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"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normal
izado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

Para una introducción a
la microeconomía del paisaje

Francisco Muñoz de Escalona (CV)
Ex - Científico Titular del CSIC
mescalona en iservicesmail.com


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Muñoz de Escalona, Francisco: "Para una introducción a la microeconomía del paisaje" en Contribuciones a la Economía, septiembre 2004. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/



Aunque no soy especialista en temas relacionados con el medio ambiente y el paisaje en concreto cuenta con prestigiosos expertos entre los que destacan titulados en geografía, biología, sociología y ecología sin olvidar a los economistas de los recursos naturales, me decido a hacer estas reflexiones para la Primera Jornada sobre Paisaje y Desarrollo que organiza la Asociación de Amigos del Paisaje de Salas.

Como no soy experto en paisaje desconozco la literatura especializada y sus grandes ejes temáticos, sus enfoques y sus escuelas o tendencias si las hay. Lo más sensato en estas circunstancias habría sido no complicarme la vida con las reflexiones. Sin embargo, como me precio de ser un investigador independiente o, si se quiere, lo que se decía antaño un viejo librepensador, me he atrevido a hacerlas como ejercicio, ensayo o intento de aplicar el análisis microeconómico al paisaje y obtener las conclusiones que de ello se deriven. Digo aquí cosas discutibles que deberían ser discutidas. Lo lógico es que hubieran sido cocinadas en el seno de un seminario de economistas, pero, como no ha sido así no son más es los resultados de una reflexión personal no suficientemente trabajada como debiera. No lo digo como disculpa del método y los resultados sino para incentivar la crítica, siempre necesaria y gratificante sea cual sea su sentido, salvando siempre la buena fe.

El paisaje, dice nuestro diccionario, es la extensión de terreno que se ve desde un sitio. Más precisamente: la extensión de terreno que se considera en su aspecto artístico. Dicho de modo menos académico y más preciso: Paisaje es la extensión de terreno que al observador le parece especialmente bella o hermosa por ajustarse a criterios estéticos socialmente implantados, compartidos y asumidos por el observador. El paisaje es, pues, una percepción simple o estéticamente valorada de una parte del territorio. No es, aunque parezca una paradoja, una realidad física, natural y tangible. Es una realidad subjetiva, o, si se quiere, un sentimiento estético. Sin sujeto observador no hay paisaje aunque haya territorio. Sin normas o criterios estéticos, tampoco. Naturaleza, sujeto y normas estéticas son elementos constitutivos del concepto paisaje.

Sin especial afán de citas librescas que pueden oler a pedantería, haré referencia a Karl R. Popper, el filósofo austriaco nacionalizado británico y no hace mucho desaparecido. Si lo hago es porque lo hasta ahora dicho del paisaje no permite incluirlo en el primer mundo popperiano, el mundo físico o natural, ni en el tercero, el mundo de las ideas con las que nos representamos la realidad, sino en el segundo, el mundo de los sentimientos anímicos, el de las sensaciones personales, el mundo de la psique. El paisaje no es, pues, un concepto geográfico o ecológico, aunque lo tomemos como tal en el lenguaje ordinario, sino un constructo colectivo (algunos dirían un percepto) que pertenece al ámbito de la estética y los valores artísticos, siempre subjetivos.

Cuando al contemplar una panorámica sobre el territorio decimos que vemos un paisaje estamos dando a entender que lo que vemos nos gusta, que sentimos placer viéndolo por ajustarse a valores y criterios estéticos socialmente implantados y generalmente compartidos. Contemplar un paisaje recrea al contemplador, contribuye así a su bienestar, a veces es terapia contra el estrés. Para sentir de nuevo ese placer, debemos volvemos al mismo lugar. El paisaje es para el sentido de la vista lo que la música para el sentido del oído, lo que el perfume para el sentido del olfato, lo que la tersura para el sentido del tacto o la dulzura para el gusto. Pero así como la música, el perfume, la tersura y el gusto se apoyan en cosas móviles (transportables), el soporte del paisaje es un territorio, y el territorio es inmueble, inamovible (no transportable)

