LA ECONOMÍA DEL PROFESOR CLARK[1]

Thorstein Veblen

Durante algún tiempo los economistas han estado buscando con viva esperanza una enunciación comprensiva de las doctrinas de Clark como la que se ofrece ahora. El propósito principal del libro (Clark, 1907) es “ofrecer una enunciación breve y provisional de las leyes más generales del progreso”, si bien comprende también una reformulación más abreviada de las leyes de la “estática económica” ya presentadas en mayor extensión en su obra Distribution of Wealth. Aunque breve, este tratado debe considerarse sistemáticamente completo, ya que incluye con la correlación debida todo lo “esencial” del sistema teórico de Clark. Como tal, su publicación es un acontecimiento de interés y consecuencia poco comunes. [...]

Desde que el hedonismo vino a gobernar la ciencia económica, ésta ha sido sobre todo una teoría de la distribución: distribución de la propiedad y del ingreso. Esto se aplica a la escuela clásica y a los teóricos que han adoptado una actitud de antagonismo ostensible hacia dicha escuela. Las excepciones a la regla son tardías y relativamente pocas, y no se encuentran entre los economistas que aceptan el postulado hedonista como punto de partida. Y de modo consistente con el espíritu del hedonismo, esta teoría de la distribución se ha centrado alrededor de una doctrina del valor del intercambio (o precio) y ha elaborado su esquema de distribución (normal) en términos del precio (normal). La comunidad económica normal, en la que converge el interés teórico, es una comunidad empresarial cuyo centro es el mercado y cuyo plan de vida es un plan de beneficio y pérdida. Aun cuando se dedica ostensiblemente una atención considerable a las teorías del consumo y la producción, en estos sistemas de doctrina las teorías se construyen en términos de propiedad, precio y adquisición, y así se reducen en esencia a doctrinas de la adquisición distributiva. [2] En este sentido, la obra de Clark es fiel a los cánones recibidos. Lo esencial de la teoría económica” es lo esencial de la teoría hedonista de la distribución, con diversas reflexiones sobre tópicos relacionados. El alcance de la economía de Clark se ve más limitado en realidad por conceptos de la distribución que muchas otras, porque persistentemente analiza la producción en términos de valor, y el valor es un concepto de distribución.

Como observa con justicia Clark, “los hechos primitivos y generales relativos a la industria..., deben conocerse antes de poder estudiar con provecho los hechos sociales”. [3] En estas primeras páginas del tratado, como en otras obras de su clase, se hace referencia reiterada a ese esquema más primitivo y simple de la vida económica de donde se ha desarrollado el esquema complejo moderno y se indica repetidamente que para entender el juego de las fuerzas en las etapas más avanzadas de desarrollo y complicación económica es necesario entender estas fuerzas en su forma sencilla, tal como funcionan en el esquema simple prevaleciente en el plano de la vida primitiva. En realidad, para los lectores no del todo familiarizados con el alcance y el método de la teoría económica de Clark, estas primeras páginas sugerirían que se está preparando para alguna especie de análisis genético, un estudio de las instituciones económicas enfocadas desde el ángulo de sus orígenes. Parece como si la línea de enfoque de la situación moderna fuese la de un evolucionista que tratase de mostrar las fuerzas que funcionan en la comunidad económica primitiva y luego describir el crecimiento y la complicación acumulativos de estos factores al tomar forma en las instituciones de una etapa posterior de desarrollo. Pero no es ésa la intención de Clark. Al recurrir a la “vida primitiva” sólo lanza al primer plano, en una perspectiva muy irreal, los aspectos susceptibles de interpretación en términos del sistema competitivo normalizado. La mejor excusa que puede ofrecerse por estas excursiones a la “vida primitiva” es que no tienen sustancialmente nada que ver con el argumento principal del libro y sólo tienen el carácter de información errónea y graciosa.

