EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

Volver al índice

4. La aplicación del interés básico al llamado capital real (bienes materiales)

La mercancía es adquirida con dinero y, recargada con interés básico, se vende nuevamente al consumidor por dinero. Y con la venta de la mercadería está el dinero otra vez listo para hacer una nueva cacería (1). Es este el verdadero sentido de la fórmula Marxista D‑M‑D'.

El interés básico que el dinero percibe de esta manera de las mercaderías, no es, pues, ninguna presa excepcional y única; es, más bien, una fuente que brota continuamente, y la experiencia milenaria demuestra que se puede contar término medio con un botín equivalente al 4 o 5 % de todas las transacciones anuales.

Entonces, el íntegro y verdadero interés básico es aquel que cobra el comerciante directamente del tráfico con la mercadería. Lo que de este importe entrega a sus acreedores es el interés básico, descontados los gastos de recaudación (2). Al igual como no se entrega al Estado el derecho de peaje íntegro que se percibe en las barreras.

Ahora bien; el que compra ladrillos, cal, tirantes, etc., no para revenderlos como mercadería, sino para construir una casa de alquiler, renuncia por su propia voluntad a la devolución del dinero, ese manantial constante de interés; eso sí, tendrá una casa, pero no el dinero, esa fuente del interés. Mas no se renuncia, por cierto, a tal beneficio, sino bajo la condición de que en lo sucesivo sea el inquilinato el que rinda el interés, que habría producido el dinero invertido en la construcción. Si el dinero puede cobrar de las mercancías un 5 % anual, también podrá obtener el mismo tributo el inquilinato de sus inquilinos, el buque de su carga, la fábrica de los salarios (3), de lo contrario el dinero quedaría en el mercado a disposición de las mercaderías y la casa no se construye, ni el buque ni la fábrica.

Quiere decir, que el dinero pone como condición lógica para la construcción de una casa, fábrica, etc., que la casa extraiga de sus inquilinos, la fábrica de sus obreros, el buque de su cargamento, el mismo interés que en cualquier momento podría obtener de las mercaderías. Luego, sin interés no hay dinero, ni para casas, fábricas o buques. Y sin dinero, ¿cómo podrían reunirse los mil y un objetos que se precisan para la construcción de un buque, de una fábrica o de una casa? Es absolutamente inconcebible. Por eso, todo capital fundamental, para iniciar cualquier empresa capitalista, consiste en una suma de dinero; y para el sinnúmero de casas, fábricas, buques, etc., vale la frase bíblica: „Al principio era el dinero...“

Pero si el dinero no se presta para la construcción de casas, a no ser que éstas rindan el mismo interés que percibe de las mercaderías, entonces se suspende la edificación, y la consiguiente escasez de casas aumenta los alquileres, al igual que la escasez de fábricas oprime los salarios.

Todo ha de conducir, pues, a que casas, fábricas, buques, en una palabra: todo el así llamado capital real, deba forzosamente producir el mismo interés que el dinero puede imponer, como interés básico, al intercambio de las mercancías.

Casas, fábricas, máquinas, etc., son capital. Ellas recaudan el interés, no como lo hacen las mercaderías para el poseedor del dinero, sino para el dueño de la casa. Pero ese poderío no se basa en las cualidades de aquellos objetos, sino en que el dinero, exactamente como en el caso de las mercaderías, prepara las condiciones de mercado de manera que pueda percibirse el interés. La relación entre viviendas e inquilinos, buques y cargamentos, obreros y fábricas, la constituye el dinero artificial -regular- y forzosamente en tal forma, que los inquilinos y obreros (que representan la demanda) se encuentran siempre frente a una insuficiente oferta de viviendas, fábricas, etc.

El dinero tradicional, o sea el medio de intercambio emitido por el Estado, protege a todas las casas existentes contra toda competencia de nuevas construcciones, que pudiesen reducir el interés. Vigila con celo para que sus creaciones no degeneren; sólo se presta para un número tal de casas que el rendimiento no pueda ser inferior al interés básico. Una experiencia milenaria lo comprueba.

Luego, el denominado capital real (bienes materiales) es todo menos que real. El dinero, he ahí el verdadero capital real, el capital básico. Todos los demás objetos conocidos por capital real (bienes materiales) dependen en forma absoluta de la condición del dinero, son sus creaciones, son por él elevados al rango de nobleza capitalista. Si al dinero se le quita el privilegio de poder prohibir al pueblo la construcción de nuevas casas, si se elimina esa barrera erigida por el dinero entre los obreros y los llamados capitales reales, la oferta de esos objetos aumentaría y así perderían éstos su carácter de capital.

Pretender eso, parece increíble, monstruoso, y ha de estarse muy seguro al afirmar que toda esa mar de casas, fábricas, buques, ferrocarriles, teatros, usinas eléctricas, etc. que la vista puede abarcar desde la torre Eiffel de París, sólo sea y debe ser capital porque el dinero lo es; que esa enorme mar de cosas, que seguramente supera en cien veces el capital monetario, sólo produce interés, porque así lo quiere el dinero. Es, por cierto, difícil de concebir.

