
			Revista académica de economía  
con el Número Internacional Normalizado de 
Publicaciones Seriadas  ISSN 
1696-8352
Oscar Fernández Estradao (CV)
Departamento de Planificación, Facultad de Economía
Universidad de La Habana, Cuba
oscar@fec.uh.cu
RESUMEN
La Economía se ha convertido en el tema central de discusión en la Cuba del 2011. La dirección del Partido Comunista ha impulsado el debate masivo argumentando la necesidad de “actualizar el modelo económico cubano”. Sin embargo, la mayoría de las propuestas y reflexiones suscitadas, incluidos los Lineamientos aprobados durante el VI Congreso del PCC, se erigen sobre la base de una noción intuitiva e implícita en torno al concepto de modelo económico, que no discute con profundidad la definición de sus elementos más esenciales. La ausencia de un esclarecimiento teórico de partida ha conducido a colocar en un mismo nivel de análisis elementos con importancias relativas muy disímiles. El presente trabajo intenta profundizar en la categoría de modelo de funcionamiento económico, identificando seis de sus ejes articuladores esenciales, entre ellos: el peso relativo de cada tipo de propiedad, las diferentes alternativas para gestionar la propiedad social, la forma que adopta la organización económica del Estado, la estructura y características de los mercados agregados, el tipo de mecanismos que predomine en la regulación de la producción, y el peso relativo de las distintas fuentes de distribución de la riqueza. El examen a través de estos ejes de las principales transformaciones en marcha, así como al análisis de algunas de sus limitaciones y retos, constituye el principal objetivo del presente estudio.
Palabras claves: modelo económico, modelo de funcionamiento, modelo de gestión, reforma, Cuba, política económica, socialismo, actualización, planificación
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Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Fernández Estrada, O.: El modelo de funcionamiento económico en Cuba y sus transformaciones. Seis ejes articuladores para su análisis, en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 153, 2011. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cu/2011/
El Modelo de Funcionamiento Económico en Cuba y sus transformaciones.
    Seis Ejes Articuladores  para su análisis.
“Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento  revolucionario (...).” Lenin,  1902. ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento.
    “La Habana es el pueblo de las anomalías y las  excepciones de las reglas generales de la economía política (…). Bien se  considere el aspecto de su prosperidad comercial ya se mire al de sus productos  rurales, ya se examine el de sus atenciones interiores, y la manera de  cubrirlas, siempre hallaremos que en la Isla de Cuba las cosas pasan de un modo  muy diverso del de otros pueblos.” Ramón de la Sagra, 1837.
INTRODUCCIÓN
La  Economía se ha convertido en el tema central de discusión en la Cuba del 2011.  La dirección del Partido Comunista ha impulsado el debate masivo al sostener la  necesidad de “actualizar el modelo económico cubano”, haciéndolo funcional a  las exigencias actuales del desarrollo económico y social a través de la  alternativa socialista. Académicos y especialistas de las más diversas áreas –  además de la población en general – se incorporan al complejo ejercicio de  moldear una propuesta que avance en el azaroso trayecto de una edificación  socialista desde bases subdesarrolladas.
   Sin  embargo, la mayoría de las propuestas, intervenciones y disertaciones que se  han generado sobre este tema se erigen sobre la base de una noción intuitiva e  implícita en torno al concepto de modelo económico, que no define con precisión  cuáles son sus elementos más esenciales. La ausencia de un esclarecimiento  teórico de partida ha conducido a colocar en un mismo nivel de análisis  elementos con importancias relativas muy disímiles. Como consecuencia se asiste  a una discusión demasiado amplia, que corre el riesgo de subestimar aspectos  determinantes del modelo e incluso del sistema socioeconómico, al mezclarlos  con elementos específicos a dilucidar simplemente en el campo de los  desequilibrios coyunturales.  
   Por  otra parte, el pretendido aislamiento de lo económico en el análisis  indivisible de las relaciones sociales, si bien busca afianzar en la práctica  política un criterio de racionalidad hasta hoy subordinado o inexistente, al  mismo tiempo imposibilita una indagación más rigurosa de la realidad y se  arriesga al sesgo del pragmatismo economicista. La mayoría de las  aproximaciones desde la academia – específicamente desde las ciencias sociales  – aunque combaten esta secesión, tampoco consiguen superar los enfoques  parcelados, dada su lamentablemente demarcación disciplinaria expresada  claramente en los sistemas de formación establecidos. Como resultado de esta  circunstancia, cualquier par de ideas lanzadas al ruedo del debate cubano  actual estará sesgado por el adiestramiento disciplinario de su autor, por su  experiencia vital y por su esfuerzo personal en transgredir los compartimentos  que le son afines. El trabajo que a continuación se desarrolla, aunque no consigue  superar estas barreras, se intenta desde la clara consciencia de la totalidad como aproximación científica  aspirada. 
MODELO DE FUNCIONAMIENTO ECONÓMICO: ESCLARECIENDO CONCEPTOS.
El Modelo como componente de la política económica
El primer paso  en el esclarecimiento de la discusión acerca del modelo para una economía es la especificación de su rol como  componente de la política económica. Según el economista y Premio Nobel  holandés Jan Tinbergen, autor de los primeros análisis sistemáticos sobre este  tema durante la década del cincuenta, las acciones que lleva a cabo un gobierno  con la intención de influir sobre el proceso económico es lo que se conoce como  política económica.
    Los problemas  que suele enfrentar la política económica pueden atribuirse a tres clases de  causas. En un primer grupo aparecen los aspectos  coyunturales, asociados a fenómenos que alteran temporalmente los  equilibrios macroeconómicos por razones que pueden atribuirse a coyunturas  internas o externas. 
    Por otra parte,  cierto tipo de estrangulamientos que en ocasiones surgen disfrazados de  infortunios temporales, hallan causa verdadera en una disfuncionalidad de la  estructura económica para dar respuesta sostenida a las circunstancias  imperantes. Los aspectos estructurales conforman un segundo grupo de palancas a  dinamizar en pos de superar deformaciones o desbalances ubicados en un plano de  mayor esencialidad. Aquí se pueden mencionar fenómenos que demandan para su  enfrentamiento: a) una modificación del patrón de inserción en la economía  internacional, entiéndase la orientación geográfica o la composición técnica  del comercio; b) una redefinición del patrón de especialización productiva, o  sea, el tamaño relativo y rol de sectores y ramas, la distribución intra-ramal,  el desplazamiento hacia actividades horizontales de mayor o menor valor agregado,  y el papel asignado a cada territorio en la división social del trabajo; c) una  transformación en las relaciones de propiedad sobre las fuerzas productivas  como el elemento explicativo primario de los procesos económicos. El riguroso  esclarecimiento entre la coyunturalidad o la estructuralidad de las causas de  los problemas económicos es sumamente importante, de lo contrario se pueden  adoptar costosas decisiones. 
    Por último, el  tercer conjunto de elementos que van a ser determinados por la política  económica,  son los asociados al modo en  que se organizan y relacionan los actores económicos en el país. Este grupo,  que satisface la pregunta de cuál es el orden económico óptimo para conseguir  los objetivos definidos, se refiere a los aspectos institucionales y organizativos identificables como “el modelo”. 
    Es preciso  acotar que en la vasta literatura económica universal el vocablo modelo ha sido empleado para denotar una  amplia gama de contenidos cuyos puntos de contacto no traspasan el umbral de la  relatividad. Términos como modelo económico, modelo de gestión  económica, modelo de acumulación, modelo de desarrollo o modelo de funcionamiento económico,  suelen utilizarse indistintamente a pesar de la definitoria añadidura  que acompaña al vocablo. En rigor todos ellos son consignatarios de  significados diferentes. 
    En primer  lugar, el lenguaje de la macroeconomía contemporánea entiende por modelo  económico a la forma según la cual se analizan – por lo general  cuantitativamente – las relaciones entre los diferentes agentes de la economía  en su conjunto. En él se apela a la formulación matemática como forma de  expresión más común, y se parte de las ecuaciones de equilibrio de las cuentas  nacionales  así como de las regularidades  enunciadas por la teoría macroeconómica convencional.
    Otra  definición, la de modelo de gestión, parecería asociarse más al modo en que se gestionan las  actividades productivas que, en el caso de economías con amplia participación  del Estado como la cubana, intenta aludir a las formas de gestionar las  empresas estatales.
    El término modelo de acumulación,se identifica con la elección de las  fuentes del crecimiento de mediano y largo plazo, la promoción de determinada  estructura económica, así como los patrones de consumo a fomentar. Mientras el modelo de desarrollo, aunque a veces se  le atribuye la misma interpretación anterior, debe asumirse como un enfoque más  abarcador que indaga en otras dimensiones de las relaciones humanas más allá de  las entendidas como puramente económicas. 
    Por su parte,  la noción de modelo a la que se hará  referencia a lo largo del presente trabajo representa una construcción teórica  que nos permite caracterizar los rasgos más generales del funcionamiento de la  economía en su conjunto. A estos efectos el concepto más adecuado es el de modelo  de funcionamiento económico, comprendiéndolo como la expresión sintética de  los principios fundamentales de organización y movimiento de la economía  nacional enmarcados en un determinado sistema socio-económico. Por lo tanto, un cambio en el modelo estaría asociado a transformaciones  sustantivas en los elementos del orden económico prevalecientes en un momento  dado, que modifica su forma de funcionamiento pero sin llegar a subvertir sus  principios sistémicos más esenciales. A estos cambios se le suele llamar  también reforma económica. 
    En resumen, la  efectividad de la Política Económica depende en primer lugar de la correcta  identificación de las causas de los fenómenos económicos, al someterlos a la  siguiente secuencia de interrogantes: ¿constituye un rasgo inherente al sistema  socioeconómico que se promueve?, ¿es consustancial al modelo de funcionamiento  implantado?, ¿es consecuencia de limitaciones estructurales latentes?, ¿o es un  simple resultado de una coyuntura desfavorable?
La discusión sobre el Modelo en las economías socialistas
La aplicación a  economías socialistas del concepto de modelo toma auge en Polonia y otros países, a partir de las discusiones sobre el  funcionamiento de la economía entre los decenios del 50-60. Durante muchos años  posteriores a la década de 1930, la ortodoxia soviética había descalificado el  empleo de este término al negar cualquier discusión acerca de alternativas  socialistas de funcionamiento. Sobre los presupuestos del autodenominado socialismo  real se atribuía al modelo soviético un carácter exclusivo, al  identificarlo como “el modelo socialista” e instrumentarlo hasta mediados de  los sesenta en casi todos los países bajo su esfera de influencia. En aquellos  años, a juicio del economista polaco Wlodzimierz Brus, faltaban las condiciones  para comprender la diferencia entre los conceptos relaciones sociales de  producción y tipo de mecanismo  de funcionamiento de la economía. Es claro que el carácter de las relaciones fundamentales que se establecen  determina ciertos principios básicos con expresión en el modelo. No obstante, esto  no significa que sobre esa base no se puedan aplicar variadas fórmulas  atemperadas a cada contexto.
