El Nuevo Mundo Industrial y Societario

Fourier, Charles

Exposición y nociones preliminares

 

No hay deseo más generalizado que el de ver reduplicados los ingresos particulares con un golpe de suerte, como, por ejemplo, con un matrimonio rico, una herencia o una sinecura; y si se descubriera el sistema de aumentar los ingresos de cada uno, no sólo al doble de su valor real, sino al cuádruplo, tal descubrimiento sería objeto, ciertamente, del mayor interés general.

Este será el resultado del método societario natural: en Francia, en el primer año de régimen societario, el producto anual, evaluando en 60 mil millones aumentaría hasta 240 mil millones; en los demás estados se daría la misma proporción.

La más colosal de las riquezas sería inútil de no venir sostenida por un orden distributivo que garantizara:

• la repartición proporcional y la participación de la clase pobre en este aumento del producto;

• el equilibrio de la población, cuyo crecimiento ilimitado neutralizaría de inmediato el aumento cuadruplicado así como también la duplicación de la riqueza efectiva.

Estos problemas, escollos de las ciencias modernas, vienen completamente resueltos con el descubrimiento del mundo societario natural, del cual daremos un resumen.

El título de Nuevo Mundo Industrial me ha parecido el más exacto para indicar este hermoso orden societario que, entre otras ventajas, posee la de crear la atracción industrial: se verá a nuestros ociosos, y hasta a la mujeres coquetas, levantarse a las cuatro de la mañana, tanto en invierno como en verano, para dedicarse con ardor a trabajos útiles, al cuidado de jardines y corrales, a los quehaceres domésticos, a los trabajos fabriles, amen de otros muchos hacia los cuales el mecanismo civil inspiraba sumo disgusto a la clase rica.

Todos estos trabajos se harán atractivos bajo el influjo de una distribución del todo desconocida y que llamaré Series pasionales 1) Series de grupos opuestos. 2) Este es el mecanismo al que tienden todas las pasiones, el único orden conforme a los deseos de la naturaleza. El salvaje no adoptará nunca el sistema industrial, si no es que lo vea actualizado en Series pasionales.

En tal régimen para hacer fortuna; y la mayor parte de los vicios considerados degradantes según nuestra costumbres, como la glotonería, se convierten en un medio de emulación industrial, de modo que los refinamientos gastronómicos son aquí estimulados como motivos que son de sabiduría. 3) Tal sistema es el antagónico del mecanismo civil que conduce a la fortuna a través de la mentira y coloca la sabiduría en la austeridad de la vida. Conforme a este contraste, el Estado civil, en el que reinan la mentira y la industria repugnante, será llamado mundo al revés; y el Estado societario, fundado en el uso de la verdad y de la industria atractiva, mundo en el justo sentido.

El régimen societario será un mundo nuevo y un mundo en el justo sentido, sobre todo para los sabios y para los artistas. Estos se incorporarán en seguida a lo que considerarán una inmensa fortuna, veinte y cien veces superior a la que podían esperar del Estado civil, que para ellos resulta un sendero cubierto de espinas, y en el que están sometidos a toda clase de esclavitudes.

En lo que concierne a las demás clases, a las que auguro la cuadruplicación de sus ingresos, debo decir, que éstas, al principio, creen que yo estoy exagerando; más la teoría societaria es tan fácil de comprender, que todos podrán juzgar y estimar con toda exactitud si es realmente cierto que el método natural, aquí descrito bajo el nombre de Series pasionales, puede suministrar un producto cuatro veces superior al de nuestra industria, desmenuzada y subdividida en tantas empresas comerciales como parejas unidas en matrimonio existen.

Siempre ha existido el prejuicio contra las investigaciones sobre la asociación. Se dice por ejemplo: “Es imposible el reunir en una gestión doméstica tres o cuatro familias sin que se manifieste la discordia entre ellas a la vuelta de una semana, sobre todo entre las mujeres; por lo que resulta todavía menos posible el reunir treinta o cuarenta familias y, con mayor razón, trescientas o cuatrocientas.”

Este es un razonamiento ficticio. Porque si Dios ha querido que existieran la economía y la mecánica, por fuerza ha tenido que meditar sobre la asociación del mayor número posible de seres humanos. De ahí que el fracaso de las pequeñas asociaciones de tres o de treinta familias fuera el augurio del éxito de un número mayor de asociaciones, siempre que se
hubieran de antemano realizado investigaciones sobre la teoría de la asociación natural, o método querido por Dios y conforme al impulso de la atracción intérprete del mismo Dios en el mecanismo societario. El dirige el universo material mediante la atracción; si hubiera empleado otro medio para la dirección del mundo social, no habría existido unidad en su sistema, sino duplicidad de acción. El estudio de la atracción pasional conduce directamente al descubrimiento del mecanismo societario; mas si se quiere estudiar la asociación antes que la atracción se corre el riesgo de perderse, por los siglos de los siglos, en métodos falsos, de descorazonarse y de creer en la imposibilidad de lo que se busca. Esto es lo que hoy está sucediendo, cuando el problema de las asociaciones, dejado de lado por espacio de tres mil años, comienza al fin a suscitar la curiosidad del mundo erudito. De algunos años a esta parte, se viene escribiendo sobre la palabra asociación, sin conocer la materia, sin determinar tampoco el objeto del vínculo societario, las formas y métodos a adoptar, las condiciones que éstos deben satisfacer, los resultados que deben dar. Este asunto ha sido tan confusamente tratado, que no se ha pensado siquiera en convocar un concurso sobre método a seguir en un estudio tan nuevo como es éste. Este concurso habría hecho comprender que no se puede salir airoso con los medios conocidos, y que es necesario encontrar otros en las ciencias todavía vírgenes e intactas, sobre todo en la de la atracción pasional; ciencia, ésta, que no llegó a comprender Newton, por más cerca que, en su día, le anduviera. Vamos a demostrar que esta ciencia es el único medio de salir airosos en la asociación. Si los pobres -la clase obrera-no se sintiera felices en el Estado societario, lo turbarían con el odio, el hurto, la rebelión. Tal orden no habría conseguido, pues, su objetivo: aunar lo pasional y lo material; el conciliar las pasiones, los caracteres, los gustos, los instintos y la diversidad, sea ésta de la clase que sea. Pero si, para satisfacer a la clase pobre, se asegura a ésta un bienestar, la anticipación de un mínimum de abundancia alimenticia, de vestido, etc., ello la empujará a la poltronería. La prueba de ello la tenemos en Inglaterra, en donde la beneficencia anual de 200 millones a los pobres sólo ha dado como resultado el aumentar el número de mendigos. El remedio contra esa poltronería, y contra los demás vicios que provocarían la desorganización de la asociación, consiste por consiguiente, en la busca y descubrimiento de un mecanismo de atracción industrial que transforme el trabajo en placer y que garantice una labor continuada por parte del pueblo, así como la recuperación de un mínimum que le será anticipado. De acuerdo con estas consideraciones, si se hubiese querido proceder con método en la teoría societaria, ante todo se debía haber convocado un concurso sobre el estudio de la atracción pasional -estudio realizado por los métodos analítico y sintético- para descubrir si éste facilita los medios de la atracción industrial. Este debía ser el método regular que quienes han escrito, de modo vago y superficial, sobre la asociación, no han utilizado. De haber estudiado la atracción, hubieran descubierto la teoría de las Series pasionales, sin la cual es imposible establecer el mecanismo societario, porque sin las series pasionales no pueden ser satisfechas las condiciones fundamentales tales como:

la atracción industrial,

el reparto proporcional,

el equilibrio de la población.

