TURyDES
Vol 2, Nº 4 (enero / janeiro 2009)

BARTHES - MACCANNELL Y EL TURISMO: UNA POSICIÓN TEÓRICA IDEOLOGIZANTE

Maximiliano Korstanje (CV)

 
 


Es que para Barthes, el viaje debe ser comprendido como una forma ordenadora del trabajo y de la lógica burguesa. En efecto, la creación de la guía Azul tiene sus orígenes en ese deseo profundo que sentía la burguesía al comprar el esfuerzo y conservar a la vez la imagen de ese esfuerzo. En este sentido, la humanidad da lugar lentamente a la aparición de monumentos y por medio de éstos se tipifican los valores culturales. “Así como se adula a la montuosidad hasta el extremo de aniquilar a los otros tipos de horizontes, la humanidad del país desaparece en provecho exclusivo de sus monumentos” (ibid: 125).

La diversidad humana y cultural queda plasmada en forma homogénea en ciertos “estereotipos” que no sólo simplifican su accionar sino su sentido. En España por ejemplo, dice Barthes, “el vasco es un marino aventurero, el levantino un jardinero alegre, el catalán un hábil comerciante y el cántabro un montañés sentimental” (ibid: 125). Cualquier grupo se reduce así a una escenificación capitalista cuya función es el refuerzo de las clases y los oficios (trabajo). Al respecto escribe el autor: “socialmente, para la Guía Azul, los hombres existen únicamente en los trenes, donde pueblan una tercera clase mezclada. Por lo demás, sólo sirven como elementos introductorios, componen un gracioso decorado novelesco, destinado a rodear los esencial del país: su colección de monumentos” (ibid: 125). Si uno sigue con detenimiento este razonar, el turismo se encuentra relacionado con una fuerza económica y religiosa destinada despojar al individuo de su contexto histórico. Asimismo, el cristianismo y con él, el catolicismo “es el primer proveedor de turismo y sólo se viaja para visitar iglesias”.

Entonces, Barthes continúa “en el caso de España ese imperialismo es bufonesco, pues el catolicismo se presenta a menudo como una fuerza bárbara que ha degradado estúpidamente los logros anteriores de la civilización musulmana” (ibid: 126). La pregunta que es tan inherente a todo viajero, es negada por la guía turística; en parte su razón de ser es una operación que convierte al espacio y la historia en mercancías plausibles de ser comercializadas hegemónicamente. En resumidas cuentas, la mitología burguesa busca la creación de espacios comunes en donde se puedan exhibir las riquezas de un pueblo como elementos contables y plausibles de apropiación mercantil.

Los museos surgen como piezas de una mitologización cultural de lo histórico. No es la historia en sí, mucho menos es la relación entre los hombres de la historia; los museos y por medio de ellos las mercancías exhibidas representan parte de un “mito-coartada” el cual fomenta la prosperidad material.

Si bien por un lado, Roland Barthes invita a una reflexión profunda sobre la relación existente entre turismo, viaje y el mundo comercial; se notan en sus comentarios algunas fallas metodológicas importantes de señalar. En primer lugar, coincidimos con su apreciación sobre la fuerza del capitalismo en alienar espacios, símbolos y tradiciones; pero no es la guía turística más que una expresión fútil y volátil de esa alineación. Por tanto, recargar las fuerzas sobre la influencia de la guía turística en la simplificación de la geografía humana parece algo difícil de comprobar (ontológicamente). No es la guía per se, más que expresión (entre tantas otras) de la lógica capitalista. Pensarlo de otra forma, sería confundir el pars pro toto (la parte por el todo) como parece estar obsesionado en demostrar Roland Barthes. Finalmente, la reflexión del autor nos lleva hacia otra pregunta de mayor envergadura y magnitud. ¿Cuál es el papel del turismo como creador identitario?, ¿es el turismo un mecanismo condicionante de la identidad cultural?.

Si bien Barthes, no va a poder responder a esta pregunta en lo inmediato; sí lo intentará Dean Maccannel. En efecto, para el segundo autor la etnicidad se torna derivante de la interacción entre los grupos a la vez que estas formas evolucionan por medio de cambios intervinientes. Maccannel fundamenta su tesis por medio de los discursos de dirigentes políticos en cuanto a otros grupos políticos y la interpretación de sus códigos culturales. Toma así declaraciones en Estados Unidos del líder “indio” Rusel Means quien promovía la construcción de una imagen “india” construida por ellos mismos. Entonces, el autor utiliza el término etnicidad construida para marcar la tentativa de la fase colonial en crear diversas identidades funcionales a su lógica.

