Marcos Mondardo*
Universidade Federal da Grande Dourados, Brasil
Correo: marcosmondardo@yahoo.com.br
Resumen
Este artículo analiza el retorno de los  muros en el mundo contemporáneo de la globalización neoliberal. Actualmente, la  literatura especializada señala la existencia de 71 muros en las fronteras de  todo el mundo, lo que equivale a 40.000 kilómetros. Algunos son conocidos como  muros de la vergüenza, construidos en las fronteras y cada vez más en los  espacios urbanos. Consideramos que las fronteras de los Estados-nación  excluyen, saquean y dividen lo común, los bienes comunes, que son comunales.  Para combatir este cierre del mundo, sugerimos que las fronteras son espacios  de luchas sociales de migrantes, refugiados, exiliados, indígenas, campesinos y  quilombolas, entre otros.
Palabras  clave: muros en las fronteras, globalización  neoliberal, derechos humanos, refugiados, indígenas.
Abstract
      This article  analyzes the return of walls in the contemporary world of neoliberal  globalization. Currently, specialized literature points to the existence of 71  walls in borders around the world, which is equivalent to 40,000 kilometers.  Some are known as walls of shame, built in borders and increasingly in urban  spaces. We consider that the borders of nation-states exclude, plunder and  divide the common, the common goods, which is communal. To combat this closure  of the world, we suggest that borders are spaces of social struggles of  migrants, refugees, exiles, indigenous, peasants and quilombolas, among others.
  Key words:  walls in borders, neoliberal globalization, human rights, refugees, indigenous.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato: 
Marcos Mondardo (2020): “El retorno de los muros y las fronteras de lo común: los límites de la indiferencia y la desigualdad socio-espacial en la globalización neoliberal”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales (marzo 2020). En línea:
 https://www.eumed.net/rev/caribe/2020/03/retorno-muros-fronteras.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/caribe2003retorno-muros-fronteras
Introducción
En el mundo  contemporáneo, las migraciones se han asociado a la lógica de los flujos, los  muros y las fronteras. El “arte de vivir en la frontera”, generador de  hibridaciones o “culturas híbridas”, trajo discusiones emblemáticas sobre la  xenofobia, el multiculturalismo y las nuevas territorialidades.  Ya sea por la crisis de los refugiados en  Europa y los conflictos en los países africanos, o por el muro entre los EE.UU.  y México para detener y contener el flujo de migrantes latinoamericanos,  incluso los muros que proliferan en el mundo de hoy, vemos la movilidad de los  grupos vinculados a la securitización, el control, la contención y los flujos.
            Tras la caída del Muro  de Berlín en 1989 se creía que Europa rompería sus límites en la coexistencia y  coexistencia de innumerables nacionalidades en su espacio. Este nuevo espacio  sería fundamental para el nacimiento de un cosmopolitismo europeo y el  reconocimiento de los derechos de las minorías étnicas, raciales y nacionales  de los sujetos y/o grupos en movilidad en todo el mundo. Sin embargo, a  principios del siglo XXI, lo que se observa en relación con los flujos  migratorios, nacionales e internacionales, es un retorno de los muros, o como  lo observó el geógrafo francés Foucher (2009), una verdadera "obsesión por  las fronteras". Pero 30 años después, los muros de las fronteras están  cada vez más presentes en todo el planeta con temores relacionados con la  globalización, soluciones de seguridad prometedoras y la reanudación de las  identidades nacionales, exclusivistas y supuestamente cerradas.
            Actualmente la  literatura especializada señala la existencia de 71 muros en las fronteras de  todo el mundo (Vallet, 2017), algunos llamados "muros de la  vergüenza", y que se han convertido en dispositivos de una lógica política  contemporánea de intento de resolución de conflictos. En los últimos 20 años ha  habido un crecimiento de estas estructuras físicas y adheridas al suelo en el  que no puede cruzar. Según la geógrafa canadiense Elisabeth Vallet (2017),  sumado a la circunferencia terrestre de estos muros equivale a 40.000  kilómetros. El más conocido y famoso es el que separa a Estados Unidos de  México y trata de contener a los migrantes latinoamericanos. Pero otros muros y  barreras se construyen para contener los flujos de migrantes o refugiados entre  países como Hungría y Serbia, Kenia y Somalia, Grecia-Turquía, Chipre,  Ceuta/Melilla (España), India-Bangladesh, India-Pakistán, BotswanaZimbabue,  Israel-Cisjordania, Israel-Líbano, entre otros. 
            En otras escalas se  construyen muros para separar las comunidades pobres de las carreteras, las  ciudades de las reservas indígenas, los barrios marginales, los parques de  barrios marginales o incluso se construyen muros dentro de las cárceles para  separar a las facciones criminales. El muro parece haberse convertido en el  mundo contemporáneo en el dispositivo paradójico y de emergencia de la  inseguridad para la resolución de conflictos.
            Así, en tiempos y  espacios de globalización, vemos la proliferación de muros, barreras fijas y  móviles, dispositivos tecnológicos y control de la movilidad. Así pues, porque  en estos tiempos de libre circulación generalizada de bienes y capitales, los  muros se construyen para contener y controlar el movimiento de las personas?  ¿Cuáles son las razones que llevan a la política de control y securización de  las migraciones por la lógica de los muros? ¿Qué impacto ha tenido la  construcción de estos muros en la construcción de la identidad del migrante en  la frontera?
            También vivimos hoy una  verdadera proliferación de términos y nomenclaturas asociadas a la  multiplicidad de fronteras, muros, barreras, límites, entre otros dispositivos  para controlar la circulación de las personas. Desde la frontera internacional  hasta las vallas y muros eléctricos de los condominios cerrados, vemos la  heterogeneización de las fronteras que impusieron el nacimiento de términos  para dar cuenta de los procesos de restricción de flujos migratorios y/o  tránsito de personas alrededor del mundo. Esto implica una reformulación, a  través del sesgo de las fronteras, de las categorías analíticas sobre  migraciones y migrantes.
