Capítulo EL CAPITALISMO Y EL MITO DEL FEUDALISMO EN LA AGRICULTURA BRASILEÑA

B. LA AGRICULTURA CAPITALISTA

3. Determinación de la producción, la organización y el bienestar en la agricultura

La determinación de la producción, la organización y el bienestar en la agricultura puede dividirse, para mayor conveniencia, en los siguientes temas: a) agricultura comercial en gran escala; b) agricultura residual, incluyendo, principalmente, la producción para la subsistencia y la producción en pequeña escala; c) subproducción y no producción de ciertos bienes, combinadas con la superproducción de otros; d) organización de la producción en el campo a través de las variadas relaciones propietario-trabajador, y e) contradicciones del bienestar, en el sector agrícola y la economía en general.

a. Agricultura comercial. A menudo se arguye que el comercio de productos agrícolas es, necesariamente, menos importante que su producción; que se trata de una cuestión de disponer de ellos después de haber sido determinada su producción por otras consideraciones (esto es, las productivas y las "internas"), determinadas o "limitadas", a su vez, por las relaciones de producción "feudales" o "precapitalistas" entre el propietario y el trabajador. Por supuesto, la tesis de este estudio es que, el contrario, la determinación comercial es suprema. Toda la iniciativa y el capital de la producción comercial en gran escala procedieron, originalmente, de intereses comerciales de más allá del mar. Con el desarrollo de un mercado relativamente independiente y de los intereses comerciales brasileños, éstos últimos vinieron a desempeñar un papel en la determinación de la producción agrícola pero tal participación no alteró fundamentalmente la agricultura.

Los intereses comerciales fueron y son la fuente del capital y el crédito que se invierten en la producción agrícola comercial. Un temprano ejemplo de ello es el desarrollo de la ganadería para servir al sector minero del oro y los diamantes, otrora dominante y hasta cierto punto, aún antes, a los productores de azúcar. Al continuar el comercio con la metrópoli ultramarina y desarrollarse una nueva metrópoli brasileña, la determinación comercial de la producción agrícola en gran escala persistió. Esto no significa, claro está que la fuente productiva de este capital necesita estar fuera de la agricultura Sólo quiere decir que su control primario está en manos de personas en quienes predominan las consideraciones comerciales. De igual modo, cuando en tiempos recientes los precios agrícolas han subido más que los industriales, esto tampoco quiere decir que el capital se transfiere del sector no agrícola a la producción agrícola o siquiera al consumo de productos agrícolas. En primer lugar, los precios de los bienes agrícolas reflejan las consideraciones de la producción mucho menos que las comerciales, precisamente a causa del alto grado de monopolización de la economía. La mayor parte del precio de los bienes agrícolas queda, por tanto, principalmente en manos del sector comercial. E incluso la parte que va a los "apicultores" no fluye necesariamente a sus gastos de producción, o siquiera a su consumo, porque surge la cuestión de hasta qué punto son estos propietarios principalmente productores o comerciantes. Los cosecheros de cacao de Bahía se distinguen por ser hombres de negocios mucho más que agricultores y por vigilar las cotizaciones de la bolsa más que su lista de gastos. (Prado, 1960: 203.) Según Geiger (1956), parece que casi todos los propietarios, grandes o pequeños, del estado de Río de Janeiro son, ante todo, hombres de negocios y especuladores. Lo mismo ocurre, sin duda, en otros estados, en grado mucho mayor del que generalmente se cree.

A mayor abundamiento, debemos tener en cuenta las cosechas de quienes arriendan grandes cantidades de tierra para producir por contrato bienes agrícolas comerciales como el arroz en Río Grande do Sul. Además, Geiger (1956: 72-74, 81-85) informa que los terratenientes son, al mismo tiempo, los negociantes y financieros de los productos de sus arrendatarios, así como los ingenios, las casas empacadoras y otras empresas comerciales lo son de sus abastecedores de primeras necesidades. En fin, Vinhas de Queiróz, cuando informa acerca de su estudio preliminar, de 50 de los 800 grupos económicos (10.000 firmas) que su instituto está estudiando, encontró que el 35% de los grupos brasileños y el 70% de los extranjeros poseen alguna clase de empresa agrícola, mientras que el 30 y el 40%, respectivamente, son dueños también de negocios de almacenes o distribución, "lo que indica que, entre sus actividades principales o secundarias, puede encontrarse el comercio en productos agrícolas". (Vinhas de Queiróz, 1962: 10.) El principal hallazgo de Vinhas es el alto grado de monopolización de la economía brasileña, incluyendo la producción y distribución de productos agrícolas.

