LA FE NATURAL Y EL RACIONALISMO COMPARADOS. LA PROYECCION HACIA LO ETERNO.
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
 

Alejandro A. Tagliavini

 

 

 

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LA FE NATURAL Y EL RACIONALISMO COMPARADOS. LA PROYECCION HACIA LO ETERNO.

Ya sabemos que el racionalismo justifica, necesariamente, a la violencia. Consecuentemente, el mejor modo de desenmascararlo es a través de la fe. Efectivamente, ésta, por el contrario, es condición necesaria y suficiente para la paz. Porque, como sabemos, frente a una situación difícil que nos plantea la vida (82), tenemos, básicamente, dos únicos caminos: teniendo esperanza hacia el futuro, arremeter 'gozosamente', 'deportivamente', los desafíos que se nos plantean, o rebelarnos contra la vida. Y con esto, por cierto, no estoy negando el dolor inenarrable que algunas situaciones pueden provocar, lo que pretendo es rescatar la infinita superioridad de la esperanza como 'método para encarar el futuro', antes que la depresión que siempre consigue lo que ella misma predica: la destrucción. Cuando no hay fe, que es el caso del racionalismo, y no existe motivo aparente para esperar que una situación difícil cambie naturalmente, no queda otra alternativa que intentar, violentamente, cambiar el curso de los acontecimientos.

La fe natural, por su parte, tiene una 'doble vía', o produce un doble efecto. Por un lado, nos permite, con más o menos certeza, conocer el futuro (en rigor, nos permite conocer el bien inmutable, eterno), y, por el otro, esta certeza, nos da el convencimiento necesario de donde sacar la fortaleza, que es la base para realizar, finalmente, cualquier acción.

Aun cuando existe una verdadera 'comunión' entre todos los seres humanos y Dios (y los santos, para la doctrina católica), en razón, justamente, de la existencia del orden natural (para empezar, la 'idea de Dios' es 'común' a Sí mismo y a todos los seres humanos), la razón humana es personal en el sentido de que sólo puede 'pensar personalmente' (83). No puede 'pensar por los demás', porque mi cerebro es mío y no de otro. En consecuencia, nadie puede planificar la sociedad, por la simple razón de que nadie puede saber que pensaré al momento siguiente y, consecuentemente, como actuaré. Nadie puede conocer todas las variables que operan en mi mente, ni qué conclusión extraeré de ellas. Para poner un ejemplo, un gobernante no puede, indiscriminadamente, cobrar impuestos coercitivamente, para pagar cualquier cuenta del Estado, suponiendo (o sin suponerlo) que el común de la gente puede absorberlo, y luego resulta que un padre de familia quita ese dinero de la comida de sus hijos (lo que, dicho sea de paso, no es imposible que suceda).

Pero lo que sí sabemos es que existe un orden natural y que, en consecuencia, cualquiera fuera mi pensamiento y cualquiera fuera mi acción resultante, estará inscrita dentro de este orden o no 'existirá'. Es decir, como 'el mal no existe' (en cuanto tal, metafísicamente hablando), aquello que contraría a la naturaleza de las cosas, tampoco 'existe' (de aquí la ineficiencia). Por ejemplo, si mi decisión es fundar una empresa y ésta es buena, mi acción estará dentro del orden natural, si es mala, el mercado natural (sin coerción institucional) se encargará de hacerla quebrar, de hacerla desaparecer rápidamente, sin que quede rastro de mi acción.

"Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios nos ordena", asegura san Josemaría Escrivá de Balaguer, citado por F. Fernández-Carvajal y P. Beteta, quienes aseguran que "Es ésta la verdad inicial sobre la que es preciso construir" (84).

En otras palabras, como el orden natural ha sido establecido, precisamente, para dirigirnos hacia el 'último fin', que es el Bien, inexorablemente, de suyo, ignorará, superará, desconocerá el mal. Es decir, que una mala acción (en tanto que mala) no participará en el proceso de la creación y, consecuentemente, desaparecerá por autodestrucción. Esto no significa que no se pueda 'hacer mal', se lo puede hacer y mucho y grave, simplemente significa que éste no sumará nada en la creación. De aquí la importancia de dejar que el orden natural gobierne, porque, en la medida en que lo haga, el mal desaparecerá. En cambio, en la medida en que lo suplantemos por otro orden artificial, el mal podrá sostenerse mejor.

