ENCUENTROS ACADÉMICOS INTERNACIONALES
organizados y realizados íntegramente a través de Internet

 

GLOBALIZACIÓN E INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA


Alfredo Sanchez Ortiz
Centro Universitario De Los Lagos (Universidad De Guadalajara)
México

QUINTO ENCUENTRO INTERNACIONAL SOBRE
Globalización Financiera
del 5 al 23 de octubre de 2007

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RESUMEN:

La Inversión Extranjera Directa (IED) ha sido siempre un tema controvertido tanto en el país receptor como en el inversionista, debido a que, por una parte la IED no genera empleos (o genera menos) en el país del emisor. De esta forma vemos como organizaciones laborales, como la estadounidense, se han mostrado reacios a la expansión de las empresas multinacionales. Por otra parte, en los países receptores la resistencia política ha estado quizá fomentada en gran medida por la figura de poder que implica la empresa matriz. El hecho es que la empresa multinacional es ahora parte significativa del comercio mundial, se ha extendido en prácticamente todo el mundo, aumentando su participación en los países en desarrollo. Es un hecho que la IED, de la mano de la empresa multinacional, se ha expandido con la liberalización comercial. En este documento analizamos la importancia y consecuencias de la IED en el contexto de la globalización.

Palabras Clave: Globalización, Desarrollo, Inversión Extranjera y Sistema Mundial

1.1 CAMBIO DE PARADIGMAS

En los últimos 15 años se ha observado un crecimiento muy importante en el monto de los recursos financieros internacionales que buscan adquirir una cierta participación en la administración, posesión o control de empresas localizadas en lugares distintos al de su país de origen, mejor conocido como Inversión Extranjera Directa (IED). Se estima que en 2006 el total de inversión extranjera directa en el mundo fue de U$S 1,230 billones, de los cuales 367,7 billones (un 30 % del total) fueron destinados a los países en desarrollo .

Si bien hay literatura económica reciente que menciona sus aspectos positivos, debe tenerse en cuenta durante un lapso de más de veinte años los gobiernos de muchos países latinoamericanos vieron con recelo y desconfianza a la IED. En los años cincuenta y sesenta, los economistas estructuralistas sostuvieron una doctrina que asignaba un papel significativo a la industrialización doméstica como medio para fomentar el desarrollo económico y alcanzar aumentos sostenidos en los niveles de vida de la población. En Latinoamérica, esta escuela de pensamiento se expresó en una estrategia de desarrollo “hacia adentro” basada sobre la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), la que operó a través de altos aranceles, sistemas de protección para-arancelarios, tipos de cambio múltiples y sustanciales subsidios públicos, con alto grado de intervención del Estado en la economía.

A la larga, la generalización del modelo de sustitución de importaciones dio lugar a una estructura industrial poco competitiva y con un marcado sesgo anti-exportador, a la que por lo general le siguió una etapa de apertura comercial.

A la apertura comercial se sumó toda una serie de reformas estructurales, que incluyeron privatización, libre entrada de la IED, desregulación, liberalización financiera, etc. Estas reformas, que responden mayormente a las políticas del Consenso de Washington tuvieron su fundamento en las teorías neoclásicas que sugieren que la mejor estrategia para un país pequeño es el libre comercio, los aranceles bajos y estables y la participación en estructuras multilaterales que garanticen un mínimo de distorsiones a nivel internacional.

Este cambio de perspectiva ha dado lugar a que se modificase el enfoque de las políticas públicas hacia la IED por parte de los países en desarrollo, que han pasado a considerarlas como una fuente de financiamiento. Esto ha dado lugar a un importante debate sobre las ventajas o desventajas asociadas a la feroz competencia que existe por atraer IED (Oman, 2000). El debate se centra sobre la cuestión de si la competencia por atraer IED es un juego de suma negativa o positiva.

La competencia por atraer más IED sería un juego de suma positiva si un país, en la búsqueda de hacerse más atractivo para la IED, incurriese en una serie de políticas que pudieran tener efectos positivos más allá de los efectos directos que pueden tener sobre la IED. Algunos estudios muestran datos indicativos de que la IED tiene efectos positivos sobre el crecimiento, siempre que el país receptor cuente con el capital humano adecuado. En otras palabras, para beneficiarse de la tecnología avanzada que introducen las empresas extranjeras, el país receptor debe tener la capacidad de absorber esa tecnología (Borensztein, De Gregorio y Lee 1998). También existe el potencial de desarrollar nuevos insumos o mejorar la calidad de los que ya existen en el país. Estos insumos surgen inicialmente gracias a la demanda generada por la inversión extranjera, pero a la larga estarán también a disposición de las empresas nacionales (Rodríguez Clare 1996). De acuerdo con esta visión los países pueden tratar de volverse más atractivos para la inversión extranjera mejorando la calidad de sus instituciones, la fuerza laboral y la infraestructura, aspectos en los que ahondaremos a lo largo de la investigación.

Los beneficios que puede aportar la IED a los países que la reciben pueden depender de la manera en que haya llegado la inversión al país. Si los países compiten agresivamente ofreciendo subsidios a inversionistas potenciales, los beneficios netos generados por los proyectos de IED pueden quedar contrarrestados y los únicos beneficiarios podrían ser los inversionistas extranjeros. Pero la competencia en la oferta de subsidios no es la única manera en que los países pueden cortejar a los inversionistas potenciales. Algunos tipos de competencia pueden ser muy nocivos, por ejemplo, si se relajan las normas laborales o ecológicas de manera tal que se produzcan efectos adversos sobre el bienestar de la población.

Como puede verse, en la medida en que el establecimiento de las condiciones para el crecimiento de la IED en la década de los ’90 implicaron la incorporación de los países en desarrollo al proceso de la globalización, por medio de distintos grados de reformas liberalizadoras, es imprescindible contextualizar la IED y sus aportantes, las empresas multinacionales, en el debate sobre la cuestión del desarrollo nacional y regional en el marco de los cambios de la economía mundial a inicios del siglo XXI y la reconfiguración del orden político internacional.

1.2 DEBATES SOBRE LA GLOBALIZACIÓN

La medida en que el funcionamiento de la economía global determina el funcionamiento de las economías nacionales, en particular las de países en vías de desarrollo, es materia de debate. Para las teorías económicas que postulan el libre desarrollo de los mercados y el crecimiento resultante en los países como elementos suficientes para asegurar el bienestar futuro a la mayor parte de la población mundial, la relevancia de la autonomía de los países tendrá directa relación con su grado de desenvolvimiento económico. Para las teorías que proponen un mayor papel de la regulación y la presencia activa del Estado en la economía como única garantía de un crecimiento con pretensiones de equidad, la autonomía local para implementar políticas que puedan poner a un país en condiciones de hacer frente a los desafíos globales, es algo crucial. Lo que ningún enfoque puede pasar por alto en este contexto es el dato de la agudización irreversible de la interacción entre las economías nacionales y los actores del ámbito transnacional, determinada a su vez por una particular reconfiguración del sistema mundial en las últimas décadas.

