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CAPÍTULO IV

EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL.

 

IV.1.- ASIA ORIENTAL. EL VUELO DE LOS GANSOS.

 

El cambio de siglo, como simple acontecer temporal, no encierra más novedad que la profundización de las grandes tendencias y fuerzas trasnacionales negativas -crecimiento demográfico y calentamiento del planeta- que encabezan los más importantes desafíos del porvenir inmediato. La forma, tamaño y calidad de los preparativos que han venido realizando los países que se inscriben en cada bloque regional, conducirán al éxito a aquellos que mejor se libren de tales desafíos.

          En la actualidad no existen mayores divergencias entre los analistas, respecto a que el bloque conformado por Japón, en calidad de líder, y las Economías de Reciente Industrialización (ERI), es el mejor preparado para un mundo futuro sin fronteras y con mayores grados de competencia. Este consenso no se riñe con la especulación wallersteniana que ubica al Japón como el próximo centro hegemónico del sistema mundial, a partir de los grados de concientización y de reacción sobre el probable efecto de las fuerzas trasnacionales.[1]

          Educación generalizada, con una sólida base en los conocimientos científicos y tecnológicos, desarrollada como experiencia grupal, altamente jerarquizada y, simultáneamente, flexible frente a los desarrollos tecnológicos del futuro, acompañada de una moneda subvaluada y una enorme disponibilidad interna y barata de capital, con una seria preocupación por evitar la decadencia de la etapa victoriana tardía de Gran Bretaña, son parte fundamental en la explicación de los éxitos hasta hoy obtenidos por Japón y de los preparativos para el porvenir. Con tales dispositivos, más una suerte de política demográfica que incrementa los pesos absoluto y relativo de las personas que rebasarán los 65 años de edad (alrededor del 25.0 % para el 2025), las amenazas que se expresan en una reducción relativa de los japoneses en edad de trabajar y en la disminución del ahorro interno, según las versiones convencionales de la relación entre los ciclos de la vida y del consumo, podrán enfrentarse con una profundización de la robótica -a largo plazo, más barata que la fuerza de trabajo- y con la continuación de un proceso de exportaciones capaz de seguir captando fuertes proporciones de la liquidez internacional.[2]

          Un papel creciente en las exportaciones globales con mayor valor agregado y mayor sofisticación tecnológica proporcionan una extraordinaria tranquilidad para, en la lógica de Erza Vogel, esperar por un Japón como número uno, más que -según Bill Emmott- asumir que The Sun Also Sets (El sol también se pone):

 

PAPEL DE JAPÓN EN LAS EXPORTACIONES GLOBALES.

PRODUCTO

1980

LUGAR

1989

LUGAR

Microelectrónica

13.2 %

2

22.1 %

1

Ordenadores

ND**

SL***

17.5 %

2

Eq. de Telecom.

10.3 %

4

24.7 %

1

Maq. Herr. y Robótica

11.3 %

3

23.3 %

1

Equipo cient. y de precisión

7.1 %

5

12.9 %

3

 * Lugar en la economía mundial;

** Información No Disponible, y

*** Sin Lugar entre los primeros cinco exportadores.

 

FUENTE: Kennedy, Paul, Hacia el Siglo XXI, PLAZA & JANES, TRIBUNA, Barcelona, España, 1995, pp. 229-230.

 

          Para dar soporte a este impresionante peso internacional, que hoy ha sufrido importantes variaciones adversas, Japón tiene la mayor proporción mundial de ingenieros y científicos cualificados (60 000 por millón); así como casi ochocientas mil personas dedicadas a la investigación científica y el desarrollo tecnológico; ¡más que Gran Bretaña, Francia y Alemania juntas![3]

