Gledymis Fernández Pérez*
Yoenia Olivia Infante Cabrera**
Universidad de Las Tunas, Cuba
Correo: gledysfp@ult.edu.cu
Resumen
En este trabajo se  presentan algunas consideraciones en torno al género teniendo en cuenta que en  los últimos años se ha producido gran cantidad de teoría, de manera que resulta  necesario descubrir las múltiples miradas que suscita el género como categoría de  análisis. Con ese fin este material pretende acercarse al surgimiento del  género, a las principales autoras y autores que han incursionado en la  conceptualización de esta categoría, a lo establecido socialmente para los  modelos femeninos y masculinos, así como a la identidad de género. Desde estos  aspectos, el trabajo puntualiza la necesidad de imbricar este tema en las  prácticas cotidianas, debido a las barreras que todavía enfrentan hombres y  mujeres para alcanzar la igualdad de oportunidades. Su esencia estriba en  fundamentar teóricamente la urgencia de visibilizar aquellas subjetividades que  han sido marginadas a lo largo de la historia, lo que constituye de vital  importancia para disfrutar de la equidad y la justicia, valores que se  requieren en la construcción de sociedades humanistas. Este trabajo constituye  uno de los resultados del proyecto de investigación Ruralidad, Género y  Desarrollo local en las comunidades del municipio las Tunas, que pertenece a la  Universidad de esa región. Por tanto, su propósito fundamental consiste en  brindar herramientas teóricas para entender el género y así utilizarlo en la  práctica profesional.
Palabras claves: feminismo- patriarcado-género-  sexo- identidad de género.
Abstract
This paper presents some considerations regarding gender, taking into account that in recent years a great deal of theory has been produced, so that it is necessary to discover the multiple perspectives that gender arouses as a category of analysis. To this end, this material aims to approach the emergence of gender, the main authors and authors who have ventured into the conceptualization of this category, the socially established for female and male models, as well as gender identity. From these aspects, the work points out the need to imbricate this topic in daily practices, due to the barriers still faced by men and women to achieve equal opportunities. Its essence is based theoretically on the urgency of making visible those subjectivities that have been marginalized throughout history, which is of vital importance to enjoy equity and justice, values that are required in the construction of humanist societies. This work is one of the results of the research project Rurality, Gender and Local Development in the communities of Las Tunas municipality, which belongs to the University of that region. Therefore, its fundamental purpose is to provide theoretical tools to understand gender and thus use it in professional practice.
Keywords: feminism- patriarchy-gender- sex- gender identity.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato: 
Gledymis Fernández Pérez y Yoenia Olivia Infante Cabrera (2019): “Re-visitando la categoría género. El problema de las identidades”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales (julio 2019). En línea:
 https://www.eumed.net/rev/caribe/2019/07/categoria-genero-identidades.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/caribe1907categoria-genero-identidades
1. IDEAS INICIALES
   Los Estudios de Género  han alcanzado connotación en las últimas décadas a partir de los movimientos  feministas que han exigido la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres.  La importancia adquirida lo convierte en un tema al que todavía debe  prestársele atención, pues en la subjetividad social no ha calado el interés  por observar, analizar y tratar a todos los individuos sin  estereotiparlos.   
   En otras latitudes las  mujeres exigen sus derechos a un trabajo remunerado en igualdad de condiciones  a los hombres, a un plan de salud que respalde su decisión de tener hijos o no  tenerlos y a una educación que le brinde oportunidades de obtener categorías  científicas de alto nivel. Estas cuestiones laceran la posibilidad de disfrutar  de iguales derechos, de modo que los Estudios de Género se hacen necesarios  para el logro de sociedades más justas.
   A tono con lo expresado,  resulta vital entender la esencia de la categoría género, de ahí que el  objetivo de este trabajo se enmarca en revelar los principales aspectos  teóricos que aseveran la necesidad de insistir en los Estudios de Género. Por  tal motivo, se hace un recorrido por el surgimiento del género y las autoras  que lo han abordado en la teoría. Todo ello permite entender las razones de por  qué el género debe incorporarse a las diversas aristas sociales.
