¿Cómo citar estas
tesis doctorales?

¿Cómo poner un
enlace a esta página?

 



 

Las disparidades económicas intrarregionales en Andalucía

Antonio Rafael Peña Sánchez
 

 

TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LAS DISPARIDADES ECONÓMICAS ESPACIALES.

La perspectiva económica.

Los distintos enfoques teóricos que incluimos en esta parte del trabajo parten de la base de que el desarrollo económico y la competitividad tienen cada vez más un carácter localizado, y entre ellos nos podemos encontrar, sin ánimo de ser exhaustivos, los siguientes:

La Nueva Geografía Económica.

Los modelos de crecimiento endógeno, al asumir la existencia de externalidades positivas asociadas a la producción de conocimiento y tecnología, sustituyeron los supuestos neoclásicos ortodoxos sobre rendimientos decrecientes a escala y competencia perfecta, por los de rendimientos crecientes y competencia imperfecta. En esta perspectiva, el renovado interés en la geografía constituye para Krugman la cuarta ola de la revolución de los rendimientos crecientes-competencia imperfecta que está en la base de los modelos de crecimiento endógeno . A partir de los modelos de crecimiento endógeno y utilizando un enfoque evolucionista , se formaliza el marco teórico de la Nueva Geografía Económica, encabezado por Paul Krugman. Retomando los modelos de Von Thünen, Cristaller y Lösch, los aportes sobre el lugar central y la organización jerárquica de los emplazamientos urbanos, los enriqueció con las contribuciones de Marshall (economías de aglomeración), Isard (Ciencia Regional) y Myrdal y Kaldor (causación circular acumulativa), para postular, según Masahisa Fujita, Paul Krugman y Anthony Venables (1999), una verdadera teoría general de la concentración espacial.

La Nueva Geografía Económica postula que el crecimiento regional obedece a una lógica de causación circular, en la que los encadenamientos hacia atrás y hacia delante de las empresas conducen a una aglomeración de actividades que se autorefuerzan progresivamente, con el límite impuesto al llegar a un punto en que las fuerzas centrípetas que conducen a la aglomeración comienzan a ser compensadas por las fuerzas centrifugas como los costes de la tierra, los del transporte y las externalidades negativas o deseconomías externas (congestión y polución) (Krugman, 1995a), es decir, los efectos externos positivos generarán una fuerza de atracción hacia el territorio en que tienen lugar, mientras que los efectos negativos actuarán como fuerza de repulsión para los agentes que quisieran instalarse en la aglomeración. Por tanto, la interacción de estos dos tipos de fuerzas (centrípetas y centrífugas ) se encargan de moldear la estructura espacial de una economía (Fujita y Krugman, 2003).

Algunos trabajos empíricos realizados con el instrumental analítico de la Nueva Geografía Económica han corroborado la existencia de la causación circular de acumulación en la concentración geográfica del capital humano, el crecimiento urbano, la concentración urbana, la estructura regional de la producción, las externalidades del sector industrial y la evolución de la jerarquía de los sistemas de ciudades . La importancia de los procesos espaciales autoorganizados con base en los efectos de aglomeración y las externalidades ha sido relativizada por otro enfoque que destaca la relevancia de factores de la geografía física y del entorno natural en el crecimiento económico de los territorios como la distancia de las regiones a las costas, la latitud (distancia a la línea ecuatorial), la calidad de los suelos, la proximidad a los centros dominantes, el clima y los recursos naturales, entre otros .

La Nueva Geografía Económica, basándose en el supuesto de los rendimientos crecientes propio de los modelos de crecimiento endógeno, antes de validar la hipótesis de convergencia interterritorial (por la vía de la movilidad automática de los factores) postulada por la corriente neoclásica ortodoxa, sostiene que el libre juego de las fuerzas del mercado conduce inevitablemente a una intensificación de las disparidades económicas territoriales, tal y como habían planteado Myrdal y Kaldor en la teoría de la causación circular acumulativa (Krugman, 1992, pág. 15). Esto es así porque en virtud de las economías de aglomeración, el crecimiento tiende a beneficiar acumulativamente a las economías de mayor desarrollo, en detrimento de las más atrasadas.

