Contribuciones a la Economía

 

 

"Contribuciones a la Economía"
es una revista académica mensual
con el Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas ISSN 1696-8360

 

BEATRICE WEBB Y SU INFLUENCIA COMO ECONOMISTA

José Luis Ramos Gorostiza (CV)
ramos@ccee.ucm.es

Resumen:

Beatrice Potter Webb (1858-1943) es seguramente la economista que mayor influencia práctica ha ejercido. Del trabajo mano a mano con su marido Sidney Webb no sólo nacieron más de cien libros y artículos, sino que también vieron la luz destacados informes parlamentarios –como el Minority Report– que marcarían algunas de las claves de lo que iba a ser el Estado del Bienestar en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, los Webb crearon y tutelaron la London School of Economics and Political Science, que desempeñó un destacado papel en la profesionalización de la Economía y en su consolidación como disciplina autónoma. Pero lo más importante quizá sea que Beatrice y Sidney, junto con otros fabianos, guiaron intelectualmente la creación del Partido Laborista británico al margen de los postulados marxistas y revolucionarios, sentando así las bases del socialismo democrático y moderado de nuestros días.   


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Ramos Gorostiza, J.L.:
"Beatrice Webb y su influencia como economista" en Contribuciones a la Economía, octubre 2003 en http://www.eumed.net/ce/


 1. Introducción 

            La obra de Beatrice Potter Webb (1858-1943) es difícilmente clasificable desde los cánones actuales de estrecha especialización, pues abarcó la historia económica, la metodología de las ciencias sociales, el análisis de las instituciones políticas, el estudio crítico de las teorías económicas, la reforma legal práctica, y la investigación sociológica aplicada.

En cualquier caso, es seguramente la “economista” que mayor influencia práctica ha ejercido, una influencia que en cierto modo todavía se deja sentir en nuestros días. Del trabajo mano a mano con su marido Sidney Webb no sólo nacieron más de cien libros y artículos –relacionados, por ejemplo, con las condiciones de vida de la clase trabajadora, la historia del sindicalismo, el gobierno local o el cooperativismo–, sino que también vieron la luz destacados informes parlamentarios –como el Minority Report– que marcarían algunas de las claves de lo que iba a ser el Estado del Bienestar en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial, anticipando de forma clara el actual diseño del sistema de seguridad social. Asimismo, los Webb crearon y tutelaron una prestigiosa institución aún hoy en funcionamiento, la London School of Economics and Political Science, que desempeñó un destacado papel en la profesionalización de la Economía y en su consolidación como disciplina autónoma. Pero lo más importante quizá sea que Beatrice y Sidney, junto con otros fabianos, guiaron intelectualmente la creación del Partido Laborista británico al margen de los postulados marxistas y revolucionarios, sentando las bases del socialismo democrático y moderado de nuestros días.   

           

2. Los años de formación

Beatrice Potter nació el 2 de enero de 1858 en Standish House, cerca de Gloucester. Era la octava hija de un rico empresario industrial y del ferrocarril de Liverpool –Richard Potter– y de una mujer inteligente y de buena familia educada en la tradición utilitarista –Lawrencia Heyworth–, que murió en 1882 cuando Beatrice sólo contaba 24 años de edad. Lawrencia poseía una buena formación y tenía ambiciones intelectuales, pero hubo de renunciar a ellas tras su matrimonio. Éste sería un factor de unión entre Beatrice y Lawrencia en los últimos años de vida de ésta, tras unas relaciones madre-hija marcadas por el distanciamiento.

En vez de a la pequeña Beatrice, los Potter hubieran deseado tener un varón, y por eso, cuando poco después de ella nació Dicky, el niño largamente esperado, todas las atenciones se centraron en él. Pero el chiquillo sólo vivió dos años, y tras su desaparición Lawrencia delegó en gran medida el cuidado de Beatrice y de Rosy –la siguiente hermana– en la niñera, “Dada”, una persona cariñosa y entregada que ocupó un lugar central en la infancia de Beatrice.

Parece ser que Beatrice no era una niña que se encerrase con facilidad a estudiar. Su madre incluso llegó a considerarla como la única de sus hijos que tenía una inteligencia por debajo de la media. Por otra parte, una infancia y primera adolescencia solitarias y algo aisladas quizá pudieron estar en el origen de ciertos trastornos psicosomáticos –manifestados en neuralgia, tendencia depresiva, etc.– que luego volverían a reaparecer en varios momentos de la vida de Beatrice[1]. Para superar esta situación, la joven buscó consuelo en el estudio de las distintas religiones y en la elaboración de un diario –que llevaría hasta su muerte–, y poco a poco también fue tomando su educación más en serio animada por su padre. 

Debido en gran medida a su delicada salud, Beatrice nunca recibió una educación formal al uso. Fue prácticamente una autodidacta que se formó leyendo libros de la extensa biblioteca de su padre sobre filosofía, ciencias y matemáticas. En concreto, dos de los autores que dejaron en ella una huella más profunda fueron Auguste Comte y Herbert Spencer. Éste último era amigo de su padre y –como muchos otros intelectuales británicos de la época– visitaba la casa de los Potter con cierta frecuencia, lo que dio a Beatrice la oportunidad de entablar largas conversaciones que seguramente influyeron de forma notable en su posterior interés por la sociología y la investigación social con un fuerte componente “empírico” e histórico: era necesario el contacto directo con los hechos, en tanto que el estudio del pasado se justificaba en la medida en que ello pudiera ayudar a una mejor comprensión de las situaciones presentes. También parece que fue en este periodo inicial cuando Beatrice llegó a la temprana conclusión de que “el propio sacrificio por el bien de la comunidad era la más grande de todas las características humanas”. Esta actitud contrastaba abiertamente con la moral victoriana de la época, donde la suerte de cada hombre se veía básicamente como el resultado de sus propios actos, de los que debía asumir las consecuencias; así, la pobreza se relacionaba en gran medida con la pereza y la incompetencia, y su único verdadero remedio radicaba en el trabajo duro.

Siendo ya una mujer joven, Beatrice colaboró en las empresas de su padre durante seis años, lo que sin duda debió ser una valiosa experiencia en el conocimiento directo del mundo de los negocios que le llevó a cuestionar seriamente sus supuestos de funcionamiento. Asimismo, hay que destacar los amplios viajes por Europa que realizó junto a diversos familiares, otra lección importante a la hora de abrir su mentalidad. Por otra parte, cuando todas sus hermanas mayores se casaron, y habiendo muerto su madre en 1882, Beatrice tuvo que asumir las responsabilidades familiares –dados los repetidos problemas de salud de su padre desde 1885–, convirtiéndose así en una persona muy independiente. 

En cualquier caso, con el bagaje que acaba de describirse parece claro que a priori Beatrice no parecía destinada a seguir la senda propia de una refinada señorita de la época: casarse con un hombre de destacada posición, organizar el hogar y cuidar de la buena educación de los hijos, acompañar al marido en la intensa vida social, participar en las actividades caritativas de la iglesia, etc.   

3.      Interés por la reforma social, primeras investigaciones y visión de la Economía

En 1883 el padre de Beatrice, Richard Potter, decide unirse a la “Charity Organization Society”, que –de acuerdo con el ideal cristiano– pretendía proporcionar ayuda a los más pobres. Beatrice marcha entonces a Londres y se involucra en las actividades de la organización, conociendo de primera mano las durísimas condiciones de vida en la miseria. Más tarde, visita a unos conocidos de su antigua niñera en Bacup (Lancashire), y allí se disfraza, haciéndose pasar por la hija de un granjero galés y viviendo como miembro de la clase trabajadora durante unas pocas semanas. Ello le permite apreciar la importancia práctica de la regulación de las condiciones de trabajo en las fábricas (Factory Acts); también le llama la atención el buen funcionamiento de algunas cooperativas, lo que de algún modo contrastaba con la idea del darwinismo social defendida por Spencer.