Reiterar la contemplación de un paisaje es un indicador fiable de que hemos evolucionado, de que ha nacido en nosotros una nueva necesidad y de que aspiramos a satisfacerla. Hay quien se convierte en buscador de paisajes, en adicto a esta forma específica de la belleza. Si aceptamos lo que acabo de decir aceptaremos también que, en principio, estamos en los aledaños de la economía, la ciencia que se ocupa de la satisfacción de las necesidades con bienes y recursos escasos y usos alternativos. Pero no debemos de precipitarnos. Antes hemos de comprobemos si, en efecto, es posible hablar, abiertamente y sin falsos pudores, de economía del paisaje.

En primer lugar, reconocer que el paisaje satisface una necesidad es admitir que el paisaje se asemeja a / o es un bien o recurso. Si ese bien o recurso fuera escaso, habríamos constatado una característica consustancial con los bienes o recursos objeto de atención por la economía. Si, además, el paisaje fuera susceptible de tener usos alternativos, podríamos estar seguros de que a su estudio se puede aplicar el método de la economía, el análisis económico.

El territorio, la materia prima del paisaje, existe desde que se formó el planeta tierra, pero los paisajes existen solo desde que hay observadores capaces de percibirlos y tener criterios estéticos. Esto quiere decir que los paisajes solo existen en sociedades con elevado grado de humanización y desarrollo cultural. Los hombres que vivieron en las cavernas hace treinta o cuarenta mil años han dejado testimonios indudables de su capacidad para el arte, concretamente en Asturias, donde tanta riqueza hay de arte rupestre. En aquellos remotos tiempos, aunque los territorios susceptibles de ser percibidos como paisajes fueran abundantes, los paisajes eran escasos como consecuencia del escaso número de perceptores.

El progresivo desarrollo de la riqueza aumentó la población y con ello el número de perceptores de paisajes. Las ciudades y las infraestructuras crecieron exponencialmente y, al mismo tiempo, se transformó, a veces de un modo irreversible, la realidad natural objeto de percepción, el territorio. En las sociedades modernas, los paisajes son también escasos pero por una causa diferente, ahora porque la realidad natural objeto de percepción ha sufrido graves agresiones. Una prueba de la actual carestía de paisajes es que los lugares que permiten disfrutar de su contemplación alcanzan en el mercado inmobiliario precios más altos que las que no ofrecen esa posibilidad. Los economistas dirían que esos lugares disfrutan de una ventaja comparativa o que aportan una renta diferencial. El paisaje se comporta, pues, como la fertilidad de la tierra. Del mismo modo que la necesidad de recurrir a cultivar tierras cada vez menos fértiles es la causa de que las tierras más fértiles aporten a sus dueños una renta diferencial, lo mismo acontece con la necesidad de habitar en lugares sin paisaje. En ambos casos, la causa es el crecimiento de la población.

En definitiva, por causas objetivas y razones subjetivas, el paisaje ha sido desde muy antiguo un bien escaso y por tanto puede ser estudiado aplicando el método de la economía.

¿Es el paisaje objeto de producción y oferta, de consumo y demanda?

Por lo ya dicho, parece claro que el paisaje es, ante todo, un acto de consumo y disfrute. De ser también un bien producible sería el único bien en el que la producción y el consumo son actividades sincrónicas, la una sería imposible sin la otra. El agente consumidor sería el mismo agente productor. Esta característica introduce dificultades añadidas a su estudio como bien económico.

La primera dificultad es que, en la producción de paisajes, hay que distinguir dos factores diferentes
• el sitio desde el que se consume el paisaje
• la extensión de terreno que se contemplada desde ese sitio.

En el lenguaje ordinario se confunden estos dos factores. Ordinariamente llamamos paisaje tanto a la sensación estética que experimentamos desde un sitio como al terreno percibido desde ese sitio. Tanto el sitio, lugar o punto de contemplación, como la extensión de terreno contemplada son objeto de producción, pero ninguno de los dos son el paisaje propiamente dicho sino solo dos piezas fundamentales del mismo.