La evidencia empírica muestra que si bien hasta los años 80 se produjo un largo ciclo de convergencia en el interior de un numeroso grupo de países (como los de la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, entre otros) , más recientemente se observa en casi todas las latitudes un proceso de polarización, haciendo que las disparidades vayan aumentando tanto entre los países como en el interior de los mismos (Hall y Charles, 1998). En algunos casos el movimiento hacia la convergencia regional se ha estancado como en la Unión Europea y en otros presenta incluso signos de reversión como en España y Francia (Cuadrado Roura, 1998, pág. 9). Ello hace parecer que la globalización está actuando como una fuerza centrífuga que acentúa el problema de las disparidades interterritoriales en los niveles de renta. En todo caso, y aplicados siempre en un nivel regional, los análisis de convergencia elaborados con las técnicas de las teorías del crecimiento endógeno y la Nueva Geografía Económica encuentran en el capital humano, el conocimiento y la infraestructura, los factores más determinantes del crecimiento territorial (McCann y Shefer, 2003).

La Acumulación Flexible.

Una segunda aproximación que conduce al concepto de desarrollo localizado es la acumulación flexible o, también conocido como postfordismo o economía difusa (Boisier, 1990; Boisier, 1992). Tomando algunos conceptos de la escuela de la regulación francesa y los trabajos pioneros sobre la importancia de la pequeña y mediana empresa en la industria del norte de Italia, Michael Piore y Charles F. Sabel (1984) desarrollan el concepto de acumulación o especialización flexible (Bagnasco, 2000), donde la innovación permanente, la producción en pequeñas series y descentralizada, la pequeña empresa y un desarrollo más difuso en el territorio se convertían en la nueva lógica dominante. Estos autores abogan que a la producción en masa rígidamente estructurada, característica del sistema fordista, le iba a seguir un régimen basado en la especialización flexible, cuya forma espacial sería el distrito o sistema local de pequeñas empresas. Por ello, así como la cadena sectorial era la modalidad espacial del despliegue del fordismo, el distrito sería la del postfordismo.

Los rasgos más característicos de esta forma de organización industrial serían la concentración de pequeñas y medianas empresas (Pymes), fuertes redes de cooperación (competencia cooperativa) entre ellas, interrelación estrecha con la comunidad local y economía de aglomeración. La posibilidad de unos procesos productivos autocentrados, basados en los recursos productivos y sociales locales despertó un gran interés y abrió nuevas perspectivas sobre la manera de impulsar el desarrollo regional. La acumulación flexible anunciaba un amplio abanico de oportunidades para el desarrollo productivo de los territorios de desarrollo intermedio y subdesarrollados, por la difusión y desconcentración productiva que conlleva, que se podrían resumir en: de la producciones masivas de bienes estandarizados dirigidos a mercados homogéneos, a la manufactura con tirajes pequeños de productos hechos a la medida del cliente; de tecnologías basadas en maquinarias de propósito único operadas, por trabajadores semicualificados, a las tecnologías y máquinas de propósito múltiple, que exigen operarios cualificados; de las grandes firmas monopolistas, integradas verticalmente, a las pequeñas y medianas empresas (Pymes), vinculadas entre sí a través de relaciones de cooperación. En definitiva, se podía considerar como una especie de retorno a lo pequeño artesanal, pero con altos niveles de productividad e innovación.

Sin embargo, y a pesar de la innegable evidencia de sectores y regiones en donde se presenta el fenómeno de la acumulación flexible, no es todavía claro que el sistema fordista haya sido reemplazado del todo por este nuevo enfoque de la acumulación flexible (Markusen, 1999). En este sentido, Lázaro Araujo (1999a, págs. 700-701) se pronuncia cuando dice que los aspectos esenciales del viejo fordismo no han muerto, por más que en determinados casos hayan cambiado de forma, bajo la máscara de relaciones mercantiles de subcontratación u otras, pero manteniendo situaciones de sobreexplotación del trabajo, sobre todo femenino, y de dominación.

Los más críticos con este tipo de modelo creen que se trata sobre todo de una nueva estrategia del capital hegemónico, que condiciona poderosamente la economía internacional y la localización territorial de las actividades productivas, sin que parezca aparejar consigo una desconcentración del control de los procesos de toma de decisiones y de la jerarquía capitalista. Al contrario, piensan que se mantiene la tendencia a la concentración y centralización de capitales y poder y no está claro que haya mayores facilidades para las zonas y regiones de segundo orden con el despliegue de las nuevas tecnologías y con la producción flexible . Además, sugieren que los investigadores de los diversos casos de acumulación flexible deberían introducir en sus análisis las variantes de articulación del poder de las empresas y la política, ya que la elección política de uno u otro modelo de desarrollo determina, indudablemente, la dirección del desarrollo del territorio (Benko y Lipietz, 1994).

