ENCUENTROS ACADÉMICOS INTERNACIONALES
organizados y realizados íntegramente a través de Internet

HISTORIA Y RELACIONES INTERNACIONALES: ORÍGENES, FORMAS Y TENDENCIAS DE UNA COMPLEJA VINCULACIÓN

David Molina Rabadán
Universidad de Cádiz
david.molina@uca.es

 

ENCUENTRO INTERNACIONAL SOBRE
Historia y Ciencias Sociales
Simposio Historia en perspectiva de género
del 6 al 24 de mayo de 2007

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Resumen: La vinculación entre la Historia y las Relaciones Internacionales ha sido de una naturaleza compleja y cambiante a lo largo de los casi noventa años que llevan coexistiendo. Los intentos de la segunda por reforzar su identidad y desarrollar su potencial epistemológico sin las ataduras impuestas por una de sus fuentes primigenias, la Historia diplomática, y el purismo de la primera ante cualquier intento de aproximación prescriptiva y pragmática a la realidad así como de generalización abstracta, conllevaron a que el diálogo haya sido superficial y cada vez con menor sustancia. Esta ponencia tratará de ilustrar los por qué de esta situación, los posibles puntos de convergencia y bajo qué ideas se podría presentar una entente si no cordial, sí estratégica, entre ambas disciplinas en sus respectivas agendas futuras de investigación.

Palabras clave: Historia, Relaciones Internacionales, metodología de las ciencias sociales, realismo, paradigma, sistema internacional.


INTRODUCCIÓN

Decía el matemático y filósofo Alfred North Whitehead que una disciplina que olvida a sus fundadores está perdida. En el caso concreto de las Relaciones Internacionales (a partir de ahora, RI), más que de personajes concretos habría que hacer referencia a disciplinas o campos del conocimiento concretos, como el Derecho Internacional o la Historia/Historia Diplomática.

Sin ánimo de pretender establecer una causación con respecto a la idea subyacente en el anterior párrafo (pero sí una correlación), lo cierto es que la percepción del estado de las Relaciones Internacionales se encuentra en la actualidad dominada por dos visiones respecto a ella que ayudan a describir un panorama nada halagüeño.

a) La primera de ellas es confusión. Tal y como ha resumido de manera gráfica y culinaria Kal Holsti: “en los años veinte y treinta [del siglo XX] los chefs de las relaciones internacionales estaban de acuerdo sobre lo que había qué estudiar y cómo hacerlo; discrepaban respecto de la finalidad del estudio. En los cincuenta y sesenta, estaban de acuerdo sobre los temas a estudiar y el objetivo del estudio, pero libraron amargas batallas en torno a cómo cocinarlo. Actualmente, parece que discrepan en todo: finalidad, sustancia y método. En consecuencia, el menú se ha ampliado enormemente, pero ello no es necesariamente síntoma de progreso” .

Esto puede deberse a varios motivos. El primero de ellos es la progresiva ampliación de los focos de estudio, análisis e interpretación de las RI, que de concentrarse en Estados Unidos de forma casi exclusiva ahora cuentan con una mayor representación del resto del mundo, lo que supone cambios en la sensibilidad, métodos de trabajo, tradiciones, relación con la sociedad… y por tanto, de la propia naturaleza de la disciplina .

En segundo lugar, la principal corriente teórica que desde los años setenta había dominado las RI, el neorrealismo de Kenneth N. Waltz , ha pasado por su “pico hegemónico”, iniciándose una fase si no de declive sí de inquietud por explorar nuevos horizontes, entre los que se podría nombrar como más relevantes y de mayor interés al constructivismo, la teoría crítica, el feminismo y el posmodernismo .

Por tanto, un nuevo período de guerra civil se ha abierto (al menos a nivel metodológico). K. Holsti no iba muy desencaminado al bautizar a las RI como la “ciencia divisora” . Los constantes giros metodológicos (politológico, sociológico, etc.) y la tradición de grandes debates (el primero entre realistas e idealistas; el segundo entre tradicionalistas y behavioristas –o cientificistas-; el tercero, el debate inter-paradigmático, que dividió a la comunidad de internacionalistas entre quienes defendían una visión estatocéntrica, globalista y estructuralista y finalmente el cuarto, que opone a racionalistas y reflectivistas) son las señas de identidad de esta disciplina. De la “tiranía realista” se ha pasado al melting pot .

Si bien pueden considerarse los enfrentamientos dialécticos de base teórica como una muestra de vitalidad y capacidad de regeneración, el balance definitivo de todas estas discusiones ha sido descrito de forma muy gráfica por R. M. A. Crawford: en los años ochenta, las RI, al igual que el Titanic, chocaron con un iceberg. Sus pasajeros (en este caso, académicos), intentaron e intentan diversas respuestas pero lo cierto es que el basamento científico de todo este edifico epistemológico se hunde “en las oscuras e insondables profundidades del relativismo teórico” .

Desde 1919 , las RI han recorrido un largo camino. Pero por otro lado, la obsesión por reinventarse constantemente y su actitud esquiva con respecto a acumular conocimiento y experiencias previas, ha hecho que parezca que todavía estén luchando con premisas y planteamientos iniciales. El estudio de la política internacional muestra una naturaleza ambivalente: durante años ha tenido fama de ser una de las ciencias sociales con menor capacidad de autocrítica y reflexión sobre sí misma, como asegura Yosef Lapid . Pero a día de hoy, se ve envuelta en un proceso de autoexamen intenso y profundo, que en cierta forma le hace dejar a un lado el análisis de los numerosos problemas que afectan a la humanidad.

b) La segunda de las visiones que arrojan sombras sobre el status actual de las RI es la del manierismo. Se está produciendo una complejización, densificación, del entramado teórico de la disciplina pero a partir de unos límites bien definidos. Las presuntas novedades se corresponden con variaciones, reenfoques de temas anteriormente tratados. Por tanto, se afronta una grave crisis de originalidad. No hay ideas que hagan pensar out of the box sino invitaciones a seguir danzando en círculo sobre los fuegos de campamento ya conocidos.