    El planteamiento  de esta temática no debe reducirse a señalar las hipertrofias del centralismo,  las amenazas de la autogestión o el desenlace de los modelos de reforma  este-europeos, sino que debe asumirse como una confrontación permanente de los  principios vigentes de funcionamiento de la economía con sus necesidades y  posibilidades objetivas de desarrollo. Ningún modelo específico es bueno o malo por sí mismo. Su optimalidad se  fundamenta bajo condiciones determinadas y en un tiempo histórico concreto. El  mejor modelo es el que ofrece las condiciones óptimas para lograr un tránsito  hacia un estadio superior de la sociedad en función de sus condiciones de  partida.
Los Ejes Articuladores del Modelo de Funcionamiento
La discusión  sobre las posibles alternativas de modelo de funcionamiento de la economía  socialista constituye – quizás – el problema científico más importante de la  Economía Política. Esta polémica ha sido interpretada de forma erróneamente  simplificadora como la elección entre dos únicas alternativas excluyentes: el  modelo centralizado y el modelo descentralizado. El empleo de este enfoque no  es adecuado excepto para referenciar de manera sintética dos modelos extremos  de tránsito socialista. 
    Es factible  identificar un conjunto de variables interdependientes con potencialidades para  marcar matices y diferencias determinantes que ampliarán sustancialmente la  gama de modelos posibles. De esta forma, se pueden caracterizar los principios  generales de la economía en un momento dado y ofrecer un esquema simplificado  de su funcionamiento, a través de – al menos – los siguientes seis ejes de  análisis: 
1) Peso de las diferentes Formas de Propiedad; 
    2) Formas de Gestión de la Propiedad Social; 
    3) Organización  Económica del Estado; 
    4) Características y Estructura de los Mercados  Agregados; 
    5) Mecanismos de Regulación de la Producción;  y 
    6) Peso de las diferentes Fuentes de  Distribución de la Riqueza.
La construcción de un determinado  modelo de funcionamiento económico requiere la elección de ciertos postulados o  principios teóricos para cada una de estas variables, sugiriendo la forma más  conveniente que deben adoptar en función del contexto y del tipo de mecanismo  que se pretende construir. 
    Probablemente  estos mismos elementos – en su mayoría – podrían ser empleados también para la  diferenciación al interior de modelos capitalistas, aunque algunos como el peso  de las formas de propiedad, los mecanismos de regulación y las fuentes de  distribución de la riqueza se rijan por principios evidentemente opuestos en  ambos sistemas. Por lo tanto, las relaciones sociales de reproducción que se  impulsen fijarán los límites para cada uno de estos ejes de funcionamiento, lo  cual otorga especial relevancia a la reflexión profunda sobre cada principio  adoptado. Pretender transformaciones en el modelo cubano sin el riguroso esclarecimiento  de los límites sistémicos puede destapar un proceso de transición irreversible  que comprometa la construcción socialista. 
EL MODELO CUBANO. ANÁLISIS A TRAVÉS DE SUS EJES ARTICULADORES
En Cuba, el  enfoque de política económica que ha predominado en los últimos años ha estado  orientado a atenuar las consecuencias sociales de los desequilibrios – o sea de  los síntomas – y a sortear los desequilibrios mismos, más que a la  transformación de sus causas esenciales. El modelo, por su parte, ha sufrido  algunas modificaciones a lo largo de 50 años aunque en sentido general  conservaba hasta hoy muchos de los principios fundamentales adoptados desde  1968. La “actualización” en marcha supone potenciales cambios sustantivos, que  abren las puertas al replanteamiento del camino cubano al socialismo. 
    Siguiendo la lógica conceptual que aporta la delimitación  de cada uno de los ejes estructuradores definidos anteriormente, a continuación  se ofrece un análisis más profundo de los rasgos del modelo cubano actual, así  como de sus principales limitaciones y retos inmanentes.  
Peso de las diferentes Formas de Propiedad
La propiedad es quizás el principal aspecto que marca las diferencias  sistémicas. La construcción paulatina y consciente de la nueva sociedad requiere  un proceso que implica la coexistencia de diferentes formas de propiedad. Más  allá del postulado de la supremacía de las formas más sociales como garante de  la conservación del sistema, existen determinados grados de libertad en el peso  relativo que cada una desempeña durante la coexistencia. La abolición casi  total de la propiedad privada sobre los medios de producción, o su  incorporación de manera plena como un componente estratégico en el  funcionamiento de la economía socialista, constituyen las nociones extremas que  han protagonizado los debates históricos.
   Ahora bien, ¿cuáles son las formas de propiedad posibles? Aunque no exenta de discusión, está bastante difundida la  idea de que se puede desdoblar el ejercicio de la propiedad sobre los medios de  producción en un par de planos fundamentales: a) la apropiación sobre los  excedentes productivos y b) el control efectivo sobre las decisiones dentro de  la empresa.
    Atendiendo a quién es el sujeto jurídico de la apropiación se pueden  clasificar en cuatro las formas de propiedad. En primer lugar está aquel  patrimonio que pertenece a la sociedad en su conjunto,  independientemente de cuál sea la vía para que la sociedad haga efectivo ese  poder patrimonial. En este caso se encuentran todas las denominadas empresas  estatales cuyo dueño legal – como sujeto formal de apropiación de los  excedentes – es el agregado social, el cual puede estar representado por un  círculo mayor o menor de individuos según fórmulas más o menos participativas.
    En segundo lugar se hallan aquellas figuras productivas que denominamos formas colectivas, cuya propiedad es ejercida por un  grupo de individuos generalmente en igualdad de condiciones, que al combinar la  condición de trabajadores y propietarios, unos miembros no se apropian del trabajo  de otros. En este grupo se incluyen las llamadas cooperativas. 
    En una tercera clasificación, que pudiera designarse propiedad  privada individual, aparecen aquellas formas de producción mercantil  simple con un origen precapitalista, en las cuales un mismo individuo o núcleo  familiar es el dueño de los medios de producción y a la vez de su fuerza de  trabajo. En este caso clasifican aquellos trabajadores que se apropian  directamente de todo el valor de su trabajo a la vez que no contratan trabajo  ajeno. 
    Justamente la expropiación de un determinado plusvalor generado por el  trabajo de otro constituye el elemento esencial que caracteriza la cuarta y  última forma de propiedad: la  propiedad privada capitalista. Técnicamente siempre que un individuo –  o grupo – poseedor de los medios de producción contrate fuerza de trabajo ajena  y se apropie de parte del valor creado, se puede afirmar que existen relaciones  de explotación y que estamos en presencia de propiedad privada capitalista, por  pequeña que sea la propiedad y por leve que sea la expropiación.
    El modelo económico socialista cubano, desde la primera mitad de la  década del 1960, evolucionó hacia un estrechamiento de la heterogeneidad  socioeconómica con la supresión abrupta de la presencia de capital privado en  la economía, así como de la pequeña producción mercantil. Según se publica en  los Anuarios de la Oficina Nacional de Estadísticas, la ampliación cuantitativa  del sector estatal se extendió a lo largo de tres décadas llegando a su punto  culminante en 1989 cuando empleaba cerca del 95% del total de trabajadores de  la nación, aunque sectores clave como la banca, el comercio exterior y el  comercio mayorista ya eran completamente propiedad estatal desde 1963. 
    Según ha sido declarado por las propias autoridades, una mayor  participación en la economía de las formas menos sociales de propiedad es sin  duda uno de los principios por los que apuesta el nuevo modelo. Ya desde los  noventa, como resultado de las transformaciones del período, se presentaron en franca  coexistencia las diferentes formas de propiedad privada con la predominante  estatal, y en menor medida con la cooperativa. Durante esta etapa la fuerza de  trabajo empleada en entidades estatales y mixtas se redujo acercándose en 2009  a un 84% del total. En este mismo año el sector privado empleaba poco menos del  12%, mientras solo un 4.6% era absorbido por el sector cooperativo.
    Adicionalmente es preciso señalar que el sector privado nacional ha  tomado auge incluso más allá de lo que puede capturar el Sistema Nacional de  Estadísticas. Las cifras indicativas del empleo en este sector pudieran  presentar un sesgo relevante, en tanto consideran solamente aquellos  trabajadores por cuenta propia oficializados y regulados por el Ministerio de  Trabajo y por otros organismos de la Administración Central del Estado. Según el propio Anuario que publica la ONE en 2009, casi un 25% de la población  en edad laboral – que significa 1 682 200 personas – no estaba empleada ni  buscando empleo. Si a esto le restamos la matrícula universitaria para ese  curso que asciende a 606 863 estudiantes, obtenemos que al menos 1 070 000  personas con edad de trabajar no tenían vínculo laboral, no se hallaban  buscando empleo y tampoco estaban matriculados en la educación superior en el año  2009. 
    Teniendo en cuenta que hasta ese momento el mercado laboral por cuenta  propia presentaba fuertes barreras institucionales a la entrada, y que la  contratación de fuerza de trabajo por privados nacionales estaba proscrita –  excepto  para sectores muy específicos  como en la producción del tabaco, entre otros – existen  razones para suponer que una parte no  despreciable de ese millón de personas estuviera empleado en el sector privado  en condiciones no observables, ya sea como trabajador individual, asalariado o  pequeño propietario.
    Por lo tanto, el principal mérito indiscutible de la reformulación de la  propiedad en el nuevo modelo radica en el esfuerzo por atemperar las  regulaciones vigentes a las condiciones objetivas de la reproducción. La expansión  que experimenta el empleo privado constituye no más que un adecuado diagnóstico  de la realidad social corriente. De lo que se trata no es de avanzar hacia lo  privado porque es supuestamente más eficiente, sino de ajustar el modelo a las  circunstancias reales de las fuerzas productivas, en este particular momento  del tránsito cubano al socialismo.