Dado que una de las finalidades de este trabajo en relación con la atracción de la IED es en definitiva dar cuenta del impacto de las interacción de políticas locales con las políticas impulsadas globalmente, nos ubicaremos en el eje de los debates actuales sobre el proceso de la globalización y su relación con la evolución de las economías en desarrollo, habida cuenta de que no hay una perspectiva única que pueda dar cuenta del fenómeno en toda su complejidad.

Si bien suele utilizarse el término “globalización” para referir un proceso mundial que involucra múltiples ámbitos de estudios: tecnológico, sociológico, antropológico, filosófico, etc., este proceso se caracteriza fundamentalmente por la amplia adopción en los contextos locales e internacional de un conjunto de políticas económicas que caracterizan la actual etapa del sistema mundial, fundamentalmente relacionadas con la liberalización y expansión del comercio y la desregulación de los flujos financieros. En este marco ha crecido en proporciones hasta ahora desconocidas el influjo de grandes corporaciones y agentes financieros trasnacionalizados, y al mismo tiempo se multiplican también en proporciones inéditas los países y empresas que están buscando y ganando su espacio en el orden global.

Estas características del sistema cobran un sentido positivo o negativo según el enfoque teórico que se utilice, por eso resulta relevante investiga los orígenes y las utilizaciones teóricas del concepto de “gobalización”, ya que según la terminología que se emplee y el contexto en que aparece inserto expresa diferentes visiones sobre el fenómeno mismo, las políticas económicas que deben fortalecerlo, corregirlo o combatirlo, y los fundamentos de su aplicación.

Para una mejor comprensión de los fenómenos y de los debates que intentan explicarlos, es preciso distinguir lo relacionado con los procesos reales del mundo económico y lo que se debate en el campo de las ideas y de las tradiciones de pensamiento en economía política y relaciones internacionales.

De acuerdo con Stiglitz (2006), puede decirse que el fin de la Guerra Fría y el avance de la globalización del capitalismo en fase de “mundialización” profundizaron la importancia de la economía por sobre la política. Como consecuencia de esto se produjeron complejos impactos sobre el balance entre la economía y la política internacionales, lo que trajo aparejado un considerable progreso de las negociaciones internacionales en el área de la economía. Siguiendo a Bernal Meza (2005), este proceso ha implicado el surgimiento de una expansiva “ingeniería institucional”, con nuevos organismos que reemplazan a los anteriores -tal el caso de la Organización Mundial del Comercio (OMC)- y la inclusión de nuevos temas (como las nuevas disciplinas comerciales y los estándares laborales y medioambientales), todo lo cual a conducido a una “nueva diplomacia económica”.

La adopción de esta nueva visión respondería a una evaluación de los costos y beneficios que ha traído el proceso conducente a una mayor competencia global. En tal sentido es preciso señalar “el desarrollo de grandes redes transnacionales de producción y comercio, originadas en los países más industrializados y en los últimos años también en numerosos países emergentes, a través de las cuales se canaliza una parte muy significativa de los flujos - se estima en un 70 % - de comercio de bienes y servicios, de inversiones productivas y financiamiento, y de progreso técnico” (Peña, 2004) .

Estas redes operan en escala global y regional, fragmentando las cadenas productivas y practicando la maquila, el “outsoucing” y el “offsohring”. De esta forma maximizan las ventajas originadas en acuerdos preferenciales y los diferenciales de costos de mano de obra, incluyendo la calificada. Se produce así “la concentración del poder real de crear reglas de juego del comercio mundial y de la competencia económica global y regional, en un número reducido de grandes países o bloques regionales”. Este fenómeno adquiere la mayor importancia para todos los países –tanto los formadores (rule markers) como los tomadores de reglas (rule takers), si se considera que en la actualidad la OMC y otros acuerdos regionales han mejorado sustancialmente su capacidad de tornar exigibles las reglas de juego a través de mecanismos eficaces de solución de controversias. Ejemplos de ello son casos recientes tanto entre países industrializados (casos en la OMC referidos a Estados Unidos y la Unión Europea), como entre países en desarrollo y países industrializados (los casos del algodón entre Brasil y Estados Unidos, y del azúcar, entre Brasil y la UE, ambos ganados en primera instancia por Brasil).

Peña observa que esta perspectiva cobra fundamental importancia para países en desarrollo que individualmente sólo pueden ser tomadores de reglas, tanto al articular alianzas con otros países en los foros comerciales internacionales -como han sido, por ejemplo, los denominados “G.20” y “G.90” en el ámbito de la OMC- a fin de adquirir así capacidad para incidir en la producción de nuevas reglas, como al extraer todas consecuencias de un sistema de comercio internacional que es orientado por reglas que permiten, utilizadas con inteligencia, atenuar las tendencias naturales a orientar el sistema en torno de consideraciones de poder (‘power oriented’). Estos procesos se produjeron en el contexto de un considerable multilateralismo, a pesar de coincidir con una etapa de progresiva hegemonía en el nivel mundial por parte de Estados Unidos.

1.3 GLOBALIZACIÓN Y DESARROLLO

Como hemos visto, hay un uso amplio del término globalización en economía según el cual los países forman parte de un sistema de redes comerciales, financieras y tecnológicas que refleja en gran medida el impacto de la revolución científica y tecnológica sobre las relaciones humanas, sobre los procesos productivos y sobre las relaciones internacionales.

Ahora bien, se trata de localizar qué es lo que distingue al proceso de la “globalización” de otras etapas, ya que según expresa Ferrer “los vínculos con el contexto mundial han gravitado siempre sobre el desarrollo de los países”. En el campo de la economía, la formación de capital, el cambio técnico, la asignación de recursos, el empleo, la distribución del ingreso y los equilibrios macroeconómicos son, en efecto, fuertemente influidos por las relaciones con el sistema internacional. Ferrer destaca que el crecimiento o el atraso de un país están en proporción directa con la resolución de los interrogantes fundamentales que plantea el diseño de las conexiones entre una economía nacional y su entorno.

Pero al mismo tiempo la globalización es un sistema de poder, ya que este dilema refleja la existencia de diversos niveles relativos de desarrollo de las economías que conforman el orden global y, por lo tanto, relaciones asimétricas de poder. Así, cada país debe resolver el “dilema” de la globalización: no puede haber desarrollo sin una inserción exitosa en el sistema mundial, pero al mismo tiempo ésta no sería posible si al participar inevitablemente de una trama de vínculos articulada mayormente por los actores internacionales que ejercen, en cada momento, las posiciones dominantes, los países rezagados deben cerrar la brecha que los separa de los líderes.

