Francisco Muñoz de Escalona
Pórtico
Que  la voz turismo tiene a su favor una poderosa eufonía es obvio. Que también se  presta extraordinariamente bien al maridaje con otras voces, sobre todo a nivel  del prefijo tur, es algo indudable. Hay que reconocer que los hablantes ingleses  del siglo XIX acertaron plenamente al derivar la nueva voz tourism de tour, un  hallazgo que se expandió con rapidez desde el inglés a todos los idiomas del  mundo. Pero aquellos hablantes sabían con certeza lo que querían decir con el  neologismo, algo que entre los hablantes actuales ya no se puede asegurar con  la misma certeza, ni siquiera en el ámbito académico. Hoy es posible oír decir  que aprovechamos un viaje de trabajo para “hacer un poco de turismo”, frase que  podemos aplicarnos cuando decimos que, en nuestra propia ciudad, vamos a  dedicar una tarde a hacer turismo, lo que  quiere decir que nos proponemos visitar los museos o los monumentos del lugar.  Lo mismo acontece con los turisperitos en la medida que admiten que, tanto el  concepto como la realidad a la que alude la voz turismo, presentan significados  diversos. El texto trata de reflexionar sobre esta polisemia y de indagar si  ello ofrece ventajas o, en su defecto, inconvenientes para la construcción del  conocimiento, para la transmisión del mismo o para su aplicación industrial.
Durante  la primera parte de la segunda mitad del siglo XX estuvieron en candelero  animadísimos debates sobre la verdadera identidad del turismo. Ríos de tinta se  derramaron durante años sobre la espinosa cuestión de quién podía ser tenido  por turista y sobre quién no podía nunca blasonar de merecer tan meritoria  consideración. La necesidad de contar con unas estadísticas veraces sobre la  demanda se hizo patente de cara a las inversiones en la industria hotelera. Lo mismo  cabe decir del concepto de turismo y de su verdadera naturaleza. La famosa  frase de Paul Bernecker (1964), a mediados del siglo XX, de que hay tantas  definiciones de turismo como tratadistas se dedican a él refleja esta atípica  situación. No obstante, en la segunda mitad del pasado siglo, el calor del  debate se fue enfriando; al principio tímidamente para luego, de golpe, ir  desapareciendo hasta el punto de que en nuestros días ya no parece contar con  el interés de nadie. 
Lo  cual no quiere decir que las razones para el mantenimiento de aquellos agrios  debates hayan sido resueltas satisfactoriamente porque lo cierto es que se  llegó a un cierto cansancio y, sobre todo, al convencimiento de que se trataba  de una vía muerta que convenía abandonar. Hubo quien sostenía con cierto candor  que la solución a la incógnita vendría por sí sola en tanto se hicieran los  trabajos de campo que según ellos hay que hacer sin descanso porque lo empírico  debe erradicar lo meramente especulativo. ¿Ignoran quienes así pontifican que  no hay investigación empírica correcta si antes las nociones teóricas no han  quedado medianamente bien identificadas?
Como  nosotros no lo ignoramos es por lo que hemos decidido traer de nuevo a colación  aquel viejo y abandonado problema podemos planteando la cuestión de la  polisemia tanto de la voz como del concepto del turismo. Se trata de un  pretexto aparentemente menor pero que guarda en su seno las ascuas, aun ígneas  por mal apagadas, de las viejas discusiones de antaño, ascuas que iluminan unas  sombras que permanecen intactas bajo dos cuestiones tan olvidadas como básicas: 
1:  seguimos sin conocer la verdadera identidad del turismo. 
2:  el turismo es inevitablemente multifacético, es decir, polisémico. 
Cuestiones  ambas que, paradójicamente, vienen a equivaler a la persistencia de aquellas  sombras que, aunque arrumbadas en el trastero de los objetos en desuso,  necesitan a nuestro juicio ser sacados a flote cuanto antes en aras de la  construcción de un conocimiento que sea sólido y de una aplicación eficaz al  servicio de la creación de riqueza. He aquí la tarea que nos proponemos  desarrollar.
Los significados del turismo a  través de sus edades
                Uno  de los temas más debatidos entre los turisperitos es el de la edad del turismo.  Mientras que para unos el turismo existe desde que apareció la especie humana  para otros el turismo es un fenómeno harto reciente. Para los primeros el  turismo tiene nada menos que dos millones y medio de años, justo la edad de la  especie humana. Para los segundos, el turismo tiene tan solo poco más de medio  siglo. Entre una y otra postura pululan otras más alambicadas. Es obvio que la  abundancia de cronologías es el correlato ineluctable de la abundancia de  visiones conceptuales como pasamos a estudiar.