Por otro lado, el autor define este concepto como “un trampolín que nos permite acceder al análisis de un fenómeno más complejo ... el moderno turismo de masas produce nuevas formas étnicas, de una manera más determinista que durante la fase colonial. Me ocupo aquí de ese tipo para el que las culturas exóticas son la principal atracción: los turistas van a ver las costumbres folklóricas que se utilizan en la vida cotidiana y a comprar los productos de artesanía tradicional en bazares auténticos; atienden a las particularidades de los autóctonos, a la forma de sus narices, de los labios y de los senos; acaban por aprender algunos comportamientos locales y quizá algunas palabras del idioma” (Maccannel, 1988:208).

La aproximación del turista hacia el otro, difiere según el autor, en comparación a la colonial, militar o religiosa de siglos precedentes. En este sentido, al igual que los líderes separatistas, el turismo actúa como cohesionante externo. En realidad, no es una tensión interna de un grupo marginado lo que fomenta la separación sino un impulso producido por el exterior. A esta dinámica, Maccannell la llama “etnicidad reconstruida”. El autor, supone se ha relativizado el papel del turismo como verdadero fenómeno social debido a que comúnmente se intenta presentarlo como una actividad opresiva y disgregante (como lo hace Barthes). Lejos de eso, el turismo es en Maccannell una forma interactiva de interpretación histórica.

Asimismo, existen ciertos poderes de disuasión (ver ejemplo de la serpiente) en donde juegan la retórica, la etnicidad y el silencio. Más específicamente, no puede hablarse del “White Power” como movimiento étnico ya que el poder en sí es “blanco”; y los “negros” como minoría así lo han aceptado. Por el contrario, en 1980 Means esbozó un discurso en donde llamaba al uso de una escritura “india” para revertir la dominación “blanca”. En palabras de Means (1980) citadas en Maccannell “la escritura es uno de los medios que ha empleado el mundo blanco para destruir la cultura de los pueblos no europeos ... admito la escritura en la medida en que la única manera de comunicar con el mundo blanco es utilizar las hojas muertas y secas de un libro” (ibid: 214).

Tanto los “indios”, los “negros” como otros movimientos étnicos intentan imponer determinadas formas consideradas correctas; entonces, se neutraliza la propia imagen negativa impuesta por un exo-grupo que los oprime. Si para la sociedad blanca, el éxito y el trabajo son valores sustanciales del buen vivir, para los negros “el jornalero y el mendigo” deben surgir como verdaderos actores activos del movimiento por la distribución de las riquezas generadas por esos sectores “blancos” a quienes responden en forma reaccionaria. Estos nuevos valores han sido construidos internamente gracias a un exo-grupo que los interpela e indaga. A su vez, la cultura de los “blancos” se presenta como degradante, éticamente en decadencia y también deshumanizadora.

Al respecto, el autor sugiere “Carmichael, Means y los demás se convierten en los portavoces de una forma eficaz de autorreflexión colectiva que desemboca en elegir, modificar y fortalecer determinadas formas de vestir, de crecer, de hablar, de casarse, etc. Por esa razón podemos hablar de etnicidad construida. Desde el punto de vista de nuestra investigación, el término etnicidad construida es un pleonasmo: todas las tradiciones étnicas se construyen asó o de manera análoga” (ibid: 214)

Apoyado en los conceptos darwinianos de asociación y antítesis, el autor traza un fino puente entre los discursos “raciales” en los Estados Unidos y el mundo animal de las especies. Entonces, tanto Carmichael como Means “ilustran” la dinámica de la antítesis entre un “nosotros” en oposición a “ellos”. Esto a la vez, genera cierta identidad invertida que para Maccannell es etnicidad reconstruida. Es decir, la construcción que el propio grupo tiene de sí se basa directamente por oposición a un estímulo externo. ¿Pero como adapta estos conceptos de conflicto y acomodamiento al turismo?.

“Una vez que todos los grupos están integrados en una única red, basada en el sistema monetario o en otro sistema de equivalencias – así como en la posibilidad de hacer traducciones entre todas las lenguas del mundo -, semejante situación permite un desarrollo de las interacciones entre los grupos que exige una producción intensiva de retórica o de etnicidad” (ibid: 216). El eje del modelo de Maccannel versa cobre dos combinaciones (erradas): a) superioridad / inferioridad estructural y b) asociación / antitesis retórica. Por tanto las relaciones sociales en cuanto a la etnicidad toman cuatro canales bien distintos: 1) un grupo inferior intenta asociarse a uno superior, 2) el grupo inferior se define en antitesis al superior; 3) un grupo superior se asocia a uno inferior y 4) un grupo superior se define como la antitesis del inferior.

