EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Las constantes del tránsito cultural

Para el caso que venimos revisando de formación de la nación chimú –probablemente idéntico al del resto de naciones andinas–, subsisten sin embargo vacíos de explicación que terminen de dar cuenta de los distintas modalidades como se habrían producido en el tiempo los tránsitos y enlaces entre cada cultura y la siguiente. Y que expliquen que cada nuevo centro de irradiación cultural ha surgido casi siempre en distinta ubicación geográfica que el que lo precedió. Pero hay suficiente información como para postular hipótesis que llenen esos vacíos. Veamos.

Aún tenemos dudas sobre el surgimiento del Imperio Chavín. No está claro si se produjo en un contexto de violencia. Su colapso, en cambio, habría sido un típico caso de revuelta independentista generalizada. El surgimiento del Imperio Wari fue el resultado de cruentas guerras de conquista típicamente imperialistas. Y su destrucción habría sido también un caso de revuelta independentista.

A su turno, la formación del Imperio Inka, si bien concretó conquistas “diplomáticas”, en su mayoría fueron cruentas agresiones imperialistas que incluyeron varios casos de despiadado genocidio –como se verá en Tahuantinsuyo: el cóndor herido de muerte–.

El tránsito Imperio Inka, Colonia y República es clarísimo y archiconocido. La Colonia surgió tras la derrota militar y liquidación del Imperio Inka. Y la República tras la derrota militar y expulsión del Perú de las huestes virreinales españolas.

Así, una primera constante de innumerables cambios de posta “culturales”, ha sido entonces la violencia. Conquistadora o independentista, pero igual violencia, guerrera y militarista. Y para decirlo en otros términos, casi siempre las nuevas culturas surgieron de la mano de las élites militarmente triunfantes.

Por otro lado, en el tránsito Imperio Inka – Colonia se produjo el traslado del Cusco a Lima del nuevo centro cultural y hegemónico.

No así en el tránsito Colonia – República.

Siguió siendo Lima el centro. ¿Pero acaso quebrando lo que ya asoma como una segunda constante? No, la capital siguió siendo Lima por el hecho de que las principales fuerzas expedicionarias e independentistas vinieron de afuera, pero no a conquistar el Perú sino a contribuir a liberarlo del yugo español.

¿Puede caber alguna duda de que si la élite militar y política independentista hubiera sido nativa, oriunda y residente en Huancayo, por ejemplo, la capital de la República no habría sido trasladada alli? En todo caso, la “historia comparada”, o si se prefiere, el testimonio de muchos de los casos de la vieja historia de Occidente, sí permite precisar que una segunda constante en el paso de una cultura a la que le sigue es la aparición de un nuevo centro físico de irradiación y poder.

Así ocurrió en Egipto, donde hubo hasta tres capitales sucesivas, y en Mesopotamia, donde hubo incluso más. ¿Pero acaso los Andes nativos no experimentaron ostensiblemente lo mismo? ¿Acaso no podría hablarse de tres grandes capitales en otros tantos momentos de la historia andina: Chavín, Wari y Cusco, cada una de las cuales sustituyó a los innumerables centros de poder de los pueblos conquistados?

Por obvio que parezca, debe pues explicitarse también entonces la que debe considerarse una tercera constante, porque no necesariamente es parte de la segunda. Cada nueva cultura nace con el triunfo y consolidación de una nueva élite.

No obstante, las tres primeras convergen en advertirnos –para el caso de todos los pueblos y de todas las naciones andinas–, de la existencia de por lo menos una cuarta constante, la que resumiremos en una palabra: descentralización.

En efecto –si eventualmente para toda la historia andina no fue la única explicación–, resulta bastante razonable asumir que el dinámico surgimiento de sucesivas élites fue una consecuencia de la existencia de muchos centros de poder alternativos y no sólo uno, que es lo característico del centralismo.

Y esa presunta descentralización tendría a su vez una explicación coherente: la agricultura.

No sólo porque era –y es– intrínsecamente descentralista (porque de otra manera no puede desarrollarse). Sino porque esa actividad –aunque no hay información empírica que lo sustente–, razonablemente puede presumirse que ocupaba por entonces al 95% o más de las poblaciones de cada uno de los pueblos y naciones de los Andes.