1. Fronteras y migración
Frontier se ha  convertido en un laboratorio de estudios migratorios.  Desde los años 90, el discurso idílico del  “fin de las fronteras” difundido por la globalización neoliberal ha difundido  que la aceleración de las relaciones, la intensificación de la movilidad humana  y la mayor difusión de la información, han creado un “mundo sin fronteras”. Esto  se ha vuelto “aberto” y fluido a la circulación de bienes e intercambios  culturales por medio de las nuevas tecnologías de transporte y especialmente de  la comunicación, lo que eliminaría prolijamente las divisiones territoriales  (Mondardo, 2018).
            Sin embargo, el símbolo  de esta falsa dilución de las fronteras es el muro. Lo que se comprueba a  través de estas transformaciones promovidas en el mundo por la globalización  neoliberal, es que se están creando o recreando nuevas fronteras, en una  complejidad, nunca antes vista, por los nuevos elementos que se están  incorporando y/o recombinando, lo que parece promover una mutación de la  naturaleza de los límites y las fronteras. Entonces, ¿cuál es el papel de las  fronteras y los límites de las migraciones en el mundo de los flujos y muros  contemporáneos?
            Estas preguntas parecen  decirnos que la mutación de la naturaleza de los límites y las fronteras se  produce en respuesta a las transformaciones políticas, económicas y culturales  creadas en un mundo en permanente cambio en tiempos de globalización  neoliberal. Frente a los procesos de "evolución"/difusión de estas  nuevas tecnologías del transporte, la comunicación y la información, la  frontera se ha convertido en una forma de comprensión (categoría de análisis) y  experiencia del mundo (categoría de práctica), ya sea del "mundo  cercano", lo local, al "mundo lejano", lo global.
            Así, vemos un reciente  y creciente despertar del interés por la frontera, ya sea como evidencia  empírica, como camino epistémico (incluso con la posibilidad de construir un  "nuevo episteme"), como metáfora analítica para entender un mundo en  acelerado proceso de transformación, verificando su manifestación en diversas  esferas escalares y múltiples dimensiones. En este proceso, las nociones están  entrelazadas en la multiplicidad y la fragmentación, lo que a menudo dificulta  la identificación de la medida en que los límites de una u otra perspectiva  están yendo - y están surgiendo. Con nuevas miradas o con nuevas formas  empíricas que se manifiestan, las fronteras ayudan a revelar y problematizar,  principalmente a través de la matriz postcolonial, los cambios que  experimentamos.
            Estas mutaciones se  producen por la aparición de nuevos epistemes (Mignolo, 2003) y/o métodos  científicos que proponen el diálogo más intenso y, por tanto,  transdisciplinario entre las áreas de conocimiento, entre otros conocimientos y  ciencia (Morin, 2005). Algunas posiciones consideran los nuevos muros o vallas  que se están construyendo y configuran la producción de nuevas fronteras y  límites en las ciudades o entre países (Foucher, 2009; Haesbaert, 2006, 2014;  Póvoa Neto, 2010). Algunos cambios están asociados con las nuevas formas en que  los Estados nacionales activan sus fronteras para el libre comercio de bienes y  controlan el acceso de las personas (Sousa Santos, 2005). Otros prefieren ver  la frontera entre estados-nación como un "territorio" privilegiado de  movilidad, hibridación/transculturación (Bhabha, 1998; Hall, 2003; Canclini, 1997). Es  en este escenario donde la frontera sufre mutaciones en los tiempos y espacios  de la globalización.
            Uno de los principales  discursos que se refieren al "fin de las fronteras" es el asociado al  "fin de los Estados-nación" (Ohame, 1999). En esta retórica  recurrente y, hasta cierto punto, hegemónica en el mundo actual, el Estado está  siendo desestructurado por la supuesta pérdida de soberanía sobre el libre  comercio con la desregulación del mercado, las privatizaciones y la  "reducción" de las funciones estatales en el "nuevo" orden  económico mundial. Con el neoliberalismo proliferan las llamadas economías  regionales-globales, especialmente en las zonas fronterizas entre los países  que se han convertido en las puertas de entrada (y salida) de los llamados  productos globalizados.  
            El Estado-nación es así  "desterritorializado" por el discurso y el movimiento del "mundo  sin fronteras", y "des-regionalizado" a través de la  homogeneización promovida por el capital monopolístico y financiero global en  las economías regionales-nacionales. Esto hace que el aparato estatal se  "desterritorialice" a sí mismo como un sistema de regulación de un  territorio, y tiene lugar la formación de una "sociedad global" (Ianni,  2006) o, más precisamente, de un "mercado global (regional)". 
            En el mundo  contemporáneo de las fronteras, no se puede negar la aparición de un número  creciente de desplazamientos migratorios basados en nuevos mapas de identidad  nacidos, en parte, de desplazamientos situados entre los fenómenos de la  globalización y la localización. En el campo de la geografía, las  territorialidades producidas en situaciones de tránsito, o inspiradas en ellas,  permiten la revisión o complejidad de los conceptos de territorio y  territorialidad, en un mundo de movilidad, de la intensificación del movimiento  en el que se construyen relaciones socio-espaciales híbridas a través de una  creciente pluralidad de pertenencias y referencias territoriales.
