COMERCIO, MONEDA Y BANCA EN EL EGIPTO TOLEMAICO



 

Por M. Rostovtzeff

Extraído de su Historia Social y Económica del Mundo Helenístico, (1941) versión española con traducción de Francisco José Presedo Velo, publicada por Espasa Calpe en 1967.

Para esta edición electrónica hemos suprimido las abundantes notas que consisten de referencias bibliográficas, a veces comentadas, sobre fuentes clásicas y contemporáneas.

 

COMERCIO, MONEDA Y BANCA

La inteligente política comercial de los primeros Tolomeos, por medio de la cual desarrollaron sistemáticamente las relaciones comerciales de Egipto, contribuyó a su gran éxito en reorganizar la agricultura e industria egipcias y aumentó su riqueza. Su polí­tica comercial fue dictada por su política interior, siendo su meta principal fortalecer y consolidar su posición en Egipto y adquirir la hegemonía, o por lo menos una influencia todo lo grande po­sible, en el mundo civilizado. No tengo que repetir que la base de la fuerza e influencia egipcias era su prosperidad económica, que les permitía mantener un ejército y una marina fuertes y bien organizados, y llevar una política exterior acertada. Esto último descansaba en gran parte en los subsidios en dinero y grano que donaban a sus partidarios en el mundo mediterráneo.

 

Comercio con los dominios

Egipto era un país muy rico y los Tolomeos, con sus esfuerzos, lo hicieron casi autárquico. Pero su autarquía no fue completa. Ya he dicho que Egipto era pobre respecto a ciertos artículos indis­pensables para satisfacer algunas necesidades fundamentales del ejército y la marina: metales, caballos y elefantes, y buena madera. Los cuatro metales básicos -hierro, cobre, plata y oro- tenían que importarse, al menos en parte. Por su política exterior, aunque ésta no estaba dirigida exclusivamente por con­sideraciones económicas, los Tolomeos lograban satisfacer algu­nas de sus necesidades. Los mencionados artículos eran suminis­trados a Egipto por sus dominios y dependencias exteriores más importantes: Chipre lo proveía de cobre; Siria, Cilicia, Licia y también Chipre lo abastecían de madera y de algo de plata; Cirenaica, de caballos; Nubia, de una cierta cantidad de oro; Meroe, de algún hierro (de calidad inferior) y de oro, importado este último probablemente de Abisinia; África oriental, especial­mente Somali1andia, le suministraba elefantes. Debemos decir algo respecto a Nubia, Meroe y África central.

Oro. El oro lo extraía Egipto en dos regiones: en el desierto de Nubia al sur de Egipto, y en el desierto oriental, entre los ca­minos que van de Copto y Apolinópolis a Berenice, en el mar Rojo. Las minas de Nubia las conocemos gracias a una maravi­llosa descripción hecha por Agatárquides en el siglo II antes de JC. Estaban situadas al este de Dakke, en Uadi-Alaki. El descubrimiento de algunas inscripciones en este lugar y las referencias a ellas en los textos egipcios demuestran que las minas habían sido explotadas durante mucho tiempo antes de caer en manos de los Tolomeos. Por otro lado, la descripción de Agatár­quides muestra las dificultades con que se realizaba la explota­ción de estas minas en un desierto tórrido y sin agua. Las condiciones de trabajo eran aterradoras y realmente mortíferas para los mineros reclutados entre criminales y prisioneros de guerra. El problema de la mano de obra para estas minas era evidente­mente de gran dificultad. Además, estaban prácticamente fuera de Egipto y su conservación exigía un considerable esfuerzo mi­litar por parte de los Tolomeos. Y no sólo era mano de obra lo que se necesitaba: era necesario un fuerte destacamento de sol­dados para mantener la disciplina entre los mineros y guardar las minas de un ataque por parte de ladrones y enemigos. Es difícil evaluar la riqueza de las minas. Teniendo en cuenta que habían sido explotadas durante cientos de años, su producción, aun con una técnica algo más adelantada, no podía ser muy grande. Sin embargo, el interés demostrado hacia ellas por Agatárquides y los grandes esfuerzos hechos por los Tolomeos para mantenerlas en producción, demuestran que eran las minas de oro más im­portantes bajo el dominio tolemaico. Es altamente probable, pues, que las minas del desierto oriental egipcio, conocidas por la exploración arqueológica moderna, las de Barramija, Dunkash y Fawakir, no fuesen de gran importancia. Por ello dudo mucho de que el producto de las minas de oro dominadas por los Tolomeos cubriesen sus exigencias de oro. La balanza tenía que ser equilibra­da por otras fuentes.

No fue tan sólo la necesidad de proteger sus minas de oro la causa que llevó a los primeros Tolomeos a esforzarse por conser­var Nubia y extender su influencia a Meroe: la exploración ar­queológica ha demostrado que allí se extraía algún hierro y que los meroítas tenían algún oro (¿importado de Abisinia?). Difícil­mente pudieron emplearlo todo en el país. Parte de él se exportaba probablemente a Egipto, aunque no tengamos información direc­ta sobre este punto. Otras mercancías pueden haber venido a Egipto a través de Meroe, de África central: marfil, plumas y huevos de avestruz, y algunos esclavos.

A la luz de estas consideraciones podemos entender mejor las relaciones de los dos primeros Tolomeos con Nubia y Meroe. La primera información sobre Meroe fue obtenida para Soter, o para Filadelfo en los primeros años de su reinado, por Filón. Después de esto, Filadelfo fue el primero en intimidar a los nubios marchan­do a su territorio, y estableció su mando sobre sus minas de oro, y acto seguido tuvo a Meroe bajo estrecha observación por una sucesión de expediciones que llegaron y rebasaron Meroe.

Estas expediciones y exploraciones del mismo tipo bajo el pretexto de cacerías fueron ciertamente realizadas con fines puramente científicos. Su objeto era, sin duda, al mismo tiempo comercial y diplomático, y mantuvieron a Meroe abierto a la influencia tolemaica. Los principales propósitos, en mi opinión, de estas relaciones con Meroe, además de la protección de la frontera meri­dional de Egipto, era salvaguardar las minas de oro de Nubia y conservar el abastecimiento meroítico de hierro y oro para Egip­to, y proteger las expediciones de cazadores que visitaban el país regularmente bajo Filadelfo.

