La Política de Expansión en Condiciones de Desequilibrio

 

Bertil Ohlin

I. Introducción

La Historia económica del último medio siglo presenta dos casos de graves depresiones internacionales en los países que están orientados fundamentalmente hacia la economía de mercado: en la primera mitad de los años treinta y a mediados de los años setenta. Con alguna simplificación podemos afirmar que en el primer caso la recuperación se inició después de algunos años con el auxilio de una política expansionista por completo deliberada. En 1931 se produjo una adaptación de los valores externos de las monedas de Europa del Norte y de algunos dominios británicos. Esta se produjo casi dos años después en los Estados Unidos y en 1936 en el sur de Europa. En cambio, en los años setenta las medidas de política económica interna para la expansión[2] han sido numerosas y de largo alcance en casi todos los países industriales, a excepción de algunos con balanzas de pagos débiles. Tales medida fueron acompañadas por numerosas adaptaciones de los tipos de cambio a los niveles de los costos relativos. Pero la recuperación iniciada en 1975 y 1976 no ha sido hasta ahora más vigorosa —quizá ha sido más lenta y vacilante que la del caso anterior—, a pesar del derrumbe más grave de grandes partes del sistema bancario ocurrido en los años treinta. La impresión inmediata de estos hechos no es favorable para una política de expansión basada en la teoría macroeconómica elaborada en los años treinta sobre todo en Cambridge y Estocolmo.[3] Pero se requiere mayor investigación y una comparación más meticulosa.

El escaso tiempo de que dispongo para esta conferencia me obliga a pasar directamente el análisis del problema, presentando algunos hechos a medida que avanzo. Aclararé que entiendo por “expansión” un aumento del producto nacional bruto en términos monetarios (PNB), y por contracción entiendo lo contrario. En algunos contextos será claro que considero el ingreso neto, que no incluye las “reservas de depreciación”.

II. Los Modelos Keynesiano y de Estocolmo y Expansión de la Producción y el Empleo

Entre las teorías que tratan de explicar los cambios del empleo y que pueden resultar importantes para la comparación de los problemas de la recuperación de los años treinta y setenta, no puedo dejar de mencionar las ideas de Keynes sobre el equilibrio con desempleo. Keynes señaló que —dada cierta propensión al consumo— el aumento del volumen de la inversión generaría un aumento del ingreso nacional hasta llegar a una magnitud en que las personas desean ahorrar una cantidad igual al valor de la inversión. El cambio del ingreso nacional es la variable que debe alcanzar una magnitud compatible con la igualdad entre el ahorro y la inversión. La conclusión era importante. Si el volumen de la inversión aumenta, el volumen del empleo aumentará mucho más veces.

Esta era una forma abreviada de un razonamiento incluido también en la teoría elaborada por la llamada escuela de Estocolmo sobre las bases del proceso acumulativo de Wicksell. Pero la teoría sueca tomaba en cuenta también el aumento indirecto y endógeno de la inversión que provocaría la expansión del ingreso nacional Y esta inversión secundaria produciría un nuevo crecimiento del ingreso y el ahorro. Además, en el trabajo paralelo que se hacía en Estocolmo, mientras Keynes y sus discípulos trabajaban en Cambridge, tratamos de dar una imagen concreta de las reacciones del ahorro de las empresas y del tesoro público, no sólo de los individuos, de modo que presentábamos una descripción más realista de la propensión al ahorro que yo llamé por regla general “la intención de ahorrar”[4] También traté de prestar atención a la velocidad de las reacciones entre los cambios de precios e ingresos de diversos grupos de personas en los procesos de expansión y contracción, para descubrir algo acerca de los efectos que dependerían del orden de los acontecimientos. Los grandes inventarios de bienes, por ejemplo de trigo, intensifican las reducciones de precios en el caso de una baja de la demanda. Esto reduciría los ingresos de los agricultores y comerciantes, y sus compras de otros bienes, con rapidez mucho mayor que la de la declinación del costo de las compras de pan. Los consumidores ahorrarían dinero por la compra de pan más barato y aumentarían sus otras compras sólo con lentitud. Este proceso ocurrió en 1929 y ejerció una influencia depresiva sobre la demanda total.

Además, la flexibilidad de los precios y salarios y la relación existente entre ellos afectaría el desarrollo de los beneficios, lo que influiría en el proceso de expansión. Todo esto era importante para el estudio de los efectos de las políticas que trataban de aumentar el empleo y la producción con escasa inflación.

¿Podría el aumento de la inversión generar un aumento de los precios antes que de la cantidad producida, debido por ejemplo a la presión ascendente sobre los salarios? La respuesta de Keynes era en general negativa. Contra muchos supuestos anteriores, Keynes supuso por regla general que, cuando la oferta ociosa de mano de obra era grande, la flexibilidad de los salarios hacia arriba era muy pequeña. La flexibilidad de los precios al principio de la recuperación se suponía un poco mayor, pero todavía bastante pequeña. Por lo tanto, el aumento de la demanda agregada al principio de una fase de recuperación aumentaría la producción y el empleo. Casi no habría ningún aumento general de los salarios, y sólo un aumento secundario de los precios. Los beneficios aumentarían y las inversiones se verían adicionalmente estimuladas, aunque esto no se incluyó en su modelo de equilibrio básico.

El proceso descrito en Estocolmo no era my diferente, aunque se prestaba más atención a las reacciones de la inversión y al carácter de las expectativas acerca de los precios futuros de las materias primas y de los productos terminados. Pero en general había acuerdo entre el grupo keynesiano y los jóvenes economistas de Estocolmo en cuanto a que las inversiones públicas financiadas con préstamos —en forma tal que los créditos a las empresas privadas no se restringieran sino que se expandieran si era necesario— conducirían a un aumento de la producción y el empleo sin provocar inevitablemente una gran inflación, mientras se utilizara la capacidad excedente.