   El ejercicio del trabajo por cuenta propia en Cuba, luego de su  expansión en los años noventas, estuvo legalmente restringido a la modalidad de  propiedad privada individual. Sin embargo, la tendencia natural de prosperar  desde esta forma mercantil simple, en ausencia de un marco regulatorio que  incentive las vías cooperativas como mecanismo de expansión, es desarrollarse a  partir de incrementar la cantidad de fuerza de trabajo contratada  sistemáticamente, y de la expropiación de una parte del valor producido por  ella. Con esto se convierten, técnicamente, en propiedad privada capitalista.  La reciente autorización a la contratación de fuerza de trabajo y, con ello, el  reconocimiento oficial explícito de la existencia de parcelas de propiedad  privada capitalista – al menos a escala de la microempresa – constituye una de  las transformaciones conceptuales más trascendentes en los últimos 50 años.  Esta nueva realidad, que presenta inconsistencias con la Carta Magna urgidas de  corregirse, demanda altas dosis de cautela en su implementación así como una  más profunda dilucidación teórica.
    Ante la inminente proliferación de agentes económicos cuya función de  optimización no es otra que la maximización de beneficios, y en torno a los  cuales se genera un complejo entramado de relaciones predominantemente  mercantiles que se reproducen de manera exponencial, se impone un rediseño del  Estado como actor regulador y garante de los objetivos sistémicos de la  reproducción. El asunto de la necesaria regulación sobre la acumulación  potencial de riquezas en manos de determinados sectores, debe afrontarse no  solo empleando los instrumentos del sistema tributario, sino a través de la promoción  de determinados consumos – servicios de ocio, bienes duraderos, etc. – que  permitan extraer y redistribuir parte de lo acumulado y tratando de que no  representen en sí mismos concentración de medios de producción. 
    También parecería lógico que el objetivo de evitar la concentración de  capital, resultante natural de la expansión del sector privado, se intente  conducir a través de fórmulas cooperativas utilizando incentivos fiscales y de  otro tipo. Sin embargo, esta idea de promover formas de propiedad colectiva en  actividades no agrícolas, por inédita para los cubanos, parece requerir un  tiempo mayor de maduración hasta definir sus derroteros de aplicación. Téngase  en cuenta que en Cuba prácticamente no ha existido una tradición de  cooperativismo, y dada la experiencia de las últimas cinco décadas no se  vislumbra como una solución clara en el imaginario popular. 
    Finalmente, como consecuencia de una mayor presencia de formas no  estatales y dadas las condiciones de partida, se puede esperar, por un lado, un  mayor aprovechamiento de capacidades productivas, un mejor contexto para la  generación de iniciativas y por tanto un crecimiento económico en condiciones  de mayor eficiencia; mientras por otro, se produciría un avance relativo de una  clase social de naturaleza intrínsecamente antisitémica,  y se incrementan las relaciones de intercambio mercantil marcadas por el  interés material, lo cual tiende a impactar negativamente sobre las relaciones  socialistas de reproducción, incluso aunque no las comprometa en lo  inmediato.  
    La apuesta por un rol más protagónico del sector privado buscando  dinamizar a corto plazo el desempeño económico, entraña profundos riesgos de  restauración capitalista en un horizonte temporal mediano. Sin embargo, la  persistencia de un modelo con una centralización hiperbolizada que ignora las  condiciones objetivas de la reproducción, también entraña un considerable  riesgo de reversión sistémica, quizás más peligroso por resultar menos  evidente.
Formas de Gestión de la Propiedad Social
La mayor participación del sector privado o cooperativo desarrollado en  el punto anterior puede impregnar aires superiores de eficiencia en el  desempeño de la economía. Sin embargo, el éxito – incluso económico – del  sistema socialista no descansa sino en el aprovechamiento efectivo de las  potencialidades que posee el llamado “sector estatal”, abrumadoramente  determinante en el desempeño económico nacional. Entonces, ¿qué hacer con las  empresas “estatales” para que estas consigan un desempeño eficaz?
    La posibilidad relativa de aislar los dos planos que componen la  propiedad, permite al Estado propietario: a) decidir cuál es el encargo social  de cada organización empresarial y por lo tanto cuál la función de optimización  aplicable; b) elegir entre varios modelos alternativos para gestionar el conjunto de  decisiones conducentes a la optimización de ese encargo social. Las decisiones en  cuestión se refieren a: determinación sobre las variedades, calidades y  cantidades de la producción; fijación de los precios; elección de proveedores y  clientes; definición de las inversiones; facultades para realizar operaciones  de comercio exterior; decisión sobre el capital de trabajo; aprobación de  plantillas de cargo y estructura organizativa; contratación de fuerza de trabajo;  determinación de los salarios; elección de los cargos directivos incluyendo al  director; decisión sobre el destino de las utilidades; posibilidades de vender  o comprar eventualmente parte de sus activos a otras empresas; etc.
   La definición sobre a quién se le atribuyen las facultades para  adoptar la mayoría de estas decisiones deriva en la configuración de al menos  cinco modelos generales para la gestión de las empresas propiedad de la  sociedad en su conjunto.
   Al primero de ellos, principal herencia del modelo “único” de  factura soviética, se le puede denominar gestión  estatal centralizada. Es sencillo suponer que bajo esta forma la  mayoría de las facultades arriba enumeradas deben ser sometidas a la  consideración o decisión de los niveles correspondientes de la estructura  gubernamental que rodea la empresa. Como consecuencia habitual de esta manera  de manejar el sistema productivo – dada la elevada complejidad que encierra la  adopción de decisiones óptimas – se generan brechas entre  la demanda y la oferta a nivel microeconómico en ocasiones artificiales,  expresadas en excedente o escasez relativa de rubros específicos. También bajo  este modo de gestión las empresas y sus trabajadores tienden a desentenderse de  sus resultados económicos, con lo cual se pierde el efecto de los sistemas de  pagos por resultado, y la pretensión de elevar los niveles de productividad  adquiere un carácter voluntarista. 
    Otro rasgo  derivado lo constituyen los escasos niveles de tercerización resultantes, dados  los fuertes incentivos a la autarquía que genera el modelo centralizado. El  diseño verticalista de toma de decisiones, desde el Ministerio correspondiente  hasta la entidad de base, tiende a minimizar los intentos de relaciones  horizontales entre las empresas. Además, el sobre empleo de intervenciones  dirigistas en la toma de estas decisiones verticales subvierte la confianza de  las empresas en las reglas establecidas, y las conduce a la filosofía de que la  única garantía de asegurar un servicio o una producción en el tiempo y calidad  requeridos es generar la capacidad de hacerlo por sí mismas. 
    El modelo alternativo más evidente, el de gestión estatal descentralizada, debe evitar algunas de estas  deformaciones pues se supone que un mayor número de las decisiones sean adoptadas  por el equipo directivo de la empresa, aunque manteniendo otras en el nivel  central, entre ellas el nombramiento de la propia dirección.
    El debate histórico y la oscilación de la práctica en Cuba han girado  básicamente en torno a estos dos modelos, aunque han predominado ampliamente  los principios de la centralización.   Recientemente, a raíz de las discusiones desatadas en el marco del VI  Congreso del PCC, nuevamente se apuesta con claridad por la promoción de formas  empresariales más descentralizadas. Ahora bien, el paso a un mecanismo de  funcionamiento que incremente las atribuciones de las empresas debe atender la  siguiente advertencia: no se puede transferir autoridad a las empresas sin  diseñar a mediano plazo las formas – no de participación, sino – de control  efectivo de los trabajadores sobre las decisiones de estas empresas. No se  pueden transferir las facultades empresariales a los empresarios sino a la  sabiduría y a los intereses del poder colectivo. De lo contrario se  enfrentarían dos riesgos superlativos: a) continuar postergando la necesidad de  avanzar en la realización de la propiedad social, manteniéndose el  distanciamiento del trabajador respecto a los intereses – al menos – a nivel de  colectivo laboral; b) potenciar aún más aquella clase de empresarios  “socialistas” que emergió como resultado de la implementación de la política  económica del 1er Congreso del PCC en 1975, sobre la cual el líder histórico de  la Revolución Cubana Fidel Castro alertara en varios discursos durante el  proceso de rectificación de errores de mediados de los años ochentas. Esta  clase empresarial con poderes decisorios semi-absolutos, que se ha gestado  también en experiencias foráneas anteriores como resultado de transformaciones  descentralizadoras, constituyó el caldo de cultivo en la catálisis de la  restauración capitalista en varios de los modelos ex-socialistas de Europa del  Este.
   Por otro lado, bajo las circunstancias del debate en marcha,  también se exploran en Cuba nuevas alternativas para gestionar la propiedad  social, en este caso a través del traspaso temporal a la gestión privada. De esta manera,  buscando una mejor explotación de las capacidades productivas así como una  mayor eficiencia, se realiza la entrega de tierras en usufructo a campesinos  privados y se ofrecen en arrendamiento instalaciones pertenecientes a empresas  estatales de servicios como las barberías peluquerías y cafeterías, entre otros  ejemplos. 
   Es relevante señalar que en estos casos – supuestamente – no se  privatiza la propiedad social, ya que no se enajenan irreversiblemente los  medios de producción. Pareciera que este tipo de arreglo se convierte en una  propiedad mixta, donde el Estado participa como copropietario, pues el privado  puede poseer otros medios o instrumentos de trabajo, en fórmulas que  naturalmente tienden a explotar fuerza laboral. Sin embargo, en la práctica, al  desembarazarse el Estado completamente de la gestión y renunciar incluso a su  participación en los dividendos, deja de ejercer sus funciones de propietario  para permanecer únicamente como arrendador de los activos que continúan a su  haber.
    Esta receta puede resultar factible fundamentalmente para aquellas  actividades que, aún perteneciendo a empresas estatales, se encuentren más  próximas – por su escala y tipo de actividad – a los patrones de la producción  mercantil simple. En entidades de mayor escala, se pudieran ensayar con  personas naturales nacionales, fórmulas similares a los contratos de  administración aplicados a extranjeros en empresas del turismo, donde sí el Estado  participa de las utilidades.
   Existen, por su parte, otras alternativas de gestión de la  propiedad social no tan debatidas aún en el contexto cubano actual. Por  ejemplo, si la autoridad descentralizada sobre las decisiones de la empresa –  incluyendo la selección de los máximos directivos – recayera sobre el colectivo  de trabajadores, estaríamos en presencia de una forma de gestión colectiva. Bajo este esquema  el grupo de obreros actuarían como arrendatarios de los medios de producción  propiedad de la sociedad. Estas entidades funcionarían bajo condiciones  mercantiles pero pudiendo establecer el Estado – como propietario de última  instancia – regulaciones sobre los aportes a realizar o sobre los compromisos  productivos a satisfacer. Esta forma de gestión de la propiedad es  indudablemente superior a la de gestión privada, pues garantiza al menos  colocar el esfuerzo individual en el camino de la realización de los intereses  de un colectivo, al tiempo que evita relaciones directas de explotación.  Algunos autores la presentan como la vía para conseguir la tan anhelada  socialización real de la propiedad, al entregar la gestión a sus productores  directos. Sin embargo, en estos trabajadores la plena sensación de propietario  no trasciende el universo de sus medios colectivos, lo cual no conduce  automáticamente a una alineación con los más genuinos intereses sociales.   
