Observatorio de la Economía Latinoamericana

 


Revista académica de economía
con el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas  ISSN 1696-8352

 

Economía de México

 

LA NOCIÓN DE TRABAJO EN LOS PROYECTOS DE NACIÓN DURANTE EL SIGLO DECIMONÓNICO MEXICANO.
Reflexiones desde la historia y antropología de las religiones

 

Ángel Christian Luna Alfaro (1)
lunachrys@hotmail.com


El siglo XIX mexicano, aspiró románticamente al surgimiento de un Estado uniforme. Las elites que se albergaron en el poder, no les podemos exigir la visión pseudo/multicultural que ahora se posiciona en los discursos oficiales. Por ende, trazaron un proyecto de nación – por llamarlo de una manera – que partía de un supuesto ficticio o al menos alojado en el mundo de sus ideas; un México, bien señalado por en antropólogo Bonfil Batalla, como imaginario, de luces, derechos y panfletos, para un pueblo que no tenía acceso a la educación formal.

Es obvio que para los inicios del siglo decimonónico resultan ser dos grupos sociopolíticos los que erigen una incipiente nación: criollos y el ala radical de la iglesia católica. Los sentimientos de la nación, redactados por el Cura Morelos, durante la primera década del siglo XIX, reafirman el establishment dual catolicismo/Estado, en la joven nación mexicana. Resulta necesario recordar, que aunque semánticamente utilizamos a las palabras iglesia católica como un todo, al interior de la misma, existen varias corrientes, pensamientos o posturas ideológicas y/o doctrinales, que suelen variar en cada tiempo y espacio.


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Luna Alfaro, A.C.: “La noción de trabajo en los proyectos de nación durante el siglo decimonónico mexicano. Reflexiones desde la historia y antropología de las religiones" en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 105, 2008. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/mx/2008/acla.htm



Pese al dilema citado, pensaremos a la Iglesia católica como una entidad única e indivisible, poseedora de una dirigencia y estructura vertical, al menos para los fines del presente escrito. La construcción del Estado mexicano, a mi juicio, tiene su punto de partida en 1813, siendo los sentimientos de la nación, el documento que da paso a un largo y sinuoso recorrido por los intentos de crear elementos unificadores de identificación, así como simbolismos que puedan aspirar a la cohesión de una incipiente ciudadanía. Es el punto número dos, de los sentimientos de la nación, que nos sugiere un primer semblante de la construcción de un elemento que funcionaria como cemento sociocultural, en una nación tan diversa. Que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra, versaba el segundo aspecto enlistado en el documento citado. Esto nos hace recordar el último intento que tuvo la misma Roma, a finales de su imperio, para unificar su desmantelado Imperio. La religión cristiana, en su versión católica, para el caso de México, se convierte en el pilar más importante del Estado. Un pilar más que simbólico, real, palpable en todo lugar de las sociedades mexicanas.

Mientras las elites se repartían los gabinetes y cercenaban o remendaban instituciones, así como la economía y ejercicio de gobierno, las clases sub/alternas, sub/culturas y un sin fin de micro estructuras sociales, vivían otro drama. Para variar, a estos últimos se les impone desde las altas cúpulas, entrar a una dinámica nada novedosa (2), de encontrar en el trabajo, un medio moralmente aceptable para introducirse a la vida del progreso y desarrollo social.

Las calles de los méxicos (3) del siglo XIX, estaban abarrotadas de gente ociosa, vagabunda, en busca del pan de cada día. Introducir a una dinámica que muy pocas personas entendían, aquella que tenía que ver con esto del progreso y desarrollo social, era una labor (y sigue siendo) titánica.

La moral, o la enseñanza de la misma, había sido una actividad monopolizada durante más de 3 siglos por la iglesia católica. Pese a la mancuerna que siempre ha jugado con el gobierno, la tarea de sensibilizar o imponer la actividad laboral, ahora era un quehacer exclusivo del Estado, un Estado que por cierto, no tenía pies, aunque en ocasiones unas cuantas cabezas.

El trabajo como una condena dictada por Dios, en consecuencia de la desobediencia por parte de Adán en el Edén, era una de las pocas formas que conocían las clases bajas, para desempeñarse en el mismo. Trabajar muchas horas para recibir muy poco, o nada, era la práctica predilecta de un sistema proto-capitalista durante los tiempos del virreinato de la Nueva España. Cabe acotar, que esta dinámica se agudizaba para el caso de la población masculina, condenando a la mujer a los espacios privados y labores domesticas. En este sentido, era impensable visualizar a las mismas, en labores que no fueran las propias del hogar, una vez más la iglesia católica había resuelto los órdenes sociales, con el aval superior de Dios.

Esta dinámica se ve fracturada por una serie de traumas socioeconómicos durante la primera mitad del siglo XIX, aunando los malos gobiernos, así como las intervenciones extranjeras, entre otros males humanos, de la segunda mitad del citado siglo.

Dos proyectos más se anexan a la idea de nación mexicana: el protestante liberal y el socialista. Ambos concebidos desde las alas conservadoras católicas como la encarnación del demonio mismo. Tanto Weber como Marx, dignifican la idea y la práctica de trabajo. Rescatando la postura del progreso y el ejercicio de poder desde abajo (4). Planteando de esta manera, antiestructuras que alarman a las naciones autoproclamadas católicas. La idea de sufrir trabajando en condiciones infrahumanas para merecer el reino de los cielos, se revierte a una especie de teología liberal, que sugiere vivir dignamente en la tierra. Invertir, ahorrar, luchar, organizarse, movilizarse, entre otros tantos conceptos, comienzan a socializarse y a convertirse en palabras, junto con sus acciones, comunes, recurrentes y dignas de defenderse.

La convivencia de los sistemas de pensamientos descritos, nunca fueron cordiales, al contrario, tensos y problemáticos, se fueron posicionando en poblaciones desilusionadas, diversas y marginales, siempre ocupadas para fines de enriquecimiento para muy pocas personas.

Todo esto provoca la construcción de un caldo sociopolítico, que da paso a diversas movilizaciones sociales para inicios del siglo XX mexicano. Anarquistas, sindicatos, protestantes, entre otros/as se erigen en un mundo amorfo, situación que para nuestros días sigue en proceso de reinvención, mutación e hibridación dinámica.

Los retos, diversos y complejos, los vemos en las noticias a diario, en cada calle o esquina; la solución, se encuentra en la activación de nuestra conciencia, todavía colonizada, de doble moral o filo, de tirar la piedra y esconder la mano, de las “reglas flexibles”, de la desidia, del querer a veces, o cuando no tengo mucho sueño, del México que deja que lo hagan otros, pero cuando lo hicieron, pues fíjense que no me gusta, que dice mi mamá que siempre no, y mil millones de frases más…

 

NOTAS

1. Maestro en Historia y Etnohistoria. Profesor investigador de tiempo completo de la Universidad de la Sierra Sur. Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oaxaca. E/mail: luna.alfaro@gmail.com
2. Laborar, para el caso de muchas naciones europeas, así como los Estados Unidos de Norteamérica, se convierte en el único camino, moralmente aceptado para la acumulación legítima del capital: trabajo, luego existo.
3. Pensando al país como diverso, no aceptando la idea de un México uniforme.
4. ¡Proletariado, obreros, pueblo de Dios… Uníos!


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