          Las más importantes amenazas que habrá de enfrentar el Japón, para no variar, provienen del exterior. La primera, parte de un evento ciertamente paradójico que consiste en que los éxitos de esta economía, especialmente dirigidos por su fuerza exportadora, pueden ir construyendo su ruina, por cuanto sus más importantes compradores (y competidores), Estados Unidos y Europa -ésta en menor medida- comienzan a ser erosionados por una balanza comercial desfavorable, por la disminución de los ahorros internos y por la reducción relativa de competitividad internacional. Ello habrá de producir un fenómeno que Japón no parece interesado en resolver: la creciente dificultad de estas economías para realizar importaciones, lo que, también, habrá de afectar a las ERI, cuyo desarrollo es guiado por su poderosa actividad manufacturera-exportadora. En segundo sitio, aunque de la mayor importancia, están los alarmantes ritmos de crecimiento demográfico de los países relativamente cercanos al Japón (China, India, Los Árabes o la cultura del Islam), con ingresos per cápita considerablemente menores que el japonés y con una población en edad de trabajar verdaderamente entusiasmada con la posibilidad de hacerlo en esta vigorosa economía.

          En ambos casos, y desde hace un buen rato, el Japón es juzgado como un país que actúa con ventajas abusivas y con notorio egoísmo, tomando de los demás sin disponerse a dar. No es éste, por cierto, un malestar menor, y la tendencia a su agudización es consistente con la creciente desigualdad, verdadero abismo, que las modalidades actuales y por venir del sistema mundial, establecen entre países pobres y ricos.

          El liderazgo japonés sobre los países del Asia Oriental es, en sentido estricto, sobre economías en vías de desarrollo, a las que les resulta del todo inaplicable, por la diversidad de situaciones en que se encuentran, el término homologador de Tercer Mundo o el muy privilegiado por las ciencias sociales latinoamericanas de Estados periféricos. Ravenhill propone las siguientes clases entre países en vías de desarrollo:

 

-         Países exportadores de petróleo y renta elevada;

-         economías industrializadas con Estados fuertes y niveles de endeudamiento relativamente bajos;

-         economías industrializadas con un aparato estatal cuestionado o con problemas de deuda;

-         países de reciente industrialización en potencia, y

-         países suministradores de productos básicos.[4]

          Para el caso de los países del Asia oriental, se tiene la siguiente división:

“a) Japón, en la actualidad el mayor centro financiero del mundo y, cada vez más, el país más innovador en alta tecnología no aplicada a fines militares;

b) los cuatro tigres o dragones de Asia oriental, las Economías de Reciente Industrialización de Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur; las dos últimas poseen mayores poblaciones y superficie territorial que las dos ciudades-Estado portuarias, pero en las últimas décadas todas han experimentado un crecimiento inducido por las exportaciones;

c) los Estados más grandes del sudeste asiático: Thailandia, Malasia e Indonesia, los cuales, estimulados por la inversión extranjera (sobre todo, japonesa), se están introduciendo en la manufactura, el montaje y la exportación; la inclusión de Filipinas en este grupo es dudosa;

d) por último, las atrofiadas y empobrecidas sociedades comunistas de Vietnam, Camboya y Corea del Norte, así como la aislacionista Birmania, empeñada en seguir <<la vía birmana hacia el socialismo>>.”[5]

          A partir de estas diferencias, es que se evoca -por parte de los economistas del Asia oriental- la imagen de los gansos voladores: “...con Japón haciendo de jefe de la bandada, seguido de las ERI, los grandes Estados del sudeste asiático, etcétera. Lo producido por Japón en una década (juguetes relativamente baratos, enseres de cocina, bienes eléctricos) será imitado por la siguiente oleada de gansos en la década siguiente y, por la tercera oleada, en la década posterior. Al margen de lo precisa que sea la metáfora en cada caso individual, el cuadro general es claro; los pájaros están volando, con decisión y hacia adelante, en pos de un atractivo destino.”[6]

          Entre el grupo de estos gansos en vuelo, las ERI parecieran contar con los más espectaculares éxitos económicos y, después de Japón, con los mejores instrumentos para enfrentar los desafíos del futuro, sin que ello quiera decir que no existen importantes diferencias entre ellas, por lo que hace a superficie, población, historia y estructura política. No hay comparación entre la enorme dependencia que Corea del Sur debe a sus cuatro enormes conglomerados (Samsung, Hyundai, Lucky-Goldstar y Daewoo), que representan la mitad del PNB, y el gran número de pequeñas empresas taiwanesas. Mientras la democracia representativa es una preocupación de distinto peso entre tales economías.

