El capitalismo mágico
 

Aldo Ferrer

Publicado en ATTAC, agosto del 2001. 

 Las economías en las cuales predominan las relaciones de mercado entre los agentes económicos, llamadas capitalistas, reflejan siempre la idiosincrasia de cada país. Existen estudios clásicos sobre la materia, como el del economista francés Michel Albert sobre los capitalismos anglosajón y franco renano. El capitalismo se desenvuelve en el contexto del trayecto histórico de cada sociedad, sus raíces culturales, dimensión de los recursos materiales y humanos y nivel de desarrollo alcanzado. Por eso existen, en efecto, versiones norteamericana, coreana, alemana, japonesa, brasileña o argentina del capitalismo. A su vez, los niveles relativos de desarrollo y la consecuente asimetría en las relaciones de poder dentro del sistema mundial articulan al sistema que vincula a las economías capitalistas.

De este modo, la inserción de cada economía nacional en el orden mundial da lugar, como proponía Raúl Prebisch, a la existencia de capitalismos céntricos y periféricos. Los primeros, titulares de una red de dominación dentro del orden global; los segundos, subordinados en cuestiones críticas como el desarrollo tecnológico o las corrientes financieras. Como es tan grande y creciente la disparidad en los niveles de vida entre las economías capitalistas avanzadas y las atrasadas, los críticos demonizan el sistema y lo califican de salvaje. Contamos así con una diversidad  de categorías analíticas, muchas de las cuales tienen un indudable valor para el estudio de los capitalismos vernáculos y de la globalización.

Realidades inverificables 

En una conversación reciente con Sebastiao do Rego Barros, actual embajador del Brasil en Argentina, este alumbró, probablemente, una nueva acepción del capitalismo. Expresaba yo mi asombro ante un punto de vista muy difundido según el cual si Argentina y los otros países de América latina se comportan conforme a las expectativas de los mercados, bajarían el riesgo país y la tasa de interés, aumentaría la inversión y crecerían la producción y el empleo. La postura se mantiene imperturbable aunque la realidad revele cotidianamente que el proceso económico es mucho mas complejo y que esa sucesión de acontecimientos raramente se verifica en el mundo real. "Bueno -respondió resignadamente mi interlocutor- es que estamos en presencia del capitalismo mágico". Es decir, una instancia especifica del pensamiento irracional que interpreta la realidad a partir de supuestos que no son empíricamente verificables. Keynes decía que las opiniones económicas aparentemente contemporáneas suelen repetir ideas de pensadores del pasado. También suele suceder que un hallazgo conceptual haya sido enunciado antes. Si no fuera así, y la acepción capitalismo mágico, como creemos el embajador y yo, es realmente inédito, mi interlocutor puede acreditar la paternidad de una nueva e iluminadora categoría conceptual. Sea como fuere, vale la pena observar algunos aspectos de la cuestión.

El pensamiento mágico es un rasgo característico de las sociedades primitivas precientíficas. En nuestro caso, lo curioso es que los cultores del capitalismo mágico suelen ser personas que no son precisamente analfabetas. Antes bien, muchas de ellas suelen acreditar distinguidos currículos académicos en las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos y otros países centrales. Sostiene el capitalismo mágico que la revolución científico tecnológica ha borrado las fronteras nacionales y que las principales transacciones se realizan actualmente en el mercado global. De este modo, el poder decisorio sobre la acumulación de capital y la asignación de recursos ha sido transferido desde los espacios nacionales a los actores globales. Es decir, los mercados financieros y las corporaciones transnacionales. Los Estados nacionales han perdido entonces capacidad de influir el comportamiento de los agentes económicos. 

Sólo las grandes potencias conservan cierta gravitación sobre el funcionamiento de los mercados. Sostiene también el capitalismo mágico que la adhesión incondicional al libre comercio, la liberación de las transacciones financieras y la eliminación de normas regulatorias de las inversiones de las corporaciones transnacionales aseguran la eficiente asignación de los recursos en la economía mundial y la participación de todos los países en los frutos del desarrollo. Por definición, los mercados siempre generan la mejor asignación económica y social de los recursos. En relación a los capitalismos periféricos, el mensaje es contundente: sólo es posible aplicar políticas amistosas con los mercados. Cualquier desvío desencadena una sucesión de calamidades. En cambio, las políticas amistosas con las expectativas de los mercados pone en marcha el mencionado círculo virtuoso de mejora del riesgo país, baja de la tasa de interés, aumento de la inversión y crecimiento de la producción y el empleo. La realidad no ratifica los supuestos ni las propuestas del capitalismo mágico sino, mas bien, todo lo contrario. Economistas céntricos, como Rodrik, Krugman, Bairoch, Frenkel, Corden y Stiglitz han demolido las supuestas evidencias empíricas de las bondades del libre comercio en todo tiempo y lugar y de la disolución de los espacios nacionales en el orden global.

