EL RACIONALISMO LIBERAL Y LIBERTARIO
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
 

Alejandro A. Tagliavini

 

 

 

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EL RACIONALISMO LIBERAL Y LIBERTARIO

El racionalismo que, como hemos visto, es 'una fe' en la razón humana y, en consecuencia, conforma una 'religión' laica (por esto es que intenta destruir al resto de las religiones, porque lo desmienten), le ha significado al liberalismo, por un lado, un enfrentamiento, en particular, con la Iglesia Católica que puede respetar otro credo pero no puede admitir que la razón humana esté por encima de Dios. Pero además, ha emparentado filosóficamente, aunque lejanamente, pero emparentado al fin, a los liberales aun con los estatismos más fanáticos provenientes de Hegel, Marx y demás.

A mi modo de ver, resulta evidente que el liberalismo no configura una 'escuela' filosófica, desde el momento en que se lo justifica a través de posiciones muy diferentes. Pero sí es una ideología, entre otras cosas, porque está conformado por ciertas premisas que permanecen prácticamente constantes, más allá de como se las justifique. Y es gran parte de estas premisas, que conforman un cuerpo relativamente definido de ideas, las que están, a mi modo de ver, irremediablemente desacertadas. Todos los autores que lo justifican son racionalistas, incluso, los que promueven las ideas 'libertarias' (probablemente la 'rama menos artificial' del liberalismo clásico). En consecuencia, sus conclusiones conforman una ideología racionalista.

Aun cuando autores como Frederick Hayek han condenado el 'racionalismo constructivista', lo cierto es que nunca dejó de tener un fondo positivista que le servía para justificar al institucionalismo coercitivo mínimo. Incluso Alberto Benegas Lynch (h), en su libro 'Hacia el Autogobierno' (6), tiene una actitud positivista al pretender 'racionalizar' la sociedad sin Estado. Así, se plantea "...como se desenvolverían los acontecimientos si las relaciones sociales fueran voluntarias y donde la fuerza se aplicara exclusivamente para contrarrestar acciones agresivas a los derechos de las personas ...el ejercicio apunta a descubrir la forma más eficiente y al mismo tiempo más ética de producir normas justas y hacerlas cumplir" (7). Es decir que, toda su preocupación se centra en encontrar la forma más eficiente de 'producir' normas justas y hacerlas cumplir, el modo más eficiente de ser positivista, el modo más eficiente de ser racionalista. Porque, querer suplantar al orden natural, que ya tiene sus leyes justas que se manifestarán inexorablemente salvo que lo impidamos por vía violenta, por normas 'producidas' por la razón humana, aunque éstas fueran el producto de relaciones supuestamente voluntarias, es racionalismo en su más pura expresión.

Esto ha llevado a que Jacques Rueff llegara a afirmar algo tan temerario como que la sociedad comienza "cuando una fuerza coercitiva, la policía, organizada y comandada por las autoridades sociales, asegura, de hecho, a ciertas personas el beneficio posible de ciertas cosas" (8). Es decir, que no comienza con el orden natural, cuando Dios establece un orden social, sino, cuando la fuerza, en definitiva, la violencia, impone el 'orden' que algún cerebro humano 'iluminado' considere oportuno: la sociedad artificial. En otras palabras, ya el principio social deja de ser la naturaleza de las cosas, deja de ser (aunque para el ser humano) anterior a la persona, para ser la razón humana. Racionalismo en su máxima pureza.

Alberto Benegas Lynch (h) afirma que ..."El monopolio coercitivo de la fuerza...conduce a que se vendan servicios más caros, de peor calidad o ambas cosas a la vez. Los procesos abiertos permiten... prestar mejores servicios al precio más accesible..." (9). Es decir que, justifica el uso coercitivo de la fuerza, y en lo único en lo que no está de acuerdo, es en que ésta sea monopólica. Lo que es un contrasentido que, finalmente, se traducirá en una propuesta utópica. Efectivamente, cuando el principio 'garante' de la sociedad es la fuerza física, ésta es, de suyo monopólica. En otras palabras, si se funda una sociedad en donde está previsto que, finalmente, en última instancia, es la fuerza física la que impone las normas de convivencia, es obvio que ésta será la última apelación, es decir, monopólica.