   La forma superior de gestión de la propiedad social, virtualmente  ausente como propuesta orgánica en el nuevo modelo, es la necesidad de establecer  mecanismos sistemáticos y efectivos de control y conducción a nivel social  sobre el desempeño de las empresas propiedad de la sociedad, así como sobre las  decisiones económicas en su conjunto. En esta alternativa, que denominamos  forma de gestión social, el  patrimonio productivo social es gestionado por el Estado, pero se requiere de  otra manera de concebir el Estado, lo cual evidentemente trasciende el universo  estrecho de las relaciones económicas. Se deben institucionalizar las vías para  la participación sistemática de los ciudadanos en los procesos de la nación, no  solamente en forma de consulta popular para los eventos trascendentales o  transformaciones más significativas como ha ocurrido en múltiples ocasiones en  Cuba. 
    La relación dialéctica que encierra el concepto vanguardia-masa debe  superar la implementación que ha tenido hasta el momento. La práctica según la  cual el grupo considerado ideológicamente más avanzado se erige con la misión  de generar las sucesivas correas de trasmisión de una voluntad de cambio  organizada, debe ser superada por formas más directas de control sobre los  procesos de la nación por parte de un número cada vez mayor de actores  sociales. 
    Ensayar fórmulas de control de las actividades empresariales a través de  los Órganos del Poder Popular en sus diferentes niveles pudiera ser un camino a  explorar. Por ejemplo, al cierre de 2010 existían en Cuba más de tres mil  entidades, entre empresas estatales y sociedades mercantiles 100% cubanas. Si  estas, en lugar de formar parte de las estructuras organizativas de alrededor  de una treintena de ministerios y organismos centrales, se organizaran en Grupos Empresariales de subordinación  nacional, provincial y municipal, cuya gestión fuera controlada por las  Asambleas del Poder Popular de los respectivos niveles, se estaría dando un  paso serio en la construcción de formas superiores de gestionar socialmente los  medios de producción que pertenecen a la sociedad en su conjunto. De  esta manera, además, se podrían aislar de una vez las llamadas funciones  estatales – que intransferiblemente deben desempeñar los ministerios – de las  denominadas funciones empresariales, que podrían ser ejecutadas por los equipos  de dirección de las entidades y supervisadas por los máximos órganos  representativos del poder del Estado a los diferentes niveles. 
    Un grupo de  investigadores cubanos, al pasar revista a los diferentes modelos empresariales  experimentados en el país – todos enmarcados en modelos de gestión estatal más o menos centralizadas – plantean que ninguno  logró establecerse de forma generalizada. En  realidad, la aspiración de encontrar un modelo de gestión empresarial que  satisfaga todas las necesidades de la reproducción sistémica en el tránsito  socialista, pudiera considerarse poco menos que una utopía. Durante este  período, mientras busca elevar los niveles de socialización real y consolidar  las relaciones socialistas, la economía necesita de empresas que respondan por  determinado encargo social incluso al costo de la irrentabilidad económica y,  al mismo tiempo, necesita empresas que – siendo socialmente responsables – su  meta fundamental sea la maximización de utilidades y la inserción competitiva  en mercados domésticos e internacionales. 
   Teniendo esto en cuenta, parece perfectamente posible e incluso  deseable la coexistencia de diferentes modelos de gestión, los cuales van a  depender de las diferentes clases de organizaciones empresariales que se  establezcan por su función de optimización. En Cuba, lo más cercano a este  enfoque es la diferenciación existente entre “empresas” y “entidades  presupuestadas”. 
    Si se analiza la evolución de las principales entidades  clasificadas por formas de organización entre los años 2004 y 2010, se puede  constatar una tendencia al crecimiento del sector presupuestado y a la vez un  decrecimiento del sector empresarial. Como se observa en la Figura 2, las unidades presupuestadas se  incrementaron en alrededor de 500 y pasaron a representar del 35% al 45% al  final del período. Mientras tanto, las  entidades clasificadas como empresas se reducen en 725, entre las que se  incluyen las empresas tradicionales, las denominadas empresas en  perfeccionamiento, las sociedades mercantiles y las asociaciones mixtas. 
    Lo anterior se  explica debido a la expansión durante estos años de un conjunto de servicios  sociales presupuestados en los marcos de la denominada Batalla de Ideas, sumado a distorsiones de política económica que  llevaron a crear bajo el manto presupuestado entidades con fines productivos o  de servicios de naturaleza claramente mercantil.
    En el actual proceso de reforma se propone la reducción de la cantidad de  unidades presupuestadas sin comprometer la calidad y eficiencia de los  servicios públicos. Además se anuncia que “no se crearán unidades presupuestadas para prestar  servicios productivos ni para la producción de bienes” y que las empresas “no  recibirán financiamientos presupuestarios para realizar producción de bienes y  servicios”, por lo que su supervivencia depende de su rentabilidad financiera. 
    Sin embargo,  contrario a lo aprobado en los Lineamientos del VI Congreso, la producción de  bienes y servicios no debe excluirse por decreto de la cobija del presupuesto  público. Una de las principales ventajas de la propiedad social es que permite  producir determinados renglones considerados socialmente necesarios, aún cuando  sus condiciones productivas no consigan rentabilidad económica. Teniendo esto  en cuenta es perfectamente posible y deseable que determinadas producciones se  continúen desarrollando amparadas en el presupuesto estatal. El aspecto clave  en este tema es el establecimiento de reglas claras e inviolables para cada  tipo de entidades. 
    La única norma inexcusable es que todas estén sometidas a mecanismos  efectivos de control y conducción social que no deje en manos de unas pocas  personas – ya sea el empresario o quien actúe en representación del Estado –  las decisiones económicas que son de tanta trascendencia para la sociedad. Al  respecto István Mészáros, analizando las experiencias pos-capitalistas de tipo  soviético se pregunta: “¿Como podrían los individuos tener una vida plena si  las condiciones generales de la reproducción metabólica social son dominadas  por una `fuerza ajena´ que frustra sus diseños e invalida de la manera más  autoritaria los objetivos y los valores que los propios individuos tratan de  establecer?”. La paralizante influencia del poder abrumador del Estado sobre la  economía tenían que fracasar – según el propio Mészáros – puesto que los  miembros del Politburó se adjudicaron arbitrariamente el papel exclusivo y  supremo de la toma de decisiones al llevar a cabo su variante de economía  planificada. 
   El avance hacia el socialismo, en tanto sociedad que no emerge  espontáneamente, requiere una planificación integral abarcadora que no puede ser  ejercida más que desde una dirección centralizada. Sin embargo, la conducción  centralizada no es sinónimo de ausencia de participación, así como la toma de  decisiones de manera descentralizada tampoco implica incremento efectivo de la  participación. El espacio para que se materialice el determinante papel que  deben desempeñar la iniciativa, el espíritu emprendedor y la posición activa de  los actores de la actividad económica en todos los niveles, debe ser concebido  eficazmente, despojado de instrumentaciones formales o irrealizables por  excesivamente románticas. En Cuba, el predominio durante cinco décadas de un  modelo de gestión “estatal centralizado” que concibe la participación  fundamentalmente como proceso de retroalimentación a través de la consulta popular,  parece haber generado reflejos culturalmente enraizados en los mandos a todos  los niveles. Solamente un movimiento enérgico, sistemático y coherente  impulsado desde el mismo centro puede – con mucho tiempo y esfuerzo – intentar  transformar esta realidad. 
Organización Económica del Estado
En la literatura económica convencional, la  identificación del Estado como actor se reconoce a través de la noción de sector público. Además de su  implicación directa como propietario en la actividad productiva, otras de las  vías con que cuenta para ejercer su poder sobre la economía son la recaudación  tributaria y la ejecución de gastos en actividades de naturaleza pública.
    Todo aparato estatal está compuesto no solo de un nivel  central indivisible. Justamente la edificación sobre estructuras  administrativas que responden por determinados fragmentos del territorio  nacional constituye uno de sus rasgos esenciales. Como consecuencia de ello,  sobre el conjunto de personas radicadas en un mismo espacio físico local,  confluyen los efectos del ejercicio del poder desde al menos dos niveles  diferentes del Estado: el central y el local. Lógicamente los fines de ambos  pueden no corresponderse en un ciento porciento, dado que representan  legítimamente intereses a diferentes niveles de la sociedad. La demarcación  entre las atribuciones centrales y las locales en el ejercicio del poder del  Estado, en este caso referido a sus funciones económicas, constituye otro de  los elementos distintivos del modelo de funcionamiento de la economía. Este  aspecto está relacionado con lo que Tinbergen denomina grado de centralización de la  administración.
    Por lo tanto, la facultad para establecer la recaudación  y utilización de los fondos públicos, así como para el ejercicio del control  social sobre las empresas nacionalizadas, constituyen algunas de las  atribuciones más notorias a delimitar entre los diferentes niveles del Estado. 
    En la práctica cubana vigente hasta el  momento los sistemas de gobierno provinciales y locales tienen facultades casi  nulas desde el punto de vista de la gestión económica en sus territorios. La  impronta aún perenne de la estricta planificación de antaño ejercida  centralmente, apresa la solución de la problemática local y la hace pender de  la prioridad que le atribuya el gobierno central. Las facultades económicas  locales por lo general se reducen al cumplimiento y control de lo establecido  centralmente.
    El nuevo modelo a debate pone énfasis  en el fomento de iniciativas productivas que impulsen la economía de la localidad,  y sugiere cierto grado de incremento en la autonomía fiscal al establecer la  aportación de un tributo territorial por parte de las empresas estatales, las  cooperativas y las formas privadas asentadas. Sin embargo, el hecho de que  cierto conjunto de decisiones se descentralicen hacia planos locales  manteniendo otras a escala central, no constituye solución si no se crean las  vías para que la totalidad de estas decisiones se vean sometidas a fórmulas  efectivas de control social. 
    Otro de los factores  que determinan la Organización Económica del Estado como uno de los ejes del  modelo, es el relacionado con la funcionalidad del aparato estatal, que  analiza lo apropiado del diseño institucional para el cumplimiento eficaz de  las funciones estatales dadas las condiciones existentes. Este aspecto está  conformado por tres componentes. 
    En primer  lugar, se requiere la delimitación entre las funciones del Partido, la  Administración Pública y las Asambleas del Poder Popular, problema  históricamente enunciado por los líderes pero aún desprovisto de una discusión  más profunda que ilumine una solución consistente y estable para la práctica de  la Cuba contemporánea. 