En América latina, desde mucho antes, Prebisch, Furtado, Jaguaribe y Sunkel, entre otros, colocaron en perspectiva histórica (y en su contexto global) las causas del atraso de nuestros capitalismos y señalaron los senderos para asumir el comando del propio destino en el mundo globalizado. Uno de los elementos confusionantes y más peligroso del capitalismo mágico es la mezcla de elementos esenciales de la sensatez económica con los contenidos irracionales de sus otros postulados. Es en verdad necesario siempre poner la casa en orden, mantener los equilibrios macroeconómicos, contar con una moneda sana y la estabilidad de precios. El resto del mensaje, en cambio, obedece a la visión céntrica sobre la organización de las relaciones internacionales.

Es fácil comprender por qué, desde la perspectiva de los intereses del capitalismo céntrico, se divulgue y promueva el dogma del capitalismo mágico. La historia de la globalización revela, por ejemplo, cómo, en su período hegemónico en el transcurso del siglo XIX, Gran Bretaña impulsó el libre comercio y la liberación de los mercados. La postura británica era compatible con el mayor desarrollo relativo de la nación pionera de la revolución industrial. Las potencias industriales entonces emergentes, como los Estados Unidos, Alemania y Japón, no adhirieron al capitalismo mágico y construyeron sus respectivos capitalismos nacionales, autocentrados en sus propios recursos y mercados, regulando el proceso de apertura al escenario mundial.

Desde el centro

En las condiciones contemporáneas sucede lo mismo. Las naciones más avanzadas, como lo Estados Unidos, divulgan el capitalismo mágico y por las mismas razones que Gran Bretaña el siglo XIX. Aunque con menos coherencia, porque Londres siguió sosteniendo los mismos principios del liberalismo económico, aun después de haber perdido el liderazgo industrial y tecnológico frente a Alemania y los Estados Unidos. Recién en la crisis de la década de 1930, Gran Bretaña abandonó la política inaugurada con la derogación de las leyes de granos en 1826.

En la actualidad, el capitalismo mágico es esencialmente una propuesta de los centros a los países periféricos. Comprensiblemente promovida también por los organismos de Bretton Woods, bajo las consignas del llamado Consenso de Washington y del ajuste estructural. En modo alguno, los países centrales aplican los mismos criterios dentro de sus propias fronteras ni en sus relaciones externas. Basta recordar los subsidios y la multiplicidad de instrumentos proteccionistas aplicados por la Unión Europea y los Estados Unidos.

En realidad, el dogma del capitalismo mágico es una especie cultivada con particular éxito en la América latina. Países periféricos de otras latitudes, como los de Asia sudoriental, han desarrollado visiones propias del orden global y consecuentes políticas de desarrollo. Los resultados son evidentes. Mientras nuestros países no logran zafar del atraso, aquellos fueron capaces de superar en plazos históricos breves niveles extremos de subdesarrollo y subordinación. No es difícil entender la divulgación del capitalismo mágico desde la perspectiva de los intereses de corto plazo de los mercados financieros o las corporaciones transnacionales de los países centrales.

Es más complejo, en cambio, comprender su predominio dentro de países periféricos, como los de América latina. Se trata aquí de una subordinación mental, rasgo idiosincrático del subdesarrollo y la dependencia latinoamericana. La cuestión no tiene explicación dentro de los límites de la teoría económica. Incorpora dimensiones históricas y culturales. Raul Prebisch, el centenario de cuyo natalicio celebramos hace poco, y otros pensadores latinoamericanos, han dedicado esclarecedores análisis a la cuestión. Conviene estudiarlos para rescatar el abordaje científico de los problemas del desarrollo económico y social de nuestros países.

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