El peso y determinación del comercio en la agricultura puede verse también en la relación entre el empleo y las ganancias en toda la economía. La Tabla 3 revela que el ingreso de la industria es dos veces el porcentaje del empleo total, tanto en Brasil, en general, como en el Nordeste. En la agricultura, el porcentaje de ingresos es, por supuesto, más bajo que el del empleo. Pero las personas empleadas en el sector terciario ganan dos veces su parte proporcional del ingreso nacional y tres veces en el Nordeste agrícola "feudal". Como la mayor parte de este ingreso procede de las finanzas y el comercio, y como muchos de los "agricultores" del sector primario son, en realidad, gente del comercio, podemos hacernos una idea del peso e influencia que las consideraciones comerciales han de tener en la agricultura. Claro está, la producción agrícola comercial es muy sensible a los cambios de la oferta de créditos y la demanda de productos del sector financiero y comercial. Sólo de este modo pueden comprenderse las principales variaciones de cultivos y regiones que han ocurrido en la agricultura brasileña a lo largo del tiempo. (Furtado, 1959; Prado, 1960, 1962, etc.)

TABLA 3

Distribución del empleo y el ingreso por sectores

Según el Instituto Brasileiro do Café (1962: 5), el café proporciona el 5,5% del ingreso nacional brasileño, y si añadimos su transporte, comercialización y exportación, sube a "alrededor del 10%". Pero hasta el 5,5% incluye bastante más que los costos de producción, por lo que el "café" viene a ser poca "agricultura", relativamente, y mucho comercio. De igual modo, Schattan, en sus diversas obras sobre el algodón, el trigo y la agricultura de São Paulo (principalmente la de 1961), Paixao (1950), Singer en su obra reciente (1963), Rangel (1961), Geiger (1956) y otros analizan la reacción a las cambiantes consideraciones comerciales de la expansión de la producción de ciertos cultivos en ciertas áreas y sus contradicciones.

Se ha sostenido, que, no obstante todo esto, la agricultura comercial no es bastante sensible a los cambios de la demanda y la necesidad de productos agrícolas, principalmente porque el abastecimiento de comestibles a las ciudades es insuficiente, lo que aumenta el precio de ellos. Pero aunque las escaseces pueden indicar insensibilidad a las necesidades sociales, no se debería interpretar que resultan de la insensibilidad de la empresa agrícola a la demanda comercial efectiva. Lejos de ello, tales escaseces constituyen, precisamente una prueba de la respuesta de la agricultura al alto grado de monopolización de Ia producción y la distribución. Cualquier texto económico elemental, marxista u occidental neoclásico, enseña que la consecuencia económica del monopolio es el alza de los precios y la baja de la producción.

b. Agricultura residual. Aunque la agricultura para la subsistentencia y la de pequeña escala pudieran parecer, por definición, no "comerciales", el comercio las determina porque son residuos de la agricultura comercial. Son residuos en todo lo imaginable: en la tierra, en las finanzas, en el trabajo, en la distribución, en el ingreso, en fin, en todo. La agricultura residual y la comercial son como las dos partes de un reloj de arena. La conexión entre ellas puede parecer pequeña, pero los recursos fluyen de una a otra a cada vuelta de nuestro reloj de arena económico. ¿Qué es lo que determina este flujo de los recursos? No la cambiante suerte del sector de la subsistencia, al menos evidentemente en Brasil. (La reforma agrícola de Bolivia, en cierto sentido, convirtió al sector de la subsistencia, al menos en parte, en sector primario.) Las presiones determinantes proceden o bien del sector comercial y su cambiante suerte, o bien de la economía nacional e internacional en su conjunto, o bien de ambos a la vez.

