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Antecedentes y evidencia empírica del microcrédito

 

Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta hubo una tendencia a enfatizar el crecimiento económico como el principal remedio para aliviar la pobreza y se favorecieron las políticas top-down (de arriba hacia abajo), especialmente aquellas que fomentaban la industrialización. Se buscaba generar empleos que absorbieran la mano de obra desplazada del campo a la ciudad. A partir de los años setenta se comenzó a hacer énfasis en el enfoque de las necesidades básicas, dándole mayor importancia a la provisión de servicios de salud, educación y alimentación a los pobres. Sin embargo, durante la década de los ochenta el auge del neoliberalismo económico puso nuevamente el acento en las políticas macroeconómicas de estabilización y crecimiento, acompañadas de la liberación de los mercados y la reforma del Estado, siguiendo los lineamientos del “Consenso de Washington”. Con algunas excepciones (caso Chile), estas políticas de choque y ajuste estructural tuvieron poco éxito en asegurar el crecimiento económico, que a través de un proceso de “trickle-down” debería eliminar la pobreza. Por el contrario, impusieron grandes costos a los más pobres aumentando los niveles de pobreza y desigualdad.

Actualmente es ampliamente aceptado que el crecimiento económico es necesario, pero no suficiente, para aliviar la pobreza (Helwege 2000, Sharma 1999). Su efecto positivo puede mitigarse e inclusive anularse si la distribución del ingreso empeora. Varios autores han señalado la relación estrecha entre la desigualdad y la pobreza (Korzeniewicz y Smith 2000). En el caso de América Latina, el deterioro en la distribución del ingreso durante la “década perdida” de los años ochenta eclipsó el efecto del crecimiento económico en la década siguiente. Por ello es necesario combinar políticas macroeconómicas que favorezcan el crecimiento económico con políticas que ataquen las causas de la desigual distribución del ingreso (Helwege 2000). En el ámbito individual, las variables más identificadas como causas de desigualdad son educación, edad y género, y de ellas se considera la primera como la más importante. A escala familiar, se señalan la participación en la fuerza laboral y la distribución de activos. Otro factor señalado como causa de desigualdad es la volatilidad económica.

Hoy en día los analistas concuerdan en que las políticas macroeconómicas que permitan el crecimiento económico con baja inflación son necesarias para combatir la pobreza, pero se le da mayor importancia al papel de las variables endógenas, particularmente el capital humano, haciendo especial énfasis en el incremento de la productividad de los pobres. Al mismo tiempo se aceptan las políticas que favorecen los mercados, pero combinadas con la intervención del Estado para proveer servicios tales como educación y salud a los pobres. El objetivo es lograr crecimiento económico con equidad. Por ello se le da mucho énfasis a la educación que, según un estudio del Banco Mundial sobre pobreza y distribución del ingreso en América Latina, tiene la mayor correlación con la desigualdad del ingreso y la probabilidad de ser pobre (Korzeniewicz y Smith 2000).

El nuevo enfoque complementa las políticas macroeconómicas, top-down, con políticas micro o bottom-up (de abajo hacia arriba) (Snow y Buss 2001, Woller y Woodworth 2001, Sharma 1999). Sharma además destaca la importancia de las instituciones y la capacidad administrativa del Estado para promover el crecimiento económico con equidad. Por otro lado, Piazza y Liang (1998) ponen en evidencia la importancia del compromiso del gobierno para aliviar la pobreza, el énfasis en la educación y la salud, el fortalecimiento de las instituciones y la participación de la comunidad en programas bottom-up, como los programas de microcrédito.

Los programas de microcrédito se han convertido en una de las estrategias para el alivio de la pobreza que ha logrado mayor aceptación durante los últimos años por parte de los organismos internacionales (Fairley 1998, Snow y Buss 2001, McGuire y Conroy 2000). Según un reporte del Consultative Group to Assist the Poorest (CGAP), para el año 2000 las instituciones microfinancieras (IMF) servían alrededor de 12,5 millones de personas (Hardy, Holden y Prokopenko 2003).

