Observatorio Iberoamericano de la Economía y la Sociedad del Japón
Vol 1, Nº 1 (enero 2008)

ESTADO Y DESARROLLO EN EL “JAPON DEL MILAGRO”

Yunier Rojas Bazail
Profesor de la Universitad de la Habana
 

 

La centuria XXI acaba de comenzar como heredera fidedigna del recién pasado siglo XX. Un siglo que dejó tras de sí añoranzas y desdeños irreconciliables a nivel de procesos históricos, económicos, políticos, sociales y hasta culturales que vieron la luz en la etapa de oro del capitalismo mundial después de la Segunda Conflagración que terminó justo en 1945 y, en la que nacieron, crecieron y se consolidaron estrategias del desarrollo universal que llegaron a convertirse en paradigmas para muchas sociedades periféricas y tercermundistas. El modelo euro-soviético, la socialdemocracia europea, el modelo japonés y la reforma aperturista en China fueron y siguen siendo hoy, ejemplos fehacientes y trascendentales de ese siglo que para muchos ha terminado; para otros, no tanto.

El caso japonés de estado-desarrollo que se transporta y transita de la pasada centuria a la actual es uno de los tantos temas que ha suscitado siempre mucho interés y debate por especialistas de todas las áreas y geografías. América Latina proyecta un Japón bien distinto del norteamericano, que es a su vez diferente del europeo y, por supuesto, también equidistante del de la comunidad científica nipona. Es por ello que en el entendido de la relación estrategia estatal desarrollista es de suma importancia la conceptualización y periodización histórica con el fin de establecer el sentido estricto de la utilización de los términos objetos de investigación y análisis, en tanto proporciona una mayor comprensión del presente artículo.

El estado, del participio latino “status” generalmente se le define como la “sociedad civil jurídica y políticamente organizada”. Es la institucionalización política y jurídica de la sociedad. Es justamente por eso que Hans Kelsen (1) uno de los grandes teóricos del estado moderno, afirmaba que el estado presentaba como elementos constitutivos esenciales el poder publico, el territorio y el pueblo.

Ahora bien, los tratadistas contemporáneos al hacer alusión al estado suelen distinguir dos elementos esenciales: los materiales (territorio y población) y los formales (los órganos oficiales que lo representan y cumplen sus funciones y la autoridad legal de que se hallan investidos).

En el caso que se somete a estudio podemos afirmar que comúnmente se ha entendido el estado japonés como una imbricación de los elementos anteriormente mencionados donde, dentro de ese engranaje ha tenido un peso fundamental lo que la historiografía occidental ha dado en denominar el triangulo de acero o hierro comprendido por tres fuerzas o polos importantes en la vida nipona, a saber: burocracia, grandes negocios y políticos. Esta consideración queda limitada si se trata de buscar una definición de estado que se ajuste a una sociedad no occidental como la japonesa donde el diapasón estado puede y tiene que ser más abarcador en tanto, se dan en el seno de esa sociedad conexiones verticales y horizontales que no distan de un proyecto exitoso diseñado.

Se entenderá por Estado, entonces, un conjunto de unidades infinitas que edifican un todo donde participan las relaciones económicas y financieras, políticos y políticas de gestión organizacional, burocracia y sociedad civil, es decir, una red de mezclas de todo tipo y orden que coadyuvan a dar cumplimiento a las metas de crecimiento económico y desarrollo de la nación, que comprende un territorio determinado y una población específica.

También, hay que destacar que el problema del desarrollo concebido como el pasaje de una situación de atraso a otra de riqueza ha generado una amplia documentación, que registra antecedentes tan notables como la obvia preocupación que mostró Adam Smith (2) en La riqueza de las Naciones. También se ha difundido ampliamente el análisis de W.W. Rostow (3), quien definió la transición hacia el desarrollo postulando la existencia de cinco etapas históricas:
1) La sociedad tradicional
2) Las precondiciones para el despegue
3) El despegue
4) La marcha hacia la madurez
5) La etapa de la industrialización y alto consumo en masa.