Por último, hay que destacar que entre los enfoques de la Nueva Geografía Económica y los de la Acumulación Flexible hay varias diferencias pero también similitudes. Estas últimas tiene que ver con la importancia que ambos conceden a los efectos de aglomeración y a las externalidades. Las primeras radican en que la Acumulación Flexible pone el énfasis en las externalidades no-comerciales mientras que la Nueva Geografía Económica las ignora por razones metodológicas (Helmsing, 2000, pág. 56). Storper y Scott (1988) lanzaron, en esta línea, la noción de nuevos espacios industriales (NIS), en el que combinan las visiones de los distritos industriales (Brusco, 1986), los sistemas de producción flexible (Piore y Sabel, 1984), la regulación social (Boyer, 1986; Lipietz, 1986) y la dinámica de la comunidad local (Storper y Walker, 1983) . Posteriormente, Enright (1994) nos presenta un interesante trabajo sobre los clusters de innovación, considerado como un referente de la nueva literatura de los espacios industriales.

La competitividad territorial.

Un tercer enfoque que se está aplicando a la conceptualización y medición comparativa del desarrollo regional es el de la competitividad (Cheshire y Gordon, 1998; Dziembowska-Kovalska y Funck, 2000; Christiaans, 2000). Surgido a mitad de los ochenta en Estados Unidos, como una cuestión centrada en el vínculo existente entre el avance económico de los países y su participación en los mercados internacionales, el concepto de competitividad se ha caracterizado por la influencia y efectos que tiene tanto en la teoría como en la práctica del desarrollo económico contemporáneo . Dicho concepto fue incorporado en las propuestas de política industrial y tecnológica por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OECD) y la Unión Europea a finales de los ochenta y principios de los noventa .

A pesar de las múltiples definiciones y metodologías de medición de la competitividad, hay un aspecto en el que este enfoque se encuentra con las teorías más convencionales del crecimiento, como es la importancia determinante de la productividad y el progreso técnico, en tanto en cuanto el incremento de estos factores es la única manera de ganar auténtica competitividad (Fajnzlber, 1988, 1991). De hecho, los conceptos de este autor que llegaron hasta la formulación de un marco general que integraba competitividad, progreso técnico, sostenibilidad ambiental e innovación institucional, fueron incorporadas a las propuestas sobre transformación productiva con equidad, que marcaron el pensamiento de la CEPAL durante los años 90 (Hounie et. al., 1999).

Entonces nos podríamos preguntar ¿por qué se ha convertido la competitividad en la máxima referencia de la política empresarial y pública actual? Pues bien, aunque la competitividad, en su acepción más restrictiva de productividad simple (con incidencia en los costes de producción de los bienes estandarizados y dependiente de innovaciones en proceso), ha sido siempre objeto de atención de la política de crecimiento y de la política económica de la empresa, algunos procesos la han situado en el primer plano de la preocupación de los responsables públicos, como (Tomás Carpi, 1998, págs. 532-533): a) la creciente apertura de las economías nacionales y la disminución de la capacidad de regulación pública han reducido significativamente las barreras defensivas y ha originado la necesidad por parte de las empresas de gran número de sectores de salir a los mercados internacionales para garantizar su supervivencia; b) la crisis fiscal, la competencia de los actores públicos y de los territorios por la atracción de inversiones del exterior; los factores que los hacen atractivos son, entre otros, la calidad de los recursos e infraestructuras, la capacidad innovadora de sus empresas e instituciones, la organización del sistema productivo susceptible de generar economías de escala y bajos costes de transacción, la disponibilidad de un entorno institucional que favorezca el desarrollo de un clima empresarial proclive a la competitividad y la cooperación y, por último, la existencia de una política de desarrollo local que sea una respuesta estratégica a los desafíos de la globalización (Vázquez Barquero, 1999a, págs. 229-230); c) la aceleración del cambio tecnológico y el impulso que la revolución de la información ha impreso a la dinámica innovadora han generado nuevos retos y oportunidades; d) el acortamiento del ciclo de vida del producto, la segmentación y creciente dinamismo del mercado y la necesidad de mayor diferenciación, dinámica de producto y flexibilidad de la producción; y e) las exigencias impuestas al producto y al proceso por el contexto y la dinámica mercadológica actuales, así como por el nuevo paradigma tecno-económico, están obligando a un profundo replanteamiento de la organización eficaz y los objetivos, criterios, canales de transmisión e instrumentos que informan las estrategias empresariales. Tales procesos han hecho de la búsqueda de la competitividad de las empresas, así como del desarrollo de las variables y relaciones que la favorecen en los territorios, una cuestión de estricta necesidad. De todo lo que se acaba de decir podemos inferir que ha sido el cambio de contexto económico, tecnológico e institucional el que ha hecho de la preocupación por la competitividad una cuestión de la máxima importancia para orientar las políticas públicas (Tomás Carpi, 1998, págs. 533-534) .

