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CAPÍTULO VI

 MÉXICO.

 

VI.1.- UN PAÍS DE INSTITUCIONES

 

          Tras la muerte del general Álvaro Obregón, presidente electo para el periodo 1928-1932, y logrados los ajustes políticos más urgentes, el general Plutarco Elías Calles describe las mutaciones que habrían de experimentarse en la política mexicana:

          “Pero la misma circunstancia de que quizá por primera vez en la historia se enfrenta México con una situación en que la nota dominante es la falta de caudillos debe permitirnos, va a permitirnos, orientar definitivamente la política de país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurar pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes.

          “No necesito recordar cómo estorbaron los caudillos, no de modo deliberado quizá, a veces, pero sí de manera lógica y natural siempre, la aparición y la formación y el desarrollo de otros prestigios nacionales de fuerza, a los que pudiera ocurrir el país en sus crisis internas o exteriores, y cómo imposibilitaron y retrasaron, aun contra la voluntad propia de los caudillos, en ocasiones, pero siempre del mismo modo natural y lógico, el desarrollo pacífico evolutivo de México, como país institucional, en el que los hombres no fueran, como no debemos ser, sino meros accidentes sin importancia real, al lado de la serenidad perpetua y augusta de las instituciones y las leyes.”

          “Pues bien, señores senadores y diputados, se presenta a vosotros, se presenta a mí, se presenta a la noble institución del ejército, en la que hemos cifrado ayer y ciframos hoy nuestra esperanza y nuestro orgullo; se presenta a los hombres que han hecho la Revolución y a las voluntades que han aceptado de modo entusiasta y sincero la necesidad histórica, económica y social de esta Revolución, y se presenta, por último, a la totalidad de la familia mexicana, quizá única en muchos años, repito, de hacer un decidido y firme y definitivo intento para pasar de la categoría de pueblo y de gobiernos de caudillos a la más alta y más respetada y más productiva y más pacífica y más civilizada condición de pueblo de instituciones y de leyes.”[1]

          Resulta conveniente evocar las palabras de quien fue mucho más que un testigo presencial de aquellos hechos: “En marzo de 1929, por iniciativa del general Calles y con la aprobación del presidente Portes Gil, se fundó el Partido Nacional Revolucionario, medida política habilísima que quitó al ejército a partir de 1930 la función electoral. El ejército se había rebelado por la sucesión presidencial en 1920 contra Carranza, en 1923 contra Obregón, en 1927 contra Calles y todavía en 1929 contra Calles y Portes Gil. Esperemos que en el futuro el ejército, la armada y la aviación se limiten a ser los guardianes de las instituciones.”

          “Y así el régimen del general Plutarco Elías Calles, venciendo dificultades enormes, hizo construir caminos y obras de riego; organizó el Banco de México, el crédito agrícola y las escuelas centrales agrícolas; repartió 3 046 000 hectáreas que beneficiaron a 301 587 familias campesinas; moralizó la administración pública y castigó a los prevaricadores. Así, México, nuestro México, a fines de 1928 apuntaba al porvenir.”

          “Sin embargo, hagamos notar que de hecho el propio general Calles al dejar la presidencia, contra su voluntad o deliberadamente, aceptó fungir como Jefe Máximo de la Revolución durante algo más de seis años, o, en otros términos, aceptó ser el caudillo indiscutible cuyo poder nadie ponía en tela de juicio. Se sabe bien que el licenciado Emilio Portes Gil y el general Abelardo Rodríguez consultaban siempre al Jefe Máximo cuando se trataba de asuntos nacionales como internacionales; y el pobre de Ortiz Rubio, que se atrevió a discrepar de aquél, tuvo que renunciar a la presidencia el 12 de septiembre de 1932.”[2]

          El período que se extiende de 1928 a 1934 es conocido como el Maximato, en el que Plutarco Elías Calles es considerado Jefe Máximo de la Revolución y factor decisivo en las decisiones políticas. El maximato consta de tres etapas, correspondientes con los períodos presidenciales de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez[3]. En el desarrollo de la primera, el 4 de marzo de 1929, se crea el Partido Nacional Revolucionario, institución necesaria y útil instrumento, no sólo para garantizar la pacificación de los distintos jefes militares, a los que se agrupa en ese instituto político, sino para asegurar el total dominio de Calles sobre los acontecimientos y los personajes políticos.