  2. LA CATEGORÍA GÉNERO
  2.1 Surgimiento del género
   La categoría género  surge a partir del esplendor adquirido por el movimiento feminista a mediados  del siglo XX. En esta fecha inicia la elaboración teórica a raíz del auge  alcanzado por el término patriarcado. Según Kaufman, M. (1998), las feministas  evidenciaron su postura en relación al patriarcado al señalar que este se ponía  de manifiesto en las sociedades basadas en la dominación masculina. Tal cuestión  trajo consigo un análisis sobre la situación experimentada por las mujeres.
   Desde esa época el  patriarcado se analizaba como una ideología fosilizada, inalterada,  autoritaria, cuya esencia consistía en elaborar diferencias excluyentes y  antagónicas, Lagarde, M. (2008). De esta forma se consideraba un ejercicio de  poder para quien lo ejercía, de manera que alejaba al resto de las personas.  Esto provocaba desigualdades no solo en relación con las mujeres sino también  con otros hombres. 
   La acérrima posición del  patriarcado en la sociedad permitió entender la importancia de desmontar sus  rígidos patrones para contribuir a la igualdad en las relaciones entre hombres  y mujeres.
   Precisamente la  necesidad de relaciones igualitarias demandó el surgimiento del género. Su  llegada tardía trajo consigo su exclusión en las teorías formuladas en  centurias anteriores. Sin embargo, las ciencias antropológicas, psicológicas y  sociológicas han revertido esta situación al hacer valiosos aportes a la  conceptualización del género.  
   Los primeros atisbos en  relación a la categoría provienen de la antropóloga Mead, M. (citado por  Vasallo, N. 2004), quien difunde su investigación Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas. La autora  constató las diferencias en la distribución de los roles femeninos y masculinos  en las sociedades indígenas y occidentales, lo que permitió entender que los  patrones asignados a la masculinidad y la feminidad no tenían carácter  estático, sino que cambiaban a partir de los contextos sociales.
   Otro estudio  significativo lo aportó Beauvoir, S. (1998) al escribir El segundo sexo, donde postula que no se nace mujer, se llega a  serlo. Con esta idea alude a la apropiación que hace el individuo a lo largo de  la vida de un conjunto de comportamientos que le permiten ajustarse a las  normas de la feminidad o masculinidad. 
   Los estudios aludidos  fueron sedimentando la base para definir el concepto de género, pero todavía en  los años 50 los análisis estaban marcados por el enfoque biologicista, de  manera que la solución no se orientaba críticamente a lo social.  
   La publicación del  libro Sexo y Género por Stoller, R.  (citado por Vasallo, N. 2004) comienza a distinguir la diferencia entre estas  dos categorías en tanto demostró que el género estaba relacionado con la forma  en que se habían criado los individuos desde la infancia, de modo que al llegar  a la pubertad, el sentimiento de ser varón o mujer persistía sin tener en  cuenta el verdadero sexo biológico. 
   Las ideas de Stoller se  tuvieron en cuenta por las feministas académicas de los años 70 al permitir una  mejor comprensión del género. A partir de entonces se ha utilizado en las  ciencias sociales con contenidos y definiciones específicas, que lo elevan a  categoría de análisis. 
   Independientemente a  los estudios precedentes, las acepciones muestran diversos criterios para  definir el género. En un principio se consideró sinónimo de mujeres y se  utilizaba para darle seriedad académica a lo planteado por las feministas. 
   Esta idea logró que en  los años ochenta se estudiara el funcionamiento de las sociedades para  comprender la subordinación de las mujeres, así como el lugar ocupado por ellas  en las instituciones y en las prácticas religiosas. Desde las investigaciones  se quiso recuperar la posición de las mujeres en ciertos espacios de la  realidad que la habían silenciado históricamente. Por ejemplo, Bonder, G.  (2004), en sus estudios, hace énfasis al hecho de que las mujeres habían sido  excluidas de la ciencia como productoras, no así como objeto de estudio, donde se  incluían de manera parcial, pero matizadas por los parámetros masculinos.