Además de escribirse sobre ello, se han realizado intentos prácticos de asociación, y se han verificado otras pruebas en América y en Inglaterra. Una secta, dirigida por el señor Owen, pretende fundar el Estado societario, pero hace todo lo contrario de lo que debía hacer; trabajo sólo para desacreditar la idea de asociación, con la falsedad de su método, contrario, en todos los sentidos, a la naturaleza y a la atracción. Tampoco la secta owenista se ha atraído a los salvajes ni a los vecinos pueblos civilizados: ninguna tribu, ninguna región de los Estados Unidos ha querido adoptar ese régimen monástico de comunidad de bienes, ese semi-ateísmo o ausencia del culto divino, y otras monstruosidades que el señor Owen adorna con el nombre de asociación. Este señor se sirve de una palabra que disfruta de gran estimación, la convierte en objeto de su especulación disfrazándola de instituciones filantrópicas; y la apatía de los doctos sobre este importantísimo problema, su negligencia en precisar las condiciones requeridas y la meta a alcanzar, dan pie a los intrigantes para inducir a las gentes a error sobre esta cuestión. Ninguno de los escritores, ni de los iniciadores, se encara con el fondo del asunto, es decir, con el problema de asociar en una gestión agrícola y doméstica, no sólo las posibilidades financieras e industriales de un grupo de familias de diversas condición, sino también las pasiones, los caracteres, los gustos, los instintos; de desarrollar, desde la más tierna edad, las vocaciones industriales, que son numerosas entre los niños, de colocarlos a todos en los diversos puestos a los que la naturaleza les inclina, de cambiar con frecuencia la clase de trabajo para hacerlo tan atractivo que haga nacer la atracción industrial. De este modo, en vez de emprender en serio la tarea, sólo se ha rozado ligeramente el asunto, tratando con mucho ingenio sobre la asociación, pero sin teoría alguna. Diríase que se ha suscitado esta cuestión sólo para poder ahogarla. De la misma manera, la palabra asociación está siendo profanada y desacreditada. Ciertas personas se valen de ella para enmascarar intrigas electorales y encubrir especulaciones abusivas; otras ven en ella un medio de difusión del ateísmo (de todos es sabido que la secta de Owen, por su supresión del culto divino, es conocida en América con el nombre de secta de los ateos). Todos estos hechos vienen a arrojar, sobre la verdadera asociación, tanto descrédito, que no me ha parecido conveniente poner en el título de mi resumen el término asociación, toda vez que dicho término ha llegado a verse privado de significado por cuanto sirve de pretexto para toda suerte de intrigas. Por lo mucho que se ha abusado de tal palabra, resulta tanto más necesario el suministrar algunas nociones preliminares sobre este asunto y preparar el lector para que pueda comprender que -puesto que la verdadera asociación, esto es, el arte de aplicar a la industria todas las pasiones, todos los caracteres, los gustos y los instintos en un nuevo mundo social e industrial- debe estar dispuesto a encontrar en esta teoría principios del todo contrarios a sus prejuicios, los cuales le presentan el estado civilizado como la vía de la perfección y del destino del hombre, siendo evidente que el pueblo de los países más civilizados es tan infeliz y tan pobre como el populacho bárbaro de la China o del Indostán, y que la industria fraccionada o en las manos de una sola familia no es sino un laberinto de miserias, de injusticias y de falsedad. Fijemos, ante todo, la atención sobre el resultado más notable del régimen societario: la cuadruplicación del producto. En vez de trescientos fogones para guisar y de trescientas amas de casa, bastaría sólo cuatro o cinco grandes hogares para la preparación de alimentos de diversas clases, adaptados a cuatro o cinco capas sociales de diversas condición, porque el Estado societario no admite, por entero, la igualdad. Serían suficientes una decena de personas expertas para sustituir a las trescientas mujeres necesarias en el régimen civilizado, privadas, como se ven en la actualidad, de los numerosos medios mecánicos que se utilizarían en una cocina que prepararía el alimento para 1,800 personas (éste es el número óptimo).

El pueblo, en este caso, gastaría mucho menos para vivir espléndidamente que lo que gasta hoy para vivir miserablemente. El ahorro de combustible sería inmenso, y aseguraría, por otra parte la recuperación forestal y de los ciclos climáticos de manera más efectiva que lo harían cien códigos forestales.

Las labores domésticas se simplificarían hasta tal punto que los siete octavos de las amas de casa y de los servidores domésticos quedarían disponibles, pudiendo dedicarse a las actividades productivas.

Nuestro siglo pretende distinguirse por el espíritu de asociación. ¿Por qué, pues, se adopta en la agricultura la subdivisión por familias, que es la menor de las combinaciones posibles? No pueden imaginarse agrupaciones más pequeñas, más antieconómicas ni más antisocietarias que las de nuestras aldeas; agrupaciones limitadas, en efecto, a una pareja conyugal o a una familia de cinco o seis personas, y aldeas que construyen trescientos graneros, trescientas bodegas, todos ellos muy mal situados y conservados; cuando en la asociación bastaría con un solo granero y una sola bodega, convenientemente construidos y arreglados, y que sólo necesitarían para su cuidado una décima parte de las personas que la gestión fraccionada y el régimen familiar exigen.

De vez en cuando aparece en los periódicos algún artículo, escrito por uno u otro agrónomo, ponderando los enormes beneficios que la agricultura obtendría de los grandes conglomerados societarios si fuese posible conciliar los intereses de doscientas o trescientas familias y hacerlas cultivar conjuntamente, llevando a efecto la asociación lo mismo en lo pasional que en lo material.

Esos hombres, cuando tratan esta cuestión se limitan a lamentarse de la imposibilidad de poner en marcha semejante plan, imposibilidad que atribuyen a la desigualdad de condiciones, a la disparidad de caracteres, etc. Esas desigualdades, lejos de ser un obstáculo, constituyen, al contrario, el medio esencial. No pueden organizar Series pasionales sin una gran desigualdad de condiciones, de caracteres, de gustos y de instintos. Si esta escala de desigualdades no existiese, habría que establecerla en todos los sentidos, antes de poder asociar lo pasional.

En el régimen civilizado no se ven sino vagos indicios de asociaciones únicamente materiales, gérmenes orgánicos debidos solamente al instinto y no a la ciencia. El instinto muestra a cien familias de los pueblos que un horno común costará mucho menos, en trabajo y en combustible, que cien pequeños hornos domésticos, y que estará mejor dirigido por dos o tres panaderos expertos que lo puedan estar los cien hornos por cien mujeres, las cuales no consiguen el grado justo de calor para la cochura del pan más que dos de cada tres veces que encienden el horno.

El buen sentido ha enseñado a los habitantes del norte que si cada una de las familias quisiera fabricar su mantequilla ésta saldría más cara que el vino bueno. Una comunidad monástica, una compañía de soldados comprenden, por instinto, que una única cocina que prepare la comida para treinta comensales es menos costosa que treinta separadas.

Los campesinos de Jura, viendo que no podrían con la leche de una sola familia, hacer un queso llamado gruyère, se asocian, lleva la cuenta de las entregas de cada uno; y mediante la acumulación de estas pequeñas cantidades de leche, con poco gasto, se hace un queso de amplísima caja.

Nunca se ha pensado -y menos en nuestro siglo, en que se tienen grandes pretensiones económicas- en desarrollar estos pequeños gérmenes de asociación formando un sistema complejo, aplicado a la vez a las siete actividades industriales; esto es:1) el trabajo doméstico; 2) el trabajo agrícola; 3) el trabajo fabril; 4) el trabajo comercial; 5) el trabajo de la enseñanza; 6) el estudio y uso de las ciencias; y, 7) el estudio y uso de las bellas artes; actividades, éstas, que es necesario ejercer cumulativamente en la mayor asociación posible. Con la teoría siguiente, se verá que tal asociación tiene que ser de 1,800 personas. Por encima de la 2,000 ya degeneraría en muchedumbre, haciéndose demasiado complicada. Por debajo de las 1,600, sus vínculos serían demasiado débiles, y estaría sujeta a los errores del mecanismo y a las lagunas de la atracción industrial.

Todavía, con poco gasto, se podría hacer una prueba reducida a una tercera parte del número óptimo, es decir, a unas setecientas u ochocientas personas. Los resultados serían, quizá, menos brillante, menos rentables, pero bastarían para demostrar que una comunidad, elevada a un número lo suficientemente elevado -a 1,800- realizaría completamente los beneficios y los ajustes descritos en la teoría siguiente.

Cuando, con este experimento, se haya constatado que el mecanismo, llamado falange de Series pasionales, engendra la atracción industrial, habrá llegado la hora de las imitaciones por doquier: todos los salvajes, todos los negros del Africa abrazarán la industria; y dos o tres años después, habrá azúcar, cambiado, a peso igual, por trigo, y, en la misma proporción, las demás mercaderías de la zona tórrida.