          El retorno a un orden político que excluyó las posibilidades de la reelección presidencial y el control directo del general Calles sobre la débil institucionalidad, originaron un peculiar y duradero sistema autoritario. En opinión de Samuel Huntington: “Desde 1929 hasta 1989, México tuvo un régimen autoritario único y estable, que sólo requirió una pequeña cuota de represión porque su legitimidad estaba sostenida tanto por la ideología revolucionaria (que incluía un fuerte nacionalismo) como por los cambios regulares en sus líderes políticos. Los regímenes comunistas nativos tuvieron el primer punto

 

 

(sin nacionalismo), pero no el último.”[4]

          El lapso al que se hace referencia cobijó un importante crecimiento económico impulsado fundamentalmente por la intervención del Estado, tal y como lo describe el sólido estudio que coordinó José Ayala Espino, que abarca el análisis periodizado de 1920 a 1982.[5]

          Es también en este período que se construye una cierta institucionalidad mexicana, por lo que hace a la política exterior. La incorporación del país a la Sociedad de Naciones y los cambios de régimen en algunos países de América del Sur, favorecen un claro distanciamiento de México respecto a la llamada teoría de reconocimiento de los gobiernos, por parte de esta sociedad. En 1931, Genaro Estrada, encargado del despacho de la cancillería, enuncia lo que en aquel entonces se conoció como la Doctrina México y que, al paso del tiempo, se evoca -cada vez con menos fuerza- como la Doctrina Estrada:

          “Es un hecho muy conocido el de que México ha sufrido como pocos países, hace algunos años, las consecuencias de esa doctrina (la del reconocimiento de nación capaz de gobernarse a sí misma), que deja al arbitrio de gobiernos extranjeros el pronunciarse sobre la legitimidad o ilegitimidad de otro régimen, produciéndose con ese motivo situaciones en que la capacidad legal o el ascenso nacional de gobiernos o autoridades, parece supeditarse a la opinión de los extraños.”

          “La doctrina de los llamados “reconocimientos” ha sido aplicada a partir de la Gran Guerra, particularmente a naciones de

 

este continente, sin que en muy conocidos casos de cambios de régimen en países de Europa los gobiernos de las naciones hayan reconocido expresamente, por lo cual el sistema ha venido transformándose en una especialidad para las repúblicas latinoamericanas.”

          “Después de un estudio muy atento sobre la materia, el gobierno de México ha transmitido instrucciones a sus ministros o encargados de negocios en los países afectados por las recientes políticas, haciéndoles reconocer que México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos porque considera que ésta es una práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes de hecho asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. En consecuencia, el gobierno de México se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos y a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades. Naturalmente, en cuanto a las fórmulas habituales para acreditar y recibir agentes y canjear cartas autógrafas de jefes de Estado y cancillerías, continuará usando las mismas que hasta ahora, aceptadas por el derecho internacional y el derecho diplomático.”[6]

 

          Temprana y vigorosamente, México se armó de una política exterior guiada por los sólidos principios doctrinarios de la No Intervención y de la Autodeterminación de los Pueblos, bajo la férrea hegemonía política del maximato y en clara oposición a la doctrina del reconocimiento. Este carácter doctrinario de las relaciones con el exterior, sobra decirlo, también se puso al servicio de la legitimidad política del régimen, y prácticamente abarcó la etapa de 1931 hasta 1989, juzgada por Huntington como la del régimen autoritario, tal y como ya se ha mencionado.

