Observatorio Iberoamericano de la Economía y la Sociedad del Japón
Vol 2, Nº 8 (mayo 2010)

 

LA APRECIACIÓN DE CLICHÉS CULTURALES JAPONESES A TRAVÉS DE THE SIMPSONS: A PROPÓSITO DE 30 MINUTES OVER TOKYO

 

Fernando Cid Lucas
AEO. Universidad Autónoma de Madrid
fernandocidlucas@gmail.com

To Austin Brady

 

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0. INTRODUCCIÓN

Que la famosísima serie de dibujos animados The Simpsons, creada por el dibujante y productor Matt Groening (1954- ) en 1987, ha criticado -siempre desde una Atlántida ilocalizable como es Springfield- a la sociedad estadounidense es un hecho constatado. Y este hecho no ha pasado desapercibido para muchos comentaristas, quienes la han tachado de izquierdista o, incluso, de ir en contra del espíritu de su país. El propio Al Jean, productor y escritor de esta serie, ha admitido en público a este respecto que: “Nosotros [la serie] somos de inclinación liberal”. Como el lector entenderá, este liberalismo les ha llevado a hacer blanco en el sistema político, financiero o sanitario de los EE.UU., consiguiendo la carcajada de unos y el ceño fruncido de otros, pero jamás la indiferencia.

Más fino tendríamos que hilar al estudiar la serie de capítulos, famosos por presentar la coletilla (permítanme que use ahora las palabras en castellano) Los Simpsons viajan a… (más el nombre del país de destino), en los que la familia (o una parte de ella) abandona suelo americano para asentarse, por unos motivos o por otros, en otro país. Pues bien, si visualizásemos la lista completa de capítulos en los que los protagonistas se desplazan hasta lugares como Australia, India, Canadá, Italia, Francia, Reino Unido, Cuba, Brasil, etc. veremos que esa crítica, directa y descarada al tratarse de los EE.UU., su vuelve una sutil diatriba realizada siempre desde los clichés culturales más asequibles para el gran público.

1. LOS SIMPSONS EN JAPÓN

1.1. Previos.

El capítulo que propongo analizar en este breve artículo es el titulado 30 minutes over Tokyo, nombre tomado de la famosa película de Mervyn LeRoy Thirty Seconds Over Tokyo (1944). El capítulo número 23 de la décima temporada, último de ésta, es como pocos una sabia exposición esquemática de la sociedad nipona y, aún más, de la actitud de una parte de Occidente ante ella, representada aquí por la familia springfieldiana. 30 minutes over Tokyo fue estrenado por la FOX el 16 de mayo de 1999 y, hasta la fecha, varios han sido ya los artículos de investigación que ha merecido y, aún más, varias las universidades en donde ha sido objeto de estudio en asignaturas de licenciaturas como Antropología o Sociología .

1.2. Breve análisis argumental.

No es mi intención, ni tampoco el objeto principal del ensayo, afirmar que la forma en la que se va desarrollando la trama del capítulo es, como su contenido, igualmente, genial : uniendo una circunstancia doméstica tan usual como es la escasez económica con la visita, paradójicamente, a uno de los países más caros del planeta.

Como digo, a partir de la situación crematística poco boyante de los Simpsons para salir de vacaciones, nuestros protagonistas se verán transportados hasta Japón, sin que sea este un destino decidido por la propia familia, sino fruto del azar. Es más, en la sala de espera del aeropuerto cada uno muestra sus preferencias personales: Homer quiere viajar a Jamaica, espetando a los suyos, incluso, que todos ellos llevan demasiado tiempo viviendo en Babilonia (léase como el feroz sistema capitalista, tan perseguido por los ortodoxos del movimiento Rastafari, o, incluso, como los mismos EE.UU ). Por su parte, Bart, ataviado con colmillos y capa negra, apuesta por Transilvania, Margue por Hawái, con un vestido y un collar de flores, y Lisa, con boina negra, por Francia. Comprobamos que en unos pocos segundos han salido a la palestra, de manera nada forzada, tópicos de cuatro países distintos y alejados, geográfica y culturalmente, entre sí: a través del mensaje one love y el Rastafarismo de Jamaica, el mito del vampiro transilvano y las prendas de vestir distintivas de nuestro vecino galo y de las islas del Pacífico.