Elefantes. No menos valiosos para los Tolomeos que el oro y el hierro de Nubia eran los elefantes de África oriental. Debe recordarse que el empleo de elefantes era lo más avanzado de la técnica militar. Los rivales de los Tolomeos -Seleuco y sus des­cendientes- los tenían en abundancia y de la mejor calidad, obteniéndolos de la India. Los Tolomeos no podían soportar el ser inferiores a este respecto. La reputación de los elefantes de guerra entre los expertos militares del momento era muy alta y no había disminuido por su fallo en la expedición de Pirro, porque su éxito sensacional cuando se emplearon contra los celtas había equili­brado el fracaso en Italia. Tenemos testimonio de ello en la con­fianza depositada en estos animales por un general de la talla de Aníbal. Ahora bien: los elefantes abundaban en África, y no ha­bía razón para que no domesticasen y adiestrasen a estas fie­ras de África expertos domadores importados de la India. Tales fueron probablemente las consideraciones que llevaron a Fila­delfo a emprender la formación de un contingente de elefantes africanos.

Estaría fuera de lugar repetir aquí la historia de esta aventura. Baste decir que exploró cuidadosamente la costa occidental del mar Rojo y la costa de los somalíes y estableció numerosas es­taciones para cazar elefantes, puertos para embarcarlos y otros donde podían desembarcarse en territorio egipcio. Los dos puertos principales en la costa egipcia eran Filotera y Berenice, enlazados con el Nilo por caminos de caravanas; éstas estaban bien orga­nizadas, bien guardadas y bien provistas de agua. Han sido cuidadosamente explorados por los exploradores modernos, y un documento recientemente descubierto ilustra el movimiento de caravanas a lo largo de estos caminos y su organización en la épo­ca de Filopátor. Las caravanas constaban de pesados carros que lle­vaban, entre otras cosas, la correspondencia oficial con los jefes de las expediciones de cazadores de elefantes. A los dos puertos arriba mencionados, pronto se añadió un tercero, Míos Hormos, más al Norte. Los elefantes, cuando llegaban a Egipto, eran guar­dados, alimentados y adiestrados en parques especiales.

Grano, etc. Además de algún oro y plata, algún hierro, una gran provisión de cobre, caballos y elefantes, los Tolomeos podían contar con sus dominios para un abundante abastecimiento de grano en caso de escasez en Egipto: en el decreto de Canopo se menciona la importación de grano de Siria y Chipre. Conocemos la fertilidad del suelo de Siria, Chipre y Cirenaica. Además de esto, Siria producía vino y aceite de oliva de alta calidad, y Licia y Caria (especialmente Cnido) podían proveer de vino y excelente miel, además de otros artículos de menor importancia.

Se sabe muy poco de cómo se organizaba el comercio con los dominios. Nuestra única fuente de información -la correspon­dencia de Zenón- se refiere a Siria y Palestina solamente, con algunas irradiaciones a Asia Menor y Rodas. De Cirenaica y Chipre no sabemos prácticamente nada. En tanto alcanzan las fuentes, podemos inferir que el comercio estaba en manos de mercaderes particulares. Al parecer, la exportación de mercancías de Palestina y Siria era libre, aunque, naturalmente, había algunas restricciones. Con toda probabilidad, se cargaban derechos de ex­portación, y para algunos bienes exportables (por ejemplo, escla­vos) se requería licencia especial.

Sin embargo, hay algunos puntos vitales sobre los que no tenemos información. El primero es por qué medios los Tolomeos se aseguraban la importación exclusiva o preferente de sus pro­vincias de algunos artículos esenciales, tales como metales, ma­dera, pez y brea, caballos y similares, y grano cuando lo necesi­taban. Podemos deducir que el trigo venía de la tierra real, y que las minas y bosques de los dominios eran de su propiedad y explo­tados por ellos directamente. Podemos pensar que tenían grandes yeguadas en Cirenaica. Pero esto no es más que una suposición.

Por lo que se refiere a otras mercancías, los mercaderes de los dominios tenían probablemente manos libres en sus relaciones con países extranjeros. Pero por lo que respecta a Egipto estaban sujetos a muchas restricciones de distintos tipos. Egipto, con su sistema económico peculiar, con sus numerosos monopolios de todas clases destinados a obligar al consumo de las mercancías producidas en casa, no podía permitirse el mantener relaciones comerciales libres con los dominios de los Tolomeos. Éstos se defendían de hecho frente a sus dominios mediante barreras adua­neras. Por el nόμos έlαiχής y por algunos documentos de la correspondencia de Zenón conocemos bien cómo la importación de aceite de oliva de Siria a Alejandría y Pelusio estaba sujeta a elevadas tarifas aduaneras y otros impuestos, con el fin evidente de salvaguardar los intereses del monopolio del aceite de los To­lomeos. Sin entrar en pormenores estudiados cuidadosamente por mí y otros, y que ilustran con toda claridad la política de los To­lomeos a este respecto, debo señalar que en materia de derechos de aduanas se hacía distinción entre los productos de los dominios tolemaicos y los de las ciudades y reinos extranjeros. Así, en la ley del aceite de Filadelfo se distingue entre el aceite «sirio» y el «extranjero». Pero nuestra información sobre este punto es muy vaga. Es muy probable una cosa. Los Tolomeos disuadían a sus súbditos de comprar productos de los dominios con el fin de asegurarse un mercado firme y estable para los bienes que ellos mismos producían en Egipto.

Comercio exterior

Lo que he dicho del intercambio de bienes entre Egipto y los dominios exteriores de los Tolomeos muestra que con la ayuda de estos dominios eran, por lo que respecta a los productos vita­les, casi independientes de las importaciones extranjeras. Sin em­bargo, quedaban algunas necesidades urgentes que no podían satisfacerse con las importaciones de las provincias. El suministro de oro probablemente no era suficiente para las necesidades de los Tolomeos; tenían poca plata dentro de su imperio, ningún es­taño y casi ningún hierro. Estos artículos habían de importarse de fuera y en grandes cantidades. La plata y el oro eran necesarios para el numerario tolemaico y para los pagos que los Tolo­meos tenían que hacer dentro y fuera del país, y sin grandes cantidades de estaño y hierro no podían subvenir a las necesida­des de la agricultura, del ejército y de la industria en Egipto y en el imperio. Esto, junto con el deseo natural de los Tolomeos de tener a su disposición grandes reservas, explica sus esfuerzos por desarrollar sus relaciones comerciales con los países ex­tranjeros.

Egipto tenía relaciones comerciales con países extranjeros en tres direcciones: en una escala importante, con el África orien­tal, Arabia, India, y no menos con el Egeo y el Euxino; al mismo tiempo, su comercio con el Oeste y el Noroeste ganaba con­tinuamente en volumen.