En la situación económica primitiva -es decir, en el estado salvaje y el barbarismo bajo— no hay, por supuesto, un “cazador solitario” que viva en una cueva o algo parecido, y no hay un hombre que “fabrique con su propio trabajo todos los bienes que utiliza”, etcétera. En efecto, supone una presentación muy falaz el hablar en este sentido de “la economía de un hombre que trabaja sólo para sí” y decir que “el poder productivo inherente al trabajo y al capital le resulta vitalmente importante”, porque tal presentación de la cuestión pasa por alto los hechos principales del caso para hacer hincapié en un aspecto de mínima importancia. No hay duda razonable de que, por lo menos desde que la humanidad alcanzó el plano humano, la unidad económica no ha sido un “cazador solitario”, sino una comunidad de algún tipo; una comunidad, de paso, donde las mujeres parecen haber constituido en las primeras etapas el factor más importante en lugar del hombre que trabaja para sí. El “capital” poseído por tal comunidad —como, por ejemplo, una banda de indios “cavadores” de California— era insignificante, más valioso para un coleccionista de curiosidades que para cualquiera otro, y su pérdida significaría muy poco para las mujeres de los “cavadores”. Lo que en verdad resultaba de “importancia vital” para ellos, de lo que dependía absolutamente la vida del grupo, en la sabiduría acumulada de las mujeres, la tecnología de su situación económica. [4] La pérdida de la canasta, la estaca y el mortero, sólo como objetos físicos, habría significado poco, pero la pérdida concebible del conocimiento de las mujeres acerca del suelo y las estaciones, de las plantas alimenticias y textiles, y de los auxilios mecánicos, habría significado la dispersión inmediata y el aniquilamiento de la comunidad.

Esto podría parecer una crítica a Clark por una falla sin consecuencias de su información general sobre los indios cavadores, los esquimales y la sociedad paleolítica en general. Pero nuestra observación no es de consecuencias insignificantes para la teoría económica, en particular no para una teoría de la “dinámica económica” que se ocupa en gran parte de cuestiones del capital y sus usos en etapas diversas del desarrollo económico. En la cultura primitiva, la cantidad y el valor de los artefactos mecánicos son relativamente escasos, y el hecho de que el grupo posea en realidad más o menos tales artefactos en un momento dado no tiene importancia fundamental. La pérdida de estos objetos —activos tangibles— implicaría una molestia pasajera. Pero el conocimiento acumulado, habitual, de las formas y medios implicados en la producción y el uso de estos artefactos es el resultado de experiencias y experimentos prolongados, y dado este conjunto de información tecnológica común, la adquisición y el empleo del aparato adecuado se arreglan fácilmente. El gran conjunto de conocimientos comunes utilizados en la industria es el producto y la herencia del grupo. Sus elementos esenciales se conocen por notoriedad común, y los “bienes de capital” necesarios para poner en uso este conocimiento tecnológico común están prácticamente al alcance de todos. En estas circunstancias no tiene gran importancia la propiedad de los “bienes de capital”, y de hecho son desconocidos en la práctica el interés y los salarios, y no se ve que el “poder de adquisición del capital” esté “gobernado por un poder específico de productividad que resida en los bienes de capital”. Pero la situación cambia luego por lo que se llama un adelanto de las “artes industriales”. Aumenta el “capital” requerido para poner en acción el conocimiento común, y en consecuencia su adquisición se vuelve cada vez más difícil. Gracias a la “dificultad de adquisición” en cantidades adecuadas, el aparato y su propiedad cobran importancia; así de modo creciente, hasta que ahora el equipo requerido por una actividad efectiva en la industria es mayor de lo que un hombre común puede esperar adquirir en toda su vida. El conocimiento común de formas y medios, la experiencia acumulada de la humanidad, se trasmite todavía en el seno de la comunidad en general y a través de ella sin embargo, para fines prácticos, el avanzado “estado de las artes industriales” ha permitido que los propietarios de bienes monopolicen la sabiduría de los ancianos y la experiencia acumulada de la raza. Por lo tanto ha permitido el monopolio del “capital”, tal como se encuentra en la fase del crecimiento de la institución contemplada por Clark.