Puede que haya cambios en cuanto al uso de fuentes hasta ahora desconocidas o de nuevas formulaciones del discurso pero en conexión con lo visto más arriba, parece que a las RI les falta tanto memoria como el convencimiento de que son un objeto histórico (sentido de su propia historia, como sostiene Brian Schmidt) que ha de ser analizado y sometido a revisión. De esta forma, se librarían de “mitos” que les conducen a descubrir Mediterráneos una y otra vez.

Actualmente, las RI no son únicamente el estudio de las relaciones de fuerza entre los Estados y sus gobiernos. Los factores clásicos relativos al poder de las unidades políticas (que ya no son únicamente las entidades estatales), deben apoyarse en factores de organización de un sistema global que produce decisiones, reglas y pautas para todos sus miembros. La conciencia de vivir en una esfera social común (con la comprensión de que compartimos un único y general medioambiente y que nos encontramos embarcados en un mundo altamente interconectado) ha supuesto un salto cualitativo para las RI, un desafío al que todavía está intentando encontrar respuesta. Es lógico que en un mundo lleno de incertidumbres, esta sensación de indefinición se extienda también a los estudios que pretendan analizarlo.

Las consecuencias del influjo de la realidad a observar sobre los investigadores y sus marcos teóricos no se limitan a la configuración de un “espacio fluido” y al establecimiento de un estado general de desconcierto. Para empezar , las RI ya no podrán responder al esquema dual y jerárquico típico del sistema bipolar de la Guerra Fría (nosotros/ellos-amigo/enemigo-capitalismo/socialismo) en el que los Estados Unidos de América eran la pieza angular de toda labor analítica. El más profundo pluralismo en cuanto a los agentes participantes, objetos a investigar, enfoques…, de la realidad internacional se constituye en un rasgo característico del a disciplina a comienzos del siglo XXI. Junto a ello, el paradigma estatocéntrico pierde progresivamente protagonismo o más bien, se redefine su rol y relevancia de acuerdo a unos criterios más objetivos y acordes con el entorno inmediato. El Estado es un actor más que ha de compartir escena con otros. Y finalmente, fruto del sistema multipolar que está emergiendo en la arena mundial (a pesar de que entre la opinión pública planetaria se crea que corren tiempos de “momentos unipolares” e “hiperpotencia” ) y de las características específicas de la actual fase del proceso globalizador, los análisis han de estar enfocados de la forma más amplia posible, sin centrarse de forma exclusiva en una única dimensión o agente.

La dinámica de la evolución de las RI se articula, según Fred Halliday, en torno a tres círculos concéntricos, de mayor a menor importancia . El primero correspondería a las discusiones y debates que se dan dentro de la propia disciplina en relación a los marcos teóricos defendidos. El segundo tiene que ver con el impacto que los acontecimientos del mundo (I Guerra Mundial, comienzo de la Guerra Fría, fin del conflicto bipolar, 11-S) han tenido en los procesos de reflexión sobre cómo las RI han de enfocar y explicar las realidades internacionales. Finalmente, estaría la influencia de nuevas ideas provenientes de otras ciencias sociales, especialmente la ciencia política y la sociología.

A la vista del esquema expuesto en el anterior párrafo, estos estudios han sufrido de un intenso autismo durante la mayor parte de su historia La falta de una comunicación fluida e intensa con el entorno social y académico se ha constituido en un lastre. Si durante los años de Guerra Fría este aislamiento pudo servir como defensa ante intrusiones indeseables, apoyándose en el carácter estratégico de esta disciplina (que no debía ser distraída con reflexiones teóricas extrañas al objetivo supremo de la supervivencia y hegemonía en el sistema internacional), la ruptura de los diques de contención de la realidad mundial que supuso la caída del Muro de Berlín, llevó a que las RI hayan debido recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido.

Analizar la evolución de las RI desde una perspectiva a largo plazo puede vacunarnos contra las opiniones de quienes han vaticinado el final de esta disciplina. Si permaneciésemos estancados en una visión restringida de las RI que no tenga en cuenta los avances acaecidos en las últimas décadas, entonces sí podríamos afirmar que la aceleración de la dinámica globalizadora, con la consiguiente fusión de los ámbitos nacionales e internacionales y el que la guerra, uno de los problemas fundamentales del juego internacional, ya no sea un asunto sólo de Estados, dan como resultado que las RI pierdan su espacio propio de reflexión y queden a la deriva .

La Historia parece que se haya en una situación parecida, con una crisis de identidad, la confrontación de paradigmas, la pérdida de confianza en el futuro de la disciplina, la disolución en especialidades cada vez más enfrentadas entre sí y con menos en común y sí con otras ciencias humanas…

Sin embargo, el recorrido de esta crisis es largo en el caso historiográfico y con un campo de estudios mucho más asentado, tanto en antigüedad como en visibilidad social. Además, los últimos acontecimientos han echado por tierra las predicciones de los agoreros del “final de la Historia”. Puede que haya disputas en cuanto a los métodos y la rigurosidad científica de los mismos pero no en que vaya a existir una escasez de “materia prima”.

Los problemas a los que se enfrenta la historiografía hoy son en parte resultado de la vertiginosa expansión del a ciencia historiográfica. Explorando nuevos campos, trazando fronteras cuyos límites se han ampliado hasta colindar con los de otras ciencias sociales (y también naturales), el historiador como pionero que se adentra en territorios desconocidos, va a encontrarse con grandes problemas de definición, tanto de lo que ha hallado como de lo que ha dejado atrás. Las visiones dicotómicas pasan a ser sustituidas por otras de carácter más sistémico y que den cuenta de un mayor número de variables, lo que aumenta la complejidad de las lecturas que se puedan realizar y la diversidad de las mismas .