A parir de estos presupuestos teóricos y teniéndolos como soporte, se ha suscitado un gran debate entre economistas, sociólogos, politólogos e historiadores acerca la quinta etapa que W.W. Rostow anunció.

Hay que destacar que el concepto desarrollo dispone de una amplia bibliografía que lo aborda, sin embargo, adolece de consenso entre los especialistas en materia de definición y ello proviene, en buena medida, de los diversos enfoques propios de cada escuela y de la ausencia de una fórmula sencilla para valorar la complejidad del vocablo. El crecimiento sostenido de una economía no es únicamente un problema de capital, sino una resultante de factores históricos, políticos, sociales y hasta legales, pues solo en un marco institucional adecuado es posible que se cree una economía dinámica capaz de desarrollarse.

La experiencia histórica japonesa ha demostrado que el desarrollo poco tiene que ver con la dotación de recursos o la existencia de las ventajas geográficas particulares. Es preciso tener en cuenta que, desde un punto de vista directamente financiero, el desarrollo depende de que exista un mínimo de volumen de ahorro, de que este se canalice hacia la inversión reproductiva y de que se cree también una infraestructura de servicios necesaria para que el mercado interno alcance las indispensables proporciones requeridas para el despegue; pero todo estos elementos no pueden generase si no se dan las condiciones apropiadas desde el punto de vista político y social: en otras palabras, no hay desarrollo sin una cultura económica capaz de favorecerlo.

Una vez comentado esto el desarrollo se identificara para el caso concreto objeto de estudio con: altas tasas de industrialización que provoca un aumento en la producción de bienes y servicios y elevados índices en el desarrollo humano a la par que una poca producción primaria (agricultura y ganadería). También incluye altos niveles de productividad y tecnología.

Un Estado Rector…
La segunda mitad de los años cincuenta se caracterizó por ser una etapa histórica sin precedentes en la historia nacional desde todo punto de vista. Si bien los aspectos distintivos de los cuarenta fueron la derrota, la ocupación y después la recuperación parcial de la soberanía la nueva era que se inició en 1955 acarrearía un inusitado crecimiento económico donde el estado tuvo el protagonismo primordial.

Evidentemente, amén de la división tradicional que se ha realizado del período de ocupación hay que decir que la política proteccionista a las importaciones de naciones desarrolladas y la negación a las inversiones extranjeras, exceptuando las que se presentaban bajo el interés de empresas conjuntas donde había dominio del capital nacional, la no afectación a las principales casas monopolistas que desde antaño ejercían un papel de primer orden en la economía nipona y la capacidad del Estado para, de forma muy inteligente y audaz, entrelazarse con la oligarquía financiera con el fin de obtener rápidos niveles de crecimiento económico en un peculiar capitalismo monopolista de Estado propiciaron que Japón llegara victorioso a la década del sesenta.

Es, el estado, por tanto uno de los causantes entre otros factores no menos importante, en un progreso económico irreversible por más de veinte años. Definiciones le sobran a este actor destacado que tuvo en si la gran responsabilidad de ser un empresario más y a la vez moderador de conflictos. Constituyó para muchos analistas que ven el éxito japonés solo a la luz de lo que él mismo pudo representar, un Estado Rector. Otros, sin minimizar elementos que singularizan el arquetipo desarrollista, lo definen como: desarrollista, pionero, promotor, interventor, inductor, concertador, mediador, proteccionista y benefactor; en cada uno de estos vocablos conceptuales hay gran parte de la verdad, puesto que fue, indudablemente un agente confiable en el cumplimiento de las metas económicas del proyecto nacional.

Es así como en 1949 surgió el Ministerio de Industrias y Comercio Internacional (MITI) – guiado por el Estado - el cual tuvo como misión una acción orientadora en el campo industrial y favoreció con un sentido lógico el desarrollo de las empresas del país, al propiciar un clima optimista a la competencia. Era de esperar entonces que se vislumbraran, en el escenario japonés, a partir de 1955 diferentes etapas de participación estatal en la economía del país.