   Tales análisis generaron  el surgimiento de una vertiente dedicada a los Estudios de la Mujer, la que fue  criticada con posterioridad, pues se alegaba que al producir conocimiento solo  desde las mujeres se reproducía el modelo cuestionado, de manera que no existía  un análisis profundo y abarcador que incluyera las relaciones entre mujeres y  hombres.
   Lo anterior da lugar a  que inicien los Estudios de la Masculinidad en los países de Canadá, Alemania,  EUA y Suecia, de manera que los hombres pudieron reflexionar sobre su propia  construcción de género. Esta postura trae consigo una redefinición de lo  analizado en este campo, por lo que a partir de ese momento se hablará de  Estudios de Género. 
   Esta nueva mirada alude  a que no puede hacerse referencia a la feminidad sin la masculinidad y  viceversa, pues ambos pertenecen a un único sistema de género que tiene una  dimensión relacional. Por eso Astelarra, J. (2008) plantea que el género es un  sistema social complejo encargado de analizar las relaciones entre hombres y  mujeres desde lo subjetivo que marca a cada uno de estos grupos.
   Puede concluirse que el  género se instituye a partir de la preeminencia alcanzada por el feminismo en  su lucha por reconocer el papel de las mujeres en la sociedad, lo que estuvo  condicionado también por las investigaciones realizadas desde diversas  ciencias. Todo ello provocó que al principio se identificara el término género  con mujer, cuestión que fue reevaluada al introducirse la problemática de la  masculinidad y posteriormente, los Estudios de Género.
  2.2 Definición de género
   Para definir el género,  una de las preeminentes teóricas del tema, Scott, J. (1996) evidencia dos  posiciones. Por una parte señala que el género es un elemento constitutivo de  las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y  por otra, es una forma primaria de relaciones significantes de poder.
   Su primera acepción  asevera que el género es un aspecto fundamental en las relaciones entre mujeres  y hombres, inherente a dichas relaciones, por tanto, debe tenerse en cuenta  siempre que se analicen los vínculos entre ambos grupos. En su definición deja  claro que estas relaciones se sustentan en las diferencias creadas a partir del  sexo, de modo que establece vínculos entre lo social y lo biológico. 
   En su segundo  posicionamiento, la autora revela las asimetrías que trae consigo el género en  tanto el poder debe entenderse como la dominación de un grupo sobre otro, cuestión  que ha sido objeto de debate en los Estudios de Género, toda vez que se ha  entendido la supremacía de lo masculino sobre lo femenino.        
   Las definiciones de  Scott adquieren carácter intimista si se comparan con lo expresado por Lagarde,  M. (2008), quien señala que el género es una categoría que abarca lo biológico,  pero es además, una categoría bio-socio-psico-econo-político-cultural. Según  esta autora, la categoría género analiza la síntesis histórica que se da entre  lo biológico, lo económico, lo social, lo jurídico, lo político, lo psicológico  y lo cultural, de modo que implica al sexo, pero no agota ahí sus  explicaciones.
   Su posición muestra el  género como una categoría abarcadora que se inserta en varios ámbitos de la  sociedad. Ello implica que no debe evaluarse desde una mirada estrecha, sino en  relación con todos los componentes que marcan lo social. En su definición establece  el vínculo con lo biológico, sin embargo, enfatiza en que el género va más allá  de este elemento, por tanto, se entiende que lo biológico está comprendido  dentro de esta categoría.   
   Otra de las  definiciones de Lagarde, M. (2008) señala que el género es el conjunto de  atributos, atribuciones y características asignadas al sexo. Enfatiza en que si  tradicionalmente se pensaba que tales rasgos eran de origen sexual, con el  tiempo se ha demostrado que tienen carácter histórico, por eso plantea que se  trata de características atribuidas. 
   En esta valoración  Lagarde remite a la influencia ejercida por lo social en la conformación de la  personalidad de los individuos. Su criterio resulta determinante para entender  que lo creado culturalmente puede ser revertido por la misma sociedad.