De vuelta a Londres, participa de nuevo en actividades de apoyo a los pobres. Pero enseguida se da cuenta de algo fundamental: la solución no está en los métodos propios de la caridad victoriana –que ofrecía una ayuda escasa, fragmentada e ineficiente, atrayendo más indigentes a barrios ya sin empleo y demasiado miserables– sino en transformar radicalmente los bajos estándares de educación de los pobres, sus condiciones sanitarias y sus posibilidades de acceso a viviendas dignas. Y para llevar a cabo una labor de este tipo era preciso, antes de nada, contar con suficiente información: observar y diseccionar los hechos. Y es que en aquel momento –en opinión de Beatrice– los únicos documentos disponibles para el estudio de la sociedad eran las novelas tipo Dickens.

Es precisamente por esta época, en 1882, cuando Beatrice conoció en una fiesta-cena a Joseph Chamberlain, un distinguido líder político del partido Liberal de 47 años de edad. Se enamoró de él, dispuesta a convertirse en su tercera esposa. Sin embargo, todo terminó definitivamente en 1886, cuando él respondió en negativo a una carta en la que ella le declaraba de forma abierta sus sentimientos. Lo cierto es que, aunque Chamberlain era un hombre de personalidad arrolladora, “lleno de energía y magnetismo personal”, nunca hubiera aceptado a Beatrice como una igual en lo intelectual, algo que ella misma pudo comprobar bastantes años después, al encontrárselo casualmente en un tren acompañado de su mujer americana (de la que por otra parte se acabaría divorciando). Quizá por esta razón, Beatrice escribió con cierto alivio en su diario, el primero de enero de 1901: “mi intelecto no sólo se mantuvo libre, sino positivamente hostil a su influencia”.

El desengaño amoroso condujo a Beatrice a centrarse de lleno en el estudio de las cuestiones sociales. Poco antes de su ruptura sentimental se había trasladado a Londres con objeto de trabajar como ayudante de investigación de su primo Charles Booth, un destacado reformador social que por entonces estaba embarcado en un estudio empírico de enorme envergadura sobre las condiciones de la clase trabajadora en Londres[2]. A Beatrice, en concreto, le tocó analizar a los trabajadores de los muelles de East End, la inmigración judía y la explotación laboral en los talleres textiles. El resultado fueron varios artículos publicados en la revista Nineteenth Century. Los trabajos tuvieron cierto impacto, y al poco tiempo de su aparición Beatrice fue llamada para dar su opinión sobre la situación en el sector textil en East End ante la Cámara de los Lores. Según ella, el problema estaba en que allí la actividad funcionaba según un sistema “putting out”, donde los trabajadores recibían una pequeña cantidad por pieza completada y las condiciones de trabajo escapaban por completo a las reglamentaciones establecidas por las “Factory Acts” y al control sindical. En su afán por contar con información fidedigna sobre la situación, Beatrice había llegado incluso a disfrazarse de chica trabajadora, solicitando empleo en varios pequeños talleres textiles.

La investigación sobre los muelles de Londres también fue interesante para la joven reformista. En el verano de 1889 se produjo una huelga reclamando  unas decentes condiciones de vida para unos 3.000 obreros y Beatrice quedó muy impresionada por el suceso: quizá los trabajadores no se habían mostrado capaces de crear una organización permanente, pero sí habían dado muestras de gran capacidad para la acción común, despertando las simpatías y el apoyo de muy diferentes grupos sociales de esa zona de la ciudad, como artesanos especializados, comerciantes, prestamistas o taberneros.   

Beatrice sacó algunas conclusiones interesantes de su etapa junto a Booth. Aprendió a combinar adecuadamente la observación personal con el método estadístico. Se dio cuenta de la importancia del movimiento sindical para la mejora del estatus de gran parte de la población. Y llegó a la idea de la responsabilidad compartida por los males sociales: el trabajador textil  de East End no sólo estaba explotado por los dueños de los talleres, sino por todo aquel –hombre, mujer o niño– que consumía el producto de su esfuerzo. La miseria era una enfermedad de la sociedad.

Otra de las áreas que atrajo el interés de Beatrice en estas fechas fue la del cooperativismo, por lo que asistió a congresos sobre el tema y estudió la historia y la teoría de la cooperación humana. Como ya se ha dicho, le interesaba especialmente el buen funcionamiento mostrado por las sociedades cooperativas que operaban en la mayor parte de las ciudades industriales británicas, y por fin se decidió a escribir un libro sobre el tema –que luego se publicaría en 1891 con el nombre de El movimiento cooperativo en Gran Bretaña[3]. Beatrice llegó a pensar seriamente que la respuesta al problema de la pobreza estaba en una sociedad basada en instalaciones industriales autogestionadas, donde los propios trabajadores fueran dueños del capital –desapareciendo así la figura del empresario capitalista. Veía las cooperativas como una forma de asociación democrática, un elemento más del gran movimiento hacia la Democracia Industrial que había caracterizado la historia de la clase trabajadora británica del siglo XIX (Polkinghorn y Lampen, 1998: 57). Esta gran fe en el cooperativismo la encontramos también, de forma muy marcada, en otro famoso economista decimonónico, Léon Walras.

Resulta curioso que Beatrice se interesara tanto por el movimiento cooperativista y sin embargo hiciera caso omiso del sufragista, que por entonces era otro de los aspectos destacados de la sociedad británica. Beatrice llegó incluso a firmar el manifiesto anti-sufragio promovido por la escritora Mrs. Humphrey Ward, algo que enfureció a la economista Millicent Fawcett, sufragista convencida. La pregunta es inmediata: ¿por qué una mujer como Beatrice, independiente y de ideas sociales avanzadas, tomó esta extraña postura? Polkinghorn y Lampen (1998) aportan tres posibles razones. Primero, Beatrice era una intelectual rica que nunca se había sentido discriminada. Segundo, no le interesaba la política más allá de lo directamente relacionado con la reforma social y no veía la necesidad de votar. Y tercero, la influencia de las ideas de Spencer sobre la evolución social pudo también contribuir a su falta de atención hacia el asunto del voto femenino.

A finales de la década de 1880 Beatrice dedicó también especial atención al estudio de la economía política. Aunque la consideraba una materia odiosa –según manifiesta en su diario en una entrada del 2 de julio de 1886– se daba cuenta de que debía dominarla. De este trabajo nacerían dos artículos: “La historia de la economía inglesa” y “La teoría económica de Karl Marx”. Por un lado, Beatrice –desde una concepción interdisciplinar– se rebelaba contra la tendencia dominante a tratar la economía política como una materia autocontenida, independiente y altamente abstracta. Ella entendía que debía considerarse una rama inseparable del estudio global del comportamiento humano en la sociedad y de las instituciones sociales. Además, cualquier intento de construir una ciencia social debía estar fuertemente fundado en la inducción a partir de una investigación empírica rigurosa. El problema último era cómo usar los hechos para generar una teoría relevante en términos de políticas prácticas; así, por ejemplo, la medición sistemática de la pobreza urbana debía servir de guía para la reforma legal. Por último, con respecto a Marx, Beatrice rechazaba su teoría del valor trabajo por presuponer que los deseos económicos siempre estaban presentes. Es decir, no bastaba incurrir en un coste de producción en la elaboración de un trozo de tela para crear valor de cambio y la supuesta plusvalía.       