            Para  designar diferentes aspectos de esta complejidad contemporánea (Morin, 2005),  vistos por unos como confusión de pertenencias, por otros como "explosión  de los sentidos", o incluso como aparición de multiplicidades, podríamos  utilizar una serie de términos: mestizaje, transculturación, criolización,  hibridación, antropofagia, cultura migratoria, tránsitos de identidad, entre  otros. La proliferación de estos términos parece caracterizar el  "fin" de la época en la que el prefijo dominante en la  comprensión/problematización de las relaciones entre las culturas era  "inter" y el "principio" de aquello en lo que prevalece la  noción de "trans". No es de extrañar que haya vacilación y  contestación en el uso de estos términos, porque todavía no está clara la  realidad que tratan de designar: nuevas figuras de identidad emergentes y la  reinvención de las territorialidades (Porto-Gonçalves, 2006), especialmente  (pero no sólo), en la movilidad humana. 
            En un momento de  crisis, transición o cambio, proliferan varios "post",  "multi", "inter" y también "trans" para buscar  respuestas en relación con las mutaciones, pero efectivamente en relación con  la movilidad humana y la frontera, especialmente en relación con la geografía,  que volvería a surgir a través del proceso de globalización con la  "compresión espacio-temporal" (Harvey, 1999), o, por otra vía geográfica,  con la "elongación espacio-temporal" (Giddens, 1991), o, aún así, con  la "aceleración contemporánea" (Santos, 1997). Si la dimensión  espacial se transforma con la globalización, como en la movilidad humana -con  la intensificación del movimiento, del contacto entre culturas diferentes, de  los intercambios (Bauman, 1999) y de los procesos de hibridación (Canclini, 1997)-,  ¿se han producido nuevas territorialidades?
            En esta dirección,  queremos demostrar cómo estos procesos de "hibridación", "del  arte de (sobre)vivir en la frontera", también están presentes en la  movilidad humana contemporánea y en la producción de nuevas territorialidades.  Así, desplegaremos "dos procesos interrelacionados" que son: la  multiplicidad cultural en tránsito en el contexto del espacio liminal,  transfronterizo e intersticial; y, a partir de esta multiplicidad, cómo se  producen nuevas territorialidades que -si se configuran dentro de la  transitoriedad de la identidad- como multi y transterritorialidades (Mondardo y  Haesbaert, 2010), especialmente en los movimientos migratorios. Destacamos que  estas proposiciones analíticas entienden el espacio como permanentemente  "abierto", como posibilidad (Massey, 2004), y que se presentan en la  actualidad en un terreno que es a la vez fértil y ambivalente por la  complejidad que se presenta.
2. Muros de la vergüenza
El malestar (Freud,  1996) causado por los muros en el mundo ha ganado espacio en los medios de  comunicación, no sólo como alternativa, sino también en los medios de  comunicación hegemónicos y de masas, como en Brasil la serie multimedia  "El mundo de los muros", publicada por la Folha de São Paulo, de  junio a septiembre de 2017. Los siete informes pusieron de manifiesto la  existencia de barreras en los cuatro continentes, entre Estados Unidos y  México, Kenia y Somalia, Serbia y Hungría, Israel y Cisjordania, en Lima  (Perú), que se han multiplicado en los últimos años y que tienen diversas  causas, que van desde cuestiones geopolíticas, económicas y sociales.
            Para la geógrafa  Élisabeth Vallet, hay una crisis económica en el mundo que ha aumentado la  desigualdad de ingresos entre países, lo que ha generado un "sentimiento  de impotencia de la gente". Según el autor, la multiplicación de las  fronteras en el mundo "es menos una cuestión de inseguridad en el sentido  militar que de inseguridad social". "Actualmente, la justificación  más frecuente de los muros es la inmigración, la segunda es el terrorismo y la  tercera el contrabando" (Folha de São Paulo, 17/09/2017).
            En Brasil, los flujos  migratorios en las fronteras han destacado recientemente, especialmente con la  entrada de haitianos a través del estado de Acre y bolivianos a través del  estado de Mato Grosso do Sul. Pero otras fronteras, en su forma y contenido de  muros urbanos, han sido y están siendo construidas por el país. En Cubatão, una  ciudad del interior del estado de São Paulo, se construyó un muro, llamado "muro  de la vergüenza", para aislar a las comunidades pobres de la carretera de  los inmigrantes. A poco más de 50 km de São Paulo, un muro de 3 metros de  altura se extiende durante un kilómetro por la Carretera de los Inmigrantes,  que conecta la capital con la Baixada Santista. La barrera de hormigón, que  incluso puede pasar desapercibida para las personas que usan la carretera a  diario -y pagan peajes-, separa la carretera de una comunidad -la favela de  Vila Esperança- con 25.000 personas. En la favela, el 12% de la población no  tiene ingresos y todos vierten sus aguas residuales en el río que desemboca en  las playas de São Paulo. El muro levantado en 2006 por la concesionaria de  autopistas tiene como objetivo "mejorar las condiciones de seguridad pública"  del lugar. El argumento utiliza como justificación que hubo siete robos en  2015, un robo y un latrocínio en 2016, según la policía de carreteras (Folha de  São Paulo, 24/07/2017).
            Para problematizar los  impactos de la construcción de muros en las relaciones interpersonales y su  interfaz con la frontera y el territorio, el psicoanalista Dunker (2015) ayuda  a comprender el malestar y el sufrimiento establecido a través de la lógica de  los muros en comunidades cerradas en Brasil. Para el autor, "el muro hace  lugar a través de la frontera. Un lugar habitado por una demanda" (p. 65).  "El muro es una estructura de defensa, una forma de determinar el espacio  como territorio" (p. 59). Las condiciones que esta estructura defensiva  plantea en los temas, transmitidas por el autor, son: indiferencia,  infelicidad, no pertenencia, extrañeza. Añade que "el muro aparece como  una figura de indiferencia, exclusión y segregación, conteniendo en sí mismo la  forma indeterminada de negación de los tiempos de la demanda" (p. 65). 