Un primer momento estuvo caracterizado por la intervención abierta que definió las líneas para una rápida acumulación y progreso industrial por medio de la sustitución de importaciones y tras el imperativo de desarrollo del mercado interno o “desarrollo hacia adentro”, al implicar la cooperación entre el sector público y el privado protegiendo y favoreciendo dicha interacción. La segunda etapa que coexistió con la primera estuvo relacionada con la participación del estado en la promoción abiertamente de estrategias de desarrollo orientadas hacia afuera con la idea de conducir a un mejor desempeño económico, en términos de exportaciones. Para el logro de este mecanismo desarrollista el estado empujó muchas veces a sus empresarios hacia actividades exportadoras. El tercer período de la estrategia estatal consistió en impulsar las exportaciones más intensivas en tecnología y trabajo especializado, concentrándose en una gama de productos de más alto valor, lo que indudablemente incrementaría su competitividad en el exterior (4).

La creatividad e inteligencia del Estado japonés se manifiesta en haber creado un sistema bipolar, flexible, que promovió tanto el desarrollo hacia adentro, como las exportaciones, en dependencia de las condiciones existentes en el mercado regional o mundial y obviamente, en el hecho de haber llevado tal estrategia en un breve tiempo y con éxito. De allí, muy probablemente su carácter paradigmático y por supuesto la tentación de ser copiado.

Hoy, al analizar de manera retrospectiva los años sesenta de la sociedad nipona, un buen número de historiadores y economistas japoneses coincide en que la clave del éxito económico de la nación residió en la existencia de una serie de estructuras duales que son propias del capitalismo asiático oriental, entre ellas, el dualismo entre un capitalismo de estado y un capitalismo privado de gran empresa. Esta situación, que pudiera parecer aparentemente contradictoria, resulta; en mi criterio más bien complementaria: por un lado una fuerte intervención del estado y por el otro una concepción liberal de la compañía que se ajusta al espíritu japonés de la competencia entre los grupos del sector privado, es precisamente bajo esa articulación que las empresas han podido crecer y competir mutuamente dentro de un marco de seguridad que es consecuente con la orientación global del capitalismo de la tierra elegida.

Con todo, y en materia del esfuerzo estatal en la concentración de los intereses nacionales, el estudioso del renacer económico japonés Jorge Schvarzer señala muy juiciosamente y, en mi criterio insuperable.

“Podría decirse que el desarrollo japonés es el producto de una política consecuente y enérgica dirigida a obtener un elevado grado de producción industrial integrado mediante los métodos productivos más modernos; los resultados económicos de esa producción, le permitieron penetrar en los mercados mundiales con un empuje irresistible y prácticamente desconocido hasta entonces. Política y socialmente, esta política se vio favorecida por una fuerte ligazón empresario-estatal creada a través de una amplia comunidad de miras que extiende sus raíces desde la época del Japón feudal, y por la pasividad de los obreros japoneses durante un largo período como sujetos obedientes al proceso” (5).

Sin duda alguna, la etapa del éxito nipón a parir de 1955 se puede construir a partir de la estrecha relación del estado con el capital privado. De esa correspondencia es que se puede hacer un balance del decursar financiero en los años sesenta. La economía de esa década estuvo caracterizada por registros que demostraban la fiabilidad de la inspección reguladora del estado. El accionar de un control sobre el tipo de interés, sobre las actividades bancarias y sobre las operaciones internacionales vienen a corroborar que su propósito fundamental era tener, de alguna forma, una regulación sobre el ascenso de una economía recién salida de la crisis.

Así y todo, las actividades bancarias estaban estructuradas según la división entre las instituciones, debido a la escasez de fondos y a la necesidad de canalizar los disponibles estratégica y eficazmente distribuyéndolos entre los sectores prioritarios. El mercado domestico estaba cerrado y aislado del mercado extranjero y las operaciones internacionales de capital estaban prohibidas. Todo ello con el propósito de evitar la salida de reservas en divisas.