4. El encuentro con Sidney Webb: la formación de un tándem intelectual

Cuando Beatrice estaba trabajando en el tema del cooperativismo, le aconsejaron que se pusiera en contacto con un tal Sidney Webb (1859-1947), que también había investigado sobre esa misma cuestión. Beatrice ya conocía ese nombre, pues había leído con gran interés su contribución a los Ensayos fabianos sobre socialismo. Por su parte, Sidney también había leído algunos de los trabajos publicados por Beatrice hasta la fecha. Es decir, de algún modo –a través de letra impresa– ya existía entre ambos una admiración mutua en el terreno intelectual.

Beatrice y Sidney se conocieron físicamente un día de enero de 1890 y al poco tiempo se hicieron buenos amigos. Pero Beatrice rechazó durante los dos años siguientes las continuas declaraciones de amor de Sidney. Por fin, el 23 de julio de 1892, se casaron. La luna de miel consistió en un viaje a Dublín para comprobar cuál era el funcionamiento de los sindicatos en dichas ciudades.

Según cuenta la propia Beatrice en su autobiografía, Sidney no era un hombre atractivo. Le describe en su primer encuentro como un tipo más bien bajito, de cabeza grande y cuerpo menudo, ojos y boca prominentes, frente despejada, pelo negro algo desaliñado y nariz “judía”, con anteojos y un abrigo negro “muy burgués”. Por el contrario, la propia Beatrice es retratada por Ben Tillet –representante de los trabajadores de los muelles de Londres cuando se produjo la huelga de agosto de 1889– como una joven bella, esbelta y elegante, de carácter despierto, ardiente y un tanto altivo.   

El contraste externo entre los dos integrantes de la pareja debía resultar significativo, y de hecho parece que Beatrice no se sentía atraída en absoluto por Sidney. Como ya se ha apuntado, ella rechazó con claridad sus insistentes demandas de matrimonio durante dos años, primero de forma muy explícita –incluso a veces con cierto enfado– y luego de forma más educada pero no menos taxativa. Sin embargo, cambiando un tanto bruscamente de opinión, Beatrice aceptó por fin la boda en 1892. Su padre, que seguramente se habría opuesto al enlace dadas las opiniones radicales de Sidney y su falta de medios y posición en relación al estándar de la familia Potter, había muerto la víspera de Año Nuevo. Las condiciones en las que Beatrice accedía a desposarse quedan recogidas en su diario privado en una entrada del 20 de junio de 1891: “No estoy ‘enamorada’, no como lo estuve [...] Nuestro matrimonio estará basado en el compañerismo – las creencias comunes y un trabajo común”. Más tarde, en una carta a Sidney, le dejaba las cosas claras: “Te amo – ¡pero amo más mi trabajo!”[4]

            En definitiva, mientras Sidney había quedado prendado desde un principio de los encantos de Beatrice, ésta aceptó el matrimonio por pura conveniencia, quizá esperando que el roce hiciera el cariño. Entre sus razones pudo estar el simple miedo a la soledad, pero también las dudas acerca de la propia capacidad para llevar adelante sola sus ambiciosos proyectos de trabajo intelectual. En este sentido, Sidney se mostró enseguida como un apoyo importante: así, por ejemplo, Beatrice le pedía consejo sobre el mejor modo de afrontar una conferencia o respecto a diferentes aspectos de su libro sobre movimiento cooperativo (que un editor le había propuesto escribir a sugerencia del propio Sidney). Y es que ciertamente Beatrice sentía por Sidney una gran admiración intelectual. Según su propia confesión, lo que más le llamó la atención de él fue su forma de hablar directa, su mente abierta y su carácter imaginativo y afectuoso. Parece ser que Sidney transmitía una sensación de profunda autocomplacencia, la autocomplacencia propia de quien se sabe capaz de pensar mucho más rápido que sus vecinos. Además, su falta de posición social y de atractivo externo –exactamente lo contrario del gran personaje representado por Joseph Chamberlain– le daban, a los ojos de Beatrice, un encanto singular. Por otra parte, no debe olvidarse que la educación de Sidney –formado en el City of London College, en Suiza y en Alemania, donde se especializó en política economía y derecho– era esmerada, y que la sincera relación que éste mantenía con su círculo de amistades, los fabianos, impresionó desde el primer momento a Beatrice. 

            Sidney, funcionario público en la Colonial Office entre 1878 y 1891, compaginaba su trabajo con el activismo reformista, pero después de la boda dejó su puesto y la joven pareja se consagró por completo a la investigación y a la actividad política, viviendo de la renta de 1.000 libras anuales que Beatrice había heredado de su acaudalado padre. Según cuenta ella en su diario (en una entrada del 1 de enero de 1901), decidieron no tener hijos no sólo porque ese dinero no habría dado de sí para mantener con holgura una familia y pagar simultáneamente los gastos de investigación y vida pública, sino sobre todo porque tras muchos sacrificios ella había conseguido transformar su intelecto en una herramienta de trabajo que probablemente el cuidado de los niños habría acabado destruyendo.   

            El domicilio londinense de los Webb se convirtió enseguida en un salón de encendida discusión del ideario socialista. Entretanto, el tándem Beatrice-Sidney empezó a trabajar complementándose a la perfección: parece que Beatrice tenía gran paciencia y celo para el estudio de las instituciones y era una hábil interlocutora de los líderes sociales, mientras Sidney poseía talento natural para escribir y plantear preguntas relevantes de cara a la investigación. Pronto aparecieron los primeros frutos de la colaboración entre ambos cónyuges, encarnados en extensas obras de gran erudición que siguieron la pauta que la propia Beatrice se había marcado a sí misma cuando era soltera: estudiar primero exhaustivamente el sindicalismo, luego el gobierno local, y por último el fenómeno de la pobreza. Así, el primer libro conjunto fue La historia del sindicalismo, publicado en 1894, sobre el origen y crecimiento de los sindicatos entre 1666 y 1920. Para escribirlo, los Webb rescataron del olvido materiales y documentos antiguos de un enorme valor para historia industrial. En cualquier caso, la pretensión de este estudio era servir de introducción al siguiente trabajo en colaboración, Democracia Industrial, de 1897, que versaba sobre la estructura, el funcionamiento y el papel de los sindicatos en la sociedad moderna. En él se defendía que el sindicalismo, con líderes técnicamente formados y una postura responsable en los procesos de negociación colectiva, llegaría a desempeñar una función sobresaliente en la administración de la industria de los estados democráticos, convirtiéndose en auténtico servidor del bienestar colectivo. También se atacaba la teoría del fondo de salarios –de la que se derivaba la futilidad de la reivindicación sindical de aumentos salariales–, que había sido predominante durante casi tres cuartas partes del siglo XIX. Asimismo, se apuntaba ya con total claridad la idea de un Mínimo Nacional, por ley y para todos los ciudadanos, que incluyese aspectos como educación, sanidad, ocio e ingreso salarial. Esta idea se iba a convertir luego en una constante en las obras posteriores de los Webb.     