La historiografía también ha experimentado grandes transformaciones . En primer lugar, ahora todo (o casi todo), tiene una historia: cualquier actividad, sentimiento, institución humana u otro elemento del paisaje histórico van a ser objetivo de la investigación histórica. El estudio de los acontecimientos se combina con el de las estructuras y las nuevas formas de narración se presentan desde una óptica de abajo-arriba que privilegia a las “gentes sin historia” frente a las elites de los relatos tradicionales. Para ello, nuevas fuentes (no sólo el documento oficial, sino los testimonios orales o la iconografía) se utilizan a la búsqueda de unas respuestas que ya no se hacen depender de los procesos mentales de ciertos personajes, considerados claves en la Historia. Ésta no es vista como la historia de los héroes, sino como el resultado de la confluencia de factores estructurales, coyunturales y evenemenciales. El análisis de todos estos implica que el historiador haya de transitar por territorios de transdisciplinariedad y que su labor no sea calificada de puramente objetiva, sino como un objeto histórico más al que también hay que analizar.

La Historia y las Relaciones Internacionales, por tanto, tienen ante sí un futuro tanto complicado como esperanzador. Los retos metodológicos a los que se enfrentan no deben hacer olvidar las promesas de desarrollo y expansión de sus instrumentos y marcos de análisis que una realidad tan convulsa como interesante ofrece a los investigadores de todo hecho humano. Pero antes deberán resolverse los problemas que persisten en el diálogo entre ambas disciplinas y que se tratarán en el siguiente apartado.


1. RELACIONES INTERNACIONALES E HISTORIA: ¿MOTIVOS PARA UN DIVORCIO?

Como se afirmó en la Introducción, las RI en sus orígenes beben del Derecho Internacional y de la Historia Diplomática. Este hecho parece que ha llevado a esta disciplina a buscar cierto distanciamiento del discurso historiográfico como medio de reforzamiento de su propia identidad .

A este factor habría que sumar la evolución de la escena internacional y del panorama de las ciencias sociales en Estados Unidos, país clave a la hora de entender el desarrollo de las RI. Si durante el período de entreguerras, la estrategia militar y los factores hard del poder eran excluidos de las investigaciones de los estudiosos internacionales para no violar el espíritu pacifista y de consenso emanado del Pacto Briand-Kellogg (lo que daba la preeminencia absoluta a un enfoque jurídico de las relaciones internacionales, abordando con insistencia los problemas de organización internacional y de los instrumentos –tratados, entidades de arbitraje, etc.- para ello) , la Segunda Guerra Mundial, el despertar como superpotencia de los USA y el enfrentamiento con la URSS, hizo que las ciencias políticas constituyesen el siguiente giro metodólogico en las RI.

El establecimiento de las Relaciones Internacionales como ciencia social se ha de fijar en fechas relativamente recientes: los años treinta del siglo XX con la labor de Q. Wright en la Universidad de Chicago, en estrecha consonancia con el desarrollo de la politología en los Estados y sus esfuerzos, de la mano de Francis Lieber y Theodor Woolsey, de construir una teoría del Estado que explicara su comportamiento en la interacción con otras entidades soberanas . Incluso hasta los años sesenta estaba vivo el debate entre quienes defendían una aproximación científica a las relaciones internacionales frente a quienes optaban por un análisis desde una óptica humanística (basada en el derecho, la filosofía o la historia) .

A partir de entonces, el reloj de la relación con la historiografía entre los internacionalistas parece que se paró. Que las RI, como hija emancipada, guardaron un recuerdo borroso e inamovible de su padre. El problema es que la Historia, al igual que las RI, creció y cambió , de acuerdo a los criterios que brevemente se reseñaron en el apartado introductorio, y precisamente a partir de los años cincuenta se experimentó una aceleración de todo este proceso. Pero de ello no se dieron cuenta en la comunidad de estudiosos de lo internacional.

A día de hoy, la Historia es vista pero no escuchada por las RI. Su énfasis, derivado de la ascendencia estadounidense sobre ella, en afirmar que quienes la practican son científicos sociales, hace que se ignore la centralidad de la historia en la explicación de los acontecimientos, hechos y estructuras de carácter social, económico y político y que paradójicamente, tal y como defienden Barry Buzan y Richard Little , esto provoque que las RI sean ignoradas por el resto de las ciencias sociales, que han abierto desde hace tiempo, canales de comunicación más o menos amplios con la historiografía.

Existen tres mitos entre los internacionalistas sobre la disciplina historiográfica. El primero de ellos es que el historiador es un anticuario del pasado: un recolector y conservador de rarezas del pasado cuya única labor es la de describirlas y catalogarlas. El segundo, es el carácter inmutable de la labor de los historiadores. Parece que los debates, giros metodológicos y renovaciones de carácter epistemológico que experimentan las RI sean un patrimonio exclusivo. La comunidad de historiadores también ha vivido cambios intensos en los objetos, métodos y planteamientos de estudio a lo largo de su dilatada trayectoria. Finalmente, estaríamos ante una historia sorda y muda, que no es capaz de relacionarse con el resto de disciplinas de las ciencias humanas y que no acepta de buen grado incorporaciones provenientes de otros campos de estudio (cuando precisamente la “revolución historiográfica francesa” de los Annales supuso todo lo contrario. Y en la actualidad, este proceso transdisciplinar se está abriendo a las ciencias naturales y exactas, como la biología o las matemáticas) .

La importancia de las variables de tiempo y espacio en el análisis de la escena internacional es infravalorada por las RI, que parece han caído presas del “misticismo sincrónico” de la economía y la sociología, donde pasado, presente y futuro se funden en un todo . Los estudios de las RI siguen recurriendo a Tucídides, Hobbes o Guicciardini (y a los tiempos en que vivieron) como fuente de pensamiento para su teoría sin recurrir a una visión analítica e integral del contexto historiográfico y de la influencia que éste pudiera tener.

Los peligros de equiparar el enfrentamiento entre Atenas y Esparta con el de la USA y URSS se verán más adelante pero desgraciadamente para el entendimiento y el crecimiento de ambos campos del conocimiento, sigue siendo una práctica muy extendida.