El sistema “natural” de la libre competencia, o como se le llamó en alguna ocasión, “el sistema obvio y simple de la libertad natural”, es en consecuencia una fase del desarrollo de la institución del capital, y su pretensión de dominio inmutable es evidentemente tan buena como la pretensión semejante de cualquiera otra fase del crecimiento cultural. La equidad, o la “justicia natural”, que se reclama para ella es a todas luces justa y equitativa sólo en la medida en que las convenciones sobre la propiedad en que descansa continúen constituyendo parte integrante segura de la estructura institucional de la comunidad, es decir mientras estas convenciones formen parte de los hábitos de pensamiento de la comunidad, es decir mientras estas cosas se tengan corrientemente por justas y equitativas. Este estado presente normalizado, o “natural”, de Clark, se aproxima tanto como es posible al “estado natural del hombre” de Senior: el sistema de la competencia hipotéticamente perfecta, y la teoría económica consiste en la definición y clasificación de los fenómenos de la vida económica en términos de este sistema competitivo hipotético.

Tomado en sí mismo, el tratamiento del desarrollo pasado hecho por Clark podría dejarse de lado con escaso comentario, excepto por su significación negativa, ya que no tiene conexión teórica con el presente, o aun con el estado “natural” en que se supone que los fenómenos de la vida económica se arreglan en un esquema estable, normal. Pero su tratamiento del futuro, y del presente en la medida en que se concibe la situación presente como albergadora de factores “dinámicos”, es sustancialmente del mismo tipo. Tomando como base de la normalidad económica el “estado natural del hombre” de Senior, las cuestiones del desarrollo presente y futuro se tratan como cuestiones de alejamiento de lo normal, como aberraciones y excesos que la teoría no debe siquiera tratar de explicar. Lo que se ofrece en lugar de la investigación teórica cuando se trata de estas “perversiones positivas de las fuerzas naturales mismas” (por ejemplo en los capítulos 22-29) es una exposición de las correcciones que deben hacerse para regresar la situación al estado estático normal, y un consejo solícito acerca de las medidas que deben tomarse para tal benéfica finalidad. El problema que plantean a Clark los fenómenos actuales del desarrollo económico es: ¿cómo se pueden parar? O en su defecto ¿cómo pueden guiarse y reducirse al mínimo? En ninguna parte encontramos una investigación sostenida sobre el carácter dinámico de los cambios que han producido la actual situación (deplorable), ni sobre el carácter y la tendencia de las fuerzas que obran en el desarrollo que está avanzando en esta situación. Nada de esto se cubre con el empleo que hace Clark de la palabra “dinámico”. Todo lo que cubre en el terreno de la teoría (capítulos 12-21) es una investigación especulativa sobre la forma en que el equilibrio se restablece sólo cuando una o más de las cantidades involucradas aumenta o disminuye. No se advierten más que cambios cuantitativos, excepto pan provocar homilías. No se permite que caigan dentro del campo de la teoría de la dinámica económica ni siquiera las causas y el alcance de los cambios cuantitativos que pueden sufrir las variables.

Así pues, gran parte del volumen, y del sistema de doctrinas que el tomo expone, según se advierte en los últimos ocho capítulos, es una exposición de fallas y remedios, con intrusiones sólo esporádicas de material teórico, y no constituye propiamente parte de la teoría, ya sea estática o dinámica. No intentamos aquí refutar la actitud de abierta desaprobación asumida por Clark hacia ciertos aspectos de la situación económica actual, ni objetar las medidas correctoras que considera adecuadas y necesarias. Mencionamos aquí esta fase de su trabajo sólo para llamar la atención sobre el tono atemperado pero inflexible de los escritos de Clark como vocero del sistema competitivo, considerado como elemento del Orden Natural, y para hacer notar el hecho de que esto no es teoría económica. [5] [...]