5.     La Sociedad Fabiana: herederos del socialismo utópico

La conversión de Beatrice al socialismo había empezado allá por 1883, en su etapa en Lancashire, cuando percibió la importancia de las “Factory Acts” y de la actuación del gobierno a la hora de garantizar su cumplimiento. Ni las buenas palabras ni la exhortación a empresarios y trabajadores eran suficientes: la explotación laboral era la consecuencia lógica de permitir la actuación incontrolada de la libre competencia. Como se verá más tarde, Beatrice daría luego un paso más en sus ideas socialistas al defender un ingreso nacional mínimo garantizado de forma legal para todos los ciudadanos, que permitiera llevar una existencia civilizada y sirviera al mismo tiempo de colchón en los recurrentes periodos depresivos que caracterizaban al capitalismo. Por otra parte, la fe de Beatrice en el cooperativismo le hacía confiar en una futura industria controlada por una “democracia de trabajadores”, mientras se afianzaba también su convencimiento de que la persecución del bien común y la eliminación de las prerrogativas de clase y de los intereses sectoriales sólo se podía lograr si los poderes públicos asumían un papel mucho más relevante.

Cuando Beatrice conoció a Sidney, éste era uno de los líderes de la Sociedad Fabiana, un grupo socialista de características muy peculiares. Por entonces –en una entrada de su diario del 15 de febrero de 1890– Beatrice ya se declaraba abiertamente socialista, no tanto por pensar que debían mejorarse las condiciones de las masas trabajadoras, sino sobre todo por creer que “solamente bajo la propiedad colectiva de los medios de producción [podía] llegarse a la forma más perfecta de desarrollo individual, al mayor estímulo del esfuerzo individual; en otras palabras, el completo socialismo [era] lo único consistente con el individualismo absoluto”.

Con todo, Beatrice “reconvirtió” su socialismo al peculiar estilo fabiano: se integró en la Sociedad en 1892, se adhirió fielmente a sus principios y pasó a ser un miembro destacado de la misma durante el resto de su vida[5]. Pero, ¿qué era el socialismo fabiano?

            El socialismo fabiano, que representaba al socialismo no marxista después de Marx, tuvo una  notable y duradera influencia en la transformación social. Emergió como una corriente “heredera” del socialismo utópico de Robert Owen en Gran Bretaña, aunque marcando las distancias con el pasado; el afán de transformar la sociedad era el mismo, pero la concepción del propio cambio era muy distinta: “La característica principal de todas [las propuestas del socialismo utópico] era su carácter estático. La sociedad futura se presentaba como el equilibrio perfecto, sin necesidad ni posibilidad de una futura alteración orgánica. [...] Ahora ningún filósofo busca otra cosa que el desarrollo gradual del nuevo orden partiendo del viejo, sin ninguna discontinuidad ni cambio abrupto” (Webb, 1985[1889]: 58). 

En 1884 un pequeño grupo de jóvenes intelectuales británicos de clase media –incluso media-alta– fundaron la Sociedad Fabiana, escindiéndose de la asociación “La Vida Nueva”, que había sido creada anteriormente por el “profeta” americano T. Davidson con objeto de regenerar la humanidad a partir de la enseñanza de una nueva moral, basada en el amor, la sabiduría y la generosidad. Aparte de Beatrice y Sidney, entre los miembros más destacados de la Sociedad –que en su mayoría no llegaban a los treinta años– estaban el famoso dramaturgo George Bernard Shaw (1856-1950), el politólogo Graham Wallas, G.G.H Cole,  William Clarke, o Annie Besant. Más tarde otro nombre ilustre, el del novelista H. G. Wells (1866-1946), pasaría a engrosar las filas del grupo hasta 1909, en que lo abandonó por la falta de agitación de masas. También el gran economista John Maynard Keynes llegó a simpatizar con la Sociedad, escribiendo algunos artículos periodísticos en el semanario fabiano The New Statesman durante la década de 1910. De él diría Beatrice: “Keynes no trata los problemas económicos seriamente; juega al ajedrez con ellos en sus horas de ocio. La estética es su único culto serio” (Skidelsky, 1998: 16).

            A primera vista se observa que no estamos hablando de un movimiento obrero, sino de un conjunto de personas acomodadas que compartían la idea –en términos de exigencia ética– de la necesidad de una acción comunitaria a favor de los sectores sociales más desamparados. En este sentido, conviene destacar que las crisis industriales que sufrió el Reino Unido en 1873, 1884 y 1887 contribuyeron a sensibilizar a buena parte de la clase media, al poner de manifiesto la difícil situación de los obreros no cualificados, muy afectados por el paro y la irregularidad del empleo.    

Los fabianos –uno más de los numerosos grupos socialistas que aparecieron en aquellos años en Londres y que en general tuvieron una existencia efímera– no nacieron con un programa definido, sino sólo con el objetivo genérico de lograr una sociedad más justa a través de reformas sociales concretas. Los miembros de la Sociedad se dieron un tiempo para prepararse adecuadamente y diseñar sus propuestas. Hasta 1889 no se publican por primera vez los famosos Ensayos fabianos, que puede considerarse el documento programático del grupo, si bien en 1887 habían aparecido ya las “Bases” de la Sociedad.

En este libro se deja traslucir una visión peculiar del socialismo, que tiene muy poco que ver con la del socialismo de corte marxista. Es cierto que los fabianos compartían el escándalo moral de Marx frente a los males del capitalismo –al que veían como causa de la desesperada pobreza, la excesiva desigualdad y las condiciones inhumanas de trabajo–, y también identificaban la institución de la propiedad privada como la principal fuerza motivadora de dichos males (Durbin, 1988: 67). Pero, aparte de esto, diferían en casi todo de la concepción marxiana. Más bien, algunos de sus puntos de vista reflejaban de algún modo los de J.S. Mill, que había intentado tender puentes entre el socialismo y el utilitarismo benthamita.

En primer lugar, más que imponer una determinada concepción del mundo y operar una revolución política, abogaban por reformas sociales graduales, en una actitud claramente pragmática. Precisamente el nombre de “fabianos” viene del general romano Fabius Maximus Cunctator, el “Parsimonioso”, que consiguió sus victorias decisivas frente a Aníbal buscando reflexivamente el tiempo y mejor modo de combate: es decir, los fabianos querían prepararse adecuadamente y actuar en el momento preciso, “ganando como Fabio en la demora” (Gutiérrez y Jiménez, 1985: 20). Se trataba, por tanto, de desarrollar un socialismo de corte reformista, optando por un trabajo “lento” y pacífico en detrimento de cambios dramáticos. ‘Evolución en vez de Revolución’, podría ser una buena síntesis del leitmotiv fabiano. No hay que olvidar que su reformismo está marcado por la austeridad puritana y por el sentido puritano de implicación y responsabilidad ante el mundo concreto en que se vive. Los gobiernos y las instituciones quizá podían destruirse en un solo día, pero conseguir la maquinaria económica y administrativa propia del socialismo llevaría mucho tiempo. Además, en cualquier caso, la progresión hacia el socialismo era inevitable, y ya había habido algunos avances importantes, como era la ampliación del sufragio derivada de las reformas electorales de 1884-5 y la creciente participación estatal en la vida económica[6]. Es decir, a finales del siglo XIX el socialismo no era una utopía, sino “una ola que avanza[ba] ya por toda Europa”: “la corriente principal que ha[bía] estado llevando a la sociedad europea hacia el socialismo durante los últimos cien años [era] el progreso irresistible de la democracia” (Webb, 1985[1889]: 59-60). De algún modo, el fabianismo quería representar una solución de compromiso entre el capitalismo individualista y el socialismo revolucionario.

