Vocabulario de economía política

 

  Dr. D. José Piernas Hurtado

Exposición de la nomenclatura y de los principales conceptos de esa ciencia.

 

T

 

Tasa.—La limitación de los precios ó fijación de un máximum, hecha por la autoridad pública.

La tasa, encaminada á favorecer el interés de los consumidores, y á impedir la carestía de los productos, es injusta y anti-económica porque ataca el derecho de propiedad, y completamente ilusoria porque no consigue resultado alguno, y á lo sumo produce un efecto contrario del que busca. Los precios se determinan en virtud de circunstancias que no pueden estimar los reglamentos, y por su movilidad continua rechazan la fijeza que quiere darles la tasa. Cuando se señala á los artículos de riqueza un precio menor que el corriente, los productores eluden el mandato fácilmente, y si se ven obligados á cumplirle, ocultan y exportan su mercancía, ó, en último caso, abandonan la industria cohibida y tiene lugar una carestía mayor y más duradera que la que quiso evitarse. (V. Interés.)

Tierra.—Es económicamente uno de los agentes naturales, ó elementos de la producción.

La tierra se convierte en producto mediante los trabajos de ocupación y roturación, que hacen posible el cultivo del suelo ó su aprovechamiento en cualquiera otra forma. Como capital, la tierra contribuye á la producción y es retribuida de igual suerte que las otras especies de capitales. La imitación del suelo no es un obstáculo para la propiedad, sino muy al contrario uno de los fundamentos que ésta tiene. (V. Renta.)

Trabajador.—Es todo el que dedica sus facultades á la realización de un bien, cualquiera que éste sea.

Suele emplearse la palabra trabajador en dos sentidos igualmente viciosos: unas veces se dice del que vive consagrado á las tareas económicas, y en oposición al que ejerce alguna de las llamadas profesiones ó artes liberales, y otras veces se califica de trabajadores á aquellos que no son capitalistas, que no disponen más que de ciertas aptitudes.

Hay sin embargo, en eso, no sólo inexactitud, sino ocasión para deducciones peligrosas. Aparte de que no existo trabajo alguno, que sea exclusivamente espiritual, el que ejercita facultades intelectuales, se esfuerza, es útil y trabaja lo mismo, que aquel que obra mediatamente sobre las cosas sensibles. Si se quiere una denominación, que distinga á los que hacen operaciones manuales, del médico, del gobernante ó del músico, debe llamarse á aquéllos no trabajadores sino industriales. El capitalista por el mero hecho de serlo concurre á la producción con elementos que son indispensables para ello y trabaja también, sobre todo si maneja y aplica directamente los medios de que dispone. Dentro ya de la industria, el opuesto al capitalista es el asalariado, el obrero.

Si se niega á las clases más cultas de la sociedad la cualidad de trabajadoras, es inevitable luego el reconocer que no tienen derecho a participar de la riqueza, y que viven por tanto á expensas de las otras clases, que se dicen Laboriosas. Creíase en otros tiempos, que los oficios mecánicos degradaban, que eran incompatibles con la dignidad moral y la capacidad jurídica; suponiendo ahora que sólo los obreros trabajan, que sólo ellos son útiles, y que los demás han de estar á merced suya, se comete una injusticia, que cambia las posiciones; pero que es en el fondo igual y tan grande como fué aquella.

Trabajo.—Consiste en el ejercicio de nuestras facultades aplicado á la consecución de algún fin racional y es condición precisa del desarrollo y progreso humanos en todas las esferas. No es, por tanto, todo trabajo económico, sino únicamente aquel que se propone la satisfacción de las necesidades de este orden.

El trabajo es el principal de los elementos productivos, el que con verdad puede llamarse agente, porque hace efectiva la utilidad de las cosas, engendra los capitales y ordena y dirige, en suma, la obra de la producción. Pero el trabajo, aunque es el origen de la riqueza, no siempre la consigue; resulta estéril ó improductivo cuando no conoce bien el fin á que se aplica ó no maneja con acierto los medios necesarios.

Dividese el trabajo económico en físico é intelectual, según que en él predomina la acción de unas ú otras facultades, ya que dada la unidad de nuestra naturaleza no es posible que obre ninguna de ellas aisladamente, y esto da lugar á una jerarquía de los trabajadores, que los distingue por la mayor ó menor elevación de las facultades que ejercitan en la industria, y se señala á cada uno de ellos distinta recompensa.

Depende, pues, la productividad del trabajo: 1.º, de la inteligencia con que opera; así, el maquinista de un ferrocarril obtiene mucho más producto en el trasporto que el arriero ó el conductor de diligencias: 2. °, siendo iguales las facultades del trabajador, el resultado esta en razón directa de la intensidad del esfuerzo; de dos maquinistas que guían trenes, producirá más el que preste un servicio más difícil y asiduo; y 3.º, á igualdad de facultades y de esfuerzo corresponderá un valor proporcionado á la naturaleza de los medios que el trabajo emplea; en los industriales de que venimos hablando, la producción estará influida por las condiciones de la vía, de la locomotora, del combustible, etc.

El progreso económico, haciendo cada día más espiritual y menos físico el trabajo, aumenta su dignidad y su eficacia.

Conviene repetir que el trabajo económico es ley de nuestra naturaleza; se funda en el deber, porque asignándole como único motivo el interés ó la satisfacción de las necesidades, se llega á la consecuencia equivocada de que pueden eximirse de trabajar económicamente aquellos que logran por otro medio los bienes materiales.

Tratados de comercio.—Son los convenios á que ajustan los pueblos sus relaciones mercantiles.

Los tratados suponen la reglamentación, la intervención del Estado en el comercio internacional, porque el libre cambio no ha menester de pacto, ni estipulación alguna. Esos convenios representan todavía la idea del antagonismo de los intereses nacionales y han sustituido á las luchas armadas por motivos comerciales, las intrigas de la diplomacia y la guerra de las tarifas arancelarias.

El sistema que condenaba las importaciones y quería favorecer la exportación, no podía realizarse. Cada pueblo ha visto cerrados para su industria los mercados extranjeros, y ha necesitado para que se le franqueen, manifestarse dispuesto á abrir los suyos; de aquí, las concesiones mutuas, la libertad de importar, otorgada como por excepción y privilegio, y la multiplicación de esas negociaciones, que buscando siempre la reciprocidad, han empezado por destruir las prohibiciones y se aplican ahora a la reducción de los derechos de Aduanas.

Los tratados de comercio se fundan en la protección, la invocan y hasta pretenden asegurarla; pero van fatal é inevitablemente, al libre cambio. Por eso los proteccionistas los combaten con afán y los libre cambistas los promueven con entusiasmo.

 


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