Utopía que consistiría en una sociedad sin Estado en donde la violencia sería manejada por empresas privadas, algo así como agencias de seguridad privadas, supuestamente en competencia y surgidas espontáneamente, 'libremente', del mercado.

Como no conocen al Doctor de Aquino, no saben que la violencia es contraria a un orden natural que existe y que está dirigido al bien. La violencia, no es necesaria a los fines de crear el orden natural, ni siquiera para garantizarlo o mantenerlo, sino que, por el contrario, lo ataca en su esencia.

Así, su propuesta conduce a 'crear' un orden racional, obviamente, impuesto violentamente, solamente que no por el Estado sino por supuestas 'agencias privadas'. Lo que es incoherente. Porque lo cierto es que, cualquier agencia 'privada' que ejerciera la violencia, vendría a representar exactamente el mismo papel que el Estado violento. Aun cuando existiera una supuesta 'libertad' para elegir entre la competencia, una vez introducidos en la violencia, todo funcionaría probablemente igual y, quizás terminaría imponiéndose la mejor agencia privada constituyéndose en un Estado con el monopolio de la violencia.

Karl R. Popper, por su lado, afirma que "...las leyes de la naturaleza son inalterables, no pueden ser ni rotas ni impuestas. Están por encima del control humano, aun cuando las podemos usar con propósitos técnicos, y aun cuando nos podemos meter en problemas si no las conocemos o las ignoramos" (10). Pero, si bien tenía claro que las leyes naturales existen y son inmutables, consideraba que las normas morales no estaban directamente relacionadas con el orden natural, sino que eran convenciones humanas, leyes normativas, positivas, en definitiva.

No parece advertir que las morales, no son sino las reglas a seguir para adaptarse al orden natural, en el campo del comportamiento humano, que si bien son explicitadas por el hombre, lo son de igual modo como las leyes naturales, por ejemplo, en la física. Para ponerlo, con un ejemplo, en términos de las ciencias físicas: de acuerdo con el nivel de conocimiento acerca del orden natural, que hemos conseguido hasta hoy, existe la ley de la gravedad; la conclusión 'moral' es que, si no queremos que un vaso de frágil vidrio se rompa, no debemos soltarlo, si sólo está sostenido por nuestra mano.

Como buen racionalista, Popper necesita hacer esta distinción porque, a partir de aquí, puede justificar las normas positivas y, entonces, justificar a la sociedad artificial, al Estado coercitivo mínimo. Que debe existir, según él, para garantizar estas normas 'morales' positivas necesarias ya que, al ser convenciones humanas, no se manifestarán espontáneamente como el resto del orden natural.

Así, llega a afirmar que "...el estado debería ser considerado como una sociedad para la prevención del crimen, i.e. de la agresión..." para finalmente asegurar que "... cualquier clase de libertad es claramente imposible a menos que esté garantizada por el estado" (11). Por cierto que se refiere al Estado coercitivo, violento: ya se ve, por otro lado, en que clase de libertad cree. Es decir, el Estado es Dios, visto que sólo El puede garantizar la verdadera libertad.

Pero el hecho es que, así como no se necesita al Estado coercitivo para garantizar la imperancia de la ley de gravedad, tampoco lo necesitamos para explicitar, y mucho menos para fundar o siquiera garantizar, las leyes morales, puesto que le son anteriores. De hecho, este tipo de racionalismo es el que lleva a justificar la existencia del Estado 'moral' coercitivo, creador de una supuesta 'moral laica' que, como no es la del orden natural (desde que empieza por desconocerla) termina, más allá de la retórica, siendo contraria.

Y aquí se da una gran incoherencia en los liberales. Efectivamente, ellos entienden, relativamente bien, la espontaneidad del orden natural en el campo de las ciencias y, particularmente, de la economía. Pero no entienden, o no quieren entender que, siendo que las leyes morales son anteriores a la economía, éstas se manifestarán, espontáneamente, aún con más seguridad con que lo harán las leyes económicas (12). De modo que, así como no hace falta la violencia para imponer las leyes naturales económicas, menos aún hace falta para imponer las leyes morales reales, por el contrario, esto significaría una verdadera contradicción.

Más, las leyes económicas, al ser posteriores, se manifestarán después que las morales y estarán basadas en ellas. Es metafísicamente imposible que se manifiesten espontáneamente las leyes económicas si, primero, no lo hicieron las morales. Por ejemplo, ¿de qué serviría el sistema de precios si la gente no obtuviera los bienes comprando sino robando?