          Como factores comunes, Paul Kennedy identifica a los siguientes:

-         El énfasis en la educación, con la estructura y propósitos mencionados líneas atrás respecto a Japón y con datos como el que, en 1980 <<se licenciaron en las instituciones coreanas tantos ingenieros como en el Reino Unido, la República Federal Alemana y Suecia juntos>>;[7]

-         El elevado nivel de ahorro nacional, a cuya obtención se orientan tanto las políticas fiscales como los duraderos procesos de constreñimiento del consumo:

 

TASAS DE AHORRO COMPARATIVAS (1987).

PAÍS

PROPORCIÓN DEL P.N.B.

TAIWÁN

38.8 %

MALASIA

37.8 %

COREA DEL SUR

37.0 %

JAPÓN

32.3 %

INDONESIA

29.1 %

ESTADOS UNIDOS

12.7 %

Fuente: Trends in Developing Economies, Banco Mundial, Washington, D. C., 1990, p. 300;

-         El notorio alejamiento de un modelo de Laissez-faire. La fortaleza del Estado, y su alto grado de intervención, claramente distintas de las occidentales, no han perjudicado a la expansión productiva ni a la comercial;

-         El compromiso con las exportaciones, sin la menor tentación de buscar proceso aislacionista de sustitución de importaciones, y

-         La disponibilidad de un gran modelo local, Japón, que no está disponible en el resto de Asia, en África, en América Latina, que no existe -como paradigma- para el resto de los países en vías de desarrollo.[8]

          Pese a las supuestas tentaciones de abandonar estos elementos comunes y, tras ocupar el papel más dinámico en la economía mundial, incrementar el peso del consumo privado con cargo a una reducción del ahorro interno o promover la invitación a trabajadores de otras latitudes, con los consecuentes efectos demográficos, culturales y económicos, no puede perderse de vista el papel cohesionador de toda la estrategia económica que ha tomado una planeación flexible, indicativa y participativa, que trata de elaborar previsiones y, sobre todo, construir objetivos de largo plazo.

          En esta peculiar percepción de la dimensión temporal, en las unicidades nacionales del Asia oriental, con su indiscutible carga de autoritarismo e intolerancia, en el peso inescapable de las tradiciones y las jerarquías y en el propósito central de ocupar el primer sitio en el sistema mundial, descansan las más sólidas posibilidades de este bloque para sortear sin grandes dificultades los cambios trasnacionales y arribar con grandes posibilidades de éxito al siglo XXI.


 

[1] Las turbulencias financieras de 1998, y sus pavorosos efectos depresivos en los sistemas económicos del Asia oriental, se perciben como problemas coyunturales que, después de su superación, habrán de ponerse al servicio del fortalecimiento de las tendencias que aquí se describen.

[2] Kennedy, Paul Hacia el Siglo XXI, op. cit. pp. 209-247.

[3] cfr. UNESCO Stattiscal Yearbook 1989, Tablas 5.15 y 5.17. Las admiraciones y las cursivas son mías.

[4] Ravenhill, J., The North-South Balance of Power, en International Affairs, vol. 66 núm. 4, 1990, pp. 745-746.

[5] Kennedy, P., Hacia el..., op. cit., p. 299.

[6] ídem., loc. cit.

[7] Stateman´s Yearbook 1990-1991, J. Paxton, ed., Londres/Nueva York, 1990, citado en Kennedy, P., Hacia el..., op. cit., p. 301.

[8] Kennedy, Paul, Hacia el..., op. cit., pp. 300-303.