La naturaleza residual y la determinación comercial de la agricultura pequeña y la de subsistencia se manifiestan de muchos modos. Caio Prado (1960) señala que la punta de lanza de todo el desarrollo de la agricultura brasileña ha sido siempre la agricultura comercial en gran escala. Sólo a la sombra de ésta o en su camino, sin duda, y en tierras ya agotadas, abrió tal desarrollo un espacio marginal y subsidiario para la agricultura pequeña y la de subsistencia. Prado anota, además, que cuando los buenos tiempos de la agricultura comercial decaen, como ocurrió en la década de 1930, ello trae consigo un período de "bonanza" para la agricultura subsistencial. Por ejemplo, durante dicho decenio, la tendencia a la concentración de la tierra cesó temporalmente, al vender los grandes propietarios parte de sus posesiones para aumentar sus capitales líquidos. En tales circunstancias, los arrendatarios están en mejor posición para hacer que se atiendan sus demandas de tierra y de permisos para siembras de subsistencia, en cuyo caso el sector "no comercial" crece en términos generales. Pero cuando aumenta la demanda de uno o mas cultivos comerciales, los pequeños propietarios se ven oprimidos y obligados a vender, y los arrendatarios encuentran, como dijo en una conferencia Miguel Arraes, entonces gobernador de Pernambuco, que los cañaverales invaden hasta sus mismos hogares, y no digamos sus parcelas de subsistencia.

Lo que Caio Prado (1960) y Schattan (1961:87) examinan a nivel regional, lo confirma Geiger (1956) en el sentido de determinadas fincas en determinados momentos, como la decadencia de la producción de cereales ante la creciente demanda de otros cultivos comerciales (72, 129). Además, los cultivos no comerciales decaen por falta de financiamiento (81-84), ya que los arrendatarios y hasta los agricultores pequeños dependen de los propietarios-comerciantes, primero para obtener semilla y capital circulante en general a fin de producir sus frutos, y después para conseguir transporte, almacenamiento, etc., para llevar aquéllos al mercado (74-76), Por último, los propietarios restringen, y por ende, determinan en verdad, la elección de sus arrendatarios en cuanto a cultivos permanentes, siembras esterilizantes, ganados y animales, uso de tierras ya agotadas, rotación de cosechas, oportunidad de las actividades agrícolas —todo, en fin—, conforme a sus propios interesen económicos comerciales (80-81).

La relación de reloj de arena entre la agricultura residual y la comercial tiene así, un efecto o función adicional tal vez no lo bastante comprendida: seguridad. La mutua relación puede ser vista, por ejemplo, como un vasto sistema de aseguramiento para Ios terratenientes, la agricultura y la economía en su conjunto. El sector de subsistencia, precisamente por ser residual en producción y ganancias, obra a modo de amortiguador que gala, protege y estabiliza parcialmente toda la economía agrícola, con lo que ayuda a estabilizar también la economía nacional e internacional; todo por supuesto en beneficio de quienes (incluido el terrateniente) derivan sus ingresos del comercio, y en perjuicio del agricultor subsistencial, que no comparte las utilidades pero paga los platos rotos del costo de este sistema. Lejos de ser una "rémora" para la economía nacional e internacional, por tanto, el sector de subsistencia, como los muelles o el contrapeso en la parte trasera de un carro, es lo que la mantiene en marcha: impide que el sistema se desbarate al recorrer su camino económico escabroso, conscientemente creado. Así, pues, la agricultura "no comercial", la agricultura para la subsistencia, es determinada por el comercio a través del control monopolista de la tierra y otros recursos e instituciones económicas.

c. Subproducción-superproducción. Bajo este acápite incluyo también la no producción, la falta y el exceso de financiamiento y distribución, etc. Por "superproducción" no quiero decir demasiada producción únicamente, sino también exceso de financiamiento, distribución, etc., de un artículo con relación a otros. "Subproducción-superproducción" es, pues, la contrapartida agrícola del desarrollo-subdesarrollo a los niveles nacional e internacional, y es asimismo el resultado necesario del capitalismo comercial y monopolista predominante. De modo similar, la subproducción y la superproducción no pueden separarse una de otra bajo la actual estructura económica. Todo esto no niega la importancia crucial de la concentración de la propiedad y el control de la tierra para el fenómeno de que estamos tratando. Sólo queremos ponerlo en contexto y perspectiva.