La producción del sitio desde el que se contempla el paisaje es un problema que suele resolverse por medio de un proceso de búsqueda y selección entre diferentes sitios que acaba con la elección del sitio óptimo en virtud de determinados criterios previamente establecidos por el inversor.

La producción del terreno que se contempla desde el sitio elegido, lo que podemos llamar escenario, es un problema más complejo. Hay escenarios espontáneos o naturales y escenarios antrópicos o transformados por la acción del hombre. Entre los escenarios transformados los hay que son resultado de una actuación deliberada y los que son resultado de actuaciones indirectas. Si esa acción deliberada está orientada a la disponibilidad del escenario previsto estamos frente a una actividad productiva.
Los escenarios para colaborar en la producción de paisajes se producen desde que el desarrollo de las ciudades hizo apetecible y necesaria la contemplación estética de extensiones de terreno especialmente bellos. La producción de escenarios ha estado en el pasado al servicio de las clases opulentas. Desde la antigüedad, su consumo es una forma del llamado consumo ostentoso, el que aporta distinción social. Ahí están, entre otros ejemplos, las villas campestres de los romanos, construidas siempre en lugares seleccionados de la montaña, del valle o del litoral. Otro ejemplo de producción de escenarios paisajísticos son los alrededores de los palacios de la nobleza y de los cenobios de los monjes. Versalles, uno de los conjuntos palaciegos más famosos e imitados del mundo, marcó un hito en la historia del paisajismo que aun sigue en vigor. La aspiración a tener residencias con setos de boj geométricamente recortados al gusto versallesco es todavía frecuente entre los urbanitas. Según estos criterios, cuanto más transformada se encuentra la Naturaleza con la simulación de las más variadas formas geométricas, más valorado es un paisaje. Los franceses someten todavía a los árboles de sus parques urbanos a podas drásticas orientadas a darles formas antinaturales, es decir, artísticas, acordes con criterios estéticos admitidos hace siglos. Se inscriben así en la estética que menosprecia lo natural como puede verse en la obra de ese extraño escritor que fue el francés Huysman con su obra Contra natura, un título ciertamente expresivo de esta filosofía del paisaje. Hay paisajistas que buscan la estética de tarjeta postal hoy está en decadencia, una estética perjudicial para los territorios que se transformaron siguiendo esta moda. Hay incluso paisajistas que buscan lo extraño, lo deforme hasta llegar al feísmo. Quienes se inscriben en esta estética reaccionaron al romanticismo, caracterizado por una vuelta a la naturaleza, la tendencia que inició Juan Jacobo Rouseau y aceptaron plenamente los ingleses. Los pintores ingleses cultivaron en el siglo XIX la temática paisajística, en la que hay verdaderas obras maestras rodeadas de otras que caen en un amaneramiento todavía muy del gusto de las clases populares.

Cuando los ingleses se convirtieron en la primera potencia mundial implantaron una moda paisajística radicalmente diferente a la versallesca. Sus paisajes están inspirados en la imitación de la naturaleza. Fueron ingleses los primeros arquitectos paisajistas, una profesión más evolucionada que la de jardinero.

Tanto la vieja moda versallesca del paisaje como la del moderno paisajismo inglés han estado al servicio de minorías opulentas consumidoras de paisajes Su producción provoca a veces agresión al recurso natural en el que se basa.

Sucede con la producción de escenarios para paisajes como con la fruticultura. La mayor valoración que hoy alcanzan en el mercado las frutas tratadas con productos fitosanitarios y con árboles genéticamente transformados ha acabado con la producción de frutas menos vistosa y más perecederas, pero más gustosas. Hoy los jóvenes no conocen el verdadero sabor de un tomate, un melocotón o un racimo de uvas como los que se producían a mediados del sigo XX. Hoy comemos vistosos tomates con textura plástica y sin sabor, y melocotones impubescentes, de carne seca y dura como la madera. Es comprensible que los movimientos ecologistas traten de implantar el gusto por la fruta tradicional, poco vistosa, manchada y hasta deforme, pero con sabor a la fruta que se produce con la tecnología tradicional, la que hoy llamamos fruticultura ecológica.