   En relación a lo  anterior, Lamas, M. (2008) plantea que el concepto género ayuda a comprender  que las cuestiones valoradas como atributos naturales de los hombres o de las  mujeres, en realidad son características construidas socialmente, que si bien  parten del sexo biológico, no tienen por qué diferenciar a unos y otras. Por  ende, resulta contradictorio el trato diferente que reciben niños y niñas solo  por pertenecer a uno de los sexos. Ello trae consigo características y  conductas desiguales que conllevan a la discriminación. 
   La autora señala  también que al tomarse como punto de referencia la anatomía de mujeres y  hombres con sus funciones reproductivas, evidentemente distintas, cada cultura  establece un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones  sociales que atribuyen características específicas a mujeres y hombres. 
   Los criterios de Lamas  han sido acogidos positivamente por la comunidad científica, en tanto esclarecen  el carácter socio-histórico de la categoría género. Cada sociedad tiene su  manera particular de asumir el género, pero ello no significa que exista  igualdad en las relaciones entre mujeres y hombres. 
   Una cuestión explicada  por los Estudios de Género es que independientemente a las concepciones que se  tengan sobre el género en una cultura dada, la discriminación hacia la mujer, por  ejemplo, es un elemento común a todas las sociedades. Lamas lo reafirma al  plantear que el status femenino es  variable de cultura en cultura, pero siempre con una constante: la  subordinación política de las mujeres a los hombres.
   González, A. y  Castellanos, B. (como se citó en Rodríguez, M. 2008) en sus valoraciones sobre  la categoría género tienen puntos de coincidencia con lo expresado por Lamas,  al plantear que el género constituye el modelo o patrón de feminidad y  masculinidad socialmente establecido en cada contexto, cultura, región, a partir  del cual se educa la sexualidad. 
   Las autoras le otorgan  una dimensión abarcadora al género al ponerlo como antesala de la sexualidad,  lo que resulta fundamental para entender la dinámica que se establece entre ambas  categorías. De lo referido anteriormente se percibe que el género se constituye  a partir del sexo y luego la sexualidad emerge del género.    
   Lamas insiste en comprender  las distinciones entre género y sexo al considerar que no se puede sustituir un  concepto por otro. El sexo se refiere a lo biológico y el género, a lo  construido socialmente, a lo simbólico. Esta idea se reafirma con Fraisse, G.  (2002) quien señala que el género nada tiene que ver con el sexo.
   A pesar de lo anterior  resulta determinante aclarar que el mecanismo cultural de asignación del género  ocurre en el momento del parto, pues al nacer la criatura, con la sola mirada  de los genitales, se le nombra niño o niña. La palabra que indica el sexo, da  lugar a la aparición del género, Alfaro, M.C. (2008). 
   Las diferencias  anatómicas, por sí mismas, no provocan desigualdad, pero en el momento en que  el grupo social asigna un valor a esas diferencias, la situación cambia y se  producen desigualdades en el bienestar de mujeres y hombres. Ello impide que  ambos tengan el mismo acceso a oportunidades para su desarrollo personal y  colectivo. 
   Según Alfaro, M. C  (2008) después de nacer, nuestro conocimiento y percepción del mundo comienza a  ser moldeado por el entorno que nos rodea. Se aprende de la tradición oral, de  la experiencia, de nuestra familia, -que alimenta una parte de nuestra  formación como persona, por lo que constituye el referente de los  comportamientos de género,- de la escuela, el trabajo, las instituciones, los  medios de comunicación, los chistes, la música, el arte y la historia. 
   Las valoraciones de la  autora resultan importantes para entender que el imaginario cultural tiene  contenidos de género, por tanto, está matizado por estereotipos que expresan la  desigualdad. Asimismo, su criterio muestra la dinámica del género, sobre todo  cómo se solapa en cada uno de los espacios sociales, de modo que distinguirlo  constituye una ardua tarea que requiere de profundos conocimientos si se quiere  lograr la transformación hacia la equidad social.  