Otra de las mil y una ventajas será la extinción inmediata del la deuda pública en todos los países, gracias al producto cuádruplo. Cuando el francés, estimado en sesenta mil millones, sea elevado a los doscientas cuarenta mil, el fisco recaudará mucho más fácilmente veinte mil millones sobre doscientas cuarenta mil que diez mil millones sobre sesenta mil, como está ocurriendo en la actualidad. Se conseguirá una desgravación relativa de la mitad, pese a la duplicación efectiva de los impuestos.

A los lectores franceses e ingleses conviene, en primer lugar, propagar esta perspectiva sobre todo en Inglaterra, en donde el peso de la deuda es tan gravoso. Francia camina rápidamente hacia ese escollo; teniendo, por ende, mayor necesidad de aplicar mi teoría que la que yo, su autor, tengo de verla aplicada. ¿Debe, quizá, extrañarnos el que la invención de una teoría dirigida a cambiar la faz del mundo haya retardado su aparición hasta nuestros días? Lo que pasó fue que nunca se hicieron investigaciones a ese respecto hasta el día de hoy. Se puede hallar por casualidad un tesoro, una mina de oro; más una teoría que exige numerosos cálculos no se encuentra a menos que se la busque. Por otra parte, sólo hace un siglo que el hombre se interesa por las teorías industriales. La antigüedad no hizo ningún estudio sobre esta cuestión; se lo impidió la esclavitud, la que habría supuesto muchos obstáculos a la invención del mecanismo societario, mecanismo completamente irrealizable en dicho régimen social.

Los modernos, ya desembarazados de la esclavitud, habrían podido reflexionar sobre la asociación agrícola y familiar; pero sus economistas se han visto imposibilitados de hacerlo a causa del prejuicio que les ha mantenido en la creencia de que el fraccionamiento, o el cultivo familiar, representan la naturaleza del hombre, su inmutable destino. Todos las teorías se apoyan sobre este error fundamental, error fuertemente sostenido por la moral, para la cual no hay mejor sabiduría que la de mantener las relaciones familiares, que la de multiplicar las cabañas.

Los economistas han sancionado, por tanto, como necesario dos vicios radicales y ya bien arraigados: el fraccionamiento de la agricultura y la falsedad del comercio abandonado, éste, a la competencia individual, que no es sino mentira y complicación y que requiere un número de personas veinte veces superior al que exigiría en un régimen más verídico.

Sobre todo eso dos vicios se apoya la sociedad que viene siendo el definida como civilización, la cual, lejos de constituir el destino del género humano, es, por el contrario, la más vil de todas las sociedades industriales que puedan formarse; porque es la más pérfida; tanto, que acaba por suscitar el desprecio de los bárbaros.

Por otra parte, la civilización ocupa, en la escala del progreso, un puesto importante; porque era los medios necesarios para ir aproximándose a la asociación, esto es, la gran industria, las ciencias puras y las bellas artes. Es necesario hacer uso de esos medios para ir elevándose en la escala social, para no estar pudriéndose en este abismo de miserias y del ridículo llamado civilización, la cual, con sus proezas industriales y sus aludes de falsas doctrinas, no es capaz de asegurar el pueblo pan y trabajo.

En nuestro globo, así como en los demás, la humanidad se ha visto forzada, por espacio de un centenar de generaciones, a pasar por un mecanismo falso y fraccionado, que comprende cuatro periodos: salvaje, patriarcal, bárbaro y civilizado, y a
languidecer hasta que no haya satisfecho dos condiciones: 1.- Crear la gran industria, las ciencias puras y las bellas artes, toda vez que estos medios son necesarios para la constitución del régimen societario, régimen incompatible con la pobreza y la ignorancia; 2.- Inventar este mecanismo societario, este nuevo mundo industrial contrapuesto al fraccionamiento.

Existían numerosos medios de conseguir esos objetivos -medios de los que más adelante hablaré, y que fueron pasados por alto-, entre otros el
cálculo de la atracción pasional, que habría asegurado los éxitos de Newton en el cálculo de la atracción material.

La primera de estas condiciones se ha visto bastante cumplida: hemos conseguido ya, hace tiempo, elevar la industria, las ciencias y las artes al nivel conveniente. Los atenienses hubieran podido establecer el régimen societario sustituyendo la esclavitud por rescates pagables por anualidades.

Pero la segunda condición no ha sido todavía cumplida: después de cien años de venir ocupándose de la industria, no se ha pensado todavía en inventar un mecanismo opuesto al fraccionamiento, a los pequeños gobiernos de las familias; ni siquiera se ha procedido a la búsqueda de un régimen industrial combinado con las funciones domésticas y agrícolas. Se otorgan centenares de premios en concursos sin sentido, en escritos perfectamente inútiles, y no se ha pensado siquiera en conceder la más mínima medalla a la invención del método societario natural.

No obstante, todos están de acuerdo en que el mundo social no ha alcanzado, en modo alguno, su objetivo, y que el progreso de la industria constituye solamente una lisonja para las masas. En la tan celebrada Inglaterra, la mitad de la población se ve reducida a trabajar dieciséis horas al día, en fábricas inmundas, para ganar siete sueldos francés (0'35 francos), en un país en donde la vida está más cara que en Francia. ¡Cuán sabia se nos antoja la naturaleza al inspirar a los salvajes un profundo desprecio hacia esta industria civilizada, fatal para quienes la practican y útil solamente para los ociosos y para algunos jefes! Si la industria hubiera sido destinada a producir solamente esos escandalosos resultados, Dios no la hubiera creado, o, mejor, no habría hecho surgir en los hombres esta sed de riquezas que la industria civilizada y bárbara no puede satisfacer, porque ella hunde en la miseria a toda la multitud industrial para poder enriquecer a algunos favoritos. Replicando a los sofistas que encomian este caos social presentándolo como el camino más rápido hacia la creciente perfectibilidad, insistimos sobre tres condiciones primordiales en la sabiduría social, ninguna de las cuales es susceptibles de verse satisfecha en el régimen civilizado: atracción industrial, reparto proporcional, equilibrio de la población, economía de los medios.

Esta es una cuestión completamente nueva; siendo, por lo tanto, necesarias algunas repeticiones para liberar al lector de sus numerosos prejuicios y ponerlo en contacto con principios seguros y verdaderos.

Antes he hecho observar que, si el pueblo civilizado disfrutase de una abundancia mínima, de una garantía de sustento y de mantenimiento decentes, se entregaría al ocio, porque la industria civilizada es muy repugnante en efecto. Será, por ende, necesario hacer que, en el régimen societario, el trabajo sea tan atractivo como atractivos son hoy nuestros banquetes y nuestros espectáculos. En tal caso, el reembolso del mínimum anticipado estará garantizado por la atracción industrial o la pasión del pueblo por los trabajos muy placenteros y muy rentable: pasión que podrá ser sostenida solamente cuando se disponga de un método de reparto equitativo, que proporcione a todo individuo, hombre, mujer o niño tres dividendos concedidos a sus tres facultades industriales, capital, trabajo y talento; dividendos éstos susceptibles de satisfacerlo completamente.

Por muy elevado que fuera este bienestar, el pueblo, si se multiplicara sin limitación alguna, recaería muy pronto en la miseria, como el populacho de la civilización, los hormigueros humanos de Inglaterra, Francia, Italia, China, Bengala, etc. Por eso preciso descubrir un medio de protegerse contra el crecimiento indefinido de la población. Nuestras ciencias no señalan ningún procedimiento para evitar tal azote, contra el cual la teoría de la atracción pasional muestra cuatro garantías, ninguna de las cuales puede ser introducción en la civilización, desde el momento en que esta sociedad es incompatible con las garantías sociales, como seguidamente se verá.

Existen muchos otros vicios contra los cuales el régimen societario deberá disponer de garantías eficaces. El robo, por sí solo, sería suficiente para hacer abortar todas las tentativas de asociación. Estas garantías son fáciles de hallar en el mecanismo de las series pasionales, y la civilización no puede hacerse con ninguna de ellas.

La civilización no logra, en efecto, establecer ninguna de las garantías que quiere poner en experimentación; es más, a menudo lo que hace es empeorar el mal, como se ha visto en el asunto de la trata de negros y en el de la responsabilidad financiera. Existe una teoría especial sobre la garantía, pero nuestras ciencias no la han estudiado, como lo ha hecho la teoría de la asociación.