En segundo lugar, los fabianos entendían que el medio fundamental para llevar a cabo su labor debía ser la educación y la propaganda a través de artículos, folletos, conferencias e instituciones. “Educar, agitar, organizar” era su lema. En este sentido es destacable que el matrimonio Webb fundara en 1895 la “London School of Economics and Political Science”[7] y el semanario político The New Statesman en 1913. Se trataba de influir en la opinión pública no tanto a través de una organización de masas, sino a través de la educación selectiva de unos pocos (profesionales, clases cultas y dirigentes) con el fin de favorecer a medio plazo la puesta en práctica de reformas de gobierno.  Los propios Ensayos son deliberadamente sencillos en lo conceptual, buscando llegar al entendimiento del común de los ciudadanos. Había que “impregnar” a la gente de las nuevas ideas, acelerando el inevitable proceso de desarrollo de la sociedad hacia el socialismo.

            En tercer lugar, en lo teórico los fabianos se mostraron eclécticos. De ellos se ha dicho que “combinaron una onza de teoría con una tonelada de práctica”, sin duda muy influenciados por la Escuela Histórica Británica (Ingram, Toynbee, Cliffe Leslie, etc.). Parece que Shaw contaba con escasos conocimientos de teoría económica, y Sidney Webb –a pesar de haber recibido clases de Edgeworth y Wicksteed– tampoco tenía un fuerte dominio de esta materia. En cualquier caso, los fabianos desecharon claramente desde un principio lo que Shaw llamó la “economía insurreccional” predicada por los marxistas –rechazando de plano la teoría del valor trabajo, con el corolario de la plusvalía y la teoría de la explotación[8]–, pero no intentaron moldear su propia teoría económica. Optaron más bien por adaptar algunos instrumentos de la economía ortodoxa, despreciando las formalizaciones más abstractas como “una completa pérdida de tiempo” (Durbin, 1988: 63). Por su parte, los economistas importantes del período no se pararon a contestar a los argumentos fabianos, simplemente los ignoraron; probablemente, a la manera de Schumpeter, la gran mayoría consideraba el instrumental analítico neoclásico políticamente neutral.

Según Stigler (1979[1965]), en su crítica al sistema de libre mercado los fabianos se centraron en un aspecto menor y no característico del capitalismo como su mayor falla, a saber: la teoría de la renta de la tierra de Ricardo. La influencia básica en este sentido provino de Henry George [9] y sus propuestas de un impuesto único sobre este ingreso “no ganado” (inmoral). Bernard Shaw (1985[1889]: 188) –“convertido” por George en su primera conferencia en Inglaterra– afirma muy gráficamente lo siguiente: “Lo que la consecución del socialismo implica económicamente es la transferencia de la renta de la clase que actualmente la detenta a todas las personas. Siendo la renta aquella parte del producto no ganado individualmente, éste es el único método equitativo de disponer de ella”.

Los fabianos intentaron generalizar –sin éxito– la teoría ricardiana de la renta diferencial a otros ámbitos, como el capital y la cualificación del trabajo. Así, de acuerdo con Sidney Webb, el interés era un fenómeno esencialmente igual a la renta de la tierra: entre los diversos capitales –instrumentos, máquinas, construcciones, etc.– había diferencias de calidad y, por tanto, de capacidad de producción. Lucas Beltrán (1989: 200-1), pensionado en la fabiana London School of Economics durante el curso 1931-32, explica gráficamente el erróneo planteamiento de Webb: “los obreros que trabajan con el mínimo de capital, sin el cual el trabajo no es posible, ganan solamente sus salarios; los que trabajan con mayores capitales, obtienen rendimientos mayores, pero todo el exceso sobre salarios pueden exigirlo y lo exigen los capitalistas en pago de los capitales que prestan. El interés del capital es, pues, como la renta de la tierra, un ingreso diferencial” [10].

            También podía hablarse de una renta de aptitud, esto es, la diferencia entre los ingresos de personas con talentos o conocimientos especiales y los de obreros no especializados con mínima habilidad e inteligencia. Generalmente, esta ability rent era atribuible –según Webb– a la mejor educación que habían podido recibir los hijos de los capitalistas. Pero incluso en el caso de que se debiera a talentos naturales era inadmisible e inmoral desde una perspectiva socialista. Con todo, la renta de aptitud sería la última en desaparecer, pues al principio las personas con educación suficiente para ocupar cargos directivos en las empresas estatales o municipales serían pocas. Sólo con la difusión de la cultura las diferencias de remuneración entre distintas clases de trabajo irían desapareciendo.

El objetivo último de los fabianos era la socialización de todas las rentas económicas por medio de la tributación o la nacionalización, de forma que pudieran ser usadas para fines públicos (seguros sociales, provisión de capital para inversión pública, etc.). De cualquier modo, no deja de ser llamativo que las dos principales corrientes del socialismo moderno tuvieran su origen en teorías de Ricardo: la corriente reformista en su teoría de la renta y la corriente revolucionaria en su teoría del valor fuertemente basada en el trabajo.      

            Para la Sociedad Fabiana, el carácter crecientemente monopolístico del capitalismo era uno de sus principales defectos endémicos, y precisamente por eso tenía interés intentar generalizar la teoría ricardiana de la renta: se trataba de poner de manifiesto las adversas consecuencias distributivas del creciente poder de monopolio en la sociedad capitalista, dado que generaba ingresos económicamente innecesarios y éticamente injustificables. Según Clarke (1985[1889]), con el crecimiento de las sociedades anónimas y la formación de trust la propiedad se convertía en algo cada vez más divorciado de la función empresarial, y el capitalismo en algo cada vez menos acorde con la democracia y el interés público. Ello proporcionaba una clara justificación para la propiedad pública de la industria. Por otro lado, sin embargo, la irresistible tendencia a la concentración empresarial facilitaba las cosas: evidenciaba la dirección colectivista de la evolución social, constituyendo una firme base organizacional e institucional para una eventual sustitución del mercado por el control y la planificación colectivos bajo los auspicios de un sistema democrático parlamentario. Además, la clara tendencia a la separación entre propiedad y control en las sociedades anónimas –donde la gestión quedaba en manos de asalariados– indicaba que la expropiación de las empresas por parte del Estado no tenía por qué suponer un trastorno en su funcionamiento. 

A este respecto es preciso matizar algunos aspectos. Los fabianos siempre fueron claros defensores de la eficacia, rechazando tajantemente la democracia obrera en la dirección de las empresas públicas; ciertamente consideraban socialismo y democracia como términos compatibles que debían ir absolutamente unidos, pero el Parlamento –y no la empresa– era el lugar de representación de los ciudadanos, y la gestión pública debía igualar en eficacia a la privada. Asimismo, al hablar de propiedad pública, más que referirse a una “nacionalización” –que reservaban para un reducido número de industrias y servicios– hacían alusión a la “municipalización”. Dado que las empresas públicas –financiadas a partir de los impuestos sobre las rentas– no tendrían que soportar gastos ni de rentas ni de intereses, podrían ofrecer mejores salarios y condiciones de trabajo que las privadas.

            Por otra parte, los miembros de la Sociedad Fabiana confiaban en una gradual extensión de la propiedad pública porque no creían en el llamado mecanismo espontáneo de la “mano invisible”. El mercado estaba en la raíz de la anarquía económica que caracterizaba los arreglos económicos contemporáneos: las decisiones económicas atomísticas partían de la base de una ignorancia total o relativa, y la consecuencia lógica era la descoordinación y la mala de organización de los medios de producción, con duplicación de plantas y equipos y deficiente utilización de tierra y capital. Igualmente, en el ámbito de la distribución y el intercambio de productos se producía una innecesaria multiplicación de intermediarios y una enorme cantidad de dinero malgastada en dar publicidad a productos rivales[11] (Thompson, 1994: 205). Por todo ello, era precisa –según Sidney Webb– “la gradual sustitución de la anarquía de la lucha competitiva por la cooperación organizada”; la extensión de la propiedad colectiva permitiría una producción ordenada y racional, pero en tanto que aquélla avanzaba, los fabianos proponían impuestos progresivos con objeto de apropiarse de las rentas.