            Estas condiciones  pueden provocar en el sujeto la sensación de vacío y una falsa seguridad, en la  lógica marcada "el lugar interior y el lugar exterior, en las zonas de  pasajes y zonas de interdicción" (Dunker, 2015, p.55), produciendo una  confusión de identidad, tanto para las personas que viven en comunidades  cerradas, como para aquellas sometidas a las dinámicas entremezcladas.
            En esta dirección,  podemos reflexionar sobre la multiplicidad espacial de nuestro tiempo. Para  Massey (2000, p. 177), vivimos "en una época en la que las cosas se  aceleran y se extienden" con la "aceleración" del tiempo y la  "difusión" en el espacio de los medios de información y los procesos  de comunicación que afectan e influyen en nuestras experiencias individuales/colectivas:
La noción (idealizada) de una época en la que los lugares estaban (supuestamente) habitados por comunidades coherentes y homogéneas se opone a la actual fragmentación y ruptura.... La compresión del tiempo-espacio se refiere al movimiento y la comunicación a través del espacio, la extensión geográfica de las relaciones sociales y nuestra experiencia de todo esto (Massey, 2000, p. 178).
Se perfilan, por tanto,  movimientos contradictorios y complementarios de homogeneización y  fragmentación en el mundo contemporáneo (Santos, 2000), de relaciones que  suponen la superación de las diferencias por la igualdad de gustos y consumos  que, por el contrario, fortalecen y/o resaltan la diferencia; diferencia  cultural y diferencia de proyectos, ingresos, condiciones de desarrollo humano,  entre otros. Circunscriben con la globalización, los movimientos de  "localización", los llamados "glocalismos" o  "globalización particularizadora" (Robertson, 2003). Por  "ubicación", en una primera aproximación, entendemos los movimientos  individuales y/o colectivos que buscan valorar o incluso revalorizar sus  lugares de pertenencia, afirmando los lugares con identidad social y/o  territorial (Haesbaert, 1999). Son, por tanto, movimientos de  territorialización o de re-territorialización a través de relaciones de apego y  afectividad al territorio, frente al movimiento de homogeneización de las  relaciones sociales más globalizadoras.
            Entre las innumerables  tramas de relaciones sociales producidas por la interacción entre estas dos  líneas de fuerza, podemos destacar los movimientos migratorios y la formación  de culturas híbridas, también estos procesos profundamente interrelacionados.  Por lo tanto, una marca diferencial de los movimientos migratorios, de la  transitividad de las personas a través de los estados, municipios,  organizaciones, en definitiva, a través de los lugares y relaciones más  variadas hoy en día son las tecnologías de transporte que hacen posible  atravesar gran parte del planeta en cuestión de horas "masificando"  los viajes (no de manera igualitaria para todos). Otra diferencia se origina en  las tecnologías de comunicación/información que permiten a hombres, mujeres y  niños transportarse, no físicamente, sino virtualmente, a través de las redes  del ciberespacio (Lévy, 1999).
            Es, por tanto, en este  contexto que Canclini (1997,  p. 17) considera que los procesos de hibridación han transformado la forma de  entender la sociedad. Los procesos de hibridación han cambiado la forma en que  vemos, hablamos y pensamos "sobre la identidad, la cultura, la diferencia,  la desigualdad, la multiculturalidad y sobre los pares que organizan los  conflictos en las ciencias sociales: tradición-modernidad, norte-sur,  local-global" y también, podemos añadir, sobre los movimientos  migratorios.
            Así, desde las  transformaciones y el mayor entrecruzamiento de bienes y, por extensión, de  personas, culturas y relaciones en todo el mundo "dentro" y  "fuera", se hacía necesario repensar las identidades y  territorialidades de los procesos de hibridación que, según Canclini (1997, p.  19,[énfasis total del autor]) comprende por "procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas,  que existían por separado, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos  y prácticas". Y, para el autor, "las llamadas estructuras  discretas son el resultado de hibridaciones, por lo que no pueden ser  consideradas fuentes puras", es decir, a través de procesos cotidianos,  relaciones de contacto en diferentes grupos, clases y culturas, se reproducen  el contraste y la alteridad. Estas relaciones producen multiterritorialidades  (Haesbaert, 2004) y multiculturalidades (Sousa Santos, 2010) de tiempos y  espacios contemporáneos, que coexisten, no armoniosamente, con desigualdades de  grado y naturaleza, es decir, con desigualdades sociales (de clase,  especialmente económicas), y diferentes formas/relaciones de apropiación de la  naturaleza y significación de los lugares y relaciones por las que  territorializan y/o reterritorializan los sujetos, grupos y/o clases sociales.
            Con el concepto de  cultura híbrida, Canclini (1997),  permite construir una visión transdisciplinaria, entender los espacios  fronterizos, preliminares, entre las divisiones del espacio cultural, en el que  se yuxtaponen y cruzan, por tanto:
Así como la oposición abrupta entre lo tradicional y lo moderno no funciona, el culto, lo popular y lo masivo no es el lugar donde estamos acostumbrados a encontrarlos. Es necesario demoler esta división en tres pisos, esta concepción estratificada del mundo de la cultura y descubrir si su hibridación puede ser leída con las herramientas de las disciplinas que la estudian por separado: la historia del arte y la literatura que tratan del "culto"; el folklore y la antropología, dedicada a lo popular; las obras de comunicación, especializadas en la cultura masiva. Necesitamos ciencias sociales nómadas, capaces de circular por las escaleras que conectan estos pisos. En otras palabras, que rediseñen estos planes y comuniquen los niveles horizontalmente (Canclini, 1997, p. 19).