   A partir de lo  expresado se comprenderá que la importancia de los Estudios de Género estriba  en su capacidad para analizar la propia vida, la comunidad, el país, por tanto,  constituye una cuestión que debe interesar a todas las personas. Permite  comprender la condición femenina y la situación de las mujeres, así como la  condición masculina y la situación de los hombres. Por ello se plantea que  mujeres y hombres, por sus características, pertenecen a la categoría social de  género.
  2.3 Las identidades femeninas y masculinas
   Se considera importante  señalar que existen múltiples formas en que cada sujeto articula y le da  sentido al género. Cada uno habita su género de manera particular, pero siempre  tomando en consideración un punto de referencia con el cual se contrasta para  vislumbrar las similitudes y diferencias.
   Según Alfaro, M. C.  (2008), las identidades se construyen en relación con lo que debemos sentir,  hacer, pensar, e incluso, imaginar. Para ello debe tenerse en cuenta lo establecido  para nuestro género y también otras cuestiones como la cultura de pertenencia,  la clase o grupo social, la edad y la religión. De esa manera las identidades  femenina y masculina se definen por el conjunto de todas esas características,  cualidades y circunstancias. En el caso específico del género, la conformación  de las identidades se nutre de los modelos instituidos para lo femenino y lo  masculino.  
   El modelo femenino señala  para la mujer su consagración hacia los demás, pues debe trabajar, pensar y  cuidar a los otros, lo que implica, a su vez, olvidarse de su propia vida. En  este modelo se incluyen cualidades como la sensibilidad, la ternura en las  relaciones y la expresividad en cuanto a los sentimientos, así como la  obligación que tienen otros de protegerla, brindarle seguridad y estabilidad. 
   En relación a lo  anterior, también se ha analizado la subjetividad femenina como parte de esa  construcción identitaria. Meler (como se citó en Gaba, M. 2008) se refiere a  tres modos distintos de subjetividad: el tradicional, en el cual la mujer  centra su vida en la maternidad y la vida en pareja; el transicional, que  conserva la idea de la maternidad, pero se le agrega la inserción laboral y  profesional; y el innovador, que evalúa la maternidad y la conyugalidad como  una opción más en la construcción de un proyecto de vida.
   En el caso del modelo  masculino, ser hombre significa ser para sí. Al contrario de lo ocurrido con la  feminidad, los hombres viven más para sí que para las demás personas. Como  características de la condición masculina se distinguen: la constante competencia,  debido a que ellos deben mostrar que tienen el poder, y por ende, gozar de  espacio y reconocimiento social; la capacidad para descubrir cosas y  aventurarse; la visibilidad de su trabajo, ya que este genera la remuneración  económica, y con ello, viene aparejada la facultad que tienen de ser  propietarios de los objetos y los recursos y de tomar decisiones. 
   Además de lo anterior,  como parte de las cualidades de la masculinidad se destacan el deseo sexual, la  fuerza física y emocional, la capacidad de actuar bajo presión, el ser  proveedor de la familia, la abnegación y la rudeza. En este modelo se suprime  la vulnerabilidad, la pasividad, la comunicación de los sentimientos, así como  la necesidad de brindar afecto y cuidado. Valdés, T. y Olavarría, J. (1997)  consideran que el núcleo de la construcción social de la masculinidad reside en  asociar el ser varón con el ser importante. De este modo lo masculino aparece  como el modelo único de la existencia humana. 
   En relación a lo  expresado, Alfaro plantea que el mandato social potencia el desarrollo de  características femeninas y masculinas, pero se valora más lo masculino que lo  femenino, aspecto que encuentra apoyo en la ideología patriarcal. Puede  entenderse que todos los aspectos referidos ubican a la feminidad en desventaja  con la masculinidad. De ahí la insistencia en que la construcción social de  género marca la desigualdad para las mujeres, puesto que los hombres, desde  temprano, deben aprender a tomar decisiones y a valerse por sí mismos.