Bajo el título 'Santo Tomás y la violencia institucional', en el Capítulo siguiente, veremos que, el Aquinate (que, por cierto, no era perfecto y escribió varios siglos atrás, cuando el conocimiento humano era bastante más precario), básicamente, sólo justificaba la 'violencia' en función de la defensa propia, de terceros y del bien común. Pero nunca, y esta es la idea esencial, para establecer la libertad y, mucho menos, la moral.

Esta claro que toda experiencia empírica demuestra, claramente, que no es cierto que, las personas, cumplan con las leyes morales porque el legislador racionalista las imponga coercitivamente. La gente difícilmente toma en serio al legislador racionalista (en los hechos concretos, más allá de la retórica). Ni tampoco es verdad que cumplen con las leyes morales por miedo al castigo por parte del Estado racionalista, entre otras cosas, porque saben muy bien que existe una larga distancia entre 'delinquir' y ser atrapado y condenado por el institucionalismo coercitivo. Las personas cumplen las leyes morales simplemente porque quieren, según hemos estudiado, por una cuestión de adaptación al orden natural (buscando la armonización de los principios intrínsecos: lo voluntario y lo natural), por una cuestión de supervivencia y de crecimiento, porque el orden natural se manifiesta espontáneamente. Muy por el contrario, el principio del Estado coercitivo racionalista, viola y promueve la violación (más allá del discurso) de las leyes morales verdaderas establecidas por el orden natural. Intentar evitar el crimen con violencia o establecer la libertad coercitivamente, como pretende Popper, es un contrasentido que, como tal, conlleva su propia destrucción.

Así es que, una particularidad del estatismo coercitivo, grande o mínimo, es que tiende de suyo a aumentar, como cualquier mal. De aquí que, James Buchanan, premio Nóbel de economía, liberal, admite que no se ha encontrado respuesta satisfactoria para "encadenar el Leviathán", es decir, evitar que el estatismo (el Leviathán de Hobbes) se desmadre. En otras palabras, reconoce algo obvio: que el liberalismo clásico, que lucho para establecer un estado coercitivo mínimo, ha fracasado (13).

En concordancia con lo que he venido diciendo, acertadamente, José Miguel Ibáñez Langlois se refiere al liberalismo, y a su parcial insistencia en la existencia de una naturaleza preexistente, del siguiente modo: "La Iglesia no podía menos que comprobar que tan desastrosas consecuencias morales procedían no de un orden económico 'natural' ni 'necesario', sino de premisas y acciones morales profundamente erróneas, siendo precisamente su peor error la concepción amoral de la economía como autónoma con respecto a la ley moral natural" (14). Y antes afirma que "Las leyes morales -y entre ellas, las que gobiernan la convivencia social- no son una imposición extrínseca ni menos una limitación de la libertad: le son, al revés, tan constitutivas e intrínsecas como puede serlo la ley de la gravedad para los cuerpos" (15).

Queda claro, entonces, que la economía, y la sociedad en general, no puede ser autónoma con respecto a la ley moral natural. Y, en consecuencia, basarse en su "independización" que es, justamente, lo que pretende la coerción violenta, para apartarla del orden preexistente. Por ser la violencia esencialmente (extrínseca) contraria a lo natural y por pretender con esta coerción, de hecho, fundar una civilización (una 'moral') diferente, artificial. Va de suyo que, como la moral implica, de modo necesario, la existencia de una autoridad, al negarla, se niega la verdadera autoridad a la que se pretende reemplazar con una 'autoridad' coercitiva, en el caso del liberalismo, 'mínima'.

Pero, en fin, sin duda, otro error del liberalismo ha sido su reivindicación de lo que, podríamos llamar, una 'ideología egoísta', basada en una exagerada valoración del 'egocentrismo individual'. Así, Alberto Benegas Lynch (h), en el libro citado, dice que el "Altruismo... Estrictamente...no resulta posible..." cada uno "...actúa en su interés personal" (16). Algunos autores llegan, incluso, a aconsejar las actitudes egoístas (17), como las más acertadas dado que, finalmente, éstas tendrían un resultado positivo para toda la sociedad.