Esta última abre a la ambición individual una posibilidad magnífica; se ve a un gran número de personajes notables por su rango, condición e inteligencia agitarse durante largos años para conseguir un cargo ministerial y muchas veces para obtener los empleos más modestos; se les ve a menudo fracasar después de penosos esfuerzos y sacar de tal experiencia únicamente un perpetuo amargor.

He ahí, para los ambiciosos honestos, una carrera completamente nueva y bastante más brillante que la de ministro amovible. Aquí el éxito no será ni dudoso ni diferido ni el papel de fundador exigirá ninguna intriga y el pretendiente se encumbrará de inmediato en los pináculos de la fortuna y de la gloria.

Todo hombre y toda mujer libres que dispongan de un capital de cien mil francos para producir interés colocado en hipoteca y que tenga la personalidad suficiente para ponerse al frente de una compañía de accionistas con un capital social de dos millones social de dos millones pueden fundar la asociación natural o industria atractiva, extenderla, luego, por todo el mundo, inducir a los salvajes a practicar la agricultura, hacer que los bárbaros adquieran costumbres más civilizadas que las nuestras, llevar a cabo la liberación, ya hoy a punto, de los esclavos, sin retorno a la esclavitud, establecer en todas partes la unidad de relaciones en el idioma, las medidas, la moneda, la escritura, etc., así como cobrar otros cien prodigios, por los cuales recibirían una estrepitosa recompensa con las unánimes felicitaciones de los soberanos y de las naciones.

Las ventajas aseguradas a este fundador y a sus asociados o cooperadores son tan inmensas que considero oportuno extenderme sobre ellas para dárselas a conocer a los mismos. Dicha cuestión será tratada en la nota final, artículo candidatura. Insisto en la escasez actual del probabilidades de adquisición de celebridad y de beneficios. Estos exigen ímprobos trabajos y contrariedades sin cuento. El difundo duque de la Rochefoucault-Liancourt se distinguió en una empresa de gran utilidad: el fomento de la industria. Pues bien, lo único que sacó de ello fueron muchos disgustos, además de fracasar en su intento de mejorar la condición de la clase obrera. Más adelante hemos de ver cómo, en tanto dure la civilización, el progreso industrial no es sino un escollo más para el pueblo.

El 1827, un acreditado banquero tenía preparado el proyecto de una sociedad industrial comanditaria, habiendo ya recaudado veinticinco millones, con la esperanza de elevar este fondo a cien millones. De haberse llevado a efecto tal proyecto, habrían surgido toda una serie de empresas, que habrían cubierto de gloria a su autor. Pero surgieron obstáculos y la sociedad hubo de disolverse.

El mismo banquero, queriendo intentar una gran combinación económica de las treinta y siete cervecerías de París reuniéndolas en una sola, formó a tal efecto, una compañía que contaba con un capital de treinta millones; pero dicha compañía hubo de luchar también contra obstáculos y resistencias insuperables, terminando, después de penosas vicisitudes, por fracasar.

Los hechos viene a probar, pues que no les queda a los ricos ninguna perspectiva de éxito fácil y exenta de contrariedades.

En cambio, el camino que hoy se abre ante ellos reúne todas las ventajas y no presenta ningún obstáculo. Sirve lo mismo los intereses de los gobiernos que los de los pueblos, los de los ricos que los de los pobres; garantiza la rapidez de las operaciones: en menos de dos meses de ejercicio, a cuestión estará decidida sin ninguna incertidumbre; en dos meses, el fundador habrá hecho cambiar la suerte del mundo entero; habrá determinado la desaparición de las tres sociedades -la civilizada, la bárbara y la salvaje- y la entrada del género humano en la unidad societaria que es su destino final.

¿Y para obtener este triunfo, cien veces más brillante que los de los conquistadores, se necesita una fortuna colosal? No, basta solamente con un patrimonio burgués, como el de un elegible,4 esto es trescientos mil francos, cien mil de los cuales serán considerados como capital disponible, que el interesado destinará, en concepto de hipoteca a un elevado tipo de interés, a la institución de prueba del mecanismo societario.

La facilidad de esta empresa, su garantía de éxito fulminante, escriban en el hecho de que aquélla está en armonía con todas las pasiones. He podido comprobar este hecho en el importante problema de los esclavos. Los patronos, impacientes por aprovecharse de los beneficios del estado societario, lo juzgarán conveniente, le darán su asenso y lo promoverán: y desde este momento, ninguna clase podrá ser perjudicada en sus intereses pecuniarios, mientras que, siguiendo los métodos conocidos -el de Brissot, el de Wilbforce o los de las sociedades para la abolición de la trata (de esclavos negros)-, quedan comprometidos los intereses de los poseedores de esclavos.

Consideramos necesario poner aquí de relieve la siguiente propiedad inherente al mecanismo societari: éste satisface a todas las clases, contenta a todos los partidos, y por este motivo, su éxito será sumamente fácil; un pequeño experimento, ensayado en setecientas personas, determinará ipso facto la metamorfosis general, porque con dicho mecanismo se verán realizados todos los beneficios que la filosofía se limita a soñar, la libertad real, la unidad de acción, el reino de la verdad y de la justicia convertidos en medios de fortunas. Pero, en el orden civilizado, en donde la verdad y la justicia no conducen a la fortuna, es imposible que éstas sean preferidas; y así vemos el fraude y la injusticia enseñoreados de todas las legislaciones civilizadas e incrementados a medida del progreso de la industria y de las ciencias.

El pueblo, en cuanto atañe a su propio destino, es más acertado que los propios sabios; da al Estado civilizado el nombre de mundo al revés, idea, éstas, que implica la posibilidad de un mundo en el sentido exacto de la palabra, cuya teoría había que descubrir.

La clase culta no ha presentido este nuevo mundo moral, que le venía señalado por analogías; nosotros veíamos en la naturaleza una doble distribución, la de lo falso y la de lo verdadero: el orden combinado y justo entre los planetas, el orden incoherente y falso entre los cometas.

¿Acaso no están las relaciones sociales sujetas a esta doble marcha? ¿No puede existir, acaso, un orden de verdad y de libertad, en contraste con el estado de falsedad y de violencia que vemos reinar en nuestro globo? El progreso de la industria y del saber sirven sólo para aumentar, en general, la falsedad de las relaciones, así como la pobreza de las clases que llevan sobre sus hombros el peso de la misma industria; nuestros plebeyos, nuestros obreros son mucho más infelices que el salvaje que vive en la indolencia, en la libertad y, tal vez en la abundancia, cuando la caza o la pesca han resultado fructuosos:

Los filósofos, de acuerdo con sus propias doctrinas, deben de haber entrevisto el verdadero destino del hombre y la dualidad del mecanismo en el movimiento social así como en el movimiento material; todos ellos están de acuerdo en proclamar que existe unidad y analogía en el sistema del universo. Oigamos lo que, sobre esta tesis, dice uno de nuestros célebres metafísicos:

 

“El universo está trazado sobre el modelo del alma humana, y la analogía de todas las partes del universo con el conjunto es tal que la misma idea del todo se refleja constantemente sobre todas las partes, así como de todas las partes sobre el todo” (Schelling).

 

No hay más verdadero que este principio; el autor y sus seguidores tenían que haber concluido que, si el mundo material está sujeto a dos mecanismos -la armonía de los planetas y las incoherencia de los cometas-, el mundo social debe estar igualmente sometido a dos mecanismos, porque de otra manera no existiría ninguna analogía entre los dos mundos, el material y el social, así como ninguna unidad en el sistema del universo. Y, puesto que resulta evidente que nuestra sociedades -la civilizada, la bárbara y la salvaje- representan el estado de incoherencia y de falsedad, el mundo al revés, habrá que buscar los medios que conduzcan al mundo en el sentido justo de la palabra, o sea el régimen de la verdad y de la armonía societaria, aplicable a las pasiones y a la industria, e impulsar y estimular esta búsqueda mediante concursos y premios.

Después de haber descubierto, en 1798, el germen de esta teoría he conseguido, tras treinta años de trabajo, simplificarla hasta el punto de haberla puesto al alcance de los hombres menos instruidos, así como también al de las personas frívolas y enemigas del estudio.