          Un evento particular, la ruptura de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética -relaciones que se establecieron durante la conclusión de la presidencia de Álvaro Obregón-, facilitó la propuesta de invitar a México a ingresar a la Sociedad de Naciones. Más allá de los señalamientos estadunidenses y de algunos países de Europa Occidental, que percibían a la embajada soviética en México como un nido de espías comunistas, la comunicación del enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del gobierno mexicano en la URSS, licenciado Jesús Silva Herzog, del día 4 de julio de 1929, fue la gota que derramó el vaso. Esto informó don Jesús:

          “[En la Unión Soviética] No se nos conoce, no se nos entiende y estima. En las etiquetas fabricadas por una ideología ortodoxa y fanática, nos corresponde el título de gobierno pequeño burgués, gobierno que, según ellos, está aliado al imperialismo y es enemigo de las clases trabajadoras; se nos ve con desconfianza y se nos trata con la misma tibia cortesía con que tratan a los países que consideran sus enemigos. Yo creo, francamente, que en el fondo han de sonreír de nuestra noble actitud un poco romántica, de tener en Moscú una misión costosa, sin tener ningún interés material que defender. Todos los países aquí acreditados son vecinos o tienen un intenso comercio con la Unión Soviética. El Partido Comunista es el que verdaderamente gobierna; los distintos órganos del Estado no son en realidad sino meros aparatos de aquél. Claro está que el gobierno sostiene que forma una entidad aparte; pero esto es falso, es mentira…la famosa dictadura del proletariado es la dictadura del Partido Comunista, que la ejerce por medio del Comité Central, donde el amo, el que decide los negocios más arduos, el que dice siempre la última palabra, es Stalin. Por consiguiente, se llega a la conclusión lógica y por otra parte verdadera, de que la dictadura del proletariado es la dictadura de Stalin. Uno de los órganos más importantes del Partido es la Internacional Comunista, por medio de la cual sostiene relaciones con los comunistas del exterior, hace activa propaganda, formula programas de acción y determina la táctica que en cada momento y en cada lugar debe seguirse. El Partido Comunista Mexicano tiene aquí un representante en esa Oficina, lo mismo que los partidos comunistas de otros países. El representante del partido mexicano es en la actualidad el señor Manuel Díaz Ramírez, y yo no sólo lo sospecho, sino que sé perfectamente, que el Partido Comunista Mexicano recibe órdenes y hasta ayuda material, en algunos casos, de la Internacional Comunista. Los comunistas mexicanos habían sido atacados en más de una ocasión por los comunistas rusos, quienes los tachan de tibios y oportunistas. La campaña contra el gobierno de Portes Gil ha sido, a mi juicio y de acuerdo con los informes que tengo, sugerida desde aquí. Tengo conocimiento, además, que dentro de algunos días la Internacional Comunista lanzará un manifiesto en contra del gobierno de México. En resumen, el Partido Comunista tiene dos órganos para comunicarse con el exterior: La Internacional Comunista, por medio de la cual se nos insulta; y, el Comisariado de Negocios Extranjeros que sostiene con nosotros, aparentemente, relaciones cordiales.”[7] El primero de enero de 1930, el presidente Emilio Portes Gil decidió que Silva Herzog regresara de Moscú, dando por terminadas las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.[8] El propio Don Jesús Silva Herzog consigna la opinión del presidente Emilio Portes Gil a ese respecto: “[El ministro ruso Alejandro Makar] era un hombre sin gran cultura, poco conocedor de nuestro medio y de cortos alcances intelectuales. Él fue, sin duda, el mayor responsable de que México rompiera, en el mes de enero de 1930, sus relaciones de amistad con la Rusia Soviética.”[9]

          En muy buena medida, el conflicto con la Unión Soviética se originó por el fusilamiento del militante comunista Guadalupe Rodríguez, quien -con trescientos agraristas a sus órdenes- se sumó a las fuerzas que fueron al Norte a combatir la rebelión escobarista, vencida después de meses de lucha. En Durango Rodríguez herró a los caballos y mulas de su pequeña tropa con la hoz y el martillo y ocultó parque, muy probablemente con la idea de levantarse en armas. Fue sorprendido y fusilado junto con su camarada Salvador Gómez, en el mes de julio de 1929, por órdenes del general Manuel Medinaveytia. Por ese hecho, la Tercera Internacional publicó un manifiesto contra el gobierno de México; en uno de los párrafos de ese manifiesto se decía que el presidente Portes Gil y el general Plutarco Elías Calles eran unos lacayos del imperialismo y que estaban de rodillas ante el Papa. Todo lo que siguió sólo sirvió para producir un creciente deterioro de las relaciones entre ambos países, hasta llegar a la ruptura precitada.