Es en ese contexto de regulaciones es que se acelera la industrialización y se incrementa la competitividad de la economía japonesa. Con toda razón se puede plantear que el capital se subordina a las necesidades del progreso del aparato productivo nacional. Como ejemplo espedito de una economía que comenzaba a solidificarse esta el hecho de la expansión de la industria de electrodomésticos. En solo tres años, de 1956 a 1959 la venta de televisores se multiplicó por 20, pasando de 165 000 a 3 290 000 unidades. En suma, se trataba de la era de una sociedad masiva en la que el mercado nacional se convertía en un factor decisivo para el desarrollo económico (6).

Si bien, se estaba construyendo el crecimiento económico que engendraría desarrollo, los años sesenta marcaron pauta en cuanto a dos problemas a los cuales había que darle una pronta solución. De un lado existía una urgente necesidad de aumentar las inversiones en nuevas capacidades productivas para responder a las crecientes demandas de la población y del otro, lograr una independencia y aumentar la competitividad, pues era primordial no depender de la ayuda norteamericana y de las adquisiciones derivadas de la guerra de Corea. Como respuesta, el estado y los empresarios privados invirtieron grandes sumas para modernizar y ampliar la capacidad productiva de las industrias básicas y aumentar la competencia en la industria secundaria. Así, aunque las importaciones de tecnología y maquinaria platearon muchas veces problemas en la balanza de pagos, la decisión en su conjunto fue benéfica.

Inevitablemente la expansión económica determinó un aumento de los ingresos de la población, creció su capacidad de compra y en consecuencia las inversiones en bienes de consumo. Pero, a la par, hubo una portentosa expansión del comercio exterior. De una participación e incidencia mínima a mediados de la década de los cincuenta, para 1960 la producción exportable constituía el 3,2% del volumen del comercio mundial (7).

La revolución en el consumo y el crecimiento del comercio exterior pudieran ser los elementos esenciales del éxito japonés de la década del sesenta y hay que analizarlos como causa y efecto de la acción estatal en aras de la consolidación de un capitalismo triunfante y hegemónico en materia financiera.

Sombras en el desarrollo
Continuando con el tiempo histórico la idea de que los años setenta y ochenta habían estado preñado de circunstancias de todo tipo y forma, llevaron a Eric Hosbawn, en diversos momentos a valorarlos como inestables y críticos. Acontecimientos económicos, sociales, políticos e incluso culturales anunciaban el surgimiento de una nueva etapa histórica.

La década de los años setenta marcaron, por así decirlo, un espacio temporal lleno de incertidumbres y redefiniciones a escala global, la crisis energética de 1973-1975 lo corrobora. Fue una etapa en que el país se encaró a una revisión de los postulados que antiguamente le habían augurado el éxito a escala mundial y que hicieron plantear a muchos estudiosos que se abría una nueva etapa marcada para la nación asiática oriental por turbulencias y ajustes. Después de un cuarto de siglo de un progreso continuo, la era del rápido crecimiento llego a su fin y Japón se enfrento a un proceso de transición. La tarea principal fue la de centrarse en redefinir el modelo y el ritmo de desarrollo y producir los cambios estructurales que la nueva situación interna y externa demandaban.

Ahora bien, el análisis que se realice de esa etapa demuestra que los factores reveladores del cambio – de la luz a las sombras en el éxito mismo – responden inexorablemente al mapa de la historia económica y política de esos años. Solo por medio de un contexto plural, múltiple y matizado es razonable el controvertido accionar japonés en la etapa.

Por un lado, había que corregir las contradicciones provocadas por el rápido crecimiento y, por el otro, iniciar una profunda revisión de la estructura económica e industrial, donde una de las tareas más desafiantes sería la de desacelerar algunas de las industrias pesadas para dar paso a otras de más alta tecnología y mayor competitividad. Se trataba de transferir cada vez mas capital y energía a la producción interna de artículos de mayor valor agregado como la maquinaria y equipos, electrónica y microelectrónica pero, paralelamente fue necesario disminuir las inversiones en industrias, tales como, de refinación de aluminios, petro-química y de textiles que consumían demasiada energía y materia prima procedentes del exterior.