Infortunadamente, el conservadurismo de gobierno británico y un gran conflicto laboral en Suecia, que se extendió desde abril de 1933 hasta febrero de 1934, impidieron un experimento a gran escala hasta que la recuperación ya estaba en marcha por otras razones. Luego las restricciones impuestas en 1934 al gasto municipal en Suecia contrarrestaron en gran medida el efecto expansivo del aumento de las inversiones financiadas por el gobierno.

En Alemania se realizó un experimento a escala mucho mayor después de 1933, bajo la dirección del doctor Schacht, con un amplio financiamiento del banco central. El resultado fue un gran aumento del empleo que continuó durante varios años sin gran inflación. El gobierno restringió los aumentos de salarios y, mediante amplias medidas de racionamiento a medida que la recuperación proseguía. Debilitó las fuerzas que presionaban sobre los precios. En esta forma se obtuvo una tasa de empleo muy alta, independientemente de la movilización militar de los soldados.

Voy a comparar estas experiencias con lo ocurrido en los años setenta, dejando de lado algunos altibajos de los precios de ciertas materias primas. la mayoría de los países industriales han seguido en 1975-1977 una política financiera de expansión en medio de expectativas generalizadas acerca de que la inflación seguiría siendo fuerte. Las demandas salariales y las tasas salariales aumentaron considerablemente o se mantuvieron aun alto nivel a principios del decenio; los precios del petróleo aumentaron de pronto en gran medida a fines de 1973. Los precios aumentaron más o menos de acuerdo con los salarios por unidad de producción y con el costo adicional del petróleo. La producción varió con el ciclo económico, pero sólo con una tendencia ligeramente creciente, menor que en los años setenta. En algunos países como Suecia, los niveles de costos eran demasiado elevados en comparación con otros países, debido a la sobrevaluación de las monedas y a los aumentos considerables de los salarios. En consecuencia, la balanza comercial se debilitó y el empleo declinó a partir de 1975. En varios otros países se inició en forma vacilante una recuperación en 1975, pero al año siguiente hubo un retroceso, hasta que se inició de nuevo cierto aumento de la producción. El desempleo permaneció todo el tiempo a un alto nivel, y sin embargo los precios y los costos de la vida continuaron aumentando, aunque con fuerza menor.

Es evidente que algunas razones esenciales de este desarrollo desfavorable pueden encontrarse en la gran movilidad ascendente de los salarios, en las relaciones desbalanceadas de los tipos de cambio y en las expectativas generales acerca de la continuación de la inflación de costos, durante un periodo de políticas financieras de expansión en la mayoría de los países y de políticas crediticias de expansión en varios países, a través de los niveles bajos de las tasas reales de interés por efecto de la inflación que reducía el valor de las deudas.

Las primeras teorías de los años treinta se elaboraron sobre los supuestos de escasa flexibilidad de los salarios y de moderadas expectativas acerca de los precios. Esto resultaba realista en esa época pero no correspondía a la realidad en los años setenta. Esto explica que la llamada curva de Phillips ya no sea aplicable, como explicó el profesor Milton Friedman en su excelente conferencia Nobel del año pasado. El profesor Friedman hizo hincapié en la diferencia existente entre una inflación que se espera —como ocurrió en los años setenta— y otra que no se prevé cuando las empresas hacen sus cálculos de beneficios para el futuro. Hubo de transcurrir mucho tiempo antes de que se reconociera generalmente este hecho en el debate sobre la política de empleo.

No niego que la teoría de la expansión elaborada en Estocolmo a principios de los años treinta haya sido deficiente por no explicar con claridad suficiente el papel de los diversos supuestos relativos a la flexibilidad y la velocidad de las reacciones de los salarios, los precios de las materias primas, los precios de los productos manufacturados y las posibilidades alternativas de las expectativas de beneficios. Pero se prestó más atención que en otras partes a estas cuestiones, sobre todo al papel de las expectativas.

Por supuesto, la relación futura de costos y precios puede parecer desfavorable por razones distintas del aumento de los costos de la mano de obra por unidad de producción. En varios periodos de recuperación, las materias primas han estado disponibles sólo a precios rápidamente crecientes, que pueden generar riesgos de pérdidas futuras.

Es igualmente posible que la reducción del valor de las monedas extranjeras abarate los bienes manufacturados importados. Esto puede significar la existencia de condiciones poco satisfactorias para los beneficios y, posiblemente, expectativas pesimistas acerca de los beneficios futuros.

He escogido unas cuantas relaciones desbalanceadas de precios, costos y divisas para ejemplificar la posibilidad obvia de que contrarresten las tendencias expansivas. Tales relaciones desbalanceadas y las consiguientes expectativas pesimistas fueron numerosas en 1934 y 1935 en países como Francia y Suiza, y demoraron la devaluación de sus monedas hasta 1936, mientras que la mayoría de los demás países habían devaluado mucho tiempo atrás. Aparte de algunos periodos breves de la depreciación de la moneda, como ocurrió en los Estados Unidos en 1933, no había la expectativa generalizada de aumento general del nivel de precios, ni los costos salariales aumentaban o se esperaba que aumentaran en el futuro inmediato, excepto en los Estados Unidos y particularmente en 1933-1934. En cuanto los volúmenes de las ventas de bienes de exportación empezaron a aumentar bajo el estímulo de la depreciación de la moneda y el abaratamiento de tales bienes en el mercado mundial, los beneficios aumentaron y la perspectiva se volvió optimista. Esto ilustra la gran importancia de la adaptación de las relaciones de costos internacionales y los tipos de cambio, una cuestión a la que volveré más adelante. En los últimos años hay otros ejemplos similares, por ejemplo en Francia, que en esta ocasión realizó una depreciación razonable con mayor rapidez que en los años treinta.

