EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

La importancia de la riqueza agrícola

Antes de empezar a ser trabajados, algunos valles eran, potencialmente, muchos más ricos que otros –los gráficos del Anexo 3 (en el Tomo I) y del Anexo 10 (en éste) resultan a este respecto muy elocuentes–.

En extensión, gradiente, calidad del suelo, disponibilidad de agua, etc., la naturaleza había dotado a unos del doble, quíntuple o muchísima más riqueza explotable en comparación con otros.

A efectos de alimentar a la población, poco importaba de cuánto espacio total se disponía. Mucho más importante era, en cambio, contar con mayor área aparente para uso agrícola y con mayor disponibilidad de agua para fertilizarla.

Sin duda, pues –y más allá de su voluntad –, unos pueblos resultaron significativamente más afortunados que otros.

Esa diferencia de base –quizá hasta deberíamos hablar de distintas posiciones de la “línea de partida”–, objetiva y cuantificable, necesariamente habría de ponerse de manifiesto en la diferencia de objetivos que habrían de alcanzar los pueblos en la historia.

Quienes disponían de la mejor combinación de riqueza agrícola e hidrológica tenían más posibilidades de llegar tanto más lejos en sus objetivos de desarrollo económico y social y, en definitiva, cultural.

En los casos de pueblos que, como los moches y los limas, controlaron varios valles, por obvio que resulte decirlo, fue la suma de la riqueza potencial, agronómica e hidrológica la que en definitiva contó. La significativa mayor riqueza agrícola de que dispusieron y explotaron aquéllos, explica suficientemente porqué pudieron concretar obras mucho más grandes y espectaculares que éstos.

Quizá debe reclamarse a la historiografía tradicional que poco o casi ningún énfasis haya puesto en ese sustantivo aspecto de la historia de los pueblos.

Virtualmente nunca se ha explicitado qué condiciones objetivas permitieron a un pueblo alcanzar ésto y a otro sólo aquéllo. ¿Acaso para los períodos de la historia que venimos revisando no hay explicaciones objetivas, o hipótesis verosímiles que expliquen los distintos niveles de desarrollo que se alcanzaron en un mismo período en las diversas porciones del territorio –andino y mundial–?

¿No es razonable suponer que si un pueblo dispuso del doble de tierra agrícolas que otro, tenía mayores posibilidades de desarrollo que éste, no sólo porque podía alimentar al doble de población, sino porque podía también duplicar el excedente con el cual financiar la construcción de infraestructura?

Quizá – aunque parezca tardío presentarlo aquí– la comparación entre Chavín y Egipto sea una magnífica base para la formulación de la hipótesis que venimos planteando.

Los jóvenes y adultos de hoy estudian su propia historia y la de otros pueblos. Así, los peruanos estudiamos las historias de Chavín y Egipto. ¿Pero se nos ha dicho alguna vez en algún texto cómo se explica que, siendo ambas culturas largamente coetáneas, mientras Egipto ha dejado innumerables y gigantescas obras materiales regadas en un amplísimo territorio, Chavín sólo dejó un castillo cuyas dimensiones empalidecen frente a aquéllas? Sin duda podrá formularse un cúmulo de razones. Pero una de ellas, y quizá la primera y más importante, es la enorme diferencia de riquezas agrícolas de que dispuso Egipto en comparación con Chavín.

A efectos de ilustrar cabalmente esta afirmación –y como claramente se insinúa en los gráficos de la página anterior– considérese los siguientes datos:  

Egipto, con menor territorio (78 % del Perú), dispone de casi tres veces más (2,89) tierras cultivadas. Y, si se acepta el ratio o relación matemática final, puede afirmarse que, “agrícolamente”, Egipto es casi cuatro veces más (3,70) rico. Si además se considera la calidad del suelo, la ventaja aumenta. Debe reconocerse también que gran parte de las tierras agrícolas peruanas, para disponer de agua de riego, han demandado construir infinidad de kilómetros de canales y acequias, mientras que en Egipto eso lo hace el Nilo que, casi sin intervención del hombre, inunda y fertiliza los campos. Es posible afirmar, pues, que la ventaja “agronómica” de Egipto es aun mucho mayor.

Tómese en cuenta además que, en el caso de Egipto, el área agrícola está reunida en uno solo y enorme valle, íntegramente vertebrado por el Nilo, que permite una amplísima comunicación; y, en el caso del Perú, está atomizada, constituida por infinidad de pequeñas y pequeñísimas fracciones, separadas por obstáculos naturales difíciles de superar (desiertos, altas montañas, profundas quebradas, ríos no navegables pero muy torrentosos, etc.). En síntesis, la potencialidad agrícola es abrumadoramente mayor en Egipto que en el Peru.

Si la comparación se hace entre los imperios Chavín y Egipto, las cifras (tentativa e hipotéticamente ajustadas) proporcionan diferencias aún más saltantes.

Para la época en que coexistieron ambos imperios, la agricultura era prácticamente el único sector productivo capaz de generar los grandes excedentes que permitían dinamizar al resto de las actividades productivas, pero, en particular, a la construcción.