Prosiguiendo con el capítulo, al poco se escucha por megafonía que cuatro billetes de avión a Japón, con súper oferta de última hora, han quedado libres. Pero, he aquí que los vecinos de los Simpsons, la familia Flanders, se dirigen a por ellos; entonces, Homer, sólo por importunar a Ned, toma la decisión de marchar al Imperio del Sol Naciente con su familia. Esta vez, será Lisa la que pronuncie la ya aludida frase: ¡Los Simpsons viajan a Japón!, tras lo que se escucha el sonido de un gong (no como acompañamiento musical deliberado, sino fruto del choque del cochecito que conduce Homer con uno de estos instrumentos).

Ya desde el momento mismo del embarque, y hasta el final del capítulo, todo serán guiños muy bien traídos hacia los tópicos más conocidos de la cultura japonesa, bien pertenecientes a su tradición secular, bien a sus manifestaciones más recientes. Más allá de una lección de estereotipos, los guionistas buscan involucrar la mentalidad occidental con Japón (si bien de manera sucinta), presentando el pasmo ante la gran urbe, los precios exorbitados o el peculiar sentido del humor nipón.

Entrando ya en los motivos culturales japoneses que aparecen en este capítulo, tenía que ser Lisa, la más sensible de la familia, la que descubra que las instrucciones de seguridad del avión están redactadas siguiendo los patrones del haiku, poema japonés por antonomasia de tan sólo 17 sílabas, en cuya composición destacaron autores como Matsuo Bashoo o Shiki Matsuoka. El que nos ocupa, en concreto, dice así :

Abróchense los cinturones,

Los cojines flotan suavemente,

Auriculares cinco dólares.

Una vez toman tierra -y se hace alusión al cambio horario-, Lisa, siendo consecuente con la idiosincrasia de su personaje, es la que más entusiasmo muestra por la cultura nipona, maravillándose con la vista desde la ventana de su hotel de los jardines imperiales, el templo Meijí o la fábrica de Hello Kyttie! Pero he aquí que su intención de explorar el país y su cultura choca frontalmente con la personalidad, un tanto chovinista y poco entusiasta, de su padre que, para pasmo del espectador (sobre todo si éste es admirador de la cultura del Imperio del Sol Naciente), decide por todos y marchan a comer a un restaurante típico americano (previamente recomendado a Homer por un retrete parlanchín ), el cual lleva el rimbombante nombre de Americatown (Americalandia en España). Antes de dejar el hotel, es Marge la que comenta a su familia que le gustaría saber cómo preparan las hamburguesas en Japón, añadiendo que seguro son: “más pequeñas y más eficientes”, como si de un electrodoméstico o un automóvil se trataran.

El pasaje del restaurante no es más que otra dura crítica hacia el sistema estadounidense, pero ahora ésta no se hace por boca de los americanos, sino por la del pintoresco camarero japonés que atiende a los Simpsons. Como es de rigor, la introducción a la siguiente secuencia, en la que vemos la fachada del restaurante (un grotesco ensamblado de arquitecturas arquetípicas estadounidenses), está acompañada por la canción patriótica America, the Beautiful.

Ya en Americatown, cuando Lisa pregunta al mesero, vestido con una camiseta en la que podemos leer: Ucla Yankee Cola, si sirven algo japonés (“aunque sea remotamente”) él responde con laconismo (sigo con la traducción al castellano): “A mí no preguntalme, yo no sé nada; soy producto del sistema educativo norteamericano. Además, fablico coches de baja calidad y apalatos electlonicos ya anticuados”. Tras lo que Homer, en lugar de molestarse, como cabría esperar, aparece secándose las lágrimas y pronunciando la castiza frase: “Nos tienen calados”.

Ya en una transitada avenida, y tras gastar el padre de familia 150 dólares en una sandía cuadrada que cae y se rompe en mil pedazos, Lisa vuelve a pedir hacer algo japonés, cosa que rehúyen Homer y Bart. La paradoja está ahora en que tanto padre e hijo, quienes entre sus cualidades no está sentir especial predilección por la cultura (sea del país que sea), se encuentran “atrapados” por ella en Tokyo. Sin ir más lejos, van a dar con un combate de sumō, al que Homer asiste comiendo una carísima galletita salada. Sin quererlo tampoco -y por pura glotonería- veremos a este personaje inmerso en una de las partes más sagradas de este espectáculo: la purificación del recinto empleando sal (que a Homer se le antoja para su pretzel). Lo que sucederá en los minutos siguientes es la comparación entre dos maneras completamente diferentes de entender un combate cuerpo a cuerpo: muy ritualizado en Japón (representado por el luchador al que se enfrenta Homer) y chabacano y sensacionalista en los EE.UU., con Homer y Bart como embajadores y siendo este último quien golpee con una silla plegable al pobre sumoka, al más puro estilo pressing catch. Lo que sigue luego en la versión española es todo un robo de identidad, fortuito y que no está presente en el guión original, ya que al cuerpo desmayado del luchador de sumo Homer le dice: “Como decimos en mi país: ¡Sayonara baby!”, apropiándose de la frase de despedida por excelencia del pueblo nipón, a la vez que el personaje de Groening muestra, una vez más, su total desconocimiento de esta cultura. Aunque, como digo, esto es lo que escuchamos en la versión española, ya que en la original Homer pronuncia las célebres palabras de Terminator: Hasta la vista, baby. Y más sensacionalismo tenemos en la celebración de su poco honorable victoria sobre el emperador Akihito, a quien Homer confunde con otro luchador, entrando casi el espectador en el juego de roles rocambolescos propios de la lucha libre americana.

