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Identidad colectiva y participación comunitaria

 

Como se mencionó en el punto 1.1., el ataque a la pobreza requiere la participación activa de los pobres, lo cuales deben involucrarse en la búsqueda de soluciones. Como dice Zambrano (2003: 70):

El logro de reducir la pobreza y mejorar el bienestar de las familias es un saldo global, donde el individuo y su grupo familiar son el primer responsable y su entorno económico y político lo afectan en tanto le amplían o restringen sus ámbitos de realización

Los pobres deben organizarse no solo para proponer soluciones, sino para lograr que ese entorno económico y político les favorezca en su lucha contra la pobreza. En este sentido, la participación comunitaria es un elemento clave.

Entendemos como participación comunitaria un tipo de acción personal y colectiva que agrupa a ciudadanos decididos a enfrentar una situación. El grupo estipula sus relaciones en función del problema, al cual busca solución mediante un proyecto de desarrollo de mejoras o cambio de la situación. Una de las características de la participación comunitaria es que busca mejorar el bienestar de los miembros de la comunidad en función de valores que le son propios, para que la mejora pueda ser sostenible en el tiempo. De esta manera, los problemas de la comunidad pueden ser resueltos de manera endógena, sin requerir la iniciativa de entes externos, como los partidos políticos, y las soluciones se ajustan a su entorno porque surgen del consenso de sus miembros.

La definición de participación comunitaria se aviene con las propuestas de las “teorías del comportamiento colectivo” compartidas por la sicología social o comunitaria y especialmente por la sociología constructivista, las cuales sostienen que la integración de los individuos en la vida cotidiana, comunitaria y local trasciende el ámbito de la política procedimentalmente entendida (Melucci 1989).

De acuerdo con este enfoque, la acción colectiva no sólo está sujeta al entramado de relaciones con el entorno socioeconómico, cultural y político, sino que incorpora como aspecto importante la dimensión endopática (afectiva o emocional). Esta expresión de la escuela histórica alemana, referida al campo interno de la afectividad humana, permite establecer la llamada lógica de la identidad. Ésta afirma que la identidad individual es aquella que el individuo construye mediante la percepción del sí mismo para cimentar el sentido y límite de su acción (Weber 1973). Dicha construcción está determinada por la manera que pensamos que nos perciben los otros.

La identidad individual es nuclear para la construcción de la identidad colectiva. Ésta última se conforma a partir de definiciones individuales de las situaciones compartidas por los miembros del grupo, y hace referencia al sentido de pertenencia a un grupo (Johnston, Laraña y Gutsfield 1994). La escuela constructivista afirma que tanto la identidad individual como la colectiva son fundamentales para explicar las acciones colectivas. El problema de la construcción de la identidad colectiva se ha vinculado con aspectos referidos a la vida cotidiana de los actores, distanciándolo de cuestiones específicas de la política procedimental (Laraña 1999).

La preservación de la capacidad de movilización de un número significativo de personas está irremisiblemente relacionada con el campo afectivo de los actores que ejecutan la movilización. Por ello, la escuela constructivista aviva el modelo de actor social. Este modelo resulta más rico que aquel propuesto por la teoría de la movilización de los recursos orientado casi exclusivamente a la consecución racional de los aportes materiales (Johnston, Laraña y Gutsfield 1994). También logra calibrar el aumento de la potencialidad cívica del actor a la hora de concertar voluntades que permiten convertir en públicas cuestiones tradicionalmente consideradas como estrictamente privadas. Puede afirmarse que este modelo subvierte la tradicional esfera del manejo de lo público.

De acuerdo con lo anterior, podemos afirmar que el éxito de las políticas bottom up está vinculado con la construcción de la identidad colectiva, la cual permite la movilización de los miembros de la comunidad en búsqueda de soluciones que permitan aliviar su estado de pobreza. Este enfoque destaca la importancia de la corresponsabilidad entre el Estado y el ciudadano, dándole al primero un carácter de facilitador, no paternalista, y requiriendo del segundo la participación activa en la resolución de sus problemas.