Esta concepción es interesante porque está en la base del criterio de desarrollo sostenible que se ha planteado como matriz de aplicación de políticas económicas en la región tras la crisis de las economías latinoamericanas al cabo del periodo de auge de las políticas liberalizadoras, que cayeron en descrédito en el inicio del milenio , con un fuerte énfasis en la esfera de decisiones nacionales. Esta concepción distingue entre los “hechos de la globalización” y las “ficciones”, es decir, entre los datos económicos que arrojan una particular situación de la economía mundial como fruto de las políticas globales y las posturas de los economistas que sostienen lo que Ferrer denomina “fundamentalismo de mercado” .

En esta línea, el desarrollo local como parte del sistema global es inseparable de un proceso histórico cuya particularidad en la actual etapa es la agudización de cambios acelerados en el sistema mundial. Siguiendo este razonamiento, la globalización no es algo “nuevo” sino que se remonta por lo menos al siglo XV con el descubrimiento del Nuevo Mundo y el inicio de la formulación de un sistema planetario que abarca al conjunto de los continentes. Los cambios tecnológicos y científicos de las últimas décadas explicarían sólo parcialmente las características del sistema actual, en la medida en que los avances en estas áreas profundizan los vínculos entre los países y su contexto externo. El desarrollo en contexto global afronta dilemas cada vez más complejos:

Actualmente, la internacionalización de los procesos productivos en el seno de las corporaciones transnacionales, la integración de las plazas financieras en un megamercado que opera en tiempo real 24 horas al día 7 días a la semana y la expansión del comercio mundial de bienes y servicios generan nuevos desafíos y oportunidades. Estos hechos se insertan en un escenario mundial unificado por la transmisión en tiempo real de la información e imágenes. La fusión entre lo real y lo simbólico genera la apariencia de un mundo sin fronteras y configura el orden global que actualmente encuadra el desarrollo de los países .

Ferrer reseña los “hechos” de la globalización agrupándolos en cuatro campos principales: el comercio internacional, las corporaciones trasnacionales, las corrientes financieras y los marcos regulatorios. El resumen que hace el autor sobre esta base resulta sumamente útil para dar una idea de las dimensiones del fenómeno de la globalización económica en la primera mitad de la década de 1990.

Comercio internacional. Desde 1945 hasta la actualidad el comercio creció más rápido que la producción. En promedio, entre 1945 y 1996, el producto mundial aumentó a una tasa anual del 4% y el comercio internacional, del 6%. En la segunda mitad del siglo, el peso relativo de las exportaciones respecto del producto mundial aumentó de menos del 10% al20%. Este incremento se dio en prácticamente todos los países, los más avanzados y los países en vía de desarrollo.

Corporaciones trasnacionales. En la actualidad operan en la economía mundial unas 39.000 corporaciones transnacionales con 270.000 filiales distribuidas en todo el planeta. El stock de las inversiones de estas filiales alcanza a casi 3 billones de dólares que generan un producto superior a los 2 billones de dólares anuales. En las 100 mayores corporaciones del mundo, sus operaciones transnacionales representan alrededor del 50% del total de sus actividades. La internacionalización de la producción al interior de las corporaciones se refleja en un intenso comercio de materiales, productos finales, tecnología y servicios entre las matrices y sus filiales. Se considera que alrededor de ¼ del comercio mundial corresponde a operaciones intrafirma.

Corrientes financieras. El incremento de las operaciones financieras en escala global ha sido particularmente intenso a partir de 1960. Considerando sólo los préstamos bancarios internacionales netos se observa que por cada 100 dólares de inversión en activos los préstamos alcanzaban a 6.2 dólares en 1964 y a más de 130 a principios de la década de 1990 . Este flujo de capitales está compuesto principalmente por operaciones de corto plazo desvinculadas de la actividad real de la producción, comercio e inversión, contando con una inédita variedad de opciones financieras. El volumen de estas transacciones es tal que las masas de recursos que movilizan las plazas financieras excede varias veces el valor de las reservas internacionales de los países.

De aquí que los mercados financieros sean protagonistas decisivos del proceso de globalización. En la medida en que cuentan con una libertad absoluta para el desplazamiento de fondos (a diferencia de las corporaciones y el comercio, que cuentan con una libertad limitada para producir cambios inmediatos en la distribución de recursos)

Marcos regulatorios Desde la Segunda Guerra Mundial se fueron liberalizando las transacciones económicas y financieras. La reducción de aranceles comerciales se concentró en los productos manufacturados, principalmente en los de mayor contenido tecnológico y valor agregado. Entre 1950 y 1990 el arancel promedio para las importaciones de manufacturas se redujo en EEUU de 14% a 4.8%; del 26% al 5.9% en Alemania y en Japón, desde niveles altísimos a 5.3 %. En cambio, los países más industrializados mantienen altas las barreras arancelarias y no arancelarias para los productos agrícolas de clima templado y otros “bienes sensibles”.

Surge entonces del análisis de Aldo Ferrer que el actual proceso de globalización constituye la tercera onda, incomparablemente más amplia y profunda, de un proceso que se inició con los descubrimientos marítimos y el subsiguiente mercantilismo europeo, prosiguió, en mayor escala, con la Revolución Industrial y alcanzó, en las últimas décadas del siglo XX, proporciones planetarias con la revolución tecnológica.

Así, las principales características de esta tercera onda consisten, a partir de la práctica instantaneidad de las comunicaciones y de las facilidades para un rápido y económico transporte internacional, en el predominio de las técnicas informáticas en el proceso productivo, la libre e inmediata movilización telemática de billones de dólares de un mercado a otro y la descentralización geográfica de los procesos productivos y administrativos.

En tal contexto el elemento decisivo que caracteriza a esta etapa, la preponderancia de los mercados financieros, surgió merced a un “proceso de desregulación generalizada y prácticamente total para las transacciones en cuenta corriente, como así también en las de capital. Una vez que concluyó la reconstrucción de posguerra en Europa y Japón, las economías industriales se sumaron a los Estados Unidos en la liberación de los regímenes cambiarios y las corrientes financieras . A pesar de las crisis globales desatadas por el cambio de paridades de las principales monedas y la volatilidad de los mercados, con fuerte impacto en las economías en desarrollo como la argentina, el crecimiento de los flujos financieros internacionales no se ha detenido. La Organización Mundial de Comercio significó un avance inédito hacia normas comunes con mayores grados de liberalización, pero también un escenario de disputas por la naturaleza y el alcance de las normativas para el tratamiento de inversiones privadas directas y los servicios, y más rigurosas para la protección de la intelectual (patentes).