Hasta aquí casi no he dicho nada acerca de la gran diferencia de las tasas de interés existente entre las depresiones de principios de los años treinta y de mediados de los años setenta. ¿Se debió tal vez la fuerza relativamente mayor de la recuperación económica del periodo anterior al nivel más bajo del interés en los países industrializados, mientras que el nivel mucho mayor de interés funcionó como un freno en la recuperación de los años setenta? En mi opinión, la respuesta es “no”. En realidad, a pesar de las tasas nominales de interés más elevadas, resultaba más barato tomar capital prestado en los años setenta que en los treintas. Debe tomarse en cuenta la influencia de los cambios del nivel de precios sobre el valor real de las sumas que deban pagarse.

Los precios de menudeo y mayoreo bajaron durante varios años a partir de 1929 —en mayor medida en los países del patrón oro—, y en el periodo siguiente aumentaron poco. Los rendimientos nominales de los bonos en los países más importantes — a excepción de Alemania, donde se observó un nivel cercano al 8%— fluctuaban entre el 4 y 3l 5%, con una tendencia descendente durante algunos años. No sabemos con certeza hasta qué punto influyeron las expectativas de cambios del nivel de precios sobre la opinión de los prestatarios en los años treinta acerca del interés “real” que deberían pagar. En todo caso, el nivel del interés era positivo, no sólo antes de 1933 sino también en los años siguientes. En cambio, a mediados del decenio en curso, la tasa de inflación y probablemente el aumento esperado en la mayoría de los países superaba al rendimiento de los bonos. En este sentido, las tasas “reales” de interés eran negativas y siguieron siendo negativas o cercanas a cero en la mayoría de los países industrializados, excepto Suiza, donde la inflación fue insignificante a partir de 1976. La tasa de interés del crédito bancario a mediano plazo era mayor en todas partes, y el nivel “real” era a menudo positivo, pero ello no modifica mucho la situación. La impresión general es que en la mayoría de los países industrializados los préstamos eran más baratos en los años setenta que en los treinta.

El carácter “vacilante” de la recuperación en 1975-1977 se relacionó sin duda más con las políticas crediticias restrictivas de los países con balanzas de pagos “débiles”, como la Gran Bretaña, Italia y Escandinavia —que contrarrestaron más o menos los efectos de una política expansiva de las finanzas públicas—, que con el “alto” nivel de los intereses. En países con balanzas de pagos “fuertes” y con una confianza general en el futuro económico, la política del interés no privó a la política económica de su carácter expansivo, como ocurrió en los Estados Unidos y la Alemania Occidental, donde los déficit presupuestales fueron considerables y se siguió una política moderadamente expansiva de gasto público. Podríamos suponer que el efecto neto total de la política económica nacional, en los países de balanzas de pagos débiles y fuertes, fue expansivo.

Entre los factores desfavorables se incluyen el aumento del precio monopólico del petróleo y la incapacidad de los países exportadores de petróleo para gastar su nuevo ingreso adicional. Entre los otros factores que volvieron las expectativas de los beneficios insuficientes para lograr el retorno de la prosperidad en la economía mundial debemos incluir el rápido incremento de los costos de la mano de obra y las expectativas de que el aumento de los costos supere al de los precios, difundidas en círculos empresariales de muchos países. Esta fue una de las diferencias principales entre los periodos de recuperación de los años treinta y los setentas.

Otra diferencia fue sin duda el hecho de que la reducción porcentual de la producción y el empleo mundiales durante la fase descendente de la recesión haya sido varias veces mayor en los años treinta que en los setentas. Por esta razón, la capacidad excedente a iniciarse la recuperación fue mayor —en términos porcentuales— en el primer periodo que en el último. Sin la presencia de “cuellos de botella”, la producción pudo aumentar más y el proceso de expansión pudo cobrar mayor fuerza. Por otra parte, la capacidad excedente relativamente mayor limitaba el estímulo para la nueva inversión, lo que pudo haber debilitado las fuerzas favorables para la recuperación.

 

III. La magnitud relativa de la Inflación y del aumento de la producción cuando se expande el Ingreso Nacional en términos monetarios bajo la Influencia de diversas políticas y condiciones

 

¿Cómo podrá conducir una política de expansión del PNB en términos de valor a la mayor producción y la menor inflación posibles? Esta es una cuestión dotada de gran importancia práctica. Algunos economistas pertenecientes a la escuela monetarista se inclinan a creer que una política que eleve el ingreso nacional en términos de dinero —partiendo de una situación de considerable desempleo— generará en la mayoría de los casos gran inflación y sólo un pequeño incremento de la producción. La opinión de los economistas expansionistas de los años treinta era más optimista. Ellos consideraban posible obtener un gran aumento de la producción con muy poca inflación bajo las condiciones existentes. Existe todavía un grupo grande de economistas que mantienen una opinión optimista, a pesar de algunas recientes experiencias sombrías.

Mi razonamiento anterior parece sugerir que muchas circunstancias podrán influir sobre el desarrollo; es decir, determinar la parte del aumento del PNB que toma la forma de inflación y de aumento de la producción, respectivamente. Este parece ser un problema donde —como decía Alfred Marshall— tendremos razón en decir: “Todos los pronunciamientos categóricos están errados.”