   Según Cavalcanti, T.  (2008) el dualismo de la sociedad patriarcal pone la razón, la determinación,  la fuerza, el poder y la inteligencia al lado de los hombres, y todo esto es  considerado superior a la intuición, a la ternura, al afecto, a la  sensibilidad, al servicio, que son puestos al lado de la mujer. 
   Esta autora plantea que  ninguna persona, por ella misma, se ha propuesto estar en condiciones de  superioridad o inferioridad, pero su formación de género le asigna un espacio  en alguna de estas posiciones. Por ese motivo, las relaciones de género se  establecen como relaciones de poder, donde el acceso a las decisiones queda  prácticamente con los hombres y las mujeres quedan excluidas de ellas.
   Independientemente a  estas ideas, Kaufman, M. (1998) señala que los hombres pagan un precio muy alto  por el poder y los privilegios que tienen en la sociedad patriarcal. Según el  autor, para ellos existe una peculiar combinación de dolor, poder y privilegio.  Tal idea resulta significativa para entender la subjetividad masculina, pues el  deber ser obliga a los hombres a ocultar sus interioridades, sus verdaderos  sentimientos, cuestión que puede provocar conflictos internos a la hora de  tomar una decisión.
   Aun cuando se comprende  que esta forma de organización de género no es justa, existen actitudes,  patrones de comportamiento muy arraigados que resultan difíciles de cambiar, y  por ello, en la mayoría de las ocasiones se actúa para reforzar ese orden  injusto.
   Por eso se plantea que  más que un modelo de feminidad o de masculinidad debería existir un modelo  colectivo que contemple la diversidad entre las personas de ambos sexos, las  especificidades de cada individuo y la riqueza y variación de identidades. 
   Para lograr lo anterior  resulta vital entender qué es y cómo opera el género. Esto nos ayuda a  vislumbrar cómo el orden cultural produce percepciones específicas sobre las  mujeres y los hombres, que se convierten en prescripciones sociales con las  cuales se intenta ordenar la convivencia. La normatividad social encasilla a  las personas y las suele poner en contradicción con sus deseos, y a veces,  incluso, con sus talentos y potencialidades.
   Cuando se habla de las  diferencias de género y la consecuente discriminación, se hace referencia a una  discriminación que se articula casi siempre con lo económico y lo político,  pero es necesario un análisis de la dimensión subjetiva, es decir, de las  subjetividades de varones y mujeres en estrecho vínculo con los procesos  sociales.    
   En resumen, puede  apreciarse que la construcción de las identidades está matizada por diversos  aspectos sociales, entre ellos el género, el cual tiene establecidas las  características que deben marcar los modelos femenino y masculino. De esta  manera, pueden entenderse las diferencias que existen para mujeres y hombres,  que provocan la discriminación y la exclusión a determinados espacios sociales.  Por tanto, resulta necesario pensar el género desde una óptica integradora, no  excluyente, que sea capaz de valorar la diversidad y con ella, la construcción  de sociedades más justas.
  2.4 Otras identidades, otras realidades 
   La evolución de los  Estudios de Género ha incorporado nuevas visiones en relación con las  identidades femenina y masculina. Si bien en un principio se estudió la  desigualdad hacia las mujeres, en los últimos años, se han sumado nuevos campos  de investigación como la diversidad sexual. 
   En relación a este  aspecto, el debate se ha abierto, pues ya no es posible pensar el género solo  desde lo femenino y lo masculino. De este modo, ha sido cuestionado el enfoque  binario, que distingue dos géneros y excluye a las personas que rompen con lo  establecido socialmente.
   El auge alcanzado por  esta temática, si bien se ha entronizado en la última década, proviene de  etapas anteriores. Así, se han establecido autores como Harold Garfinkel,  Suzanne Kessler y Wendy Mackenna, quienes han incorporado a los Estudios de Género  la visión de la transexualidad.  