Siguiendo el razonamiento de Maccannell, en el primer caso cuando un grupo inferior intenta asociarse con uno superior se da una especie de admiración cultural modificando sus propios valores, creencias y rituales culturales. En el segundo, el grupo inferior se define en antitesis con el superior generando verdaderos focos de conflicto y repliegue. Un ejemplo claro de este fenómeno es la lucha por los derechos de la comunidad afro en Estados Unidos. El tercer caso, ilustra como un grupo superior se asocia a uno inferior da como resultado a la etnicidad reconstruida acorde a los valores de la cultura dominante. Este es el punto, que más interesa al autor por cuanto supone una red previa de interacciones a escala global. La etnicidad pierde su fuerza de sí, y da lugar al advenimiento de la transacción comercial o alineación moderna. En este contexto, el turismo se conforma como un mecanismo capaz de crear reconstrucciones étnicas especificas a sus objetivos y orientaciones mercantiles. La cuarta forma de relación, es cuando un grupo superior se define por antonomasia a uno inferior. Ejemplo de esta forma de relación, lo componen los actos de exclusión y discriminación más conocidos por la historia de la humanidad. No obstante, el autor señala “las reconstrucciones étnicas, especialmente las producidas con vistas al turismo, introdujeron una nueva complejidad en las relaciones con los valores económicos y sociales. La atención de los turistas puede proporcionar beneficios intangibles, como la vanidad; pero en este tipo de turismo casi no se encuentra ningún beneficio concreto para las personas cuya vida se ha convertido en una atracción. El turismo étnico está organizado de tal manera que la mayor parte del gasto no se hace en el lugar” (ibid: 222).

En efecto, la transformación de un grupo en “atractivo” raramente mejora su condición de vida. Los grupos cuya necesidades los lleva a adoptar el “turismo étnico” no hacen más que empeorar su situación ya que no pueden adquirir o acceder a los medios necesarios para la planificación de la actividad ni mucho menos tienen la posibilidad de re-dirigir el gasto turístico. En este sentido, el turismo de masas se basa en dos direcciones antagónicas: por un lado, la homogeneidad internacional de la cultura de los propios turistas; por la otra, la conservación de ciertos elementos como atracción étnica. El turismo se consolida desde la postura de Maccannell como una paradojal herramienta poseedora de ciertas virtudes y defectos sociales. No destruye la tradición ni tampoco salva comunidades en períodos de crisis económicas. Fundamentalmente, “la condición necesaria para el turismo es que un grupo interiorice una identidad étnica auténtica, pero que la imagen resultante, aunque se considere positiva, no por eso deja de ser una limitación de la misma naturaleza que las antiguas, negativas y estereotipadas. El hecho de convertirse en una verdadera atracción turística afecta a todos los detalles de la vida, al trabajo que se escoge, al comportamiento fuera del trabajo, al tipo de ropas que se viste, a la forma de peinarse, etc. Todas estas cosas pasan a ser objeto de serias discusiones sobre su autenticidad” (ibid: 226).

Hasta aquí como en Barthes, hemos intentado reflejar de manera objetiva la relación entre turismo y construcción identitaria en Dean Maccannell. Sin embargo, también como Barthes, Maccannell incurre en grosos errores metodológicos a la hora de trazar su esquema teórico. En primer instancia, el autor comienza su trabajo definiendo que entiende por etnicidad para luego trazar un puente con el turismo como actividad y escenario en donde por acción del azar se vinculan los procesos de interacción étnica. No sabemos exactamente, si el turismo condiciona la relación Inter.-étnica así como nuestro autor la pensó, o si esta se mantiene también en otros escenarios. Por tanto, su vínculo teórico entre el mundo de las reciprocidades y el darwinismo parece algo insustentable y espurio.

Más específicamente, no queda totalmente claro porque el autor supone que los principios biológicos de asociación y antitesis son aplicables al mundo de los hombres; mucho menos si sus categorías de “inferior” o “superior” se construyen por medio de acumulación capitalista de alguna otra naturaleza. Así, concebir ciertas culturas como “superiores” o “inferiores” debe estar fundamentado a la luz de los criterios que llevan a llamarlos de esa manera. Sino ello no sucede, el mismo texto adquiere la peligrosa tendencia de suponer que bajo un modelo el cual propugna existan ciertos grupos inferiores y superiores per se, los cuales también interactúan en desigualdad de condiciones. En parte, Maccannell debería comprender que entre la “victimización del dominado” al “etnocentrismo del dominador” existe un fino límite. Por otro lado, suponer (nuevamente) sin fundamentación previa que la “inferioridad” y la “superioridad” de un grupo con respecto a otro sean criterios meta teóricos naturales se torna un claro error metodológico. Por último, tampoco queda demasiado claro como reaccionaría su modelo analítico en contextos de igualdad; como así tampoco su definición poco trabajada de lo que realmente es lo étnico y su relación con el discurso político.

Referencia Bibliográfica

• Barthes, Roland. (1997). Mitologías. México: Ediciones Siglo XXI.

• Maccannel, Dean. (1988). “Turismo e Identidad cultural”. En Todorov, Tzvetan. El Cruzamiento entre culturas. Madrid: Ediciones Jucar.



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