Contribuciones a la Economía


"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

DIALÉCTICAS SOCIALES CONSTITUIDAS Y EMANCIPACIÓN

 

Adrián López
 

En la tesina de Licenciatura La dialéctica base-superestructura en Karl Heinrich Marx (López 1998: 45), sostuvimos que las esferas citadas son particiones de lo social que acaecen en lo histórico porque los hombres no controlan los efectos de su praxis ni la lógica de su desarrollo. Ocurre entonces que la base, en la medida en que es un estrato que encorseta la acción, y la supraestructura, en la proporción en que es una barrera perceptual (Marx 1972 a: 32), entablan una dialéctica que se dispara a espaldas de los individuos. Por consiguiente, la interacción está constituida sin el consenso racional, genuinamente democrático y libre de dominio que corresponde a una colectividad sin nexos de violencia hacia el otro. Es decir, la dialéctica entre las grandes topicalizaciones aludidas es una dialéctica pre/formada (López 1999: 14-15).

Sin embargo, en la teoría crítica de Marx aquélla es apenas una de las tantas que poseen ese rasgo: interesante sería mostrar no sólo cuáles otras posibles dialécticas discurren a manera de un tercer poder, de una potencia “trascendental” frente al obrero comunitario, sino adelantar una explicación genética acerca de su asomo en la historia de la especie. Ciertamente, largo resultaría justificar aquí paso a paso (lo que espera lograrse en estudios posteriores) las premisas que conducen a la tentativa enunciada, pero es dable postular que, aun cuando la ley del valor ha sido rechazada por metafísica (para expresarnos mesuradamente), allí pulsa lo que nos orientará en nuestra búsqueda.


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
López, A.
: "Dialécticas sociales constituidas y emancipación" en Contribuciones a la Economía, enero 2008 en http://www.eumed.net/ce/2008a/


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I

Podríamos convenir en que David Ricardo es el que mejor consigue darle contornos argumentales a la mencionada ley. Así lo cree Marx, para quien Adam Smith tiene versiones esotéricas y exotéricas respecto a la regla en cuestión. El autor de los Principios, no obstante, establece que la norma estipula la cantidad de tiempo de trabajo que es objetivada o incorporada en un valor de uso. Ahora bien, se dijo hasta la saciedad que el pensador comentado es ricardiano en virtud de que retoma la hipótesis del valor/trabajo. Una lectura que estableció esa filiación a partir de un indicio tan escaso, nos parece llamativa. Por el contrario, dentro de los lineamientos generales esbozados, procuraremos sugerir que la teoría del valor en Marx no es ricardiana: al igual que sucedió con la dialéctica hegeliana, por ejemplo, o con otras isotopías, el judío-alemán no adoptó simplemente lo que se le ofrecía, sino que introdujo sustanciales alteraciones (este proceder es tan intempestivo en él, que incluso lo que se entiende por “racionalidad científica” no quedó indemne –cf. Derrida 1995: 47).

Como “puntapié inicial”, es factible hilvanar lo obvio: en la ley del valor está supuesta una economía en el uso del tiempo, alguna administración. Esta contabilidad del tiempo implica a su vez, que se lo mide, que la temporalidad es reducida a una escala. Pero debido a que no se anhela economizar lo que se dispone en abundancia, la aritmética del tiempo ínsita en aquélla es una contabilidad de la escasez, propia de una etapa en la que el despliegue acompasado de las fuerzas productivas empuja a que los individuos asociados tengan que distribuir el día. Un contexto en el cual el trabajo no está organizado, coadyuva en la preferencia por un tiempo/medida (Marx 1972 a: 121). Pero siempre que la ley del valor rige a contrapelo de la voluntad de los hombres (y por eso es ley, no por alguna metafísica de la historia), resulta que es autoritaria y que opera a modo de un poder soberano. Tenemos pues, el primer aforismo en que adviene a lo explícito que en la ley del valor insiste un “más allá” de Ricardo: la economía mezquina del tiempo a la que nos vimos obligados es un problema que involucra el de la libertad o, para decirlo en términos que no lo hagan sospechoso a una “semiótica nietzscheana”, el tema de que los individuos no son libres más que limitadamente. Que por ende, se sienten libres dentro de sus propias fronteras históricas (cf. el parecer de Marx en relación con el capital 1972 a: 167).