Son cambios que  transforman al sujeto en un ser trans-localizado, un ser transterritorial (y de  múltiples pertenencias), sentimientos y territorios que se construyen y/o  cruzan en la vida cotidiana de los espacios fronterizos, la diversidad de  grupos, las nuevas tribus de las ciudades como lo demuestra, por ejemplo,  Maffesoli (1987). Ya no estamos seguros de dónde estamos hablando. Es a este  sentimiento que Stuart Hall (2003) describe la "diáspora" y, en el  límite, que Said (2003) señala como condición de exilio. La diáspora se  relaciona originalmente con la dispersión de un pueblo en lugares distantes de  su origen. Pero al mismo tiempo, la diáspora no se refiere necesariamente a las  migraciones de larga distancia, de un país a otro, de un continente a otro. El  movimiento puede ser "breve", de un municipio a otro, de un lugar a  otro. Lo que define esta condición de "diáspora" son las diferentes  relaciones culturales, sociales y políticas (de poder) entre el aquí y el allá,  que dan al migrante una "vida al límite" (Haesbaert, 2011; 2014), o  entre el lugar (Bhabha, 1998), producto y productor de hibridaciones a través  de encuentros, confrontaciones, contrastes entre identidades, entre etnias,  entre diferentes formas de vivir y hacer la vida cotidiana.
            En este contexto,  Edward Said explica que en lo que se refiere a las formas de vida que viven las  personas en el exilio:
Para el exilio, los hábitos de vida, la expresión o la actividad en el nuevo entorno se producen inevitablemente en el contexto de la memoria de estas cosas en otro entorno. Así, ambos ambientes son vivos, reales, se dan juntos como en el contrapunto. Hay un placer específico en este tipo de aprehensión, especialmente si el exiliado es consciente de otras yuxtaposiciones de contrapunto que reducen el juicio ortodoxo y aumentan la simpatía por la comprensión (Said, 2003, p. 59).
Así, con la  globalización muchos de nosotros parecemos "no sentirnos como en  casa"; el mundo parece haberse vuelto extraño, los sujetos se convierten  en extranjeros en sus "propios lugares" -lo que también nos parece  una nueva forma de pertenencia-, haciendo que algunas personas se conviertan en  sujetos multiterritoriales y trans-territoriales (ejemplarmente, el caso de los  migrantes) a través de los procesos de encrucijada de culturas, de líneas de  fuerzas que se superponen y se articulan en los procesos de hibridación y, por  extensión, de la tensión que produce y se produce en la amalgama de territorios  y culturas, en el cruce, creación, recreación e incluso "destrucción"  de territorios, culturas y relaciones sociales (siempre como posibilidad).
            Se puede observar que  el mundo está cada vez más marcado por flujos continuos e intensos; por  tránsitos acelerados, materiales e inmateriales, de información, de personas y  de bienes. Por supuesto, esta movilidad no se produce sin conflictos y de forma  ilimitada e igualitaria para todos los sujetos y sus relaciones. Si los  turistas, los trabajadores calificados y los inversionistas pueden ser bien  recibidos en el extranjero, no puede decirse lo mismo de los trabajadores y  trabajadoras que, sin poder permanecer en sus lugares de pertenencia, tienen  que emigrar a centros más desarrollados económica y tecnológicamente, dentro o  fuera de sus países, en busca de oportunidades de trabajo, o simplemente, como  ocurre en la mayoría de los casos, de supervivencia. Para estos sujetos o  grupos, la condición de migrante significa, en la mayoría de los casos,  "exclusiones" y precariedad material y simbólica; una vida cotidiana  marcada por prejuicios, indiferencia, hostilidad -aunque, como mano de obra  barata, sean indispensables para la producción. Por lo tanto, estos  trabajadores viven en la cuerda floja entre la integración funcional y la  re-territorialización, siempre parcial y relativa, a la sociedad  "abarcadora" y la amenaza constante de expulsión, restricción y  xenofobia.
3. Fronteras de lo común
¿Cuál es la relación  entre lo común y los muros en las fronteras? Asumimos que las fronteras de los  estados separan las comunes, que son comunales. La propiedad privada de la  tierra que impuso el recinto -del latín limitatio, limas, de una frontera-  niega la tierra común. La acción de delimitar y rodear una tierra intenta  convertirla de tierra común (colectiva) en propiedad privada. El encierro de  los bienes comunes es el proceso violento de dominación privada de la tierra,  por parte del Estado y el capital, y que está implicado en movimientos de  desposesión y desterritorialización. 
            En las últimas décadas,  las perspectivas económicas neoliberales han producido y forjado discursos para  justificar la destrucción, desposesión y desterritorialización de los bienes  comunes y su subordinación a la lógica hegemónica de la propiedad privada, como  "(...) la idea de que los bienes comunes están condenados a la  autodestrucción ambiental y económica y, por lo tanto, deben ser regulados por  el Estado o privatizados" (Mezzadra y Neilson, 2016, p. 335). La norma  legal de la propiedad privada, en la cúspide del Estado-nación, se ha  convertido o se ha reducido a escala mundial. El encierro de los bienes comunes  implementó este nuevo modelo de desarrollo socio-espacial. La delimitación de  un terreno se basa en varios modelos de desarrollo económico, así como en la  identificación de varios conflictos contemporáneos desencadenados por viejos y  nuevos recintos.
            El concepto de común ha  sido utilizado como contrapunto a la política de los muros y/o al cierre de las  fronteras de la indiferencia y la desigualdad social y espacial en el mundo  contemporáneo. La formación de apropiación del espacio por parte de los comunes  tiene múltiples formas y en las fronteras se moviliza el concepto para  establecer un enfoque necesario a la multiplicidad del espacio, sus procesos de  heterogeneización y convivencia con las diferencias sociales.