El Sur el Este. Sus relaciones comerciales con el Sur y el Este eran de un carácter peculiar. Es cierto que necesita­ban mercancías meridionales, para consumir en su propio terri­torio, en sus templos, en la corte del rey, y entre la población en general. Pero los Tolomeos deseaban traer mercancías del Sur, principalmente con el objeto de reexportarlas al Nordeste y al Noroeste, en parte como mercancías de simple tránsito, y en par­te como mercancías manufacturadas producidas en los talleres de Alejandría y Egipto en general. Las importaciones que los To­lomeos fomentaban del Sur eran, a juzgar por lo que sabemos, de un carácter muy especial: de Trogoditice y Somalilandia, mar­fil, mirra, incienso y canela; de Arabia, lo mismo (con excepción del marfil), y además nardo y bálsamo, perlas, corales y oro. Finalmente, India suministraba a Egipto marfil, conchas de tor­tuga, perlas, pigmentos y tintas (índigo especialmente), arroz y distintas especias: pimienta, nardo, costo, malabatro, algunas ma­deras raras, distintas sustancias medicinales, y algodón y seda.

Era un problema de cierta dificultad traer estas mercancías a Egipto. Había dos rutas por las que, llegaban las mercancías africanas, arábigas e indias. Una -poco usada antes de la época tolemaica- era la ruta marítima a lo largo de las costas de Ara­bia o África, respectivamente, y por el mar Rojo al golfo Hero­-ompolita o al Elanítico. La otra era la antigua ruta terrestre des­de Arabia meridional, a lo largo de la costa de Arabia, al país de los nabateos y Petra, y de aquí a Gaza o, cruzando la penín­sula del Sinaí, a Egipto.

La segunda ruta era mucho más importante que la primera. En la época persa estaba dominada por los nabateos, tribu árabe fuerte, frugal y bien organizada. Mientras los Tolomeos no estu­vieron en firme posesión de Palestina y Fenicia, dependieron de los nabateos para el suministro de mercancías caravaneras. Los nabateos podían dirigir éstas, de acuerdo con su deseo o provecho, a Egipto o a un lugar fuera del dominio egipcio. Debe notarse que los nabateos estaban también en poder del golfo Elanítico y eran osados piratas tanto como mercaderes. Sin embargo, tan pronto como los Tolomeos se establecieron firmemente en Palestina y Fenicia, los nabateos estuvieron a su merced y hubieron de so­meterse. Filadelfo les demostró su poderío enviando una expedi­ción naval contra ellos y fundando (probablemente, el punto es discutido), una estación naval y militar llamada Berenice en el propio golfo Elanítico.

Sin embargo, con el fin de tener completamente libres las ma­nos para tratar con los nabateos, Filadelfo exploró y desarrolló la ruta del mar Rojo anteriormente descrita, y, haciéndola segu­ra, trató de recomendarla a los mercaderes. Con el mismo propó­sito de asegurar esta ruta fue enviada la expedición naval contra los nabateos y fundada Berenice en el golfo Elanítico; con igual objeto exploró Aristón las costas occidentales para Filadelfo, y tal vez con el mismo fin se fundase la ciudad-puerto griega de Am­pelone, opuesta al gran centro comercial de EI-Ela, primero de los mineos y después de los lihyanitas. Pero en particular, con esta misma intención se construyeron los puertos y rutas del de­sierto para la importación de elefantes, adaptándolos a fines co­merciales. Se coronó esta paciente y costosa obra con la restau­ración hacia 275 a. de J. C. del antiguo canal egipcio y persa que unía el golfo Heroompolita con el Nilo. El Suez tolemaico recibió el nombre de la gran consorte de Filadelfo, Arsínoe.

Durante algún tiempo fue usada la nueva ruta. Ya he mencio­nado la inscripción funeraria minea del Fayum, probablemente del reinado de Filadelfo, que cuenta la historia de un mercader mineo que era al mismo tiempo sacerdote de un templo egipcio e importaba mirra y cálamo para el templo en su propio barco, cambiándolo por biso. Otra inscripción de Redesiyeh, en el sur de Egipto, fue dedicada por un griego llamado Zenodoto, hijo de Glauco, que volvía sano y salvo a Egipto de la tierra de los sa­beos. Por la misma ruta marina se cambiaron embajadas entre el gran Asoca de la India y Filadelfo.

E incluso en la época de los primeros Tolomeos esta ruta pa­rece no haberse hecho muy popular entre los mercaderes griegos y árabes. El mar Rojo es traidor e inhóspito, y era entonces muy poco conocido, mientras que la ruta de tierra, aunque cara, estaba bien organizada por las poderosas tribus árabes, tanto del Sur (mineos y sabeos) como del Norte (lihyanitas y nabateos). Conducía a las antiguas ciudades comerciales de Palestina y Fenicia, que habían establecido relaciones comerciales y estaban acostumbra­das a tratar con los complicados negocios del comercio caravanero.

No es, pues, sorprendente que Filadelfo adoptase una política pacífica hacia los nabateos en vez de su primera hostilidad encontrase un modo de regular satisfactoriamente sus relaciones con las ciudades fenicias en lo que se refiere a las mercancías árabes e indias. Los resultados fueron excelentes. La corres­pondencia de Zenón se refiere repetidas veces a las mercancías compradas en Palestina a las caravanas, y ocasionalmente a tratos con los nabateos. Además, parece haber sido un hecho aceptado entre los contemporáneos de Filadelfo que los Tolomeos sacaban un ingreso enorme en oro del comercio caravanero de Arabia con la ayuda de las ciudades fenicias.

Mientras de este modo el comercio árabe recobró muy pronto su carácter tradicional, Filadelfo tuvo éxito en atraer todo el co­mercio africano hacia sus nuevas estaciones comerciales y de caza. Hay una sugerencia muy interesante, hecha por W. W. Tarn, según la cual la razón por la que el precio del marfil bajó en el mercado délico entre 264 y 250 se habría debido a que Filadelfo, en competencia con el rey de Siria, ofreció al mercado grandes cantidades de marfil africano.

No tenemos un conocimiento exacto de lo que se hacía con las mercancías importadas a Palestina y Fenicia, y de aquí a Egipto, o de las que se importaban directamente a Egipto desde Arabia y África. El comercio en mercancías árabes e indias en Palestina y Fenicia parece haber sido libre. Me he referido a los tratos de Zenón y otros agentes de Apolonio en estas mercancías en Palestina y Fenicia. Naturalmente, las mercancías pagaban impuestos de aduanas al entrar en el territorio de Palestina y Siria y probablemente también al salir para Egipto. No poseemos in­formación sobre las relaciones de los mercaderes sirios y pales­tinos en mercancías arábigas e indias con los estados extranjeros (incluyendo acaso los demás dominios de los Tolomeos). Podemos pensar que este comercio directo no era tolerado y se suponía que todas las mercancías indias y arábigas pasaban por Alejan­dría antes de llegar a los mercados extranjeros. Se pagaba una nueva serie de derechos de aduana y de puerto cuando las mer­cancías arábigas e indias llegaban desde Siria y Palestina a los puertos o a la frontera terrestre de Egipto.