    El segundo elemento,  es la necesidad de rellenar lagunas, desterrar solapamientos y contradicciones,  y garantizar coherencia e integralidad en los encargos funcionalesde cada uno de los llamadosOrganismos de la Administración Central  del Estado. Por ejemplo, en el Ministerio de Finanzas y Precios se presenta hoy  un conflicto de objetivos entre la  función de dictar la política de los precios y la de velar por el déficit  presupuestario aprobado. Entre estos dos objetivos prevalece el relacionado con  el presupuesto dado su carácter de ley, que genera en este Ministerio  incentivos para manejar al alza los precios en los mercados formales en busca  de incrementar la recaudación, con lo cual termina trasladando a la población  la financiación de una parte del déficit fiscal. 
    Finalmente, se  presenta el problema de la separación entre las funciones empresariales y las  estatales. Sobre este aspecto, sumamente debatido en los marcos del VI Congreso  del PCC, es preciso apuntar que las fronteras entre unas y otras funciones  permanecerán difusas mientras las empresas continúen verticalmente subordinadas  a los ministerios ramales. En tanto el ministro de determinado ramo deba velar  por el cumplimiento del plan de la economía y responder por los resultados  productivos de sus empresas, como reacción natural tenderá a dirigir  directamente estas empresas, y sus diseños de políticas se ceñirán al  cumplimiento de este objetivo. En este sentido valórense los siguientes  ejemplos: mientras un Ministerio como el de la Pesca – recientemente fusionado  en el de la Industria Alimentaria – tuviera bajo su cargo el incremento del  plan de capturas, enfrentaría una permanente contradicción con su función  estatal de preservar los recursos pesqueros, el sistema ecológico y la fauna  acuática; mientras un Ministerio como el de Turismo responda por el  cumplimiento del plan de ingresos de sus cadenas de hoteles, estará ausente una  política de turismo integradora que incluya la promoción del sector de  arrendatarios por cuenta propia, como oferta complementaria.
    En cambio, si  las entidades productivas y de servicios se constituyeran en organizaciones  empresariales superiores independientes de la subordinación ministerial – como  era el caso de la corporación CIMEX hasta 2010 – y en las estructuras de los  ministerios quedaran solamente las unidades presupuestadas que garantizan sus  funciones estatales, el esclarecimiento de las fronteras se tornaría más  viable. 
    De cualquier  forma, para una mejor funcionalidad del aparato estatal, se impone la necesidad  de transparentar los procesos de decisión económica a todos los niveles,  sometiéndolos a diversas fórmulas de escrutinio público sistemático real.
Estructura y características de los Mercados Agregados
En cualquier  economía nacional es posible diferenciar claramente varios mercados o espacios  donde se intercambian recursos de diversos tipos. Independientemente de cual  sea la forma que adopten estos intercambios – sean más o menos mediatizados por  relaciones mercantiles – se pueden identificar tres de los mercados agregados  que estudia la Macroeconomía: el mercado de bienes y servicios, el mercado  laboral y el mercado monetario-cambiario-financiero. 
    La definición sobre cuáles son los rasgos  deseables para cada uno de estos mercados – comprendiendo dentro de ello las  características estructurales de la oferta y de la demanda, las conductas  predominantes de los actores y los mecanismos para la determinación de los  precios y las cantidades – constituye otro de los ejes que conforman el modelo  de funcionamiento de la economía nacional. Su concepción debe asumirse con plena conciencia de la objetiva  internacionalización de los procesos económicos mundiales que conecta con mucha  fuerza los mercados internos con los externos, incluso más allá de la voluntad  de las autoridades nacionales.   
    El rasgo más  significativo del mercado de bienes y  servicios en Cuba está evidentemente asociado a las restricciones de la  oferta. Esta condición anula las posibilidades del control de los adquirientes  sobre los productores, con lo cual todo lo que se oferta tiene venta  potencialmente garantizada sin importar precio, calidad o surtido. Asistimos de  esta manera a un mercado donde los compradores compiten entre sí para adquirir  los productos, fenómeno denominado por Woldzimierz Brus como la “tiranía de los  productores”.
    Aunque la causa  determinante en esta situación pareciera hallarse en limitaciones productivas  reales, el hecho se agrava cuando la producción de cada renglón se concentra en  una o muy pocas empresas, persiguiendo supuestos beneficios de escala derivados  de la especialización. Esta tendencia genera al mismo tiempo una estructura de  mercado que garantiza condiciones cuasi-monopólicas a determinados productores estatales. Este contexto monopólico, aunque encierra un sentido esencialmente diferente al  que adquiere bajo condiciones de propiedad capitalista, representa también un  poder de mercado virtualmente absoluto que profundiza una relación de fuerza  favorable al productor – respecto al consumidor – influyendo negativamente  sobre la cantidad, calidad, variedad y precio de las producciones. 
    Para  contrarrestar esto, los órganos estatales superiores intentan un diseño que pueda  suplantar el inexistente papel en el control horizontal de los consumidores, y  tienden con ello a un sobredimensionamiento de los mecanismos de control  vertical de la economía. Como consecuencia, la autonomía decisoria de las  empresas se reduce a la mínima expresión, al ser sustituida por normas o  regulaciones altamente detalladas y rígidas. Por lo tanto, una estructura  monopólica de la oferta tiende a conducir a una forma de gestión centralizada.  A su vez, si el modelo de funcionamiento de la economía elige como principio una  gestión estatal centralizada entonces su propia naturaleza recomendaría elevar  los niveles de concentración de la producción, en aras de facilitar el manejo  central. En resumen, la concentración de la producción y la gestión  centralizada son dos aspectos independientes aunque muy estrechamente  relacionados. 
    El proceso en  marcha de ampliación de las facultades de las empresas y reducción del  andamiaje regulatorio centralizado, no alterará demasiado las condiciones de  déficit de oferta. Lo que sí permitirá es rendimientos extraordinarios a las  entidades productivas, si no se modifica la estructura monopólica de los  mercados de bienes y servicios. La desconcentración de todas aquellas  producciones que no lo desaconsejen por cuestiones estratégicas de seguridad  nacional, sería lo más conveniente. 
    Otro de los  rasgos que posee la oferta en el mercado de bienes y servicios cubano es su  carácter altamente segmentado con una amplia gama de precios diferenciados. El  intento de proteger con precios generalmente bajos a determinados sectores de  la población, a la larga conduce a la canalización de todos los recursos hacia  aquellos segmentos del mercado mejor retribuidos. Cada vez que el Estado asigna  recursos originando una parcela especial de precios, las fuerzas objetivas del  mercado generan un proceso de arbitraje que reasigna el recurso a través de  mecanismos mercantiles extralegales. Esto propicia fuentes privadas de  acumulación que terminan beneficiando a otros sectores distintos de los que se  pretendían proteger. Ocurre así porque la demanda, el otro componente del  mercado, aglutina en uno solo todos los segmentos generados desde la oferta,  aportando un único precio real que equilibra las cantidades totales ofrecidas  con las demandadas.
    Al pretender el Estado fijar un precio que se encuentre  por debajo del equilibrio del mercado, es natural que algún agente intervenga  para apropiarse del diferencial entre el precio oficial y el precio del  equilibrio. Esto también ocurre porque las autoridades, subestimando la objetividad  de ciertas leyes económicas, suponen controlables las condiciones de  distribución de estos recursos. Como consecuencia, las instituciones terminan  dedicando cuantiosos esfuerzos materiales y humanos a las tareas de control,  naturalmente, sin que consigan resultados eficaces. Una mayor intensidad en los  controles solo fortalece la capacidad de detección de violaciones puntuales sin  abordar la dimensión causal del fenómeno. La ausencia de un acercamiento a  estos temas desde los fundamentos de las ciencias económicas constituye una de  las causas más elementales por las que determinadas políticas encaminadas a la  protección social no cumplen su cometido. 
    Otro tanto aporta a esta cuestión el elevado componente  de heterogeneidad que caracteriza  actualmente la demanda, con restricciones  presupuestarias muy dispares entre diferentes grupos sociales. Ya no se puede  concebir a la “población” como un conglomerado uniforme de consumidores con  restricciones presupuestarias semejantes, y desprovistos de preferencias  diferenciadoras. La consolidación de estratos con capacidades de consumo muy  distantes es un rasgo de la Cuba actual que debe ser adecuadamente contemplado  en la conformación de la oferta. 
    Mención aparte merece el análisis de la inminente  emergencia de la oferta no estatal bajo los preceptos del nuevo modelo. Gran  parte de la oferta cuyos precios siguen procesos de libre formación, en  realidad ha funcionado durante las últimas dos décadas en condiciones  predominantemente oligopólicas. Las causas se pueden hallar, por un lado, en  las fuertes barreras a la entrada establecidas por la anterior política  económica; por otro, en la regulación al alza que ejercen sobre los productores  privados los precios altamente gravados de productos sustitutos y complementarios  en las TRD. 
    Por último,  aparece la ausencia total de instituciones en defensa de la competencia en  estos mercados, intentando neutralizar los desdeñables pero naturales  comportamientos oligopólicos, que tanto laceran el bienestar del consumidor  final y que impiden la emergencia de nuevos emprendedores. En los espacios que  el modelo de funcionamiento reserve a las relaciones mercantiles deben  fomentarse estructuras de mercado competitivas, siempre mucho más justas y  socialmente más eficientes. Si las condiciones en la etapa actual del tránsito  socialista sugieren el reconocimiento de estos espacios mercantiles, se impone  entonces adoptar todas las medidas para garantizar su adecuado funcionamiento y  minimizar sus costos sociales. Aprender a manipular las condiciones del mercado  de forma tal que sea posible la conducción de estas actividades hacia los  objetivos de la reproducción sistémica, constituye uno de los principales retos  en la actualidad cubana.  
    El mercado  laboral, por su parte, es otro de los componentes imprescindibles en  esta ecuación. La demanda de fuerza de trabajo en Cuba, que hasta el momento ha  sido estatal en más de un 80%, ha estado condicionada por la política histórica  de pleno empleo que como meta del socialismo ha minimizado – al punto de la  extinción – cualquier sombra de ejército industrial de reserva. Las fuertes  regulaciones que protegen al trabajador ante cualquier intento de cesantía –  incluso ante incumplimientos laborales – sumado a los bajos niveles y las  rigideces salariales, conducen a que este mercado también se encuentre bajo el  mandato de la oferta. 
