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"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normal
izado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

Ocio, negocio y tiempo libre
Una aclaración conceptual necesaria
de cara al estudio económico del turismo

Francisco Muñoz de Escalona (CV)
Ex - Científico Titular del CSIC
mescalona en iservicesmail.com


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Muñoz de Escalona, Francisco: "Ocio, negocio y tiempo libre" en Contribuciones a la Economía, octubre 2004. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/



Los turisperitos practican una aproximación al turismo desde los viajeros por placer, lo que les lleva a una conceptualización sociológica centrada en los comportamientos de quienes realizan estos viajes durante su tiempo libre. Desde 1988 vengo tratando de poner las bases necesarias para estudiar el turismo no desde el comportamiento de los viajeros durante el viaje sino desde la existencia de unas necesidades para cuya satisfacción es imprescindible realizar un desplazamiento circular (desde el lugar de residencia hasta un lugar diferente con regreso al primero) que ha de ser previamente planificado. De esta forma se evitan las anomalías en las que se cae cuando se aplica el análisis económico a una realidad acotada desde el sujeto, entre ellas la imposibilidad de identificar la función de producción. Planteo el estudio del turismo desde la planificación del desplazamiento circular considerado como la actividad productiva específica que precede a la actividad consuntiva o realización del desplazamiento.

 En este texto pretendo demostrar que en la investigación científica del turismo no se debe confundir ocio con tiempo libre, dos conceptos absolutamente diferentes como trataré de desmostrar. Para ello me baso en la indagación lingüística y antropológica que tuve que hacer para escribir El turismo explicado con claridad (www.librosenred.com), obra en la que expongo los fundamentos de la aplicación del análisis microeconómico al turismo previamente identificado objetivamente como un único producto frente al conjunto de ciento setenta y siete que contiene la llamada Clasificación Internacional Uniforme de las Actividades Turísticas propuesta en la Conferencia de Ottawa en 1991, conjunto que, como es obvio, solo permite aplicar el análisis macroeconómico o, en todo caso, aplicar el análisis microeconómico a ciento setenta y siete productos diferentes.

 Me llevó a este estudio la reiterada confusión que los turisperitos practican entre ocio y tiempo libre, así como su insistencia en considerar que el turismo es una actividad de consumo olvidando que antes tiene que haber sido una actividad de producción.

 En los primeros años de la humanidad, las actividades de ocio eran, por definición, las encomendadas a las clases dirigentes. El resto de la sociedad realizaba otras actividades, las llamadas de no ocio (negocio). Las primeras eran dignificantes y conferían honor, las segundas, serviles e indignas. Las de ocio se basaban en el ejercicio de la violencia, las de negocio en la pacífica y resignada labor de obtención o transformación de cosas útiles para satisfacer las necesidades vitales (producción). La más extremada rigidez presidía el reparto de unas y otras, primero entre hombres y mujeres y más tarde entre clases sociales (nobles y siervos). Después de avatares diversos, la humanidad puso en marcha un proceso irreversible de sublimación de la violencia cuyo trasunto institucional es la resignada y fructífera paz del trabajo.

 Ocio es un término muy antiguo, perdido hace años y recuperado recientemente. Para investigar su significado se acude a las aportaciones de antropólogos y filólogos, es decir, recurrimos a cosas ya sabidas porque creemos con Martín Heidegger que en ellas se oculta aún algo digno de pensarse[1].

 Ocio es un término especialmente polisémico; es la forma romance del latín otium, cuya primera acepción, la más superficial, es la de reposo o descanso. El economista norteamericano Thorstein Veblen realizó en 1899 una investigación de la clase ociosa que después de un siglo no ha sido mejorada (Véase Teoría de la clase ociosa, FCE, México, 1971):

         El término ‘ocio’ tal como aquí se emplea, no comporta indolencia o quietud. Significa pasar el tiempo sin hacer nada productivo: 1) por un sentido de la indignidad del trabajo productivo, y 2) como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad (p. 51)

 Y más adelante agrega:

         Desde el punto de vista económico, el ocio, considerado como ocupación, tiene un parecido muy cercano con la vida de hazaña (p.52)

 La institución de la clase ociosa es entendida por Veblen como 

 la excrecencia de una discriminación de tareas con arreglo a la cual algunas de ellas son dignas y otras indignas (p.17)

 Según Corominas y Pascual (1980)[2], el término ocio está documentado en nuestro idioma desde 1433, “pero hasta hoy sigue siendo voz culta, poco usual en el lenguaje hablado[3].