Toda mujer que desee llegar a ser célebre y que disponga de medios financieros puede aspirar a la palma de fundadora de la unidad universal y ponerse a la cabeza de la compañía de prueba. Este papel le hubiera venido como anillo al dedo de Madame de Staël, la cual aspiraba a una gran celebridad y disponía de una fortuna veinte veces más suficiente para ponerse al frente de la institución.

Igualmente pueden aspirar a este triunfo algunos individuos sin medios de fortuna; por ejemplo, un escritor que goce de mucha reputación puede convencer a algún amigo de la humanidad, como el rey de Baviera, a intentar la experiencia societaria. En este caso el hombre que habrá cooperado a esta fundación, a título de orador o de promotor, participará de la grandeza y de la recompensa debida al fundador.

Para esta empresa podríamos señalar cien mil candidatos en Europa, todos ellos provistos de los medios necesarios para llevarla a efecto; no ha de ser, pues, difícil el convencer a uno de ellos, demostrándole que ella ha de reportarle fortuna y gloria inmensas.

Más adelante, volveré sobre esta cuestión, que aquí podría parecer demasiado fascinante. El más afortunado favorito de la corte no puede aspirar a un pequeño reino hereditario, en tanto que el fundador del Estado societario obtendrá un vasto imperio. Todo esto quedará demostrado de un modo bastante concreto.

 

Enorme magnitud del producto societario

 

Una de las causas que ha retrasado la invención del mecanismo societario viene determinada por el hecho de que no se ha tomado la precaución de presentar como motivo de esperanza y de estímulo para el estudio, el cuadro de las inmensas ventajas de la asociación. Podrían llenarse numerosos volúmenes con la descripción de estas últimas; pero yo me limitaré a unas pocas páginas, en las que daré por supuesto el establecimiento de la asociación en todo el mundo y la sustitución de los pueblos por falanges industriales de alrededor de 1,800 personas.

Dividamos sus beneficios en negativos y positivos.

El beneficio negativo consistirá en producir, sin hacer nada, mucho más que en el sistema de civilización, en el que tanto esfuerzo cuesta la producción. Por ejemplo, como ya he demostrado, una cocina
societaria ahorraría nueve décimas de combustible y diecinueve vigésimos de obreros en relación con los costos de las cocinas familiares. Además, del producto de todos estos ahorros, se obtendría un mejor trabajo, la utilidad sería al mismo tiempo positiva y negativa, porque al enorme ahorro de combustible se uniría la ventaja de la repoblación forestal, de la recuperación de los manantiales y de los ciclos climáticos.

Continuemos la hipótesis de una gestión societaria: la aplicación de ésta a la pesca en los pequeños ríos. Se puede, por inactividades combinadas, mediante un acuerdo sobre las épocas de apertura y la veda de la pesca, aumentar hasta el doble la cantidad del pescado y conservarlo en viveros.

Así, mediante la mera inactividad, las comunidades societarias, las llamadas falanges industriales, obtendrán una cantidad de peces diez veces mayor, empleando en la pesca diez veces menos tiempo y menos brazos que nosotros; consiguiéndose, además, un acuerdo sobre la eliminación de la nutria5 en todas las regiones.

He ahí una serie de campos en los que la utilidad es diez y veinte veces superior a la alcanzada por nosotros en la actualidad. Por eso no exagero al valorar la producción societaria al cuádruplo de la nuestra, y aun veremos que este término será superior a la realidad. Continuemos la valoración.

El hallarse los pueblos libres del robo constituirá una inmensa ventaja, obtenida sin hacer nada. La recolección de la fruta es la más sencilla de todas las operaciones agrícolas; pero el riesgo del robo es la causa de que se deje de proceder a plantar las nueve décimas de los frutales que de otro modo se plantarían, aparte de que en la actualidad los propietarios se ven obligados a hacer un cuantioso gasto con la construcción de cercados. Estando libre la asociación del riesgo del robo, tendrá menos dificultades en aumentar en treinta veces la plantaciones de árboles por cuanto no tendrá que hacer gasto alguno en cercarlas ni en vigilarlas. Habrá tal abundancia de fruta, que se podrá alimentar con ella a los niños durante todo el año y conservar la producción por medio de procedimientos científicos, convirtiéndola en conservas y mermeladas que vendrán a costar menos que el pan. En realidad, toda vez que el régimen de las series pasionales tiene la virtud de crear la atracción industrial, de incitar al trabajo agrícola a los salvajes, a los negros, etc., la zona tórrida se verá bien pronto cultivada en todas sus partes y el azúcar vendrá a costar menos que el trigo, a peso igual. Así las confituras, con una cuarta parte de azúcar, llegarán a ser para la clase pobre un alimento menos caro que el pan. En efecto, la fruta de tercera clase, es decir, la fruta destinada a las conservas y mermeladas, no costará casi nada, pues las plantaciones de árboles frutales serán inmensas, puesto que ya no habrá que temer a los ladrones, y que el mejoramiento de clima, a consecuencia de los cultivos generalizados y metódicos, constituirá una segura garantía para las cosechas, las cuales se ven reducidas en la actualidad, a una tercera parte de lo que serán, a resultas de tales mejoras, ya a partir del quinto año de organización societaria. En vez de esta superabundancia, los hombres civilizados se ven privados de la necesaria consumición de fruta, porque el miedo al robo impide a los propietarios el dejar madurar la poca de que disponen. Los buenos y sencillos habitantes del campo son tan avispados, que no dejan de coger antes de madurar un sol fruto de un árbol sin cercar. Este riesgo les obliga a hacer una sola recolección en vez de tres, lo cual resulta bastante perjudicial para la calidad de producto. Para trescientas familias radicadas en una aldea serían necesarios trescientos fosos, rodeados de pared; lo que constituirá un gasto tres veces mayor que el costo de la misma plantación. Por otra parte, la plantación se ve constantemente obstaculizada por el riego de los fraudes a que se está expuesto cuando se tiene que recurrir al empleo de personal fruticultor; fraudes que cesarán tan pronto como el régimen comercial haya pasado del sistema falaz, o civilizado, al sistema de la verdad. Es, por consiguiente, cierto que el régimen societario, sin hacer nada o muy poco, reportará beneficios diez veces superiores a los alcanzados por los hombres civilizados, con todos sus grandes esfuerzos laborales. La ventaja será, a menudo, doble, como se demuestra en el ejemplo siguiente. Esas cien lecheras que en el mundo civilizado llevan al mercado trescientas jarras de leche serán sustituidas, en la asociación, por un barril montada sobre un coche provisto de correas de suspensión de la caja y tirado por un caballo al que guiará un solo hombre. Con este truco tan sencillo se ahorran cien mujeres, trescientas jarras y una treintena de burros. Esta economía aumentaría, pasando de lo siempre a lo compuesto, del productor al consumidor, porque el lechero a la ciudad, repartiría su barril entre tres o cuatro administraciones domésticas progresivas (administraciones domésticas de unas dos mil personas, que es el número de habitantes con que cuenta la ciudad de la asociación); la economía ya cincuenta veces superior en el transporte, sería de igual cuantía en la distribución, limitada, ésta, a tres o cuatro agencias en lugar de las mil familias. Uno de los aspectos más espléndidos de la industria societaria vendrá dado por la introducción de la verdad en el régimen comercial. La asociación, al sustituir la competencia individual, insolidaria, falaz, complicada y arbitraria por la competencia corporativa, solidaria, verídica, garantizada y que todo lo simplifica, necesitará únicamente la vigésima parte de los brazos y del capital que la anarquía mercantil, o se ala competencia falaz, sustrae a la agricultura para absorberlos en actividades totalmente parasitarias, por más que los economistas digan lo contrario, porque todo cuanto puede ser suprimido en un mecanismo sin que los efectos de éste resulten disminuidos resulta inútil y superfluo. Disponiendo de un asador de dos ruedas, si un operario inventan un sistema de asador con cuarenta ruedas, es indudable que treinta y ocho de éstas no serán sino ruedas-parásito. Y esta es la forma en que actúa el comercio falaz, o sistema de la competencia intrincada con exceso de personal. Una falange industrial, o societaria, hará un solo contrato de compraventa en lugar de los trescientos contratos contradictorios que suelen hacer los trescientos cabezas de familia, los cuales pierden trescientos días en los mercados y en las posadas para vender, saco a saco, la misma cantidad de mercaderías que la falange societaria, en conjunto, vendería a dos o tres falanges vecinas o a una administración provincial, por vía de pedido. En el comercio, como en todas las demás ramas de las relaciones humanas, el mecanismo civilizado resulta siempre de una complicación extrema, lo cual es grandemente perjudicial y falso. Resulta en verdad sorprendente el que nuestros filósofos, que hacer alarde de estar apasionadamente enamorados de la augusta verdad, se sientan también abrasados de pasión por el comercio individual, que no es sino la anarquía del fraude. ¿Es que tales filósofos han hallado alguna vez la verdad en una u otra rama del comercio? ¿O es qué quizá la verdad se ha refugiado entre los mercaderes de ganado o bien entre los vendedores de vino? Y ello sin hablar de las columnatas de la Bolsa...