La siguiente secuencia se abre con una tetera vertiendo té sobre un pequeño chawan, lo mismo que acontece en algunas películas de autores nipones consagrados, como Ozu o Mizoguchi. Tras esto, descubrimos que la acción transcurre en el interior de una celda, pero que ésta bien podría ser una típica estampa japonesa, salvo porque Homer y Bart están calzados, contraviniendo una de las normas básicas de la etiqueta japonesa, o porque el pequeño Simpson está pintando con oleo y sobre caballete, ingenios llegados a Japón después de la restauración Meiji (1868), en definitiva, muy poco tradicionales. En apenas veinte segundos contemplamos varios elementos de la cultura japonesa más rancia: los blasones (mon) sobre los kimonos que llevan Bart y Homer , el sushi que éste último devora empleando a la perfección los palillos (hashi), las tres geishas que se despiden regalando una reverencia al preso, el tatami, las paredes de papel, los makimonos, la bañera japonesa (ofuro) situada al fondo a la izquierda de la celda, etc.

Ya libres, y paseando por lo que suponemos es el parque Ueno, la pequeña Lisa vuelve a preguntar a su padre si pueden ahora hacer algo japonés, y justo en este momento descubriremos que la cultura japonesa a poseído a los varones Simpsons, ya que, no sólo enumeran que han tenido que participar en una función de teatro Kabuki (la más tradicional entre las tradicionales, la que homenajea a los 47 ronin de Ako), practicar Ikebana o meditación zen, sino que ambos se expresan en un correcto japonés, en el que dicen que no enseñarán el secreto de la iluminación budista (satori) a sus propios familiares, por tratarse éstas de “demonios extranjeros”. Vemos que estos personajes, aunque sea de forma momentánea, han vivido una transformación, empatizando con el país que les acoge, al que respetan y del que ahora aceptan sus normas. Lo mismo podría decirse de Tom Cruise en The Last Samurai, en donde el capitán americano al que encarna termina siendo más japonés que los propios japoneses (aunque esa es otra historia que también merece ser analizada).

Dirigiéndose a Lisa con la palabra ichiban (favorita o mejor), Homer da muestras de su habilidad recién aprendida para la papiroflexia, realizando una grulla (animal sagrado para el pueblo nipón) con un supuesto billete de un millón de yenes que pronto sale volando. Ante esta situación -y en lugar de pronunciar su habitual D´oh- Homer expresa su disgusto utilizando, nuevamente, el japonés.

Tras pasar brevemente por la Embajada de los EE.UU. , donde no encuentran solución a su problema, van a dar a una fábrica de productos marinos, donde trabajan destripando pescados por un salario miserable (quizá sea esta la crítica más directa a la sociedad japonesa durante todo el capítulo, aludiendo a las largas jornadas laborales de allí y a la poca remuneración en según qué sectores nada más se comienza a trabajar). También allí, tras escuchar una ridícula canción de lealtad a la empresa, los Simpsons descubren un concurso televisivo en el que deciden participar para ganar los billetes de avión que les lleven a Springfield nuevamente. Ni que decir tiene que el tema de los concursos japoneses, en los que ciertas dosis de crueldad están presentes, es de sobra conocido en Occidente. Así, podríamos constatar como reales concursos donde el fin es que una madre haga llorar a su hijo (sin usar la violencia física) o soportar agua hirviendo (literalmente) sobre la piel. Tras aguantar humillaciones, una paliza, y la descarga eléctrica de varios rayos, la familia Simpson debe escalar un volcán, en cuyo interior se encuentran los ansiados billetes de avión. Tendrán que caer al interior del cráter para descubrir que la lava no es sino zumo de naranja caliente (aromatizado con wasabi), gentileza del patrocinador del programa: Osaka Orange-aid Concern (nombre parecido al de la empresa pescadera para la que la familia trabajaba y guiño a la ciudad de Osaka, famosa por su industria). Una vez “ganan su libertad”, será Homer, curiosamente, quien de una lección de moral al presentador y al público japonés, criticando el concurso y diciendo que han perdido el rumbo (aunque, ya tras las cámaras y siendo él el espectador, disfrute con el sufrimiento de los nuevos concursantes, canadienses, para mayor inri).