 En el pasado lo habitual era referirse a los derivados ocioso, ociosa. Fernández Palencia[4] distingue dos nociones de ocio, el vulgar y el filosófico. Algunos han dado en llamar al segundo ocio “con dignidad” para distinguirlo del primero, el ocio vulgar, “sin dignidad”, el ocio de la plebe, pero, sobre todo, el ocio de los marginados sociales. Cada una de estas formas de ocio correspondía a un grupo social determinado y generaba actitudes valorativas específicas. El citado lingüista recoge la distinción entre ambas formas de ocio con esta conocida frase: “Si es ocio vulgar trae denuesto, pero si es philosóphico lóase”.

 Al cabo de los siglos, el significado de ocio se ha diversificado pasando por una polisemia creciente. Hoy con este término se designa tanto el descanso gratificante y necesario de quien realiza actividades productivas, como la vagancia o desocupación de los marginados y delincuentes. Sebastián de Covarrubias[5] insiste en que el término ocio “no es tan usado como ociosidad” y que por ello, ya en su tiempo, era preferible referirse al “ocioso” como “aquel que no se ocupa de cosa alguna”.

 Al tratar Covarrubias la voz oficio dice que alude vulgarmente a “la ocupación que cada uno tiene en su estado” y aclara que “por eso podemos decir del ocioso y desacreditado que no tiene oficio ni beneficio”. En la Europa del siglo XVII, ocio era ya algo más que cesación del trabajo. El término tenía una clara connotación peyorativa, presente en el refrán latino otium omnium malorum fomes (el ocio es el origen de todos los males o vicios)[6]. El significado peyorativo se está perdiendo también junto con el original desde hace algunos años, lo que sin duda se debe a las transformaciones que han tenido lugar en el modelo de sociedad a lo largo del tiempo.

 El derecho a un periodo de vacaciones pagadas reconocido por el gobierno francés en 1936, y su posterior introducción en la legislación laboral de todos los países occidentales[7], puede estar en el origen de una noción de ocio desprovista de sus connotaciones originarias y también de las de moral puritana que tuvo hasta no hace tanto. Hoy se usa el término ocio por los estudiosos como sinónimo de tiempo libre, un tiempo no comprometido en el proceso productivo. Ocio significa ya vacación, cese de la actividad laboral; y negocio: su contrario, ocupación laboral siempre que sea remunerada.

La connotación de estatus social, su conexión con la clase dirigente, al que estuvo unido el término ocio en el pasado, se pierde y en su lugar se ha ido implantando un significado que hace referencia a la actividad laboral remunerada pero vista desde su cese temporal, desde la vacación, el tiempo no dedicado al trabajo. En consecuencia, las investigaciones sobre el ocio terminan centrándose en los tiempos consumidos tanto en el trabajo como en su interrupción transitoria y ocupándose de su cuantificación por grupos sociales (hombres y mujeres, activos, parados y jubilados, ricos y pobres, empresarios y asalariados, trabajadores remunerados y no remunerados, titulados y no titulados). Sorprendentemente, se desatiende la investigación de carácter teórico y conceptual que ofrezca el marco de referencia sin el que las cuantificaciones corren el riesgo de quedarse en los vacíos de la insignificancia.

 Hay una célebre frase en Veblen (ob. cit) que alude al carácter estatutario de quienes realizaban actividades de ocio, a la dignidad que su ejercicio daba a quienes las tenían institucionalmente asignadas y a su (falta de) conexión con el negocio, es decir, con las actividades que hoy incluimos entre las productivas y remuneradas realizadas por empresarios y asalariados públicos o privados:

 desde los días de los filósofos griegos hasta los nuestros, los hombres reflexivos han considerado siempre como un requisito necesario para poder llevar una vida digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las finalidades cotidianas inmediatas de la vida humana

Parece claro que con la frase transcrita Veblen no alude a la simple desocupación o al descanso vacacional, el llamado tiempo libre, sino a la ocupación en actividades superiores, honorables y socialmente dignificantes[8].

Fue a mediados del siglo XX cuando se implantó legalmente el  tiempo libre como complemento necesario a la sociedad opulenta. Pero es cierto que antes hubo que pasar por una larga fase en la que los herederos de las clases dirigentes o partes significativas de ellos se entregaron a la corrupción de la más espuria ociosidad. El proceso continuó su curso hasta nuestros días en los que la noción de ocio ha perdido ambas referencias para quedar reducido a tiempo no comprometido con obligaciones sobre todo laborales. Ciertas actividades consuntivas, antes reservadas primero a las clases dirigentes y más tarde a los sectores sociales de altos niveles de renta, quedaron al alcance de quienes pertenecen a segmentos de niveles de ingresos cada vez más bajos.

