Contribuciones a la Economía


"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 1696-8360

 

EL PROFESOR FUKUYAMA Y LA ENSEÑANZA DE LA ECONOMÍA

 

José Francisco Bellod Redondo
bellodredondo@yahoo.com 



El profesor Francis Fukuyama, brillante pensador neoliberal y asesor de la Casa Blanca, cobró gran popularidad a comienzos de los años 90 al proclamar que la caída del Muro de Berlín era el aldabonazo del Fin de la Historia (1): en lo venidero los países se organizarían en democracias parlamentarias y con economías de tipo capitalista más o menos similares a Estados Unidos.

Recientemente el profesor Francis Fukuyama ha manifestado su preocupación por el declive de la “hegemonía americana” (2), es decir, por la pérdida del poder necesario para seguir extendiendo su modelo político y económico a nivel mundial. Un sorprendente aspecto de su discurso es la referencia a dos síntomas de ese declive: no se trata del declive militar sino de… ¡la irrupción de economías asiáticas en el mundo del Cine, desplazando la hegemonía de Hollywood entre millones de espectadores del Tercer Mundo¡ y ¡la reducción en el número de estudiantes extranjeros inscritos en las Universidades norteamericanas! La conclusión es inmediata: para quienes velan por los intereses del capitalismo mundial, el Cine y la Universidad son herramientas de primer orden al servicio de su causa. El Cine (para las masas) y la Universidad (para las élites) son herramientas de educación ideológica. El profesor Fukuyama y sus acólitos consideran peligroso que los futuros dirigentes políticos y empresariales del Tercer Mundo no hayan sido previamente “filtrados”, “fichados” y “moldeados” en las Universidades norteamericanas. De lo contrario se corre el riesgo de que la democracia lleve al poder a indígenas poco comprensivos con los intereses de las multinacionales. Al fin y al cabo, ¿qué se puede esperar de indígenas que no se han graduado en Universidades norteamericanas o que admiran más a un actor local que al ínclito justiciero John Rambo?.
 


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Bellod Redondo, J.F.: "El profesor Fukuyama y la enseñanza de la economía" en Contribuciones a la Economía, marzo 2009 en http://www.eumed.net/ce/2009a/


Ante tal estado de cosas, quienes se dedican a la docencia y quienes tratan de adiestrarse en cualquier disciplina científica (también en Economía), deberían preguntarse si nuestra labor, con fuerte influencia norteamericana (3), forma parte de algún proyecto ideológico. Los profesores de Economía ¿son científicos o panfletistas? Como indicara Lange, la ideología del economista no invalida su labor científica siempre que se explicite adecuadamente (4). Ello requiere, en primer lugar, que el propio científico sea consciente de sus propias creencias pues de lo contrario se corre el riesgo de confundir los “principios ideológicos” con “axiomas científicos”, y a partir de ahí el debate científico es poco viable. A modo de ejemplo: que los precios sean flexibles y los mercados se ajusten con rapidez es una posibilidad pero no siempre tiene por qué ser así en el mundo real; creer que los precios son siempre [o nunca] plenamente flexibles es una opción ideológica y rechazar los modelos que no parten de ese principio a modo de axioma es acientífico. Todo se complica si tratamos de trasladar las conclusiones obtenidas de un modelo “viciado” al plano de la Política Económica: probablemente prescribiremos la medicina inadecuada para tratar una patología económica (inflación, desempleo…).

En este libro sostenemos que la enseñanza [el conjunto de verdades] que habitualmente se transmite en Economía tiene una concreta finalidad ideológica: convencer al futuro economista de que el capitalismo, es decir, el sistema de mercado basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la descentralización de decisiones y en el mínimo intervencionismo de los poderes públicos, es el mejor modo de organizar una economía.

La formación académica de los economistas está integrada por un amplio conjunto de disciplinas y básicamente responden al diseño elaborado por diversas instituciones norteamericanas como parte del proceso hegemónico posterior a la II Guerra Mundial, proceso que ha sido documentado entre otros por Barber (1996) y Coats (1996).

