EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

La nación chimú

Un caso muy especial habría de consumarse al sur del desierto de Sechura donde, tras la hegemonía Wari, surgiría definitivamente consolidada la nación chimú, con el aporte directo de mochicas de Lambayeque y moches de La Libertad.

Asentados en territorios equidistantes y próximos a Paiján (que hemos destacado en círculo blanco casi en el centro del mapa), resulta bastante razonable considerar a unos y otros como descendientes de aquéllos viejos recolectores–cazadores.

El tiempo, la posesión de distintos territorios y la disputa de los territorios fronterizos, daría sin embargo curso a dos historias diferentes, a dos identidades distintas, en suma, a dos pueblos: mochicas y moches, que, no obstante –y para lo que habremos de encontrar una explicación–, terminaron comunicándose en dialectos del mismo idioma: el que la historia a la postre reconocería como muchik.

Miles de años después de la ocupación inicial de Paiján, tras derrotar y liquidar el poder militar de los sechín, y tras sojuzgar por siglos a moches y mochicas, la hegemonía chavín dio origen a dos sucesos con los que las historias de dichos pueblos empezarían a converger nuevamente:

a) los derrotados –pero asombrosos– personajes sechín (desde su ubicación inicial, que ha sido destacada en círculo azul en la parte inferior del mapa), muy presumiblemente habrían huido en gran número hacia el norte, incorporándose y –con el tiempo– confundiéndose étnica y culturalmente tanto con moches como con mochicas.

Innumerables indicios permiten concluir que los sechín –inadvertida, pero inexorablemente – no sólo difundieron entre moches y mochicas sus leyendas, idioma y otros elementos culturales, sino que terminaron imponiendo muchos de ellos, que –como se vio en la Ilustración N° 6 –Tomo I–)–, habrían de mantenerse y manifestarse durante muchísimos siglos.

b) por su parte, reforzando de hecho aunque involuntariamente la integración étnicocultural sechín-moche-mochica que había empezado a darse, la milenaria hegemonía chavín contribuyó decididamente al proceso de homogenización entremochicas de Lambayeque y moches de La Libertad, hasta hacer virtualmente indistinguibles sus diferencias.

Debe destacarse sin embargo que, aunque larguísima y geográficamente muy próxima, la dominación chavín no logró imponer su propio idioma (el proto–quechua) entre moches y mochicas, ni erradicar el idioma que finalmente éstos terminaron creando con el aporte de los sechín: elmuchik., aunque sin duda el idioma de la nación hegemónica lo impactó fuertemente. La lingüística, en todo caso, tiene allí grandes secretos que desentrañar.

Pero debe destacarse además que –como seguiremos viendo más adelante–, la dominación chavín tampoco logró borrar de la conciencia de mochicas y moches los viejos mitos y leyendas fundacionales –que lograría rescatar la Historia para la posteridad–, que asumieron en el mestizaje con los sechín.

Mas –como se ha visto en el Tomo I–, tras la caída de Chavín, y sin poder disimular sus grandes similitudes, mochicas y moches emprendieron otra vez, y durante casi un milenio, desarrollos autónomos.

Muy probablemente porque la guerra de independencia contra Chavín la concretaron, bajo su propio liderazgo, primero los mochicas lambayecanos, más alejados del centro hegemónico; y, con otros líderes, poco más tarde los moches. Así, aquéllos, sobre los valles de Túcume, La Leche, Reque y Zaña, plasmaron la Cultura Lambayeque. Y éstos, posesionados de los valles de Jequetepeque, Chicama, Moche y Virú, la Cultura Moche.

Unos y otros sin embargo –como se ha visto en el primer capítulo de este Tomo– Wari. Fueron largos y nuevos quinientos años de muy violento sojuzgamiento que tuvieron un desenlace especialísimo.

Un indicio importante permite presumir que los conquistadores chankas (y quechua hablantes) habrían sido incapaces de reconocer diferencias entre mochicas y moches que hablaban el mismo idioma, se vestían y ataviaban de manera casi idéntica, sus comidas y bebidas eran prácticamente las mismas, pues sus territorios eran climática y ecológicamente idénticos, dominaban casi las mismas técnicas, etc.