Tan pronto como las mercancías de India, Arabia y África alcanzaban el suelo egipcio debían ser entregadas a la corona por un precio fijado en una tarifa especial. No sabemos exactamente cómo los bienes así adquiridos eran tratados después. Nuestros testimonios son escasos y ambiguos. Al parecer, una parte de ellos iba a los almacenes reales de Alejandría y a las tiendas rea­les. Desde los almacenes la mercancía se exportaba, mientras en los talleres reales era transformada en perfumes, ungüentos, cre­mas olorosas, medicinas, etc. Podemos suponer que otra parte se entregaba a los templos. El resto se reservaría para manufac­turas y tratantes privados. En todo caso no hay mercado libre de estas mercancías. Sólo a los mercaderes minoristas con licen­cia se les permitía vender los productos del monopolio de espe­cias.

El Egeo. El comercio de los Tolomeos en el Egeo puede ser descrito con brevedad. Ya me he referido a él en relación con Rodas, Delos y Cos, y hablaré más adelante, en este mismo ca­pítulo, de las fuentes que tenemos relativas al comercio con Pér­gamo, Bitinia, las ciudades de los Estrechos, del mar de Már­mara y del Euxino. La política de los Tolomeos en el Egeo, los Estrechos y el Euxino fue dictada por consideraciones políticas. Pero lo mismo que la política de los atenienses en la antigüedad, también la de los Tolomeos, fue guiada, en gran medida, por fines mercantiles. Los intereses políticos y los comerciales se daban la mano en la política egea de los Tolomeos. Sabemos que esta política dio resultado durante algún tiempo, con el establecimiento de la hegemonía tolemaica en el mar Egeo, que tenía a la vez carácter político y comercial. Esta hegemonía no duró mucho tiempo, ni fue interrumpida siquiera en los reinados de Filadelfo y Evérgetes l. Pero mientras duró permitió a los Tolomeos re­sultados duraderos. Lograron hacer de Alejandría una de las ciudades comerciales más importantes del mundo, igual en im­portancia a Rodas, y muy superior a las demás ciudades comer­ciales del momento. Los comerciantes iban a Alejandría en gran número, y los comerciantes alejandrinos eran sin duda figuras familiares en todo el Egeo y probablemente hasta el Euxino. Las relaciones entre Perisades del Bósforo y los re­yes de Bitinia por una parte y los Tolomeos por otra, son significativas. Pero dudo mucho de que en la época de Filadelfo y Evérgetes desempeñara Alejan­dría el mismo papel en el comercio del Egeo que desempeñó Atenas en el siglo V y durante parte del IV a. de J. C. Nuestra escasa información sugiere que Rodas, como banca para el co­mercio egeo, era tan importante como Alejandría. Además, las rivales de Rodas -Mileto y Éfeso- estaban sólo intermitente­mente en manos de los Tolomeos. Tampoco debemos sobrestimar el progreso que Antioquía y sus puertos hacían en esta época en lo que se refiere al comercio.

Sin embargo, sea de esto lo que fuere, Alejandría dominaba, en la época de Filadelfo y Evérgetes una parte muy importante del comercio del Egeo, comercio que era indudablemente de gran volumen. Debe recordarse que en esta época el mercado egeo era aún el centro dominante del comercio mundial.

El artículo principal que absorbía este mercado en grandes cantidades era el grano. Su capacidad a este respecto era muy grande. Por ello casi no se puede hablar de competencia entre los grandes productores de grano en el Egeo, aunque sus intereses chocaban, sin duda, en algunos aspectos. Probablemente fueron estos intereses contrapuestos los que se arreglaron en Alejandría por los enviados de Perisades del Bósforo, y condujeron a activas relaciones diplomáticas entre Bitinia y los Tolomeos. Pero el asunto tenía más bien un carácter comercial que político, y con toda probabilidad se llegó a un modus vivendi, no por negociacio­nes diplomáticas, sino por mediación de los banqueros y merca­deres de Rodas.

No tenemos medios de estimar el volumen del mercado de grano egeo. Los precios, por lo menos en Delos, son conocidos. Bajaron de una manera continua después de 270 a. de J. C., hecho que atestigua, tanto la abundancia de provisiones como el estado saneado del mercado. Tenemos otros testimonios de que estas condiciones siguieron vigentes. Mientras que en la época de los diádocos el mercado de grano era fluctuante y las ciudades de Grecia y Asia Menor sufrían frecuentemente escasez de trigo y se veían obligadas a recurrir a la ayuda de los reyes y ricos mercaderes, en la época de la hegemonía tolemaica tene­mos muy pocas indicaciones de hambres o escasez de alimentos. De cuando en cuando tenemos noticia de que alguna ciudad tenia dificultades financieras, que se resolvían de alguna manera, pero la impresión general que sacamos es que el abastecimiento de grano era abundante y regular y las ciudades griegas suficien­temente ricas para alimentar a sus poblaciones. Para asegurar esta regularidad de los abastecimientos, las ciudades recurrían frecuentemente a la asistencia (por el método de la liturgia) de los ciudadanos ricos, pero las cargas de la burguesía parecen no haber sido muy opresivas.

El grano no era, por supuesto, el único artículo que se expor­taba de Egipto al mar Egeo y al Euxino. No tenemos información directa (excepto sobre el papiro), pero parece cierto que algunas especialidades de Egipto y artículos obtenidos mediante el comer­cio con el Sur continuaban teniendo una gran demanda. En la distribución de los productos arábigos e indios, los Tolomeos tenían una fuerte competencia en los seléucidas y, en cierto aspecto -por lo que concierne a las mercancías chinas y quizá indias-, en los reyes del Bósforo.