    Otra de las  características de la demanda de fuerza de trabajo actual es su rigidez para la  contratación parcial. Los efectos de derogar la anterior prohibición al desempeño  de más de un puesto de trabajo – la cual era consistente con la forma de  concebir el principio del pleno empleo – se ven limitados por el escaso  desarrollo de las posibilidades de contratación parcial en el sector  empresarial y presupuestado.
    La relativa  falta de correspondencia entre los niveles de calificación de la oferta de  trabajo y las necesidades explícitas de la demanda laboral constituye otro de  los desequilibrios de este mercado, el cual deriva en una de las expresiones  que adopta el subempleo en Cuba: la baja utilización de las potencialidades de  la fuerza de trabajo. Este fenómeno unido a los elevados niveles de segmentación que presenta la  demanda en el mercado laboral, hace que el sector estatal concurra en  condiciones muy desiguales a competir con otros sectores establecidos – legal o  extralegalmente – que por determinadas condiciones del marco regulatorio se  benefician de la posibilidad de ofrecer remuneraciones varias veces superiores.
    Por último se  menciona un aspecto determinante. A pesar de que Cuba es una isla en medio del  océano, dados el desarrollo internacional de las tecnologías comunicacionales y  los efectos de la internacionalización de los procesos productivos, el supuesto  de economía cerrada resulta totalmente inaplicable al caso cubano. La demanda  doméstica de fuerza de trabajo debe competir con la demanda foránea que  evidentemente goza de condiciones relativas excepcionales para remunerar, y la  oferta cubana resulta altamente competitiva. Las desequilibrios internos en el  mercado laboral, por lo tanto, se yerguen como una de las principales causas económicas  en el tan sensible tema de la emigración actual.
    En lo adelante,  el emergente sector privado irá conformando su propia demanda de trabajo, en  parte compuesta por los nuevos emprendimientos individuales o colectivos, en  parte por las necesidades de expansión de negocios ya establecidos. Dadas las  potencialidades – al menos teóricas – de remuneración y de realización de  proyectos individuales, este sector pudiera ejercer alguna contención en los  flujos migratorios laborales de corto plazo. Sin embargo, el proyecto  socialista requiere la reconfiguración del empleo estatal como la mejor de las  alternativas deseables.
    Por último, el mercado  monetario-cambiario-financiero, aún sumido en el complejo entramado de  la base bimonetaria imperante, deberá  desempeñar un papel mucho más activo dada la expansión en curso de las  relaciones mercantiles en la economía nacional. Las entidades financieras del  Estado deben atemperar su desempeño a las nuevas circunstancias, ampliando y  flexibilizando las posibilidades de acceso a créditos y atendiendo en general  las necesidades de financiación de los emprendimientos no estatales. De lo  contrario tomará fuerza un sector  financiero privado ya existente, cuyo proceso de acumulación se encuentra fuera  de toda posibilidad de control dado el carácter extralegal de su hábitat. Tómese en cuenta, además, que cada vez existen mejores condiciones para su  conexión con financiamientos privados externos, incluso aquellos con objetivos  explícitos de subvertir el orden político nacional.
    La oferta estatal en este mercado debe establecer una estructura  coherente de tasas de interés en el corto plazo, que permita aproximarse sobre  bases más objetivas al costo real del dinero en la operatoria de la economía  interna. La puesta en marcha de un mercado interbancario, constituye un paso  relevante en este objetivo. La  tan necesaria devaluación de la tasa de cambio oficial del peso respecto al cuc, y la integración de ambos circuitos  monetarios en los segmentos de la población y de las empresas, constituye punto  de partida para el reordenamiento monetario de la economía.
    A su vez, la aspiración de lograr un funcionamiento de las empresas  estatales con mayores grados de autonomía y sujetas a verdaderas condiciones de  competitividad, requiere interpretar la política monetaria-cambiaria-financiera  como instrumento indispensable en la facilitación de los procesos productivos.  Debe potenciarse su rol como mecanismo indirecto para la regulación del  conjunto de la economía así como para el cumplimiento de los objetivos  planificados. 
Mecanismo de Regulación Consciente de la Producción. Noción de Planificación
Según esta variable se debe establecer, en primer lugar,  el rol a desempeñar por los mecanismos de regulación consciente de la  producción que implementa la sociedad en oposición al desenvolvimiento  automático del mercado. La intervención directa del Estado en las relaciones  económicas, habitualmente persigue la regulación de uno u otro aspecto de la  reproducción, ordenando, influyendo o suplantado la autorregulación mercantil. 
    En la historia de todos los intentos de construcción  socialista que siguieron el modelo soviético aparece como una regularidad la  forma altamente centralizada y a la vez detallada que ha adoptado esta  intervención. Otra de sus características ha sido la distribución directa de  recursos físicos en función de determinadas metas, fijadas de manera  administrativa y en cuyo proceso de consecución ha predominado el uso en gran  escala de incentivos políticos y llamamientos patrióticos a la productividad y  disciplina del trabajo. Estos métodos, que son necesarios y útiles en una etapa de la revolución social  urgida de una industrialización intensiva, se pueden convertir en un obstáculo  para el progreso económico subsiguiente cuando se perpetúan más allá de su  justificación histórica, dada su falta de flexibilidad. La dificultad comienza  – según afirma Oskar Lange – cuando “esos métodos de economía de guerra se identifican  con la esencia del socialismo y se les trata como inseparables de este”.
    Esta forma de regulación – que denominaremos regulación directa – se basa en la  reglamentación de los comportamientos de los sujetos económicos, a través de la  definición concreta de sus tareas junto a la asignación directa de los recursos  para cumplirlas, contenidas en un sistema de directivas centrales llamadas “plan”. La regulación directa, por  tanto, es lo que ha sido interpretado como planificación en el imaginario históricamente  predominante dentro y fuera de Cuba, lo que constituye una noción reduccionista  y distorsionada de este último concepto. Como consecuencia de esta  interpretación se introducen rigideces insalvables en condiciones de  heterogeneidad de tipos socioeconómicos, se subestima el papel de los  incentivos económicos en el tránsito socialista, se sobrestima la capacidad de  optimización de los planificadores centrales, se estimula la discrecionalidad  administrativa por encima de cualquier tipo de racionalidad económica, y  finalmente se incurre en un proceso altamente costoso incluso para la  legitimación de la viabilidad del socialismo.
    En cambio, según el propio Lange, debemos entender por  planificación todo esfuerzo por “someter la acción de las leyes económicas y el  desarrollo económico de la sociedad a la dirección de la voluntad humana”, lo  cual se puede intentar utilizando también otro tipo de instrumentos, que se identifican  en el presente trabajo como instrumentos de regulación  indirecta.
    En este conjunto se pueden incluir todas aquellas acciones que buscan crear determinadas condiciones  económicas que induzcan a los sujetos a tomar decisiones en una dirección  coherente con los objetivos deseados. Con ello las autoridades tienen en sus  manos la posibilidad de modificar las circunstancias que enfrentan estos  agentes y con ello influir indirectamente sobre sus comportamientos, a través de las  llamadas políticas macroeconómicas, entre otras. La combinación entre  mecanismos directos o indirectos de regulación consciente constituye otro de  los rasgos distintivos en un modelo. 
    Como se apuntaba en los párrafos anteriores, para el  modelo cubano constituye un error común asociar la planificación con la  administración directa de los recursos escasos que operativamente tiene lugar  en nuestro sistema económico. Esta lógica sugiere que habrá más planificación  mientras más recursos se encuentren sujetos a la regulación directiva central,  generalmente propensa a emplear métodos administrativos. 
    En la actualidad el Plan de la Economía  Nacional pretende abarcar de manera directiva casi la totalidad de la actividad  económica del país. La elaboración de los planes transita por un mecanismo  tergiversado que convierte en un campo de batalla el proceso económico más  importante del sistema. En este las autoridades de las empresas y organismos –  empleando los más disímiles ardides – compiten por obtener la mayor cantidad  posible de recursos de los niveles superiores, amparados en la legitimidad de  la defensa de los intereses sociales por los cuales responden. La práctica  histórica ha implantado un proceder a través del cual las unidades de base  informan capacidades subestimadas y necesidades sobrestimadas, mientras los  niveles centrales asignan recursos por debajo de lo solicitado y exigen metas  superiores a las planificadas por la base. Los principales argumentos para la  discusión provienen básicamente del desempeño durante el año anterior, el cual  se exige sea perennemente superado y con un menor empleo de recursos. Cada  parte es consciente de la filosofía de la otra con lo cual el proceso se  convierte en realidad en un acto de negociación, cuyo resultado final es  determinado centralmente de forma administrativa. 
    Por  otra parte, se introducen severas distorsiones con la coexistencia  desarticulada – en ocasiones caótica – de formas de medición y gestión  económica basadas en magnitudes físicas, con análisis basados en magnitudes  financieras, cuyo origen se encuentra en el diseño funcional de las  instituciones, así como en la idea subyacente en torno al concepto de  planificación. Por ejemplo, mientras al Ministerio de Finanzas se le atribuye  la soberanía sobre la elaboración, ejecución y control del presupuesto en cup, se encarga al Ministerio de  Economía de los recursos materiales y las  divisas, a través de la asignación de los cuc y del manejo discrecional de la capacidad de estos para la  compra de divisas externas. Como consecuencia, el funcionamiento físico de la  economía presenta inconsistencias con su dimensión financiera, debido al  elevado nivel de intervenciones administrativas. La disfuncionalidad que se presenta en la base y el rechazo a los temas  relacionados con “el plan y el presupuesto” suceden – entre otras causas – por  incoherencias conceptuales como esta que anulan el carácter científico de la  planificación, obstaculizan su verdadera comprensión y por lo tanto obstruyen  su desarrollo como proceso consciente.
    El primero de los Lineamientos del VI  Congreso del PCC plantea que en el nuevo modelo económico “el sistema de  planificación socialista continuará siendo la vía principal para la dirección  de la economía nacional, y debe transformarse en sus aspectos metodológicos,  organizativos y de control, (…) tendrá en cuenta el mercado influyendo sobre el  mismo y considerando sus características”. Ahora bien, ¿qué implica para el  sistema de planificación continuar siendo la vía principal y a la vez  transformarse?  Conservar la centralidad  de la planificación aceptando la presencia creciente de formas descentralizadas  implica un profundo cambio tecnológico en la concepción y práctica de la  planificación a todos los niveles. Sin embargo, ¿quiénes  dominan hoy la tecnología de la planificación? Por lo general las personas  dedicadas a la práctica de la planificación a lo largo del país cuentan – como  acervo principal – con una experiencia personal de trabajo en esta esfera  durante varias décadas. Por lo tanto, respecto a los métodos y concepciones  actualmente empleados estos especialistas corren el riesgo de padecer el  fenómeno de la “familiaridad acrítica”, teniendo en cuenta que en los últimos  veinte años no ha existido en Cuba un desarrollo desde la academia dedicado a  la investigación sobre esta temática. 