                Con respecto a las edades del turismo hay en la  literatura división de opiniones. La antropóloga Valene L. Smith, en la obra  coeditada con la geógrafa Maryan Brent Hosts  and Guests Revisited: Torism Issues of de 21st Century, (New York 2001)resume así la historia del turismo:
Como constata su peculiar visión histórica, la  antropóloga citada coincide con quienes sostienen que en el Paleolítico ya  había turismo, es decir, que, según ella, el turismo tiene unos cuarenta o  cincuenta mil años. No es exagerado este cómputo si se compara con los dos  millones y medio de años que tendría si creemos a quienes sostienen que el  turismo es tan antiguo como la especie humana. Es tan amplio el concepto de  Smith que, para ella, turismo es lo mismo que viaje, y viaje lo mismo que  desplazamiento. Cuánta razón tenía el geógrafo francés Pierre P. Defert (1973)  cuando en los años setenta advertía de los grandes peligros que hay que sortear  para no confundir el turismo con los viajes. Porque V. L. Smith no se limita a  los viajes redondos o de ida y vuelta, que es lo que etimológicamente significa  la palabra francesa tour de la que  deriva tourisme, sino que, en un  alarde de generalización como el que practican otros turisperitos, incluye en  el turismo incluso los viajes lineales, los únicos que podían hacerse durante el  pasado nómada del hombre. No se limita la generalización del turismo de Smith y  otros estudiosos a todo tipo de viajes sino, lo que es mucho menos frecuente en  la literatura especializada, también a todos los motivos, coincidiendo así con  el concepto de turismo en sentido amplio que propuso el alemán Morgenroth  (1959) en los años treinta. M. Korstanje define de paso el turismo como “un  proceso cíclico cuya función es la dislocación identitaria y el desplazamiento  físico a un espacio ajeno al lugar de residencia o habitual con fines  recreativos  para una posterior  reinserción cumpliendo temporalmente las necesidades psíquicas de evasión,  curiosidad y extraordinariedad propias de cualquier forma de ocio” (Korstanje,  2014)
                Como vemos, el concepto de turismo puede ir desde lo  más obvio, el desplazamiento físico de una persona, hasta incluir algo que  durante años se dejó de resaltar, que el desplazamiento para ser turístico ha  de ser circular y que ha de obedecer a motivos autónomos dejando fuera del  concepto los desplazamientos, lineales o circulares por motivos heterónomos. Lo  cual se opondría a que sea tan antiguo como el hombre. Y aún más: que ni  siquiera podría darse en el Paleolítico Superior, cuando los grupos humanos  eran todavía nómadas puesto que los humanos no abandonaron el nomadismo hasta  el Neolítico. Los primeros grupos sedentarios aparecieron hace diez mil años.  Fue entonces cuando pudieron hacerse desplazamientos circulares o de ida y vuelta.  No obstante, lo más sensato parece conjeturar que los desplazamientos autónomos  (por gusto) no existían o eran insignificantes, por mucho que Huizinga (1938)  sostenga que la esencia de la especie homo es lo lúdico porque es obvio que  incluso en el caso de que el hombre tienda por naturaleza al ocio habría que  demostrar que la cobertura de sus necesidades vitales se lo permitían. En fecha  tan lejana, los desplazamientos circulares por gusto debían estaban  restringidos a las clases gobernantes; en las culturas antiguas, tales  desplazamientos solo se hacían por motivos obligados, incluso por las mismas  clases gobernantes, para las cuales los viajes formaban parte de sus  obligaciones estatutarias. Ergo, no se hacían por gusto. Las demás clases  sociales carecían de recursos para afrontar los desplazamientos y, si los  hacían, era exclusivamente por motivos heterónomos. Las distancias eran  insalvables por falta de vías y por la existencia de peligros. Esta situación  permaneció inalterada hasta la Revolución Industrial, propiciada por el  descubrimiento del vapor como fuente de energía. La burguesía se expandió  gracias a las inversiones en actividades productivas y en infraestructuras como  el ferrocarril, un medio de transporte que, aunque se orientó primero a las mercancías  pronto se puso al servicio de las personas, pero no solo de los acaudalados,  también  de las crecientes clases medias.  Las facilidades del transporte se complementaron con el desarrollo de las  inversiones en facilidades hospitalarias. Con ello, los desplazamientos  circulares aumentaron y se masificaron progresivamente. Gracias a su  abaratamiento, los viajes circulares pudieron hacerse también por motivos  autónomos, primero en los países desarrollados y más tarde en el resto del  mundo. 