El núcleo de ese conjunto lo forma la llamada “Teoría Económica”, que a su vez se compone de dos especialidades: la Macroeconomía y la Microeconomía. Buena parte de tales enseñanzas no son más que una sofisticada colección de verdades parciales. En efecto, la Teoría Económica es un mosaico construido con piezas que encajan mal (o que simplemente no encajan) (5), pero que sintonizan muy bien con el discurso de defensa del mercado como asignado de recursos. Como indica Misas Arango (2004), finalizada la II Guerra Mundial, los Estados Unidos no sólo lideraron el proceso de reconstrucción económica de Europa y la reconstrucción institucional internacional (FMI, Banco Mundial…), sino que asumieron el liderazgo en la formación de economistas a nivel mundial, en un momento en el que las Universidades de la Europa continental habían sido devastadas por el conflicto bélico, financiando la matriculación de estudiantes extranjeros en las Universidades norteamericanas y la difusión masiva de manuales estandarizados (particularmente la obra de Samuelson, “Fundamentos del Análisis Económico”, [1947]). De este modo se fue fraguando “el monopolio de la autoridad científica” (6): el que no comparte los criterios de la Economía convencional, no es considerado un economista serio, y encuentra trabas importantes para divulgar su actividad científica, acceder a la financiación institucional o a un empleo en la Universidad (7).

Esta política proselitista tuvo especial impacto en Japón y la India y, en general, en aquellos países a los que se trataba de alejar de la tentación que suponía el modelo de planificación soviética como alternativa para superar el subdesarrollo heredado de la experiencia colonial. Cuarenta años después, tras el desmoronamiento del Socialismo Real en Europa del Este, la corriente de estudiantes japoneses, indios y latinoamericanos fue sustituida por la de estudiantes de Europa Oriental que tras su graduación, se integrarían o bien en los respectivos Gobiernos nacionales (desde los que ejecutar los planes de transición al capitalismo diseñados por el FMI), o bien como representantes de multinacionales norteamericanas en suelo europeo, siempre como “misioneros bien remunerados” de la fe capitalista. No es de extrañar que hoy Fukuyama advierta sobre la necesidad de volver a potenciar la participación de estudiantes extranjeros en las universidades estadounidenses: hay que cuidar la educación de los futuros “misioneros”.

Los manuales de Teoría Económica más difundidos sólo difieren entre sí en la forma de las explicaciones, en el mayor o menor atractivo de los textos, en la profusión de ejemplos y gráficos, pero no en los contenidos ni en las conclusiones… así, la Teoría Económica que enseñamos a los futuros economistas es una colección de modelos que se yuxtaponen con mayor o menor fortuna. Y en todos ellos sale ganando el libre mercado. ¡Qué casualidad! Rara vez durante su formación como economistas, los estudiantes leen cosas distintas de manuales (8). Si acaso leerán alguna breve selección de textos de economistas clásicos, también prudentemente escogidos. He podido comprobar que los estudiantes conocen relativamente bien el texto que contiene la “Parábola de la Mano Invisible” ó el caso de la “Fábrica de Alfileres”, ambos de Adam Smith, en la que se nos ilustra acerca de la bondad de la división del trabajo y de la coordinación de los agentes a través del mercado. Y sin embargo es muy extraño que al estudiante se le facilite el texto, también perteneciente a “La Riqueza de las Naciones” [Libro I], conocido como “Parábola del Venado y el Castor”. La exclusión es del todo intencionada: Smith sostiene que si el precio de un castor es el doble que el de un venado es porque se requiere el doble de tiempo para cazar este que aquél, luego el precio de una mercancía ¡depende de la cantidad de trabajo contenida en ella!. Esta es una conexión peligrosa con la Teoría del Valor – Trabajo. Esos mismos liberales que citan y manipulan impúdicamente los textos de Smith no pueden permitir que sus alumnos se adentren, de la mano incuestionable del autor de “La Riqueza de las Naciones”, en un túnel que conduce directamente a la Teoría de la Plusvalía de Carlos Marx.