El papel de los países más desarrollados y los organismos multilaterales que operan las reglas de la economía global es fundamental para entender este proceso.

Respecto del proceso actual de la economía mundial, se ha producido en los últimos años, a partir de las crisis de la deuda en los países latinoamericanos, una vuelta al paradigma que toma las estructuras de poder mundial y las “relaciones internacionales” como una de las principales variables a largo plazo para la formulación de estrategias de desarrollo económico y social en los países en desarrollo o pertenecientes a “la periferia”. En efecto, si el pensamiento estructuralista latinoamericano constituyó “la visión del mundo desde la periferia del sistema mundial”, debe considerarse el aporte actual de su actualización teórica, el neo estructuralismo, que desde la década de 1990 viene ensayando interpretaciones de los procesos contemporáneos, en particular la “globalización” y el orden mundial .

A esta perspectiva se opone, en términos de concepción político ideológica, la de las corrientes llamadas neoliberales, que se identifican en economía con el pensamiento neoclásico, que se corresponde en sus postulados con el liberalismo de la Escuela de Chicago y sostiene que el destino manifiesto de los países con menor grado de desarrollo (como México y los de América latina en general) pasa por aprovechar su particular “dotación de factores” (básicamente sus abundantes recursos naturales y su mano de obra) como medio para lograr una adecuada, eficiente y exitosa inserción en la división internacional del trabajo. En esta vía de análisis el impacto positivo de estas políticas debe computarse al éxito de las reformas implementadas en pos de la inserción internacional bajo el signo de la desregulación y la apertura de la economía; en cambio, el impacto negativo, que ha llevado a graves crisis políticas y económicas a muchos de estos países, se explica por una incompleta reforma estructural, sumada a procesos de corrupción e ineficiencia endógenas de los países.

Los rasgos básicos de estas aplicaciones se tradujeron en una serie de “recetas” destinadas a sanear la economía, que prescribían básicamente la mínima intervención estatal, el equilibrio fiscal riguroso y la desregulación de los mercados. Las teorías de Milton Friedman empezaron a tener amplia difusión hacia fines de los ’60, cuando cuestionó los postulados de la curva de Phillips, de origen keynesiano, que vinculaban el aumento del empleo con movimientos en igual sentido de salarios, precios y actividad económica. Friedman sostuvo que como consecuencia de las políticas estatales de defensa del empleo, sólo cabría esperar precios cada vez más altos hasta niveles explosivos, con un costo demasiado alto para toda la sociedad. El estancamiento y la inflación empezaban a corroer el prestigio de las teorías keynesianas y las políticas de intervención estatal al amparo de la economía de bienestar. La etapa de alta inflación con recesión en años posteriores en los países más desarrollados (década del ’70), alimentada por la crisis del petróleo (alta de precios y racionamiento), le dio más crédito al nuevo enfoque surgido de la escuela de Chicago.

Es oportuno en este punto dar cuenta el término “neoliberalismo”, la denominación con que se suele identificar estas teorías, dadas sus fuertes implicancias en el terreno de la economía política. Siguiendo el análisis de Rodolfo Bledel, es interesante notar que en su origen este término correspondió a la política económica imperante en la primera mitad del siglo pasado, según la cual los Estados debían actuar sobre el aparato distributivo del modelo liberal, con una finalidad de justo reparto del ingreso nacional y en aras de la justicia social. Al efecto se creó un orden jurídico por medio del cual se pudo ejercer la política económica de una nación; surgió claramente la distinción entre política económica y teoría económica (o sea entre deber ser y ser económicos). Mediante el ejercicio de la primera se realizó la llamada ‘política económica del bienestar’ .

Bledel refiere que ante la nueva orientación reguladora de la economía, se generó una reacción en sentido inverso, en primer lugar de sectores empresarios y luego del campo de las teorías económicas. En estos ámbitos se criticó la nueva situación, sobre todo en lo referente a la redistribución de recursos vía la intervención estatal en la economía, que se vio como el instrumento de liquidación en la práctica de lo que restaba del liberalismo clásico. Desde una posición pragmática, estos sectores propiciaron una vuelta a los postulados del mercado libre con una óptica “ultra”, identificando la libertad económica con el sustento y condición de la libertad privada. En 1947, en Mont Pélérin (Suiza) se formó una sociedad de economía cuyos miembros fundadores proclamaron la creación de un “nuevo liberalismo”, denominación que vino a superponerse con la terminología utilizada por los economistas del movimiento liberal reformista. (Entre los economistas montpelerianos se encontraba Milton Friedman). En momentos en que en el sistema mundial se está dando una revisión y reformulación de estas posturas extremas y se debate acerca de la necesidad de un neokeynesiamismo, que en cierta medida ya estaría implementándose en muchos lugares de Latinoamérica como salida a la crisis regional, es interesante notar este solapamiento.

Otra perspectiva estaría dada por los institucionalistas o neodesarrollistas, entre los cuales Stiglitz tiene un papel representativo. En opinión de este autor, la globalización, tomada en sí misma como un fenómeno que en principio debería potenciar el conjunto de los factores de crecimiento mundial y al interior de las regiones y países, ha tenido sin embargo una multiplicidad de respuestas que lleva a pensar que tiene significados distintos en distintos lugares. Esta diferencia de significados tendría que ver son el manejo de la globalización, o mejor dicho, con el grado de autonomía con respecto a las instituciones internacionales que han promovido la rápida liberalización de los mercados financieros y de capitales, con resultados muchas veces perjudiciales en última instancia para los países que aplicaron estas políticas.

Existe considerable bibliografía que representa aportes de estas corrientes de pensamiento acerca de lo que comúnmente se denomina “globalización” y sus efectos sobre la economía, las políticas públicas y las estrategias de desarrollo e inserción internacional de los países emergentes. En referencia a nuestro trabajo, será útil, dada la relevancia de la variable de la IED en relación con los procesos de mundialización de la economía, hacer una breve referencia a los aspectos positivos y negativos de la globalización en relación con las oportunidades de crecimiento tanto en el nivel mundial como en el regional y local. Este enfoque postula entonces la globalización como un fenómeno objetivo e irreversible pero perfectible en sus propios términos, siempre que se incluya entre estos objetivos de máxima ligados con un criterio de desarrollo global sustentable. Es imprescindible para que tal enfoque tenga sustento valorar la importancia de los aspectos sociales y las valoraciones éticas que deben guiar la aplicación de las políticas económicas en el nivel mundial. El aspecto económico del sistema mundial no puede separarse de sus objetivos políticos (que no tienen por qué ser necesariamente perjudiciales para el conjunto de la humanidad).