¿En cuál de la recuperación empezarán a aumentar sus precios los productores y los comerciantes de cierta industria? Mi impresión es que ello ocurriría por regla general antes de que se alcance la etapa de la plena utilización de la capacidad, pero esa regla de comportamiento varia de un país a otro y cambia gradualmente. Mucho depende del grado de utilización que se considere “normal” y de la perspectiva del mercado acerca del futuro inmediato. La influencia del control de precios puede ser esencial, como ocurrió en Alemania en los años treinta, o puede ser pequeña con otros casos. Si existe en el mundo la expectativa general de que se expandirá la producción de las industrias manufactureras, podrá producirse en una etapa temprana un aumento especulativo de los precios de las materias primas y conducir inmediatamente a precios más elevados de los productos terminados. Las expectativas de esta clase pueden conducir a un incremento de los inventarios de productos en todas las etapas de la actividad, lo que significa una demanda mayor de los productos primarios y un nuevo movimiento ascendente de sus precios.

Es evidente que el comportamiento de los mercados mundiales de productos primarios vuelve mucho más fácil la expansión de un país individual sin inflación que la recuperación sin inflación de todo el mundo.

En general puede afirmarse —con las reservas antes mencionadas— que entre mayor y más generalizada sea la capacidad excedente será menor la inflación, como resultado de cierta medida expansiva. Naturalmente, la difusión del desempleo entre los trabajadores calificados, la política salarial de los sindicatos y la posibilidad de “graduación de los salarios”, sobre todo en las industrias que cuentan con sistemas de pago a destajo, desempeñaran un papel importante. También pueden ejercer un efecto de contagio sobre las tasas salariales de otras industrias.

La cuestión que planteé es la siguiente: ¿Cuál tipo de política de expansión puede conducir al aumento relativamente grande de la producción y el empleo y a un grado relativamente pequeño de inflación? Será una decisión política la determinación de las reglas de lo que deba considerarse una combinación óptima; es decir, la posible “sustitución” marginal entre 1% más de producción y cierto porcentaje de inflación menor en etapas diferentes del desarrollo del PNB. Varios aspectos de la política económica pueden estimular la producción y contrarrestar la inflación. En esta conferencia sólo podré enumerarlos, en beneficio de la brevedad:

1) Los gobernantes y los empresarios necesitan conocer las condiciones pertinentes. No es siempre fácil obtener, por ejemplo, una imagen correcta de la difusión local e interindustrial de la capacidad excedente con respecto a la mano de obra y a las fábricas. Si se dan a conocer en general los hechos referentes a esta situación, se ayudará a la industria a planear la utilización de sus recursos; por ejemplo a generar una oferta mayor de materias primas, disponibles en el lugar y el momento en que se necesiten.

2) El estímulo de la demanda privada y pública de los tipos de bienes y servicios que pueden producirse mediante la utilización mejor de la capacidad existente y de los acervos de productos primarios disponibles, con el auxilio de la capacidad nueva que pueda crearse en un lapso razonable.

Las obras públicas caen en este grupo.

3) Contrarrestar en la medida de lo posible las perturbaciones de las condiciones de la demanda generadoras de una capacidad excedente nueva y desigualmente distribuida.

4) Estimular y facilitar los movimientos de la mano de obra entre lugares y regiones y entre diversas ocupaciones. Organizar el adiestramiento adicional de los trabajadores de todas las industrias, incluida la agricultura, que quieran prepararse para empleos nuevos. Contrarrestar la posible preferencia de algunas personas por vivir de la asistencia social en lugar de buscar un empleo en lugares u ocupaciones nuevos.

Todas estas medidas y algunas otras facilitarán el aumento de la producción, como resultado del aumento selectivo de la demanda. En relación con la tarea del debilitamiento de las fuerzas que propician la inflación, mencionaré ahora algunos aspectos de la política económica que pueden ser fundamentales.

5) El uso estratégico del control de precios en algunos periodos para contrarrestar los aumentos de precios superiores al aumento de los costos y los beneficios razonables. Esto es particularmente importante si los organismos monopólicos aumentan de otro modo sus precios para obtener beneficios considerados generalmente injustos.

6) Desalentar las tendencias de aumentos de salarios y sueldos superiores al aumento de los costos de la vida y de la productividad (véase la sección IV).

7) Buscar un acuerdo general entre el gobierno, el parlamento y las empresas, en el sentido de que la inflación deberá contenerse de acuerdo con una meta definida. En esta forma se eliminarán de las expectativas de precios los pronósticos de la continuación de la inflación a las tasas observadas en el decenio anterior en los países industrializados de economía de mercado.

8) Utilizar un sistema monetario flexible que en caso necesario pueda reducir las cotizaciones de las divisas para contrarrestar los efectos de una inflación en el exterior y aumentar las cotizaciones que de otro modo impedirían la expansión de la producción.

Esta clase de política se coordina naturalmente con la política general de crédito y finanzas que afecta el volumen agregado de la demanda. Los gobernantes deberán establecer la “tasa de sustitución” entre las diversas combinaciones posibles de producción e inflación. La meta consiste en encontrar el “optimo de Pareto”, donde ningún aumento posible de la producción valga el precio de la inflación adicional consiguiente y ninguna reducción posible de la inflación valga el sacrificio de la aceptación de la reducción consiguiente de la producción.