La producción de escenarios para el paisaje de inspiración francesa o inglesa es una de las causas de la transformación de la naturaleza si bien no tan agresiva como la que se provoca con su inmolación en beneficio del aumento de la riqueza. Hoy hemos perdido, me temo que definitiva e irreversiblemente, muchos de los escenarios que disfrutaron nuestros antepasados como paisajes. Ya no es posible disfrutar en el mundo desarrollado de los escenarios primigenios propios de los tiempos que precedieron a la revolución industrial urbana. Para contemplarlos hay quien recurre a la llamada industria del turismo y viaja a países del Tercer Mundo. Y no siempre los encuentran en ellos porque el subdesarrollo es también una forma de degradación de los escenarios naturales. También la industria del turismo provoca penosas transformaciones de los escenarios naturales por medio de criterios estéticos adocenados.

Los escenarios paisajísticos no siempre son deliberadamente producidos. Como ya he dicho, hay escenarios cuya producción es indirecta o derivada de ramas productivas convencionales y de sus equipamientos. Algunos escenarios se deben a la explotación agrícola y ganadera. Otros a la explotación de canteras y del vertido de los derrubios de minas subterráneas. Un ejemplo muy cercano de estos escenarios derivados lo brinda Asturias, un país naturalmente boscoso y rico en recursos mineros que hoy es un mosaico de prados, montes y caseríos. La campaña asturiana de marketing turístico propaga la falsedad de que Asturias es un paraíso natural. El eslogan ha tenido éxito, pero el éxito no debería ocultarnos que el escenario que brinda Asturias a los visitantes es la consecuencia de una transformación cultural relativamente reciente. También el páramo castellano es un escenario derivado, en esta ocasión de la ganadería lanar trashumante y de la producción de cereales que se desarrolló en la Edad Media. A estas transformaciones de los escenarios naturales en escenarios culturales hay que añadir las provocadas por grandes obras públicas como las carreteras y los aeropuertos y por instalaciones industriales y energéticas, como los altos hornos o las centrales nucleares. La intrusión visual es una forma especialmente nociva de contaminación medioambiental que provoca pérdida de valor de los lugares afectados, una especie de renta diferencial negativa.

Un escenario se consolida como objeto de percepción paisajística cuando se adapta a criterios estéticos socialmente admitidos. La materia prima de la producción de escenarios paisajísticos es, repito, la Naturaleza, pero el escenario es un producto cultural que cuando es de calidad satisface una necesidad psicológica al servicio del bienestar y de la calidad de vida.

Le oí decir en un reciente congreso internacional a un historiador argentino que fue director de Parques Naturales que las sociedades modernas solo consiguen conservar lo que creen que es útil. Proponía por eso que la mejor política de conservación de la naturaleza es la que convence a la sociedad de que sin parques naturales no es viable la vida del hombre en la tierra.