La monopolización de la tierra y otros recursos trae necesariamente la explotación de los recursos no monopolizados, o sea, el trabajo, y la subutilización de todos los recursos. Por ejemplo, uno de los propósitos primarios del latifundio, tanto en el plano individual como en el social, no es usar la tierra, sino impedir que otros la usen. Estos otros a quienes se niega el acceso al recurso primario, caen necesariamente bajo el dominio de los pocos que lo controlan. Y en consecuencia se les explota de todos los modos concebibles, típicamente por medio del bajo salario. Por ende, la concentración monopolista de la tenencia de la tierra significa en el mercado del trabajo un monopsonio que mantiene bajos los salarios y los costos de producción no sólo en cuanto a la agricultura, sino a la industria también, y no sólo en cuanto a la economía capitalista nacional, sino también a la internacional.

De la monopolización de la propiedad de la tierra resulta el empleo de ésta en interés del latifundista, quien a su vez tiene que afrontar, y generalmente afronta, a un monopolista comercial. De este modo, paradójicamente, se forma toda una cadena, de embotellamientos monopolistas-monopsonistas y oligopolistas-oligopsonistas en el trayecto del humilde productor al humilde consumidor de productos agrícolas, quienes a menudo son las mismas humildes y doblemente explotadas personas. Esta cadena de monopolios, para decirlo con palabras de Ignacio Rangel (1961; III), "organiza metódicamente Ia escasez" y por ende "impone precios extorsionistas al consumidor", sin hablar del poder salarial o de compra del productor análogamente bajo. Los grandes terratenientes "responden" demasiado bien a estas presiones del mercado. Dedican la tierra buena a pastizales, por ejemplo, con lo que empujan a sus arrendatarios a un típico movimiento de "reclusión", bien cuando los precios de otros productos agrícolas bajan, bien cuando los de la carne suben. La carne va a los consumidores de ingresos relativamente altos, mientras se deja sin artículos de primera necesidad a los de bajas entradas. Además, el terrateniente goza de otras ventajas. (Geiger, 1956: 122.) Para él es relativamente fácil obtener créditos para criar ganado (según Geiger, virtualmente toda cabeza de ganado del estado de Río de Janeiro está hipotecada), aparte de que la ganadería mejora la tierra porque la deja descansar. Abundan las pruebas de esto (Geiger, 1956: 58-59, 120-122; Schattan, 1961: 94, etc.), y el Instituto Brasileiro do Café (1962: 44), al recomendar desembolsos al gobierno para dedicar a otros usos las tierras que quiere retirar de la producción cafetalera, advierte que no será necesario financiar la conversión en pastizales, porque los terratenientes la hacen de todas modos.

La no utilización y la subutilización tienen también otras fuentes. Los propietarios quieren tener tierra para un posible uso futuro, y para arrendarla mientras tanto. Ellos "usan" y compran tierra porque es una excelente cobertura contra la inflación, tal vez la mejor. Así, en los estados de Espírito Santa y Paraná, el valor de la tierra ha aumentado con más rapidez que el de los artículos en general. (Geiger, 1956: 63.) La tierra favorablemente situada sirve también para otros fines especulativos y a menudo se la retiene para subdividirla posteriormente, para fuentes futuras de madera (54, 179-190), para obtener ventajas fiscales (Folha de São Paulo, 1963), etcétera. Y una vez que la tierra se retiene con fines especulativos, dejar que el ganado paste o engorde en ella contribuye a las ganancias del dueño sin crearse gastos ni problemas. Esto explica por qué, casi a la vista de Río de Janeiro, predomina el mismo promedio de tres a cinco reses por hectárea que muchas leguas más lejos. (Geiger, 1956: 121.)

La estructura monopolista de la economía tiene asimismo otros efectos, o, para decirlo a la inversa, otros fenómenos sobradamente conocidos pueden ser también explicados por el comercio monopolista sin necesidad de inventar el "feudalismo". El 32% de los municipios del Nordeste y el 19% de los del sur (el 28% de todos los municipios brasileños) no reportan créditos agrícolas en absoluto, y el 39 y el 51%, respectivamente, sólo reportan créditos no bancarios (o sea comerciales y "otros") para la agricultura. (Comissâo Nacional, 1955: 85-94.) Otros estudios reportan inexistencia de créditos para pequeños productores y, naturalmente, para siembras no comercialmente lucrativas. En cambio, la venta y distribución monopolizadas y, por tanto, lucrativas, disponen de una relativa abundancia de préstamos, así como también, por supuesto, la industria monopolizada y los cartels extranjeros supermonopolistas. En particular, las cosechas de viandas no reciben crédito alguno, pero éste fluye generosamente hacia los cultivos industriales (materias primas) y los de exportación. Estos cultivos se almacenan después, porque la industria monopolizada no puede absorberlos, lo cual crea nuevas oportunidades de especulación con las existencias acumuladas. O, con el lenguaje más cauteloso (pero con más datos ilustrativos), del plan trienal: "Entre 1952 y 1960, el área total cafetelera aumentó en 1.600.000 hectáreas (57%), mientras el área total de cultivos crecía en un 38%, y la de comestibles en un 43%." En la Tabla LII adjunta al plan, sin embargo, aparece que el aumento de la producción, sin relación al área cultivada, fue de 150% para el café y del 60% para los comestibles. "Como no había modo de colocar toda la cosecha de café en el mercado internacional, la productividad social de los factores de producción aplicables al sector cafetalero fue muy baja, lo que obligó al gobierno federal a acumular grandes existencias sin perspectiva alguna de venta a corto plazo." (Plano Trienal, 1962: 134-135.)