Si, además de asimilar el cuerpo central de la Economía convencional (fe en la propiedad privada de los medios de producción y en el mercado), el futuro economista resulta ser un excelente contable o un experto económetra, mejor. El futuro economista se especializará en alguna de esas parcelas, pero compartirá para siempre con sus colegas algunos principios básicos, algunos axiomas acerca de lo que funciona y lo que no, sobre lo que es razonable y lo que no lo es en Economía. El futuro contable con toda probabilidad olvidará pronto las lecciones de econometría recibidas; el económetra recordará poco de marketing o sociología, y así sucesivamente… es la inevitable servidumbre de la especialización moderna. Pero a casi todos ellos, indistintamente de su especialización futura, se les habrá inoculado el respeto cuasi religioso por el mercado y la propiedad privada, en otras palabras, por el capitalismo, y una desconfianza supersticiosa hacia el Estado (9). Y, si en el futuro, alguien cuestiona la validez de tales teorías, al igual que en los textos sagrados de las religiones, siempre podrá recurrir a alguna “parábola” [… la “Mano Invisible”, el “Subastador Walrasiano”…] ante la que cualquier economista “razonable” mostrará lógico respeto y anuencia (10)… Y si en alguna ocasión, como sucede estos días con la devastadora crisis financiera global que sufrimos, el economista razonable se ve obligado a expresar su opinión sobre los acontecimientos, nunca culpará al “Sistema” sino al mal Gobierno, a la impericia de algún banquero o agente de Bolsa, al Estado, a los sindicatos …(11)

Para reproducir en el tiempo este estado de cosas, existe una triple estrategia: la exclusión, la discriminación acientífica y la suplantación estética del quehacer científico.

La exclusión. Las teorías económicas heterodoxas son excluidas del cuerpo central de la teoría económica impartida en las Universidades. Esto incluye por supuesto la teoría económica marxista y otras escuelas de pensamiento radical, y también escuelas no radicales y netamente norteamericanas como el Institucionalismo. Esa exclusión puede comprobarse en un simple listado de asignaturas impartidas en la Licenciatura de Economía… o en el número de páginas que a estas teorías alternativas se les dedica en los manuales clásicos de Macro y Microeconomía (12). La exclusión también está presente en la definición o delimitación del campo de la Economía, considerando exógeno o ajeno a la Economía todo aquello que la teoría oficial no puede o no quiere explicar. Como indica Segura (1977, p. 9) en referencia a la Economía convencional, “la consideración como exógenas por la teoría convencional de las preferencias, instituciones, tecnología y recursos constituye su característica definitoria más relevante. En cualquier modelo los elementos exógenos determinan, de forma inequívoca, su carácter porque son, precisamente, aquellos que el mismo no explica y que, además, no dependen ni se encuentran relacionados con las variables a explicar por el modelo. Al considerar siempre como exógenas las preferencias individuales, las instituciones y la tecnología, el análisis convencional admite que carece de interpretación a cómo se forman y transforman estos elementos”. Pero en el mundo real la actividad económica no sólo es “afectada por” sino que “afecta a” esos elementos pretendidamente exógenos tales como las preferencias, la tecnología o las instituciones. Y por ello no podemos considerar satisfactoria una teoría económica que considera las preferencias como objeto de estudio exclusivo de los psicólogos, la tecnología como un espacio reservado a los ingenieros y las instituciones una cuestión de politólogos.

Discriminación acientífica. Para la exclusión de las teorías alternativas se aduce su incapacidad para explicar determinados fenómenos, particularmente la formación de los precios (13). Sin embargo, para explicar el funcionamiento del capitalismo se presentan modelos simplistas pero elegantes, con su oportuno aderezo algebraico, minimizando las inconsistencias de las teorías favorables y magnificando las de las teorías contrarias, es decir, una política de “doble rasero” (14). Al fin y al cabo, los estudiantes de Economía son en buena medida “consumidores” de conocimientos científicos [y también lo son los patrocinadores de la investigación y la docencia], y como cualquier otro producto que se desee vender, también las teorías científicas han de ser diseñadas para ser atractivas al consumidor: la posibilidad de explicar problemas complejos con soluciones sencillas, reducidas a eslogan [del tipo “bajar los salarios elimina el desempleo”, “subir tipos de interés mantiene la inflación a raya”, “la inflación es un fenómeno monetario”, “el Estado es ineficiente”, “el libre mercado elimina el subdesarrollo” … ] es sin duda un gran reclamo publicitario.