La velocidad del proceso de expansión de las compras agregadas que en esta forma se propicia, afectará el carácter y la permanencia del desarrollo. Por ejemplo, la adaptación de la oferta de mano de obra en relación con la localización regional y la calidad corresponderá mejor a la demanda de mano de obra si se dispone de un tiempo razonable para el ajuste. Esta puede ser una de las razones de que muchos observadores con experiencia práctica en el mundo de los negocios opinen que la recuperación avanzará más, y el alto nivel de la actividad durará más, si no se acelera excesivamente mediante medidas “violentas” de expansión de la demanda agregada. Un procedimiento cauteloso permite también el mejor conocimiento de la situación por “ensayos y errores”.

Hemos observado aquí los problemas desde el punto de vista de un país individual. La modificación de los acontecimientos en diversos países y su influencia sobre las relaciones económicas internacionales crean varias dificultades y problemas adicionales. Véase la última sección de este ensayo.

El análisis en términos del equilibrio de las condiciones del balance interno y externo simultáneo —un tema en el que James Meade ha realizado un trabajo precursor con su libro The Theory of International Economic Policy (1951)— puede proveer una útil concepción básica. Aunque raras veces resulta directamente aplicable al estudio de un proceso de cambio de los niveles de la producción y los precios, puede darnos algunas indicaciones acerca del alejamiento del óptimo de Pareto.

IV. El aumento del Ingreso Real y la Inflación en una Fase de Expansión

¿Cómo podrá evitarse la continuación de la inflación a las tasas experimentadas durante el último decenio por los países industrializados? Mi análisis puede ser breve, ya que hay un acuerdo considerable entre los economistas acerca de esta cuestión, si bien son grandes las dificultades para lograr que tal política sea eficaz en algunos casos reales, por razones sociales y políticas. El conocimiento de este tema es importante para el éxito de las políticas que busquen la expansión del ingreso real.

El procedimiento generalmente aceptado consiste en establecer una distinción entre tres tipos de inflación. El primero es el de la “inflación de la demanda” que ocurre cuando la demanda agregada supera el valor de la oferta agregada a los precios existentes. La suma total de la demanda de los consumidores y la demanda de inversión proveniente de fuentes internas o externas supera al valor de la oferta, que también tiene su origen dentro y fuera de un país. En otras palabras, hay una ausencia de balance monetario general. Esto proviene a menudo del aumento de la demanda de inversión privada o de la demanda para fines públicos, pero puede deberse también a la expansión de las compras de los consumidores relacionada con la reducción de la disposición a ahorrar por parte de los individuos y las empresas privadas, al igual que de las autoridades públicas. Esta clase de inflación suele caracterizarse por el hecho de que el exceso de demanda conduce a un aumento de los beneficios de las empresas. Los ingresos de las empresas aumentan más de prisa que sus costos.

El segundo tipo de inflación puede llamarse “inflación del costo y el monopolio”. A menudo se debe a la presión por mayores tasas salariales o a la presencia de nuevos o mayores impuestos a los salarios. En estos casos, el costo de la mano de obra empleada en la producción se desplaza hacia arriba. En ausencia de obstáculos especiales, provenientes de la competencia extranjera, la consecuencia es el aumento de los precios de los bienes, pero no de los beneficios. A veces ocurre que la inflación de la demanda se suma a la inflación de costos.

Sin embargo, la inflación del costo y el monopolio puede ser causada también por aumentos monopólicos de los precios dentro o fuera del país. El ejemplo más notorio es el aumento del precio del petróleo a tres o cuatro veces por encima de su nivel anterior, ocurrido hace pocos años. Esto se tradujo en costos mayores para todas las industrias que necesitan grandes cantidades de energía, y en precios mayores de los bienes. Si los sistemas crediticios de los diversos países se rehusaran a aportar los medios de pago y los volúmenes de crédito requeridos por tal desarrollo —con la intención de evitar el aumento del nivel de precios—, el resultado sería un aumento del desempleo.

Desde el punto de vista de un país individual, la tercera clase de inflación es la presión ascendente ejercida sobre los costos y los precios por efecto del aumento de los precios en el exterior, a menos que este efecto sea evitado por el aumento del tipo de cambio de la moneda nacional.

Por supuesto, encontrará muchas dificultades un gobierno que —en las condiciones actuales—, en cooperación con el banco central, trate de evitar la inflación de la demanda, controlar los precios monopólicos y crear condiciones en que una presión sindical o la llamada graduación de los salarios no conduzcan a aumentos de salarios en exceso del crecimiento medio de la productividad. Además, para evitar el contagio de la inflación importada debida al incremento de los precios en el exterior —cuando tal incremento se esté produciendo—, deberá recurrirse a un sistema de tasas de cambio flexibles, lo que puede complicarse por los movimientos especulativos del capital. Sin embargo, tales movimientos especulativos pueden ayudar en ocasiones a la política de estabilización, si se sigue una política hábil de declaraciones de las metas monetarias.

No cabe duda de que el problema más grave a largo plazo consiste en la creación de una situación en que se eviten los aumentos salariales excesivos. En un país como Suecia, los perceptores de salarios y sueldos reciben normalmente más del 80% del ingreso nacional neto, una vez deducidos los impuestos. El ingreso adicional generado por las políticas monopólicas de precios de las empresas nacionales es insignificante, excepto tal vez durante los periodos de auge. Los monopolios extranjeros han desempeñado en los años setenta un papel mucho mayor que los monopolios privados nacionales, la mayoría de los cuales deben afrontar la competencia del exterior y, en consecuencia, son “productos singulares”, más bien que verdaderos monopolios.

