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CAPÍTULO I

REFERENCIAS HISTÓRICAS Y TEÓRICAS.

 

I.2.-  EL SISTEMA MUNDIAL.

 

El punto de partida, por necesidad, lo constituye la aseveración de que el capitalismo ha construido muchos menos efectos económicos y sociales de los que comúnmente se le dispensan. "No inventó ni las jerarquías, ni el mercado ni el consumo. Llega cuando ya todo está en su sitio"[1]; el mismo Braudel sostiene que "el error de Max Weber deriva esencialmente, en su punto de partida, de una exageración del papel desempeñado por el capitalismo como promotor del mundo moderno"; menos aún si se pretende, como lo pretendió el mismo Weber, entender que el capitalismo, "en el sentido moderno de la palabra, habría sido ni más ni menos que una creación del protestantismo o, mejor aún, del puritanismo". En realidad, "los países del Norte no han hecho más que tomar el lugar ocupado durante largo tiempo y con brillantez por los viejos centros capitalistas del Mediterráneo. No inventaron nada, ni en el campo de la técnica ni en el manejo de los negocios. Amsterdam copia a Venecia, al igual que Londres copiará a Amsterdam, y Nueva York a Londres".[2]

          Si el capitalismo, en su tradicional interpretación vulgar, en lo económico fue resultado de la revolución industrial inglesa y, en lo político, de la revolución francesa, pareciera que la historia previa, algo más que feudal, no contó con elementos fundamentales, instituciones, procesos y mercados, de los que este nuevo orden pudiese servirse. Nada más alejado de la realidad que este supuesto carácter fundador del mundo moderno que, en calidad de apología sin agarraderas históricas, se le atribuye al capitalismo; y, por ello, la conveniencia de mantener una distancia prudente respecto a las interpretaciones de la historia que presentan a los eventos, y no a los procesos, como los grandes relámpagos sucesivos que iluminan periódicamente a la humanidad, en lugar de percibir al acontecer histórico como un lento proceso de muy larga duración.

          Es por tales razones, sin duda, por las que la conceptualización wallersteiniana del sistema mundial arranca con el establecimiento de importantes precisiones respecto a lo que entiende por cambio social, "restringido al estudio de los cambios en los fenómenos que son más duraderos. La creación del mundo moderno ha sido el centro de la mayor parte de las teorías de las ciencias sociales desde el siglo XIX y lo es de las contemporáneas". Ello conduce, por supuesto, a la búsqueda de las unidades de estudio que expliquen las diferencias entre el mundo de hoy y el de ayer. La lucha de clases, los conflictos sociales, de un lado, y la existencia o ausencia de un consenso relativo a los valores compartidos en una sociedad dada, de otro, conformaban los dos grandes debates de los que, se suponía, era posible extraer las unidades de estudio, en relación a un problema mucho más conceptual que empírico.

          La diversidad de eventos, de etapas, de Estados -soberanos y no-, de sociedades, actuando evolutivamente, con diversos ritmos y posibilidades, movió a Wallerstein a percibir la existencia de un gran sistema social, de un sistema mundial capaz de permitir el estudio de todas las evoluciones particulares, nacionales, regionales, etcétera, comprendidas dentro de otras evoluciones; sin embargo, cabe preguntarse si puede haber leyes que incluyan lo único, asumiendo que, en rigor, la respuesta es negativa.

"Sólo ha habido un mundo moderno...tan sólo uno", era la reflexión de I. Wallerstein, en el momento de definir al sistema mundial moderno como la unidad de estudio, con las aportaciones del epigrama de T.J.G. Locher: "no se debe confundir totalidad con completitud. El todo es más que la suma de las partes, pero también es sin duda menos." Con la dificultad que representa, desde el punto de vista científico, la circunstancia de que es la conceptualización la que debe determinar la elección de los instrumentos para la investigación, y no al revés, siempre será más deseable una mayor que una menor cuantificación de evidencias empíricas, especialmente cuando, como era el caso, ellas favorecerían una mejor formalización conceptual. Mayor complicación se presenta cuando conviven compromiso y objetividad, siempre que se asuma -como lo hace Wallerstein- que "la verdad cambia porque la sociedad cambia", y al investigador corresponde "discernir, en el marco de su compromiso, la realidad presente de los fenómenos que estudia, y derivar de este estudio unos principios generales a partir de los cuales se pueden hacer en último término aplicaciones particulares".