1. 4. “FALLOS” DE LA GLOBALIZACIÓN Y NUEVO ORDEN MUNDIAL

En principio puede decirse que como consecuencia de la progresiva remoción de barreras comerciales que protegían condiciones de competitividad para muchos países en desarrollo ya incorporados a diversas fases de la industrialización, la globalización condujo a un gran crecimiento del comercio mundial. En el caso de las IED, esta se ha incrementado extraordinariamente en el contexto global en el periodo que estudiamos, se ha verificado, que bajo determinadas condiciones puede proporcionar importantes beneficios a los países receptores. Sin embargo, el hecho de que la IED creciera más que el comercio mundial, hizo que las empresas multinacionales profundizaran la influencia sobre la formulación de políticas públicas en los países emergentes.

Tal como señalan algunos autores , estas corporaciones se trasformarían en promotoras del “desarrollo”, en algunos casos, según las regiones del mundo, cuando transfieren capitales y tecnología para crear nuevos emprendimientos (industriales, extractivos de productos básicos o energéticos), que generan empleos. Pero simultáneamente pueden resultar inhibidoras del crecimiento para un gran número de países cuando cierran o trasladan determinados complejos (industriales o extractivos) hacia otros países. Estas dos alternativas son posibles al concentrar las corporaciones los flujos de capital y de comercio. Al mismo tiempo, el papel que pasan a jugar las nuevas tecnologías, en especial relacionadas con telecomunicaciones (transportes e información tecnológica) en la expansión de las transacciones hace de esta etapa de la economía mundial un complejo entramado de oportunidades, desafíos y riesgos para los países en desarrollo. En tal contexto, se produjo una cada vez mayor transferencia de poder desde el Estado hacia el sector privado, en coincidencia con el señalado agotamiento del modelo desarrollista que tuvo su auge hasta comienzo de los 70.

Stiglitz señala que las últimas reuniones en el ya mencionado Foro Económico que se realizó en Davos en el 2004 se comenzó a percibir un cambio drástico en el modo en que los mismos detentadores del poder global observan el proceso actual. Dice Stiglitz al respecto que “la mayoría de los participantes cuestionaban que la globalización estuviera produciendo los frutos prometidos, al menos para muchas personas procedentes de los países más pobres. Éstas se habían visto castigadas por la inestabilidad económica que marcó el fin del siglo XX y se preguntaban si los países desarrollados iban a ser capaces de hacer frente a las consecuencias”. El economista observa que este cambio es un claro ejemplo de la transformación masiva que se ha operado en la forma de pensar acerca de la globalización en los últimos cinco años en todo el mundo. “En la década de 1990 el debate se centró en las virtudes de la apertura de los mercados internacionales. En los primeros años del milenio, se centraba en la reducción de la pobreza, los derechos humanos y la necesidad de acuerdos comerciales más justos .

Este contexto no puede entenderse sin reponer la consideración sobre los intereses en juego y el peso relativo de los actores que participan de este proceso en el marco de una reconfiguración del orden mundial. Este punto de vista, que tal como lo señalaba Ferrer en el punto anterior debe sumar la perspectiva política a la meramente económica, lleva el debate sobre los aciertos y las fallas de la globalización al terreno de las causas de los problemas, ya que los síntomas suscitan en principio un punto de acuerdo sobre el hecho de que “algo debe cambiar” en el modo de gestionar la globalización. Stiglitz ejemplifica la situación con una referencia a las discusiones sobre el sistema financiero global en Davos:

En todo el mundo, los países que han abierto sus sectores bancarios a los grandes bancos internacionales se han dado cuenta de que éstos prefieren negociar con otras multinacionales como Coca-Cola, IBM y Microsoft. Aunque la competencia que se establecía entre la banca internacional y la banca local fuera esta última la que a menudo aparecía como perdedora, las verdaderas perdedoras eran las pequeñas empresas locales que dependían de ella. El desconcierto de algunos asistentes, convencidos de que la presencia de los bancos internacionales sería sin duda buena para todos, demostraba que estos hombres de negocios habían prestado poca atención a quejas similares por parte de Argentina y México, que vieron cómo los préstamos a compañías locales desaparecieron por completo cuando muchos de sus bancos se vieron sustituidos por bancos extranjeros en la década de 1990 .

Así, los representantes de los países desarrollados, de acuerdo con el pensamiento ortodoxo o neoliberal ponen el énfasis en las “reformas pendientes” por parte de los países en vías de desarrollo, que incluyen terminar con la corrupción endógena, liberalizar sus mercados y profundizar los procesos de apertura; quienes cuestionan la globalización, ponen el acento en las asimetrías a que deben enfrentarse los países en desarrollo en el proceso de implementación de esas medidas cuya profundización debería en principio beneficiarlos.

Stiglitz se refiere a “las dos caras de la globalización” para graficar la polarización en el contexto internacional los modos de concebir soluciones para los problemas que se suscitan en esta etapa de la economía mundial. El economista aduce que si bien la globalización se recibió con “euforia” en su momento de mayor propagación, cuando los flujos de capitales hacia los países en desarrollo se multiplicaron por seis en seis años, entre 1990 y 1996, creándose la ilusión de que la globalización aportaría a todos una “prosperidad sin precedentes”, la realidad era que mientras en el plano internacional y hacia el interior de los países muchos sectores se enriquecían, otros se volvían simétricamente mucho más pobres merced a ese flujo creciente de bienes y servicios, capital y trabajo. Stiglitz afirma que la globalización posee en efecto un enorme potencial de beneficios tanto para los países desarrollados como para el mundo en desarrollo, pero que a la vez existen pruebas concluyentes de que no ha actuado de acuerdo con este potencial.

La cuestión pasa a ser entonces ubicar al “sujeto” de esa acción, ya que la globalización en sí misma es un proceso, no una entidad. Al respecto Stiglitz responde de modo concluyente: “Ha sido la economía la que ha guiado a la globalización, sobre todo a través de la reducción de los costos de comunicación y transporte. Pero la política la ha conformado. Los países desarrollados –y en especial intereses particulares dentro de estos países- son los que han dictado en gran medida las reglas del juego, y por eso no hay que sorprenderse de que hayan conformado la globalización de acuerdo con sus propios intereses ”.