Así, los habrían tratado como si fueran grupos de una sola nación.

Asumir que los chankas habrían incurrido en un error como ése –que a la larga habría de tener significativas consecuencias– no es forzado y menos gratuito.

Hay en efecto en la historia andina clarísimos antecedentes que permiten postular dicha hipótesis.

Se sabe, por ejemplo, que los conquistadores españoles tardaron bastante en reconocer las diferencias que había entre inkas y chankas, entre kollas y lupacas, y, entre otras, entre chimú y chinchas, o, mejor, entre todos y cada uno de ellos.

Y, a la inversa, los pueblos andinos tardaron muchísimo en reconocer las diferencias entre castellanos, andaluces, catalanes, gallegos, vascos, moros e incluso los griegos y judíos que llegaron a la conquista de los Andes.

Es muy probable entonces que, a partir de su inadvertido error, los chankas decidieran controlar militarmente y administrar desde un mismo y equidistante punto, Pacatnamú (destacado en círculo amarillo en el Mapa N° 22, pág. 220), el conjunto de los valles sobre los que se asentaban mochicas y moches.

Desde allí, y a la postre mezclándolos –uniformizándolos étnico–culturalmente–, se habrían constituido brigadas comunes de mitayos y mitimaes mochica–moches con distintos propósitos: trabajar las tierras de los conquistadores, construir viviendas y poblaciones, ampliar caminos, erigir fortificaciones.

Habrían sido también comunes (o mixtas y fusionadas) las levas destinadas a reforzar y renovar las huestes de los ejércitos imperiales, etc.

Así, en quinientos años, miles de miles habrían sido los casos de mestizos de padre chanka, madre mochica y abuela moche (y/o a la inversa).

Es decir, el Imperio Wari, también inadvertidamente, habría terminado por convertir entonces en una sola nación, chimú, a mochicas y moches.

Tras la liquidación del Imperio Wari, se consolidó en el valle de Moche, y específicamente en Chan Chan, un solo gran centro administrativo, militar y religioso. Ello permite afianzar aún más nuestra hipótesis sobre la filiación etnohistórico–cultural de mochicas, moches y chimú.

Mas no puede concluirse que esa consolidación habría sido política y socialmente simple, ni necesariamente pacífica y consensual.

Porque ciertamente hay hasta dos importantes indicios que permiten asumir que, tras la derrota de Wari, la nación chimú habría asistido a una cruenta lucha por la hegemonía interna. Y Chan Chan habría sido el exitoso resultado final de la misma.

En efecto, un primer indicio lo provee la legendaria tradición chimú. De ella puede presumirse que no necesariamente los héroes de la epopeya independentista contra el Imperio Wari hubieran sido nativos de exclusivo origen étnico chimú. Bien pudo ocurrir que el liderazgo antiimperialista estuvo en manos de mestizos (y/o “criollos” de origen chanka), por cuyas venas corría tanta sangre cordillerana como chimú. Y eventualmente hasta pudieron ser los últimos jefes políticos –militares del destacamento de Pacatnamú quienes impulsaron y lideraron la autonomía e independencia del territorio que controlaban.

Esta conjetura, no por sorprendente, deja de ser verosímil. Porque –según registra Del Busto–, el primer gran líder chimú del que se tiene noticias se llamó nada menos que Tacaynamo. ¿No hay acaso una enorme filiación fonética entre “Pacatnamu” y “Tacaynamo”? ¿No parece este nombre una deformación de aquél? ¿Y no resulta claramente insinuante del muy probable origen mestizo chanka de Tacaynamo, el hecho de que su hijo tuviera un nombre de inocultable apariencia quechua: Guacri–Caur?

¿No hemos visto siglos más tarde, cómo de similar manera oficiales realistas cumplieron destacadísimo papel como patriotas en las guerras de la Independencia contra España, incluido el propio don José de San Martín? ¿Fue quizá Tacaynamo un símil de éste, así como de Pumacahua y del mariscal Gamarra?