La introducción de innovaciones tecnológicas y organizativas representa en la actualidad el principal determinante del incremento de la productividad y la competitividad en las empresas, siendo la capacidad tecnológica la principal fuente de ventajas competitivas dinámicas. Las ventajas competitivas ya no descansan fundamentalmente en la obtención de bajos costes de la mano de obra, en la disponibilidad de recursos naturales o de diferenciales favorables de tipos de interés o de tipos de cambio (Alburquerque, 1996) . Estos factores materiales de ventajas comparativas están siendo progresivamente sustituidos por otros factores que presentan ventajas más dinámicas, basadas en la constante introducción de innovaciones tanto en el ámbito tecnológico como organizativo y de gestión, y que se fundamentan en factores de naturaleza intangible sustentados en la incorporación de información y conocimiento, así como en la calidad de los recursos humanos.

Para las empresas, mantener las ventajas competitivas que aseguren su permanencia en el mercado y la ganancia de cuotas de mercado en un contexto cada vez más exigente y en constante cambio depende de su habilidad para lograr la diferenciación del producto. Storper y Walter (1989) la denominan competencia fuerte refiriéndose a este tipo de ventajas competitivas cualitativas. Aquellas empresas que basan su competitividad en la introducción de innovaciones de productos y procesos, en contraposición a la competencia débil entre empresas competitivas en precio, es decir, aquellas empresas que basan su ventaja competitiva en la reducción de los precios y de los costes (normalmente los salariales).

Las nuevas condiciones de la competitividad abandonan por tanto la primacía otorgada al bajo precio de los productos y al bajo coste de producción como referentes fundamentales, para conferir una mayor preponderancia a la incorporación de tecnología avanzada, la adopción de nuevas técnicas de gestión, la innovación de producto, la calidad, la cualificación de los recursos humanos (Porter, 1990a y 1990b; Helmsing, 1998), el diseño y la diferenciación del producto, la competitividad de los proveedores, el sistema de relaciones y la red de contactos, y, en definitiva, el entorno en que se realiza la actividad productiva. Estas nuevas exigencias de la competitividad confieren un nuevo protagonismo al territorio y a los recursos específicos basados principalmente en los recursos humanos (habilidades, know-how, cualificaciones, y formas de trabajo) (Maillat y Kebir, 1998). Una condición básica para el mantenimiento de las ventajas competitivas lo constituye, por tanto, la disponibilidad de recursos específicos, competencias de aprendizaje y competencias técnicas, cuyo principal sustrato lo conforma la disponibilidad y capacidad de reproducción de personal con formación específica y alto grado de adaptabilidad (Tomás Carpi, 1998). En este sentido, el territorio aparece como la principal fuente de estos recursos específicos, esenciales para el desarrollo tecnológico, y el punto desde el cual las autoridades públicas se encuentran en una situación más favorable para estimular la aparición de sinergias y relaciones de colaboración en todos los ámbitos del complejo proceso de innovación (Berroeta et.al., 1999, pág. 759; Márquez y Hewings, 2003). Es por todo ello que el territorio, en un contexto de creciente globalización, requiere la adopción de planteamientos estratégicos para actuar sobre la única vía posible de éxito, la competitividad. El auténtico reto de un territorio concreto depende de la capacidad de sus empresas de aumentar o mantener su participación en el mercado (o la apertura de nuevos mercados) a través del incremento en la productividad, la calidad, la adaptabilidad y la creatividad (Tomás Carpi, 1998). De hecho, empresa, sector y territorio constituyen el trípode sobre el que se conforman las ventajas competitivas en sentido genérico (Porter, 1991).

El incremento de la competitividad empresarial, tanto a nivel de empresas, entendida ésta como la capacidad de suministrar productos y servicios de una manera más efectiva y eficiente que los competidores, como a nivel de industria, consistente en la capacidad de alcanzar un éxito sostenido frente a los competidores en ausencia de medidas protectoras y ayudas, se presenta hoy en día como la única senda posible que conduce a la creación de empleo, riqueza y bienestar social (Berroeta et. al., 1999, pág. 759).