            A partir de los  análisis de Karl Marx sobre los recintos de los bienes comunes, en el origen  del estado y del capitalismo moderno, identificamos cómo se construyeron  límites, cercos y fronteras para la separación, el saqueo y la indiferencia. En  el mundo contemporáneo, desde los muros de las fronteras y las zonas urbanas,  el debate de lo común ha adquirido una nueva relevancia en los debates teóricos  y en las luchas sociales de los migrantes, los refugiados, los exiliados, los  movimientos indígenas, los campesinos, los quilombolas, los llamados pueblos  originarios, los pueblos originarios y las comunidades tradicionales, hasta las  luchas por la información, lo digital, por la universalización de las redes de  información y conocimiento en redes virtuales. La resistencia de estos  movimientos incorpora lo común como forma de lucha por la tierra y el  territorio y contra los muros y vallas de la indiferencia, la desigualdad y el  saqueo socioespacial.
            Todas estas luchas son  ejemplos importantes de la defensa de los bienes comunes, o de la protección de  los bienes comunes, en los múltiples esfuerzos para resistir la  desestructuración del estado de bienestar, que están circunscritos dentro del  derecho público y el espacio público.
            Las luchas  contemporáneas están ligadas a la vida. La vida común y humana y no humana, o  cómo pensamos las diferentes humanidades. Común es de alguna manera la base de  todo. Si pensamos en los circuitos de la economía contemporánea, varios de los  negocios del capitalismo, en la lógica expandida de la acumulación, extraen su  valor de lo común. Por eso la idea de lo común como bienes comunes implica  aire, agua, bosques, plantas, animales, suelo, y al mismo tiempo lo común son  también las luchas, y las luchas que están ligadas a la vida. Podemos observar  en varios procesos de la vida diaria, cómo estas luchas son intrínsecas a la  vida. Existir es una forma de resistir. Existir como forma específica de vida  contra el despojo de las fronteras y la indiferencia de los muros. Lo común  está intrínsecamente ligado a la naturaleza. Y las fronteras, los muros y las  vallas separan, cortan y recortan los ecosistemas, las culturas, las formas de  vida.
            En estas luchas  contemporáneas de migrantes, refugiados, indígenas, campesinos, quilombolas,  políticas, o mejor dicho, cosmopolíticas, son necesarias. Las luchas son de  mundos. Pueden ser una base para nuevas vidas, para nuestra supervivencia, son  luchas en las que la naturaleza no se percibe como una cuestión externa, sino  como relaciones sociocósmicas. Y en este sentido a todo un diálogo con seres con  otros que están vivos, pero que se expresan de otra manera y que a veces tienen  que tener alguna mediación. 
            Lo común también se  expresa en estas luchas cosmopolíticas y como una alianza entre mundos que no  están divididos. Superar el plano material de los muros en las fronteras es  reconectar y reconstruir mundos a través de la cosmopolítica. Ver que la  naturaleza está ligada a nuestra acción diaria, es decir, que somos parte de  ella. Tomar esto en serio es un primer paso y aprender de aquellos que nunca se  han desentendido de este pensamiento, esta práctica, es una de las posibles  formas de mantener la vida. Es necesario en esta reconexión como espacio para  superar el plano material de muros, fronteras, vallas, y "politizar la  naturaleza, o el cosmos - pensar la dimensión cosmopolítica de la sociedad  contra el Estado" (Viveiros de Castro, 2011, p. 352).
            En esta cosmopolítica,  para superar los muros, es necesario reconocer la perspectiva del Otro en el  que estoy incluido. Ser visto es romper con la indiferencia y reconocer mi  posición ante los ojos del Otro, verificar desde ese punto de vista cuál es mi  perspectiva. Este diálogo, este tránsito entre territorios y territorialidades,  implica un perspectivismo en la línea de Viveiros de Castro (2015).
            ¿Cómo traducir y  analizar lo común en estas luchas en las zonas fronterizas? Las luchas contra  los muros y/o el cierre de las fronteras están ligadas a los recursos - tierra,  agua, aire, bosques -, a la producción, así como a la identidad, la memoria, la  ascendencia, la cosmopolítica, entre otros. Las luchas por lo común restablecen  el estatus de humanidad para aquellos colectivos, grupos y sujetos cuya  humanidad fue arrebatada o capturada por la indiferencia de los muros y/o  desterritorializada/ precaria por la ruptura de las relaciones sociales por los  límites impuestos por las fronteras coloniales.   La lucha por lo común restablece los territorios originales y crea  horizontes de sentidos emancipadores.
            Estas luchas en las  zonas fronterizas requieren la producción de nuevas o la expansión de  "subjetividades territoriales" (Krenak, 2019), incorporando nuevas  dimensiones y escalas geográficas de apoyo/articulación/alianza, al tiempo que  se enriquecen los territorios de vida de los pueblos, comunidades, colectivos y  sujetos desestabilizadores de los muros y fronteras que rodean a los bienes  comunes, comunes y comunes, y que establecen o imponen lo público y lo privado.  El concepto de bien común es una alternativa al desarrollo, y reposiciona el  tema a través de otras perspectivas territoriales, sociales, jurídicas  (pluralismo jurídico), económicas, climáticas, de civilización y de políticas  públicas. Los bienes comunes y los bienes comunes nos permiten repensar la  propiedad pública y privada legitimada por el Estado, que es el fundamento de  la propiedad privada.
            Las comunes implican  pensar en esta relación de la naturaleza donde todos los elementos están  activos (Latour, 2004), en la dinámica espacio temporal de las diferentes  formas de vida en la Tierra, cuestionando los muros y rompiendo fronteras en su  sentido legal, político y social. 
            En muchas luchas  indígenas alrededor del mundo, el derecho consuetudinario cuestiona la  superposición de fronteras, vallas, muros y dispositivos de despojo y  separación colonial, a fin de establecer modos alternativos, normativos y  legales, de organizar los espacios sociales de los pueblos y comunidades  tradicionales. La relación del Estado con los bienes públicos y el derecho  tradicional de los pueblos indígenas a ocupar sus tierras puede verse como una  forma de rodear al pueblo común. Esta relación complica las luchas de los  comunes por la autonomía y contra la soberanía tiránica y opresiva de las  fronteras y muros del estado, el capital y el patriarcado.