La experiencia del Banco Grameen en Bangladesh tuvo una influencia determinante en el auge de los programas de microcrédito durante los años noventa. Este banco, fundado en 1976, presta pequeñas cantidades de dinero, en promedio $60, a personas pobres utilizando como colateral grupos de cinco personas o pares de la misma comunidad. Cuando una persona se une al banco debe formar el grupo de pares y todos los miembros del grupo tienen que ahorrar una pequeña cantidad, que puede ser menos de 10 centavos de dólar, semanalmente. Una vez que la persona aprende a ahorrar de sus gastos diarios, se le permite pedir un préstamo para realizar una actividad productiva que debe ser aprobada por su grupo. La tasa de interés se fija sobre la tasa preferencial cotizada en Dhaka, considerablemente más baja que la tasa cotizada por los prestamistas o usureros. La mayor parte de los ingresos por intereses se utiliza para cubrir los gastos de administración del banco, pero una porción se usa para alimentar dos fondos: un fondo de emergencia que puede usar cualquier miembro del grupo con la aprobación de sus pares y un fondo para pagar la deuda de un miembro que muera o se enferme. Los miembros tienen reuniones semanales donde reciben información y entrenamiento para fomentar el ahorro y utilizar el crédito eficientemente. Al principio más hombres que mujeres se unieron al banco, pero hoy en día el 90 por ciento de los miembros son mujeres debido a que tienen mejor récord en el cumplimiento del pago.

Para 1998, el banco tenía más de 12 mil empleados, había prestado $2 millardos a más de 2,3 millones de personas y había recuperado casi todos los préstamos otorgados. Hoy en día está prestando servicios de telefonía celular e internet a la población rural pobre de Bangladesh (Yunus 1998). Tan positivo fue el impacto de este banco en los pobres del campo que la mayoría de las Organizaciones no gubernamentales (ONG) en Bangladesh implementaron programas similares, muchos de ellos dirigidos exclusivamente a mujeres. Posteriormente se crearon programas en América Latina y África. En 1995 se creó, por iniciativa del Banco Mundial, el Consultative Group to Assist the Poor (CGAP), un consorcio de 28 agencias de desarrollo públicas y privadas con el doble objetivo de incrementar la sustentabilidad de las IMF, así como su alcance e impacto sobre la población pobre.

La mayoría de los estudios sobre estos programas muestran que el microcrédito tiene efectos positivos en el alivio de la pobreza al incrementar el ingreso y el consumo de las familias pobres, mejorado el nivel de nutrición (Tinker 2000, McGuire y Conroy 2000). Entre los servicios financieros ofrecidos por las IMF que potencialmente incrementan el nivel de ingreso de las familias pobres, Zeller (2001: 218) menciona el crédito a microempresas, el crédito agrícola estacional, crédito de mediano y largo plazo para inversión, depósitos de ahorro y a plazo. Pero adicionalmente las IMF pueden ofrecer servicios de seguro y de crédito al consumo que permitan hacer frente a variaciones inesperadas del ingreso, relacionadas con accidentes, enfermedades o desastres naturales, haciendo innecesario el tener que acudir a fuentes costosas de crédito informal como, por ejemplo, las casas de empeño.

Pero las IMF tienen otros efectos positivos. Uno de ellos es que fomenta la participación, la autoestima y la solidaridad entre los pobres, propiciando la consolidación de la identidad colectiva de la comunidad. Esto abre las puertas a un cambio de paradigma, de manera que la comunidad se plantee emprender proyectos propios y buscar salidas al problema de la pobreza, asumiendo responsabilidades en lugar de depender exclusivamente de aportes del gobierno. Por otro lado, la participación de los beneficiarios en las IMF les permite desarrollar habilidades gerenciales y hábitos de ahorro.

El microcrédito tiene mayores posibilidades de tener éxito en el alivio de la pobreza donde hay condiciones para que se desarrolle un mercado informal, atendido por microempresarios. Por ejemplo, zonas con alta densidad poblacional e infraestructura adecuada. Bhatta (2001) muestra cómo las difíciles condiciones topográficas de Nepal, combinadas con niveles de pobreza extrema, han hecho sumamente difícil implementar y conseguir buenos resultados con este programa.

Por otro lado Tinker (2000) propone el uso del microcrédito focalizado en las mujeres, tomando en consideración que los programas contra la pobreza más efectivos han demostrado que la participación comunitaria debe desagregarse en grupos sociales, especialmente mujeres, en lugar de estar enfocados en territorios. Enfocar los programas en mujeres, afirma Tinker, es más efectivo para mejorar la nutrición de los niños, así como la estabilidad de la familia. Otros estudios presentan resultados que confirman los hallazgos de Tinker (Mayoux 1998, McGuire y Conroy 2000).