Quienes realizan estas modernas actividades de ocio generan una demanda específica de bienes y servicios que dan lugar, a su vez, a líneas de producción antes desconocidas o poco significativas orientadas a satisfacerla. Al tiempo libre o no comprometido con compromisos de cualquier tipo se le viene llamando también tiempo de ocio sin tener en cuenta la riqueza conceptual del término. El VI Congreso Mundial de Ocio de Bilbao (año 2000) ofreció todo un festival de significados de ambos términos. Con los textos de las comunicaciones libres y los de las conferencias magistrales y temáticas de destacados especialistas en la materia podría hacerse un interesante estudio sobre la polisemia extrema de ambos términos. Como muestra de la misma citaré una frase del programa del congreso. En ella se hace referencia a algunos de los incontables papeles desempeñados por el nuevo ocio en la sociedad actual:

producto de consumo, elemento de disfrute y diversión, impulsor del desarrollo económico, generador de empleo, promotor del desarrollo personal y comunitario, etc.

Al citado conjunto de actividades productivas y consuntivas se las denomina hoy unas veces de ocio y otras de tiempo libre. Hablamos también de empresas de ocio, de instalaciones de ocio y de equipamientos públicos de ocio[9]. El sentido no se altera si sustituimos ocio por tiempo libre. Los nuevos tiempos han conseguido lo que no consiguieron los pasados: introducir en el habla ordinaria el culterano término ocio y hasta dar sentido a la expresión, contradictoria en sus términos, “el ocio es negocio”. Los investigadores científicos dedicados a los modernos estudios de ocio aceptan la polisemia del lenguaje ordinario y trabajan con ella sin aparentes incomodidades[10].

Como ya hemos dicho, lo contrario de ocio es no ocio, negocio, un cultismo que tuvo mejor fortuna en el habla popular. En los orígenes, negocio designaba el conjunto de tareas residuales que realizaban los miembros de los grupos dominados, la ocupación de quienes se encargaban de realizar las actividades ordinarias del colectivo, destinadas a generar recursos para satisfacer las necesidades derivadas del diario vivir. Según Sebastián de Covarrubias (ob. cit.), negocio es “la ocupación de cosa particular, que obliga al hombre a poner en ella solicitud”. Negocio, según Corominas y Pascual (ob. cit.) es “un cultismo ya antiguo y bien arraigado en el habla popular”  

¿Se debe tan dispar evolución lingüística de ambos términos a la doble correlación existente entre ocio y clases dirigentes, por un lado, y negocio y clases productoras, por otra?

Intentamos estudiar aquí la evolución del reparto del ocio por clases sociales con la pretensión de determinar si existen en la actualidad actividades de ocio en su sentido originario. El reverso no es otro que el reparto o distribución de actividades de negocio. Tanto unas como otras se repartieron primero entre hombres y mujeres y, más tarde, entre clases sociales. Las actividades de ocio eran nobles, dignas, inútiles (improductivas) y honorables y las de negocio, humillantes, indignas, útiles (productivas) y deshonrosas. Hubo pues dos grupos o estatus sociales bien diferenciados, los ociosos y los negociosos.

El término ocio necesitó de adjetivos cuando las clases nobles o dirigentes rompieron la rigidez imperante en las sociedades tradicionales y se dedicaron cada vez más a desarrollar actividades productivas. Pero antes, la degradación y la corrupción de las clases dirigentes del llamado Antiguo Régimen, pusieron las bases para que las sociedades productivistas que surgieron con las revoluciones industrial y burguesa a fines del siglo XVIII infundieran al término ocio primero un rechazo social y más tarde una condena moral.

El proceso se afianzó progresivamente hasta llegar a nuestros días. Hoy sigue habiendo actividades de hombres y actividades de mujeres[11], pero ya sin apoyos legales, al menos en las sociedades avanzadas[12]. Tampoco existe el rígido reparto de actividades por clases sociales propio de las sociedades premodernas. De ambas instituciones tan solo quedan, como diría Veblen, excrecencias o supervivencias que sin duda desaparecerán en el futuro.