A bordo del avión, y en la recta final del episodio, Bart declara, volviendo a su auténtica psicología, que echará de menos el Kentucky Fried Chicken, cadena adalid del americanismo, de Tokyo y su océano sin ballenas. Es entonces cuando el avión de Air Japan es atacado por Godzilla, recreando la estética sesentera de las películas del monstruo japonés por antonomasia. Finalmente, el avión se aleja rumbo a Springfield, mientras se ve a Godzilla, junto a Mothra, Gamera y Rodan, compañeros en sus películas, en actitud desafiante.

2. CODA

No exagero si afirmo que otras muchas apreciaciones culturales se quedan en el tintero, unas más relevantes que otras. Sí quisiera resaltar, sin embargo, el detalle de las cuatro banderas japonesas ondeando en la fachada del hotel en el que se alojan los Simpsons (de nombre Royal Tokyo), en lugar de haber sólo una junto a las de otros países, como es lo acostumbrado; o el hecho de que la respuesta en el concurso a una pregunta sobre Japón fuese también Japón. Los guionistas no están haciendo aquí sino presentándonos el ya aludido por otros autores egocentrismo japonés , o, dicho de forma más suave: pensamiento de “núcleo duro”, como ha dicho el escritor Fernando Sánchez Dragó. Un ingrediente más de la idiosincrasia nipona, rico en matices, que en Occidente se ha visto en ocasiones -equivocadamente en mi opinión- como un sentimiento de superioridad ante el resto de las naciones.

Concluyo añadiendo que no cabe duda de que sea por unos motivos o por otros, Japón conforma en sí mismo un microuniverso al que es difícil acceder y que es difícil comprender o interpretar si no se tienen los oportunos manuales de instrucciones. Quizá como en pocas series o películas, en el descrito capítulo de The Simpsons esto queda patente desde el inicio del mismo. En tan sólo unos minutos, no sin altas dosis de cinismo y comicidad, tras la exageración y la mueca, sus creadores han logrado mostrarnos algo del verdadero rostro del siempre hermoso y milenario Imperio del Sol naciente.

3. BIBLIOGRAFÍA

ALBERTI, John (ed.) (2003), Leaving Springfield: 'The Simpsons' and the Possibility of Oppositional Culture, Detroit, Wayne University Press.

DOYLE, Jan (1999), “Beyond a Joke: Teaching Satire Using The Simpsons”, en http://www.softweb.vic.edu.au/lem/esl/pdfs/doyle

GRAY, Jonathan (2006), Watching with The Simpsons: Television, Parody, and Intertextuality, New York, Routledge.

MARTÍNEZ SIERRA, Juan José (2004), Estudio descriptivo y discursivo de la traducción del humor en textos audiovisuales. El caso de Los Simpson (tesis doctoral sin publicar), en http://www.tdx.cesca.es/TESIS_UJI/AVAILABLE/TDX-1115104-095509//martinez.pdf

OTT, Brian L., “¿I'm Bart Simpson, who the hell are you? A Study in Postmodern Identity (Re)Construction”, Journal of Popular Culture, vol. 37, nº 1, 2003, pp.56-82.

4. ILUSTRACIONES

Ilustración 1: Los Simpsons víctimas de un ataque epiléptico producido al ver dibujos japoneses (anime).

Ilustración 2: Bart y Homer en la cárcel de Tokyo. Nótese que llevan las sandalias (getta) dentro del hogar, algo que contradice las normas de etiqueta japonesa.

Ilustración 3: Godzilla atacando el avión que llevará a los Simpson de vuelta a casa.
 


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Cid Lucas, F.:  “La apreciación de clichés culturales japoneses a través de The Simpsons: a propósito de 30 minutes over Tokyo" en Observatorio de la Economía y la Sociedad del Japón, mayo 2010. Texto completo en http://www.eumed.net/rev/japon/

 

 

 

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