Esta claro, por otro lado, que nunca seremos perfectos, lo que implica que nunca respetaremos absolutamente al orden natural y, consecuentemente, la sociedad perfecta, en esta tierra, nunca llegará. De lo que se trata, en definitiva, es de hacer el máximo esfuerzo por respetar la verdad y el bien.

Me parece que estamos en condiciones de estudiar, ahora, la proyección hacia lo eterno porque esto, entiendo, nos aclarará como 'opera' la fe y nos mostrará lo dañino que puede resultar el racionalismo.

Como es imposible que cerebro humano alguno pueda predecir exactamente que ocurrirá en el futuro, es imposible planificar. De aquí lo irracional de pretender imponer un tipo de sociedad por vía violenta, coercitiva. Obviamente, tampoco puedo hacerlo personalmente. Pero lo que sí puedo hacer es analizar las 'tendencias' en base a una interpretación de lo que es el orden natural (que 'al Bien nos ordena'), sabiendo que éste existe y es inmutable, es decir, que seguirá existiendo en el futuro. Quiero aclarar que al decir interpretación lo digo en el sentido de aquello que mi mente pueda captar de una verdad que sólo Dios conoce absolutamente. Por otro lado, por cierto, debe quedar bien claro que el orden natural no es personal sino que, por el contrario, es universal (y de aquí su validez). Sino que lo que quiero significar es que, en la última instancia, por mi libre albedrío, seré necesariamente el último responsable (85). Lo acertado o no de esta proyección futura, en cualquier caso, solamente lo sabré una vez producidos los hechos, es decir, una vez que los resultados de la imperancia del orden natural se han manifestado.

Esto último es en realidad la muy vieja 'experiencia' que, todo científico sabe, es la 'necesaria corroboración, o no, final' de una verdad. De aquí la importancia de dejar que el orden natural gobierne, y la temeridad de pretender imponer un orden coercitivamente, sin que antes se haya manifestado. Es bueno dejar aclarado que, tampoco podremos imponerlo una vez 'experimentado', porque, para cuando la experiencia lo haya probado acertado, ya habrá cambiado (y esto sin entrar en la subjetividad intrínseca del método empírico, según sabemos). Sencillamente porque, metafísicamente, el futuro es siempre futuro, es decir, para cuando algo se ha manifestado acertado, incluso ésta misma manifestación, habrá provocado un cambio, no en el orden natural que es inmutable, pero sí en los parámetros iniciales.

Por otro lado, mi razón es imperfecta, y aun con la experiencia a la vista, seré incapaz de captar con precisión y exactitud todos los fenómenos involucrados en el desarrollo de la cuestión. De hecho, por ejemplo, hasta las fábricas de automóviles, con décadas de experiencia, no producen dos unidades iguales y muchas deben ser corregidas o eliminadas porque no encuadran dentro del margen de error aceptable que, a su vez, es una variable subjetiva. Así, en una especie de círculo virtuoso, el hecho de que la experiencia resulte acertada quedará decidido por el mismo orden natural, puesto que, según vimos, es quien descarta el mal y 'registra' el bien.

En definitiva, como se ve (y aunque esto se parezca a un círculo vicioso, que lo sería de no ser por la Ciencia del Absoluto) el orden natural provocará una experiencia que sólo él mismo dirá si es acertada. De aquí la absoluta imposibilidad (por el principio y por el fin) de planificar nada. Todo lo que los seres humanos podemos hacer es respetar la naturaleza de las cosas y ordenarnos en consecuencia.