Se trataba entonces de una redefinición del concepto de desarrollo, anteriormente atado a las metas del crecimiento económico. Ello supuso que el estado mostrara a partir de ese momento una mayor preocupación por los rubros sociales para garantizar mejores condiciones de vida de la población. En ese sentido, el investigador José Daniel Toledo Beltrán, especialista en estudios japoneses del Colegio de México señala:

“Japón debía reestructurar su aparato productivo y reelaborar el concepto de desarrollo asegurando un ritmo de crecimiento más bajo pero más estable para su economía, a la vez que proveía de nuevos y más avanzado servicios sociales.” (8)

Década del setenta: repercusión, respuestas y significación.
Precisamente en el contexto de la redefinición del desarrollo es que se insertan los efectos de la crisis energética global que, como agente externo, venía a afectar también el ritmo acelerado de crecimiento económico de la nación.

Los estudios que ha realizado la historiografía nipona, con el afán de mantener a Japón dentro de un marco uniforme, monolítico y no cambiante, poco ha resaltado las derivaciones de la crisis a través de sus cifras. Sin embargo, paradójicamente, ha plasmado correctamente el accionar del estado con el fin de evaluar su intervención como garante del progreso.

Por otra parte, la historiografía occidental ignoró el impacto que tuvo sobre la economía nipona las dificultades derivadas del desbalance energético, a conciencia de que convenía ofrecer la imagen de un gigante económico ajeno a las cíclicas crisis del capitalismo tan llevadas y traídas por el marxismo de aquellos años. Ha faltado también, el análisis en torno a la política económica nacional frente a los cambios que se dieron en el mundo de entonces. En ese sentido, poco se ha comentado.

También se han sobredimensionado reiterativamente los aspectos de la crisis que, en comparación con el resto de los países capitalistas, tuvo más repercusiones en Japón que en ningún otro lugar y, se ha destacado en esa dirección, el descenso sustancial de su producción industrial entre 1973 y 1975, que fue de un 22,8%, cifra que superaba con mucho el nivel alcanzado durante el período de 1929-1933, en que el archipiélago resultó ser el territorio menos afectado y el de más pronta recuperación (9).

Indudablemente la convulsa situación mundialista ayudó decisivamente a las dificultades que advirtió la nación asiática durante esos años y los siguientes. Se divisó a escala internacional un alza proverbial de determinadas materias primas y alimentos (10), teniendo en cuenta la significación de las importaciones japonesas y la dependencia mayoritaria de los mercados exteriores, esto representaba una elevación de los gastos que iban en detrimento de las posibilidades de reinserción normal y por qué no de planificación de una economía destinada a un crecimiento sostenido.

Durante esos años la creciente interdependencia de las economías del llamado Primer Mundo, el desarrollo de formas de división capitalista del trabajo y de especulación de la producción genuinamente trasnacionales, derivadas de la concentración y trasnacionalización del capital monopolista, condujeron entre 1973-1974 a que estas economías entraran de forma simultanea en una etapa de crisis. En esa simultaneidad cada sistema económico tenía su especificidad, Japón no podía ser una excepción (11).

La década auguraban a la economía no ya índices de crecimiento estables y sostenidos sino más bien ascendentes. Sin embargo, los primeros efectos de la depresión se hicieron sentir en diciembre de 1973 en un momento en que todavía muchos creían que el país sobrevendría a los efectos de una depresión general.

Las consecuencias del alza del crudo fueron nefastas desde el punto de vista económico, pues en 1974 su PBI experimentó un violento descenso de menos del 2,1%. Bien importante es poder analizar las estrategias de reajustes y cambios y la capacidad del estado para asumir su rol mediador ante el grave conflicto económico. Después de la recuperación de 1975 la economía no volvió a sus, habituales, altas tasas de crecimiento aunque, a partir de 1976 creció nuevamente. Esto fue un proceso extraordinario que mucho tuvo que ver con la política de reacomodamiento emprendida por el estado.