La escuela clásica, incluyendo a Clark y sus colegas contemporáneos de la ciencia, es hedonista y utilitaria: hedonista en su teoría y utilitaria en sus ideales y esfuerzos pragmáticos. Los postulados hedonísticos en que se basa esta línea de teoría económica tienen alcance y carácter estáticos y su desarrollo no produce otra cosa que teoría estática (taxonomía). [6] Estos postulados, y los teoremas derivados de ellos, sólo consideran variaciones cuantitativas, y las variaciones cuantitativas no producen por si solas el cambio acumulativo que se origina en los cambios de la calidad.

La economía del tipo representado en forma óptima por Clark nunca ha entrado a este campo del cambio acumulativo. No enfoca cuestiones de la clase que ocupa las ciencias modernas, o sea las cuestiones de génesis, crecimiento, variación, proceso (en suma, cuestiones de tipo dinámico); limita su interés a la definición y clasificación de un grupo de fenómenos mecánicamente limitado. Como otras ciencias taxonómicas, la economía hedonista no se ocupa, ni puede hacerlo, de los fenómenos del crecimiento, excepto en la medida en que el crecimiento se entiende en el sentido cuantitativo de una variación de magnitud, volumen, masa, número, frecuencia. En su trabajo de taxonomía esta economía se ha limitado consistentemente a sí misma, como lo hace Clark, por distinciones de carácter mecánico, estadístico y ha elaborado sus categorías de clasificación sobre esas bases. En concreto, se limita en sustancia a la determinación y el refinamiento de los conceptos de tierra, trabajo y capital recibidos de los grandes economistas de la era clásica, y de los conceptos correlacionados de renta, salario, interés y ganancia. De manera solícita, con una circunspección dolorosamente meticulosa, se trazan las medidas y los límites mecánicos de estos conceptos, y el cálculo hedonístico es el pilar de la verdad absoluta que se busca. Los hechos del uso y la necesidad no están en la esencia de este refinamiento mecánico. Estas diversas categorías se excluyen recíprocamente, en términos mecánicos. No se permite que la circunstancia de que los fenómenos a que tales categorías se refieren no sean hechos mecánicos perturbe la búsqueda de distinciones mecánicas entre ellos. En ningún momento se yuxtaponen y al mismo tiempo abarcan entre ellos todos los hechos que interesan a esta taxonomía económica. En verdad tienen la consistencia lógica para abarcarlos. Son categorías hedonísticamente “naturales” de tal fuerza taxonómica que sus líneas elementales de separación se aplican a los hechos de cualquier situación económica dada, independientemente del uso y la necesidad, aun cuando la situación no permita que los hombres vean estas líneas de separación y las reconozcan por uso y necesidad. En esta forma, por ejemplo, un grupo de isleños de las Aleutianas que se lanzan al mar con rastrillos y encantamientos mágicos para la captura de mariscos, por lo que toca a la realidad taxonómica, están realizando una faena de equilibrio hedonístico de la renta, los salarios y el interés. Y allí acaba todo. En verdad, para la teoría económica de este tipo eso es todo lo que existe en cualquier situación económica. Las magnitudes hedonísticas varían de una situación a otra, pero todas las situaciones son sustancialmente iguales en lo que se refiere a la teoría económica, excepto por variaciones en los detalles aritméticos del balance hedonístico. [7]

Tomando esta taxonomía firme en sus propias categorías, sigamos un poco más la huella de los detalles aritméticos, por el estrecho acantilado del cálculo racional, por encima de las copas de los árboles, sobre las llanuras de clara luz del sol y de la luna. Para lo que nos interesa —descubrir el carácter de esta ciencia económica actual como una teoría funcional de los hechos corrientes y más en particular “tal como se aplica a los problemas modernos de la industria y la política pública”— no es esencial la secuencia que debe observarse en el cuestionamiento de las diversas secciones en que se divide la estructura teórica. Todos los estudiantes conocen la estructura de la teoría clásica, y la redacción de Clark no se aparta esencialmente de las líneas convencionales. La divergencia es cuestión de detalles, por lo general de mejoramiento de los detalles; y las revisiones de detalle no guardan entre sí tal relación orgánica, ni se apoyan y refuerzan recíprocamente en tal forma que se sugiera alguna tendencia revolucionaria o un alejamiento de las líneas convencionales