Los teóricos de las RI han empleado una visión “instrumental” de la historiografía, donde ésta es presentada no como un sujeto epistemológico que puede reprensar el presente y proyectar el futuro a través de la reconstrucción del pasado (sus estructuras, tendencias y hechos), sino como un recurso más para construir (fuente de datos empíricos) y asegurar la validez de las teorías diseñadas a fin de entender la actualidad.
Como dijo Rosecrance: “La Historia es un laboratorio en el que nuestras generalidades sobre la política internacional pueden ser testeadas”. Con esto no sólo se comete una injusticia con respecto al pasado de las relaciones internacionales. También conlleva una problemática visión, explicación y comprensión de los hechos y dinámicas generadas en el presente .

Las RI difieren de la Historia en diversos aspectos. En primer lugar, habría que mencionar una cuestión de nacionalidades. Hablar de estudios sobre las relaciones internacionales es hablar de Estados Unidos. Las RI son una ciencia social “americana”, tal y como la bautizó Stanley Hoffmann en su sugerente artículo de 1977 . Por el contrario, la moderna historiografía debe su nacimiento a Francia. La Escuela de Annales no es sólo un referente teórico sino también en cuanto a cuestiones de organización y poder académico. No cabe entonces dos orígenes más dispares: espacio atlántico frente al continental, tradición empirista frente a la racionalista. Sobre todo, Estados Unidos y Francia representan dos maneras distintas de abordar el hecho de lo social y de cómo transmitirlo.

En Estados Unidos, la historia de la disciplina de las relaciones internacionales en buena parte se inscribe en la del desarrollo de los think tanks y de centros de investigación universitarios ad hoc, manteniendo un estrecho contacto con las realidades inmediatas del entorno político, social y económico. El conocimiento y la investigación no son vistos como un esfuerzo a realizar únicamente por el Estado sino en el que también la sociedad civil ha de contribuir y en ocasiones superando las aportaciones estatales. Este fenómeno de privatización llevó a que instituciones de los aparatos de poder del gobierno (por ejemplo, las fuerzas armadas estadounidenses, y en concreto su Fuerza Aérea) entablaran diálogo con entidades no gubernamentales (sirva de ejemplo la RAND Corporation) para proveerse del asesoramiento necesario con que gestionar los asuntos estratégicos que la Guerra Fría colocó en primer plano de la seguridad nacional. Los expertos podían provenir de diversas disciplinas: física, economía, ciencias políticas y en especial, de las Relaciones Internacionales.

Mientras que en Francia, el poder público fue el principal artífice del desarrollo del “método Annales” a lo largo y ancho de Europa y con sus ramificaciones en el resto del mundo (aunque precisamente encontró resistencias en los USA y de forma más matizada en su extensión europea, el Reino Unido). La VI Sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios, confiada a Fernand Braudel , ejerció una labor admirable en términos de diplomacia cultural y difusión del pensamiento historiográfico francés por medio de programas de conferencias, organización de eventos académicos y dotación de becas que permitió que jóvenes investigadores de ambos lados del Telón de Acero velasen sus primeras armas académicas en torno al fuego de campamento que encendieran Marc Bloch y Lucien Febvre.

Las RI están más habituadas al debate público y político: su presencia en medios de comunicación y círculos políticos son constantes. Asimismo, la diversidad de centros de análisis, en conflicto entre ellos, conlleva a que en el plano teórico la vitalidad de los duelos dialécticos sea mucho más intensa que en el caso historiográfico. Para ésta, su presencia institucional es mucho más destacada, tanto en el medio universitario como en el de la educación primaria y secundaria (la carrera de Historia se halla en los planes de estudios de las universidades de todo el mundo mientras que las RI en las estadounidenses y en las de algunos países europeos, latinoamericanos y asiáticos). Su labor se circunscribe especialmente a la academia, sin salir de los límites que ésta le impone, lo que refuerza su imagen de inmovilismo y del historiador como intelectual que vive en su torre de marfil.

Diferencias en cuanto a los espacios de proyección y presencia (RI: sociedad civil, Historia: ámbito público) pero también en cuanto a los públicos destinatarios de sus discursos. Aquí se da una situación inversa a la anteriormente descrita. El internacionalista se ha visto reforzada en su condición de consejero áulico a lo largo del desarrollo de la disciplina. Su autoproclamación como científico social, su vocación pragmática heredada de la tradición de pensamiento estadounidense y el patronazgo en base a proyectos de investigación y estudios en vez de la institucionalización plena de naturaleza académica, han implicado su presentación como un problem-solving, que busca soluciones y receta fórmulas de actuación a los líderes políticos.

Mientras, los profesionales de la historiografía se encierran en el carácter puramente humanista de la disciplina. La historia no es considerada una herramienta de análisis y prescripción de los problemas sociales del presente. En todo caso, a través de su estudio del pasado, se ofrecen las raíces de los actuales para su mejor comprensión. Pero en todo caso, la resolución de las anomias corresponde a otros. El historiador debe ayudar a reconstruir la memoria de las generaciones vivas y pasadas, procurando un equilibrio entre el rigor metodológico que se exige a toda actividad científica y las necesidades humanas (justicia, vindicación, curiosidad, verdad, etc.) que la sociedad civil les exige satisfacer.

Diríamos entonces que las RI son una escuela para hombres (y mujeres) de Estado, mientras que la Historia lo es de ciudadan@s. La comunidad de investigadores del hecho internacional están sumidos en la vorágine del presente, proyectándose a futuros de corto y medio plazo en los que las respuestas a hechos concretos son más importantes que las preguntas.

Por el contrario, el historiador puede entretener su vista en el juego de años, décadas y siglos de desarrollo humano. No tiene responsabilidades inmediatas de gobierno ni de administración empresarial. Sus problemas no son tácticos sino estratégicos: no se le va a pedir que analice el nivel de riesgo de inversiones empresariales en un país tercermundista o las opciones estratégicas para forzar una u otra salida en el control de armamentos, sino que va a reflexionar sobre el impacto de la Revolución Francesa dos siglos después de los acontecimientos acaecidos o conducir e ilustrar el debate de responsabilidades sobre la I Guerra Mundial o la Guerra Civil española.