Se realizó entonces una división de las industrias de acuerdo a su peso estratégico en la economía del país, tomando como base la acción conjunta y coordinada del estado y el sector privado. De hecho hay que reconocerle a este último su apoyo y colaboración en la toma de decisiones de esos años. En ese sentido, a las industrias de tecnología de punta se les impulsó para que ante las nuevas condiciones pudieran ser el soporte del impulso progresivo del país.

Otro grupo de la rama industrial, estuvo integrado por las fábricas altamente consumidoras de petróleo que fueron las que enfrentaron más seriamente los efectos del hundimiento, degenerando hacia un proceso continuo de decadencia. Ante estas condicionantes el estado se propuso conducir muy ordenadamente la declinación de las mismas con vistas a evitar la propagación de sus rasgos negativos.

La recesión condujo inexorablemente a la reducción de las ventas en las industrias de aluminio, naval, siderometalúrgicas, textiles, de fertilizantes, entre otras. Estas eran las altamente consumidoras de petróleo o sus derivados. En total fueron afectadas catorce ramas industriales de todo el Japón. El MITI se dio a la tarea de organizar a dichas ramas en carterles llamados: “Los Carteles de la Recesión” con la idea de que todas las fábricas integradas fueran distribuyendo entre ellas los costos de la contracción común. Entretanto, se le extendió protección frente a la competencia externa lo que les permitió regular la oferta interna de los productos de dichas industrias, que en los años que van de 1977 a 1981redujeron su capacidad productiva de entre el 4 al 55% y transfirieron a otras ramas más productivas, luego de un reentrenamiento, a ochenta y seis mil trabajadores (12).

Con esto se proporcionó una brillante demostración de la forma en que opera un estado que, de acuerdo con el sector privado conduce muy racionalmente la contracción productiva de las ramas industriales en depresión. En Japón, como es evidente, no se soltaron las compuertas del mercado libre para que esas industrias fueran devoradas dañando irremediablemente el aparato productivo nacional.

¿“Los ochentas… época de trancisión”?
No debemos pasar por alto que después de llegar al punto máximo de la depresión en el año de 1975 en Japón se inició un período de lenta recuperación en el que el estado esperaba mantener por todos los medios una tasa promedio de crecimiento anual lo más estable posible, aunque lógicamente no tan alta como en años anteriores, expectativa que se cumplió gracias al acelerado crecimiento de las exportaciones que aumentaron en un 17,4% mientras que las importaciones lo hicieron en solo el 9,4%.

Los ochenta constituyeron la síntesis de un proceso histórico donde se conjugaron los elementos fundamentales - rearme, programas de racionalización y formación de la burbuja – que evidenciaron el cuestionamiento real del papel del estado en la construcción del arquetipo desarrollista nipón a partir de esa fecha.

En la cimentación histórica de esos años, merecen no ser desconocidos estos aspectos, en tanto, constituyeron cada uno por separado y entre si los temas de mayor polémica y debate en los círculos académicos nacionales e internacionales. Las discusiones acerca de la re-militarización de la nación reaparecieron con mucha fuerza en la política oficial y en los medios de prensa de todo el planeta (13). Una de las causas fundamentales que fue utilizada para explicar este hecho fue el que el flujo de inversiones había copado ya casi todos los sectores productivos y quedaban muy pocas áreas que permitieran la expansión del capital. En cualquier caso, este giro en el sistema japonés suscitó cierta desconfianza internacional, sobre todo en las naciones del Sudeste- Asiático (14).

Aunque desde el propio estado algunos apostaban por un renacer del militarismo, el país tenía motivos varios para no materializar ese proyecto de rearme: baste decir que se mantenía la prohibición constitucional y que la apuesta por el desarrollo económico por encima de todo, heredada de los tiempos del Primer Ministro Yoshida, permanecía como la opción más válida y segura. Estas dos razones impedían el despliegue triunfante de esta estrategia, a pesar de las presiones ejercidas por los Estados Unidos.