    En la práctica actual, como  interpretación de la exhortación por la máxima dirección del país al incremento  de la efectividad de la planificación, lo que está ocurriendo es una expansión  insostenible del balance físico de productos dentro de la dinámica de  elaboración del “plan”. Esto constituye una  severa inconsistencia, dado el carácter financiero de la inserción externa de  la economía cubana – y no material como en el otrora Consejo de Ayuda Mutua  Económica de las décadas del setenta y ochenta – y dada la precariedad de los  dispositivos de planificación en todas las entidades e instituciones a lo largo  del país. Los métodos de la administración o disposición de recursos para una  economía de guerra, exitosamente desarrollados en el campo de las actividades  militares, pueden resultar completamente contraproducentes si se les pretende  aplicar a la totalidad de la economía de un país, la cual responde a  determinadas regularidades económicas inobjetables. 
    Debido a lo anterior, uno de los principales  retos que debe enfrentar el nuevo modelo de funcionamiento económico cubano – o mejor,  el nuevo socialismo cubano – radica en el desarrollo de  unas sólidas bases científicas para la planificación. 
    Bajo las condiciones actuales y previsibles de la economía  cubana, deberían orquestarse algunas   transformaciones en la forma de regular los procesos productivos. En  primer lugar, tendría que imponerse   resueltamente una planificación de tipo financiero. Los balances  materiales deben reducirse solamente a aquellos renglones limitados desde el  punto de vista de la oferta física, e incorporarse a la ecuación global como  restricciones de capacidad. Luego, el marco  regulatorio tiene que garantizar que los resultados financieros de las  entidades se correspondan con los resultados del sector real. 
    Por otro lado, el incremento de la autonomía empresarial  es esencialmente contradictorio con el predominio de la regulación a través de  directivas verticales. Aspectos de este tipo, entre otros, hicieron fracasar  los intentos descentralizadores de finales de la década del setenta, limitaron  el desempeño de las cooperativas agrícolas impulsadas en los noventa, y  truncaron las potencialidades del perfeccionamiento empresarial. Se impone,  entonces, el fortalecimiento del papel de los incentivos en las tareas  económicas, sustituyendo la discrecionalidad administrativa por un sistema  estable de reglas que responda a principios económicos. En lo adelante, tanto  las actividades que se despliegan con fuerza desde formas no estatales, como el  empresariado estatal que se desempeñe con mayores facultades, solo podrán ser  conducidas a partir de un mayor uso de la regulación indirecta a través de  políticas macro y microeconómicas. 
    Otro gran reto está asociado a la  necesidad de una nueva organización institucional con capacidad real de  responder a las nuevas circunstancias y objetivos. En coherencia con la noción  de una planificación más abarcadora y con alcance social, deberían replantearse  las funciones oficiales del Ministerio de Economía y Planificación, dejándole  solamente aquellas relacionadas con la administración operativa de los  recursos. Por otro lado podría crearse una institución que se ocupe del diseño de la  sociedad a largo plazo, de velar por la coherencia de las políticas dictadas  desde los diferentes ministerios en relación con los objetivos definidos,  involucrando orgánica y sistemáticamente el concurso de los mejores  especialistas, investigadores y académicos de todas las ciencias que impactan  sobre la sociedad. El propósito fundamental  es crear un órgano multidisciplinario capaz de proponer un enfoque integrador  de la Planificación, que trascienda el estrecho marco de la economía y la asuma  como vía para la conducción de la sociedad en su conjunto. Esta institución pudiera  subordinarse a la Asamblea Nacional adoptando un rango similar al de la  Contraloría General de la República.
Peso de las diferentes Fuentes de Distribución de la Riqueza
Para abordar esta variable podemos  comenzar por asumir que sobre la base de la riqueza que genera la sociedad los  individuos buscarán la forma de satisfacer su noción de necesidades. Esta  noción de necesidades estará condicionada por al menos tres dimensiones  básicas: sus requerimientos biológicos de subsistencia; las circunstancias para  la reproducción de su vida social, determinadas por su entorno socioeconómico;  y la configuración de sus expectativas de modo de vida, lo cual incorpora un  componente esencialmente subjetivo. Para la satisfacción de estas necesidades  los individuos deben acceder a un conjunto de bienes y servicios – ya sean  materiales o espirituales, individuales o colectivos – los cuales, dada la  existencia de la división social del trabajo y la imposibilidad de la  autosuficiencia, son un producto de la riqueza creada con el trabajo conjunto  de la sociedad.
    La supervivencia del camino socialista  descansa, entre otros, sobre la posibilidad de hacer corresponder de manera  sostenible la producción de la riqueza social con la noción de necesidades de  sus individuos. En este sentido, la expansión de la riqueza creada debe  acompañarse de la promoción de expectativas de consumo socialmente  responsables, acordes con una racionalidad diferente a la del consumismo  sistémico del capitalismo. 
    Ahora bien, ¿de qué forma es distribuida  a cada individuo esta riqueza resultante de la creación colectiva? Dada la  inobjetable convivencia de diferentes formas de propiedad coexistirán también,  de manera inevitable, diferentes Fuentes  para la Distribución de la   Riqueza, cuyo peso relativo puede asumirse como el sexto  eje articulador del modelo de funcionamiento. 
    La primera y paradigmática forma –  tomando en cuenta el punto de partida y los derroteros de la sociedad que se  pretende construir – resulta justamente aquella que relaciona el grado de  satisfacción de las necesidades del individuo con su contribución a la creación  de la riqueza social. En este caso, la distribución  en correspondencia con la calidad, cantidad y resultados de trabajo, debe  aparecer como la forma fundamental. 
    Por otra parte se encuentra la que se  realiza a través de los llamados Fondos  Sociales de Consumo, cuyo criterio asignativo ofrece acceso a bienes y  servicios directamente, pretendiendo la satisfacción de necesidades  independientemente del esfuerzo del individuo. Esta vía, como explicara Marx en  su Crítica al Programa de Gotha, es  esencial en la justeza del sistema socialista. Sin embargo, una  interpretación erróneamente simplificadora de la compleja heterogeneidad  social, convierte esta forma de distribución en un mecanismo potenciador de  desigualdad, al ofrecer tratamientos iguales a sujetos desiguales. 
    Finalmente, persisten otras formas de  distribución que se pueden clasificar como apropiación  de trabajo ajeno, entre las que se encuentran la explotación de fuerza de  trabajo, la apropiación ilícita de recursos ajenos, los privilegios o prebendas  institucionales, así como los donativos, entre otras fuentes no asociadas  directamente a la trascendencia del trabajo aportado.
    En cuanto a Cuba se refiere, el modelo consolidado  durante los años ochenta se encontraba sostenido por un ideal de igualación  artificial, al decir de la socióloga cubana Mayra Espín, “debido a políticas en  exceso homogeneístas, que no tomaban en cuenta el diferente punto de partida de  los distintos grupos sociales”. 
    Durante esta  década, alrededor del 95% de los ocupados trabajaban para el sector estatal  mientras se calculaba que el 80% de los ingresos de la población se obtenía por  la vía salarial. El salario se erigió sobre un sistema con muy estrecho  diapasón, en el cual las escasas diferencias remunerativas se centraron más en  la calificación obtenida y la experiencia laboral, y menos en los esfuerzos y  resultados de trabajo. En 1985 se estimó que solo un 49% el consumo total de  bienes y servicios se obtenía como resultado del trabajo, mientras el 51%  restante era atribuible a subsidios y gratuidades contenidos en los fondos  sociales de consumo. 
    En las condiciones  actuales, aunque los cálculos sobre las fuentes del consumo final resultan  complejos, no es difícil percibir que el trabajo continúa siendo relegado. La  alta ponderación de las vías colectivas de consumo – con tendencia  igualitarista – que caracterizó la política social desde las primeras décadas,  se profundizó con los esfuerzos por distribuir los impactos de la crisis  durante la década de los noventa, así como en las políticas impulsadas con  posterioridad al año 2000.
    A ello se agrega la  proliferación, a partir de estos años, de diversas fuentes de acceso a bienes y  servicios no relacionadas con la trascendencia social del trabajo aportado. Esto  dos elementos, combinados con el escaso poder de compra del salario estatal,  constituyen posiblemente el principal perjuicio a la legitimidad del socialismo  en Cuba, y se yerguen en causas esenciales de los actuales – e históricos –  bajos niveles de intensidad del trabajo. Valórese que en el año  2009 solo el 49% de los ingresos monetarios de la población provenían del  trabajo en entidades estatales, a pesar de que – como se señaló anteriormente –  cerca del 84% de la población empleada trabajaba para este sector. Mientras  tanto, los sectores privado y cooperativo constituían el 20% de las fuentes de  ingresos, y el 31% restante provenía otras de fuentes no clasificadas.
    El nuevo modelo económico y social tiene que ofrecer a  los individuos alternativas para construir sus proyectos de vida en  consistencia con los objetivos de la construcción socialista. Durante la década  del 70 y 80 las aspiraciones de vida de los jóvenes de la época eran claramente  realizables en los marcos de la aspiración colectiva, pues las reglas  implícitas de movilidad social tributaban claramente a los objetivos del  proyecto de nueva sociedad. Sin embargo, a partir de la crisis cubana de fin de  siglo, el impactado proyecto social resurge con una capacidad muy lacerada para  ofrecer oportunidades de inserción y prosperidad individual a partir de lo  aportado laboralmente, cuestionando – incluso – las posibilidades de solventar  necesidades vitales en los marcos de la legalidad. Se generaron, entonces,  señales perversas conducentes a la aceptación a nivel social de valores  inconsistentes con los paradigmas emancipatorios históricamente defendidos por el  socialismo. 
    Las opciones reales para la solución a  necesidades perentorias quedaron reducidas a unas pocas alternativas. Una de  ellas es la ubicación en puestos claves de instituciones o empresas con  potencialidades para el acceso a recursos extra-salariales, incluyendo los  bienes o servicios que forman parte de esquemas de distribución oficialmente  institucionalizados, identificables bajo la categoría de privilegios o  prebendas.  Esto no significa que todas las personas que  ascienden a través de este tipo de puestos estén movidas por intereses de  realización personal. La disposición al sacrificio por el bienestar colectivo –  simbolizado en el paradigma guevariano – forma parte de los valores fomentados  durante varias décadas de Revolución, y aún determina el actuar de muchos  funcionarios, dirigentes y trabajadores en general. Sin embargo, el intento de  compensar las limitaciones del mecanismo de distribución a través de formas administrativas discrecionales amenaza con anular el carácter transformador de algunos funcionarios, y su  sistema decisorio puede permearse por un instinto de conservación que tiende a  evolucionar sobre ribetes clasistas, aún de manera inconsciente.
