EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Primera fase: hegemonía tecnológica

El pueblo chavín albergó pues en su seno a muchos de entre los primeros destacados arquitectos y constructores, a eximios artesanos líticos, consumados agricultores, técnicos hidráulicos, especialistas astro–hidro–meteorólogos.

De otro lado, la presencia en Chavín de Huántar del spondylus permite, efectivamente, colegir el alcance, conocimientos y habilidad que alcanzaron los especialistas astro–hidro–meteorólogos del pueblo chavín.

El spondylus –o mullu como la denominaron los pueblos andinos–, que eventualmente llegó por primera vez en manos de los inmigrantes y/o comerciantes centroamericanos –como se ha dicho–, es una concha marina roja, de gran sensibilidad térmica, con residencia habitual en aguas tropicales. No aparece en las frías costas del centro y sur del Pacífico, pero se aproxima a las latitudes de la línea ecuatorial cada vez que se presenta el fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur (en su versión “El Niño”). Es decir, la presencia –o ausencia– del mullu en las proximidades del norte peruano está directamente relacionada con la proximidad –o lejanía – del fenómeno.

La accesibilidad al molusco es pues una clara advertencia de la proximidad de las lluvias en las costas al sur de la línea ecuatorial. En efecto, desde que los pescadores y buceadores en Ecuador capturan las primeras piezas de mullu, hasta que ocurren las primeras precipitaciones en las costas subtropicales andinas, transcurren tres o cuatro meses.

Y en las temporadas en que el mullu no aflora, la sequía es grave.

Todo permite suponer que los más calificados especialistas hidro–meteorológicos de Chavín de Huántar –que al propio tiempo eran sin duda los Sumos Sacerdotes–, fueron los primeros en llegar a conocer y desentrañar los secretos que encerraba la presencia del mullu en la proximidad de las costas del norte del Perú.

Para mayúsculo asombro de sus coetáneos, del propio pueblo chavín y de los pueblos aledaños, ello permitía a los Sumos Sacerdotes del templo–castillo de Chavín de Huántar conocer, hasta con cuatro meses de anticipación, y con gran certeza, la presencia o no de lluvias, y decidir el inicio, postergación o cancelación de la temporada de siembra.

Los secretos que encerraba el mullu eran pues valiosísimos e inestimables. Y, sin género de duda, quienes habían logrado desentrañarlo adquirieron un poder igualmente inestimable, por lo menos durante el largo período en que el secreto se mantuvo sin ser compartido con otros que no fueran los Sumos Sacerdotes de Chavín de Huántar.

Para los neófitos, del propio pueblo chavín y de los pueblos aledaños, primero, y del resto de los pueblos de los Andes más tarde, sólo una cosa estaba en claro: había que adorar y rendir culto al mullu. Así, según se creía, a más y más devotas plegarias, a más y más complejos y ricos sacrificios, mejores resultados se obtendría en la agricultura. No es difícil imaginar que los rituales en torno al mullu se generalizaron entonces en los Andes, habida cuenta de la creencia de que el mullu que llegaba y se adoraba en cada temporada sería invariablemente fiel a las plegarias de sus adoradores.

A partir de Chavín, y en adelante, en prácticamente todos los pueblos de los Andes, hay evidencias de la presencia de ejemplares de mullu expresamente llevados cada temporada desde el norte ecuatorial y tropical.

Algunos pueblos alejados organizaron incluso equipos especialmente entrenados de corredores que trasladaban miles de kilómetros uno o más de un ejemplar del molusco “sagrado” y lo ponían en manos de los especialistas y Sumos Sacerdotes.

La asombrosa “bondad del ritual”, primero y durante un largo período, y las verdades del secreto, después, se transmitieron durante siglos por muchísimas generaciones, pueblos y territorios. Ello explica, por ejemplo, que en Wari, la capital del Imperio Wari, en la zona cordillerana de Ayacucho –1 000 años después de la caída del Imperio Chavín –, también se hayan encontrado restos del spondylus. Y que llegara luego a oídos de los “sacerdotes” del Imperio Inka. Éstos, para programar adecuadamente las faenas agrícolas, demandaron insistentemente el mullu.

La importancia fue tal que efectivamente se dispuso la formación de brigadas especiales de chasquis “mollo chasqui camayoc” cuya función era llevar el mullu desde Ecuador al Cusco. En uno y otro notable caso, llegando el mullu, llegaba la información hidro –meteorológica requerida, o, en su defecto, el elemento central e insustituible del importantísimo ritual propiciatorio de lluvias.

Hoy se conoce a ciencia cierta cuán graves y geográficamente extensas son las repercusiones de algunos grandes episodios del fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur. Afectan y parecen haber afectado a México en muchas ocasiones, como ocurrió con el último gran evento del siglo que acaba de terminar.

La Leyenda de Naylamp sugiere que, para los pueblos centroamericanos, la importancia mítica de los grandes caracoles marinos como el spondylus habría sido remotísima.

Y, aunque para un período muy posterior, ello quedó absolutamente en evidencia, por ejemplo, cuando en la gran ciudad azteca de Teohituacán que conquistó Hernán Cortés, se encontró hasta dos grandes talleres de conchas marinas 88.