La norma no se limita al café. El plan muestra que todos los aumentos de productividad de más de un 5% (excepto las papas, que aumentaron un 15%) tuvieron lugar en cultivos industriales: café, 87%; maní 33%; algodón, 15% (el mercado mundial del algodón estaba particularmente deprimido durante ese período); azúcar, 9%; semilla de higuereta, 57%. Por otra parte, se registraron rendimientos estables, entre un aumento de un 1% y una disminución de un 3%, en el maíz, el arroz, los frijoles y los plátanos, a la vez que el trigo mostraba una caída de un 20%. La vianda principal de la población brasileña, la mandioca o yuca, que casi nunca se cultiva en gran escala por falta de financiamiento, registró un cambio de productividad de cero. (Plano Trienal, 1962: 139.)

Las oportunidades de mayores ganancias que ofrecen el comercio y la industria especulativos obran como bombas de succión que retiran fondos de la producción agrícola carente de capital, especialmente la de frutos de consumo general, del mismo modo que las regiones y países desarrollados se llevan los capitales de las regiones y países subdesarrollados, aumentando así la desigualdad aún más y, a su vez, la corriente de recursos —tanto humanos como económicos— hacia canales socialmente indeseables. La causa no es el "feudalismo" o el "precapitalismo", sino el capitalismo. Y los problemas de la producción y el ingreso agrícolas, dejados a su libre curso, empeorarán, lejos de mejorar. (Schattan, 1961: 89.) La misma perspectiva afrontamos en el problema del desarrollo-subdesarrollo en general.

d. Organización de la producción en el campo. Nadie duda que las relaciones propietario-trabajador son determinadas en la agricultura por la concentración de la tenencia de la tierra. Pero, como hemos visto, a menudo se proponen otras consideraciones para explicar tanto sus causas como sus efectos. Se dice que tienen una razón propia —una razón "feudal"— que explica su supervivencia y su venturosa resistencia a las formas capitalistas más racionales. Se dice también que las diversas formas de arrendamiento son, en esencia, diferentes; que cada una parece tener su propia razón, y que son estas "relaciones feudales" las que determinan no sólo la organización de la producción en el sector "feudal", sino incluso la salud económica del sector "capitalista" y la economía en general.

El análisis en este estudio rechaza tales interpretaciones. Diferentes relaciones propietario-trabajador se encuentran entremezcladas en todo el país, en cada región, en muchas fincas, en multitud de familias de trabajadores, y a menudo cambian hasta de una temporada de cultivo a otra. (Prado, 1960: 213; Geiger, 1956.) ¿Se debe ello a que el grado de feudalismo, o de penetración capitalista concomitante, difiere de un lugar, de una familia o de un año a otros?¹ ¿O se debe, más bien, al hecho de que las cambiantes exigencias de la economía y la agricultura capitalista permiten al propietario, o demandan de él, diversos modos de organizar su producción y varias formas de explotación de la tierra y la mano de obra? Podríamos, en suma, preguntar en cuanto a cada caso de relaciones propietario-trabajador: ¿cuánto tiempo resistiría si las condiciones del mercado capitalista del trabajo y la producción sufren un cambio que haga, para el terrateniente ventajoso o económicamente necesario su abandono?