En cualquier caso, en la medida en que mi proyección futura, (mi ordenación con la naturaleza), hacia lo eterno, en rigor, acierte con la verdad esto me permitirá obtener resultados beneficiosos. Si descubro, por ejemplo, que determinado producto o servicio, o modo de producir, será muy requerido y lo implemento, probablemente, termine enriquecido. De aquí que la fe natural sea un modo de conocimiento válido (86). Efectivamente, lo primero que tenemos que tener en cuenta, para no errar hacia el futuro, es saber que existe un orden natural (si planto un manzano, en su momento, dará manzanas y no peras; el sol saldrá todos los días a hora predeterminada, y demás), con todas sus implicancias. Luego, que este orden está necesariamente dirigido hacia el bien y que, en consecuencia, ha sido creado por Alguien que lo sostiene y lo dirige. Finalmente, va de suyo, que este orden natural también hace a nuestra persona, a nuestro interior (87).

En consecuencia, esto es la fe natural, como modo válido de conocimiento: primero, el reconocimiento de que existe Alguien (no algo sino Alguien porque al tener Orden es Ser) que creó un orden natural superior y que lo dirige hacia el bien, y segundo, que este orden 'existe' en nuestro interior y, en consecuencia, si bien nunca lo conoceremos en toda su magnitud (porque a la verdad de modo absoluto sólo Dios la conoce) sí podemos y debemos 'sondearlo' primero, por una cuestión de 'cercanía', en nosotros mismos. Si nos reconcentramos en nuestro interior, escuchando a nuestra conciencia (y al Don de Sabiduría), acudimos a nuestras experiencias pasadas, recordamos consejos sabios que hemos recibido, analizamos nuestra esencia humana y todo esto lo dirigimos al bien, que es el objeto del orden natural, entonces, podremos acertar, con más o menos precisión, sobre el futuro (88).

Cabe aclarar, por cierto, que el orden natural es exterior en cuanto anterior al ser humano, pero interior en cuanto que sólo tiene sentido en tanto exista la criatura con alma racional. Desde que el orden natural implica la participación en la creación y esta participación (de la Sabiduría divina) se da a través de la razón dirigida por la Providencia. Por el contrario, el egocentrismo racionalista supone que no existe tal orden anterior, sino que la razón humana es capaz, no de conocer el orden, sino de crearlo (la planificación). No supone una participación en la creación, sino la creación de la creación.

Ahora, para que nadie se confunda y crea que con la fe natural el hombre tiene suficiente (89), debe quedar claro que siempre existirá una distancia infinita entre el hombre y la Perfección (lo sobrenatural, no por esotérico, sino por superior), por muy desarrollada que tenga su fe natural. De aquí la importancia de los dogmas que, gracias a Dios, nos permiten conocer misterios, que nos habilitan para concentrarnos en verdades superiores a las que no se puede (justamente, por esta distancia infinita) llegar con la mente humana.

La fe, en definitiva, nos permite 'salvar la distancia' entre la relatividad y parcialidad del conocimiento a partir del hombre y la verdad absoluta, sobre bases sólidas (el orden natural y su Creador). En rigor de verdad, no nos ayuda a 'salvar la distancia' porque, justamente, la fe, en principio (en la medida en que sea tal y verdadera) ya 'salvó la distancia'. En tanto que el racionalismo pretende que no existe tal distancia, que el conocimiento humano puede ser absoluto. Por cierto que, la posición que aquí sostengo, nada tiene que ver con el 'relativismo', que no es más que el racionalismo vergonzante que, ante la evidencia abrumadora de que el hombre no es capaz de conocimiento de modo absoluto, como no quiere aceptar la existencia de la fe como modo válido, asegura que 'todo es relativo'. Para nosotros, por el contrario, está claro que Todo es absoluto, es sólo que el hombre no puede alcanzar este Absoluto por sí mismo, sin el auxilio de la fe, sin el auxilio, finalmente, precisamente, del Absoluto.