La doctrina del capital de Clark no difiere sustancialmente de las doctrinas que están adquiriendo notoriedad en manos de autores como Fisher o Fetter, aun cuando hay ciertas distinciones formales peculiares a la exposición del “concepto del capital’ de Clark. Pero estas peculiaridades se refieren al método de aprehensión del concepto, no son sustanciales para el concepto mismo. El análisis principal de la naturaleza del capital aparece en el capítulo 2, “Variedades de bienes económicos”. La concepción del capital establecida aquí tiene importancia fundamental para el sistema, en parte debido al importante lugar asignado al capital en este sistema de teoría, en parte a causa de la importancia que debe tener la concepción del capital en cualquier teoría que se ocupe de problemas de la situación (capitalista) presente. Se enumeran varias clases de bienes de capital, pero al parecer en la visión de Clark —a diferencia de lo que ocurre en la de Fisher— no se incluyen las personas entre los bienes de capital. Es claro también por el sentido del argumento, aunque no se dice en forma explícita, que sólo los artículos de riqueza materiales, tangibles mecánicamente definibles, constituyen el capital. En el uso corriente en la comunidad económica, el “capital” es un concepto pecuniario, por supuesto y no es definible en términos mecánicos; pero Clark, fiel a la taxonomía hedonística, se atiene a la prueba de la demarcación mecánica y traza las líneas de su categoría por razones físicas, de donde se deriva que toda concepción pecuniaria del capital queda descartada. Los activos intangibles o sea la riqueza no material no tienen lugar en la teoría, y Clark es excepcionalmente sutil y consistente al evitar tales nociones modernas. Se obtiene la impresión de que tal noción como la de los activos intangibles se concibe como demasiado quimérica para merecer atención, aun en forma de protesta o refutación.

Aquí, como en otros escritos de Clark, se hace gran hincapié en la doctrina de que los dos hechos del “capital” y los “bienes de capital” son conceptualmente distintos, si bien en sustancia idénticos. Los dos términos abarcan virtualmente los mismos hechos que abarcarían los términos “capital pecuniario” y “equipo industrial”. Para todos los fines ordinarios coinciden con los términos de Fisher de “valor del capital” y “capital”, si bien Clark podría presentar una protesta técnica contra la identificación de sus categorías con las utilizadas por Fisher. [8] “El capital es este fondo permanente de bienes productivos cuyos elementos componentes están cambiando siempre de identidad. Los bienes de capital son las partes componentes de este agregado permanente que cambian.” [9] Clark admite que vulgarmente se habla y se piensa del capital en términos de valor, pero insiste en que el concepto funcional del capital es (o debiera ser) en realidad el de “un fondo de bienes productivos”, considerado como una “entidad permanente”. [10] La frase misma, “un fondo de bienes productivos”, es una mezcla curiosamente confusa de términos pecuniarios y mecánicos, si bien la expresión pecuniaria, “un fondo”, puede tomarse probablemente en este contexto como una metáfora permisible.

Esta concepción del capital como una “entidad permanente” físicamente constituida por la sucesión de bienes productivos que constituyen el equipo industrial falla en el uso que le da el propio Clark cuando habla de la movilidad del capital, [11] es decir, en cuanto lo usa. Bastará una sola ilustración de esto, aunque hay en su razonamiento varios puntos donde la fragilidad de la concepción resulta patente.