Bajo las condiciones creadas por los altos impuestos marginales al ingreso y las expectativas de la continuación de la inflación, los sindicatos suecos han considerado necesario, en los últimos tres años, pedir y obtener aumentos salariales que —con la inclusión de la graduación salarial y los aumentos de los impuestos al salario— han incrementado los costos de la mano de obra casi diez veces más que el aumento de los salarios reales. No podemos llamar racional al sistema que obliga a obtener un aumento salarial nominal de 15% para proveer una oportunidad razonable de obtener un aumento de 2% en los ingresos reales. En consecuencia, es evidente que las negociaciones colectivas entre empleadores y sindicatos se ocuparán sobre todo de esta cuestión: ¿Cuál será la inflación en Suecia? El aumento de los salarios reales sólo se planteará de modo secundario, pero las respuestas a estos dos interrogantes van de la mano. Por lo tanto, la discusión se ha planteado en términos de aumentos salariales nominales muy elevados. Esto es así a pesar de que el resultado con respecto a los ingresos reales durante un periodo de uno o dos años posterior al acuerdo es incierto por cuanto depende del futuro incremento de los costos de la vida, que no se conoce.

Evidentemente —aparte del sistema tributario progresivo—, una de las razones principales de las demandas salariales muchas veces superiores al aumento de la productividad es la expectativa de que no podrá evitarse la continuación de una gran inflación. Aquí observamos una gran diferencia entre la situación actual y las condiciones prevalecientes durante la depresión de los años treinta. La experiencia de los precios declinantes de 1929 a 1932 condujo a la creencia de que no podría esperarse un gran aumento del costo de la vida en los dos primeros años. Esto condujo a su vez a lo que ahora parecen demandas salariales muy modestas, aumentos moderados de los precios y escasa inflación en los años siguientes, aun en los países donde la depreciación había allanado el camino de la recuperación.

Resulta difícil evitar la conclusión de que se requiere alguna revisión del método de los acuerdos colectivos, por lo menos en algunos países, si queremos combinar un volumen de empleo razonablemente elevado con la estabilidad de los niveles de precios del mundo industrial mayor en el futuro que en los años setenta. Los trabajadores sindicalizados se interesan por sus ingresos reales, no por sus ingresos en términos de dinero. No deberá resultar imposible la negociación acerca de lo que interesa a los participantes en ella. Si esto resultara imposible, tendría que recurrirse a alguna clase de “política de ingresos”, por ejemplo mediante acuerdos entre gobiernos, parlamentos y organismos del mercado laboral. Tal política podrá limitar el aumento salarial nominal sin reducir la participación dominante de los trabajadores en el ingreso nacional real neto.

Además, parece inevitable cierta adaptación esporádica de los tipos de cambio, pues no puede esperarse que los costos de la mano de obra y las condiciones de la productividad y de la demanda sigan el mismo curso en todos los países industriales. Se plantea también la cuestión de la posibilidad de reducir la necesidad de las variaciones de las tasas de cambio mediante alguna coordinación de los cambios relativos de las demandas salariales de los sindicatos de diversos países. Pero es obvio que tal intento afrontaría enormes dificultades.[5]

V. Observaciones sobre los Resultados de las Adaptaciones Insuficientes de las Relaciones Internacionales de Costos

Me referiré en primer término a la influencia de la adaptación de los tipos de cambio sobre el desarrollo de la producción en un caso anterior. A principios de los años veinte, Finlandia escapó a la deflación mundial y sufrió menos que otros países del norte de Europa a causa del aumento del desempleo y la declinación de la producción industrial. Entre 1920 y 1923 —el periodo de deflación en Escandinavia y la Gran Bretaña, que eran grandes socios comerciales de Finlandia—, el costo de la vida aumentó 22%. Al mismo tiempo, la cotización del marco finlandés bajó 46%. Durante el resto de los años veinte, los costos salariales finlandeses fueron relativamente bajos en comparación con la situación existente en la mayoría de los países europeos industrializados.

Más importante para mi tema es la influencia de la depreciación de las monedas británicas y escandinavas en el otoño de 1931: cerca de 27% en el caso de la libra y un poco más de 30% en el de las monedas escandinavas. La lira italiana siguió un curso similar. Pero el dólar se depreció 40% durante 1933 y las monedas escandinavas pasaron a la misma posición relativa, mientras que la libra esterlina se mantenía un poco más alto en su relación con el oro. las monedas de Francia y Suiza se mantuvieron estables en oro hasta el otoño de 1936, cuando también se despreciaron.

Sin ahondar en las diferencias del desarrollo de los costos salariales relativos —cuyas diferencias fueron mucho menores que las variaciones de las divisas—, podemos obtener algunas conclusiones acerca de los efectos de los cambios del poder competitivo ocurridos entre la Gran Bretaña y Escandinavia por una parte, y Francia por la otra

Cuadro 1. Producción industrial y costos de la vida.

 

Estados Unidos

Gran Bretaña

Francia

Alemania

Suecia

 

Produc-
ción

Pre-
cios

Produc-
ción  

Pre-
cios  

Produc-
ción  

Pre-
cios  

Produc-
ción  

Pre-
cios  

Produc-
ción  

Pre-
cios  

1929

100

123

100

115

100

115

100

125

100

168

1931

68

107

84

103

89

117

68

110

96

158

1933

64

94

88

98

77

107

61

96

91

151

1935

76

100

106

100

67

100

94

100

123

155

1937

92

105

124

108

83

128

117

101

149

161

El cuadro 1 indica que el desarrollo de la producción industrial entre 1931 y 1937 fue más favorable para los países que depreciaron, aunque Suecia —donde la producción de 1931 fue casi tan elevada como la de dos años anteriores— sufrió una recesión demorada y la crisis especial de Kreuger en 1932. Los países cuyas monedas se mantuvieron fijas en términos del oro vieron declinar su producción industrial. En Francia hubo una declinación cercana al 25% de 1931 a 1935, mientras que el índice de la Gran Bretaña aumentaba 26% y el de Suecia 28%. En Alemania, la expansión de la actividad pública, sobre todo para fines del rearme, generó un gran aumento de la producción y el empleo, a pesar de la alta cotización del marco. Se restringieron las importaciones para mantener a bajo nivel el déficit de la balanza comercial.