La preocupación que surge en Davos y otros foros internacionales es entonces cómo hacer que un sistema global que de hecho funciona para “crear riqueza”, sea además social y políticamente sustentable. Stiglitz cita un informe emitido en 2004 por la Comisión Mundial sobre las Dimensiones Sociales de la Globalización (creada en 2001 por la Organización Internacional del Trabajo):

El proceso actual de globalización está provocando unos resultados desequilibrados, tanto entre países como dentro de los mismos. Se crea riqueza, pero hay demasiados países y personas que no comparten sus beneficios. Además, su voz se oye poco o nada en lo que hace a la configuración del proceso. Desde el punto de vista de la mayoría de las mujeres y hombres, la globalización no ha alcanzado sus aspiraciones simples y legítimas de puestos de trabajo dignos y un futuro mejor para sus hijos. Muchos de ellos viven en el limbo de la economía informal sin derechos legales y en países pobres donde subsisten de manera precaria en los márgenes de la economía global. Incluso en países donde prima el éxito económico, algunos trabajadores y comunidades se han visto afectados en forma adversa por la globalización. Mientras la revolución de las comunicaciones globales aumenta la conciencia de estas disparidades (…) estos desequilibrios globales son moralmente inaceptables y políticamente insostenibles .

Los números que arrojaba ese documento avalan estas conclusiones: a partir de un estudio que abarcó 73 países, se verificó que en todas las regiones del planeta, salvo en el Sur de Asia, Estados Unidos y la Unión Europea (UE), las tasas de desempleo aumentaron entre 1990 y 1992. En 2004 el desempleo global alcanzaba un nuevo nivel de 185.9 millones de personas. El 59% de la población mundial vivía en países con desigualdad creciente y sólo el 5% en países con desigualdad en retroceso. Al interior de los países más desarrollados, los ricos se hacían más ricos y los pobres muchas veces no podían mantener siquiera su nivel de renta .

Un estudio de la Universidad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que se dio a conocer en diciembre de 2006 informa que el dos por ciento de la población mundial posee más de la mitad de la riqueza global, incluyendo propiedades y activos financieros. El análisis, que es el primero en su tipo al cubrir todos los países del mundo y los principales componentes de riqueza del hogar, incluyendo activos y pasivos financieros, tierra, edificios y propiedades tangibles, señala que la riqueza está concentrada en Norteamérica, Europa y las naciones de altos ingresos en el área de Asia – Pacífico, cuyos habitantes acaparan colectivamente el 90 % del total .

El estudio también reporta que el 1 % de adultos más ricos posee el 40 % de los activos globales (año 2000) y que el 10 % de los adultos cuenta con el 85% del total mundial. En contraste, la mitad más pobre de la población adulta del mundo sólo es dueña del 1% de la riqueza global .

También se relevaron los niveles de riqueza por países y regiones. La riqueza per capita en los Estados Unidos promedió US$ 144,000 y US$ 181,000 en Japón. Entre los países en vías de desarrollo, India por ejemplo posee activos per capita de US$ 1,100 e Indonesia de US$ 1,400. La riqueza está sumamente concentrada en Norteamérica, Europa y los países de altos ingresos en el área de Asia-Pacífico. La población de estas naciones posee colectivamente 90 % de la riqueza total global. El estudio revela que la riqueza está distribuida de manera más desigual que el ingreso entre países. Los países de altos ingresos tienden a poseer una ración superior en riqueza mundial que en el PIB mundial. La concentración de riqueza en los países varía significativamente, pero es en general alta. La participación del 10% superior oscila entre 40% en China a 70% en los Estados Unidos, y es aun más alta en otros países. El valor del coeficiente Gini es de 35% a 45% para la desigualdad del ingreso en la mayoría de los países. En cambio, para la inequidad de la riqueza el rango es de 65% a 75%, y en algunos casos supera 80%. La inequidad de riqueza para el mundo es incluso más alta. El estudio afirma que el Gini de riqueza global para adultos es de 89%. (el mismo grado de inequidad se obtiene si una persona en un grupo de diez toma el 99% de la torta mientras que las otras nueve comparten el 1% restante.

Una situación análoga se percibe respecto de la concentración corporativa en el nivel mundial. Según la firma de análisis de mercados canadiense Thomson Financial , el valor total de las fusiones y adquisiciones empresariales en el 2006 alcanzó los 3.79 billones (millones de millones) de dólares estadounidenses en el nivel global, lo cual significó un aumento de 38% sobre este tipo de operaciones en 2005.

En la década de 1990 al 2000, el ritmo de fusiones y adquisiciones se aceleró en forma nunca antes vista, comenzando 1990 con un valor total de 462 miles de millones y cerrando en el año 2000, con un increíble pico de 3.5 billones de dólares; multiplicando así 7.5 veces el valor inicial. En esa década ocurrieron las compras y fusiones entre grandes petroleras (Chevron+Texaco, Exxon + Mobil Oil, BP + Amoco, Total+Petrofina+Elf), que significaron un importante porcentaje del volumen total de este tipo de operaciones. Fue superado sin embargo por el volumen combinado de compras entre las empresas de telecomunicaciones y de alta tecnología, responsables del pico del año 2000.

El nuevo récord de 2006 supera el nivel del año 2000. Aunque los analistas indican que esta vez el volumen está repartido entre más industrias, nuevamente se encuentran entre los actores principales al sector de telecomunicaciones ¬con la compra de la empresa BellSouth por parte de AT&T¬ y el sector de alta tecnología (computación, Internet y electrónica), seguido ahora por el sector de las llamadas industrias "de la vida" (biotecnología).

Todo esto significa que las empresas en el nivel mundial son cada vez menos pero cada vez más grandes, con mayor poder para imponer sus condiciones en el mercado, y además para determinar condiciones laborales o desempleo y ejercer su poder de lobby sobre instituciones internacionales para lograr las normas y legislaciones que consideren necesarias.

Este fenómeno es el que ha determinado que en el último Foro Económico realizado en Davos en enero de 2007, donde se reunieron los más altos referentes de la economía mundial, los temas principales del debate hayan sido (junto los recursos energéticos y el daño al medio ambiente) la desigualdad que arroja el proceso de globalización, hacia el interior de los países más ricos y en mayor medida para los países emergentes y los más empobrecidos.

Observa Stiglitz: “En resumen, puede que la globalización haya ayudado a a algunos países -quizá haya aumentado su PIB, la suma total de los bienes y servicios producidos-, pero no ha ayudado a la mayoría de la población, ni siquiera en estos países. Lo que preocupa es que la globalización pueda estar creando países ricos con población pobre” .

En vista de esta situación, el economista da cuenta de los puntos en que el sistema económico global está siendo cuestionado por sus oponentes en el nivel mundial, subrayando que quienes no están conformes con la globalización no plantean objeciones al acceso más amplio a mercados globales o la difusión del conocimiento global (lo cual permite en teoría que el mundo en desarrollo pueda aprovechar los descubrimientos e innovaciones de los países desarrollados).