Se plantea la cuestión de cómo pagaba Egipto sus importacio­nes del Sur y cuál era el balance de su comercio en el Egeo. Sobre el primer punto no tenemos información definitiva, aunque por lo que hace al África oriental podemos estar seguros de que las importaciones eran compensadas con los productos de la industria egipcia. El problema es más difícil para Arabia. Excavaciones más sistemáticas en Petra y la exploración arqueológica en el sur de Arabia pueden darnos algunos testimonios que necesitamos en sumo grado. Respecto a Grecia, la balanza comercial estaba en favor de Egipto. Grecia y Asia Menor exportaban a Egipto cierta clase de productos agrícolas e industriales, a pesar de las tarifas protectoras o compensadoras. Tenemos noticia del vino, el aceite de oliva, la lana y ciertos alimentos especiales, como miel, pescado salado, salsas de pescado, carnes de clase especial, nueces, frutas, verduras, queso y otros artículos parecidos. Sobre los productos manufacturados, los papiros no dan información, pero el volumen de estas exportaciones no pudo haber sido muy grande. Las tarifas protectoras aumentaban mucho el precio de las mercancías importadas y las hacían inasequibles, excepto para la gente rica, que era una fracción pequeña de la población griega. Por otra parte, Grecia era incapaz de suministrar a Egipto las materias primas que necesitaba. El mármol, es cierto, se expor­taba a Egipto en grandes cantidades, y probablemente obras de arte hechas de mármol y bronce: estatuas, estatuillas, vasos decorativos, capiteles para columnas. Pero se observa con fre­cuencia que en muchas estatuas es de mármol sólo la cabeza, y aun no toda ella, pues parte era de yeso; y esto hace pensar que el mármol era caro en Alejandría; en otras palabras, que probablemente pagaba derechos de aduana muy altos. Además del mármol, pudo haber sido exportado algún hierro del Pelo­poneso. Por lo demás, las importaciones griegas eran pagadas en buena plata, de la que los Tolomeos tenían una necesidad tan acuciante. De esta manera, fue el comercio egeo el que pro­veyó de plata a Egipto.

El Oeste el Noroeste. Si ahora pasamos al Oeste y el Noroeste, encontramos que baja Filadelfo, Egipto era la primera potencia helenística que estableció relaciones diplomáticas con Roma, hecho que siempre dejó perplejos a los estu­diosos de la historia helenística y romana. Se sabe con certeza que ya en 273 a. de J. C. llegó a Roma una embajada de Filadelfo, que dio por resultado la conclusión de un acuerdo (homología) entre las dos patencias. Egipto y Roma no tenían intereses polí­ticas comunes, y ni siquiera el fracaso de Pirro en su intento de humillar a Roma es una explicación satisfactoria para el envío por Filadelfo de una misión política a esta ciudad.

Sin embarga, esta negociación no fue un hecho aislado. Fue solamente un lazo en la política de Filadelfo. Es bien sabida que por la misma época existían relaciones amistosas entre Siracusa y Egipto. Se ha sugerido con frecuencia que Agatocles acuñaba monedas de ley tolemaica y que Hierón II hacía lo mismo. Además las relaciones amistosas de Hierón con Filadelfo están atestiguadas par las notables coincidencias entre la ley de impuestos del prime­ro (lex Hieronica) y las de Filadelfo. Es más que probable que la legislación de Filadelfo sea la más antigua.

Aún más estrechas fueron las relaciones entre Filadelfo y Car­tago. Si Cartago pidió a Filadelfo el préstamo de una gran suma (2.000 talentos) durante la primera guerra púnica (Apiano, Sic., 1), esto quiere decir que Cartago tenía esperanza de recibir el dinero. No hay duda de que había constantes relaciones entre Cartago y Alejandría antes de la primera guerra púnica y probablemente du­rante la misma. Algunas referencias aisladas a Timóstenes, uno de los grandes almirantes de Filadelfo, y a la información sobre los puertos del norte de África en la costa al Oeste de Cartago, que in­corporó a su obra geográfica sobre los puertos, muestran que Timóstenes había estado con su flota en Cartago por lo menos una vez, y había recibido permiso de Cartago, celoso guardián de su monopolio comercial de Occidente, para navegar al Oeste de Cartago hasta el estrecho de Gibraltar. Hay testimonio de estas relacio­nes amistosas también en los hallazgos de monedas tolemaicas en Túnez y en el hecho de que cuando Cartago instituyó por prime­ra vez una acuñación regular adoptase el patrón tolemaico.

Estas relaciones no pueden explicarse solamente por el hecho de que Filadelfo era dueño de Tiro, la ciudad madre de Cartago, y que Alejandría heredase por ella la estrecha relación comercial entre Tiro y Cartago que había existido durante siglos. Filadelfo tenia razones más importantes para intentar el juego diplomático de estar en buenas relaciones de amistad tanta con Roma y Si­cilia, de un lado, como con Cartago, de otro.

Es más probable que estos contactos con el Occidente no fuesen políticos, sino comerciales. Estoy convencido de que el genio comercial de Filadelfo comprendió lo mucho que podía contribuir el mercado occidental a la prosperidad de su reino. Cartago, como es bien sabido, era rica en caballos, y lo mismo le ocurría a Sicilia. Cirenaica, país famoso por la cría de caballos y provincia de los Tolomeos, proveía, sin duda en parte, a Egipto de los caba­llos que le pedía, pero era necesario un abastecimiento auxiliar de Cartago y Sicilia. Italia meridional, Sicilia y las islas Lípari producían azufre, que Egipto empleaba tanto en la industria como en la agricultura (especialmente en la viticultura). Más importante era la plata de España, que en la primera época helenística era monopolio de Cartago. A través de Cartago y  Masalia, Filadelfo pudo haber recibido el muy necesitado estaño de Britania. Y después de las guerras samnitas Roma era quien poseía las más ricas minas de hierro, beneficiadas antiguamente por los etruscos; el resto de su aprovisianamiento lo obtenía Egipto a través de Marsella. También debemos tener en cuenta que Roma dominaba ahora en el Tirreno, lo cual significaba que tenía sujetos a los piratas etruscos, la plaga mayor del mar Egeo a principios del siglo III a. de J. C.

Tenemos algunos indicios de activas relaciones comerciales entre Italia y Egipto. Ya he mencionado que éstas empezaron antes de la época de Filadelfo. La presencia de la cerámica gnatia en Alejandría y de cerámica alejandrina en Apulia es significa­tiva. He aducido algunos hechos referentes a otros productos alejandrinos (especialmente vidrio y vajilla de metal) hallados en el sur de Italia. Es lamentable que los objetos helenísticos aparecidos en Italia, Sicilia, Galia y norte de África nunca hayan sida colacionados ni estudiados, porque sin duda darían testimo­nios muy importantes. En lo que concierne al norte de África, este estudio no ofrece dificultad. Una ojeada a los tesoros de arte e industria artística que se exhiben en el Museo Lavigerie de Cartago y en el Museo del Bardo de Túnez revelará la fuerza de la influencia alejandrina en Cartago. Lo mismo puede decirse de las antiguas ciudades púnicas, como Hadrumeto e Hipa Regia. Estoy convencido de que la influencia alejandrina en Pompeya empezó antes de la época imperial.      

Organización del comercio alejandrino

Es una verdadera lástima que sepamos tan poco de la organi­zación del comercio alejandrino. Ciertamente, el rey disponía de gran cantidad de mercancías para la venta. ¿Cómo las distribuía? Sabemos que Apolonio tenía una gran flota de altura. Sabemos también que estos barcos navegaban a los puertos sirios y fenicios, y es probable que navegaran, si era preciso, a otros puertos en otros dominios tolemaicos, a Rodas y aún más lejos. ¿Tenía el rey también su propia flota comercial, y la flota de Apolonio era parte de esta flota? No tenemos información directa sobre este punto.