Pero, volviendo al tema de la proyección hacia el futuro, analicemos rápidamente un ejemplo concreto. La tendencia en las empresas, a medida que la sociedad coercionada va desapareciendo, es a recompensar directamente en función de lo efectivamente producido. Con lo que, el pasado, el curriculum, deja de interesarles (90). Esto en función de que, cada vez se respeta más el libre albedrío y, como consecuencia directa, la responsabilidad personal. Por otro lado, la desaparición de la sociedad coercitiva artificial, implicará la consecuente desaparición de los 'títulos habilitantes', que regula la posibilidad de ejercer muchas profesiones. Como consecuencia de esto, probablemente las universidades (y demás institutos educativos) del futuro no otorguen estos títulos 'habilitantes'. Y, entonces, tampoco tomen exámenes (lo que evitará algunos suicidios de estudiantes, dicho sea de paso). Esto no significa que la universidad tienda a la desaparición. Todo lo contrario, el avance tecnológico, que se auto acelera, implicará, por un lado, que se necesitarán más conocimientos y, por el otro, que al quedar el trabajo manual desplazado por los robots, se empleará más trabajo intelectual. La tendencia es, cada vez más, hacia la investigación y el estudio a lo largo de toda la vida profesional (sin olvidar, por cierto, el esfuerzo personal que esto supone, pero ordenado, sin suicidios).

Lo que acabo de decir parece muy natural (si no le parece tan razonable, ya lo estudiaremos en detalle más adelante). Entonces, que le parecería si gano unas elecciones de modo que me convierto en el mandamás de un gobierno coercitivo y mañana mismo impongo, violentamente, lo que parece muy razonable: obligo a que, a partir de ese mismo día, ninguna universidad otorgue títulos de ninguna clase, ni tome exámenes. A partir de mañana no habrá más exámenes, ni títulos de médico, ni de abogado, ni de ingeniero, ni nada. Claramente, aun cuando mi análisis previo parece muy cierto y, probablemente, termine corroborándose, sería una locura imponerlo coercitivamente, violentamente. Y esto es lo que hace el racionalismo: se creen dioses con la razón, creen que pueden adivinar y, consecuentemente, planificar el futuro y, finalmente, lo imponen violentamente.

Otro de los problemas del racionalismo es que, la razón, sólo admite trabajar sobre datos actualmente conocidos. Por ejemplo, si quiero descubrir una vacuna contra el SIDA, debo investigar en base a los datos concretos y reales que poseo hoy. No puedo investigar en base a datos futuros, sencillamente porque éstos todavía no existen. Por ejemplo, no puedo investigar en base a una probable futura cura contra el cáncer porque hoy no existe y, en consecuencia, no la conozco. Si, en cambio, la fe puede guiarnos hacia el futuro (lo eterno, en rigor), desde el momento en que se basa en el orden natural al que podríamos conocer hoy sabiendo que existirá y no cambiará en los tiempos por venir. En consecuencia, planificar el futuro, y esto y no otra cosa es diseñar a una sociedad artificial, como pretende el racionalismo, es sencillamente irresponsable porque no puedo diseñar algo en base a datos que no poseo.

Por ejemplo, que hubiera pasado si a un burócrata estatal se le hubiera ocurrido, veinte años atrás, imponer coercitivamente (otorgándole créditos baratos, imponiendo trabas aduaneras a la competencia, y demás) la construcción de grandes fábricas de discos vinílicos, con el supuesto fin de impulsar el desarrollo industrial nacional. Lo que hubiera sucedido es que se habrían malgastado grandes fortunas, porque hoy todos compran discos compactos y nadie de vinílico, cosa que, veinte años atrás, ninguna persona pudo haber previsto. Así, cuando un burócrata estatal decide cualquier clase de política industrial (o de cualquier otra clase) es seguro que errará, mucho o poco, hacia el futuro. Teniendo dos posibilidades, que lo imponga violentamente, y, consecuentemente, malgastará los recursos sociales, o que lo deje librado al mercado natural que, espontáneamente, se irá adaptando al orden preexistente, en 'tiempo real', y, consecuentemente, derivando los recursos hacia sectores eficientes.

Por el contrario, la fe nunca supone datos futuros (consecuencia de una evolución temporal), sino un orden inmutable dirigido al bien (lo Eterno), anterior a la razón humana.

En definitiva, la fe natural implica un esfuerzo por analizar la realidad circundante, con la intención de adaptarse al orden natural preexistente. Y como es una adaptación natural, no necesita de la violencia para imponerse. La planificación racionalista, por el contrario, es una actitud egocéntrica, que consiste en pretender imponer hacia el futuro nuestra propia 'razón'. Y como no es una adaptación natural, necesariamente, debe ser impuesta violentamente.

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