Los turisperitos no estudian curiosamente el turismo como producción a pesar de que hablan reiteradamente de productos turísticos. Lo estudian solo como consumo que se hace en tiempo de ocio, entendido como tiempo libre o tiempo de vacaciones, siempre que se disfruten fuera del entorno habitual en el que se mueve diariamente el sujeto cuando cumple sus obligaciones productivas o de no ocio. De esta forma caen en un reduccionismo teórico y conceptual que no siempre respetan ya que si fuera así no hablarían de turismo de negocios. Para ellos turismo es simplemente vacacionismo pero terminan traicionando la equivalencia. Creo haber demostrado que no debemos confundir ocio con tiempo libre aunque en el habla coloquial se usen estos términos como sinónimos. Una vez clarificados los dos conceptos procede romper el reduccionismo entre turismo y vacacionismo, como se impone distinguir en el estudio del turismo entre actividad de producción (oferta) y actividad de consumo (demanda). Haciéndolo así se garantiza la obtención de esos resultados exitosos en los negocios (rentabilidad, eficiencia) que J. M. Keynes prometía a quienes utilizan correctamente el método que denominamos análisis económico.


[1]     Martin Heidegger: Nietzsche, (1961), Destino. Barcelona, 2000.

[2]     Joan Corominas y J. A. Pascual, Diccionario Etimológico Castellano e Hispánico, Gredos, Madrid, 1980

[3]     Posiblemente hoy los dos eximios lingüistas habrían matizado este aserto ya que el término ocio se ha popularizado durante los últimos veinte años. El programa del 6º  Congreso Mundial de Ocio (Bilbao 3- 7 de julio, 2000) es una buena muestra de ello.

[4]    Alonso Fernández Palencia: Universal vocabulario en latín y en romance. Sevilla, 1490

[5]     Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid, 1611

[6]     Son muy frecuentes las expresiones en las que figura la idea de ocio unida a la mala reputación. El Diccionario de Latín de Agustín Blánquez Fraile (Sopena, Barcelona, 1966), de donde se ha tomado la nota antes citada, recoge otras expresiones y significados: “el espíritu se embota en la ociosidad”; “ociosamente: sin fruto ni utilidad”; “ocioso: que no tiene uso”; “entregarse a la ociosidad”; “ociosidad: desidia”. Como vemos, la relación entre el ocio y la ausencia de utilidad de las actividades realizadas por los ociosos es la idea dominante del concepto ocio al margen de las connotaciones de moral puritana que la civilización judeocristiana le infundió posteriormente, un significado con el que se ha utilizado el término hasta no hace tanto.

[7]     El art. 24 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948) recoge el derecho a un periodo anual de vacaciones pagadas como parte del contrato laboral.

[8]     Refiriéndose a la privación gubernativa que el historiador Ramón Carande sufrió en 1945, el también historiador Santos Juliá afirma que “empleó sus ocios en revolver los papeles de Simancas que le sirvieron como sólido cimiento a sus tres volúmenes” de “Carlos V y sus banqueros” (El País, Babelia, 24 de junio, 2000. Ocio es aquí sinónimo de cesantía o vacaciones, forzosas en este caso, pero dedicadas a una actividad investigadora.

[9]     El término griego para ocio es skole, del que procede escuela en los idiomas modernos para referirse a los establecimientos en los que se formaron antaño los hijos de las familias de la clase dirigente u ociosa y hoy se forman los de todas las familias en los países adelantados. La idea de ocio está por tanto presente en el término escuela, una institución dedicada a la práctica de actividades de ocio. Sin embargo, con la reiteración de su uso se ha perdido este significado primigenio y por ello podemos utilizar frases como esta: realización de actividades extraescolares de ocio

[10]   En muchos de los abundantes trabajos presentados en el citado VI Congreso de Ocio celebrado en  Bilbao es posible  encontrar usos y significados de ocio y tiempo libre desde diferentes enfoques mezclados luego como si  se hubieran hecho desde el mismo punto de vista.

[11]    En el mundo rural aun quedan supervivencias muy marcadas de la primitiva distribución de tareas por géneros

[12]    Amando de Miguel cuenta en El miedo a la igualdad (Grijalbo, Barcelona, 1975) esta curiosa anécdota con motivo de una famosa revuelta estudiantil en la Universidad de Columbia: “Encerrados para protestar contra la desigualdad y la represión de todo tipo, de repente se dieron cuenta de una extraña división del trabajo que se había producido: las chicas se ocupaban de preparar los bocadillos mientras los chicos preparaban los carteles y discursos”. Excrecencias de la división del trabajo por géneros las habrá sin duda en diferentes países y culturas. Su extraordinaria antigüedad confiere una extraordinaria resistencia a la institución. Pero su demolición hace tiempo que comenzó y sin duda tiene los días contados.