            La interpretación de la historia que hace Webb (1985[1889]) en los Ensayos es económica como la de los marxistas, aunque opuesta a la concepción de la misma como lucha de clases. El socialismo era el aspecto económico del ideal democrático, pero ni la democracia y ni el socialismo eran fruto de la ideología, sino resultado de factores económicos y materiales. Así, por ejemplo, el maquinismo industrial, con el predominio de la población urbana, había matado los últimos vestigios feudales que aún subsistían en Inglaterra a finales del siglo XVIII[12].

Sin embargo, a pesar de esta suerte de materialismo histórico, los fabianos no compartían la creencia marxista de que el capitalismo había de colapsar necesariamente: reconocían que las crisis periódicas eran endémicas, pero estaban más impresionados por el espectacular crecimiento a largo plazo y los beneficios derivados del continuo cambio tecnológico (Durbin, 1988: 67). En este sentido, Schumpeter –en Capitalismo, socialismo y democracia– opina que los fabianos eran el tipo de socialistas que creían en el éxito productivo del capitalismo,  aunque deplorasen sus destructivos resultados entre los más desfavorecidos.

Por otro lado, es importante destacar que en asuntos internacionales la Sociedad Fabiana apoyó una política de corte claramente imperialista, como en el caso de la cuestión irlandesa o en la guerra de los boers: la transición hacia el socialismo sería más fácil y efectiva bajo la administración de un gran imperio común que en multitud de pequeños países independientes.  

  1. La actividad política, el Minority Report y el nacimiento del movimiento laborista

En 1898 el matrimonio Webb emprendió un largo viaje de investigación –de un año de duración– por Norte América, Australia y Nueva Zelanda. El objetivo: descubrir diferentes formas de organización del gobierno local. De esta experiencia y de trabajos similares realizados en Gran Bretaña nacería El Gobierno Local Inglés, una monumental obra en siete volúmenes que irían haciendo su aparición entre 1906 y 1929[13]. Paralelamente, durante estos veintitrés años la vida pública de los Webb fue ganado enteros, hasta llegar a convertirse en personajes de un gran peso político. Y es que en términos generales la actividad política del grupo de los fabianos se hizo especialmente intensa con el cambio de siglo, aunque ya a finales del siglo XIX se hubiera dejado sentir su impronta de moderación: como señala Álvarez Junco en el prólogo a la edición castellana de los Ensayos, con los fabianos el socialismo despegó de la imagen sangrienta y humeante de la Comuna, y concretamente en el Reino Unido –donde la influencia de Owen había sido de hecho mucho mayor que la de Marx– rompió definitivamente “con el hechizo del marxismo”. En palabras de Bernard Shaw, cuando nació el fabianismo el socialismo era un espectro rojo, pero ellos consiguieron transformarlo en un “movimiento constitucional al que podían afiliarse los ciudadanos más respetables, sin poner en peligro el menor resquicio de su posición social o espiritual” (cit. en Gutíerrez y Jiménez, 1985: 30).

            En efecto, pese a sus evidentes carencias teóricas, los primeros fabianos ejercieron una importante influencia en lo que iba a ser el laborismo británico a lo largo del siglo XX: la Sociedad Fabiana –con los Webb a la cabeza– participó activamente en la constitución del Partido Laborista, constituyéndose en “el alma del partido, trabajando por ‘impregnarlo’ todo lo posible de sus ideas y, desde luego, ocupando puestos de responsabilidad dentro del mismo” (Gutiérrez y Jiménez, 1985: 29). En febrero de 1900 se reunieron en Londres representantes de las Trade Unions, del Partido Laborista Independiente, de la Federación Social Demócrata y de la Sociedad Fabiana. Se trataba de discutir la creación de un gran partido obrero tras varias tentativas infructuosas. Por fin, en 1906, nació el Partido Laborista, que en 1922 obtuvo ya más disputados en la Cámara de los Comunes que los liberales, accediendo en 1935 al rango de partido tradicional de gobierno en el sistema bipartidista británico. Poco después, durante los seis años consecutivos en que gobernaron los laboristas –entre 1945 y 1951– casi todos los miembros de los sucesivos gabinetes eran o habían sido en algún momento miembros de la Sociedad Fabiana. Por otra parte, la huella de los fabianos en el revisionismo continental[14]  también fue importante, y tendió a converger con él a medida que éste fue optando por mejoras sociales y económicas a través de medios parlamentarios.

Pero al margen de la influencia ejercida en el desarrollo programático y en la puesta en marcha del Partido Laborista, los Webb participaron de forma muy activa en todo tipo de comisiones parlamentarias, y nunca renunciaron a trabajar estrechamente con otros partidos políticos con tal de sacar adelante las reformas que creían necesarias. Así, por ejemplo, cuando el Partido Conservador ganó las elecciones de 1900, el matrimonio Webb elaboró el borrador de lo que en 1902 se convertiría en la Ley de Educación.

Poco después, en noviembre de 1905, se formó una Comisión Real para estudiar la reforma de los mecanismos de alivio de los pobres en Gran Bretaña. Beatrice fue llamada a formar parte de la misma, trabajando intensamente con sus colegas entre 1906 y 1909[15]. Sin embargo, se mostró muy crítica con las conclusiones finales obtenidas y se desmarcó de ellas, elaborando con Sidney un detallado informe alternativo (el Minority Report) en el que se pedía el fin de la Ley de Pobres de 1834 –por ser un simple “parche” que no activaba medios efectivos de prevención que rompieran con el círculo vicioso de la miseria–, el establecimiento de oficinas de empleo a lo largo y ancho de toda Gran Bretaña –con objeto de lograr un uso eficiente y coordinado de los recursos laborales del país–, y la mejora de servicios esenciales tales como educación y salud. A este respecto, plantearon establecer el llamado “estándar mínimo de vida civilizada”, esto es, un mínimo nacional en salud, vivienda, ingreso, ocio y educación, que luego sería calificado por Lord Beveridge como la principal contribución de los Webb al pensamiento social[16]. De hecho, se trataba del primer ‘libro blanco’ sobre un sistema de seguridad social de la cuna a la tumba, que incluía un sistema de pensiones de ancianidad, una provisión presupuestaria para el alivio médico que fuese administrada por las autoridades públicas sanitarias, y un programa contra el desempleo. En definitiva, la responsabilidad de la sociedad en su conjunto en la labor de prevenir del desamparo en toda circunstancia delicada – infancia, ancianidad, enfermedad, analfabetismo o desempleo– una vez identificada la ‘línea de la pobreza’ (Polkinghorn y Lampen, 1998: 65). Es importante insistir en que en el amplio esquema de seguridad social diseñado por Beatrice se rechazaba la seguridad obligatoria y contribuyente (modelo Bismark), abogando a cambio por una seguridad social financiada por ingresos públicos donde la cobertura –lejos de ser un derecho– dependiera de un determinado comportamiento del beneficiario (Spiegel, 1973: 586).