                El significado  de turismo rompió sus límites clásicos en la Conferencia de Ottawa de 1991,  cuando se incluyeron los motivos de negocios, lo que equivale a la  generalización del turismo a todos los motivos. Hoy ya no se restringe el  significado de turismo exclusivamente a los viajes por gusto hasta el punto de  que no extraña encontrar en la prensa grases como esta: “Los turistas  chinos son personas con alto poder de compra que pertenecen a la  clase media alta y tienen entre 25 y 44 años. Suelen viajar por placer,  un fenómeno reciente en el país”.   (www.elconfidencial.com 06/04/2014) Solo los turisperitos se mantienen fieles al  significado clásico limitando sus referencias a los motivos vacacionales en su  tratamiento del turismo.
El concepto  de turismo es expansivo
                En la exposición del significado de turismo que se ha  hecho en el apartado anterior se pasó de los aspectos externos de los  desplazamientos humanos a los aspectos motivacionales. Son los dos componentes  de la teoría conductual del turismo que laten en las diferentes visiones que se  vienen dando del turismo desde que nos interesamos por este fenómeno social.  Pero la ley de su expansión conceptual aún no ha terminado. Desde hace algunas  décadas se viene dando por sabido lo ya expuesto y desde hace unas décadas se  está poniendo en énfasis no en la conducta de los turistas sino en los lugares  que los turistas visitan. Para decirlo con la expresión que ha tenido gran  acogida, los destinos turísticos. Esta ampliación ha introducido en el turismo  el interés por lo urbano, un elemento objetivo que se ha añadido a los  elementos tradicionales, las llamadas infraestructuras encargadas de prestar  servicios facilitadores de transporte y hospitalidad. A finales del siglo  pasado, el italiano Alberto Sessa (2004) añadió los destinos, a los que llamó  macroproductos turísticos, a los alojamientos, a los que dio el nombre de  microproductos turísticos. La componente objetiva (a la que se le dio el  carácter de oferta) del turismo quedó de esta forma aumentada y, junto a la  componente subjetiva (considerada como la demanda), se redondeó la concepción  del turismo elaborada por los clásicos a mediados del siglo XX.
                En este marco tiene interés comentar un artículo de  Erik Cohen (2005). Cohen declara que su trabajo es una reflexión sobre las “tendencias principales del desarrollo del turismo de masas, así como sobre  la forma en que ha sido descrito y estudiado en el marco académico. Se apunta  que las grandes tendencias en su evolución, marcadas por modernidad y  post-modernidad, han ido acompañadas por diversos sistemas teóricos que  destacaban alternativamente la búsqueda de la autenticidad, la distinción, la  fantasía y las emociones fuertes. Se analizan logros y carencias de las  principales hipótesis que enmarcan teóricamente cada una de esas tendencias”.
                Cohen (ob.  cit.)desarrolla su trabajo en el marco de la globalización que caracteriza  nuestra época acabando con lo “moderno” para instalarnos en lo “post-moderno”,  algo que, ineluctablemente, está dando paso a la aparición de nuevas  iniciativas turísticas, las cuales son refractarias a la aplicación de los  paradigmas analíticos que hemos venido utilizando en el pasado. Entre esas  nuevas tendencias, Cohen destaca tres, dos de ellas contradictorias, la que  llama el  declive posmoderno en la  búsqueda de la alteridad, es decir, de lo auténtico o genuino, tendente a la  disminución de lo extraordinario en la experiencia del turista con una mezcla  de turismo y placer, y, por otro lado, la búsqueda de la extrema alteridad de  la Tierra, la cual conduce a la mezcla de turismo y exploración. La tercera  tendencia es la que llama turismo de “fantasía”, una tendencia que constituye  lo que Cohen llama post modernidad en el turismo, encarnada en la búsqueda de  la fantasía del turista de masas. 
                Para su análisis  Cohen utiliza el modelo de Dean MacCannel (Cohen, ob. cit.) de estudio del  turismo moderno. Como refiere Cohen, MacCannel destaca la búsqueda del turista  de acuerdo con las características básicas de la modernidad, en la que la que,  dado que la autenticidad ha ido desapareciendo, se ofrece una autenticidad que  llama “representada”, es decir, artificialmente producida en el destino con  todas las dificultades que se le presentan al turista para saber si lo que se  le ofrece como auténtico lo es o se trata de su sucedáneo. Cohen escribe  resumiendo a MacCannel:
                El desarrollo del  turismo en la modernidad engendra encubiertamente «marcos turísticos»  representados carentes de autenticidad; en situaciones desarrolladas  turísticamente, la búsqueda seria de la autenticidad por el turista moderno se  frustra – el turista es incapaz de penetrar las falsas «fachadas» con las que  se presenta, dentro de las regiones «posteriores» de la vida local real. La  vida auténtica, incluso si aún existe en el destino, permanece más allá de la  comprensión del turista. 