En cuanto a la suplantación estética del quehacer científico, consiste en seleccionar la validez de las teorías no por el rigor en el empleo del método científico, sino por algún rasgo estético que permita presuponer que dicha teoría es un producto científico. El empleo generalizado, excesivo, redundante y generalmente estéril del lenguaje matemático, concretamente del álgebra y el cálculo diferencial, herencia directa del marginalismo decimonónico, sirve como rasero para prejuzgar el rigor científico de una teoría. Al menos en la cultura occidental, el bajo nivel cultural y el amplio analfabetismo funcional, llevan a pensar que siendo la Matemática una ciencia de extraordinaria dificultad [que sin duda lo es], cualquier aseveración expresada en términos matemáticos debe ser cierta por naturaleza: las Matemáticas son el lenguaje de los sabios… pero los sabios no siempre son honestos. Esto, en términos populares, equivale a confundir fondo y forma, contenido y continente, a juzgar la religiosidad de un individuo por el número de ocasiones en que acude a misa o participa en procesiones u otros oficios religiosos; en vez de juzgarlo por el cumplimiento de los preceptos de su religión: lo visible, el ritual, la estética, sustituye a lo real. Contrario sensu, las teorías no formalizadas matemáticamente son meros panfletos carentes de rigor y que probablemente ocultan alguna orientación ideológica vergonzante.

La profesora Joan Robinson (1960) resume brillantemente la discriminación favorable a la Economía convencional en los siguientes términos: “… una gran proporción del tiempo [de los planes de estudios] se dedica a la teoría de los precios relativos. El problema de la distribución de unos recursos dados entre fines alternativos… se presta a presentar la libre competencia bajo una luz favorable, el estudiante debe resolver ejercicios pensados para demostrar que, bajo tales condiciones, cualquier interferencia en el libre juego de las fuerzas de la oferta y la demanda perjudica a los individuos que componen el mercado”.

Esta estrategia de suplantación ha sido más que suficiente para pulverizar la presencia de la Escuela Institucionalista [una de las más fructíferas y originales del pensamiento económico estadounidense] de la enseñanza de la teoría económica (15).

Si damos por cierta la anterior aseveración surge necesariamente un inquietante interrogante ¿cómo hemos podido llegar a esta situación? ¿cómo ha podido forjarse este “consenso” favorable a la Economía convencional?

Hay varios factores.

En primer lugar, el sistema capitalista lo necesita.

El sentido común nos dice que el consenso científico debería nacer de la calidad de las teorías. Es decir, que a pesar de sus imperfecciones, el cuerpo de conocimientos que integran la Teoría Económica es lo suficientemente sólido como para construir una disciplina científica (16). Pero ¿quién determina cuando una teoría ha dejado de ser satisfactoria o si hemos hallado una alternativa mejor? ¿De verdad no existe un sesgo ideológico en la selección de teorías? Como indica Lange, dicho consenso puede ser una deliberada opción ideológica: “…los economistas, como otros seres humanos, viven a la sombra de las instituciones de una sociedad histórica, están sujetos a las características de su civilización. Participan de sus creencias y valores, prejuicios e intereses, horizontes y limitaciones. Dependen para su subsistencia y desarrollo intelectual, de las instituciones de la sociedad en la que viven; por ejemplo, de las universidades, institutos de investigación, editoriales, prensa, gobierno y de las empresas. La mayor parte de estas instituciones tienen otros objetivos más importantes que los de la "libre búsqueda de la verdad", y, sin embargo, también éstas dependen del resto de la sociedad y necesitan hacer sus ajustes y concesiones… los economistas reciben su formación intelectual al mismo tiempo que son miembros de una nación en particular, de una clase social, de un grupo religioso o filosófico, de una tradición política, etc. Todo esto expone a los economistas, y también a los otros científicos, a una multiplicidad de influencias distintas de las reglas del procedimiento científico. Aquellas influencias que son conscientes se reconocen fácilmente y se eliminan si éstas se oponen a la aplicación honrada del procedimiento científico. Aún en este caso numerosas personas pueden optar por limitar su investigación científica a campos "seguros", en los que es reducido el peligro de un conflicto con los intereses y prejuicios dominantes”.

En buena medida, la enseñanza de un determinado tipo de Economía contribuye a reproducir esquemas de pensamiento que son interesantes a determinados grupos de poder o clases sociales. Como indica Perroux (1970) con claridad meridiana: “… uno de los servicios más importantes prestados por los conceptos y modelos implícitamente normativos a los poderes económicos, políticos y financieros en la sociedad actual es la de la enseñanza. Habituar a los espíritus jóvenes, desde la escuela secundaria, a no pensar en la economía sino dentro de los marcos de la economía de mercado, acostumbrarlos a respetar el mercado como un distribuidor infalible de los recursos económicos, sugerirles que el precio de competencia (… ya no se preguntará si ella es perfecta o no), es un árbitro respetable en todo caso, de darles la «forma mentis» que los convertirá en servidores dóciles de los poderes capitalistas”.