Incluso estas preguntas sugieren que la relación propietario-trabajador, lejos de ser el punto de partida de la cadena determinante —o de la contradicción fundamental, para usar términos marxistas—, es únicamente una extensión y manifestación de la estructura y relación económica decisiva. Esa estructura es el capitalismo monopolista; la relación o su contenido es la resultante explotación del trabajador por el terrateniente que le expropia el fruto de su trabajo. ¿Qué haceposible esta relación sino, por supuesto, la posición monopolista-monopsonista del propietario? Lo que determina la forma que esta relación tomará, manteniendo intacto el contenido explotador, es, por encima de todo, el interés capitalista comercial del propietario, quien no sólo explote, sino que también dicte la forma que la explotación tomará.

La monopolización de la tierra obliga a los no poseedores, y hasta a los pequeños propietarios, a comprar acceso a ese recurso decisivo o a sus frutos. No tienen otro modo de hacerlo que vendiendo su trabajo al mismo comprador monopolista-monopsonista. Siguiendo los estadios de Costa Pinto (1998), Caio Prado (1960), lanni (1961) y otros, tal venta del trabajo puede clasificarse como sigue:

Venta del trabajo por dinero (jornaleros)

Venta del trabajo por productos (pago en especie)

Venta del trabajo por el uso de la tierra (inquilinato)

Pago del uso de la tierra con dinero (arrendamiento)

Pago del uso de la tierra con productos (aparcería)

Pago del uso de la tierra con trabajo (trabajo forzoso, no pagado)

La relación propietario-trabajador puede encerrar, por supuesto, varias combinaciones, y también el trabajador tiene que pagar a menudo al propietario no sólo por el acceso a la tierra, sino también por el acceso a su monopolio del crédito, de los medios de almacenamiento, del transporte, de la comercialización de mercancías necesarias para la producción o el consumo; en resumen, monopolio de todo. Así, Incluso cuando los aparceros pueden producir más de lo que inmediatamente necesitan, a menudo se ver forzados —por carecer de medios de almacenamiento, insecticidas, etc., y tener necesidad inmediata de dinero—a vender hoy el exceso al terrateniente, sólo para comprárselo seis meses después al doble del precio. (Geiger, 1956: 130.) Si el monopolio del terrateniente sobre estos factores comerciales no basta por sí solo para forzar al aparecero a "venderle" su producción, su monopolio de la tierra y su monopsonio del trabajo, además de su consiguiente poder para excluir de su propiedad a los arrendatarios que "no cooperen", le permite extraer hasta la última migaja del producto del trabajador.

La forma de relación explotadora que se dé en un caso determinado, depende, ante todo, de los intereses del propietario. Y éstos, a su vez, son determinados por la economía capitalista de que él es parte. En ciertos casos es relativamente fácil explicar la persistencia o la introducción de una forma dada de relación. Los jornales y los contratos a corto plazo, por ejemplo, convienen más si la oferta de mano de obra es grande y segura con relación a la demanda real y potencial del terrateniente, cuando un cultivo permanente esté económicamente indicado, cuando el propietario, por razones de especulación, quiere cambiar rápidamente de un cultivo a otro, cuando los tiempos son buenos, y cuando, a causa de la inflación, el valor del dinero disminuye, etc. En otras circunstancias y lugares, como cuando la oferta de mano de obra escasee, el pago en especie y varias formas de inquilinato, que atan al trabajador a cierto terrateniente, son más ventajosos para éste.

No debemos suponer que bajo el capitalismo nunca aparecen las relaciones contractuales en que no media dinero. Por el contrario, existen a menudo, para explotar al campesino como productor y como consumidor. Aun cuando no sea de inmediato evidente la función a la cual sirve una forma determinada de relación propietario-trabajador, no deberíamos renunciar a buscarle. Ni podemos argüir tampoco que, habiendo solo una forma de capitalismo y varios tipos de relaciones propietario-trabajador, necesitamos para éstas varias explicaciones extracapitalistas. Evidentemente, el capitalismo admite —antes bien, exige— diversas formas de relaciones adaptables a las diversas circunstancias de su desarrollo. Si en un caso dado no podemos establecer la determinación capitalista de las relaciones propietario-trabajador, tampoco deberíamos adoptar la extraña conclusión de que estas relaciones particulares y locales "determinan" de algún modo el funcionamiento de la economía en otras partes de la estructura capitalista. Mantener que las relaciones propietario-trabajador dentro de la finca determine, lo que ocurre fuera de ella, sobre la base del principio marxista de que las relaciones o contradicciones internas determinan las externas, no es otra cosa que confundir la finca con la estructura económica.²