La transferencia del capital de una industria a otra es un fenómeno dinámico que consideraremos más adelante. Lo que importa aquí es el hecho de que en esencia se realiza sin intercambio de bienes de capital. Un instrumento se agota en una industria y en lugar de sustituirlo por un instrumento similar en la misma industria se lo sustituye por otro de distinta clase empleado en una rama diferente de la producción. [12]

Esto se ilustra en la página anterior por un desplazamiento de la inversión de un barco ballenero a una despepitadora de algodón. En todo esto es evidente que la “transferencia de capital” contemplada es un desplazamiento de la inversión, y que no se trata, como indica el propio Clark, del desplazamiento mecánico de cuerpos físicos de una industria a otra. Hablar de una transferencia de “capital” que no implica una transferencia de “bienes de capital” es una contradicción de la posición principal de que el “capital” se compone de “bienes de capital”. El continuo donde reside la “permanente entidad” del capital es un continuo de propiedad, no un hecho físico. La continuidad tiene en verdad un carácter inmaterial, es una cuestión de derechos legales de contrato, de compra-venta. Por qué se olvida este patente estado de cosas, como en ocasiones se hace con cierto refinamiento, es algo que no se entiende con facilidad. Pero es evidente que, si se elaboran el concepto del capital a partir de la observación de la práctica económica corriente, se descubriría que el “capital” es un hecho pecuniario, no un hecho mecánico; que es el resultado de una valuación dependiente en forma inmediata del estado anímico de los valuadores, y que las marcas específicas del capital, por las que se distingue de otros hechos, tienen carácter inmaterial. Por supuesto, ello conduciría directamente a la admisión de los activos intangibles, y a su vez tal admisión perturbaría la ley de la remuneración “natural” de la mano de obra y el capital que el argumento de Clark busca desde el principio. También haría aparecer a los fenómenos “antinaturales” del monopolio como una consecuencia normal de la actividad empresarial.

Hay otra discrepancia lógica que se elude al recurrir a los supuestos hechos de la industria primitiva, cuando no había capital, para encontrar los elementos de construcción de un concepto del capital en lugar de recurrir a la situación económica actual. En un esquema hedonístico-utilitario de la doctrina económica, como es el de Clark, sólo los agentes físicamente productivos pueden admitirse como factores eficientes de la producción o como aspirantes legítimos a una participación en la distribución. Por lo tanto el capital, uno de los factores primarios de la producción y el aspirante central en el esquema corriente de la distribución, debe definirse en términos físicos y delimitarse por distinciones mecánicas. Esto es necesario por razones que aparecen en el capítulo siguiente sobre “la medida de la riqueza de los consumidores”.

En la misma página (38), y en otras partes, se subraya que los “desastres económicos” destruyen en parte el capital. La destrucción en cuestión es materia de valores, es decir una disminución de la valoración, no una destrucción de bienes materiales en grado apreciable. Tomado como agregado físico el capital no disminuye apreciablemente por los desastres económicos, pero disminuye tomado como un hecho de propiedad y calculado en unidades estándar de valor; hay una destrucción de valores y un desplazamiento de propiedad, quizá una pérdida de propiedad; pero estos son fenómenos pecuniarios de carácter inmaterial, de modo que no afectan directamente el total material del equipo industrial. De igual modo, el examen de la forma en que los cambios de método [13] —por ejemplo, los instrumentos ahorradores de trabajo— “liberan capital” y en ocasiones “destruyen” capital, sólo puede entenderse si se admite que el “capital” es aquí una cuestión de valores propiedad de los inversionistas y no se emplea como sinónimo de artefactos industriales. Los artefactos en cuestión no se liberan ni se destruyen en los cambios contemplados. Y no vale decir que el total de los “bienes productivos” sufre una disminución por una sustitución de instrumentos que aumenta su capacidad productiva total, como se implica, por ejemplo, en el pasaje de la p. 307, [14] si nos apegamos estrictamente a la definición del capital de Clark. Este pasaje tan singular, bajo los títulos de “Sacrificios impuestos a los capitalistas por el progreso” y “Compensación del capital destruido por los cambios de método”, implica que el total de artefactos de la producción disminuye por un cambio que aumente el total de estos artículos en ese sentido (productividad) en cuya virtud se cuentan en el total.