No obstante, si la administración de los instantes significa que la sutileza del tiempo, las matizaciones que oponen, vg., un tiempo consumido a un tiempo elaborado (1972 a: 195), un cronos fijo a uno dinámico, vivo (1972 a: 196), una temporalidad actual frente a una posible (1972 a: 179), una cronometría perdida tensionada con un tiempo para el desenvolverse incondicionado (1972 a: 148), acaba empobrecida en un patrón, allí tenemos otra referencia no ricardiana.

El tercer aforismo (“dispositivo” argumental que a Marx le gustaba –cf. 1971: 75) consiste en que la racionalización en el empleo de lo temporal es un derroche de sus dimensiones alternas. Y en fin, todo esto posee como consecuencia que los valores de uso, que son cristales de tiempo, al ser crono/ónticos, inmovilizan el devenir.

II

Aunque las sentencias podrían continuar, estimamos que lo indicado es suficiente para poner en duda, al menos, la filiación ricardiana de la hipótesis del valor-trabajo marxista. Creemos que la misma es una teoría crítica del valor y no una simple aceptación. Así lo constataremos cuando hagamos alusión a los factores, directos e indirectos, que en el curso del capitalismo modifican la fenomenalidad de la norma discutida y que por eso, sugieren un porvenir sin su existencia. En efecto, y sólo para mencionar a uno de los tantos “liberales de izquierda” opuestos a Marx, Habermas (1995: 243) se sorprende que en el vol. II de los Grundrisse sea “contradicha” la teoría del valor/trabajo. La incomodidad proviene de que evalúa a Marx como ricardiano y en que no entiende (o no lo desea) el planteo subyacente: la ley del valor se realiza disolviéndose en un capitalismo con un desarrollo (todavía) inimaginable de los mass-media y de la automatización en el proceso genético de tesoro (Marx 1972 a: 227/230). En este ponerse divergiendo de sí, aquélla aparece demasiado pobre para expresar o traducir la complejidad de la riqueza socialmente creada y entonces en su constricción, asoma la alternativa de una colectividad en la que no sea necesaria una aritmética del tiempo.

Los otros factores que influyen en el principio explicado son la circulación y la competencia, por supuesto, extendidos a escala supracontinental. Por un lado, queda establecido que lo que está en juego en la caracterización de “ley” es que los instantes de labor operan de manera axiomática. Empero, como el tiempo de circulación y sus costos son un vallado para el capital, se niega la independencia del patrón-valor (1972 a: 139). Por el otro, la competencia modifica la norma al dibujar un tiempo social medio, a fin de que los capitales no se guíen en exclusiva por la cantidad de tiempo incorporado (1972 a: 175). Sobreviven los que más se aproximan a la cuota o los que la superan y por consiguiente, contribuyen a modificarla. En este “corrimiento” permanente es dable asimilar que la pauta aludida se realiza en un movimiento de curvatura, clinamen, alejamiento o divergencia respecto a sí misma (acerca de la insistencia de una dialéctica epicúrea del desvío en Marx, ir a López 1999: 2, 7, 9).

Al igual que en el caso anterior, la tasa de ganancia y su caída tendencial se conectan con la pausada disolución contradictoria de la ley del valor. Lo que ocurre es que para Marx el tiempo de labor necesaria y, en consecuencia, los instantes de tarea en general son una barrera para el proceso de valorización del capital (1971: 368, 376; 1972 a: 222, 224). Ello quiere decir que la citada regla, en tanto componente de la infraestructura que interviene para que ahí se forme un caosmos económico/economicista (que luego eleva el problema de cómo articular economía y sociedad), es una baza miserable para apreciar el crecimiento de las esferas posibles de acción liberadas para lo colectivo (1972 a: 228-229). Y aunque a primera vista resulte desconcertante, el descenso paulatino de la cuota de ganancia le sirve a Marx para afirmar que, aun aceptando el “estímulo” del beneficio para acicatear el desenvolverse de las fuerzas creadoras, el tiempo empleado por el capitalista en conservarse como tal es tiempo perdido (1972 a: 148). Tiempo de vida, en general, y tiempo económico en particular dado que, a medida que aumenta el capital, el individuo que es valor de cambio personificado se encuentra compelido a mantener una estructura productiva (capital constante, en especial, fijo) que lo absorbe (1974: 143). Todo acontece como si los capitalistas mismos no fueran más que los guardianes kafkianos que custodian algo por lo que someten al resto y por lo que se autodoblegan. Podríamos apuntar que ése es el hilo conductor del Capítulo VI (Inédito) en su integridad: el capital constante es el Falo que en realidad, nadie controla y que humilla al Padre, su lugar como Amo.