Stiglitz resume estas inquietudes en cinco ítems: - las reglas del juego que gobiernan la globalización son injustas, ya que se diseñaron para beneficiar principalmente a los países avanzados; - la globalización prioriza los valores materiales por sobre otros valores, como el medio ambiente o la vida; - el modo en que se ha gestionado la globalización comporta para muchos países algún grado de pérdida de la soberanía; - el beneficio económico de la globalización es sumamente desigual, tanto en el contexto internacional como hacia el interior de los países; - el sistema económico que se ha impuesto o buscado imponer a los países en vías de desarrollo es inadecuado y a menudo muy perjudicial (en este punto se destaca el predominio de la ortodoxia económica liberal, impulsada sobre todo por los Estados Unidos); - el sistema no hace lo suficiente para revertir la pobreza mundial (el crecimiento demográfico supera al crecimiento económico).

Estas “fallas” de la globalización son inherentes, entonces, a cómo se plantea el sistema de poder económico en el contexto global, y es en el plano de la estructura de funcionamiento del sistema global que debe buscarse principalmente el origen de las asimetrías.

1.5 RECONFIGURACIÓN DEL SISTEMA MUNDIAL

En coincidencia con los datos de distribución de la riqueza que expusimos en el apartado anterior, Joseph Stiglitz condiciona el funcionamiento de la globalización a la posibilidad de que se integre en sus beneficios económicos el 80 % de la población mundial que hoy vive en países en vías de desarrollo, caracterizados por bajos niveles de renta, altas tasas de desempleo, con bajos niveles de seguridad social y educación. “Conseguir que la globalización funcione de manera que enriquezca a todo el mundo requiere que funcione para la población de estos países” . Aclara que no basta para un país en vías de desarrollo abrir su economía para recoger los frutos de la globalización, ya que un aumento en términos de PIB no implica crecimiento sostenible, y en caso de que exista el crecimiento, no será necesariamente “desarrollo”, ya que éste es “un proceso que implica todos los aspectos de la sociedad, que precisa del esfuerzo de todos: mercados, gobiernos, ONG, cooperativas e instituciones sin fines de lucro”.

Este paso del “crecimiento” (en términos de PIB) al desarrollo sostenible en términos de valor agregado al trabajo, lo que se traduce en empleo, mayor equidad distributiva, consumo social, etc.) pone en el debate acerca del proceso de globalización en el campo del debate sobre las teorías económicas y los valores. El autor afirma

Hace un cuarto de siglo había tres escuelas de pensamiento económico que competían entre sí: capitalismo de libre mercado, comunismo y la economía de mercado controlado. Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín en 1989, las tres se redujeron a dos y el debate se centra ahora sobre todo entre quienes promueven la ideología del libre mercado y quienes atribuyen un papel importante tanto al sector público como al sector privado. Por supuesto, ambas posturas se solapan (…); no obstante, media un abismo entre las diferentes perspectivas .

En términos muy generales el autor identifica las políticas del libre mercado a ultranza con la estrategia del Consenso de Washington para el crecimiento económico, centrada sobre todo en la minimización del papel del Estado, la privatización, la liberalización del comercio y del mercado de capitales y la desregulación normativa para los negocios. El estado debía limitarse a mantener en orden la política macroeconómica (en términos de equilibrio fiscal) y la estabilidad de los precios. Stiglitz, como vimos, se cuenta entre quienes sostienen que sin abandonar los lineamientos de la economía de mercado, el Estado debe tener un papel activo tanto para promover el crecimiento económico como para “proteger a los pobres.

El punto que interesa señalar para nuestro análisis es que las políticas que Ferrer llama del “fundamentalismo de mercado”, a pesar de haber caído en el descrédito desde el punto de vista de su resultado en términos de equidad y solución de las crisis cíclicas de los países en desarrollo, han tenido éxito en sus propios términos. Hasta qué punto el triunfo de estas políticas se relaciona con una etapa ya cumplida del proceso global, es algo que debe verificarse, y es importante abordar la cuestión para evaluar posteriormente, desde una perspectiva global, el proceso actual en los países emergentes, y en México en particular. Para ello es necesario situarse en el plano de los cambios en la política planetaria en los últimos 25 años, y ubicar el papel de Estados Unidos como potencia prevaleciente en el periodo dado que este país ha sido el principal impulsor de las políticas ortodoxas.

El politólogo brasileño Helio Jaguaribe se anticipó a este problema en el principio de este siglo, tomando el concepto de multipolaridad global para confrontarlo desde una perspectiva política:

Los Estados Unidos, convertidos en única superpotencia después de la disgregación de la Unión Soviética en 1991, se encuentran en una situación muy especial que Samuel Huntington, acertadamente, designó ‘unimultipolaridad’. Tal situación resulta del hecho de que tanto condiciones internas como externas impiden que la incontrastada supremacía mundial americana en lo militar y en lo económico-tecnológico se constituya en una igualmente incontrastable hegemonía mundial. Los Estados Unidos disponen de una hegemonía relativa, tendiente a una supremacía mundial sometida a condiciones restrictivas, tanto de orden interno como internacional. O sea, disponen de un régimen de relativa ‘unipolaridad’ cuyo ejercicio es restringido, internamente, por constreñimientos político-institucionales y socioculturales, y en el ámbito internacional, o ‘multipolarmente’, por resistencias provenientes tanto de las potencias amigas como de las no tan amigas. Tales resistencias se revelan eficaces en la medida en que, dados los constreñimientos internos que limitan los márgenes de acción unilateral de los Estados Unidos, éstos no están en condiciones de ignorar esas resistencias ni de suprimirlas coercitivamente .

Jaguaribe opinaba que como democracia de masas, los Estados Unidos son regulados por instituciones incompatibles con el ejercicio de un imperialismo ostensivo. Por su parte el autor señala que las potencias “amigas”, como las de Europa, y las “no tan amigas”, como China, Rusia, Irán y otras, objetan las intervenciones militares unilaterales por parte de los Estados Unidos y exigen que se lleven a cabo bajo expreso mandato de las Naciones Unidas o, en el caso de los europeos, por lo menos de la Alianza Atlántica. De aquí que Huntington se refiera a la vigencia de un régimen de ‘unimultipolaridad’ en el ámbito internacional.