Sin embargo, por un curioso documento de la correspondencia de Zenón, documento del que trataré en seguida, sabemos que había muchos mercaderes extranjeros en Alejandría que venían para comprar mercancías y estaban bien provistos de oro y plata para este fin. Se nos dice que no limitaban sus compras a Alejan­dría, sino que solían ir al país y hacer compras también allí. La última afirmación es más bien desconcertante, a menos que su­pongamos que ahorraban dinero remontando el Nilo en sus pro­pios barcos y comprando a la corona o a los particulares en el campo, no en Alejandría, las remesas que deseaban exportar. Hay, sin duda, otras muchas explicaciones posibles.

En todo caso, la presencia en Alejandría de muchos merca­deres extranjeros, armadores y almacenistas, es justamente lo que era de esperar. No había, pues, necesidad para el rey de ex­portar sus mercancías en sus propios barcos, a menos que desea­se sacar algún provecho del transporte, lo que, por supuesto, no es imposible. Además, en la última época tenemos noticia de la existencia en Alejandría de corporaciones de armadores y alma­cenistas que tenían relaciones comerciales con Delos, y no hay razón para suponer que no existiesen bajo los primeros Tolomeos. Pero sus relaciones con la administración real son desconocidas. ¿Eran completamente libres y llevaban sus negocios por su propia cuenta, pagando los derechos de aduana corrientes? ¿O tenemos que suponer que, como los armadores del Nilo, trabajaban prin­cipalmente para la corona, sirviendo bajo contratos y transpor­tando mercancías del rey? En este caso, las corporaciones serían precursoras de los navicularii de la época romana, armadores que si era preciso trabajaban para el rey, llevando, o quizá recibiendo, para la venta con comisión mercancías de propiedad real.

Moneda

La política económica de los primeros Tolomeos encontró expresión admirable en su abundante, hermosa y peculiar acu­ñación monetaria. La moneda y el sistema monetario que le ser­vía de base fueron únicos en el mundo helenístico, diferenciándose en muchos aspectos de los de las demás monarquías helenísticas. Trataré de ellos brevemente. (Lo que aquí se dice sobre los cambios sucesivos de ley mone­taria es hipotético y discutible, estando basado en el peso más o menos sistemático y extendido de las monedas que nos quedan. Sigo el punto de vista de E. S. G. Robinson del Museo Británico)

Mientras fue sátrapa y en los primeros años de su reinado, Soter siguió, naturalmente, la política monetaria de Alejandro y acuñó las mismas monedas de ley ática que se usaban en el resto del mundo helenístico. Sin embargo, pronto inició una nueva política. Varió el sistema emitiendo monedas de plata de peso más ligero, probablemente con objeto de ajustadas a los precios corrientes de los metales preciosos que iban subiendo continua­mente en el caso de la plata, y bajando en el del oro. El nuevo sistema no coincidió exactamente con ninguno de los aceptados en la época, pero se aproximaba más al rodio de finales del siglo IV a. de J. C. (antes del sitio de la ciudad) y pudo haber sido pensado para facilitar las relaciones comerciales con Rodas. Du­rante algún tiempo fue popular: Cirene, por ejemplo, lo adoptó.

Más adelante, en su reinado, Soter dio un paso más, que casi aisló completamente a Egipto del resto del mundo helenístico: redujo aún más el peso de su plata y adoptó un sistema que era casi idéntico al usado en las ciudades fenicias. Este nuevo sistema se conservó hasta el final de la dinastía tolemaica. Con toda probabilidad, fue adoptado por Rodas después del asedio, y llegó a usarse en todo el imperio marítimo de los Tolomeos, así como por todos los que de una manera u otra cayeron bajo su influencia. Esta separación total del resto del mundo helenístico puede ex­plicarse en parte por consideraciones de carácter comercial. Los Tolomeos necesitaban grandes cantida­des de moneda para el comercio caravanero, que por lo menos en sus primeros días estaba en gran parte en manos de las ciudades fenicias, ahora súbditas suyas. Además, las mercancías de las caravanas y otras mercancías egipcias encontraban un excelente mercado en Occidente, y allí el principal cliente era Cartago, la gran ciudad comercial fenicia.

Era natural que esta nueva moneda no se acuñara en Egipto, sino en las principales ciudades fenicias: Tiro, Sidón, Tolemaida­-Ace, Joppa y Gaza, y después Chipre. Las monedas de estas cecas eran fácilmente reconocidas por las marcas de acuñación y por las formas especiales en que aparecía el nombre del rey. Podemos supo­ner que la marca de cuño de una de las ciudades fenicias -viejas clientes de los árabes- hizo que la nueva moneda fuese más aceptable para el comercio caravanero.

Además del patrón fenicio, había otra peculiaridad en la política monetaria de los Tolomeos que separaba a Egipto del resto del mundo helenístico y le daba un sistema monetario peculiar. Mientras en los primeros días la moneda tolemaica estaba basada en el mismo fundamento bimetálico (plata y oro) que en todos los demás países helenísticos, y el cobre se usaba prácticamente como una moneda simbólica, en una fecha poste­rior -en la segunda mitad del reinado de Filadelfo- se hizo un cambio importantísimo: se acuñaron en Egipto pesadas mone­das de cobre, con cabezas de dioses egipcios, que ya no fueron simbólicas, sino monedas de ley regulares, aceptadas por su valor metálico. De este modo se introdujo un sistema trimetálico, desconocido en el resto del mundo helenístico. Según parece para esta innovación hubo dos razones principales. En primer lugar, el anterior sistema no era popular entre los indígenas. Éstos tomaban las monedas de plata, pero las trataban como plata en barras, según se ve por los tesoros de aquel tiempo. No estaban familiarizados con la plata ni acostumbrados a su uso: desde tiempo inmemorial habían empleado cobre solamen­te (y oro) como medio de cambio. Los nuevos y pesados co­bres tolemaicos eran, pues, una concesión a los indígenas, y se hicieron muy populares. Desde la aparición de las nuevas monedas de cobre en el mercado, las monedas de plata casi desaparecen de los tesoros de Egipto, y ocupan su lugar los nuevos cobres. En consecuencia, la acuñación de cobre de Filadelfo fue otro símbolo y expresión del dualismo que se estableció en Egipto por el sistema de organización tolemaico: el viejo Egipto, el Egipto de los indígenas, con su pesado cobre toscamente anticuado, coexistía con el nuevo Egipto, el de Ale­jandría y los griegos, con su plata elegante y manejable y su magnífico oro. Pero la meta de Filadelfo al introducir la nueva acuñación de cobre no era sólo satisfacer las exigencias de los indígenas. Previó que las nuevas monedas pondrían fuera de la circulación la plata y el oro, y que las monedas hechas de estos dos metales poco a poco irían a parar al tesoro real y serían utilizadas por el rey para sus propios fines. Y esto sin duda fue lo que sucedió, especialmente después de esta época.