Igualmente, la década en Japón asistió al fenómeno mundialista resultante de la crisis de los años de oro del capitalismo internacional. Tras la depresión energética de los setenta y sus resultados en la nación se comienzan a observar, con augurios la política de privatización, aunque no en gran escala. El sello y saldo de los años precedentes, donde el estado para sortear los efectos del trance 1973-1975 tuvo que hacer alianzas con el sector privado fue tomado como punto de referencia para en esta nueva época histórica, volver de una manera abierta, a aplicar las nociones privatizadoras. Es por tal motivo y, también, bajo presiones norteamericanas, que en 1984 la Empresa de Teléfonos y Comunicación fue privatizada, en 1985 deja de ser de patrimonio estatal la Empresa de Venta Monopolista de Tabaco y, en 1986 se firma la Ley de Utilización de la Vitalidad de las Firmas Privadas la cual vino a representar un reconocimiento tácito para que dichas signaturas utilizaran su capital en los diferentes espacios económicos del país.

Hay que destacar también que a mediados de la década que estamos analizando el sistema educacional se vio envuelto en la vorágine desreguladora. En 1985 nació un informe del Consejo Nacional para la Reforma Educativa, que recomendaba la introducción de los principios del mercado a la administración de las escuelas públicas para promover una educación individualizada y enfrentar la crisis educativa derivada de la rápida industrialización.

En 1987 fue privatizada la Empresa Estatal Ferrocarrilera y en ese mismo año se estampa la Ley de Desarrollo del Tercer Estado. Dicha legislación reconoció la unión del capital estatal como primer sector y del caudal privado como segundo y motivó, como es de suponer, que a partir de este momento de los ochenta, estuvo en tela de juicio constante el accionar del papel del estado como garante del desarrollo económico alcanzado por la nación hasta ese decenio.

A la par de esta política de desregulación emprendida, se produce como resultado de lo anteriormente expresado y, en consecuencia lógica con la redefinición del concepto de desarrollo una racionalización en todos los sentidos y esferas de la sociedad: reducción del empleo precisamente como respuesta de la desregulación económica, hay un reacomodo del retiro antes de la edad de jubilación y se introducen equipos y maquinarias que disminuyeron la mano de obra y el consumo de energía. Por otra parte, hay un ahorro de materia prima constante y una utilización eficiente de la pequeña y mediana empresa como garante de una masa trabajadora que a la altura de 1988 se encuentra en medio de todos los reajustes, avatares y desafíos que está enfrentando la nación.

Con todo, el crecimiento económico orientado hacia la exportación resulto impopular para los socios comerciales del país, esencialmente Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, a quienes no convenía un aumento tan acelerado del superávit japonés, en virtud de que esto afectaba a sus propias economías. Paralelamente fue un hecho que ningún estado capitalista desarrollado había podido sostener las altas tasas de producción industrial exhibidas por Japón desde la crisis petrolera, fenómeno que mantuvo muy en alto la competitividad de la nación en el mercado mundial y explica su balanza comercial extraordinariamente favorable. Ello expresa por sí solo que el monto del desequilibrio comercial con los demás países industrializados fuera impresionante. Llegamos, así, al evento más relevante en el orden económico de esos años que fue la institución y el desarrollo de la economía de burbuja propiciada, en gran medida, por el exceso de créditos otorgados por el estado.

Citas, notas y referencias.

1. Jurista austriaco nacionalizado estadounidense que vivió entre 1881 y 1973 y desarrolla toda una teoría sobre el concepto de estado y su evolución y gestión en la economía moderna.

2. Adam Smith (1723-1790), economista y filósofo británico, cuyo famoso tratado Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, más conocida por su nombre abreviado de La riqueza de las naciones (1776), constituyó el primer intento de analizar los factores determinantes de la formación de capital y el desarrollo histórico de la industria y el comercio entre los países europeos, lo que permitió crear la base de la moderna ciencia de la economía.