A partir de aquí, Cohen se enfrasca en un discurso sobre las representaciones “encubiertas” y “manifiestas”. Y escribe:
La representación encubierta puede ser vista como una forma de «fabricación» no conocida o no marcada: contraria a la impresión que se trata de imponer a los turistas, la atracción representada no es parte de lo vivido en-el-mundo o de la realidad diaria del destino, sino un «marco» separado insidiosamente para el consumo del turista. Es así un modo de falsificación y como tal la única clase de representación del interés teórico para MacCannell. (…) Algunos modos manifiestos de representación tienen referentes externos: o bien son metáforas de algunos «originales» (ausentes o inaccesibles), como es el caso con las «reproducciones» o «simulaciones» de lugares, eventos u objetos; o son metonimias como es el caso de las colecciones (de objetos de arte o de especímenes en museos, zoos o herbarios o la cultura material de diferentes grupos étnicos en un parque temático): consisten en objetos «reales», desplazados de su marco «original», reunidos y mostrados ingeniosamente como recordatorios de la naturaleza o cultura en otros lugares o en otros tiempos. Pero —central para el argumento siguiente— algunas otras atracciones representadas abiertamente no tienen referentes externos — son creaciones de la imaginación pura y como tales completamente auto-referentes. Uno de los argumentos principales que se establecen en este artículo es que en el fenómeno del turismo en un mundo cada vez más homogeneizado y regulado, las atracciones representadas juegan claramente un rol cada vez más dominante; y entre tales atracciones, aquellas basadas en temas imaginarios y auto referenciales son particularmente importantes —de hecho, la sofisticada tecnología contemporánea permite crearlas con un grado de realismo aparente que llega a ser «hiperreal» (Baudrillard 1988).
Para  quien haya leído la novela-ensayo de Julián Barnes Inglaterra Inglaterra (Anagrama, 1998) todo esto ya estaba dicho  con toques de ironías inimitables y no era necesario, por ello, volver a  insistir, y menos bajo la petulancia academicista de Cohen. El turismo no es  ya, en su vertiente objetiva, un conjunto de servicios de transportes y  hospitalidad especialmente dedicados a los vacacionistas. Su  concepto se ha expandido de forma inesperada  para poner decididamente el énfasis en un elemento que se daba por sabido y  conocido, el llamado por Sessa macroproducto turístico, esto es, en el  llamado “destino”, en donde están los  microproductos, es decir, los hoteles, olvidando que está formado por un mix de  servicios facilitadores e incentivadores, pero sin entrar en esta clarificadora  distinción. Con ello la literatura del turismo ha dado entrada a los  urbanistas, un añadido a la vieja presencia de los arquitectos diseñadores de  alojamientos. La feroz competencia que padece la oferta alojadora  (facilitación), hace tiempo que dio paso a caer en la cuenta de la importancia  de la incentivación, un factor en el que se dirime la competencia turística en  nuestros días, desbordando la vieja competencia hotelera. Queda de manifiesto,  pues, que la oferta que los turisperitos llaman “básica” siempre ha sido  “complementaria”, reconociéndose, a la postre, que la que se creía básica ha  sido, es y será siempre la que erróneamente se tiene por complementaria, lo  cual no deja de ser una confusión que se deriva en línea directa de la  polisemia galopante que debería ser erradicada cuanto antes del turismo.
                Estudios  como los del sociólogo israelita Erik Cohen pueden encontrase cada vez más en  la literatura del turismo. El objeto tratado es muy variado. Desde la cultura  hasta los recursos naturales, desde los juegos de azar hasta la escalada y el  montañismo, desde las olimpiadas hasta los congresos científicos y la infinita  variedad de eventos. Por eso, la comunidad de estudiosos del turismo no solo se  ha enriquecido con los urbanistas y los arquitectos, también los biólogos se  sintieron atraídos por el turismo en la medida en que los turistas se  interesaron por los recursos naturales. Lo mismo cabe decir de los  especialistas en museos, los expertos en la organización de eventos como  congresos, exposiciones, ferias, competiciones, todos ellos están enriqueciendo  la nómina de turisperitos, habida cuenta de que los turistas se interesan,  masivamente, por el objeto de su especialidad. Incluso de los filósofos que  piensan que sus aportaciones a la interpretación del turismo pueden ser  esclarecedoras y por eso se habla de post modernidad y epistemología al mismo  tiempo que los sociólogos se encuentran en la obligación de desentrañarnos la  tendencia a la “glocalización” y la aparición de esos lugares que no lo son  porque carecen de identidad reconocible (el llamado no-lugar)
                Lo  cual nos permite pronosticar sin demasiado riesgo de equivocarnos que las  nuevas tendencias a la expansión de los significados de turismo aún no ha  terminado, es más, puede que no terminen nunca. Con la apertura del espacio  exterior a la Tierra, la comunidad de expertos se enriquecerá con los  cosmólogos en la medida en que el turismo espacial está en trance de nacer casi  de inmediato. Primero solo lo harán escasos magnates atraídos por la  experiencia única de contemplar nuestro planeta desde la estratosfera. Pero no  hay que descartar que a ellos le seguirán otros viajeros espaciales, también  ricos pero menos, hasta que se incorporen otros progresivamente menos ricos,  con lo que el turismo cósmico se masificará a través de un proceso similar al que  ha seguido el turismo terráqueo.