Sin embargo, lo inverosímil adquiere de pronto verosimilitud, si recordamos que nuestro dinero tradicional es sumamente antiguo, y que desde hace 3.000 a 4.000 años viene restringiendo automática y forzosamente la construcción de casas, etc., de tal manera que la demanda exceda siempre a la oferta y las casas siguieran siendo capital.

Para comprender lo aparentemente inverosímil, hemos de recordar el „período económico glacial“, nombre con que habíamos designado la Edad Media, y las innumerables crisis económicas provocadas, desde entonces, por el dinero. Los miles y miles de millones de capitales reales que, debido al paro forzado, no se han hecho en el transcurso de este tiempo, explican lo inverosímil.

La escasez de casas, buques, fábricas, etc. que se manifiesta por el interés que los tales producen, es el resultado de una causa que viene actuando sin interrupción desde hace miles de años.

Si durante la crisis de 1873‑1878 se le hubiera permitido al pueblo construir casas y maquinarias en vez de holgar y padecer hambre, ¿no habrían, acaso, bajado los alquileres bajo la presión de la oferta? ¡Y sólo se trataba de cinco años! Fuera de eso no hay que olvidar que, independientemente del interés, las demás causas de las crisis económicas, tratadas en el tercer tomo de esta obra, actúan siempre en la misma dirección, es decir, la limitación y supresión del intercambio.

Es, pues, evidente que el llamado capital real debe arrojar interés, porque sólo se forma mediante la erogación de dinero, y porque este dinero es capital. El llamado capital real no tiene, como el dinero, medios coercitivos propios para exigir interés. Trátase aquí lo mismo que en el caso de las mercancías, de condiciones de mercado expresa y forzadamente creadas a propósito por el dinero, de una restricción artificial y automática de la producción de capitales reales, de tal manera, que su oferta jamás llegue a cubrir la demanda.

El dinero tradicional, emitido y administrado por el Estado, crea necesariamente, por el paro forzoso, la masa desposeída y desamparada, el proletariado, cuya existencia es la premisa para el carácter capitalista de las casas, fábricas, buques, etc.

El dinero es indispensable para la formación de esos capitales reales, y sin interés no hay dinero. Pero el capital real no puede existir sin el proletariado (4). En consecuencia, la imperiosa necesidad del dinero debe crear también el proletariado indispensable para el interés de los capitales reales y para la circulación del dinero.

El dinero crea el proletariado, no porque la carga del interés despoje al pueblo de sus bienes, sino porque le impide, por la fuerza, adquirirlos.

No es necesario, pues, recurrir a una desesperada explicación „histórica“, para demostrar el origen del proletariado; porque ésta es una manifestación sintomática y necesaria del dinero tradicional. Sin el proletariado no hay interés para los capitales reales, sin interés no hay circulación de dinero, sin circulación no hay intercambio de productos y como consecuencia de esta paralización el empobrecimiento.

En otros tiempos la espada ha cooperado activamente y mucho a la creación del proletariado; lo mismo la legislación y la iglesia colaboraron con eficacia. Aun hoy se procura poner la renta territorial al amparo de la ley y, por medio de aranceles al trigo, arrancar al pueblo las armas, que en forma de buques, ferrocarriles y máquinas agrícolas se había forjado para luchar contra aquella renta. (Véase el tercer tomo).

Al derecho a pan y trabajo se opone el derecho a la renta territorial, pero aun sin la ayuda de ésta no habría perdido el capital un solo proletario. Si la espada y la ley hubiesen denegado su colaboración, habríamos contado en su lugar con algunas crisis económicas y otros varios miles de obreros superfluos. El capital monetario no precisa ni de espadas ni de leyes para crear el proletariado requerido por los capitales reales; para ello lleva las fuerzas necesarias en sí mismo. Lo crea con el vigor propio de una fuerza natural. Patrón oro y proletariado son cosas inseparables.

Por cierto que el denominado capital real consta de objetos muy reales e indispensables; pero como capital esos objetos son todo menos reales. El interés que hoy producen, es el fruto del capital básico, o sea del dinero.

_______________

(1) Quiere decir, que el consumidor ha de desembolsar siempre más dinero de lo que percibe como productor. Este excedente, que consiste en el interés básico, se lo procura el productor elaborando y vendiendo más mercaderías de las que compra. Los poseedores del dinero, a su vez, compran ese superavit para sus necesidades personales y eso, justamente, con el dinero que perciben como interés. Lo mismo sucede con los gastos comerciales, que también paga el consumidor.

(2) Más adelante veremos, que estos gastos de recaudación no son tan insignificantes; principalmente consisten en los estragos causados a la economía por las crisis.

(3) De malas ganas empleo este término, porque puede tener muchas interpretaciones. Mejor sería hablar del precio que paga el empresario a los obreros por sus productos, puesto que sólo estos son los que paga el empresario, no la actividad del obrero.

(4) El proletariado lo forman los obreros desposeídos de medios de producción propios.