La experiencia de los Estados Unidos se vio afectada por un “programa de política económica” muy diferente, a partir del verano de 1933, cuando se echó andar la política del régimen de Roosevelt. La producción industrial declinó 32% entre 1929 y 1931, y otro 6% en los dos años siguientes. Luego, en los primeros periodos de dos años, la producción aumentó 17 y 21% respectivamente. Pero estas cifras ocultan el hecho de que el índice del volumen aumentó de 63 en el primer trimestre de 1933 a 100 en julio, y luego bajó a 73 en noviembre, en cuyo nivel permaneció durante 13 meses, hasta noviembre de 1934, ¡Sólo entonces se inició la verdadera recuperación! Este grave retroceso es un problema en sí mismo.

Debo limitarme a algunas observaciones breves. El programa de recuperación —iniciado en la primera mitad de 1933—, que buscaba mayores salarios,[6] terminó con las expectativas pesimistas existentes en muchos círculos acerca de los precios, y esto estimuló la producción. Sin embargo, gradualmente se puso en evidencia que el aumento del precio de algo que queremos vender —en este caso la mano de obra— no es un medio eficaz para estimular las ventas; es decir, la demanda de mano de obra y empleo. Cierta desconfianza de “la intervención gubernamental a gran escala” persuadió a importantes círculos empresariales de que debían “esperar y ver”. Si se esperaba que los precios aumentaran tanto como los salarios, los beneficios esperados no aumentarían, a menos que pudiera estarse razonablemente seguro de un aumento futuro del volumen de las ventas, lo que no ocurría al principio en el mundo empresarial. Me parece que esta es una de las razones principales de la desaparición del optimismo originalmente existente en muchos círculos empresariales norteamericanos y de la aparición del retroceso de la producción.

Sin embargo, después de algún tiempo surgió un estímulo considerable a la industria norteamericana de exportación proveniente del aumento de poder competitivo debido a la devaluación del dólar y al mejoramiento de los negocios en algunos países de Europa y otros continentes. Las industrias del mercado nacional que competían con las importaciones también recibieron mejores oportunidades. Además, algunas medidas gubernamentales tendientes a estimular la construcción privada y las grandes obras públicas ejercieron efectos positivos sobre la producción. En tales condiciones, el abaratamiento del crédito y la reorganización del sistema crediticio también pudieron ayudar. Pero el método errado que se utilizó para aumentar la demanda de mano de obra debe de haber demorado y debilitado la recuperación. Resulta imposible saber hasta qué punto “había llegado el momento” del auge ordinario del ciclo económico —una vez desvanecidas las expectativas de la continuación de la declinación de precios— sin el análisis detallado de todos los hechos posiblemente importantes.

Los años setenta

Pasaré ahora a los años setenta y examinaré si aquí, como en los años treinta, podemos descubrir la influencia de las relaciones desbalanceadas de los costos relativos de diversos países, debidas al ajuste deficiente de los tipos de cambio.

Como ocurrió en Francia y otros países del patrón oro en el periodo de 1931 a 1936, en los años setenta muchos países conservaron las cotizaciones internacionales de sus monedas a niveles demasiado elevados. La evolución de los costos internos no se tomó suficientemente en cuenta, o sólo se tomó en cuenta demasiado tarde. En otros países, la devaluación fue excesiva. La baja del valor externo del dólar, la libra esterlina y la lira acarreó dificultades para la industria francesa; por ejemplo, hasta que un movimiento descendente de la cotización del franco francés a mediados del decenio ayudó a restablecer la capacidad de competencia de la industria francesa. La sobrevaluación de la moneda permaneció durante más tiempo en Suecia, donde los costos de la mano de obra aumentaron 42% en 1975 y 1976, mientras que el valor externo de la moneda sueca aumentaba 8% en relación con la cotización media de las monedas importantes para el comercio sueco. El resultado fue la creciente pérdida de mercados para la industria sueca de exportación y grandes dificultades para algunas industrias nacionales que compiten con las importaciones. naturalmente, la estructura cambiante de la economía mundial, por ejemplo en el campo de los textiles, el acero y los muelles, también desempeño un papel importante.

La falta de adaptación del valor de las divisas cuando los costos internos aumentaron de modo diferente en diversos países también generó otros efectos indirectos negativos para la economía mundial, los que se dejaron sentir no sólo en los países con monedas “sobrevaluadas”, sino también en países con inflación de larga duración, baja externa de su moneda y “falta de confianza”; es decir, con expectativas pesimistas y fuga de capitales. En otras palabras, las expectativas de beneficios eran poco satisfactorias en países como la Gran Bretaña e Italia, aunque sus monedas no estaban “sobrevaluadas”.

Ya en los años treinta se conocía bien el efecto directo e indirecto negativo de las monedas sobrevaluadas. Lo subrayó en particular J. M. Keynes, cuando la Gran Bretaña hubo de retornar a la antigua paridad del oro en 1925, sin una reducción del nivel de los costos hasta un balance natural con los costos prevalecientes en los principales países competidores. Cuando la libra se depreció finalmente en 1931, la reacción de Keynes fue optimista. En la carta que recibí pocos días después, escribió Keynes: “¡En la Gran Bretaña priva un ambiente de alegría borrascosa por los acontecimientos de la semana anterior!” (24 de septiembre de 1931).