Como se ha dicho, la moneda de los Tolomeos trataba, en primer lugar, de satisfacer las necesidades de su comercio y de Egipto tal como lo habían organizado. Esta intención halló su expresión en la emisión de monedas de cobre que estaban des­tinadas a ser la principal moneda del «campo», y de abun­dantes y modestas tetradracmas de plata, de carácter uniforme y valor estable, que estaban casi exclusivamente reservadas para el uso de Alejandría, los dominios y los países extranjeros. Pero al mismo tiempo la moneda tolemaica era un medio de propaganda internacional cuyo instrumento era el oro. Este metal no era muy usado en el comercio interior, especialmente las emisiones más hermosas: los pentadracmas (trichrysa) de Soter y más tarde las octodracmas (mnaeia) y tetradracmas (o «pentecontadrac­mas», como su equivalente en plata) de Filadelfo y Arsínoe, con los bellos retratos de los soberanos reinantes. Estas monedas se usaban principalmente para el comercio exterior y los subsidios políticos, y no podían dejar de impresionar a los contemporáneos por su magnificencia ligeramente bárbara y la riqueza y poder que simbolizaban.

Orgullosos de su moneda y confiados en su riqueza y poder, los Tolomeos no dudaron en dar otro paso hacia la separación del resto del mundo helenístico. Querían que su imperio fuese una unidad bien trabada, una sólida estructura con una organi­zación uniforme y una uniforme moneda. Esta tendencia hacia la uniformidad y la autarquía se manifestó en varias de estas medidas. Como Atenas en el pasado, los Tolomeos trataron de hacer su propio dinero, el dinero exclusivo para el conjunto de su vasto imperio, diferenciándose en este aspecto de sus vecinos los seléucidas. El primer paso que dieron para alcanzar esta meta fue hacer obligatorios su sistema monetario y su moneda en sus dominios exteriores. Por regla general no se permitió a las ciu­dades griegas sometidas a su autoridad conservar su moneda propia, y en los raros casos en que se les permitió, fueron obligadas a convertirla al patrón fenicio. El mismo uso exclusivo de la moneda tolemaica se hizo obligatorio para las ciudades de Fenicia y Palestina; cesó su acuñación propia, y las más importantes se transformaron en las principales cecas tolemaicas. Como resul­tado de esta política, la moneda tolemaica pasó a ser la única usada en los dominios egipcios. No se han encontrado otras monedas en los estratos tolemaicos de las ciudades de Palestina que han sido cuidadosamente excavadas, como, por ejemplo, Gezer, Marisa, Samaria y Beth-Zur. No hay nada de extraño en esta unificación monetaria.

Sin embargo, los Tolomeos no se contentaron con esto. Dieron otro paso más importante y menos frecuente en la misma dirección. Mientras los seléucidas toleraban la circulación de monedas extranjeras del mismo sistema que las suyas dentro de su imperio, Filadelfo tomó ciertas medidas para excluir la moneda extranjera del mercado egipcio. En este sentido me inclino a interpretar un documento perteneciente a los archivos de Zenón, una carta en la que un cierto Demetrio, probablemente un oficial real relacionado con la ceca de Alejandría, informa a Apolonio de ciertas dificultades surgidas en relación con la orden del rey de reacuñar todas las monedas de oro locales usadas y también las monedas de oro de cecas extranjeras importadas a Egipto. Esta carta (como E. Bikerman me ha sugerido) ofrece un claro testimonio del establecimiento en Egipto de una especie de monopolio real del cambio, al menos en lo que se refiere al oro, monopolio muy provechoso para el rey y oneroso para los comerciantes: no se permitía que éstos realizaran los cambios, ni cambistas de moneda particulares, ni bancos privados, ni siquiera reales. Todo el negocio se concentraba en Alejandría en manos de un funcionario real especial. Medidas similares no fueron desconocidas para el mundo griego en el pasado. La mera existencia de tal monopolio implicaba prácticamente la exclusión del oro extranjero del mercado. La real orden de reacuñarlo hacía esta exclusión aún más estricta: significaba que el rey daba por descontado que todas las transacciones mercantiles importan­tes en Egipto en las que se empleaba el oro como medio de cambio se suponían hechas en moneda tolemaica. Naturalmente, tal restricción de la libertad de comercio, agravada por formalidades burocráticas que hacían el proceso de cambio y reacuñación lento e irregular, provocaba la indignación de los mercaderes extranjeros.

La política monetaria de los primeros Tolomeos, tal como la hemos descrito, presenta dos aspectos. Por un lado reafirma la idea de que Egipto era propiedad del rey, su finca, que tenía una existencia aparte y estaba relacionado con el resto del mundo helenístico sólo a través del rey. Éste fue el significado de la introducción de la moneda egipcia de cobre. Por otro lado, los Tolomeos reclamaban para sí mismos una posición excepcional en el mundo helenístico. No querían ser simples miembros de la balanza helenística de poderes. Insistían en vivir en un espléndido aislamiento, a menos que pudieran gradualmente traer el resto del mundo helenístico a su esfera de influencia. A esta dirección tendía su aceptación del patrón fenicio y su imposición del monopolio real de moneda en todo su imperio. Su política fue coronada por el éxito. Aunque nunca pudieron imponer su hege­monía sobre el mundo helenístico, ciertamente aislaron a Egipto del resto de él, y este aislamiento llegó a ser gradualmente el rasgo característico de la vida del país.