En un contexto donde el poder de los Estados Unidos tiene un peso decisivo a la hora de definir políticas globales, el proceso económico aparece también marcado por la impronta de las necesidades de esa potencia. Sigue Jaguaribe:

Como ocurrió con las precedentes ondas del proceso de globalización, la actual se caracteriza también por una fuerte concentración en las relaciones centro-periferia. Las grandes civilizaciones orientales, como las de India y China, ostentaban, en la era de los descubrimientos marítimos, un nivel de civilización algo superior al occidental. Sin embargo, la revolución mercantil aseguró a los europeos superioridad en la navegación de largo curso y en los procesos de coordinación de la oferta de producción artesanal, de modo que la economía occidental obtuvo una ventaja proporcional de 2 a 1. Esa ventaja se amplió hasta un 10 a 1 con la Revolución Industrial, y bajo la presente revolución tecnológica ya es de 60 a 1.

Las empresas multinacionales norteamericanas, junto con algunas europeas y japonesas, disponen de una extraordinaria superioridad respecto de las empresas convencionales del resto del mundo. Tal superioridad reside, en parte, en la detención de innovaciones tecnológicas no accesibles para otros países. También en la gran ventaja de constituir economías de escala, lo cual implica regímenes más eficientes de administración, fácil acceso a amplísimos mercados de capitales y a no menos amplias fuentes de financiamiento a bajo costo. Por fin, el control de un régimen privilegiado de comercio internacional les asegura en forma definitiva esta superioridad .

Sin embargo, Jaguaribe destaca que el principio del “libre comercio” sostenido con tanta vehemencia por los Estados Unidos y por las teorías del neoliberalismo, ha sido completamente sobrepasado, en la práctica, por la “red de las multinacionales”. Con estas premisas el autor llega a una observación que vale la pena tener en cuenta: “En realidad, estamos ingresando en la era del fin de la libertad de comercio: más de 1/3 de las exportaciones norteamericanas y 2/5 de sus importaciones se procesan a través de transacciones entre matrices y filiales de aquellas empresas. Transacciones que no derivan de aplicar principios como la optimización de las relaciones costo-calidad y sí de privilegiar los intereses de estas empresas, decididas a retener en sus redes las propias operaciones ”.

Ésta sería una de las principales razones por las cuales el comercio internacional de muchos países en desarrollo queda restringido a la exportación de “commodities”, mercancías de bajo precio y demanda con crecimiento reducido. Concluye Jaguaribe: El riesgo es que el resultado final del proceso de globalización consista, para la mayor parte de los países del mundo, en la práctica eliminación de su soberanía y su reducción a segmentos anónimos del mercado internacional, dirigidos externamente por las grandes multinacionales y potencias con jurisdicción sobre sus respectivas matrices.

Hay hipótesis que señalan que de que la fase “neoliberal”, “fundamentalista” de mercado u “ortodoxa” de la economía propiciada por la principal potencia mundial y los países industrializados (debe dejarse, por prudencia, fuera a China, como veremos), lo que concuerda con la idea de que tal agotamiento se debe a su éxito, no a su fracaso, en la medida en que ha logrado los objetivos económicos que se propuso a favor de una determinada “pauta distributiva”:

Cuando a fines de los años ’80 nos visitaban los teóricos de la Escuela Francesa de la Regulación nos decían que la tasa de ganancia ya daba signos de recomposición; lo que no encontraban, por falta de la necesaria demanda solvente, era la forma de realizarla. Hoy la demanda se ha recompuesto en gran parte -la recuperación de los mercados del ex “bloque socialista” y de China son es más que decisiva en este proceso- y esto se ha traducido en fuertes incrementos de la masa global de ganancias, y como es de suponer, en incremento de la tasa de inversiones .

Lucita observa que en coincidencia con este “agotamiento” de las políticas del libre mercado el capital productivo ha comenzado a recuperar espacios frente al financiero:

Estos cambios son mucho más notables en los países centrales que en los periféricos, aunque en éstos también se comienzan a percibir, y se ven nítidamente en los Estados Unidos, la mayor economía del mundo. En los ’80 y parte de los ’90 la función del capital financiero hacia las ganancias de las empresas no financieras era del orden del 35%; en la actualidad es del 20%, pero en los momentos de alza rápida del Ciclo no alcanza a superar el 10%.

De acuerdo con este punto de vista, el proceso de globalización que se inicia en los ’80 se corresponde en lo político con la implosión de la URSS y la caída del Muro de Berlín, cuando se genera una nueva matriz de relaciones internacionales de interdependencia creciente entre los países y la conformación de bloques económicos regionales –Unión Europea, Cafta, MERCOSUR, Asean, TLCAN- y en el campo de la lógica económica se define esencialmente por la aplicación generalizada de la tecnología de la información al campo productivo.

Según el economista mexicano Juan Torres López, esto comporta un espacio económico radicalmente distinto en la era industrial precedente al sustituirse el régimen de producción en masa por otro basado sobre la versatilidad, la flexibilización y la fragmentación. Es interesante el modo en que este autor vincula este proceso con los fundamentos de la globalización, tanto en el aspecto productivo como el financiero: El cambio de la base tecnológica del sistema y la conformación de todo un nuevo orden productivo requería financiación privilegiada, la mayor libertad de actuación posible, nuevos espacios sociales de relocalización, libertad de movimientos, y sobre todo, las menores ataduras posibles con el régimen de uso de factores hasta entonces existente .

Es interesante esta lectura del proceso para abordar desde una perspectiva integradora el análisis de uno de los principales factores económicos que incidieron de modo decisivo en la evolución de los países en desarrollo en los ’90, las crisis con que se vieron confrontados y los cambios económicos y políticos que dieron lugar a la actual etapa.

Tomando al análisis de Sánchez Daza , que evalúa el impacto de la IED en el nivel mundial y sus determinantes en relación con la globalización, puede concluirse que las naciones que han manejado la globalización con cierto grado de autonomía y flexibilidad, como las del este de Asia, han logrado en términos generales obtener beneficios considerables. Estos países pudieron controlar relativamente los términos de su participación en la economía global (esto no es contradictorio con las crisis en que cayeron, sino que deben leerse aquellas en el contexto que venimos exponiendo sobre los riesgos del sistema global). Las naciones que han subordinado su inserción global a las políticas dictadas por los organismos internacionales no han obtenido buenos resultados, tal es el caso de Tailandia, Malasia, Indonesia, Rusia y Argentina. México con la crisis económica de 1994 es otro de los países que pueden servir de referencia, pero que gracias a las exportaciones hacia Estados Unidos, favorecidas en ese entonces por el boom económico estadounidense y el TLCAN pudo sortear con relativo éxito dicha crisis, la que por cierto tuvo su origen en la aplicación de políticas económicas impuestas por el Fondo Monetario Internacional.

En consecuencia, los beneficios potenciales de la IED sobre los países receptores dependen fundamentalmente de la administración y de las políticas que estos últimos pongan en práctica en relación con aquellas corrientes de inversión foráneas.


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