Pero donde se pueden apreciar mayor número de diferencias entre las RI y la Historia es en el plano epistemológico. Para empezar, y siguiendo los parámetros de la clásica distinción de Dilthey entre humanidades y ciencias, los historiadores (como el resto de los investigadores de las ciencias humanas) ejercen una labor de comprensión desde dentro de las motivaciones, intenciones, creencias y significados de los eventos y acciones ocurridas, mientras que los internacionalistas intentan explicar desde fuera los fenómenos considerados como objetos (a diseccionar y manipular si fuera necesario).

Los primeros hablarían el lenguaje de la experiencia mientras que los segundos el de la causación. Esto no implica, desde mi punto de vista, que la historiografía no pueda hacer lo segundo y las RI lo primero (siendo la realización de ambas actividades beneficiosas para las dos disciplinas) pero sí que durante mucho tiempo ha sido la actitud predominantemente en ambos campos de trabajo.

A esto le seguiría una pléyade de dicotomías que vendrían a incidir en la clásica diferenciación ciencias/humanidades o ciencias sociales/ciencias humanas que viene a separar los destinos de estas disciplinas. Por un lado, el carácter particular de la historiografía frente al generalista de las RI. La primera se ocuparía de hechos singulares e irrepetibles mientras que la segunda buscaría elevarse del rumor de los acontecimientos buscando pautas universales, tanto en tiempo como en espacio.

Los historiadores ejercerían una disciplina de naturaleza ideográfica (atenta a las particularidades y a las descripciones) frente al carácter nomotético (generalizador, formulando leyes universales y estableciendo mecanismos de causación que analicen la genética de los fenómenos internacionales) de la ciencia de los expertos en RI.

Una obra de historia estaría articulada en torno a la narración mientras que una de relaciones internacionales tendría su clave de bóveda en el andamiaje teórico construido. A esto se sumaría lo visto anteriormente de un internacionalista inmerso en la acción política (y sobre todo, en sus detalles de gestión y planificación ejecutiva) en contraste a un historiador retirado a su torre de marfil .

Ante estas críticas a la disciplina de los historiadores, esto no debe hacernos olvidar, según Hedley Bull, que los estándares del historiador profesional están mejor definidos; sus cánones de análisis y juicio están menos sometidos a disputa; su territorio se encuentra mejor delimitado y su visibilidad social es mucho más precisa gracias a su presencia en las editoriales o las instituciones educativas .

Existen numerosos puntos de desencuentro. Pero lo cierto es que tanto por su historia de interacciones como por las necesidades presentes de ambas disciplinas, el diálogo y los intercambios metodológicos serán mutuamente beneficiosos. Los peligros de que esto no se llegue a dar se verán en el siguiente apartado.
2. LOS PROBLEMAS DE LA INCOMUNICACIÓN ENTRE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Y LA HISTORIA

La escasa capacidad predictiva que mostraron tanto el Derecho Internacional como la Historia Diplomática, aparte de otras consideraciones de tipo ontológico, epistemológico y de política científica, implicaron el abandono de estas disciplinas por las RI y su giro hacia las ciencias políticas y la economía (años 70 y 80 del pasado siglo), así como la sociología (años noventa).

Especialmente funesto ha sido el “embrujo de la economía”, que con su oferta de una llave maestra en términos teóricos, ha significado la mayor presencia de los modelos metodológicos de esta disciplina en las RI, con las dificultades que ello supone por las diferencias ontológicas entre ambas. Como advierte Stanley Hoffmann, es difícil que puedan casar correctamente un campo de estudios como es el de la economía, donde se trata de dilucidar la mejor acción instrumental, con otro como es el específico de los internacionalistas, en el que se trata de una actividad resolutiva con diversidad de fines .

Sin embargo, a pesar de sus preferencias académicas, las RI han de recurrir inexorablemente a la historiografía. Con el problema de que su incomprensión de esta disciplina, de sus cambios y avances, y en definitiva, de su propia naturaleza, vicia gravemente los análisis que sobre la realidad internacional se diseñen. La primera idea a considerar es que el internacionalista cree trabajar con el pasado como materia prima de sus matrices teóricas, cuando la realidad es que las confecciona con recreaciones del mismo.

No existen hechos históricos puros, inmediatos, primarios…., nos recuerda Antoine Prost, como pueden existir hechos demográficos o químicos. La labor de intermediación del historiador es fundamental y por tanto, el diálogo con él y conocimiento de su actividad podrían servir al internacionalista para calibrar sus instrumentos de medición y medios experimentales (por seguir con la metáfora del campo histórico como laboratorio de la disciplina internacionalista vista en la anterior sección) .

La historiografía ha servido a los policy makers para justificar, legitimar o excusar decisiones en materia de política exterior. Ha conformado las representaciones que tienen de sí mismos y de las dinámicas de actuación internacional de sus respectivos países y se ha convertido en uno de los asideros intelectuales para explicar la creación y permanencia de los sistemas internacionales .

Este apartado describirá los efectos negativos que una posición periférica de la disciplina historiográfica tiene sobre las RI. Atendiendo a los criterios de actuación y objetivos que declaran respetar y perseguir los internacionalistas, se examinarán cómo el apartamiento de la historia y de los conocimientos que ofrece ha tenido como consecuencia una serie de disfunciones graves en las investigaciones y corrientes teóricas principales de las RI.