En este sentido, las conclusiones empíricas de los liberales sin duda son parcialmente correctas. Dado que el accionar ('individual') de -la persona, en una sociedad ('libre') con ausencia de coerción institucional, en donde impera el orden natural, terminará produciendo un resultado positivo para la sociedad. Así, entre otras cosas, lo malo de la 'ideología egocéntrica' es que, si bien es cierto que la sociedad natural sólo 'registrará' lo bueno, no aclara que toda acción mala, es decir, toda acción que no esté dirigida a lo que el orden natural manda, esto es, el servicio a la gente, a la vida, desaparecerá haciéndole perder tiempo y esfuerzo a la persona, con relación al bien.

Pero, además, como ellos no proponen un mercado natural, sino un mercado (supuestamente) 'libre', es decir, con intervención coercitiva (supuestamente) 'mínima' (estatal o 'privada', en el caso de los libertarios), el mal no se 'diluirá' del modo en que lo haría de gobernar efectivamente el orden natural. Y, en cambio, en la medida del sistema coercitivo imperante, permanecerá provocando ofensas al hombre. Con el agravante de que, como el sistema coercitivo es, de suyo, materialista (supone la existencia de armas para ejercer esta coerción), el poder estará en manos de quienes tienen más recursos materiales.

Al estudiar la empresa veremos que, por caso, cuando fundo una organización en un mercado natural, si mi planteo es ¿cómo puedo ayudar a la gente? tendré éxito en la medida en que lo logre. Por el contrario, si mi intención es satisfacer mi ego contrariando el bien de las personas, en esa medida fracasaré, perdiendo recursos y esfuerzo. Pero, además, como el mercado sin coerción responde al orden natural que está dirigido al bien, a la vida, este servir a la gente será real en la medida en que sea para bien, para la vida.

Está claro, pues, que la violencia, como que es opuesta a la moral y la ética, se opone al altruismo, que es actuar en bien del prójimo con el mismo afán con que lo haríamos por nosotros mismos, y que no sólo es posible y natural en el ser humano, sino que es la única y mejor manera de lograr el bien propio y el de los demás.

Los anglosajones, los no católicos en general, se han desviado tanto de santo Tomás que hoy son incapaces de comprender, en plenitud, al orden natural, quedándose solamente en la superficie. Y los liberales han heredado esta falencia. Ellos lo entienden relativamente bien a partir del estadio de la espontaneidad, particularmente, de lo que ocurre en materia económica. Así entienden relativamente que el bien es el resultado inexorable del 'orden espontáneo' (en rigor, lo que creen es que el mal es el resultado inexorable de la 'regulación' económica por parte del Estado). Pero, no comprenden que, como lo expone el Aquinate, el orden natural es mucho más, es anterior, en el sentido de que, no sólo se expresa espontáneamente, sino que está dirigido por el Bien que es motor e, inexorablemente, dirigido hacia la perfección. Más aún, en última instancia, 'es Creador' (en el sentido tomista, es decir, Hacedor desde la nada).

Una buena idea, una buena intención, una buena acción, cuando verdaderamente es buena, puede dar lugar a hechos extraordinarios (en el justo sentido de la palabra) (18). Una idea, una intención, una acción egoísta, podrá producir un hecho histórico ruidoso, pero más tarde o más temprano, como nace de la nada y es nada, terminará en la nada. Las ideas de Marx, por caso (19).

Como se ve la propuesta de los liberales (o libertarios) es, en definitiva, la de 'privatizar al Estado', finalmente, 'privatizar la violencia'. Lo que intento mostrar en este ensayo, no desemboca ni en 'privatizar al Estado' ni, mucho menos, en 'privatizar la violencia'. Sino en que, como la violencia es siempre mala, el deber ser implica que trabajemos honestamente para su desaparición, ya sea estatal o privada. Para empezar, la propuesta libertaria, me parece inviable (utópica), por incoherente, de modo que no se pueden comparar resultados. Pero, suponiendo que fuera posible, no sólo el resultado sería muy diferente, sino que el proceso y, lo que es más importante, el 'espíritu' lo serían también. La consecuencia inevitable, más allá de la ciencia, de las ideas que promuevo en este ensayo es una necesaria e inevitable revalorización de Dios, la fe y del orden por El creado. Los liberales, en última instancia, simplemente proponen una construcción racional que suplante a Dios pretendiendo limitar Su dominio a la sola 'conciencia individual'.

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