    Mención aparte merece el florecimiento, desde  determinados puestos laborales, de fenómenos altamente lacerantes como la  apropiación ilícita de recursos, el tráfico de influencias, y la aparentemente  idiosincrásica acumulación de capital relacional como garantía de largo plazo.  Algunos de estos puestos – en sectores como la gastronomía, el turismo, la  distribución de combustible, las direcciones de vivienda, la esfera comercial, entre  otros – incluso llegan a cotizarse a grandes montos en mercados subrepticios,  dado su elevado potencial retributivo. He aquí, posiblemente, la principal  forma de explotación del trabajo ajeno existente en la actualidad, así como la  principal amenaza a la supervivencia de los valores sistémicos. 
    Las restantes vías con alguna capacidad de  ofrecer posibilidades de prosperidad individual, radican en el desempeño de  actividades económicas privadas independientemente de su legalidad, y en la  para nada despreciable emigración económica, ausente en las discusiones  oficiales en torno al VI Congreso del PCC.
    Evidentemente lo anterior debería estar en el punto de mira de la política  económica. El aspecto neurálgico en esta realidad lo conforman las condiciones  extremas de no realización de la propiedad social que vienen imponiéndose en  Cuba. Ante ellas el trabajador estatal, más allá de no sentirse propietario de los medios de producción, comienza a  identificar antagonismos con el Estado como su empleador, e incluso puede asumir  su relación con él como un conflicto de clases, dada la herencia cultural del  sistema anterior, las influencias del entorno internacional capitalista y los  propios errores internos en la construcción de la nueva sociedad. 
    De esta manera, la sociedad cubana contemporánea emerge con una  fragmentación mucho mayor, con estratos y hasta clases sociales mejor  diferenciados, cuyos niveles de consumo parecen estar cada vez más asociados a  cuál sea la fuente de ingreso correspondiente. Por lo tanto, el reordenamiento  de las fuentes de distribución constituye un aspecto estratégico para la  persistencia sistémica del socialismo. Los ingresos reales personales provenientes  del trabajo, deben alcanzar magnitudes congruentes con los requerimientos de  estimulación para la llamada productividad. Esto significa garantizar las  condiciones básicas de la reproducción de la fuerza de trabajo y satisfacer las  expectativas del modo de vida socialmente aspirado. 
    No es irrefutable la idea de que un aumento en el monto de los salarios  reales estatales en el corto plazo sea estrictamente dependiente de incrementos  en los niveles de productividad. Existen alternativas en el plano del  reordenamiento monetario que permiten otras aproximaciones a la solución  positiva de esta problemática.
VIABILIDAD DEL NUEVO MODELO: CONSIDERACIONES FINALES
Muchos rasgos del llamado nuevo modelo no son en realidad  tan nuevos. En el Informe Central del Primer Congreso del Partido en el año  1975 se plantea lo siguiente: “El sistema que se propone tiene muy en cuenta la  presencia de las leyes económicas que rigen el período de construcción del  socialismo (…). (…) que en las diversas relaciones que se producen en la  economía, funcionen el dinero, los precios, las finanzas, el presupuesto, los  impuestos, los créditos, los intereses y demás categorías mercantiles, como  instrumentos indispensables para poder medir el uso que hacemos de nuestros  recursos productivos (…); para poder conocer qué empresas (…) trabajan mejor y  poder tomar las medidas correspondientes”. Luego, alrededor de una década más tarde al  pasar revista a lo realmente conseguido durante ese período, Carlos Rafael  Rodríguez afirmaba que “se introdujo una anarquía en nuestras relaciones  sociales debido al uso indebido de lo que habíamos aprobado (…) que podía haber  sido muy útil si lo hubiéramos utilizado bien”. 
    En la  actualidad, el primer problema que enfrenta la implementación del modelo de  funcionamiento propuesto está referido a la imposibilidad de garantizar la  medición certera de los hechos económicos. Aspectos como las inconsistencias  derivadas de la dualidad cambiaria, la regulación material sobre determinados  recursos al margen de su costo económico, además del empleo de mecanismos  administrativos que exacerban fenómenos como la cuasifiscalidad, impiden la realización de un análisis económico  riguroso en cualquier organización empresarial o presupuestada y por lo tanto  también a escala global.
    Un segundo aspecto  está relacionado con la necesidad de establecer cuáles deben ser los  indicadores adecuados para evaluar el desempeño del conjunto de la economía en  su evolución hacia los objetivos de un desarrollo socialista. En este sentido  surgen las siguientes interrogantes: ¿pueden considerarse óptimos los  indicadores convencionales de la Macroeconomía para evaluar el desempeño de la  economía cubana?, ¿se puede medir el éxito – incluso el económico – del  proyecto de desarrollo socialista cubano en términos de Producto Interno Bruto? El debate acerca de los indicadores debe hallar su espacio en la amplia  discusión actual. Resulta imprescindible avanzar hacia la construcción y  utilización de estadísticas que permitan evaluar tres dimensiones  fundamentales: a) la mejora real percibida por la población en su  calidad de vida, b) evolución de la capacidad adquisitiva del  trabajo como principio sistémico esencial y c) indicadores de transformación  estructural que reflejen el avance en la superación del subdesarrollo. 
    En el contexto de la convocatoria a la “actualización”,  como resultado de un poderoso despliegue oficial retroalimentado con la  participación popular, se ha construido un vigoroso consenso sobre la necesidad  de cambiar. Sin embargo, las posibilidades reales de implementar transformaciones  descansan sobre un conjunto de factores que trascienden la voluntad de cambio  de la dirección política del país. Las  reminiscencias de los últimos 50 años de modelo centralizado cuasi estacionario  – últimamente al margen de muchas de las leyes reales de movimiento de la  sociedad – y la intención manifiesta de modificarlo sustanciosamente,  configuran una compleja dinámica de construcción-destrucción de conceptos, que  requerirá varios años de coexistencias y a la vez de inconsistencias y  conflictos naturales.
    En  el proceso de conformación de la nueva institucionalidad requerida son al menos  tres las perspectivas culturales que concurren en  liza de  manera contradictoria. En primer lugar aparece el marco  regulatorio jurídico, o sea, el sistema de normas formales de  comportamiento y regulaciones jurídicas vigentes, que se encuentran en  modificación a partir de los objetivos expresos de las  autoridades de avanzar hacia formas de dirección más plurales, menos discrecionales y con un mayor criterio de  racionalidad económica. 
    Sin  embargo, en franca confrontación se encuentra lo que pudiera llamarse el marco  regulatorio político subyacente, el cual está constituido por el saber hacer enraizado en los funcionarios administrativos y políticos a todos los niveles. En ellos, las prácticas habituales formadas durante  décadas de dirección verticalista han adquirido anclaje cultural convirtiéndose en normas tácitas de comportamiento, que pueden colocarse – incluso  – al margen de lo explícitamente regulado. La  constante superioridad de la discrecionalidad sobre las reglas que predomina en  el acervo directivo, constituye justamente una de las principales barreras para  la auto-transformación del modelo. 
    En  tercer lugar está la más vital de las dimensiones, la que en última instancia  sanciona los valores socialmente aceptados y los convierte en auténticas leyes que  marcan el verdadero curso de la sociedad, lo que aquí se denomina marco  regulatorio social. Este se halla irrecusablemente determinado por las  condiciones objetivas que enfrenta la reproducción social, en cuya tendencia  actual se pueden observar fuertes rasgos inconsistentes con el proyecto  socialista. Los sistemas de educación y la promoción política pueden ejercer influencias  determinantes, pero nunca podrán suplantar el papel de las fuerzas reales de la  cotidianeidad en el establecimiento de normas de comportamiento. 
    Según  afirmara el prestigioso sicólogo Manuel Calviño “no cambian las mentalidades si  las condiciones no lo hacen primero”. Por lo tanto,  transcurrirán varios años antes de que los valores contenidos en el nuevo modelo pasen a formar parte de la  cultura profunda y se expresen en manifestaciones conductuales a escala social.  El necesario equilibrio, la cohesión de la sociedad y en definitiva el aspirado  devenir socialista de la nación, dependerá – en gran medida – de la  aproximación efectiva entre estas tres perspectivas generales y de su  correspondencia con las necesidades de la construcción socialista.
    La implantación del nuevo  modelo deberá lidiar con la amenaza que presenta como únicas alternativas  de alineación el contrapunteo actual en el binomio dogmatismo-pragmatismo. En  oposición a la intransigencia dogmática establecida como herencia cultural del  modelo “único” soviético, se corre el riesgo de transitar al peligroso trazado  del pragmatismo economicista, con capacidad para hacer zozobrar la nave en  ausencia de un profundo debate más esencial acerca de qué deben entender por  socialismo los cubanos del 2011. La definición de qué  rasgos deben caracterizar la sociedad en un tiempo generacionalmente factible,  permitiría avanzar en la reducción de las brechas respecto a esa sociedad meta,  en un contexto de una mayor coherencia entre las políticas económicas,  sociales, ambientales, culturales y educacionales, entre otras tantas  imprescindibles en una concepción integradora del avance de la sociedad. 
    Concluyendo, el  éxito de las ideas al ruedo estará en función de la objetividad y precisión de  la secuencia o ruta crítica que se establezca para la implementación; del  contenido realmente científico en la argumentación de las decisiones, y la insustituible responsabilidad de las ciencias  sociales;  de la preparación en temas económicos de la estructura de dirección estatal y  su disposición real a cambiar el status  quo; y también de la estabilidad de las relaciones económicas externas en  medio de crecientes esfuerzos y oportunidades por subvertir el orden sistémico  doméstico. 
    La principal lección del desenlace de los procesos de  reforma este-europeos es la necesidad de no perder control político sobre la  dinámica de los cambios, impidiendo que las fuerzas reaccionarias accedan a las  bases del poder. Sin embargo, el poder político también se pone en riesgo si el sistema  político no evoluciona. Sería oportuno finalizar recordando que en el abordaje de la  dinámica de la sociedad, la segmentación disciplinaria puede ser funcional a  los efectos del estudio, al análisis o la descripción, pero si el enfoque pretende  un objetivo propositivo, se requiere inexorablemente una aproximación integradora,  que trascienda las fronteras estrechas de lo habitualmente atribuible al  universo de lo económico. 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS