1. La polarización internacional a través del comercio exterior

Un reciente analista de la historia chilena subraya que "el carácter de la economía chilena colonial [era] esencialmente de exportación y no de mera subsistencia, como alguna vez se ha afirmado. Esta impronta es genérica a la economía colonial de diversos países, exceptuando al Paraguay..." (Sepúlveda, 1959:21-32).

No obstante, durante todo el siglo XVIII Chile tuvo una balanza comercial claramente desfavorable con respecto a Lima, España y Francia (Ramírez, 1959: 46-49). Fue así a pesar del hecho de que su producción minera (ahora de plata y cobre cada vez más, en vez de oro) volvió a aumentar a lo largo del siglo, y de que conoció y satisfizo un espectacular aumento de la demanda exterior de los productos de su tierra, ahora principalmente agrícolas mas que ganaderos. Las exportaciones chilenas de trigo a Lima habían empezado a crecer entre 1687 y 1690. Esta se ha atribuido a menudo al terremoto de 1687, del que se supone que destruyó la capacidad productiva de las tierras trigueras cercanas a Lima. En El trigo chileno en el mercado mundial, Sergio Sepúlveda pone en duda esta explicación y ofrece en su lugar una razón económica que concuerda con mi tesis acerca del papel de los monopolios mercantiles en un sistema capitalista estructurado sobre la polarización metrópoli-satélite.

"Queda establecido que entre el 18 de noviembre de 1698 y el 9 de diciembre de 1699, se registraron en el Callao 113 entradas de buques, correspondiendo 44 de ellas a buques procedentes de Chile (23 de Valparaíso, 13 de Concepción, 3 de Coquimbo y 5 de Arica, que el autor incluye como viniendo también de Chile), que en conjunto internaron 86.013 fanegas de trigo, 18.402 zurrones también de trigo y 5.561 zurrones de harina, además de 27.038 quintales de sebo. Vale decir, que Perú importaba en este momento comercial claramente decidido, unos 66.000 quintales entre trigo y harina de Chile.

Tal como lo hemos insinuado, es una verdad que con ocasión del terremoto de 1687 se abrió el mercado peruano, iniciándose las mayores exportaciones de nuestro trigo, debido a la alteración de la vida económica de Lima y la lógica escasez de bienes de consumo, durante la emergencia. Pero la inundación de los trigos de Chile se hizo permanente, no por los efectos del polvillo, sino que se perpetuó gracias a la acción económica inteligente de un monopolio que no tardó en organizarse que supo aprovechar su mejor calidad para imponerlo definitivamente en el medio menos apto. La producción interna del Perú fue aniquilada en virtud de una política de regulación de la oferta mediante la imposición de los precios. Modalidad que se vio facilitada por la debilidad congénita del trigo peruano frente al chileno.

Como conclusión se infiere que el trigo de Chile se impuso desde entonces, iniciando la conquista de su primer mercado, en virtud de una voluntad económica sistemática y por haber encontrado un medio adecuado capaz de crear la dependencia. Nuestra opinión es que ella se habría creado de todas maneras, aún sin mediar el accidente del terremoto, pues tarde o temprano en un régimen de concurrencia normal el trigo chileno habría terminado por imponerse. El intercambio entre ambas colonias se activa desde entonces, animando el Valle central, especialmente entre el Choapa y el Maule donde se recogía en 1695, entre 80 y 90.000 fanegas, sin contar algo más que se obtenía en Coquimbo y en Concepción. El grueso de la exportación salió desde el comienzo por Valparaíso, donde los granos aprovechaban las antiguas bodegas destinadas a guardar el sebo y se beneficiaban con nuevas construcciones, siendo además la salida natural del fértil valle del Aconcagua. Algunas agrupaciones con carácter institucional participan de él y originan, andando el tiempo, conflictos graves por el choque de sus intereses con los productores y bodegueros de Chile y los importadores peruanos. Interesante es este momento de la iniciación de la nueva corriente comercial, por el reajuste económico que supone y por los efectos psicológicos que produce en una población que no estaba preparada para entender la oportunidad." (Sepúlveda, 1959:20).

Los efectos económicos, políticos, sociales y culturales sobre Chile fueron trascendentes y duraderos, y desde el punto de vista de la discriminada población de la periferia satélite local, cuyo subdesarrollo se fomentaba, no fueron ni ventajosos ni bien acogidos. La razón no era tanto la falta de preparación para "comprender", como Sepúlveda sugiere aquí, sino que era —y todavía es— la absoluta incapacidad para reaccionar de otro modo dentro de las limitaciones políticas y económicas que la misma estructura capitalista imponía, como lo demuestra el propio Sepúlveda en otros pasajes.

Si los intereses monopolistas peruanos arruinaron la relativamente ineficiente producción de trigo de su país para reemplazarla por el producto chileno, que la geografía y el clima favorecían más, no fue porque tuvieran presentes los intereses de los productores de trigo chilenos. AI contrario:

"Chile, además de ser colonia de España, se encontraba económicamente subordinado al virreinato del Perú. Aquel país era el más potente centro económico de Sudamérica... Pudo formarse en el Virreinato un núcleo de poderosos comerciantes que no sólo comandaba las actividades productoras peruanas, sino también las de otras colonias españolas en la América meridional, desde Guayaquil hasta las provincias del Plata. El comercio limeño controlaba la riqueza minera del Alto y Bajo Perú, la producción agropecuaria y minera de Chile, la producción agrícola tropical del Perú y la región de Guayaquil y las producciones ganaderas de las provincias de la Plata. Por su comunidad de intereses y por sus aspiraciones hegemónicas fundadas en su superioridad financiera, estos comerciantes operaban con una solidez y eficacia tales «que parecían actuar bajo la inspiración de una o muy pocas personas... La red de negocios manejados por este grupo, que por rico y numeroso tenía largos brazos, era enorme». El influjo de estos empresarios guiados por un espíritu monopolista infinitamente mayor que el de la Corona les permitió subordinar a sus designios a las autoridades políticas del virreinato, con lo cual pudieron conquistar y consolidar todo un sistema de privilegios establecidos en su favor. Tales ventajas fueron debidamente aprovechadas por los círculos mercantiles de Lima: a base del riguroso sistema monopolista establecido por la metrópoli —del cual eran activos usufructuarios— llegaron a constituir una especie de imperio autónomo dentro del imperio español. Cuando observaron que la metrópoli orientó su política comercial en un sentido más liberal se movilizaron luchando tenazmente contra todas las franquicias económicas que pudieran otorgarse a otras regiones y procurando conservar, de todos modos, los mercados que en un principio les pertenecieron por razones históricas más que geográficas" (Ramírez, 1959: 65-66, citando también a Guillermo Céspedes del Castillo. Lima y Buenos Aires, y a Emilio Romero, Historia económica del Perú).

La situación descrita se hizo sentir con particular intensidad sobre Chile, Perú fue su único proveedor de algunos artículos de primera necesidad: era el intermediario indispensable de artículos europeos. Además, fue el principal mercado consumidor de sus productos. Por estas razones, los comerciantes peruanos —que eran dueños de casi la totalidad de los barcos que traficaban en el Pacífico Sur y que disponían de abundantes recursos—pudieron ejercer dominio efectivo sobre nuestro comercio externo. Ellos compraban el trigo "en las bodegas de Valparaíso al costo y a veces sólo del flete, perdiendo el labrador su trabajo y expensas"; además, se comportaban frente a los productores de cobre como "duros comerciantes que se valen de la necesidad para fijarles los precios" (Ramírez, 1959: 68-69, citando también del "Informe del gobernador A. O'Higgins al gobierno de España", setiembre 21 de 1789).

Al mismo tempo, estos mercaderes traficaban con ciertas mercancías "en que ganan a ciento, doscientos y trecientos por ciento con la sola navegación de quince o veinte días, que no se gastan más en llegar de Chile a Lima" (Ramírez, 1959:69, citando a Alonso Ovalle, Histórica Relación, I, 19).

"De los navieros del Callao y de los bodegueros de Valparaíso, de cuyos planes de recíproco monopolio para dañarse inconsiderada y torpemente los unos a los otros, de cuyos interminables litigios, de cuyos avenimientos ocasionales y aun alianzas solemnes para poner bajo su ley a los panaderos de uno y otro reino y por medio de éstos a todos sus habitantes, estaban llenas las crónicas y los archivos de entonces" (Sepúlveda, 1959: 23, citando a Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de Valparaíso).