Los principales desafíos historiográficos a los que se enfrentan las RI son los siguientes: a) el sistema de selección datos: cómo y por qué se decide qué es relevante. El internacionalista ha de recurrir al estudio del pasado y del presente para esbozar sus teorías y “alimentar” sus marcos analíticos pero sin un adecuado conocimiento de los entresijos de esta realidad y de sus métodos de estudio, ¿qué fiabilidad tiene?; b) la primacía de la anécdota: generalizar a partir de particularidades escogidas para ilustrar principios presuntamente universales; c) ahistoricismo: descontextualización de los hechos y tendencias, ignorando la relevancia del sustrato temporal en la evolución de los acontecimientos, estructuras y tendencias; d) el filtrado teórico: interpretación del pasado a través de unas lentes teóricas predeterminadas. Si bien esto último es hasta cierto punto indispensable, su abuso puede llevar a vaciar de sentido la experiencia histórica. Los datos y las teorías han de convivir en equilibrio, sin excesos de uno u otro lado y e) las “catedrales de cristal”: construcción de ensamblajes teóricos de gran valor abstracto, hechas con fundamentos epistemológicos de primer orden y un apoyo estadístico impresionante… pero que descuidan el no caer en la siguiente falacia: la de asumir la correspondencia entre datos históricos y análisis histórico .

Todo ello es fruto de una aproximación incompleta y miope a la historiografía por parte de las RI. Existe una identificación entre historia y crónica política que ya expresó en su día el historiador John Seeley: “la historia es la política del pasado; la política es la historia del presente”. Sin embargo, se ignora que las mentalidades, los aspectos económico-sociales, la evolución medioambiental… y multitud de otros aspectos más de la existencia humana se han incorporado a la agenda de investigación.

Los internacionalistas han preferido por seguir recurriendo a las obras de un Kagan, un Howard o un Gaddis para ilustrarse sobre temáticas de alta política, geoestrategia, guerra y seguridad; a las páginas de un Toynbee o de un McNeill para estudiar las complejidades de la historia mundial y a los clásicos como Marx, Adam Smith o Kant a la hora de inspirarse para sus reflexiones sobre la filosofía de la historia y la organización de los escenarios internacionales.

Como consecuencia de esta marginación de la historia, o en todo caso, de su mutilación, se cae en una serie de errores. El primero de ellos es el llamado “cronofetichismo”. Consistiría en entender el presente únicamente por el presente. Esta práctica ahistoricista implicaría que el pasado desapareciese de los cálculos a realizar en el análisis de los problemas, tendencias, estructuras y actores del mundo.

Esto provocaría las siguientes tres percepciones equivocadas sobre el presente. En primer lugar, la reificación. Este horizonte temporal se convertiría por tanto en un ente estático, autónoma, autoconstitutivo. La ignorancia de su contexto histórico, de las sombras que sobre el presente arroja el pasado, otorga una personalidad sobredimensionada a aquel. Al desconocer sus orígenes, la identidad de lo actual se desdibujaría quedando compensada por una acentuación de los presuntos caracteres originales y específicos de éste.

En segundo lugar, se encontraría la naturalización. Es decir, que éste se presentaría a partir de una generación espontánea, de acuerdo a los imperativos subyacentes a la naturaleza humana. La capacidad de autoorganización de la especie humana, su deseo de vivir de forma gregaria, la necesidad del apoyo mutuo, los condicionantes de la estructura y del sistema sobre sus unidades, etc., terminaría por configurar el mundo tal y como lo conocemos. Así que los procesos históricos que dan a luz a los nuevos esquemas de poder social, identidad y exclusión social y en definitiva, las reglas que definen cada una de las instancias del día de hoy, son manifiestamente apartadas a un segundo plano.

En tercer lugar, se hallaría la inmutabilidad. El presente se nos aparece como eterno, resistente a los cambios estructurales. Se oscurecerían por tanto los mecanismos que reconstituyen la realidad como un orden para el cambio constante. Aunque nos encontremos con persistencias, las transformaciones son la esencia de la Historia y el cómo se producen el objeto más preciado del estudio de las ciencias sociales .

El segundo error sería el denominado “tempocentrismo”. Con este término se hace referencia al hecho de pasar por alto las discontinuidades, rupturas y diferentes entre distintas épocas históricas y sistemas estatales. El análisis del presente proporcionaría un modelo explicativo de la conducta de los Estados y el funcionamiento de las estructuras integrantes del sistema internacional que se podrían extrapolar a realidades de hace siglos. En definitiva, el “tempocentrismo” predica el isomorfismo para los sistemas internacionales (que en todos los que han existido en la historia se pueden adivinar signos del de la actualidad).

La evolución de la humanidad sería una dinámica repetitiva, donde constantemente se practicaría el mismo juego pero con distintos actores. Desde la perspectiva realista, esta corriente teórica de las RI defendería que la presencia inmanente de la anarquía en el sistema internacional otorgaría a la historia su carácter cíclico, en forma de períodos de ascenso/declive de potencias hegemónicas que se irían alternando (en la Edad Moderna tendríamos a España, las Provincias Unidas, Francia, Reino Unido, USA y…) .

Esto lleva a estrafalarias comparaciones como la de equiparar el conflicto entre Atenas y Esparta con el vivido por las dos superpotencias durante la Guerra Fría. Aunque la analogía puede resultar de interés para explicar una de las causas de los conflictos (el temor por parte de una potencia hegemónica a la aparición y consolidación de un challenger que pueda disputarle su puesto), ir más allá de su uso como mero recurso retórico significa una grave irresponsabilidad metodológica, por cuanto que los factores relativos a la economía, movilización social, pensamiento político, tecnología armamentística, etc., son tan dispares entre ambos momentos de la historia que invalidan cualquier ejercicio orientado según esas pautas.

Sin embargo, un estudioso de la talla de Robert Gilpin no tiene problemas en asegurar que Tucídides es una guía útil para la comprensión de la conducta de los Estados tanto en el siglo V a. C. como en el presente.

Esta visión de la historia internacional se corresponde con lo que Rob Walker ha denominado “El tema de Gulliver”: la exposición del pasado y presente de las relaciones internacionales de forma que la historia de éstas adquiera una identidad monolítica y estática. Este conjunto operaría de acuerdo a una lógica atemporal, al margen de cambios estructurales y procesos de transformación.