          Ante el enorme cuerpo de complicaciones que, en palabras del Wallerstein, hacen particularmente peliagudo el estudio de los sistemas mundiales, decide realizar "una clara exposición de la naturaleza y evolución del sistema mundial moderno, hasta los años 70s (el hoy correspondiente a la conclusión de su texto), y la gama de desarrollos posibles en el presente y en el futuro".

          Las cuatro grandes etapas propuestas por Wallerstein, consideradas como cuatro épocas fundamentales del sistema mundial moderno, son:

-         Orígenes y condiciones primitivas del sistema mundial, hasta entonces un sistema mundial europeo (1450-1640);

-         Consolidación del sistema mundial (1640-1815);

-         Conversión de la economía-mundo en una empresa global (1815-1917), y

-         Consolidación de la economía-mundo capitalista y las tensiones "revolucionarias" particulares que esta consolidación ha provocado (1917-1970).

          La conclusión de las reflexiones de Wallerstein acerca del cambio social en el moderno sistema mundial, reproduce su conocida protesta en contra de la parcelación de las ciencias sociales, advirtiendo que el estudio de los sistemas sociales debe abordarse de forma unidisciplinaria.[3]

          Otros intentos periodizadores, aplicables al caso de la economía de la América Latina, complementarían el carácter eurocentrista de la prolongada primera etapa propuesta por Wallerstein, en realidad mucho más larga para la llamada etapa de crecimiento hacia afuera de América Latina, que comenzaría con la conquista por España y Portugal, durante la primera mitad del siglo XVI y concluiría con los primeros efectos de la crisis financiera, y luego la Gran Depresión, en 1929. Tal eurocentrismo se ilustraría con la afirmación de que, en la mayor parte de esa etapa, las economías de la región estaban en el capitalismo sin ser capitalistas.[4]

          Se entiende, entonces, que las sociedades tributarias, antecedentes primitivos del capitalismo propiamente tal, fueron experimentando evoluciones diversas que, de manera indiscutible, favorecen el advenimiento de este orden económico. Entre la servidumbre feudal y el proletariado del capitalismo, se vive una etapa de transición, en la que comienza la separación del trabajador de sus propios medios de trabajo, en la que estos comienzan a convertirse en objeto de una apropiación privada, en la que, en fin, principia una forma originaria de acumulación que históricamente constituyó un antecedente inescapable para el establecimiento de la primera sociedad capitalista.[5]

          Para F. Braudel el tratamiento de los elementos que determinan al capitalismo parte de la diferenciación entre los términos capital y capitalista, de un lado, y, de otro, entre capitalismo y economía de mercado.[6]

          Así, propone que el capital, “entendido como bien capital, designa los resultados utilizables y utilizados de todo trabajo previamente ejecutado: una casa es un capital, al igual que el trigo almacenado en una granja; un navío o una carretera también constituyen capitales.”; de otra forma, “el dinero de un tesoro que permanece inactivo ya no constituye un capital, al igual que un bosque no explotado”[7]. En la lógica de Braudel, no existe sociedad conocida que no haya acumulado bienes capitales que, en el orden que nos ocupa, se hacen acompañar del capitalista, “como persona que preside o intenta presidir la inserción del capital en el proceso incesante de producción al cual se ven obligadas todas las sociedades. El capitalismo constituye, grosso modo (y sólo grosso modo), la forma en que es llevado -normalmente con fines poco altruistas- este constante juego de inserción.”[8]

          Por lo que hace a la diferenciación entre capitalismo y economía de mercado, Braudel define dos tipos de mercado[9]:

“uno, elemental y competitivo, ya que es transparente; el otro, superior, sofisticado y dominante, (es) en el segundo, donde se sitúa la esfera del capitalismo”[10]. Este segundo mercado, cada vez más alejado de las normas comerciales, sería el considerado como fundación del capitalismo; sin embargo, la economía de mercado propiamente tal, antecede con mucho a este orden.


 

[1] Braudel, F. La Dinámica del Capitalismo, op. cit. p. 84.

[2] op. cit.,pp. 73-75.

[3] Wallerstein, Immanuel, el moderno sistema mundial, op. cit. Vol. I, pp.7-18.

[4] Pinto, Anibal, Consideraciones sobre la Etapa de Crecimiento Reciente, en Trimestre Económico 150 (número de aniversario), F.C.E., México 1971.

[5] Marx, Carlos, El Capital, F.C.E., México, 1957, T. I, Capítulo 24.

[6] Braudel, F. La Dinámica del Capitalismo, Op. Cit., pp. 54-71. Las cursivas son del autor.

[7] op. cit. p.55

[8] loc. cit.

[9] El autor lo llama intercambio. ídem, p. 69

[10] idem.,p.70.