   Según Castro, M. (2017),  estos autores plantearon la necesidad de reconocer la perspectiva transcultural  del género basándose en la aceptación de la transexualidad en determinadas  culturas. Sus ideas contribuyeron a cambiar la comprensión de la relación sexo-  género, en tanto demostraron que los transexuales concebían estrategias de  interacción social que les permitía ser reconocidos por uno de los géneros  mientras se identificaban con el otro. 
   Los criterios  anteriores cobraron mayor significación con Butler, J. (2004), quien al  analizar la relación sexo- género, apunta que el género no debía entenderse  como algo estático, era necesario tener en cuenta el lado activo, innovador y  creativo de los seres humanos al construir y desarrollar su condición genérica.   
   Esta autora no separa  las categorías sexo-género al expresar el papel rector de lo simbólico cultural  en esta relación. Con ello, Butler le otorga preeminencia a las construcciones  sociales que se erigen en torno al sexo, de modo que no pueden valorarse desde  una mirada dogmática, que a la postre, provoca también la exclusión y la  opresión social. 
   Su posicionamiento desmonta  los análisis que hicieron las feministas en los años 70, por tanto, le otorga una  visión totalmente diferente a lo establecido en la teoría de género. Tal  cuestión evidencia el enriquecimiento gradual que experimentan los Estudios de  Género, de tal manera que no pueden considerarse como letra muerta, sino todo  lo contrario, tienen carácter dinámico en correspondencia con los nuevos  estudios sociales. 
   Del mismo modo que se  ha cuestionado el tema de género asociado exclusivamente a la mujer, los Estudios  de Género, desde la posición de Butler, ponen ahora en tela de juicio la teoría  que solo analiza las relaciones de mujeres y hombres, por tanto, demanda un examen  más integrador que responda a otras realidades que matizan las relaciones  sociales.
   Al criterio de Butler  se suman otras feministas como Haraway, D. J. (1991) quien afirmó que la  distinción entre sexo y género no es adecuada, pues responde al dualismo naturaleza/  sociedad. De este modo, Haraway cuestiona la dominación que establece la  relación feminidad- masculinidad.
   En esa misma lógica, Narotzky,  S. (1995) expresa que sexo y género son construcciones culturales y sociales.  Mientras el sexo se asocia a la sexualidad reproductiva, el género se vincula a  la reproducción social que incluye también el sexo.
   En este sentido, la  autora establece relaciones bidireccionales entre sexo y género al señalar que  donde termina el sexo continúa o empieza el género, pero también apunta que las  relaciones de género inciden en la construcción social del sexo.
   Como puede apreciarse,  el concepto género ha suscitado múltiples miradas dentro de la propia teoría  que lo sustenta. No pueden desconocerse los aportes de las autoras referidas en  tanto logran vislumbrar aquellos vacíos teóricos que no se esclarecen en la teoría  de género difundida con mayor regularidad.         
   Todos estos estudios  han colocado en el centro de atención la categoría identidad de género, la que  goza de respaldo institucional en algunos países, pero también de múltiples  detractores. Su impronta está dada por la aparición de sexualidades diferentes  a las tradicionalmente conocidas, aunque es válido aclarar que estas nuevas  variantes han existido siempre en la historia. Solo que la falta de  reconocimiento y la férrea discriminación hacia ellas, han incidido en que sea  un elemento oculto. A ello han contribuido los mecanismos sociales que tratan  de mantener el statu quo de la  feminidad y la masculinidad.   
   ¿Qué entender por  identidad de género? ¿Cuáles son estas identidades emergentes en la sociedad?  Para dar respuesta a las interrogantes anteriores resulta necesario apoyarse en  los estudios que realizan algunos investigadores de Cuba vinculados al CENESEX.
   La identidad de género  se refiere a la vivencia interna e individual del género, de modo que cada  persona la siente profundamente. Puede corresponderse o no con el sexo asignado  al momento del nacimiento e incluye la vivencia personal del cuerpo, -que puede  modificarse mediante tratamiento quirúrgico o de otra índole-, y otras  expresiones de género como la vestimenta, el modo de hablar y los modales. Castro,  M. et al (2015)    
   De lo planteado resulta  determinante entender que la identidad de género rompe con las normas  establecidas socialmente, pues si bien en el momento del nacimiento inicia un proceso  de asignación de género de acuerdo con el sexo biológico al nacer, no siempre  el individuo se identifica con ese sexo, de manera que asume comportamientos,  actitudes, deseos que no se corresponden con él y por tanto, necesita  expresarse de acuerdo con lo que siente y no con lo que aparentemente se  observa. 