3. Walt Whitman Rostow analizó la industrialización británica y la de otros países en los que se produjo con posterioridad. Defendía que para que el proceso de industrialización tuviera éxito había que cumplir una serie de requisitos previos: una alta productividad agrícola, la existencia de mercados y cierta estabilidad política que permitiera establecer una legislación favorable. Si estos tres requisitos se cumplían, el proceso se iniciaría con un periodo de despegue (take-off), una etapa de 20 a 30 años en la que se lograría la industrialización acelerada y progresiva del país. Puesto que los países cumplen estos requisitos en distintos momentos históricos, la industrialización de cada uno de ellos se produjo en épocas distintas. En el modelo de Rostow se da por hecho que los países atraviesan las mismas etapas de desarrollo. Gran Bretaña fue el primer país en despegar durante el periodo 1780-1800, seguido por Francia, Alemania y Estados Unidos durante el siglo XIX. Al ser una teoría general, la teoría de la industrialización de Rostow no puede explicar la experiencia propia de los países que analiza. Los últimos estudios sobre la revolución industrial británica sugieren que la teoría del despegue durante el periodo 1780 y 1800 es inexacta, por el contrario, la economía británica experimentó un paulatino proceso de industrialización a lo largo de los siglos XVIII y XIX. La experiencia de las economías europeas continentales también contradice la teoría del despegue. Los procesos de industrialización fueron procesos continuados acaecidos a lo largo de todo el siglo XIX, y aunque el ritmo de desarrollo fue desigual, parece inexacto limitar el proceso de desarrollo a un periodo concreto.

4. Para ampliar sobre los momentos de la participación estatal en la economía japonesa remítase a: Toledo Beltrán, José Daniel. Japón su tierra e historia. pp. 265-270.

5. Esta consideración se puede encontrar en: Schvarzer, Jorge. El modelo japonés. p. 93.

6. Ampliar en: Toledo Beltrán, José Daniel. Ob. Cit , pp. 268-273

7. Ibídem

8. Ibídem

9. Durante la crisis económica mundial de 1929-1933 el volumen de la producción industrial japonesa solo descendió un 10,7%, a pesar de que fue mucho más extensa y abarcadora. Ver: Amuchástegui, Domingo. Historia Contemporánea de Asia y África. T.III, p.241.

10. En el marco de las importaciones japonesas de este período el petróleo clasificó como una de las materias primas fundamentales teniendo en cuenta su importancia vital como generador de energía. Fue siempre para esta nación el oro negro la materia prima de primer orden y a través de las cuales se operacional izaban vastísimos trabajos, si en 1969 su costo era de seis dólares el barril para 1979 se había elevado su precio casi siete veces llegando a los cuarenta dólares

11. Colectivo de Autores. Trasnacionalización y desnacionalización. Ensayos sobre el capitalismo contemporáneo. pp. 114-115.

12. Roel Pineda, Virgilio. “Políticas económicas nacionales frente a los grandes cambios. La política económica japonesa ante la tercera revolución industrial ”. http://www.sisbib.unmsn.edu.pe/revoluc/indice.htm. Consultado el 19 de enero de 2004

13. Indudablemente, esta cuestión alcanzó su más alto nivel durante el primierato de Yasuhiro Nakasone entre 1982 y 1987 que coincidió, por demás, con el período de gobierno de Ronald Reagan en los Estados Unidos y la revitalización de la Guerra Fría. Este fue un fenómeno muy atendido por la historiografía soviética que desarrolló a lo largo de esos años y los siguientes numerosas investigaciones sobre el tema, algunas de las cuales fueron recogidas en la revista Problemas del Extremo Oriente.

14. Ampliar en: Amuchástegui, Domingo. Ob. Cit, Tomo III, pp 242-243.

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Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Rojas Bazail, Y. :  “Estado y desarrollo en el "Japón del milagro" en Observatorio de la Economía y la Sociedad del Japón, enero 2008. Texto completo en http://www.eumed.net/rev/japon/

 

 

 

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