Por su lejanía de la ciencia histórica, las RI pierden la perspectiva de la existencia de no de un único sistema internacional sino de muchos, con distintos ritmos de evolución. Supone además el no reconocer las características principales y la especificidad del presente, al no poder presentar un perfil contrastado con respecto a otros sistemas habidos en el pasado.

La ausencia de la visión historiográfica en el análisis de las RI tiene como consecuencia que los estudios en este campo sufran de un marco eurocentrismo. Se puede mencionar a Tucídides junto a Kautilya pero serán la Grecia clásica o la Europa del siglo XVIII los espacios y períodos analizados de los que se extraerán las conclusiones sobre la validez de los modelos teóricos. Los reinos combatientes chinos o las ciudades de Sumer no atraen por lo general la atención de los internacionalistas. Por tanto, sus experiencias y posibles lecciones quedan ocultas, con lo que el espectro de estudio de las RI se empobrece notablemente .

Otra disfunción que puede rastrearse en las RI por falta de un mayor apoyo historiográfico es el empleo de los Estados como unidades políticas básicas. A lo largo de la historia humana, la norma habitual ha sido la de sociedades que están constituidas por redes socio-espaciales de poder que se solapan, con distintas fuentes, núcleos que compiten por la autoridad política a un nivel doméstico.

Las entidades soberanas fruto de 1648 (aunque el “mito de Westfalia” también está en cuestión) han sido una excepción de la que sería arriesgado extraer normas. El estatocentrismo ha sido una constante en la historia de la disciplina de las RI fruto de la hegemonía intelectual que han disfrutado el realismo y el neorrealismo. Pero una profundización en el estudio de la realidad internacional, no sólo presente sino pasada, nos muestra que el Estado moderno no ha sido ese ente todopoderoso y de varios siglos de existencia, sino que es una creación muy reciente y con mayores limitaciones en su poder de lo que se creía en un primer momento.

Según Barry Buzan y Richard Little , el ahistoricismo y eurocentrismo imperantes en las RI, han dado lugar a la anarcofilia que durante buena parte de su recorrido intelectual ha sido la norma vigente. La visión del escenario internacional como un espacio anárquico, en el que compiten los Estados por su supervivencia y el poder, hasta la llegada a la cima de un hegemón que impone cierto orden, dicta la agenda y marca el comienzo de un nuevo ciclo en la historia de las relaciones internacionales, ¿es una inferencia cuidadosamente trabajada o el reflejo de la experiencia de la Gran Guerra Civil europea del pasado siglo?

Si paseáramos nuestra vista por otros rincones del planeta y momentos de su historia, ¿nos encontraríamos con esos estados tan definidos como extremos de la anarquía y de la hegemonía? La realidad histórica nos muestra que precisamente anarquía y hegemonía son tipos ideales de organización del sistema internacional. Lo que ha existido son formas atenuadas de esos extremos: no una composición de blancos y negros en términos de poder, sino una infinita variedad de grises.

Consideremos una comparación entre la actual hegemonía estadounidense con la británica decimonónica. Un examen meramente superficial de los atributos, recursos y prácticas del poder de ambas potencias nos llevaría a plantearnos que a) Reino Unido no disfrutó de una hegemonía o b) que existen diversos tipos de hegemonía. La homologación forzada aunque suele sentar bien a la pulcritud de los edificios teóricos no es una buena guía para obtener unos resultados concluyentes y detallados en los análisis de fenómenos históricos.

Éstas son algunas de las observaciones sobre los efectos negativos que causa la ausencia de una posición central (compartiendo espacio con otras ciencias humanas como politología o sociología, por ejemplo) de la historiografía en las RI. En definitiva, muchas de las teorías de las RI que operan fuera de la ciencia histórica, con una visión estática de la política mundial, difuminan las diferencias entre las unidades políticas, omiten en buena parte las fuerzas globales de naturaleza estructural y han reducido (hasta no hace mucho) la agenda de estudio a la unidimensionalidad de hombres y mujeres de Estado, militares y financieros .


3. LOS BENEFICIOS DE TODA ALIANZA: LAS RELACIONES INTERNACIONALES SE REENCUENTRAN CON LA HISTORIA

Los internacionalistas tuvieron como padres a los historiadores. En un momento de inflexión para ambas disciplinas, el olvido de los orígenes sería un grave error. Las RI deben vencer ese miedo al pasado, a su propia historia, y reconocer que como objeto histórico que también son, las lecciones del ayer pueden alumbrar el futuro, o al menos señalar el camino para llegar hasta él.

La comprensión diacrónica propia de la historiografía puede completar y enriquecer al enfoque sincrónico vigente en la actualidad para las RI. Se evitaría una visión estática del concierto mundial, que primase una lógica reproductora y no transformadora del sistema internacional. De esta forma, se entenderían a un nivel de análisis mucho más profundo, las principales causas de cambio, los mecanismos, agentes y los procesos de renovación de la estructura y dinámica internacionales.

A través de una periodización más efectiva de las RI, se obtendría una valoración más acertada de los tempos y ritmos de creación de los sistemas internacionales, con lo que se arrojaría más luz sobre cómo y por qué se constituyen en determinados momentos. Un enfoque a largo plazo, anclado en la “larga duración” braudeliana, permitiría repensar conceptos nucleares y mitos primigenios de las RI (Westfalia, el Estado moderno como unidad política básica) que dificultan la existencia de reflexiones audaces y rupturistas con los moldes establecidos .

El nuevo rol, una apreciación diferente y más positiva sobre el valor de las instituciones (políticas, sociales, económicas, culturales…) nacionales e internacionales en el diseño y funcionamiento de la política mundial, puede ser otra de las bazas aportadas por la Historia a las RI, con el reforzamiento del papel de los factores estructurales en la dinámica de los acontecimientos internacionales.