Para difundir las propuestas del Minotiry Report, los Webb establecieron el “National Committee for the Prevention of Destitution”. La intensa campaña propagandística levantó una gran controversia, que fue aprovechada por los contrarios al informe para intentar desacreditar a Sidney, pidiendo que dejara la presidencia de la London School of Economics. Fuera o no por esta razón, lo cierto es que a partir de 1911 los Webb pasaron a un segundo plano en la vida de la institución.   

En 1913 Beatrice impulsó el Departamento Fabiano de Investigación con una orientación claramente aplicada, y durante la Gran Guerra y los años inmediatamente posteriores sirvió en varios comités gubernamentales, como el “War Cabinet Committee on Women in Industry” (1918-19), o el “Lord Chancellor’s Advisory Committee for Women Justices” (1919-20). De esta época datan también algunos panfletos de Beatrice sobre temas diversos –muy a menudo relacionados con sus trabajos para el gobierno–, destacando especialmente El trabajo y el nuevo orden social (1981), Los salarios de hombres y mujeres: ¿deberían ser iguales? (1919), y Constitución para el Estado Socialista de Gran Bretaña (1920). En 1921 publicó con su marido El movimiento cooperativo de consumidores, y en 1923 otro libro de gran impacto, La decadencia de la civilización capitalista.

Por su parte, Sidney Webb pasó a ser miembro del parlamento en 1922, ocupando luego cargos importantes en los dos primeros gobiernos laboristas de la historia. Así, cuando en 1924 Ramsay McDonald llegó a ser Primer Ministro de Gran Bretaña, Sidney fue nombrado President of the Board of Trade. Más tarde, en el segundo gobierno McDonald (1929-31) se le asignó la Secretaría de Estado para las Colonias. En 1929 se le había concedió el título nobiliario de Barón de Passfield, y hubo de abandonar la Cámara de los Comunes por la de los Lores. Beatrice, sin embargo, rechazó “por principios igualitarios” el correspondiente título de Lady Passfield, aunque en realidad parecían preocuparle mucho las formas ligadas a las diferencias de clase: Jennie Lee la recuerda en aquellos años empeñada en enseñar a las mujeres más humildes de los nuevos miembros laboristas del parlamento normas de cortesía y comportamiento, así como consejos sobre el buen vestir: caso de que fueran invitadas al Palacio de Buckingham o a cualquier otro gran acto social, debían dar una impresión “adecuada” a su nueva posición.    

Es evidente que la intensa actividad política de Beatrice y Sidney durante el primer tercio del siglo XX restó tiempo a sus trabajos e investigaciones, y así lo lamentaba la propia Beatrice en sus diarios, justificándolo al mismo tiempo con convencimiento en virtud de los intereses superiores del socialismo y del movimiento laborista. Beatrice llegó a temer incluso que la fulgurante carrera política de Sidney pudiese enfriar su relación y estancar su trabajo juntos.

Respecto a la notable influencia política de los Webb y del resto de los fabianos, Schumpeter (1984[1942]: 410) concluye que no hubiera sido tal de no haber actuado en un momento especialmente propicio:

“El esfuerzo socialista de tipo fabiano no habría significado nada en otra época cualquiera. Pero significó mucho durante las tres décadas que precedieron a 1914, porque las cosas y las almas estaban dispuestas para ese tipo de mensaje y no para un mensaje ni más radical ni menos radical. La formulación y organización de la opinión existente era lo único que se necesitaba para convertir las posibilidades en una política articulada y los fabianos proporcionaron esa “formulación organizadora” de la manera más acabada. Eran reformadores y el espíritu de la época los hizo socialistas. Fueron socialistas auténticos porque aspiraban a [...] hacer de la gestión económica un asunto público. Fueron socialistas de voluntad, y, por lo tanto, en cualquier etapa anterior habrían entrado dentro del concepto marxista de utopistas”.  

7.      La Unión Soviética, las disensiones internas y el fin del fabianismo

            Durante los primeros años de la Revolución Rusa –un cambio institucional brusco en un clima de enorme violencia y desorden– los Webb se habían mostrado abiertamente antibolcheviques, pues consideraban a éstos como revolucionarios incapaces de un trabajo serio, metódico y gradual.  Sin embargo, la crisis económica y política de 1931, que desbancó a los laboristas del poder, hizo perder confianza a los Webb en la posibilidad de cambios graduales. Además, cuando en 1932 el anciano matrimonio fue invitado por Stalin a visitar la Unión Soviética, sacó una idea bastante positiva del país: la falta de libertad política parecía evidente, pero ambos quedaron impresionados por la rápida mejora en los servicios sanitarios y en los niveles educativos, así como por la posición de igualdad política y económica que disfrutaba la mujer. Por ello, al regresar a Gran Bretaña se pusieron a escribir Comunismo soviético: ¿una nueva civilización?, un libro entusiasta que apareció en dos volúmenes en 1935, y en el que se predecía que el sistema de producción planificada para el consumo comunitario se extendería por todo el mundo de modo no revolucionario a través de sucesivas reformas. Incluso después de las sangrientas purgas stalinistas y de la firma del pacto nazi-soviético, los Webb continuaron apoyando el experimento económico que representaba la URSS, y en 1942, ya en plena Segunda Guerra Mundial, publicaron la que sería su última obra, La verdad sobre la Unión Soviética. Un año después, el 30 de abril de 1943, moriría Beatrice a los 85 años de edad, y en 1947, Sidney, a los 88, siendo enterrados juntos en la abadía de Westminster a instancias de Bernard Shaw.

La a-crítica admiración final del matrimonio Webb por los logros soviéticos fue origen de importantes disensiones internas dentro del socialismo fabiano, que hasta entonces siempre había mantenido su propia línea en un esfuerzo por separar la cuestión social y económica (la lucha contra la injusticia y la miseria) de otros asuntos de distinto carácter (filosófico, religioso y político), sobre los que cabía mantener posturas personales muy diversas. Estas disensiones internas constituyen el primer factor explicativo de la desintegración efectiva del movimiento fabiano en los últimos años treinta del siglo XX (aunque la Sociedad Fabiana siguió existiendo formalmente, llegando hasta nuestros días). En segundo lugar, los fabianos poco a poco fueron perdiendo ascendencia en el Partido Laborista, al tiempo que miembros destacados del activismo sindical y de la clase trabajadora mostraban una creciente desconfianza hacia la actitud paternalista de la Sociedad Fabiana. En tercer lugar, los Webb perdieron el control de la London School of Economics cuando Cannan, y sobre todo Robbins, dieron una orientación jevoniana a la institución; además, la influencia intelectual de los fabianos en los años treinta se vio completamente ensombrecida por la figura de Keynes. Por último, en cuarto lugar, el trabajo de los fabianos en cierto modo se vio “completado” cuando muchas de las reformas que habían defendido fueron puestas en práctica durante y después de la Gran Depresión. Así, en los años cuarenta el establecimiento de un amplio Estado del Bienestar en Gran Bretaña siguió en gran medida las líneas marcadas en 1942 por el famoso “Informe Beveridge”[17].  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 

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Algunos recursos relevantes en Internet sobre Beatrice Potter Webb:

 

Principales trabajos publicados por Beatrice Potter Webb y Sidney James Webb:

 

Beatrice Potter Webb, 1858-1943

·         Cooperative Movement in Great Britain, 1891.

·         Wages of Men and Women: Should they be equal?, 1919.

·         My Apprenticeship, 1926.

·         Our Partnership, 1948.

 

Sidney James Webb, 1859-1947

·         Facts for Socialists, 1887.