Dentro de este apartado, es necesario destacar algunos aspectos que han motivado esta línea de investigación, como son:

a) El diamante de Porter: Los análisis de Michael E. Porter (1990a, 1990b y 1991; Porter y Fuller, 1986), procedente de la vertiente microeconómica de la organización industrial y de la estrategia empresarial, fueron muy influyentes en los estudios aplicados de competitividad, y, sobre todo, en el diseño de estrategias a escala nacional. La competitividad, entendida en un sentido amplio, ha pasado a ser uno de los elementos centrales de la política económica. El planteamiento establece que las economías pueden estructurarse en clusters de empresas afines, de apoyo y relacionadas entre sí. El concepto de cluster acuñado por Porter tiene el mérito de unir la noción de cluster y competitividad, tanto a nivel de empresa como de país (región, comarca, localidad, o territorio en general) (Berroeta et. al., 1999, pág. 765). A partir de una exhaustiva investigación empírica de varios países de alto dinamismo en el comercio internacional y con un marco ampliamente interdisciplinario, este autor formuló el célebre modelo del diamante en el que interactúan cuatro grandes determinantes (Vázquez Barquero, 1999a, pág. 216): 1) Condiciones de los factores de producción, entre los que considera dos tipos de factores, como son: factores básicos, como los recursos naturales, clima, localización, fuerza laboral y capital; y factores avanzados, entre los que se encuentran las comunicaciones, personal con educación superior, institutos de investigación y otros; 2) Condiciones de demanda, referido al tamaño del mercado interno; 3) Organización del sistema productivo, es decir, industrias relacionadas o de apoyo, entre las que se encuentran las empresas proveedoras y usuarias internacionalmente competitivas; y 4) Entorno institucional, estrategias de las empresas y marco regulatorio de la competencia interna.

De la interacción dinámica de estos cuatro elementos, dicho autor deriva el concepto de ventajas competitivas que a diferencia de las ventajas comparativas clásicas del modelo Heckscher-Ohlin, son el resultante del esfuerzo deliberado en el nivel de las firmas para innovar en el sentido más amplio. Además, puso de relieve dos aspectos que si bien no eran nuevos, se convirtieron desde entonces en moneda corriente, como son los clusters y las ventajas competitivas de regiones y ciudades. Lo primero tiene que ver con el hecho de que las industrias competitivas de un país están usualmente vinculadas a través de relaciones horizontales (clientes comunes, tecnología, servicios de apoyo, etc.) y, en muchas ocasiones, los clusters están localizados en una sola ciudad o región, como es el caso de los textiles en Italia o los químicos en Alemania, lo cual remite al concepto de ventajas competitivas locales. En otros casos, una localidad es exitosa en una amplia gama de actividades (Porter, 1998a, 1998b, 2000) . Las dos situaciones anteriores plantean la importancia de los factores que determinan la concentración geográfica de las actividades económicas, que es, como se vio anteriormente, el objeto de estudio de los enfoques de la geografía económica y de la acumulación flexible o postfordista, en los cuales Porter se basa ampliamente.

El estudio de los diferentes modelos donde existen cluster dinámicos pone de manifiesto la existencia de sistemas de producción caracterizados por una fuerte presencia de pymes, un dinamismo empresarial importante, una cultura empresarial y know-how organizado históricamente, un mercado de trabajo altamente flexible, un contexto institucional descentralizado, un sentimiento de colectividad y una atmósfera industrial basada en la competencia y la cooperación.

Desde la aparición del concepto de clusters, el término ha sido asociado de manera directa con el concepto de innovación, que desempeña un papel central en el cumplimiento de estas políticas. Las redes y los clusters son medios de particular interés para las empresas, especialmente las más pequeñas, que tienen que incorporar de manera progresiva el cambio tecnológico (UNITED NATIONS, 1998) . En efecto, en una organización tipo cluster, las empresas pueden beneficiarse de una serie de ventajas derivadas de la concentración de empresas con las que se crean relaciones formales e informales, de un mayor contacto con el consumidor final, de la proximidad de entidades generadoras de información especializada, etc. que contribuyen a reducir los costes de transacción y favorecen la especialización y la innovación, así como la creación de un entorno que combina las relaciones de cooperación y de competencia. Debido a la presencia de una fuerte rivalidad e incentivos existe una mayor presión para innovar entre las empresas del cluster (Porter, 1996).