Sin embargo, el capital en tanto que falo o poder insujetable muestra su fisura: si la ley decreciente de la tasa de ganancia denuncia las dificultades abultadas del capital para comandar la reproducción de lo comunitario, el valor automático no es una potencia que todo lo subordina. Y es que el “afuera” del capital es tan rico que no puede ser reducido a simples factores que continúen incrementando entes sensibles suprasensibles, reales irreales, coherentes incoherentes, comprensibles incomprensibles, espectrales y físicos.

Por consiguiente, detrás de la caída en clinamen de la cuota de beneficio no está en fórmula una proporción entre plusvalía y capital o una simple alteración de su composición orgánica, sino la emancipación de lo cualitativo humano respecto a la “basis”, a la equivalencia universal y a lo cuantitativo. Una libertad lograda contra las dialécticas constituidas que sojuzgan a los individuos; interacciones condensadas en la hegemonía de la ley del valor. Es imprescindible comprender el descenso citado en el marco de reflexiones que explicitan la caducidad de la economía del tiempo y que se vinculan con cuestiones más bien “filosóficas”, tales como la irracionalidad de querer tornar homologables aspectos de lo humano, con objetos pathémicamente inhumanos, con entes economicistas (en este sentido, el salario que “pretende” retribuir el trabajo de un obrero tiene inscrito en la frente el absurdo de que las capacidades humanas puedan ser compradas y/o vendidas).

La libertad viene a ser un núcleo en el pensar de Marx, pero no por la permanencia de residuos escatológicos y moral/cristianos (Nietzsche 1967 a: 111, 377). Que en su apuesta la revolución epicúrea emancipatoria (que es tal porque no acabará por destruirse en la nueva confección de otro orden que genere materialidad o base, que limite las potencias de la praxis, y sentido o superestructura, que encorchete la inteligencia social en lo dado), sea, si se quiere, intempestiva, posee en correlato que los hombres deseen todo lo libre que les sea factible. La productividad del trabajo constriñe al mínimo el tiempo de labor, induciendo un plustiempo en cuanto temporalidad emancipada, a fin de que los individuos adquieran la alternativa de un desarrollo incondicionado (1971: 266/267). De nuevo, lo que aparece en escena es la disolución contradictoria, mediante “bucles” de torsión manierista, del axioma-valor: al igual que en el caso de la automatización de la génesis de tesoro, el “entrejuntamiento” del tiempo de tarea revela que adquirirá un horizonte de extravío.

III

Así, el derrotero del capitalismo (que es el vaivén histórico de la especie condensado –1971: 26-) muestra que la sociedad burguesa reproduce cristalizaciones que enmarañan la praxis, el aprendizaje colectivo y la “intelligentsia” semiótica. Pero esta dinámica que suscita fantasmatizaciones en estratos, es el efecto de que todavía el capitalismo no haya sido capaz de eliminar los lastres del pasado (1971: 26). De donde se infiere que, en las sociedades pre/burguesas (comunidades “segmentarias” del Paleolítico, “ecotipos” del Neolítico y complejos con propiedad privada poco desarrollada, pero con Estado –agrupaciones precolombinas, etc.-), funcionó el mecanismo consistente en que los hombres, de ser la altura de toda gracia, acaban dominados por sus propias creaciones. Una extensa e intrincada espiral de superposiciones fue destilada en su transcurso: en alguna dimensión, esa espiral no sólo es el “registro” de las divergencias que marcaron épocas, sino el esquema que denota la posibilidad libertaria. Es el “mapa cognitivo” (Jameson 1989) que en Marx ayuda a una negación radical de los ídolos porque, aun cuando ese especular asimile resonancias nietzscheanas (1967 b), la deconstrucción materialista no acepta que los individuos (quienes conforman la riqueza en cuanto tal –1974: 244-) puedan ser, a la par que insertos en jerarquías, “simples” efectos de juegos de dominio que los “unilateralizan”, gobernados por aspectos autoritarios que sin embargo, de ellos nacen.