·         Problems of Modern Industry, 1898.

 

Sidney James Webb y Beatrice Potter Webb (como coautores):

·         History of Trade Unionism, 1894.

·         Industrial Democracy, 1897 (2 vols.).

·         English Local Government, 1906-29 (7 vols.).

·         The Manor and the Borough, 1908.

·         The Break-Up of the Poor Law, 1909.

·         The Cooperative Movement, 1914.

·         Works Manager Today, 1917.

·         The Consumer's Cooperative Movement, 1921.

·         The Decay of Capitalist Civilization, 1923.

·         Methods of Social Study, 1932.

·         Soviet Communism: A new civilization?, 1935 (2 vols.).

 


[1] Así, por ejemplo, hacia 1901 Beatrice llegó a estar obsesionada con su propia muerte, convencida de padecer una fatal enfermedad que se manifestaba en forma de eccema por todo su cuerpo. El remedio a estas obsesiones vino de un doctor que practicaba medicina alternativa, y que le recomendó entonces seguir una estricta dieta –de absolutos mínimos–, cosa que haría hasta su muerte (Polkinghorn y Lampen, 1998: 66-7).

[2] La investigación de Booth empezó en 1886 y cristalizó en 17 volúmenes publicados a lo largo de 17 años. Mostró que más del 30% de los trabajadores asalariados vivían en situación de subsistencia o de privación severa. Fue éste uno de los primeros estudios de las condiciones de vida de los pobres que empleó métodos científicos, mostrando que la Revolución Industrial había provocado una aguda división entre los estándares de vida de las clases más altas y más bajas de la población, transfiriendo al mismo tiempo el poder político de la aristocracia terrateniente al empresariado capitalista.

[3] En su autobiografía Beatrice cuenta que, en una conversación sobre su proyectado libro con Alfred Marshall, por entonces profesor en Cambridge, éste intentó desanimarla diciéndole: "A book by you on the Co-operative Movement I may get my wife to read to me in the evening to while away the time, but I shan't pay any attention to it".  

[4] Citado en Polkinghorn y Lampen (1998: 61).

[5] La descripción del ideario fabiano tal como lo percibía Beatrice era esta: “collective ownership whenever practicable; collective regulation everywhere else; collective provision according to need for all the impotent and sufferers; and collective taxation in proportion to wealth, especially surplus wealth” (Webb, 1948: 107). 

[6] Webb (1985[1889]) dedica en su ensayo especial atención a detallar una larga lista de actividades que el Estado y los municipios realizaban directamente –o bien fiscalizaban– en la Gran Bretaña de finales del siglo XIX, poniendo así en cuarentena la arraigada idea del modelo de país genuinamente liberal. Además, muchas de las leyes que otorgaban un importante poder al Estado o a los municipios en la vida económica habían sido elaboradas por hombres que no se consideraban a sí mismos socialistas, lo cual era otra prueba más de que el socialismo avanzaba simplemente porque era resultado natural de la marcha de la historia.      

[7] En 1894 Henry Hutchinson legó a la Sociedad Fabiana 10.000 libras. Beatrice y Sidney propusieron que este dinero se dedicara a crear una nueva universidad en Londres donde se enseñase economía política en términos modernos y socialistas, al tiempo que se creaba una escuela de altos estudios comerciales. El cargo de director se le ofreció inicialmente a un destacado fabiano, Graham Wallas, pero éste rechazó el ofrecimiento. Se pensó entonces en W.A.S. Hewins, un joven economista del Pembroke College de Oxford, que aceptó la tarea. Beatrice anotó en su diario, en una entrada de febrero de 1900: “[Sidney] ha persuadido a la Comisión Real para reconocer a la Economía como una ciencia y no solamente como una materia en las facultades de humanidades. Nosotros siempre hemos reivindicado que el estudio de la estructura y funcionamiento de la sociedad era una ciencia tanto como el estudio de cualquier otra forma de vida”.

[8] En lo que respecta al valor, los fabianos aceptaron la teoría jevoniana basada en la utilidad marginal. Sin embargo, en su eclecticismo, aprobaron también dos de las ideas más típicas del marxismo: la tendencia a la creciente concentración del capital y la afirmación de que el paro forzoso era un aspecto inseparable del capitalismo. Para los fabianos, la gran cantidad de trabajadores siempre disponibles hacía del trabajo casi un bien libre, por lo que los salarios de aquéllos que no disfrutasen de alguna renta de aptitud nunca serían superiores al coste básico de su mantenimiento (vestido y alimento).

[9] Henry George no propugnó la lucha de clases ni la abolición de la propiedad privada. Defendió la competencia y el libre comercio, y nunca apeló a las fuerzas de la historia, sino a la justicia social. Partiendo de la teoría ricardiana de la renta, defendió simplemente que se gravase la totalidad de la renta pagada por el uso de la tierra –“factor original e indestructible”– con objeto de dar a la comunidad lo que era más un don de Dios que el producto del esfuerzo del propietario (los fabianos, sin embargo, apostaron por la nacionalización efectiva de la tierra). El impacto de las ideas de George en la Inglaterra de la década de 1880 fue muy importante, primero, porque la propiedad estaba muy concentrada en pocas manos, y segundo, porque su mensaje coincidió con un renacimiento de los esfuerzos socialistas, que habían estado calmados desde la agitación de mediados de siglo de los cartistas, los seguidores de Owen y los socialistas cristianos (Spiegel, 1973: 582).

[10] Los clásicos, sin embargo, establecían una clara diferencia entre tierra y capital. Consideraban que la tierra tenía una extensión y unas cualidades invariables que sus propietarios no podían modificar, mientras el capital era fruto de acumulaciones previas, y podía aumentar con nuevas acumulaciones, o disminuir si no se sustituía el capital consumido.

[11] Con la idea de competencia imperfecta de Robinson la publicidad pasa a tener una clara razón de ser desde un punto de vista puramente económico. 

[12] Las investigaciones históricas y las proposiciones prácticas de los fabianos se referían siempre a Gran Bretaña.

[13] Los cuatro primeros volúmenes, que aparecieron antes de 1920, describían el desarrollo del gobierno local en Inglaterra entre la Revolución política de 1688 y el año 1835 (parroquias, condados, etc.). Los tres siguientes se relacionaban con la historia de la ley inglesa de pobres de 1834 y otros aspectos similares (Polkinghorn y Lampen, 1998: 63).

[14] El revisionismo consistió en el replanteamiento y la enmienda de las doctrinas de Marx. Tuvo su principal foco en Alemania y su principal representante en Eduard Bernstein (1850-1932). Bernstein se opuso a la interpretación materialista de Marx, y puso en cuestión la idea de que la desaparición del capitalismo era “inevitable”. El socialismo, si había de existir, debía ser una elección consciente, conducida a través del sistema político y educativo.

[15] En julio de 1909 Beatrice recibiría el grado de Doctor en Letras por la Universidad de Manchester, en reconocimiento a su brillante labor en la Comisión Real sobre la Ley de Pobres.

[16] En palabras de Beatrice: “[...] to secure a national minimum of civilized life [...] open to all alike, of both sexes and all classes, by which we meant sufficient nourishment and training when young, a living wage when able-bodied, treatment when sick, and a modest but secure livelihood when disabled or aged” (Webb, 1948: 481-2).

[17] W. H. Beveridge fue un fabiano destacado. Director de la London School of Economics entre 1919 y 1937, elaboró el plan de seguros sociales “desde la cuna hasta la tumba” que lleva su nombre.


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