De acuerdo con Fairley (1998), los principales problemas del microcrédito son: a) las instituciones de microcrédito trabajan con grupos objetivo seguros, no los más pobres, para poder recuperar los fondos; b) hay tendencia a ser paternalista y desconfiado con los más pobres; c) identificar y llegar hasta los más pobres requiere mucho tiempo; d) ambientes macroeconómicos inestables afectan el potencial de ahorro y el crecimiento del microcrédito; e) los más pobres usualmente rechazan el microcrédito porque no quieren asumir riesgos y f) criterios inflexibles tales como prestar a grupos, pagos iniciales del préstamo o requerimientos de colateral. A todo esto hay que añadir el peligro de utilizar el programa para hacer clientelismo político. Los hallazgos de McGuire y Conroy (2000) confirman en parte las afirmaciones de Fairley.

Fairley presenta el Programa Trickle Up (PTU), basado en New York, como una manera exitosa de superar los problemas mencionados. El PTU, que ya opera en más de cincuenta países, otorga a familias o grupos de tres personas $100 como capital semilla para comenzar o expandir un negocio. En este programa sólo se le exigen tres condiciones a los beneficiarios: seguimiento de un plan de negocios, trabajar 250 horas durante un período de tres meses y ahorrar por lo menos el 20 por ciento de las ganancias para uso en el hogar o en el negocio. Una de las fortalezas del PTU es que da microcréditos a través de ONG que ya han establecido programas en la comunidad. De manera voluntaria las ONG se responsabilizan de seleccionar a los beneficiarios, proveer entrenamiento gerencial y soporte. La ventaja de utilizar las ONG es que conocen a la comunidad, trabajan con los pobres y han ganado su confianza, alientan los grupos de auto ayuda para identificar problemas y encontrar soluciones, utilizan estrategias de desarrollo integrales para atacar simultáneamente multitud de problemas y utilizan un enfoque de microempresa similar al de PTU.

Tal y como señalan Mcguire y Conroy (2000), el papel de los donantes, instituciones o gobiernos que otorgan créditos blandos a las IMF, es fundamental para que éstas continúen expandiéndose. Los donantes deberían proporcionar fondos a aquellas IMF que sean fuertes, bien administradas, con buenos sistemas de información, controles financieros amoldados a estándares internacionales e independientes de cualquier interferencia política. Adicionalmente, las IMF deben enfocarse en los pobres y adaptar sus condiciones de crédito a las necesidades de sus clientes. Finalmente, las IMF deben demostrar un desempeño financiero sólido, cobrando tasas de interés acordes con el mercado, tener planes para reducir su dependencia de subsidios e incrementar su autosuficiencia operacional y financiera en el largo plazo.

Littlefield, Murduch y Hashemi (2003), después de citar una gran cantidad de estudios empíricos, concluyen que el microcrédito reduce la pobreza y sus efectos de muchas maneras. Por ello afirman que es una estrategia efectiva para alcanzar las ocho metas de desarrollo del milenio: 1) erradicar la pobreza extrema y el hambre; 2) alcanzar la educación primaria universal; 3) promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer; 4) reducir la mortalidad infantil; 5) mejorar la salud materna; 6) combatir el SIDA, la malaria y otras enfermedades; 7) asegurar la sustentabilidad ambiental y 8) desarrollar una sociedad global para el desarrollo. Según estos autores:

Evidence from the millions of microfinance clients around the world demonstrates that access to financial services enables poor people to increase their household incomes, build assets, and reduce their vulnerability to the crises that are so much a part of their daily lives. Access to financial services also translates into better nutrition and improved health outcomes, such as higher immunization rates. It allows poor people to plan for their future and send more of their children to school for longer. It has made women clients more confident and assertive and thus better able to confront gender inequities.

Podemos entonces concluir afirmando que la evidencia empírica indica que los programas de microcrédito han probado ser una herramienta exitosa en el alivio a la pobreza. Y lo interesante es que el microcrédito es una herramienta que fomenta la participación de los beneficiarios, dándoles empoderamiento para que hagan sus propias elecciones y busquen por ellos mismos soluciones para salir de la pobreza, en lugar de esperar pasivamente por la intervención paternalista del estado.