          México fue aceptado por unanimidad, para ingresar a la Sociedad de Naciones en septiembre de 1931, postulado por Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, España y Japón. “El presidente de la Sociedad y su secretario, Titulesco y Drummond, dieron a conocer la resolución que estaba concebida en los siguientes términos: Considerando que México no figura en el anexo del pacto en donde están enumerados los países invitados a adherirse; considerando que es de toda justicia que la Sociedad de Naciones repare esta omisión, tan contraria al espíritu mismo de la Sociedad, decide invitar a México a adherirse al pacto en donde están enumerados los países invitados, y a aportar a la Sociedad, su propia colaboración, como si hubiese sido invitado desde su origen.”[10]

          A esta resolución, publicada por la prensa mexicana el día 9 de septiembre de 1931, respondió telegráficamente el canciller en funciones, Genaro Estrada, el mismo día:

          “…tengo la satisfacción de manifestar que el Gobierno de México ausente de ese alto organismo por causas ajenas a su voluntad, acepta ahora inmediatamente la reparación que le ofrece, acepta su ingreso a la Sociedad de Naciones en los términos que se le anuncia; y ofrece, con leal espíritu de amistad, su constante cooperación a los altos propósitos de mantener la paz y de fomentar la colaboración internacional…Al iniciar sus nuevos trabajos, México se complace en renovar a todas las naciones y gobiernos que constituyen la Sociedad de Naciones sus sinceros saludos y sus fervientes propósitos de alcanzar con ellas los mejores frutos para beneficio de la humanidad.”[11]

          Mientras estos eventos acontecían en las relaciones con el exterior, problemas internos de gran relevancia se presentaban en el horizonte. La incuestionable hegemonía de Calles, y el estancamiento -también indiscutible- de la causa revolucionaria, van generando un creciente malestar social y político que favorecería el ascenso del general Lázaro Cárdenas a la presidencia de la república.[12] El abandono del reparto agrario, la apertura de la economía a las empresas extranjeras y la profundización de las desigualdades económicas y sociales entre los mexicanos eran elementos que amenazaban la precaria estabilidad alcanzada al comienzo de los años treinta.

          Una de las más significativas críticas al estado que mostraba la revolución más de 20 años después de iniciada, fue presentada por Luis Cabrera el 30 de enero de 1931 bajo el título Veinte años después: el balance de la Revolución. Ahí, el destacado político carrancista comienza por precisar la periodización de la revolución mexicana: “El período destructivo, durante el cual se derrocó por la fuerza de las armas al régimen porfirista, se extendió, según Cabrera, de 1910 a 1917; el período legislativo, durante el cual la Revolución convirtió en leyes los principios o ideales que le dieron origen, se consumó de 1917 a 1927; después viene el período de la reconstrucción sobre las nuevas bases establecidas por la Revolución.”[13]

          “Cabrera comienza señalando diferentes aspectos negativos de la situación reinante en diferentes sectores. Las comunicaciones son malas e insuficientes, a consecuencia de que se planifican y realizan en función de la penetración de los intereses extranjeros, y no en función del desarrollo del país.”

          “Asimismo señala también la importancia vital del problema étnico, y la necesidad de homogeneizar la raza en función de una política económica adecuada, haciendo notar que se trata de una cuestión económica más que de una cuestión racial.”