En otras palabras, los economistas, como el resto de científicos, están envueltos en un determinado clima ideológico y tienen dos opciones: plegarse a él o rebelarse contra él. La indiferencia no es una tercera opción, sino un modo de sumisión al statu quo vigente. Investigar e impartir docencia cuesta dinero y obviamente, en una sociedad capitalista, no todo el mundo dispone de él… y quien lo tiene procurará que la orientación y resultados de las tareas de investigación y docencia sean, como mínimo, respetuosos con los intereses del patrocinador [cuando no meramente propagandistas de sus intereses].

A lo anterior hay que sumar cierta tendencia conformista [¿pereza mental?] muy afincada en nuestra disciplina: en palabras del profesor Blaug (uno de los más relevantes historiadores de la disciplina que nos ocupa), “los economistas detestan el vacío teórico como la Naturaleza detesta el vacío físico” (17). Así, una mala teoría es siempre preferida a la ausencia de teoría. Los economistas son concientes de las insuficiencias de las teorías que manejan, pero su pragmatismo les lleva a abanderar tales teorías en el ámbito académico: no pueden admitir que dentro de los parámetros de la Economía convencional carecen de explicación para este o aquel fenómeno económico.

En segundo lugar, el sistema dispone de las herramientas adecuadas.

En este proceso juega un papel fundamental la dialéctica profesor – alumno, y la actitud de ambos frente al proceso de enseñanza – aprendizaje. Como indica la profesora Joan Robinson (1960): “… como es lógico, la mayor parte de los estudiantes estudian con el solo objeto de pasar un examen y obtener un diploma… aquellos cuyo único interés reside en superar los exámenes, aprenden pronto que el truco consiste en decir lo que de ellos se espera; en no preguntarse qué significa lo que están diciendo (porque tal cosa resulta desconcertante y arriesgada y puede restar puntos); en repetir la fórmula particular que parece convenir a cada problema particular… el que sólo persigue pasar los exámenes se convierte a su debido tiempo en examinador y por aquel entonces ya ha perdido cualquier duda que pudiera haber albergado en su día… y así se va perpetuando el sistema”.

En otras palabras, el sistema de transmisión ideológica se reproduce mediante el reclutamiento de las personas y los materiales didácticos [Manuales] más adecuados para la transmisión acrítica de la “Economía convencional”, a costa incluso de convertir la actividad científica en algo despegado de la realidad y, en consecuencia, en algo no científico: “… si la meta de la teoría microeconómica es la producción de macroeconomistas que perpetúen la religión, no hay duda de que la capacidad para jugar «ping – pong» mental con modelos de ecuaciones en diferencia de segundo, tercero o más alto grado, de actores fantasmales, incompletamente definidos, llamados empresas, es un adiestramiento útil” (18).

Bibliografía:

Barber, W. J. (1996). Postwar Changes in American Graduate Education in Economics. En A. W. Coats (Ed.), The Post-1945 Internationalization of Economics. (pp. 12-30) Supplement to Volume 28 of History of Political Economy. Durham: Duke University Press.

Blaug, M. (1985 a); Teoría Económica en Retrospección, Fondo de Cultura Económica, Madrid.

Bourdieu, P. (1976). Le Champ Scientifique. Actes de la Recherche en Sciences Sociales. 2 – 3.

Caballero Álvarez, A. (1984); La Crisis de la Economía Marxista; Editorial Pirámide, Barcelona.

Coats, A. W. (Ed.) (1996). The Post-1945 Internationalization of Economics. Suplemento al volumen 28 de History of Political Economy. Durham: Duke University Press.

Fukuyama, F. (1992); The End of History and the Last Man; Free Press, New York.

Fukuyama, F. (2008); “El Fin de la Hegemonía Americana”; diario El País, Madrid, jueves 31 de julio de 2008.

Misas Arango, G. (2004); “El Campo de la Economía y la Formación de los Economistas”; Cuadernos de Economía, vol. XXIII, nº 40, Bogotá, p. 205 – 229.