Ventajas de la polisemia: la  interesada exaltación del turismo
                El  turismo es considerado por la comunidad internacional de expertos como una  industria de dimensiones globales que atiende a flujos turísticos de  proporciones cada vez más masivas. También como la primera industria del mundo  por su aceptada aportación creciente al PIB global. Incluso se ve como un  complejo sistema de conocimientos que ha pasado de ser lo que era hace un  siglo, una serie de criterios pragmáticos de actuación empresarial y  gubernamental, a un corpus cada vez más aparentemente sistematizado de carácter  supuestamente científico en continuo avance, gracias, entre otros factores, a  las aportaciones de profesores, investigadores y empresarios con el decidido  apoyo de organismos internacionales de carácter gubernamental, empresarial y  académico. 
                El  turismo es considerado, además, como la primera industria exportadora del  mundo, como la industria que más empleo genera, como la garantía más sólida de  protección de los patrimonios natural y cultural del mundo y, por si todo ello  no fuera bastante, como un instrumento para alcanzar la paz entre todos  los pueblos del mundo. Lo cierto es que no hay  quien dé más.
                El  llamado desarrollo turístico no ha sido nunca la panacea que se aseguraba que  era para conseguir el despegue económico de países desfavorecidos, como se  sostuvo no hace tanto, pero los textos sobre la materia, vuelcan elogios y loas  al turismo por sus efectos beneficiosos que dejan en el lector la calculada  impresión de que aún sigue siendo la solución de los problemas de subdesarrollo  de los países pobres siempre, claro está, que su expansión no se detenga, que  siga en el futuro como hasta ahora y que se generalice sin titubeos por la toda  superficie del globo. 
                Cuando  el turismo fuera de la Tierra deje de ser una esperanza y sea una realidad,  como está a punto de ser en breve con   los viajes a la Estación Internacional Espacial, se podrá decir también  que el turismo será una de las pocas industrias que podrán blasonar de ser  cósmicas.
                La  exaltación del turismo no es una estrategia reciente. Puede rastrearse su práctica  desde hace más de un siglo, pero su impulso definitivo se consiguió con el  perfeccionamiento de las técnicas del marketing moderno, basadas en la sabia  imbricación de las instituciones científicas de prestigio con las instancias  políticas, económicas y financieras nacionales e internacionales puesta al  servicio de la explotación de los negocios que configura el llamado “sector  turístico”, incluido el inmobiliario, el cual, aunque a la sombra, es uno de  los más involucrados en el mismo.
                El  autor de este trabajo no comulga con tan descomunal exaltación del turismo, en  el que ve una clara operación de marketing, nunca la invitación a una callada y  honesta tarea de carácter científico. En su opinión esa exaltación obedece,  como acaba de decirse, a una inteligente, sostenida, eficiente y costosa  campaña propagandística que hunde sus raíces en la estrecha colaboración entre  los inversores y los primeros estudiosos, allá por las décadas iniciales del  siglo XX, fecha en la que empezó a dar sus frutos más espectaculares al ser  alentada, financiada, dirigida e impulsada por y en beneficio de poderosos  grupos inversores internacionales a través de entidades de ámbito internacional  como Unión Internacional de Organismos y Oficinas de Turismo (UIOOT),  antecedente de la actual Organización Mundial del Turismo (OMT), una entidad  intergubernamental dependiente de Naciones Unidas con sede en Madrid, The Wold Travel and Tourism Council,  asociación de directivos de las llamadas empresas “turísticas” con sede en  Bruselas, y la Association International  d´Experts Scientifiques du Tourisme,   con sede en Berna, ente corporativo de los estudiosos del turismo con  filiales en varios países, entre otras muchas otras entidades de carácter  nacional e internacional.
