio.

Los comerciantes, políglotas por antonomasia, son, con todo derecho, la quintaesencia del pragmatismo.

He ahí a los muy pragmáticos comerciantes fenicios y griegos en el Mediterráneo hablando tres, cuatro y hasta siete idiomas.

Así, los comerciantes políglotas generalmente se cuentan entre los primeros en aprender, asimilar y difundir las “lenguas” de las “naciones” hegemónicas.

Porque, en todos los tiempos y en todos los espacios del orbe, son aquéllas las portadoras de los nuevos y mejores conocimientos; y éstas las proveedoras de los nuevos y mejores productos, de las nuevas y mejores técnicas, y de las nuevas y más sofisticadas tecnologías.

Son las naciones hegemónicas las que imponen las modas e innovaciones, y, en consecuencia, las que incentivan la demanda en los territorios que dominan y en aquellos donde más influyen. Y, entonces, son las que acrecientan el trabajo –y los beneficios que éste reporta– a los comerciantes. Éstos, intuitivamente –pero también por estímulo y refuerzo–, lo han aprendido bien: mientras más difunden el idioma hegemónico más venden... y más ganan. Cómo entonces no aprenderlo y difundirlo. Hoy, por ejemplo, son los comerciantes, y esta vez a través de los medios de comunicación masiva, quienes más y mejor difunden el inglés. Ello pues, en su tiempo, y en los Andes, hicieron también los chinchas –como seguramente también los tallanes y chimú– con el quechua.

Pues bien, conjuntamente con la agricultura, la pesca y el comercio, aunque en una escala económica de menor significación, los pobladores de la nación ica, hegemonizada desde Chincha, realizaron otras actividades productivas como la minería, y metalurgia, y la textilería y cerámica.

La minería quizá se desarrolló en las zonas altas, en las proximidades del territorio ayacuchano, en Acarí y otras áreas donde las minas y canteras son abundantes. Quizá durante el Imperio Wari los mineros y metalurgistas icas aprendieron mucho de sus dominadores chankas. Trabajaron el oro, la plata, el cobre y el bronce. Con este último confeccionaron adornos, herramientas y armas.

Durante la dominación Chincha, los hilanderos y tejedores icas, herederos de quienes habían confeccionado los afamados mantos paracas e icas, no eran, por cierto, menos diestros.

Auténticas muestras las ofrecen los tejidos en que emplearon hasta 398 hilos por pulgada lineal. Obra sin par que –como afirma Rafael Larco Hoyle– pone de manifiesto una destreza extraordinaria. La presencia remota del algodón en el área; su vieja escuela hilandero–textil; y la singular calidad de confección que se mantuvo por siglos; sugieren pues que la población ica tuvo en ese rubro una amplia ventaja comparativa sobre otros pueblos andinos.

En cerámica no mostraron el virtuosismo de que hicieron gala en los tejidos. Sin embargo, en los vasos, jarras, platos, vasijas y cántaros confeccionados para el uso cotidiano en comidas y bebidas, estuvieron significativa y preponderantemente presentes imágenes textiles y de la actividad pesquera.

Con dichos motivos, en efecto, están decorados muchos utensilios se tales géneros. A su vez, muchos remos de pesca, fueron tallados con trazos textiles.

¿Cómo entender esa obsesiva mezcla e identificación de la textilería con la alfarería y la pesca? ¿Por qué esa mutua devoción? La hipótesis implícita –harto discutible como veremos–, y a la que ha dado curso la historiografía tradicional, es que entre los chinchas, a pesar de cuanto se ha dicho hasta aquí, no se habría dado en el fondo un fenómeno de división del trabajo tan pronunciado como en otras naciones del área andina.

Así, muchos de ellos, o eventualmente todos, alternaban sus actividades agrícolas estacionales con la pesca y el comercio marítimo, complementándolas con trabajo textil y alfarería. Todos, pues, habrían hecho de todo.

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