          “En el campo económico el problema agrario es el más importante, y comprende, según Cabrera, cinco puntos básicos:

1)      La división de los grandes latifundios

2)      La formación y fomento de la pequeña propiedad

3)      La dotación de ejidos a los pueblos

4)      La irrigación

5)      El crédito agrícola.”

          “En su opinión la Revolución ha fracasado con relación a la reforma agraria. El único de los cinco puntos que la Revolución ha logrado realizar es el de la dotación de ejidos, y también éste en forma errónea y deficiente. Cabrera cree en la necesidad de conservar la forma comunal en el manejo de los ejidos, y en su concepto ha sido un gran error pasar al sistema de parcelas,

 

pulverizando la propiedad de los pueblos y cayendo en el mismo error que se había caído conforme a las leyes de desamortización en 1856. Cabrera se refiere aquí a la ley ejidal del primero de septiembre de 1925, según la cual se proporcionó en propiedad, a los campesinos de los ejidos, las parcelas que trabajan. Luis Cabrera señala también otras deficiencias relativas al reparto de tierras, estipulando que el verdadero objetivo de la reforma agraria no es hacer terratenientes, sino lograr la productividad del campo y la elevación del nivel de vida del campesino.”

          “Con respecto a los recursos naturales, Cabrera hace notar que la revolución no ha podido nacionalizar los recursos naturales de exportación. La minería, el petróleo, el henequén, el chicle, son producidos todos ellos por compañías extranjeras, siendo este el problema más arduo y difícil de México.”

          “Pero donde la crítica de Luis Cabrera es total y llega a su punto culminante, es precisamente en lo referente a la situación política reinante en el país.”

          “Libertad, igualdad, justicia, sufragio efectivo, no reelección, autonomía de los poderes, municipio libre, soberanía de los estados, independencia internacional…Palabras, palabras, palabras…La Revolución no ha resuelto ninguno de los problemas políticos de país.

          “Cabrera considera que existe una falta de correspondencia entre la estructura socioeconómica y el régimen político. Para que haya libertad política es necesario que haya igualdad económica y social. En un país de capas superpuestas, de clases desiguales social y económicamente, no puede haber igualdad constitucional ni igualdad ante la ley. Pero la solución inmediata no es el cambio estructural, sino la búsqueda de las fórmulas legales adecuadas a las condiciones reales existentes.”

          “Cabrera señalaba que el principio de la no reelección se ha nulificado porque no se ha tenido el valor civil para exigirlo, temiendo lastimar con sospechas al general Calles, o al licenciado Portes Gil, o al ingeniero Ortiz Rubio.”

          “Tampoco existe el sufragio efectivo, …ni podremos tenerlo con un sistema electoral hipócrita y falso, basado en la mentira convencional de los comicios. Tampoco la justicia existe. …los tribunales a donde no ha llegado la marca de la corrupción y del cohecho están enfermos de apatía o de servilismo o de miedo de dar a cada quien lo suyo.”

          Cabrera se refiere también al ejército y afirma que sufre de un pretorianismo crónico y que las elecciones generales seguirán oscilando entre la insurrección y el caudillaje. Finalmente, señala también la falta de libertad de imprenta, el hecho de que los municipios no sean libres, el que no exista soberanía de los estados, ni soberanía internacional a consecuencia de la completa dependencia económica.”

          “Hasta aquí la situación, según Cabrera, de la Revolución a comienzos de la década durante la cual actuaría Lázaro Cárdenas. La exposición de estos conceptos convirtió a Cabrera en el blanco de furibundos ataques por parte de los dirigentes del PNR y del presidente mismo, y le valió, además, ser deportado a Guatemala.”[14]

          Entre los acontecimientos que mayor efecto tuvo sobre la definición de la ideología del callismo, resulta conveniente regresar al examen de un evento de extraordinaria relevancia durante el gobierno de Calles, la llamada Guerra Cristera, que vino a complicar más aún los problemas políticos y sociales internos, con ciertas implicaciones en materia de política exterior. La historia de este conflicto es la siguiente:

          “El 28 de marzo de 1925, por orden de la Policía Judicial, fue clausurado el santuario de El Arenal, del estado de Hidalgo, acusando al presbítero Valtón, encargado del templo, de hacer labor sediciosa. Por su parte, el gobernador de Jalisco don José Guadalupe Zuno, en aquel tiempo clerófobo rabioso, mandó clausurar entre marzo y agosto el Seminario Auxiliar de Ciudad Guzmán, el Instituto de Ciencia de Jalisco en Guadalajara dirigido por jesuitas, el colegio católico de las Adoratrices, el domicilio social de la Unión de Damas Católicas y el convento de las madres Reparadoras. Inevitablemente estos actos levantaron protestas de diferentes agrupaciones católicas y así se fue acentuando el conflicto con la Iglesia.”

          “La Liga de Defensa de la Libertad Religiosa, formada por personas ultramontanas, fanáticas y belicosas, hacía abiertamente propaganda sediciosa en diferentes lugares del país dirigida desde la ciudad de México.”

          “En relación con este problema, se transcriben a continuación dos párrafos del primer informe que rindió el presidente de la República al Congreso de la Unión el 1º. de septiembre:

          “Poco después la llamada Liga de Defensa Religiosa lanzó un manifiesto, encaminado a excitar el sentimiento religioso. El manifiesto abundó en expresiones violentas e irrespetuosas para la Carta Fundamental de la República y para las autoridades legítimas, y sus autores demuestran a las claras el propósito de constituir una agrupación religiosa, con programa de acción política y tendencias claramente subversivas. El artículo 130 de la Ley Fundamental prohibe la existencia y funcionamiento de agrupaciones políticas de esa naturaleza, por lo que la Secretaría de Gobernación, cumpliendo un acuerdo del Ejecutivo, giró a los ciudadanos gobernadores de los estados la circular del 24 de marzo último, recomendándoles que dictaran las medidas oportunas para evitar que, dentro de su jurisdicción, se cometiera la infracción constitucional de que se viene hablando; y dos días después, la misma Secretaría giró una circular telegráfica a los mencionados funcionarios, encareciéndoles que hicieran cumplir lo dispuesto por el citado artículo 130, que ordena que sólo los mexicanos por nacimiento pueden ejercer en la República el ministerio de cualquier culto, y que prohibe que los ministros de los cultos hagan en reunión, pública o privada, constituida en junta, o en los actos de culto o propaganda, crítica de las leyes fundamentales del país, de las autoridades en particular, o en general del gobierno.”

          “El Ejecutivo tiene obligación de respetar las leyes y de hacerlas cumplir, y no tolerará que las que reglamentan el ejercicio de los cultos se infrinjan, so pretexto de que quienes lo hacen obran impulsados por los dictados de su conciencia. En materia de cultos, su línea de conducta ha sido y será: respetar todos los credos religiosos; pero exigir invariablemente respeto a las leyes y a las autoridades.”

          “Y en cumplimiento del artículo 130 de la Constitución el 11 de febrero de 1926 los sacerdotes españoles encargados de los templos de San Felipe de Jesús, San Hipólito, El Carmen y Jesús María fueron sacados de los templos y conducidos a Veracruz para expulsarlos del país.”

          “En el curso de 1926 y los dos años siguientes, el conflicto religioso asumió gravedad extrema. El 21 de abril del primer año citado, los arzobispos y obispos suscribieron una carta pastoral expresando su inconformidad con la Constitución de la República y excitando a desobedecerla a los católicos. El resultado fue que la mayoría de los arzobispos y  obispos fueron expulsados de la República, lo mismo que monseñor Caruana, delegado apostólico; clausura de iglesias, seminarios y conventos; y el 31 de julio de 1926 los clérigos se declararon en “huelga”, suspendiendo todos los servicios religiosos y entregando los templos a juntas de vecinos.”