Perroux, F. (1970); “Concepciones Implícitamente Normativas y Límites de la Construcción de Modelos en Economía”; Economies et Societés – Cahiers de l´ISEA, tomo IV, n 12, diciembre [edición en español en Dagum (1978)].

Robinson, J (1960); “La Enseñanza de la Economía”; Economic Weekly, enero, Bombay, [edición española en Ensayos Críticos, editorial Orbis, 1988].

Samuelson, P (1947); Fundamentos del Análisis Económico; [existen múltiples ediciones en castellano a cargo de la editorial Mc Graw Hill].

Shubik, M (1970); “Guía de un Tacaño para la Microeconomía”; Journal of Economic Literature, vol VIII, nº 2, junio, pp. 405 – 434.

Sweezy, P. (1942); Teoría del Desarrollo Capitalista, edición en castallano de Fondo de Cultura Económica, España.

NOTAS

1. Véase Fukuyama (1992).

2. Ídem (2008).

3. Casi todos los manuales que utilizamos son traducciones o versiones de manuales norteamericanos y anglosajones. Y lo que en ellos se enseña es lo que la “comunidad científica”, en revistas científicas norteamericanas y anglosajonas, ha considerado verdades contrastadas.

4. La ideología no necesariamente implica la filiación formal con alguno de los “ismos” al uso: la ideología es ante todo una representación mental acerca de cómo es el mundo y como nos gustaría que fuese.

5. A lo largo del texto tendremos ocasión de examinar algunas de las incoherencias más relevantes.

6. Bourdieu (1976).

7. ¿Cómo confiar el adoctrinamiento de los futuros economistas a quienes no son fieles a la doctrina?.

8. Por ejemplo, sería muy recomendable la lectura de textos como “El Capitalismo Japonés. Algo más que una Derrota Creativa” del eminente profesor Tsuru, decano de los economistas japoneses. En él se nos muestra de un modo muy documentado el papel central jugado por el Estado para sacar la economía japonesa de la postración en que la dejó la II Guerra Mundial, hasta convertirla en la potencia tecnológica que es hoy.

9. Lo cual no será óbice para que hagan lo posible por incrustarse en la nómina del Estado y conseguir un empleo más seguro, mejor remunerado y con mayor calidad de vida que el que obtendrían en el idolatrado sector privado. Resulta sorprendente comprobar cuántos enemigos de “lo público” viven del “dinero público”… quizá debieran renunciar a sus empleos en el sector público para contribuir a la expansión del sector privado.

10.¿Se imaginan que habría sido de Karl Marx si se hubiera atrevido a invocar en sus textos una “Mano Invisible” planificadora de la economía en el Socialismo?. No creo que los historiadores del pensamiento económico le hubieran perdonado esa licencia literaria.

11.Como en todas las religiones, también en la Economía convencional los fieles son educados para exonerar de cualquier responsabilidad a su Dios y a su secta: el culpable es siempre el infiel, el mal practicante o el sacerdote descuidado.

12.Lo cual no impide que en determinadas Universidades haya profesores que, bien en grupo, bien a título individual, hagan encomiables esfuerzos por cambiar este estado de cosas.

13.Como es el caso de la teoría económica marxista y el “problema de la transformación de valores en precios”. En realidad el problema puede considerarse resuelto a partir de la obra de Sweezy (1942). Una posición neoricardiana se ofrece en Caballero Álvarez (1984).

14.Por ejemplo, frente a la viabilidad de la planificación económica se magnifica el problema del manejo de la información, como si fuera una característica exclusiva de las economías socialistas y no del capitalismo. Cabe destacar el desarrollo de una rama de la microeconomía denominada “Economía de la Información”, uno de cuyos principales exponentes es el profesor y premio Nobel Joseph Stiglitz.

15.Incluso se dice que el eminente profesor John Kenneth Galbraith podría haber obtenido el Premio Nobel de no ser por la no formalización matemática de sus interesantes aportaciones a la Economía. Y otro tanto podría decirse de la profesora Joan Robinson.

16.En las páginas siguientes trataremos de demostrar que esa solidez no es tal.

17.Blaug (1985), véase su Capítulo XVI “Una Postdata Metodológica”.

18.Shubik (1970).


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