Quizá la única excepción fue la de los kollas altiplánicos, donde un alto porcentaje de la población estuvo exclusivamente dedicado a la ganadería, esto es, a la explotación de su enorme riqueza de auquénidos. Éstos, por alimentarse de un pasto nutricionalmente muy pobre, necesaria e inadvertidamente, obligaban a la dispersión de la población en el altiplano. Así, también la ganadería fomentó la descentralización productiva y poblacional.

Para la mayoría de los pueblos, la agricultura era pues, virtualmente, la única gran actividad productiva. Casi todas las restantes, cerámica, textilería, construcción, etc., eran realizadas no tanto por especialistas, cuyo número seguramente era aún muy reducido, sino por los mismos campesinos –o pastores, en el caso de los kollas–, como complemento de sus tareas agrícolas –o ganaderas–.

Agricultura: fuente de poder y sustento de culturas

No obstante, ese característica intrínsecamente descentralista de la agricultura –y la ganadería– aún no explica la generación de grupos de poder. ¿Qué explicaría entonces que dentro de cada pueblo y dentro de cada nación hubiera distintos grupos potencialmente fuertes y capaces en un momento de entrar en disputa con el poder de turno y derrocarlo? ¿Y en su momento el surgimiento de élites independentistas contra los imperios? ¿Y finalmente el surgimiento de naciones poderosas con capacidad para guerrear sucesivamente contra otras y conquistarlas? Nuestra hipótesis, que aparece entonces como una quinta constante, es que –para todo el territorio y para toda la historia andina antigua–, la esencia de la cuestión está una vez más en la agricultura. Porque era la única actividad productiva capaz de generar excedentes, en consecuencia riqueza, y en definitiva poder, en distintos puntos geográficos, a las distintas etnias y/o grupos más o menos distintos y competitivos de que se componían los distintos pueblos y naciones en formación.

Esa multiplicidad de potenciales centros de poder alternativos, fue sobre todo evidente allí donde un mismo pueblo dominaba dos o más valles, separados por desiertos o montañas que impedían la integración y control absolutos –como nítidamente se verá en más de uno de los mapas que se presenta más adelante–.

En tales casos, que fueron precisa y particularmente los de los moches, mochicas e icas, cada uno de los valles que controlaban, en definitiva, incubaba un grupo de poder que, en un determinado momento, dadas específicas circunstancias, podía, con éxito o sin él, hacer frente al poder central intentando arrebatarle la hegemonía. A ese respecto, no puede considerarse una simple casualidad que, en la historia de esos pueblos, sus distintos centros de irradicación cultural hayan surgido en valles diferentes. Ni que el poder central se haya intermitentemente desplazado de un valle a otro. En el caso de los moches, entre los valles de Chicama y Moche. Y entre los icas, entre los valles de Pisco, Nazca y Chincha.

Más aún –como sugiere el gráfico del Anexo N° 3, en la página precedente–, dada la empinada y quebrada topografía por la que atraviesan los ríos andinos –tanto en la costa como en la cordillera–, casi todos crean dos y más valles en su recorrido, mutuamente poco comunicados, ya sea por estrechísimas y empinadas quebradas o por espacios desérticos.

Así, en un mismo valle, lograron desarrollarse centros de irradiación cultural diferentes y/o poderes distintos y alternativos y/o simplemente pueblos distintos, como se muestra para el caso de cinco importantes ríos de la vertiente del Pacífico o de la costa peruana.

En general –como también sugiere el gráfico –, son los valles bajos los más extensos, productivos y, en definitiva los más ricos.

Así, en el caso de los mochicas, sobre el río Reque; de los moches, sobre el río Chicama; o de los limas, sobre el río Lurín; fue cerca a la costa donde finalmente se dio el mayor desarrollo, y donde se concentró el mayor poder, dominándose además a todos los pueblos río arriba del valle. En otros, por accidentes de la naturaleza, son los valles medios los más ricos. He ahí los de Piura, Ica, Nazca y Santa, por ejemplo.

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