          “Históricamente está comprobado que la liga de Defensa de la Libertad Religiosa y algunos jerarcas de la Iglesia promovieron la rebelión cristera, exacerbando el fanatismo religioso de millares de campesinos ignorantes. Los primeros levantamientos fueron en los últimos meses de 1926. La rebelión se extendió principalmente por los estados de Colima, Jalisco, Michoacán, Guanajuato y Sur de San Luis Potosí. Los rebeldes llegaron a atacar las ciudades de Guanajuato y Colima, siendo rechazados con grandes pérdidas por el ejército federal. Al grito de “Viva Cristo Rey” se ejercieron venganzas y cometieron numerosos crímenes. Fue una lucha estéril sin posible justificación. El conflicto fue al fin resuelto satisfactoriamente el 21 de junio de 1929 por el presidente Portes Gil y los arzobispos Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz Flores. Sabemos de buena fuente que algunos de los directores de la Liga de Defensa de la Libertad Religiosa estuvieron inconformes con la terminación de la lucha fraticida. Soñaban en adueñarse del poder por medio de las armas para que México retrocediera al siglo XVII.”[15]

          Las implicaciones de este conflicto en materia de política exterior, básicamente consistieron en los reclamos del gobierno de los Estados Unidos acerca de la seguridad de sus ciudadanos, radicados en México. El Jefe del Departamento de Estado de aquel país, señor Frank B. Kellog, envió una nota al gobierno mexicano, particularmente amenazante:

          “El embajador James Rockwell Sheffield tendrá el apoyo completo de este gobierno, e insistiremos en que se dé protección adecuada, de acuerdo con prescripciones del derecho internacional, a los ciudadanos americanos…He visto informaciones publicadas en la prensa acerca de que otro movimiento revolucionario puede estarse preparando en México, y abrigo la esperanza de que no sea verdad…La política de este gobierno consiste ahora en usar su influencia y su apoyo en bien de la estabilidad y los procedimientos legales constitucionales, pero debe aclararse que este gobierno continuará apoyando al gobierno de México solamente mientras proteja las vidas y los intereses americanos y cumpla con sus compromisos y obligaciones internacionales. El gobierno de México está ahora a prueba ante el mundo. Nosotros tenemos el grande interés en la estabilidad, prosperidad e independencia de México.”

          “Hemos sido pacientes y nos damos cuenta, naturalmente, que requiere tiempo estatuir un gobierno estable, pero no podemos aprobar la violación de sus obligaciones y el que no otorgue protección a los ciudadanos americanos.”[16]

          La respuesta de la Secretaría de Relaciones Exteriores fue inmediata y contundente:

 

          “La mejor prueba de que México está dispuesto a cumplir con sus obligaciones internacionales y a proteger la vida y los intereses extranjeros es precisamente que, aun cuando no estaba obligado conforme al derecho internacional, invitó a todas las naciones, cuyos ciudadanos o súbditos hubieran sufrido daños por actos ejecutados durante los trastornos habidos en nuestro país, a fin de celebrar convenciones, para establecer comisiones que conocieran de esos daños…Si el gobierno de México se halla a juicio ante el mundo, en el mismo caso se encuentran tanto el de Estados Unidos como los de los demás países; pero si se quiere dar a entender que el gobierno de México se encuentra sujeto a juicio en calidad de acusado, mi gobierno rechaza de una manera enérgica y absoluta semejante imputación que, en el fondo, constituye una injuria.”[17]

          De nueva cuenta, como lo experimentó el país desde el crepúsculo del porfiriato hasta el régimen carrancista, por no hablar de las costosas intervenciones durante el siglo XIX y del litigio que convirtió en letra muerta al artículo 27 de la Constitución General de la República, conocido como Los Tratados de Bucareli, los gobiernos emanados del movimiento revolucionario de 1910 volvían a sufrir la insidiosa intromisión de los Estados Unidos[18]; en el propósito de promover el desarrollo nacional, el país enfrentó cada vez mayores problemas con ese país, y los más importantes, sin duda, habrían de presentarse durante el régimen cardenista.