            La pregunta de qué es  común, ya que pone de relieve los procesos de despojo y exclusión social, que  forman espacios de lucha, simbólicos de las ciudadanías de los pueblos y  comunidades vinculadas a la naturaleza, que interrogan y desafían las fronteras  coloniales impuestas, ya sea en la forma de límites político-administrativos a  los muros, barreras y cercos.
            Las fronteras, como las  discontinuidades espaciales, conectan, dividen e interrelacionan los límites  relacionales. Las fronteras engendran formas de sociabilidad a través de  políticas a múltiples escalas espaciales, desde los bienes comunes locales como  la tierra, el agua, los bosques, hasta las escalas globales como la lucha  contra el calentamiento global y la destrucción del planeta. Estas fronteras de  lucha por lo común dependen de la dimensión del conflicto y de la tensión  social, pero también están enraizadas en el proceso histórico de las  trayectorias de fronteras, migrantes, refugiados, indígenas, quilombolas, entre  otros. 
            Las fronteras pueden  saquear lo común, imponiendo divisiones concretas en el espacio, mientras que  al mismo tiempo, en nombre de las fronteras de la sociabilidad, se producen  luchas por alternativas sistémicas con otras perspectivas de  "desarrollo" como la buena vida, el decrecimiento, el ecofeminismo,  los derechos de la naturaleza, los derechos de la madre tierra y la  desglobalización (o, para otra globalización, como propone Milton Santos,  2008). La crisis del modelo de civilización hace que alternativas al desarrollo  como el Vivir Bien, la lógica comunal y la autonomía territorial, la soberanía  ambiental a través de la agroecología y las transiciones contra el  neoextractivismo sean propuestas que surgen de los movimientos sociales, los  pueblos indígenas y los campesinos:
El Buen Vivir y los derechos de la naturaleza prestan resonancia a otros desafíos del «modelo de civilización» del desarrollo global. Muchos movimientos apuntan a la crisis del modelo civilizatorio occidental como la causa base de las crisis actuales del clima, de la energía, de la pobreza y de los significados. Dicho énfasis es más fuerte entre los movimientos étnicos, pero también lo encontramos, por ejemplo, en redes campesinas para quienes lo único que podría sacarnos de las crisis climática y alimentaria sería un cambio de sistema hacia la producción alimentaria agroecológica (Escobar, 2018, p. 111).
Por eso, la lucha por  el bien común y los bienes comunes implica, entre otras cosas, la eliminación y  superación de las fronteras, empezando por la destrucción de la lógica  territorial del cercado.
            Para Mezzadra y Neilson  (2016), reconocen que la frontera es un método de capital a través de la  extensión de las cadenas de producción, el establecimiento de zonas y  corredores económicos, y la invasión de territorios nacionales a escalas cada  vez más pequeñas de materia para su acumulación. Los autores también destacan,  y sobre todo, la "necesidad de asumir el uso capital de las fronteras como  un punto esencial e inevitable de discordia":
Sugerir que las fronteras son esenciales para el funcionamento del capital supone identificar una línea estratégica de lucha, que llega mucho más allá de los límites territoriales y jurisdiccionales de los Estados-nación o de las regiones. Lo que está en juego no es solo una lucha contra la violencia represiva que infiltra los paisajes fronterizos y los regímenes de control fronterizo alrededor del mundo, aunque este constituya innegablemente um aspecto crucial de cualquier lucha de las fronteras. Uma vez que se enfatiza la dimensión productiva de las fronteras surge toda una serie de nuevos campos de disputa. Em la fabrica mundi del mundo contemporáneo, las fronteras son funcionales a la producción de espacio, a la fuerza de trabajo, a los mercados, a las jurisdicciones y a una variedade de otros objetos, en modalidades que convergen en la producción de subjetividad (Mezzadra y Neilson, 2016, p. 318).
En este sentido,  "la frontera como método" significa centrarse en los aspectos  conflictivos de los procesos productivos. Significa mostrar cómo las luchas fronterizas  muestran las tensiones entre las territorialidades, los conflictos  territoriales, que rodean la relación entre capital y trabajo, capital y  tierra, y cómo se destacan en muchos países, contextos, a menudo lejos de las  fronteras geográficas, pero que influyen o condicionan los límites  político-administrativos o la soberanía del Estado-nación.
            Las luchas fronterizas  permiten inventar una nueva política de lo común e implican repensar la  apropiación de los bienes comunes. Esta política debe ampliarse, repensando la  condición de un mundo sin fronteras, abierto y fluido al capital, en un intento  de transformar la frontera en una institución que garantice la justicia social,  la redistribución de los territorios y la democratización del acceso a los bienes  comunes.
            La frontera como  discontinuidad espacial tiene esta capacidad, el poder, de conectar y  desconectar, y por lo tanto de articular espacios, zonas, redes, flujos,  líneas. Al mismo tiempo, la contingencia y rigidez de la frontera permite que  este conjunto de procesos, sujetos, grupos, colectivos, Estado, Mercado, en  desarticulación. La frontera permite la condensación de una multiplicidad de  discursos, derechos, poderes, actores. En este sentido, la articulación de  procesos en la frontera construye un campo de práctica y discurso como política  hegemónica y subordinada, de múltiples territorialidades involucradas, desde  arriba y desde abajo.