Igualmente fuera de la industria, se hallan entre nosotros miles de actividades parasitarias, algunas de ellas bien visibles -como, por ejemplo, la de la justicia-, basadas únicamente sobre los vicios del régimen civilizado y que necesariamente dejarán de existir en el Estado societario.

Otras actividades enteramente parasitarias pasan sin ser observadas y son asimismo inútiles, como es el estudio de idiomas, trabajo en extremo fatigoso y totalmente improductivo.

En efecto, ya desde los inicios del Estado societario se adoptará un idioma unitario provisional, el francés acaso, salvo que habría que añadirle a éste tres o cuatro mil palabras que ahora le faltan. A todos los niños se les enseñará a hablar, desde su más tierna edad, esta hermosa lengua común. Así, a partir de ese momento, y sin ulteriores estudios, todos podrán comunicarse con todo el género humano, y, en este terreno, sabrán más que quienes, hoy, se pasan veinte años estudiando veinte idiomas sin poderse hacer comprender más que de las tres cuartas partes de la población existente.

La perfección será todavía mayor en las obras públicas. Hoy, un Estado considerado rico como es el de Francia, no posee los doscientos millones necesarios para la reparación de sus horribles carreteras. Mientras que con la asociación, habrá, en todos los lugares del globo, y de un lado al otro de la tierra grandes carreteras con diversas aceras y andenes. Tales carreteras serán construidas y conservadas sin necesidad de impuestos por parte de ningún ministerio, a excepción de las de uso general para el servicio postal y los caminos carretero.

El catastro de Francia costaría, se dice, cien millones, cincuenta años de trabajos, y resultaría casi inútil; porque los confines de las propiedades habrían sido modificados cuando dicho catastro estuviera confeccionada. Mientras que el catastro de todo el globo costará solamente un año de trabajo y casi ningún gasto, porque todas las falanges levantarán a sus propias expensas el plano de su propio cantón, con la indicación de la naturaleza de los terrenos.

Algunas de las actividades civilizadas absorben mil veces más tiempo del necesario para ser realizados. Entre nosotros, una elección cuesta a cada elector la pérdida de unos cinco días de trabajo, incluidas las reuniones y las intrigas que la preceden, los gastos de viaje, etc. Con la asociación, solamente costará dos tercios de minuto, y no habrá necesidad de ningún desplazamiento: lo cual supone alrededor, solamente, de cuatro milésimas del tiempo que hoy se necesita. Más adelante describiré este sistema electoral, que requerirá menos de un minuto y en el que participarán trescientos millones de electores.

En lo que concierne a la producción positiva, sólo será posible emitir un juicio sobre ella cuando se conozcan las influencias del sistema llamado series pasionales y los medios de perfeccionamiento y de economía que este sistema suministra. Entonces se verá que, mediante el empleo del tal sistema, la producción societaria incrementará mucho más de cuatro veces la de nuestro sistema actual.

Por ejemplo, los caballos de las Ardenas constituyen la raza más débil de Europa. Pues bien, en vez de un caballo que no vale cien francos los falanges de las Ardenas podrán poblar su país de razas cuyo valor actual es de cien luises por cabeza y cuya longevidad será del doble.

En donde casi parece imposible que se logre duplicar la producción, como es el caso del cultivo de la vid, que no permite una doble cosecha, el Estado societario podrá alcanzar más del cuádruplo, mediante la combinación de diversos sistemas: 1.- Conservación metódica y meticulosa, 2.- Conservación general hasta la completa maduración, 3.- Injertos y cortes diarios, 4.- Calidad obtenida por la misma causa.

Estos sistemas combinados, no solamente incrementarán en más del cuádruplo la producción de los viñedos, sino que este cuádruplo podrá también ser obtenido en diversos casos, con el empleo de uno solo de esos sistemas. He aquí la prueba de ello:

Conozco un vino que, después del prensado, nadie lo compraría a más de veinticinco céntimos. Hábilmente conservado y mantenido por espacio de cinco años, costaría a cincuenta céntimos, y se encontrarían compradores de 2 francos y medio, lo que supone el quíntuplo del precio real, incluidos los intereses y demás gastos.

Pero la realidad es que no se llegó a conservar y mantener de este modo, por espacio de cinco años, ni siquiera una décima parte de total de la producción; la mayor parte de los cultivadores tienen prisa por vender. Así, el vino que debiera ser conservado durante cinco años no llega a conservarse ni cinco meses; es consumido en los pequeños círculos familiares y en las tabernas antes de haber alcanzado una cuarta parte de su valor potencial.

Si a esta posibilidad de conservación general, que puede, por sí sola, cuadruplicar el valor real de algunos vinos, se une la ventaja de las otras cuatro posibilidades, es evidente que el Estado societario podrá obtener, de la misma viña, una producción del doble, suponiendo siempre que se consiga una duplicación de cada una de las cinco posibilidades, gracias, sobre todo, a la extinción de la plaga llamada segundo invierno o luna roja, la cual causando el retraso de la vegetación, impide las segundas cosechas, dañando igualmente, y con frecuencia, las primicias.

La civilización mantiene en su seno, por regla general, dos terceras partes de personas improductivas. Voy a dar de ello un cuadro detallado. En este número, no sólo figuran las personas tenidas por improductivas, como son los militares, los aduaneros, los agentes del fisco, sino también la mayor parte de las personas consideradas útiles, como los servidores domésticos y los dueños de explotaciones agrícola considerados parásitos de toda una serie de actividades. Cierto día vi a cinco niños ocupados en guardar cuatro vacas lecheras, y todavía dejaban que éstas se comieran las espigas de trigo del campo vecino. En la administración civilizada nos encontramos a cada paso con desórdenes como ése.

Añadiendo a lo dicho el menor disfrute de las clases afectadas por las fatigas, por los excesos, por la navegación imprudente, por las epidemias, por los contagios, resulta más evidente el contraste, por cuanto entre los pueblos civilizados y los societarios existirá una diferencia decuplicada en lo concerniente a las riquezas industriales o a las producciones que pueden obtenerse en un complejo de habitantes de un territorio dado.

En efecto, si los hombres, las mujeres y los niños trabajan con alegría desde la edad de tres años hasta la extrema vejez; si la destreza, la pasión, la mecánica, la unidad de acción, la libre circulación, el restablecimiento de la temperatura, el vigor, la longevidad del hombre y de los animales elevan a un nivel incalculable los medios de la industria, estas fortunas acumuladas elevarán muy pronto al décuplo la producción. Pero, como he tomado ya por costumbre, yo no anuncio sino el duplo, por miedo de ser tildado de exagerado si presento perspectivas colosales, por más conformes a la realidad que ellas sean.

Habrá sobre todo un gran mejoramiento de las condiciones de los niños, hasta muy mal atendidos por las amas de casa las cuales en sus cabañas, en sus graneros, en sus reboticas no disponen de lo necesario para el cuidado de los hijos; no tienen ni los recursos, ni la inclinación, ni los conocimientos, ni el discernimiento necesario para tal empeño.

En las grandes ciudades, como París, y también en las no tan grandes, como Lión o Rusia, los niños son víctimas de la insalubridad hasta tal punto que la mortalidad infantil es ocho veces superior a la de la campiña. Está demostrado que en diversos barrios de París, en donde el aire sólo puede penetrar a través de angostos patinejos, reina una insalubridad de efectos letales sobre todo para los niños de tierna edad: y para los niños de edad inferior a un año la mortalidad es de siete de cada ocho, mientras que en Normandía la mortalidad infantil está limitada a uno de cada ocho de ellos.