Convendrá añadir algunos comentarios breves sobre el desarrollo económico de Suecia en los periodos siguientes a la devaluación de su moneda a principios de los años treinta, a fines de los años cuarenta y ahora en 1977. Como mencioné antes, en el periodo de 1932-1935 hubo sólo una política económica expansiva muy insignificante, aunque se había planeado mucho más. En algunos años, la contracción de la política financiera municipal contrarrestó la expansión del Estado. Pero el aumento de la demanda de las exportaciones suecas iniciado en el otoño de 1932 y los costos suecos relativamente bajos después de la depreciación cercana al 40% en el lapso de 1931 a 1933, generó una recuperación considerable de la economía sueca, que se prolongó hasta la segunda Guerra Mundial. Sobre todo para un país pequeño, la moneda subvaluada parece tener un efecto expansivo muy considerable, en particular después de cierto tiempo.

Esta conclusión se ve corroborada por el desarrollo sueco después de la depreciación de la “corona” en 1949, en 30%. Los costos suecos se volvieron relativamente bajos y el poder competitivo siguió siendo grande durante muchos años después, a pesar de considerables incrementos salariales. Un desarrollo económico muy importante caracterizó a la industria sueca prácticamente durante todo el periodo de los años cincuenta.

En los últimos años, el desarrollo contrario que ya he indicado para 1975-1976 generó un aumento del costo de la mano de obra mayor que en la mayoría de los países y un aumento del valor externo de la moneda, con efectos negativos sobre la producción y el empleo, que se estancaron y declinaron.

Los precios competitivos, basados en costos monetarios relativamente bajos en algunos países, parecen ejercer una influencia favorable sobre la industria de esos países, pero probablemente un efecto negativo sobre otros países. Sin embargo, esto depende en gran medida de la reacción de los beneficios y de las expectativas de los beneficios.

Se obtiene sin duda la impresión de que el mejor balance de los costos internacionales en los años setenta habría vuelto más “normal” el poder competitivo de loa diversos países. También habría aumentado la confianza de las empresas. disminuido ciertos movimientos especulativos de capital y conducido a un conjunto más eficiente de medidas para la expansión económica. Evidentemente, el hecho de evitar una moneda “sobrevaluada” no es una condición suficiente para la generación de las expectativas de beneficios y los volúmenes de inversión necesarios para el mantenimiento de empleo elevado. Pero el desajuste de los niveles de costos relativos parece haber sido en muchos casos —tanto en los años treinta como en los setenta— una de las causas principales del desarrollo desfavorable del empleo.

El desarrollo errático de los costos relativos de producción de diversos países y de los valores externos de las monedas podría modificarse tal vez para mejorar el balance internacional de los costos y reducir las discrepancias del poder competitivo. El Fondo Monetario Internacional, o alguna otra institución, podría servir como agencia experta asesora en materia de depreciaciones y apreciaciones menores de las monedas de los países miembros. Podrían crearse reglas de comportamiento del FMI con respecto a la relación existente entre las variaciones de nivel de costo y los tipos de cambio, así como funcionan los principios del GATT aplicables a la política comercial. Es concebible que en esta forma puedan mejorarse las condiciones aplicables a las políticas expansivas razonables desde el punto de vista de la economía mundial.

Sin embargo, no debe pasarse por alto el hecho de que la depreciación natural de la moneda de un país cuyo nivel de costos sea excesivo volverá más naturales las relaciones internacionales de costos durante un periodo considerable sólo si el efecto de la depreciación sobre el aumento de los precios no conduce a considerables aumentos adicionales del costo de la mano de obra o al desarrollo desfavorable de la productividad. En caso contrario, la inflación cobrará nueva fuerza y continuará el desajuste de las relaciones internacionales de costos.

* Los Premios Nobel de Economía 1969-1977. Lecturas 25 Prólogo de Gustavo Romero Kolbeck. Banco de México, S. A. Fondo de Cultura Económica. pp. 350-370.

[1]Conferencia en homenaje de A. Nobel, pronunciada el 8 de diciembre de 1977.

[2]El hecho de que la política expansiva de 1976-1977 haya resultado insuficiente para generar el desarrollo económico deseado no justifica que llamemos "restrictiva a esta política.

[3]Entre los economistas australianos prevalecían también ideas semejantes, aunque con menor apoyo de la teoría básica.

[4]Véase Monetary Policy, Public Works, Subsidies and Tariffs as Remedies for Unemployment (1934). Encontré una reseña excelente del debate científico acerca de la teoría de Keynes en la obra de Axel Leijonhufvud (1968), On Keynesian Economics and The Economics of Keynes.

[5]Se encuentra una reseña útil y hábil de algunos problemas examinados en esta parte de mi conferencia en "Inflación y desempleo" de Lars Calmfors y Erik Lundberg, Estocolmo, 1974 (en sueco). Hay también una reseña y un análisis excelentes en una investigación más reciente de la OCDE, Towards Full Employment and Price Stability, realizada por siete economistas prominentes de siete países industriales, bajo la dirección de Paul McCracken, París, 1977, (el miembro sueco fue Assar Lindbeck).

[6]Se trataba también de aumentar el nivel de precios de los activos de capital —incluidos los bonos y las acciones—, como condición para la recuperación de la inversión real y la restauración del funcionamiento de los mercados de crédito y capital.

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