Los productores y consumidores satélites de Perú y Chile, y hasta sus respectivos gobiernos, lejos de ignorar lo que ocurría se daban perfecta cuenta de ello e intentaron remediar la situación quebrantando el poder de los monopolistas comerciantes importadores y exportadores. Pero, como hoy, la lógica del sistema capitalista no permitía tal remedio. Al contrario, la estructura acaparadora del sistema capitalista polarizó el poder económico y político entre ambos países y dentro de ellos, de modo tal que los monopolistas eran más poderosos cada vez y el "público" y sus gobernantes, consecuentemente, menos capaces de adoptar las medidas económicas y políticas que su protección demandaba.

En efecto, sabemos de documentos que muestran la reacción social y oficial ante la alternativa de absorber el aumento de la demanda externa, sacrificando el consumo o de mantener sin menoscabo el abastecimiento interno. Tal documentación muestra que la comunidad fue contraria desde el principio a este tipo de intercambio, por las consecuencias que trajo consigo; contraria a la restricción del consumo, contraria al alza de precio interno, lo que se tradujo en una política restrictiva y extemporánea, destinada a poner trabas al comercio naciente, limitando las licencias y el monto de la cuota exportable, pero sin imaginar, ni ensayar otras soluciones positivas. Hacia 1694, por ejemplo, sólo estaba permitido exportar oficialmente unas 12.000 fanegas (8.860 qq. mm.), y en noviembre de 1695 culmina esta actitud negativa cuando Marín de Poveda prohíbe la exportación de los trigos de la ciudad de Santiago y de sus partidos.

Sin embargo, a pesar de la crisis de desequilibrio, provocada por el aumento notable de la demanda externa, los imperativos económicos fueron más fuertes y todas las medidas adoptadas para impedir el comercio, fatalmente fracasaron. Las prohibiciones fueron burladas por personas allegadas a los propios medios oficiales que lucraron con la venta de licencies, cobrando la prima de un peso por fanega exportada. En Lima llegó a venderse la fanega a 25 pesos y más, mientras en Chile el precio se había triplicado de 2 pesos y 6 reales a 8 y 10 pesos, sin que por comparación la utilidad fuera remuneradora.

Hacia esta época surgió en Chile, por instigación de los terratenientes o productores, una organización destinada a poner fin a las anomalías del comercio, protegiendo a uno de los sectores económicos que participaban en él; fue el conflicto de bodegas que resultó de la iniciativa de los hacendados o productores organizados para defenderse de los dictados de los navieros del Callao. Según Vicuña Mackenna, éstos eran: "mansas víctimas de los monopolistas al paso que los bodegueros, de buen o mal grado, se contentaban con hacerse cómplices de los últimos." Una tal subordinación implica el acatamiento de los precios de compra y la imposición por los comerciantes foráneos de la magnitud de la exportación anual.

Los navieros y comerciantes del Perú devolvieron la mano con una institución similar, aunque más poderosa, en virtud de su experiencia y habilidad económica, y de sus mayores recursos. Estatuyeron un comprador único, exigieron la selección de los trigos que importan, colocaron los buques bajo una sola voluntad; en fin, se impusieron tanto en Valparaíso como en Lima, donde dominaron la resistencia que intentó oponerles el gremio de los panaderos, enviando por su cuenta dos barcos a Chile. Subordinaron además a los cultivadores del Perú, mediante une simple acción sobre precios, bajando el trigo importado en el momento de las cosechas. El mismo mecanismo lo explica el propio Vicuña Mackenna: "A fin, pues, de estrechar el monopolio a sus últimos límites, los navieros dueños del trigo de Chile aguardaron la época de la cosecha de los valles vecinos a Lima, y cuando llegaba aquélla, bajaban el precio del cereal de improviso, sin que por esto salieran de sus manos sino unas pocas fanegas".

Pero la recuperación que veía el virrey no era tal, y el triunfo de toda su política estaba condenada al fracaso por la operación de dos fuerzas de evidente poder. En efecto, el virrey estaba luchando contra la reacción más o menos circunstancial de los importadores que lucraban con precios especulativos, sabedores que la demanda de artículos esenciales es inelástica y su curva siempre positiva estaba luchando, era lo peor, contra la fuerza todopoderosa de las limitaciones impuestas por la geografía económica del país. Toda la historia posterior del trigo en este mercado nos da la razón (Sepúlveda, 1959: 20-21, 25-27).

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