Ahora bien, tal mortalidad será apenas de un por veinte en las falanges societarias, las cuales, pese a disponer de mayores posibilidades, no engendrarán un número de niños tan elevados como el engendrado por los hombres civilizados. La tierra, aun arrojando una producción cuadruplicada o decuplicada, se vería bien pronto infestada por miserables, igual que lo que sucede hoy en día, si el Estado societario no fuera capaz de establecer un equilibrio en la población, al igual que en todas las ramas del mecanismo social.

He demostrado, con cierto detalle, las ventajas que reportaría la asociación; si se tuviera que trazar un cuadro completo de tales ventajas se necesitarían muchos volúmenes. Ciertamente, he cometido un error imperdonable al dejar de publicar esta elección de resúmenes, a la vista de los cuales todo el mundo habría comprendido que es imposible que Dios, como supremo economista que es, no haya suministrado los medios para que pueda organizar este régimen de economía y de verdad, del que han de originarse tantos prodigios. El creer que Dios no lo haya hecho así equivale a acusarlo implícitamente de enemigo de la economía y de la mecánica. A esto se replica: “¡Tanta perfección no está hecha para los hombres!” ¿Qué saben de ello los que así replican? ¿Por qué desesperar de la sabiduría de Dios antes de haber estudiado sus intenciones a través del cálculo de la revelación social permanente, o atracción pasional, cuyos fines sólo pueden ser determinados procediendo, con regularidad, por análisis y por síntesis?

Afirma que tal grado de perfección no es asequible para el hombre es acusar a Dios de perfidia. Porque él tiene un medio seguro de aplicar a las relaciones humanas el sistema que más le place. Este medio es la atracción, cuyo único distribuidores el mismo Dios; esta su varita mágica que inclina a todas las criaturas a la ejecución de la voluntad divina. A partir de un momento dado, si Dios quisiera introducir en la humanidad el régimen de perfección social, esto es el de la unidad societaria, el de la justicia y el de la verdad, le bastaría, para hacerlo adoptar, con sólo hacerlo atractivo a cada uno de nosotros. Y esto es precisamente lo que él hace; os convenceréis de ello leyendo el tratado sobre el mecanismo societario distribuido en series pasionales. Todos exclamarán: “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que va a ser mi suprema felicidad.”

La perfección está, por lo tanto, hecha para los hombres, si esta es la voluntad de Dios, del que es imposible dudar. Por no haber sabido esperar lo suficiente en Dios, no hemos conseguido tener los medios para la perfección social, la cual habría sido sumamente fácil de descubrir mediante el cálculo de la atracción.

Ahora bien, este cálculo parece, a primera vista, absurdo; de él se desprende que todos querrían millones y palacios. ¿Como es posible que todos vean satisfechos sus anhelos?

¡Objeciones, éstas, por demás frívolas! ¿Es éste, acaso, un motivo para abandonar el estudio? Continuadlo sin miedo; seguid el precepto de vuestros filósofos, que os aconsejan explorar completamente el dominio de la ciencia; llevad a término lo que Newton inició: el cálculo de la atracción. Este os enseñará que quien desea tener palacios y millones desea tener muy pocas cosas; porque, en el Estado societario, el más pobre de los hombres poseerá quinientos mil palacios, encontrando -gratis- en ellos muchos más placeres que los que puede darse el rey de Francia con sus treinta y cinco millones de renta y su docena de palacios, en los que sus placeres se limitan a tener que escuchar a unas personas que no hacen sino pedir, con insistencia, sinecuras o que le hablan de embrollos de partido, además de verse importunado constantemente por la etiqueta y no tener más distracción que las cartas o la caza, la cual degenera en una matanza, en un placer de matarife.

De consiguiente, el cálculo de la atracción demostrará que nuestros deseos son más bien modestos. Dios nos tiene preparada una felicidad enormemente superior a nuestras mediocres ambiciones. Pidamos, pues, mucho a quien puede darnos mucho. Esperar de él sólo riquezas mediocres es tanto como insultar su generosidad. El destino del género humano es, o bien la inmensa felicidad en el régimen divino o societario, o bien la inmensa desdicha bajo las leyes de los hombres en el régimen de la industria fraccionada y falaz, la cual, puesta en comparación con la societaria, no arroja sino una cuarta parte de la producción efectiva y un cuarentavo de las satisfacciones que esta última ofrece.

Vemos a los hombres civilizados dispuestos a afrontar fatigas, peligros y naufragios en un intento de duplicar su fortuna o de obtener míseras ganancias. En cambio, aquí tenemos una posibilidad mucho más ventajosa: la de cuadruplicar rápidamente nuestra fortuna, y ello sin cambiar de país ni correr ningún riesgo en cuanto a la propia salud o al propio peculio. “¿Qué es lo que hay que hacer, pues?”, exclaman los hombres. No hay que hacer otra cosa sino divertirse desde por la mañana hasta la noche, porque la diversiones conducirán al trabajo, que se habrá convertido en una actividad más atrayente que los espectáculos y los bailes de nuestros días.

Cuanto más deslumbradoras se nos aparecen estas perspectivas del Estado societario, tanto más necesario es asegurarse de la exactitud de la teoría y de que el cálculo de la atracción industrial y del mecanismo de las pasiones sea realmente descubierto. Para familiarizar las mentes con esta extraña novedad, habrá que iniciarlas gradualmente en el conocimiento del movimiento y de los destinos que se consideraban impenetrables y como protegidos por un velo de bronce. Existe, en efecto, un velo, una catarata que mantiene ciego el espíritu humano. Y tal catarata está formada por quinientos mil volúmenes que claman contra las pasiones y la atracción en vez de estudiarlas.

Si también la atracción resulta deslumbrante y absurda a primera vista, no hay que juzgarla conforme a esas apariencias, sino de conformidad con el conjunto del mecanismo al cual tienden sus impulsos, que se nos antojan defectuosos cuando se les considera por separado. Vamos a esclarecer, con vistas a suscitar la confianza, el objeto de uno de esos impulsos considerados defectuosos.

Vamos a escoger la inclinación más generalizada y más obstaculizada por la educación, es a saber, la glotonería de los niños, su pasión por los dulces, contra el parecer de los pedagogos, que aconsejan el comer más pan que companaje. ¡Muy poco sabia es la naturaleza si inculca a los niños gustos tan contrarios a la sana doctrina! Todos los niños consideran un castigo el quedarse a pan seco. Lo que ellos más desean son caramelos, pasteles, mermeladas y conservas, fruta natural y en conserva, limonadas, naranjadas y vino blancos dulces. Recordemos, uno por uno, los gustos predominantes entre los niños. Podemos emitir aquí un juicio en plan de gran proceso; se trata de decidir quien no lleva razón: Dios la moral.

Dios, que difunde la atracción, concede a todos los niños ese gusto por los dulces. Lo mismo hubiera podido infundirles el gusto por el pan seco y el agua, y así habría servido los fines de la moral. ¿Por qué obra, pues conscientemente contra las sanas doctrinas civilizadas? Expliquemos tales motivos.

Dios ha dado a los niños el gusto por las sustancias menos costosas en el orden societario. Cuando todo el globo esté poblado y cultivado, disfrutando de la libre circulación, sin aduanas, los alimentos azucarados, como más arriba he indicado, vendrán a costar mucho menos que el pan; los comestibles más abundantes serán la fruta, los laticinios y el azúcar, mas no así el pan, cuyo precio aumentará considerablemente, porque los trabajos para el cultivo del trigo y para la preparación cotidiana del pan son fatigosos y poco atractivos; habrá, pues, que pagar más por dichos trabajos que por los de los cultivadores de frutas y de los confeccionadores de mermeladas.