                El  autor está convencido de que la exaltación del turismo es perfectamente  resistible y aún más, no solo evitable sino urgente su erradicación inmediata.  Es cierto que para desactivarla no basta con la demostración de que lo es, ni  siquiera en el caso, poco probable, de que la comunidad científica que se ocupa  de su estudio se llegara a comportarse como debería porque incluso si así lo  hiciera, las demás instancias que deberían contribuir puede que no lo hagan  escudándose en la convicción de que como sus efectos son beneficiosos para  todos más vale que no se perturbe su imagen. El poder del entramado empresarial  – gubernamental – académico - mediático que financia, apoya, prestigia y  alienta la interesada exaltación creciente del turismo es enorme y su eventual  cambio de actitud poco esperable sin una campaña lenta pero profunda encaminada  a conseguirlo. Puede que sea utópica esta tarea, pero, aun merece la pena.
                A  través de la exposición cronológica de las edades del turismo pretendemos  exponer tanto esa inveterada exaltación como la convivencia de numerosas  visiones conceptuales, lo que hemos llamado polisemia, que a pesar de ser  incompatibles entre sí conviven en una aparente armonía. Con ello tratamos de  desvelar que la desmesurada abundancia de interpretaciones oculta a duras penas  un hecho muy grave: que nos jactamos de conocer los efectos del turismo pero no  sabemos lo que es, como pasa con la electricidad. Una muestra de esa exaltación  consiste en utilizar el turismo como punta de lanza de la imagen de España y  del mundo. Hace algunos años, no muchos, el diario ABC publicaba esta loa  procedente del Observatorio ABC de la marca España:
                De carácter cultural o como forma de  ocio vacacional, el turismo fue ayer el argumento de una reunión del  Observatorio ABC de la Marca España que congregó a representantes del sector y  que sirvió para poner en valor los atractivos que para la imagen exterior tiene  la amplia y creciente oferta proyectada fuera de nuestras fronteras. La  secretaria de Estado de Turismo, Isabel Borrego, destacó la implicación del  Gobierno y su apoyo – “claro, explícito y sin fisuras”, dijo – a los  emprendedores que se incorporan a un sector que no solo es la cuarta actividad  industrial por su volumen de ingresos, sino que, por su transversalidad,  repercute en el resto de la economía. El exministro Abel Matutes abogó por  interpretar el turismo a través de todas sus variantes, como vehículo cultural,  plataforma de encuentro de ideas y conocimiento y actividad central para el  desarrollo de los países, mientras que Manuel Borja – Villel, director del  museo Reina Sofía, criticó la espectacularidad de determinadas ofertas  museísticas y apostó por favorecer el verdadero conocimiento, más allá del  impacto pasajero de las industrias culturales. Por su parte, Juan José Hidalgo,  presidente de Globalia, se refirió a los transportes e infraestructuras como  modelo de desarrollo y pidió inversiones en un sector que considera  imprescindible para el sostenimiento del turismo.
                En  la frase transcrita, válida para cualquier país, revolotean algunos de los  tópicos más frecuentemente utilizados tanto por los expertos, los empresarios,  los funcionarios y los intelectuales cuando de turismo se trata. Por ejemplo:  el turismo es un instrumento de la imagen exterior del lugar; el turismo es una  destacada fuente de ingresos colectivos; el turismo es un motor de desarrollo  económico; el turismo es un sector que por su transversalidad su fomento  beneficia a todo el sistema económico; el turismo es una plataforma de  encuentro de encuentro de ideas y propuestas de interés nacional; el turismo  ejerce un saludable impacto en la industria cultural, conserva el patrimonio  natural y ayuda a encontrar la paz entre los pueblos; el turismo alienta las  inversiones en infraestructuras como las del transporte, la hospitalidad, el  saneamiento, el medioambiente, el deporte, la rehabilitación de monumentos, las  ferias, los congresos, los eventos de todo tipo, así como de la salud, la  educación y la seguridad ciudadana. Sorprendente que se olvida con demasiada  frecuencia que las inversiones inmobiliarias también benefician al turismo y se  benefician de él. Su olvido tal vez se deba al miedo a aludir a la amenaza de  conocidas burbujas que han sido harto dañinas para la salud de la economía y de  cuya existencia se prefiere aislar al turismo como posible desencadenante  porque no conviene ensombrecer lo que hay que enaltecer por el bien de todo lo  antes citado. El turismo ha de ser, pues, más que fomentado: exaltado. La sigla  Exceltur parece abundar subliminalmente en esta necesidad.
                El diario económico El  economista se hacía eco a primeros de 2014 de la noticia con este impactante  titular: “El turismo aporta el 9,5% de la economía mundial”. Recogía así la  estimación realizada por el Economic  Impact Report del WTTC de que “la contribución de la industria de los  viajes y el turismo (sic) a la  economía mundial en 2013 alcanzó el 9,5 % del PIB mundial”. Y añadía el medio  citado: 
En términos económicos la actividad turística a nivel global movió un negocio cercano a los 7 trillones de dólares americanos y permitió generar 4,7 millones de nuevos puestos de trabajo. La contribución de la industria del turismo de la economía mundial creció en 2013 por cuarto año consecutivo y el WTTC confía en que experimente un crecimiento aún mayor en 2014.