La moneda de los Tolomeos, aunque principalmente era un instrumento de su política exterior y de sus tratos comerciales con sus provincias y con el resto del mundo, alteró considerable­mente las condiciones económicas en el mismo Egipto. El uso de la moneda no era desconocido en el mismo Egipto pretolemaico. Circulaban en el país grandes cantidades de moneda acuñada, tanto local como extranjera. Pero su empleo se limitaba a las clases superiores de la población, y sobre todo a los extranjeros. Entre los indígenas estaba firmemente arraigado el sistema de trueque. Después de la conquista de Alejandro, el uso de moneda acuñada empezó a reemplazar al trueque. Entre los griegos fue adoptado cómo un hecho natural. Pero es difícil decir en qué medida y con qué rapidez la moneda sustituyó al trueque entre los indígenas. Nuestra información, aunque abundante, es insu­ficiente. Además de los archivos de Zenón --especialmente las cuentas-, cientos de documentos oficiales y ciertos rasgos de la política interna de los Tolomeos (por ejemplo, el pago parcial en especie a los soldados, empleados y obreros, y las asignaciones de cleroi a los soldados), sugieren que durante el reinado de Fila­delfo había alguna escasez de numerario en Egipto. Por otro lado, los indígenas, según parece, se aferraban a sus viejos hábitos. Esto llevó a la persistencia del trueque en muchas ramas de la actividad económica egipcia. Así, en los archivos de Zenón las cuentas de dinero y las cuentas de bienes gastados figuran casi en igual proporción. De modo semejante, en el sistema fiscal de los primeros Tolomeos encontramos muchos impuestos pagados en especie (por ejemplo, las rentas de los la­bradores reales, varios impuestos de la tierra, los apomoira, etcétera) al lado de impuestos pagados en dinero. Fue la esca­sez de moneda lo que explica, en mi opinión, el alto tanto por ciento de interés en los préstamos, tanto de los bancos reales como de las personas particulares, siendo la tarifa fijada pro­bablemente por el gobierno. Este tanto por ciento -24- era mucho más alto que la tarifa corriente en Grecia, donde la moneda acuñada era abundantísima.

Banca

La situación peculiar de Egipto en lo que se refiere a la circulación de dinero, y la lenta y gradual expansión de su uso como medio de cambio, están ilustradas por el desarrollo de la banca en el país. Los principales poseedores de moneda eran los reyes. Sabemos poco de los negocios financieros de los Tolomeos, pero alusiones aisladas en los textos literarios muestran que en los primeros tiempos algunos miembros de la dinastía prestaban dinero tanto en el país como fuera de él: tenemos noticias de un préstamo por Soter de cincuenta talentos a los sacerdotes de Menfis para el entierro de Apis, y de la petición de Cartago a Filadelfo de un préstamo de dos mil talentos. Un papiro publicado hace poco, perteneciente a la correspondencia de Zenón (P. Cairo Zen., 59503), tal como lo interpreta U. Wilcken, hace proba­ble que las transacciones extranjeras de moneda fuesen efec­tuadas por el banco real de Alejandría, que puede haber sido al mismo tiempo el tesoro central de los reyes, aunque ha de distinguirse del Basilicon, que es el término general con que se designa la administración financiera del rey, incluyendo el tesoro. Si admitimos la interpretación del documento sugerida por Wilcken, es probable que Apolonio el dioceta dirigiese este banco.

El banco real tenía sucursales distribuidas por todo el país bajo la administración general del dioceta: oficinas en las capitales de los nomos y suboficinas locales en los pueblos. De la dirección de estos bancos tenemos una ligera idea por los escasos fragmentos de una ley especial que regulaba los negocios banca­rios del país, que fue incorporada a las llamadas leyes de los Ingresos de Filadelfo (fragmento de la col. 73-78) y por varios documentos que ilustran la actividad de algunos banqueros loca­les, especialmente Pithón, director del banco real de Crocodiló­polis-Arsínoe, contemporáneo de Apolonio y Zenón, y Clitarcos, el banquero del topos Koites en tiempo de Evérgetes l. Los testimonios son escasos y difíciles de interpretar. Los bancos, como tales, estaban estrechamente relacionados y tal vez iden­tificados con las ramas locales del tesoro real al que iban todos los pagos debidos al rey: una mezcla curiosa de oficina del tesoro y de banco regular griego del tipo bien conocido para nosotros, por ejemplo, en Atenas en el siglo IV a. de J. C. La banca real de Egipto es un fenómeno interesante y único en la historia del mundo antiguo, fenómeno que ofrece otro ejemplo del dualismo en las estructuras sociales y económicas del país. La banca tolemaica, en su orga­nización, se remonta a las monarquías orientales, al mismo tiempo que va más allá que ellas, y en alguna de sus operaciones privadas muestra su dependencia del sistema bancario de' las poleis griegas a la vez que muchas mejoras sobre él. No puedo entrar en pormenores, pero mencionaré que una de las novedades más notables, en comparación con la práctica de los bancos griegos, era el cambio completo del trato oral (parcialmente usado en las ciudades griegas) por el trato escrito de los negocios bancarios. Una contabilidad refinada, basada en una terminología profesional bien definida, reemplazó a la contabilidad más bien primitiva de la Atenas del siglo IV a. de J. C.

Los banqueros reales eran antes que nada administradores del dinero real, agentes del rey. Es probable que como los telonai o «suscriptores» en la recaudación de impuestos y en la adminis­tración de «monopolios» fuesen concesionarios del Estado, de la que se trata en la sección de las leyes de Ingresos ya mencionadas. No podemos decir si, como tales, administraban el dinero real exclusivamente, o invertían su propio dinero o el de sus clientes en las operaciones bancarias (por ejemplo, en préstamos e hipotecas). Tampoco hay testimonios bastantes para demostrar si junto a los bancos reales había bancos privados en Alejandría y en el resto de Egipto, es decir, si los negocios de banca estaban completamente monopolizados por el rey, o sólo lo estaban de un modo parcial. No hay razón para negar a priori la existencia de estos bancos privados. Las transacciones de dinero entre particulares -présta­mos, hipotecas, etc.- eran corrientes en el Egipto tolemaico. ¿Por qué los capitalistas particulares no habían de organizar bancos regulares de estilo griego para realizar estas transacciones con licencia especial o bajo la inspección del Estado?

La existencia de una red de bancos y una información, tal como la que tenemos sobre sus transacciones, muestran una vez más la posición predominante del rey en la economía del país. La mayor parte del dinero le pertenece y sabe cómo emplearlo en su propio provecho. Pero el solo hecho de la existencia de los bancos da la certeza de que, a pesar de todas las restricciones, el empleo de la moneda como base de los negocios privados se desarrolló am­pliamente bajo Filadelfo. Había ahorros en el país que buscaban una inversión segura, y el espíritu de negocios estaba despierto. Es verdad que los negocios de banca se concentraban casi enteramen­te en manos de los griegos: casi todos los banqueros eran griegos, y lo mismo los clientes. ¿Sucedía esto porque los indígenas eran de­masiado pobres y demasiado poco familiarizados con el uso de la moneda, o porque preferían guardar sus ahorros en los templos, bajo la protección de sus dioses, como antiguamente?

Almacenes. Sin embargo, debe tenerse presente que además de los bancos había los almacenes reales, que formaban una red tan desarrollada como la de los bancos, o acaso más. Las operaciones de estos almacenes eran del mismo género que las de los bancos, o incluso más diversificadas, especialmente por lo que respecta a las transferencias de crédito. Esto demuestra que el trato en especie desempeñaba un papel importante tanto en los negocios del rey como en los de los particulares. Y así prosiguió hasta el final del período tolemaico .