Con las cifras mostradas, sin contar la mayor productividad del suelo, ni las otras condiciones favorables mencionadas, el Imperio Egipcio disponía de quince veces más producto agrícola que Chavín. Y asumiendo que los egipcios hubieran sido tres veces más numerosos (hoy Egipto tiene el doble de población que el Perú), el producto agrícola seguía siendo cinco veces mayor.

En esas condiciones, no es difícil imaginar que el Imperio Egipcio dispusiese de un excedente abrumadoramente mayor del que dispuso Chavín. En todo caso –repetimos– el norte de África alberga los monumentos suficientes como para dar testimonio de la gigantesca diferencia de riqueza de que dispusieron uno y otro imperio.

El tiempo de ocupación de un territorio agrícolamente trabajado era, no obstante, un factor compensatorio, por lo menos parcial.

Así, un valle pequeño y poco fértil, trabajado por espacio de miles de años, rendía quizá tantos frutos como uno más amplio y fértil pero en manos de un pueblo con menor tiempo de experiencia agrícola.

Es decir, independientemente de la voluntad de los grupos humanos, la naturaleza se constituyó pues en importantísimo factor limitante para el desarrollo de unos pueblos, y una fantástica catapulta para el despegue de otros.

Para los pueblos, la riqueza agrícola era el más preciado de todos los intereses ajenos al hombre mismo. No sólo porque tenía que ver directamente con la alimentación y, por consiguiente, con la supervivencia; o, si se prefiere, no sólo porque permitía garantizar el primero y más importante de todos los intereses propios del hombre: la vida. Sino, fundamentalmente, porque fue el primer sector productivo capaz de generar grandes volúmenes de excedente socialmente utilizable.

Desde muy antiguo, casi todos los sectores productivos fueron capaces de generar un abastecimiento mayor que el que demandaban las poblaciones. Sin embargo, no todos esos excedentes generables podían ser de gran magnitud. Las limitaciones técnicas, por ejemplo, impedían almacenar grandes volúmenes de pescado o de carnes rojas. Rápidamente se descomponían. Era inútil, pues, que, aun cuando pudieran hacerlo, porque había los recursos suficientes, los pescadores se esmeraran en generar grandes excedentes de captura.

Por otra parte, era difícil acarrear grandes volúmenes de excedentes forestales o mineros y, más aún, la producción excedente de las canteras de piedra o arcilla. Y, aunque hubiera sido posible movilizar esos sobrantes, era muy poco práctico durante las mitas retribuir el trabajo de las cuadrillas de trabajadores con excedentes de madera, metal o piedra.

Sí, en cambio, con excedentes agrícolas.

El excedente agrícola, por el peso y tamaño de los productos, representaba gran simplificación para el almacenamiento. Por su composición química, ofrecía mayor tolerancia y mejor resistencia para su conservación.

Y por su uso, tenía demanda permanente.

Por todas esas razones, el excedente agrícola se convirtió en el más importante agente de dinaminación de las sociedades.

Disponiendo de grandes excedentes agrícolas los pueblos tenían cómo solventar mitas, no sólo masivas sino también prolongadas.

Con ellas se emprendió, precisamente, la construcción de centros cívico–religiosos, palacios, plazas y jardines, pistas y veredas; en fin, ciudades. Con las mitas de hizo también caminos, puentes, canales, bocatomas, derivaciones, andenes, reservorios, etc.

Disponiendo de grandes excedentes, la agricultura liberaba, además, fuerza de trabajo que, con el sustento alimenticio asegurado, quedaba disponible para otras actividades: artesanía, textilería, alfarería, arquitectura, ingeniería, astronomía, hidráulica, medicina.

Solo disponiendo de estos especialistas, eminentemente urbanos, pudieron los grupos alcanzar el desarrollo material y cultural.

En síntesis, a partir del desarrollo de la agricultura, la materialización del proyecto nacional de los pueblos estaba muy estrechamente relacionado con la disponibilidad –o no– de excedentes agrícolas y con la magnitud que de éstos se obtenía.

Por cierto, las guerras de conquista, o el uso improductivo de los recursos, hicieron variar el resultado. Pero en condiciones de autonomía y paz la concretización de mayores objetivos como parte del proyecto nacional estaba supeditada a la existencia de los excedentes agrícolas. Y objetivamente ello dependía de la disponibilidad real de riqueza agronómica: valles con adecuada disponibilidad de agua y climas templados.

Pues bien, tanto los tallanes en Piura y Tumbes; como los bracamoros en Jaén; los chachapoyas en Chachapoyas; los antis en la Amazonía; los huancavilcas, cañaris, cayambis y otros más en la zona ecuatorial, aun cuando no sufrieron la conquista chanka, y pudieron por consiguiente avanzar durante esos siglos en su proyecto nacional, carecieron, sin embargo, de la insustituible riqueza agronómica que les hubiera permitido la materialización de grandes culturas.

No hay en todo caso evidencias de un gran desarrollo agrícola entre esos pueblos.

Lo que además, excepción hecha de los tallanes, en los demás se explicaría también por la tardía ocupación y explotación de sus respectivos territorios.

Con dicha enorme limitación, ésos y otros pueblos, debieron aceptar que los objetivos susceptibles de ser alcanzados sólo eran más bien discretos. En efecto, y en razón de tal restricción, esos pueblos asomaron al siglo XI con un desarrollo material muy limitado.

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