¿Fueron los pueblos de México los primeros en desentrañar la relación entre el spondylus y el fenónemo océano–atmosférico del Pacífico Sur? ¿Llegaron esos secretos a los Andes a través de los sechín?

Son concluyentes las evidencias del extraordinario avance técnico que en su tiempo alcanzó el pueblo chavín. Y a diferencia de sechín, pudo preciarse, aparentemente al menos, de haber logrado un alto desarrollo cultural y material en un clima apacible.

El personaje representado en el afamado “lanzón de Chavín”, si bien tiene expresión fiera, está desarmado, en elocuente testimonio del carácter pacífico que en ese período ostentaba dicho pueblo y que retrató el artista (ver Ilustración N° 9 que se muestra más adelante).

Aunque con distinta modalidad, sechín y chavín se fueron expandiendo hasta que tuvieron una frontera común: la Cordillera Negra.

Por las abras, cada vez que uno de ellos intentaba cruzar la cordillera, se topaba con el otro. Sea que se tomara la ruta Recuay –Aija–Huarmey. O que se pasara por la vía Caraz–Moro–Nepeña. Similar fenómeno ocurría un poco más al norte, en el paso Caraz–Huallanca–Chimbote. Y, por supuesto, en el camino Huaraz–Pariacoto–Casma.

A partir de ese momento la expansión de cualquiera de ellos tenía que pagar el precio de la confrontación. Para ambos era indispensable resolver favorablemente el enfrentamiento . Ninguno de los dos podía imaginar continuar su expansión por los fértiles valles costeños sin liquidar el poder del otro: ésa era la única manera de asegurar la retaguardia.

Durante un largo período inicial la confrontación habría favorecido a los sechín. Las monolitos de Casma retratan nítidamente a los habitantes de dos pueblos distintos, ata- viados con ropas que los diferencian con claridad: unos, con una suerte de breve pantalón, son los guerreros triunfantes, los sechín; los otros, sus víctimas.

Todo parece indicar que las víctimas –tal y como fueron vistas por los artesanos sechín –, con los brazos en una peculiar postura y ataviados con un también característico faldón, eran los habitantes del pueblo chavín.

Porque esa peculiar postura de los brazos y el característico faldón (que hemos destacado en los gráficos) están también presentes en el célebre lanzón que –autorretratando esas dos importantes costumbres–, grabaron a su vez los artistas chavín.

Esas dos notables coincidencias no pueden considerarse una simple casualidad. Parece, más bien, la evidencia de que las notables víctimas que los sechín registraron en sus piedras eran pues sus más connotados rivales: los chavín.

El sistemático enfrentamiento y el adverso resultado que durante largo tiempo experimentaron, podría explicar que los chavín mantuvieran reservado, a buen recaudo, tras la cordillera Blanca, su centro administrativo –ceremonial más importante: Chavín de Huántar.

Hechos fortuitos, motivos desconocidos, eventuales alianzas militares de los chavín con otros pueblos dominados por los sechín, graves errores estratégicos de éstos, cataclismos, epidemias, destructivas lluvias torrenciales precipitadas por el fenómeno océano –atmosférico del Pacífico Sur, etc., fueron quizá, todas ellas o algunas de ellas, las razones que se habrían confabulado contra los sechín.

Lo cierto es que en las proximidades del año 1500 aC el poblado central de Sechín resultó destruido, siendo muy probablemente exterminado el grupo dirigente, alcanzando a sobrevivir la población campesina, y sin duda mayoritariamente femenina.

Más de un indicio –como ya hemos advertido anteriormente–, permite suponer que los sobrevivientes sechín se exparcieron en gran parte del territorio andino.

Como es obvio, la avalancha chavín cayó desde la cordillera. Algunos indicios permiten incluso hacer la conjetura de que, entre las distintas rutas de que disponían, habrían bajado por la ruta Conococha – Pativilca (por donde hoy llega la carretera más importante al Callejón de Huaylas), cortando en cuña a la población sechín, y lanzándola –como lo sugieren muchas de las evidencias que habremos de ver repetidamente– en una complicadísima y vasta diáspora.

Ello explicaría que el grueso o una parte muy considerable del campesino pueblo sechín, huyera precipitadamente hacia el norte, tanto a los valles de La Libertad como de Lambayeque, para a la postre terminar fusionándose, aquí con los mochica y allá con los moche, y dejando en ambos una huella imperecedera. Mas estando en esos territorios muchos pudieron refundirse tras la cordillera, en los remotos valles interandinos de Cajamarca, donde también habrían dejado una huella indeleble.

Y explicaría que un grupo eventualmente minoritario huyera en dirección sur, refugiándose en distintas partes del camino, entre los limas, los paracas, los nazcas, y aparentemente incluso aún más al sur.

Y ésto a su vez ayudaría a explicar cuán recurrentes son las imágenes de cabezas–trofeo en los mantos paracas y en la iconografía nazca. Pero además, en el valle medio del río Majes, en Toro Muerto –en el camino entre Nazca y Tiahuanaco–, hay también un petrogligo de un “hombre con cabeza–trofeo”.

¿Llegaron finalmente desde Nazca algunos sechín al Altiplano de Tiahuanaco? ¿Llegaron en todo caso mucho más tarde, aquí y allá, a través de la sangre de sus descendientes?

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