   A partir de lo  expresado se comprenderá la lucha interna que viven estas personas, quienes fueron  socializadas para asumir un género, sin embargo, en la práctica no pueden  lidiar con ese mandato social. De ahí la importancia de reconocerlas y brindarles  el apoyo que necesitan para encontrarse a sí mismas.   
   Según Butler, la  identidad de género no se construye sobre la base de la diferencia sexual, sino  en un proceso cultural de reproducción y producción por parte de las personas,  de normas y expectativas sociales vinculadas con el género. Castro, M. (2017)
   Su criterio evidencia  que no se trata de una enfermedad o algo que pueda corregirse a través de la  violencia o la marginación. Todo lo contrario, resulta vital comprender el  sufrimiento experimentado por estas personas y sus deseos de rescatarse a sí  mismas.
   Como parte de esas  otras identidades de género, pueden encontrarse las personas transexuales,  definidas como aquellas que expresan inconformidad a partir de la contradicción  entre la imposición social de un rol de género asignado, de acuerdo con el sexo  biológico, y el género con el cual se identifican. Castro, M. et al (2015)
   Los travesti son las  personas que adoptan una apariencia física distinta de la aceptada a partir del  género asignado socialmente. Dicha adopción puede ocurrir de manera eventual o  de forma permanente. Castro, M. et al (2018) 
   Algunos autores aluden  también a las personas que por su orientación sexual se incluyen en los grupos  de gays, lesbianas y bisexuales. Sin embargo, en estos casos, se trata de una  manera de asumir la sexualidad.
   Como puede apreciarse,  los Estudios de Género contemplan otros arquetipos identitarios que no se  corresponden con los modelos tradicionales. Ello evidencia la complejidad de la  categoría género, la que no debe analizarse solo desde la feminidad y la  masculinidad, sino en un entramado de relaciones que abra paso a la diversidad  y con ella, a la justicia y la equidad social.
3. Conclusiones
   La categoría género  surge al calor de los movimientos feministas de mediados del siglo XX. Gracias  a los aportes de diversas ciencias como la antropología, la psicología y la  sociología se logró arribar a la definición de género, la que se disoció del  enfoque biologicista y se entendió como la construcción sociocultural que se  hace a partir de las diferencias sexuales. 
   En un principio se  asoció a la categoría mujer, pero luego incorporó las problemáticas masculinas  hasta comprenderse la dimensión relacional entre mujeres y hombres. Esto dio  lugar al surgimiento de los Estudios de Género. Las investigaciones realizadas  en las primeras décadas se encargaron de analizar los modelos femenino y  masculino, y su incidencia en la construcción de las identidades. Desde estos  referentes se logró entender el predominio de las asimetrías que se conforman  para mujeres y hombres, las que provocan discriminaciones en los diferentes  ámbitos sociales. 
   En los últimos años se  ha cuestionado el enfoque binario que distingue solo lo femenino y lo  masculino, de forma tal que se han abierto las puertas a la identidad de género  con las complejidades que trae consigo esta categoría.
   Sobre los Estudios de  Género existen aún múltiples aspectos que escribir para un texto, pues la  diversidad de autores, sus posicionamientos, así como la existencia de otras  categorías epistemológicas inciden en que sea un tema que merece ser estudiado  con detenimiento. 
   La comprensión del  género como categoría de análisis constituye un asunto necesario, urgente, que  debe integrarse a los análisis sociales, porque solo así puede incidir en la  construcción de sociedades justas y humanistas. Ese es el propósito final de  todos aquellos que nos sentimos comprometidos con la igualdad, la justicia y la  equidad.
Bibliografía