A pesar de unas cifras tan satisfactorias, el WTTC “advierte que los gobiernos deben implementar políticas adecuadas para incrementar los ingresos derivados del turismo y su capacidad para generar empleo, capitalizando así todo el máximo potencial del sector”. El complejo de intereses no se conforma con la descomunal importancia alcanzada por el “sector”: Aspira a seguir aumentándola en el futuro y por eso hace cuantiosas inversiones en marketing profundo. La polisemia del turismo lleva a la llamada transversalidad del llamado sector y con ello a inflar desmesuradamente su participación en el PIB.
Inconvenientes de la polisemia:  propuesta de una posible solución
                Hagamos  una digresión necesaria para entender, y admitir, lo que viene a continuación.  Las actividades surgieron en el seno de la economía doméstica. Dentro de ella  se mantuvieron milenariamente hasta que uno de los hallazgos más importantes de  la humanidad, la división del trabajo, fue externalizando la producción primero  lentamente y después, con la Revolución Industrial, dejar a la economía  doméstica dedicada a la mera consumición de casi todo lo que se produce fuera  de ella. Pero el proceso no ha terminado. Hay productos que aún se producen en  los hogares pero que, previsiblemente, serán objeto de producción fuera de  ellos. Los productores especializados observan los bienes y servicios que se  consumen en los hogares y, si se trata de cantidades significativas, ponen en  marcha el proceso tendente a ofrecérselos a través del mercado más baratos y, a  veces, de más calidad. El secreto está en esa observación. Esto, que acontece  con todos los bienes y servicios, se impone sobre todo cuando se trata de  bienes y servicios complejos, es decir, de bienes y servicios que se obtienen  por medio de otros bienes y servicios. Como desprende de la frase con la Piero  Sraffa (1960) tituló su obra ya clásica: Producción  de mercancías por medio de mercancías. Lo mismo podemos decir de la idea  subyacente en la famosa ley de Say, tan mal entendida por J. M. Keynes, la cual  sostiene que la oferta crea su propia demanda, que no es otra que la de los  bienes y servicios necesarios para acometer el proceso de producción.
                En  el caso del turismo se abusa del sintagma “productos turísticos” a pesar de que  jamás se habla de producir turismo. (Muñoz de Escalona 2011) Potencialmente,  todos los bienes y servicios existentes son o pueden ser turísticos en la  medida en que todos los bienes y servicios son o pueden ser consumidos por los  turistas; pero ello es la consecuencia de la polisemia de significados que  venimos analizando. La lógica más elemental nos dice que si creemos que todos  los productos son (o son susceptibles de) ser turísticos ello equivale a  admitir que no existen productos turísticos. Como lo hablantes, los  turisperitos conceptúan al turista como un consumidor desplazado, fuera de su  residencia. El turista es el paradigma del consumidor, y eso porque estar de  vacaciones es haber dejado, temporalmente, de ser productor aunque no de ser  consumidor. Pero el consumidor desplazado se diferencia del consumidor  residente en muy pocas cosas. Una de ellas es el consumo de servicios de  transporte, y otra el consumo de servicios de hospitalidad. Ambos han adquirido  la consideración de ser los productos turísticos “básicos”. Pero, además de que  esos servicios también los consumen los no turistas, hay, en efecto, otras  cosas que también consumen los consumidores desplazados como son las visitas a  museos, parques temáticos, etc., y por eso se las ha llegado a considerar como  productos turísticos “complementarios”, pero dándose la circunstancia de que  esas cosas también las consumen los consumidores residentes, por lo que son y  no son productos  turísticos.
  ¿Qué  cómo se produce el turismo? Con mercancías que no son turismo, como un  automóvil de produce con piezas que no son automóviles. El turismo se produce  ensamblando servicios facilitadores (transporte y hospitalidad) y servicios  incentivadores (los que responden a la motivación). Tanto el output (el  turismo) como los inputs (incentivación y facilitación) quedan identificados,  no en función de los consumidores sino en función de sus propias  características físicas como mercancías específicas. La propuesta no impide que  se estudie el turismo como un fenómeno social, ni que se observen y se cuantifiquen  sus efectos (medioambientales, sociales, culturales, económicos). Como tampoco  impide que se estudien sus inputs en sí mismos, pero llamándolos por su nombre  (servicios de hospitalidad, servicios de accesibilidad, servicios de  transporte, servicios culturales, recreativos, deportivos, paisajísticos, etc.,  los cuales no son, obviamente, turismo sino elementos para su producción y  consumo.