La Historia puede enseñar a las RI que los auténticos grandes cambios que suponen una transformación duradera y profunda, son los cambios en la naturaleza de las unidades dominantes, cuyas acciones definen el sistema internacional. El linkage entre evolución política (y también económica, social, cultural…) nacional y actuación internacional podría estrecharse si se reconociera que las unidades políticas no son intercambiables, que una democracia formal no actuará de la misma manera que una dictadura fascista y que una ciudad-estado griega del siglo V a.C. no es equiparable a las ciudades-estado italianas del Renacimiento. Si los neorrealistas han obviado esta realidad argumentando que es el sistema el que impone las reglas del juego a todos los participantes y que constriñe su capacidad de actuación hasta nivelarlos, por encima de sus diferencias ideológicas, sociales, políticas, etc., eso ha sido fruto de una examen superficial de la Historia que no ha tenido en cuenta la interrelación de las numerosas variables existentes. Esta interconexión entre todos los planos de la existencia, esta ambición de “Historia total” aunque actualmente puesta en duda, podría revitalizar el análisis internacional haciéndolo mucho más complejo y realista. La tecnología, el medio ambiente, la demografía, los movimientos sociales… tienen cada vez un mayor peso específico en el concierto mundial. ¿Cabe suponer que todo esto no ha sido creado por generación espontánea y que al rastrear su genealogía hasta los orígenes podremos ver cómo han influido en otros momentos de la historia, si bien no con tanta fuerza y presencia como en el presente?

En especial, esta ambición científica de conocer todo de todos, serviría como facilitación de un lugar de encuentro altamente favorable para el diálogo entre la Historia y las RI: el sistema internacional. Aunque el concepto de sistema internacional no ha sido utilizado por los grandes maestros de la historia mundial como un William H. McNeill, por considerársele demasiado superficial tanto en el plano teórico como en el de las evidencias empíricas , su desarrollo podría servir como prueba a las RI de la importancia de los proceso morfogenéticos en la conformación de las prácticas, instituciones y agentes de la política mundial frente al inmovilismo tradicional, y a la Historia la dotaría de un marco teórico sugerente, claro y sistémico para analizar las estructuras, dinámicas, agentes, variables e interacciones entre todos esos elementos que se dan en la historia internacional.

La Historia de la que se sirven los internacionalistas es la típica de principios del siglo XX. La incompatibilidad mostrada con la labor de los historiadores a día de hoy muestra que hay una disfunción grave y que puede terminar por amenazar los fundamentos mismos de la disciplina de las RI. Su orientación de problem-solving ha sido sostenida por una reflexión teórica que alcanzó niveles de abstracción elevados pero que al mismo tiempo procuró no alejarse demasiado de la realidad empírica. En la actualidad, el estado de introspección y debate epistemológico en que vive no puede ser beneficioso para continuar con su vocación de actividad a pie de obra, con una finalidad político-estratégica claramente definida.

La Historia te impide volar demasiado lejos. Constantemente, la revisión de la evidencia histórica obliga a reconsiderar los planteamientos iniciales, a matizar las hipótesis y las observaciones realizadas. Sobre todo, te ayuda a ver las cosas de un modo distinto porque la diversidad de experiencias humanas que están asociadas a ellas dificulta la creación de arquetipos que respondan mecánicamente a esquemas predeterminados o dicho de forma más simple, prejuicios .

La confluencia de la Historia Social, Económica, Cultural, Política… con las RI significaría para esta última que de forma indirecta se abriera un diálogo con otras ciencias sociales que han estado colaborando de manera fructífera con los historiadores en los últimos setenta años. Los internacionalistas podrían ampliar sus horizontes intelectuales y no depender tanto de las viejas conocidas (politología, sociología, economía…) para extraer de ellas su sustento epistemológico y metodológico. La amplificación de e interconexión del planeta provocadas por el proceso mundializador trae la convivencia entre manifestaciones del mundo posmoderno con otras del moderno y del premoderno. ¿Puede dar cuenta de estas últimas, intentar comprenderlas e insertarlas en sus esquemas teóricos una disciplina como las RI que se ha formado con las herramientas de ciencias eurocéntricas para un tiempo eurocéntrico? Creemos que no. Es por tanto indispensable que de forma urgente y con la Historia como intermediario se reciben los aportes de otras disciplinas que puedan hacer más fácil de manejar este “mundo desbocado” (Giddens).


CONCLUSIONES

Las RI nacieron con el objetivo de resolver el problema de la guerra y la paz. Si repasamos su casi siglo de existencia, la Segunda Guerra Mundial, la amenaza de holocausto nuclear y la multitud de pequeños y medianos conflictos que han asolado el planeta, arrojan un clamoroso saldo negativo.

Pero lo ha intentado. Ha buscado poner sus conocimientos al servicio del Estado y de la sociedad. En mi opinión, este compromiso activo y descarnado, afrontando los grandes retos de la Humanidad, ha faltado en la Historia. Aunque las preocupaciones políticas han estado en boca de generaciones de historiadores, éstas no se han traducido en propuestas concretas y factibles.

La Historia ha de reconocer que como ciencia sus prestaciones al servicio de la ciudadanía tienen que aumentar. Una vez aceptado esto, la búsqueda de análisis, propuestas y prescripciones que cumplan con esa misión mostrará la gran riqueza y valor tanto de los conocimientos como de los métodos historiográficos. La torre de marfil de la academia ha sido una jaula dorada que ha impedido, para buena parte del resto de las ciencias, apreciar el proceso de transformación de la Historia desde los supuestos positivistas rankeanos.

Las RI por su parte, podrían encontrar en la Historia a quien las sujetase en sus raíces, que les recordase sus primeros principios tras cada uno de sus habituales procesos de reinvención. La complejidad de la experiencia humana, la necesidad del pensamiento crítico sobre el presente, sobre las verdades tradicionales aceptadas, sobre la disciplina… y el valor añadido de los análisis diacrónicos serían algunas de las lecciones que podrían aprender y sobre todo, desarrollar a fin de mejorarlas.


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