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Alfonso Klauer
Chinchas, los primeros aliados de los inkas
Ello podría contribuir a explicar que, aunque ciertamente más tarde, fuese precisamente el kuraka de Chincha uno de los grandes acompañantes del Inkas Atahualpa en Cajamarca, cuando se produjo el trascendental encuentro de éste con los conquistadores españoles. Otro de los testigos de excepción fue el sumo sacerdote de Pachacámac.
El kuraka de Chincha, según todo lo indica, ya no estuvo en Cajamarca cuando, meses después de la captura, se enjuició y sentenció al Inka. Qué duda puede caber de que, como buen y pragmático comerciante, de manera expeditiva y resuelta hizo saber a los españoles que estaba de su lado. De haberse quedado, pudo eventualmente haberle sido de alguna utilidad al Inka. Porque mientras Felipe, el traductor e intérprete tallán, daba cuenta a Pizarro de las expresiones de Atahualpa, el kuraka de Chincha habría podido confirmarlas y hasta corregirlas con su prolijo bilingüismo.
Poco probable era, en cambio, que el obispo de Pachacámac fuera bilingüe.
Por la cercanía geográfica de sus sedes centrales, parecería más razonable que el kuraka de Chincha fuera aliado de Huáscar y no, sorprendentemente, de Atahualpa. Asoman pues dos primeras posibilidades: a) el gran kuraka de Chincha fue capturado y mantenido como rehén mientras comerciaba en el lejano norte norcordillerano; y b) efectivamente su poder era tal que, como en el caso del obispo de Pachacámac, Atahualpa había hecho lo indecible por atraerlos como aliados o como informantes: nadie como ellos podía ponerlo al tanto de cuanto ocurría al sur, en el territorio dominado por Huáscar.
La primera hipótesis avalaría el extraordinario desarrollo comercial al que habían llegado los chinchas.
Y la segunda confirmaría el enorme poder efectivo que reportaba el comercio terrestre internacional que monopolizaba Chincha en los Andes, y el no menos poderoso rol del santuario de Pachacámac. En todo caso, es presumible que tanto el desarrollo mercantil de Chincha, como el poder de ésta y Pachacámac, se hubiesen reafirmado durante los siglos de autonomía que estamos revisando, y no tanto durante el breve siglo de hegemonía imperial inka que sin duda también los catapultó.
Una tercera hipótesis tiene en todo caso repercusiones históricas más trascendentes. Porque en efecto, permitiría presumir que, mucho antes de que pueblos andinos supieran de la llegada de los conquistadores españoles, ya importantes élites de importantes pueblos y naciones andinas habrían tomado partido en la suicida guerra civil imperial. Así, las de las naciones ica y lima, por mediación del kuraka de Chincha y el obispo de Pachacámac, deliberada y voluntariamente, se habrían colocado del lado de Atahualpa, aún cuando les era casi absolutamente un desconocido.
Quizá habrían razonado que resultaba preferible malo por conocer que pésimo conocido.
Y si efectivamente ésa fue una decisión previa y conciente, cuánto más sencillo podemos imaginar les habría resultado poco más tarde redefinirse y alinearse del lado de quienes habían inutilizado su primera opción. La debacle del Imperio Inka como la del Azteca no resulta pues tan enigmática e inexplicable como siguen diciendo cientos de textos. Pizarro y Cortés, cada uno desde el primer día, contaron con enormes e importantísimos aliados en sus conquistas.
Recordemos no obstante, antes de continuar, al propio Garcilaso de la Vega cuando relata la conquista inka de Chincha, que habiendo tenido algo de violencia, fue casi tan fácil y sencilla como hemos adelantado: pudiendo haberles hecho la guerra a fuego y sangre, la había hecho con mucha mansedumbre.
A sólo algunas semanas de estar rodeados por el ejército imperial fue el curaca, acompañado de sus deudos y otros nobles, a besar las manos del Inca y a darle la obediencia personalmente.
¿Por que no entraron a sangre y fuego a Chincha los ejércitos inkas? Porque no les convenía aniquilar a los dueños de los secretos del comercio ultramarino.
¿Por qué éstos manifestaron tamaña obsecuencia? Porque tenían mucho que perder: se les estropearían sus privilegiados y exclusivos viajes marítimos al trópico centroamericano y sur de Chile, y sus intercambios con el Altiplano como afirma acertadamente María Rostworowski.
En el mar los chinchas llegaron a dominar las corrientes marinas de las costas sudamericanas, y a conocer sus islas, penínsulas y bahías. De hecho, han quedado evidencias del enorme prestigio de que gozaba Chincha en rincones tan distantes como el istmo de Panamá y buena parte de la costa oriental centroamericana.
Prestigio bien ganado que, como se ha visto, se habría labrado desde la época de la dominación Wari, o quizá incluso desde antes.