Una forma de conservación de la naturaleza es crear un estado de opinión que vea el paisaje como el producto que satisface dos necesidades al mismo tiempo, una necesidad estética y una necesidad vital. El paisajismo en general, pero sobre todo el paisajismo alejado de la estética hortera y obsoleta de la tarjeta postal, debería figurar en los programas electorales de los partidos políticos para crear el estado de opinión necesario. Sin embargo, todavía hay partidos que, al formar gobierno, dan la espalda a la naturaleza y olvidan la conservación de la base natural del paisaje. Los partidos se mueven por intereses electoralistas y creen que el paisaje es un producto que solo consumen los ricos. Fue así en el pasado, pero hoy es un producto cuyo consumo es necesario para todos porque eleva el bienestar y la calidad de vida de los pueblos. El caso reciente que se ha dado en el Concejo asturiano de Salas, en el que, agotada una cantera de sílice, se ha enajenado un monte del común para explotar otra. El ayuntamiento ha conquistado la opinión pública basándose en criterios de rentabilidad a corto plazo y en el argumento de que la empresa concesionaria creará nuevos puestos de trabajo. La Asociación de Amigos del Paisaje de Salas ha perdido la batalla por defender una política de desarrollo sustentable que respete las bases naturales del paisaje. La necesidad de paisajes ocupa todavía uno de los últimos lugares en la jerarquía de necesidades de los consumidores, sobre todo en las áreas rurales. La meta, pues, es conseguir que la necesidad de consumir paisajes figure entre los tres o cuatro primeros puestos del presupuesto familiar de los ciudadanos. Hasta que no se consiga, el paisaje seguirá siendo un producto orientado casi exclusivamente al consumo de las clases urbanas con todos los problemas que esto comporta.

Del mismo modo que se impone recuperar las frutas cultivadas del modo tradicional y ecológico, hay que crear la moda de un paisajismo sin afeites que sepa ver la belleza que hay donde hay respeto por la naturaleza sin transformar o lo menos transformada posible. La declaración de territorios como parques naturales es por ello un paso en esta dirección, pero un paso excesivamente tímido.

Si los partidos políticos no incluyen al paisaje en sus programas electorales la tarea debe ser asumida por la sociedad civil organizada. La economía como disciplina tiene capacidad para establecer modelos de gestión que se proponen el objetivo de convencer de la utilidad del paisajismo natural como método de conservación. Una vez alcanzado el objetivo, la economía es también competente para elaborar modelos orientados a su producción, conservación y mantenimiento. Así entendido, el escenario paisajístico es un componente destacado del patrimonio básico de la sociedad que ha de ser conservado y mejorado en beneficio de la calidad de vida actual y futura. La población debería ser educada para la percepción del paisaje. De este modo, tanto la producción de escenarios como su consumo generalizado redundarán en el bienestar de la sociedad y, por tanto, en la conservación social de los recursos naturales. El paisajismo es una forma de producción de alta rentabilidad a largo plazo. En España se ha valorado recientemente en cerca de 150.000 millones de euros. La Unión Europea ha tomado la decisión de cancelar una política agraria de orientación productivista, basada en la subvención al agricultor y al ganadero, y sustituirla por una política de orientación ambiental y paisajística. Al margen de sus dificultades y de sus objeciones sociales a corto plazo, me parece un paso acertado hacia la reconversión del medio rural, tradicionalmente agrícola y ganadero, a través de la recuperación de los recursos naturales, una política que puede poner las bases para una deliberada producción de escenarios acordes con la conservación de la naturaleza, que sean la base para un disfrute paisajístico que redundará en un aumento de la calidad de vida y del bienestar de todos, vivan en el campo o en la ciudad.

Para que no se me malinterprete, diré que quienes aun viven en el campo no deben de convertirse, como proponen algunos especialistas, en jardineros al servicio del ocio de urbanitas, aunque sea a través de un contrato formalizado para enmascarar la limosna de las subvenciones. Es seguro que esta nueva profesión no les reportará un nivel de vida comparable a quienes residen en la ciudad, ni siquiera combinándola con la agricultura o la ganadería. El medio rural tiene que contar con las infraestructuras imprescindibles para optar a ser elegido como localización de ramas de producción avanzadas respetando siempre los criterios del desarrollo sustentable, el que tiene en cuenta los límites del crecimiento. Se impone la obligación legal de no degradar el medio ambiente y de recuperar la degradación ocasionada en el pasado a fin de legar a las generaciones futuras un medio cada vez más habitable.

A quienes prefieren entender el paisaje como un capítulo específico del patrimonio natural les parecerá criticable esta ponencia. Sus aportaciones en este sentido podrían ser consideradas por la economía en su versión macro. Yo he intentado ensayar una microeconomía del paisaje.

Espero comentarios, críticas y aportaciones en el seno de la microeconomía.