El argumento sería válido si todos los “bienes productivos” se contaran por volumen, peso, número, o alguna otra característica independiente, y no por su productividad o su valor capitalizado consiguiente. Con tales criterios podría afirmarse que el pulido de las rejas de arado antes de salir de la fábrica disminuye la cantidad de capital incorporada en ellas en la medida del peso o volumen del material retirado de las rejas al pulirlas.

Podríamos decir varias cosas acerca de los hechos examinados en este pasaje. Es presumible que hay una disminución de volumen, peso o número de los artefactos que componen el equipo industrial al ocurrir el cambio tecnológico que se contempla. Es de presumir también que este cambio aumenta la eficiencia productiva del equipo en conjunto, de modo que puede afirmarse sin vacilación que se incrementa el equipo como factor de producción, mientras que puede disminuir como magnitud mecánica. Es presumible que los dueños de los artefactos obsoletos u obsolescentes sufran una disminución de su capital, descarten o no los artefactos obsoletos. Es de presumir que los propietarios de los artefactos nuevos, o mejor dicho quienes poseen y pueden capitalizar los nuevos expedientes tecnológicos, obtienen una ventaja correspondiente, la que puede asumir la forma de un incremento de la capitalización efectiva de su equipo, como se mostraría entonces por un mayor valor de mercado de su planta. El resultado teórico más amplio de los cambios supuestos, para un economista no limitado por la concepción del capital de Clark, debería ser la generalización de que el capital industrial —el capital considerado como agente productivo— es sustancialmente una capitalización de expedientes tecnológicos, y que un capital dado invertido en equipo industrial se mide por la porción de expedientes tecnológicos cuyo usufructo se apropia la inversión. En consecuencia parecería que el núcleo sustancial de todo capital es riqueza inmaterial y que los objetos materiales que son formalmente el sujeto de la propiedad del capitalista son, por comparación, una materia transitoria y adventicia. Pero si se aceptara tal visión, aun con extremas reservas, el esquema de Clark de la distribución “natural” de los ingresos entre el capital y el trabajo se “esfumaría en el aire”, como dice la frase vulgar. Sería en extremo difícil la determinación de la parte del valor del producto conjunto del capital y el trabajo que debiera recibir el capitalista, bajo una regla de equidad “natural”, como remuneración equitativa por su monopolización de una porción dada de los activos intangibles del total de la comunidad. [15] La remuneración efectivamente recibida por el capitalista en condiciones competitivas sería una medida de la ventaja diferencial que disfruta por haberse apoderado legalmente de los instrumentos materiales mediante los cuales se ponen en acción los logros tecnológicos de la comunidad.

Sin embargo, si en esta forma se entendiera el capital como “una categoría histórica”, según diría Rodbertus, habría por lo menos en todo esto el consuelo de que quedaría un campo libre para las medidas de represión que Clark aplica a la administración discrecional del capital por parte de los creadores de monopolios. Pero esta reflexión confortante va acompañada de otra negativa en el sentido de que al mismo tiempo quedará el campo libre también de obstrucciones morales para las propuestas extremas de los socialistas. En estas condiciones, un camino seguro y sano para el quietista consistiría en descartar del mencionado pasaje las doctrinas equívocas que originan todos estos interrogantes y adherirse firmemente al dogma recibido, por poco manejable que resulte, de que el “capital” es un cúmulo de objetos físicos sin ramificaciones o complicaciones de tipo inmaterial, así como evitar todo recurso al concepto del valor, o el precio, al discutir cuestiones de la empresa moderna.