          Mientras otras economías de la América Latina (Brasil y Argentina) habían alcanzado cierto grado de industrialización, por lo demás incipiente, bajo el cobijo de la crisis internacional que representó la Primera Guerra Mundial, México -que vivió su propia guerra interna durante el mismo período- sólo pudo empezar a romper con la economía de enclave como consecuencia de otro factor externo: la Gran Depresión que arranca en octubre de 1929.

          “Sin embargo, la consolidación de un proyecto nacionalista y la ruptura principal del modelo de economía de enclave primario-exportador, tuvo lugar durante el gobierno de Cárdenas (1934-1940). Las reformas estructurales cardenistas fueron orientadas y tenían como objetivo impulsar en forma decidida y efectiva el desarrollo económico y político de México con autonomía del exterior.”[19]


 

[1] Diario de debates de la Cámara de Diputados, XXXIII, 1 de septiembre de 1928, núm.5, p. 41.

[2] Silva Herzog, Jesús, Una vida en la vida de México, Siglo XXI Editores, México, 1972, pp. 98-99.

[3] Entre los trabajos recientes de mayor importancia sobre el maximato, destacan: Medin, Tzvi, El Minimato Presidencial: Historia Política del Maximato 1928-1935, Ediciones Era, México, 1982, 176 páginas,  y Córdova, Arnaldo, La Revolución en crisis. La aventura del maximato, cal y arena, México, 1995, 552 páginas.

[4] Huntington, Samuel P., La Tercera Ola, op. cit., p. 57.

[5] Cfr. Ayala E., José, Estado y Desarrollo. La Formación de la Economía Mixta Mexicana (1920-1982), FCE-SEMIP, México, 1988, 482 pp.

[6] Estrada, Genaro, Obras Completas, Siglo XXI Editores, México, 1988, Vol. II, pp. 144-145. Las cursivas son mías.

[7] Silva Herzog, Jesús, Cuestiones Internacionales, Secretaría de Relaciones Exteriores, Archivo Histórico Diplomático de México, México, 1985, pp. 33-36, citado en: Córdova, Arnaldo, La Revolución en crisis. La aventura del maximato, cal y arena, México, 1995, pp. 176-177.

[8] Silva Herzog, Jesús, Una vida en la vida de México, op. cit., pp. 113-114.

[9] Portes Gil, Emilio, Quince años de política mexicana, citado en Silva Herzog, Jesús, Una vida…, op. cit., p. 114.

[10] Meyer, Lorenzo, Historia de la Revolución Mexicana, Colegio de México, México, 1978, p. 261.

[11] Excélsior, 10 de septiembre de 1931, citado en Córdova, Arnaldo, La Revolución…, op. cit., pp. 173-174.

[12] Por ejemplo, en diciembre de 1927 Calles envió al Congreso las modificaciones a la Ley del Petróleo de 1925; establecía en las mismas que los derechos adquiridos por las Compañías, en el caso de que éstas hubieran realizado actos positivos, serían confirmados por tiempo indefinido y no sólo por cincuenta años, y no serían cancelados jamás. Cfr. Medin, Tzvi, Ideología y Praxis Política de Lázaro Cárdenas, Siglo XXI Editores, México, 1975, pp. 19-20. Las cursivas son mías.

[13] Cabrera, Luis, Veinte años después: el balance de la Revolución, Ediciones Botas, México, 1938, p. 34, citado en Medin, Tzvi, Ideología…, op. cit., 29.

[14] Ibid., pp. 30-32.

[15] Silva Herzog, Jesús, Una vida…, op. cit., pp. 92-94.

[16] El Universal, 13 de junio de 1925. Las cursivas son mías.

[17] El Universal, 15 de junio de 1925.

[18] Las intromisiones padecidas durante el lapso que medió entre la caída de Porfirio y Díaz y el gobierno de Venustiano Carranza, se encuentran extensamente documentadas en Katz, Fiedrich, La Guerra Secreta en México, Ediciones Era, México, 1982, 2 Tomos.

[19] Villarreal, René, Industrialización…, op. cit., 47.