La objetivación no fluida de las condiciones de vida en base y superestructura es pasible de un socavar corrosivo, en la medida en que ambas escisiones están colonizadas por cosas asombrosas y potentes. Si sucediese que tales fuerzas permanecieran en su seno, las armas de la crítica difícilmente avanzarían hacia la crítica de una praxis revolucionaria, pero no acontece de ese modo: los poderes opacos que los hombres generan los obligan a tallar sus días como si la existencia les resultara ajena. Los individuos mismos, a través de una penosa lógica, se condenan a soportar instituciones, útiles economicistas, costumbres, filosofías, en suma, las materias y los signos que son una violencia contra el mundo y que no cesan de interactuar con “estilo” cuasi/mecanicista. Arrastran, en esa dialéctica de un materialismo poco sutil, la Historia. Visualicemos entonces, lo hasta aquí comentado:

Pero la “línea” que se repite en su distanciamiento, sendero estrechado en el cual mortificaron la vida los hombres, no viene únicamente de las “leyes (engelsianas) de la dialéctica” o mejor, no procede de ese “zócalo epistémico”, sino de que el girar en elipses interrumpidas significa que lo que se desplaza lo hace ampliando una curvatura inicial pequeña. De esta suerte, se desencaja con dificultad de ella y también, se aparta, sesgando la “geometría” de anillos cerrados, de una lógica que no se abre al devenir. La espiral en Marx implica el esfuerzo hacia un “estado de clinamen” que lleve en dirección a un movimiento libre de “centros gravitatorios” que lo domestiquen. El capital nos lo enseña, cuando la producción y reproducción en escala ampliada tiene por base círculos extendidos (1972: 131).

En consecuencia, si bien en su recorrido es visible el refuerzo de dialécticas constituidas el “pivoteo” en derredor de ellas explicita, en el rotar de la espiral, la dialéctica del Desvío: la futura crisis de la ley del valor nos acerca a la posibilidad de una sociedad, que es el comunismo, en la que es factible una deconstrucción permanente, incluso de la deconstrucción misma. Es aquí en donde ésta se manifiesta al fin desmontable, sin dar lugar a nuevos endurecimientos.

BIBLIOGRAFÍA

Engels, Friedrich (1961) Dialéctica de la Naturaleza. Barcelona: Grijalbo.

_____________ (1972) El Anti-Dühring. Introducción al estudio del socialismo. Buenos Aires: Claridad.

Derrida, Jackie Eliahou (1995) Espectros de Marx. Madrid: Trotta.

Habermas, Jürgen (1995) Teoría y praxis. Barcelona: Altaya.

Jameson, Fredric (1989) Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmente simbólico. Madrid: Visor.

López, Edgardo Adrián (1998) “La dialéctica base-superestructura en Karl Heinrich Marx”, tesina de Licenciatura (inédita).

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Marx, Karl Heinrich (1971) Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política. (Borrador). 1857-1858. Vol. I, Buenos Aires: Siglo XXI.

_______________ (1972 a) Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política. (Borrador). 1857-1858. Vol. II, Buenos Aires: Siglo XXI.

_______________ (1972 b) El capital. Capítulo VI (Inédito). Buenos Aires: Siglo XXI.

_______________ (1973) Contribución a la crítica de la Economía Política. Buenos Aires: Estudio.

_______________ (1974) Teorías sobre la plusvalía. Vol. I, Buenos Aires: Cartago.

Nietzsche, Federico Guillermo (1967 a) “La voluntad de dominio” en Obras Completas, vol. IV, Madrid: Aguilar.

________________________ (1967 b) “El ocaso de los ídolos” en op. cit.


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