e. Contradicciones del bienestar. El capitalismo, por tanto, a través de los principios de la subordinación, la comercialización y la monopolización, produce multitud de contradicciones del bienestar: desarrollo a la vez que subdesarrollo. Ocurre demasiada producción de cultivos comerciales, especialmente los que se exportan, junto a una producción insuficiente de comestibles de consumo general. La capitalizacíón de la agricultura aumenta a la vez que se fortalece la monopolización. La producción agrícola crece, pero la de artículos comunes disminuye. Si los salarios suben, los precios suben más. Los de las necesidades agrícolas suben más rápidamente que los de las mercancías industriales, pero el capital abandona la agricultura de todos modos. El ingreso agrícola puede subir (según Schattan, 1961: 88, el ingreso per capita está disminuyendo). Pero la desigualdad de entradas aumenta también, y los más pobres pueden convenirse en más pobres todavía. El pago en dinero remplaza a otras formas de remuneración pero los trabajadores agrícolas ganan menos. A éstos se les expulsa de la tierra y emigran a las ciudades, donde se convierten en residentes desempleados de los barrios de "indigentes" y tienen que pagar precios más altos por la subsistencia.

Supuestamente para corregir estas aberraciones, el gobierno interviene en el proceso. Pero la intervención no hace más que reforzarlas. Las inversiones públicas productivas y el suministro de tecnología a la agricultura sólo sirven a los terratenientes, no a los trabajadores agrícolas. El crédito agrícola fluye hacia las manos de los que ya monopolizan el comercio de productos del campo. Los nuevos medios de almacenamiento sólo benefician a quienes especulan con tales productos. La acumulación gubernamental de excedentes y los mecanismos de fijación de precios, están sometidos a los más grandes monopolios —incluyendo los extranjeros— del financiamiento y comercio de productos agrícolas que lo usan exclusivamente en su propio beneficio burgués. La fijación de jornales mínimos para los trabajadores agrícolas y de rentas máximas para los arrendatarios, aunque sean aplicables y se apliquen, perjudican a los propietarios más pequeños y débiles en bien de los más grandes y fuertes; son absorbidos por los monopolios comerciales estratégicamente situados, reducen el número de trabajadores contratados y aumentan el desempleo, y en general fortalecen la monopolización de la agricultura y el campo. La intervención del gobierno de la burguesía, en suma, fortalece a ésta, y a veces, también, a la pequeña burguesía.

De la reforma agraria capitalista-burguesa resulta, necesariamente, lo mismo. La compra de tierras por el gobierno se convierte en un programa de venta de terrenos indeseable a discreción de los terratenientes locales, permite a éstos transferir más capitales de la agricultura a empresas comerciales e industriales relativamente más lucrativas; encarece aún más la tierra, lo que contribuye a la especulación y Ia inflación, y confunde aún más el problema básico de la crisis de la agricultura, lo cual es uno de sus principales propósitos, sin duda, como ocurrió en Venezuela. (Frank, 1963a.) Hasta la extensa reforma agraria mexicana, a la que precedieron diez años de revolución burguesa —evidentemente la más profunda de América latina, antes de la revolución cubana—, se convirtió en la base principal de la nueva burguesía de México y de su actual y creciente desarrollo-subdesarrollo. (Frank, 1962, 1963.)

La reforma burguesa, repito, reforma en beneficio de la burguesía, y no resuelve la crisis de la agricultura ni el problema del subdesarrollo.
 

1. Esta explicación lógicamente derivada de una parte de la tesis del "feudalismo, es incompatible con la otra parte, la cual sostiene que el feudalismo desaparece y el capitalismo avanza sin retrocesos.

2. Hace tiempo me pareció que era útil distinguir los conceptos "dentro de la finca" y "fuera de la finca", distinción muy diferente de la que hace la teoría marxista. Pensaba entonces, como Ignacio Rangel (1961: IV) parece pensar, que esta distinción podía contribuir a evitar la confusión que representa el llamar "feudal" a la agricultura cuando las relaciones "exteriores" son evidentemente capitalistas y no lo son las "interiores". Pero hoy creo que todas las relaciones son afectadas fundamentalmente por la estructura capitalista de la economía, por lo que ahora, claro está, no puedo recomendar tal distinción.

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