            Los nuevos muros  fronterizos o la proliferación de las fronteras urbanas implican nuevos  recintos y conciernen a los profundos procesos que el capital financiero e  inmobiliario promueve en la reestructuración espacial -social y política- de  países, ciudades y regiones, que revelan dinámicas de exclusión y saqueo de  recursos, en un juego que rediseña o traza nuevos límites:
La delimitación de lo común siempre se encuentra en juego en los nuevos y, también, en los viejos cercamientos. Este proceso puede crear líneas materiales e inmateriales de demarcación que no existían anteriormente. También puede volver a trazar las fronteras existentes, como las que circunscriben los espacios públicos en las ciudades, transformándolos en nuevas fronteras de propiedad privada. Estos procesos de creación de fronteras urbanas están orientados a mantener a los sujetos indeseables fuera de ciertas áreas específicas, construidas como valiosas a través de esfuerzos e inversiones combinadas del capital financiero e inmobiliario. Entre estos sujetos, los inmigrantes ocupan un lugar destacado. En sus experiencias, la acción de estos procesos de creación de fronteras se repite y se articula con la acción de otras fronteras. La proliferación y diseminación de los cercamientos en el mundo contemporáneo producen una gran cantidad de violencia, sufrimiento y dolor, intensificando tanto la desposesión como la explotación. Al mismo tiempo, al menos en términos conceptuales, estos cercamientos proveen un importante punto de vista sobre la frágil legitimidad de la propiedad privada como regla social. Esta legitimidad viene afirmada en cualquier acto de cercamiento, literal o de otro tipo. Las luchas contra los cercamientos y a favor de los comunes alrededor del mundo, muestran el otro lado de este momento conceptual de una manera absolutamente concreta y antagonista (Mezzadra y Neilson, 2016, p. 335).
Centrando la frontera en múltiples escalas geográficas, debemos verificar que la construcción de dinámicas interfronterizas ocurre a todas las escalas -local, regional, nacional, global- no necesariamente incrustada, y que invierte en procesos de articulación y creación de fronteras a través y entre ellas, en un juego relacional que alía transversalidad y asume diversas formas y perspectivas. Asumir la frontera como un espacio de globalización no es negarla como un escenario local de luchas emancipadoras. Debemos observar las intersecciones de las relaciones, tanto prioritarias como secundarias, en la política de escala que, por un lado, empodera a los grupos y, por otro, debilita a ciertos segmentos. Esta posición relacional entre las territorialidades hegemónicas y subalternas en múltiples escalas espaciales se basa en las políticas fronterizas.
Consideraciones finales
Como hemos demostrado,  estamos observando luchas territoriales que pueden producir y alimentar una  nueva imaginación geográfica y política, capaz de repensar y reconstruir  fronteras y límites a través de procesos de integración regional y de difusión  de lo común a escala global, reconectando a los pueblos con sus territorios de  vida. Por eso, estas luchas no deben terminar en sí mismas, en espacios  exclusivos de ciertos grupos sociales. Son luchas locales que también son  globales en el sentido de que lo común defiende otra relación con la Tierra,  donde la vida -en sus múltiples dimensiones- está por encima de los límites,  los límites espacio-temporales del capitalismo neoliberal. Las luchas  fronterizas incorporan una densidad porque aportan los contenidos históricos y  existenciales de estos grupos, ya que son el soporte material de la cultura, la  memoria, la ascendencia y el conocimiento acumulado a lo largo del tiempo. 
            Escobar (2018) destaca en las luchas indígenas  la posibilidad de entender otros mundos y cómo los humanos se relacionan con  los no humanos. Sin embargo, es necesario partir de la idea de que el  territorio es una construcción sociohistórica. Reconociendo la existencia de  otros mundos, es posible identificar el desarrollo de múltiples formas de  gestión de los comunes, como las cooperativas, los colectivos de base  comunitaria, que no son ni públicos ni privados, que parten de las propias  organizaciones sociales, los movimientos de base, desde abajo, con y para la  tierra. Esto posiciona la lucha de los comunes contra la lógica del encierro,  el exclusivismo territorial e individual de la propiedad privada, ligado a las  luchas contra las privatizaciones, los muros, las barreras y el cierre de las  fronteras. Implica revisar la relación entre lo público y lo privado, en la  búsqueda de la justicia y de un derecho social y colectivo, sobre el derecho de  los horizontes emancipadores del pluralismo jurídico en el que la comunidad es  parte de este proceso.
            Los bienes comunes - incluidos  la tierra, el agua y el aire, entre otros- no pueden existir independientemente  de la compleja relación o seguir existiendo entre las personas y los animales,  por ejemplo. La actividad humana y su producción y reproducción son  inseparables de lo común y de la relación con los bienes comunes. La  reconstrucción de las categorías de prácticas y conceptos de los bienes comunes  y comunes es importante para repensar esta relación con los límites, de las  fronteras concretas que dividen (y dicotomizan) la naturaleza y la sociedad, lo  natural y lo social, lo material y lo inmaterial, lo humano y lo no humano.
            Comprender este  tránsito de lo común, asumiendo cómo los "recursos" pueden ser  compartidos en formas creativas de cooperación, desde los pueblos y las  comunidades, para revisar esta relación con las fronteras. Contra el ataque,  desmantelamiento y pillaje de la perspectiva del desarrollo neoliberal, pensar  en un derecho interfronterizo (o transfronterizo) en el que la territorialidad  pueda verse por la movilidad de las especies biológicas que migran a las  fronteras, la protección de la libre circulación de estos seres no humanos, por  una perspectiva biocéntrica. Superar la perspectiva antropocéntrica y/o  incorporar la visión biocéntrica es elaborar una categoría de la práctica como  la territorialidad ancestral, siendo concebida por una visión de naturaleza expandida  donde la cosmología, la espiritualidad y las diferentes humanidades reconectan  esta relación con la tierra y la vida en el territorio. Estos territorios de  por vida - sus límites y fronteras - generan vida.
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