Y, en vista de que los niños gastan menos que los padres en la nutrición y en otros mantenimientos, Dios ha obrado juiciosamente dando a aquéllos la atracción por esos varios tipos de dulces, que vendrán a resultar más baratos que el pan cuando se instaure el Estado societario. Entonces aparecerá claro que las sanas doctrinas morales están del todo equivocadas en cuanto se refiere a la alimentación de los niños, así como también en lo que afecta a los demás puntos en que aquéllas resultan opuestas a la atracción. Entonces se reconocerá que Dios hizo bien todo cuanto hizo, que tuvo sus razones en dar a los niños, la atracción por los laticinios, la fruta, los dulces, y que, en fi, en lugar de perder estúpidamente tres mil años clamando contra la más sabia de las obras que Dios ha hecho, contra la distribución de los gustos y de la atracciones pasionales, hubiera sido mejor estudias los fines de estas últimas y calcular el conjunto de estos impulsos, tan vapuleados por la moral con el pretexto de que son nocivos en el orden civilizado y en el bárbaro. Y esto es verdad; si bien hay que tener en cuenta que Dios no ha creado las pasiones para el orden civilizado y el bárbaro. Si Dios hubiera tenido la intención de conservar esos dos tipos de sociedad, habría insuflado a los niños el gusto por el pan seco y a los padres el de la pobreza, toda vez que éste es el destino de la mayoría de los hombres civilizados y bárbaros.

El examinar la utilidad de todas las ramas de la atracción, así como también la utilidad de toda atracción en el mecanismo societario, constituirá un estudio en extremo atrayente y placentero. Todas las atracciones serán reconocidas como justas, al igual que la golosina en los niños. Todos se convencerán de que sus pasiones y aun sus instintos más criticados son utilizados, de forma excelente, en este nuevo orden.

“¿Pero cómo puede ser -dirán algunos- que una invención tan bella sea obra de un desconocido, de una persona que no figura en el mundo de los sabios? ¿Con tantos hombres célebres como, desde Platón a Voltaire, han explorado el dominio de las ciencias, es posible que ninguno de ellos haya realizado el más precioso de los descubrimientos, Esto es increíble; este cálculo de la atracción y de la asociación no puede ser sino cosa de charlatanes, o una visión o sueño fantástico.”

Así razona el orgulloso al sentirse ofendido viendo que un desconocido se lleva la palma que tantos otros hubieran podido recoger antes que él. Se prefiera rechazar un feliz descubrimiento a tenerlo que atribuir a un intruso.

Por otra parte, el amor propio se siente halagado cuando desprecia ideas nuevas. Cien mil pigmeos del siglo XV se creían hombres de genio al reírse de Cristóbal Colón cuando éste les estaba demostrando la esfericidad de la tierra y la probable existencia de un nuevo continente.

Contesto, ahora, a esos detractores: ¿Cómo es que unos descubrimientos tan útiles y al alcance de todos, como son los estribos y las sopandas (o correas para la suspensión de la caja de los carruajes), se les han pasado por alto a veinte siglos de sabiduría, Ni en Atenas ni en Roma faltaba buenos mecánicos capaces de llevar a cabo esos sencillos descubrimientos. Todos los carreteros, todos los jinetes podían inventar las sopandas y los estribos, dispositivos en extremo necesarios a todo el mundo puesto que todo el mundo viajaba en carro o a caballo. Los carros de Cesar y de Pericles eran tan bamboleantes como nuestras carretas; los jinetes romanos estaban expuesto a grandes molestias perfectamente evitables; para remediar en lo posible tales inconvenientes, se colocaban a lo largo de los caminos uno poyos, situados a igual distancia el uno del otro, al objeto de facilitar la subida a caballo.

Teniendo en cuenta esta omisión de la sabia antigüedad en relación con dos invenciones al alcance del entendimiento más sencillo, ¿puede uno extrañarse de que una teoría tan vasta y brillante como la de la atracción pasional se le haya pasado por alto al mundo sabio? Por otra aparte, no hace sino un siglo que se está en posesión del germen de tal teoría, es decir, desde Newton, quien realizó el gran descubrimiento. Ahora bien, se han estado haciendo durante veinte siglos tonterías en relación con las invenciones más fáciles, como en el caso de las sopandas y los estribos, bien se puede pasar un siglo haciéndolas en lo que concierne a los estudios superiores, como los de la atracción. Mas, ese cálculo, por otra parte tan fácil de comprender, ya está hecho y ordenado en la actualidad, habiendo las investigaciones resultado más difíciles para los sabios que para los demás hombres, porque el mundo erudito está imbuido de una doctrina llamada moral, enemiga mortal de la atracción pasional.

La moral enseña al hombre a estar en guerra consigo mismo, a resistir las pasiones, a reprimirlas, a despreciarlas, a creer que Dios ha sido incapaz de organizar sabiamente nuestras almas, nuestras pasiones, a creer que éstas necesitaban de las lecciones de Platón y de Séneca para aprender a dividir los caracteres y los instintos. Absorto en estos prejuicios sobre la ineptitud de Dios, el mundo erudito no era capaz de calcular los impulsos naturales, o atracciones pasionales; impulsos condenados y proscritos por la moral cual si de vicios se tratara.

Verdad es que cuando no dejamos arrastrar individualmente por ellos, esos impulsos sólo al mal pueden conducirnos; pero era necesario calcular la influencia de los mismos sobre una masa de unas 2,000 personas, societariamente unidas, y no sobre algunas familias o sobre algunos individuos aislados. En esto no ha pensado el mundo erudito, quien, de haber realizado semejante estudio, habría comprobado que, a partir del momento en que se alcanza el número de 1,600 asociados, los impulsos naturales, llamados atracciones, tienden a formar grupos opuestos, en los cuales todo se encamina hacia la industria convertida en atrayente y hacia la virtud convertida en lucrativa.

A la vista de ese mecanismo, y haciendo únicamente el cálculo de sus propiedades, se comprenderá que Dios ha hecho muy bien cuanto ha hecho, y que, en vez de perder estúpidamente treinta siglos en despotricar contra la atracción, que es obra de Dios, se debía de haber pasado, como he hecho yo, treinta años estudiándola. Las ciencias deberían seguir sus preceptos (los de Dios) que ordenan explorar todos los dominios de la naturaleza, estudiar al hombre, al universo y a Dios; y, en vez de criticar, en lo particular, nuestras atracciones, deberían de estudiarlas en toda su complejidad, en su conjunto y referidas a nutridas masas. La atracción es el motor del hombre, es el agente del cual Dios se vale para mover el universo y al hombre. No se podría, por consiguiente, estudiar al hombre, al universo y a Dios, si no era estudiado la atracción en su conjunto, tanto en lo pasional, y el mundo puede caminar rápidamente hacia su feliz destino. Únicamente hay que dedicarse, en esta ocasión, a verificar si la teoría es exacta, y no cavilar, no con el inventor, sobre las formas: hay que examinar, pues, la base ¡Se ha concedido tanta importancia a los charlatanes detractores de la asociación! El verdadero inventor no pide más que justicia. Los charlatanes han hallado los medios para fundar, en el transcurso de veinte años, una veintena de colonias, las cuales, tanto las de Inglaterra como las de América, no han conseguido el menor éxito. El inventor quiere fundar un solo establecimiento que, en dos meses, alcance el objetivo y determine la imitación general con el aliciente del beneficio y del placer.

Pero el inventor tiene la desgracia de no estar en acuerdo con ninguna de las ciencias que gozan de la estima general. Y si estuviera de acuerdo con las ciencias políticas y morales, no sería sino un sofista más. Galileo, Colón, Copérnico, Newton, Linneo estuvieron en contradicción con su siglo respectivo. El inventor está obligado a contradecir los errores dominantes; el charlatán, para conquistar a sus víctimas, adulta a todos los sofistas ¿Cuál de los dos es más digno de fe?

Se afirma que la historia enseña a los pueblos a corregir sus opiniones. Nada más falso, porque éstas son hoy más hostiles a las invenciones que lo que fueron en el tiempo de Galileo. Cien veces les ha dicho la historia que “los grandes descubrimientos han sido a menudo debidos al juego de la casualidad antes que a las especulaciones del genio ; que genio e inteligencia se hallan raramente en los hombres de espíritu, gente práctica y poco propensa a las nuevas ideas”.

Pese a las lecciones de la historia y de la experiencia, se exige que el inventor sea un personaje académica en la forma y en el estilo. ¿Fueron acaso académicos quienes inventaron los anteojos y la brújula? Fueron personas cuyos nombres ni siquiera se recuerdan.

Cuando halléis un tesoro, apresuraos a disfrutar de él en vez de abrir procesos tratando de descubrir quien lo halló. ¿Por qué criticar al descubridor por su forma o por su estilo? Ninguna importancia tiene el descubrimiento menos valor?

Críticos malévolos que afirmáis que un inventor necesita tener espíritu académico, ¿qué ventaja ha reportado a las naciones vuestra facundia?

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