Es quizá imposible que algún día se logre probar esta última hipótesis específica. Porque ni chankas ni chimú dejaron testimonios escritos. Pero la importancia de plantearla estriba en mostrar cuán verosímilmente parecidos a sucesos que sí se conoce bien, pudieron haber sido muchos de los de la antigua historia andina. Con lo que ésta tendría bastante menos de la inútil y artificiosa originalidad que gratuita e innecesariamente le ha concedido la historiografía tradicional. Y bastante más coherencia lógica y explicabilidad que las casi insondables y enigmáticas versiones a que nos tiene mal acostumbrados aquélla.

No es difícil imaginar que estando Pacatnamú harto distante de Wari, sus guarniciones se relevaran con mucha menos frecuencia que otras más próximas a la sede imperial. Ni que –como ocurrió entre los romanos, y como también se vería después entre los inkas– fueran destacados –y exiliados– allí los generales menos afines con el entorno imperial Wari.

Y, por último, que habiendo entrado en crisis el imperio se hubiera dejado de hacer relevos, con lo que se habrían sucedido varias generaciones de familias de oficiales chankas sin moverse de Pacatnamú. Así, varias generaciones de “criollos chankas” se habrían casado con mujeres del territorio dominado e, inadvertidamente, habrían ido identificándose cada vez más con la población chimú, y cada vez menos con la élite imperial chanka de la lejana Wari, que muy probablemente al final los abandonó a su suerte.

Pues bien, el segundo indicio nos lo ofrece un “detalle” mostrado en el Mapa N° 22. Allí, en efecto, hemos destacado (con leyenda en la parte inferior izquierda), la ubicación de las únicas dos grandes murallas defensivas que están en las inmediaciones de Chan Chan 83: extraña y coincidentemente ambas de cara al norte de la ciudad.

Del Busto, que habla con bastante detalle de las interioridades de Chan Chan, apenas precisa que las dos murallas daban frente al noreste. ¿Es que un despliegue defensivo, económico y material de tanta envergadura no amerita siquiera un mínimo análisis? ¿Por qué al norte y no en otra ubicación geográfica, al sur por ejemplo? ¿Los pueblos deciden la ubicación de sus sistemas defensivos de manera arbitraria y azarosa?

¿Cómo entender pues que la élite que tuvo a Chan Chan como su centro urbano, administrativo, militar y religioso más importante, identificara que las mayores acechanzas llegaban desde el norte? ¿Quién o quiénes podían amenazar a Chan Chan desde esa dirección? Había muy pocas posibilidades.

¿Acaso de Pacatnamú y/o desde Lambayeque, los únicos centros amenazantes en los que cabría pensar para aquella época? Sí, la hipótesis es también verosímil.

En efecto, la posición norte del gran sistema defensivo externo de Chan Chan, y el hecho de que efectivamente ésta fuera a la postre el centro de poder de la nación chimú, sugieren la posibilidad de que con posterioridad a la independencia de Wari, se hubiera dado una cruenta lucha por el poder al interior de la nación chimú, entre las fuerzas en torno a Pacatnamú y/o los herederos de los mochicas lambayecanos, contra los herederos de los moches, de la que éstos últimos habrían resultado en definitiva victoriosos.

Si la triunfante élite moche–chimú estaba ya emplazada en la misma ubicación actual de Chan Chan durante esos enfrentamientos, o se optó por su construcción y la de las murallas defensivas posteriormente, es un asunto de menor importancia que, en todo caso, debe cronológicamente definir la arqueología.

Al fin y al cabo muchas murallas se construyen en el interín de diferentes guerras.

Mas no podemos negar que la hipótesis de una cruenta lucha por el poder entre los chimú después de su independencia de Wari, ha sido fácilmente imaginable a partir de la conciencia de las igualmente cruentas y prolongadísimas guerras intestinas que se dieron en el Perú tras la Independencia de España. Y las murallas de Chan Chan han sido un buen asidero.

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