Las políticas basadas en la articulación de redes y clusters son elementos que permiten la especialización, la creación de capacidad tecnológica, la adaptabilidad de la innovación, y que facilitan el flujo de conocimiento tácito y el aprendizaje a través de procesos interactivos (Wolfe, 1997) . En un contexto económico caracterizado por la innovación y la difusión tecnológica, las nuevas formas de organización de las empresas y la mejora de los procesos productivos, las regiones deben hacer un esfuerzo continuo de adaptación para mantener la competitividad, teniendo en cuenta que la innovación es un factor clave para mantener dicha competitividad.

b) La competitividad sistémica: Dicho enfoque fue presentado por el Instituto Alemán de Desarrollo, basado en los trabajos de la OECD (Esser et. al., 1996), donde se analiza el concepto de competitividad sistémica, examinando los factores que lo determinan y sus interrelaciones. La competitividad industrial es el producto de la interacción compleja y dinámica entre cuatro niveles económicos y sociales de un sistema nacional: 1) el nivel micro, de las empresas, las que buscan simultáneamente eficiencia, calidad, flexibilidad y rapidez de reacción, estando muchas de ellas articuladas en redes de colaboración mutua; 2) el nivel meso, correspondiente al Estado y los actores sociales, que desarrollan políticas de apoyo específico, fomentan la formación de estructuras y articulan los procesos de aprendizaje a nivel de la sociedad; 3) el nivel macro, que ejerce presiones sobre las empresas mediante exigencias de desempleo, a partir de mercados eficientes de factores, bienes y capital; y 4) el nivel meta, que se estructura con sólidos patrones básicos de organización jurídica, política y económica, suficiente capacidad social de organización e integración y capacidad de los actores para la integración estratégica, concluyendo que la competitividad de una empresa se basa en el patrón organizativo de la sociedad en su conjunto, es decir, que los parámetros de relevancia competitiva en todos los niveles del sistema y la interacción entre ellos es lo que genera ventajas competitivas, o lo que es lo mismo, que la competitividad es sistémica.

Especial atención se concede en este enfoque al nivel meso, que se concibe, ante todo, como un problema de organización y de gestión (CEPAL, 1996) y de complementariedad entre la acciones del Estado y las del sector privado. También se alude a la dimensión regional y local, especialmente en el nivel meso, recomendándose explícitamente la descentralización del sector público con miras a una mayor autonomía de las regiones. Dicho enfoque fue tomado por la CEPAL, enriqueciéndolo a partir del análisis sobre los vínculos existentes entre la competitividad y el sector industrial, la calidad, las regulaciones laborales, las instituciones, la equidad, la inversión extranjera y las dimensiones empresarial y sectorial (Pérez, 1997; Shurman, 1998; Beccaria y Galin, 1998; Figueroa, 1998; Mortimore y Pérez, 2001).

c) La crítica de Krugman: La competitividad como una condición para que un país tenga éxito en el comercio internacional aumentando simultáneamente su nivel de vida ha sido objeto de severas críticas, entre las que destaca la de Krugman (1994, cap. 10 y ss.). Este autor considera que la obsesión con la competitividad no sólo es equivocada sino también peligrosa, ya que el crecimiento de un país depende exclusivamente de su productividad interna y ésta no tiene nada que ver con la competitividad o la productividad relativas a otros países. Si de lo que se trata es de aumentar la productividad, ello es tan importante en los sectores expuestos a la competencia internacional como en los sectores domésticos productores de servicios.

Para este autor, no tiene sentido hablar de competencia entre países, porque éstos no compiten entre sí en la forma en que lo hacen las empresas, toda vez que el comercio internacional no es un juego de suma cero, en donde la ganancia de un actor es la pérdida de otro, sino un intercambio que produce beneficios para las dos partes. Por ello, el diseño de política con base en la competitividad puede conducir a una asignación errónea de recursos y eventualmente a una guerra comercial. No obstante, en algunos trabajos más recientes se sostiene, al contrario de lo que piensa Krugman, que el concepto de competitividad es útil y aplicable, entre otras, a las economías de Estados Unidos y Reino Unido. En particular, cuando se reconocen fallos de mercado que impiden una asignación óptima de recursos y el cambio estructural espontáneo hacia los sectores de más alta productividad, algunos autores piensan que hay lugar para una política de competitividad encaminada a corregir deliberadamente dichas deficiencias (Howes y Sing, 1999).


Volver al índice de la tesis doctoral Las disparidades económicas intrarregionales en Andalucía

Volver al menú de Tesis Doctorales

Volver a la Enciclopedia y Biblioteca de Economía EMVI


Google

Web www.eumed.net