REFERENCIAS


Barrows, D. P. (1900), Ethno-Botany of the Coahuilla Indians, University of Chicago Press.
Clark, J. B. (1907), The Essentials of Economic Theory, as Applied to Modern Problems of Industry and Public Policy, Macmillan.
Marshall, A. (1890), Principles of Economics, Macmillan Co. (edición en castellano del FCE).
MiII, J. S. (1848), PrincipIes of Political Economy, John W. Parker.


 

NOTAS

1 Extractos de Thorstein Veblen, “Profesor Clark’s economics”, Quarterly Journal of Economics, vol. 22, 1908, pp. 147-195. Reproducido en The Place of Science in Modern Civilization, 1919, reimpresión de 1961, Russell & Russell, pp. 180-230.

2 Véase por ejemplo Marshall, 1890, vol. 1, libros 2-5; Mill, 1848, libro 1.

3 Clark, 1907, p. 4.

4 Véase, por ejemplo, una descripción como la de Barrows (1900).

5 ¿Cuál sería la clasificación científica del trabajo de un botánico que dedicara su energía a encontrar formas y medios de neutralizar la variabilidad ecológica de las plantas, o el de un fisiólogo que considerara como fin de sus esfuerzos científicos la rehabilitación del apéndice vermiforme o el ojo pineal, o la denuncia y el castigo de la coloración imitativa de la mariposa virrey? ¿Cuál sería el interés científico de que Loeb, por ejemplo, dedicara algunas páginas a investigar las responsabilidades morales en que ha incurrido en su relación paternal con los huevos de erizo de mar desarrollados por él mediante la partenogénesis? Los fenómenos descritos por Clark como “perversiones positivas” pueden ser desagradables y problemáticos, tal vez, pero “la necesidad económica de hacer lo que resulta legalmente difícil” no pertenece a la “esencia de la teoría”.

6 Resulta notable que ni siquiera un genio como Herbert Spencer haya podido sacar de sus postulados hedonísticos nada más que taxonomía; véase, por ejemplo, su Social Statics. Spencer es a la vez evolucionista y hedonista, pero es sólo gracias a otros factores ajenos al esquema hedonista racional, corno el hábito, las ilusiones, el uso y el desuso, la variación esporádica, las fuerzas ambientales, que puede lograr algo en el terreno de la ciencia genética, ya que sólo mediante este recurso puede entrar al campo del cambio acumulativo donde las modernas ciencias posdarwinianas viven, se mueven y tienen su ser.

7 “Los bienes de capital deben tomarse unidad por unidad para medir correctamente su valor para fines productivos. Una parte de una existencia de papas se debe a los azadones que las sembraron... sólo tratamos de determinar hasta dónde nos afectaría la pérdida de un azadón, o cuánto bien nos haría su reposición. Esta verdad, como las anteriores, tiene aplicación universal en economía; los hombres primitivos, tanto como los civilizados deben estimar la productividad específica de las herramientas que usan”, Clark, 1907, p. 43.

8 Véase una crítica de la concepción de Fisher en Political Science Quarterly, febrero de 1908.

9 Clark, 1907, p. 29.

10 Ibid., pp. 29-33.

11 Ibid, pp. 37-38.

12 Ibid., p. 38.

13 Ibid., pp. 301-314.

14 “La máquina misma es a menudo una especialista inútil. Puede hacer una cosa minúscula y sólo eso, y cuando aparece un instrumento nuevo y mejor para hacer esa cosa la máquina debe irse y no a algún empleo nuevo sino al depósito de chatarra. Así pues, está ocurriendo una pérdida considerable de capital como consecuencia del progreso mecánico y de otra índole.” En realidad una eliminación rápida de instrumentos que apenas han empezado a trabajar es a menudo el secreto del éxito de un administrador emprendedor, pero implica una destrucción de capital.” Véanse las páginas 306-311.

15 En esta concepción la posición del trabajador y sus salarios no sería sustancialmente diferente de la del capitalista y su interés. EL trabajo no es más posible, como hecho de la industria, sin el conocimiento tecnológico acumulado por la comunidad, que el uso de “bienes productivos”.
 

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