                La  doctrina convencional del turismo penetra así en un callejón sin salida, el de  la polisemia que venimos tratando, pero los turisperitos obvian el obstáculo y  siguen adelante como si tal cosa fuera insignificante. La lógica más elemental  nos lanza señales rojas para advertirnos de que el camino que estamos siguiendo  no es el adecuado. Se trata, en verdad, de camino incorrecto desde el comienzo.  Por ello, hay que volver a observar más detenidamente lo que consume el  turista. Si lo hacemos, después de algún tiempo, puede que nos percatemos de  que el turista lo que consume es un programa de desplazamiento circular. Si lo  damos por bueno y nos percatamos de que los programas de desplazamiento  circular son producidos en los hogares, inmediatamente, si somos buenos  emprendedores, es posible que nos dediquemos a producir esos programas para  ofrecérselos a los consumidores a través del mercado. Si así lo hubiéramos  hecho desde el principio, el turismo sería a estas alturas un producto como los  demás que se consumen en los hogares pero que se habría empezado a producir  cada vez más fuera de ellos, como acontece con la inmensa mayoría de los bienes  y servicios que así pasan a ser mercancías.
                El  resultado de nuestra observación de la realidad no solo nos habría abierto una  actividad productiva al mismo nivel que otras muchas sino que, además, nos  habría puesto en la pista de evitar la polisemia del turismo en la medida en la  que el único producto turístico objetivamente identificado, como se identifican  todos los productos, es el programa de desplazamiento circular, un programa  cuyo contenido fuera la estancia o la visita de lugares especialmente  preparados para los vacacionistas. Habríamos matado, pues, dos pájaros de un  tiro: 
A modo de conclusión: Un obstáculo  grave se opone a la búsqueda de una solución 
                Ese  obstáculo no solo es grave, está definitivamente enraizado en las conveniencias  tanto de la llamada industria turística como de los gobiernos de los países  turísticos o que aspiran a serlo. El mundo académico es consciente de las  anomalías que presentan la polisemia conceptual que lastra la investigación.  Pero, como ha escrito J. F. Revel, “se debe evitar tener en cuenta una verdad  que se conoce muy bien porque redundaría contra el propio interés si se sacaran  las consecuencias de la misma”. La polisemia del turismo permite llamar turismo  a un heterogéneo e indeterminado conjunto de empresas públicas y privadas  dedicadas a la prestación de bienes y servicios para el consumo de los  turistas, aunque no solo de ellos. Se trata de un conjunto de empresas fundamentalmente  de servicios para el que hace unos años se le encontró un calificativo  salvador. El de que el turismo es un “sector transversal”, es decir, que  pertenece a numerosos sectores no siempre los mismos de un país a otro. La  indeterminación de sus componentes crea confusión pero permite hacer unos  cálculos tan generosos como inquietantes a la hora de estimar su aportación a  la riqueza nacional. Porque una cosa indiscutible es que un sistema económico  se vea favorecido por los gastos de los consumidores desplazados por cualquier  motivo, y otra muy diferente que exista una especie de “sector” comparable con  los demás sectores productivos al que se adjudique el mérito de ese flujo de  ingresos externos. El mérito es de todo el sistema y no solo de una parte del  mismo, una parte que tan viene siendo identificada por medio de una convención  oportunista. Oportunista, pero sin duda inevitable en la medida en que está al  servicio de unos intereses estadísticos compartidos por todos los países que  son miembros de la OMT y de WTTC tendentes a inflar su importancia económica.  Pero, aunque trata de intereses respetables, esos intereses son incompatibles  con los intereses del conocimiento científico, el cual debe cultivarse en una  atmósfera de distanciamiento y al margen de los interese comerciales. La  presunción de que el turismo significa este o aquel porcentaje del PIB de un  país es, además, una falacia que debería ser denunciada.  Un porcentaje alto de participación del turismo  en el PIB no es un indicador sano; puede significar que el sistema productivo  del país de referencia está peligrosamente en manos de un monocultivo aparente  que a la postre puede ser suicida.
                Pues  no conviene olvidar de que, cuando se hace referencia al problema de la verdad,  lo que habitualmente se tiene en cuanta son consideraciones sobre su coherencia  lógica y sobre la aceptable correspondencia existente entre los conceptos  teóricos y la realidad. Y, desafortunadamente, en el seno del turismo como  corpus de conocimiento, eso no se da. Si el turismo evitara la polisemia que lo  caracteriza la presunción de que es la industria más importante del mundo  caería por su peso. Y eso se trata de evitar porque es la principal ventaja de  la polisemia, la misma que es un inconveniente para el tratamiento científico  del turismo.
Referencias
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Recibido: 27/04/2014
Aceptado: 19/05/2014
Publicado: Junio de 2014
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