PRESERVAR LA IDENTIDAD CULTURAL: UNA NECESIDAD EN LA ACTUALIDAD

María Elena Infante Miranda

Universidad de Ciencias Pedagógicas “José de la Luz y Caballero”, Holguín. Cuba

Rafael Carlos Hernández Infante

Facultad de Cultura Física “Manuel Fajardo”, Holguín. Cuba.

RESUMEN

En el complejo contexto contemporáneo la circulación indiscriminada e irreflexiva de valores culturales foráneos puede afectar, e incluso tender a anular una determinada tradición cultural. La penetración cultural, al imponer otros modelos, deforma la identidad de los pueblos; de ahí que resulte un imperativo su preservación. El término identidad se considera polémico, pues puede analizarse desde diferentes planos: filosófico, psicológico y sociológico, entre otros. Además, debe reconocerse que se manifiesta en diferentes niveles: sociedad, grupo, individuo; país, región, localidad; mundo, región, nación y que la identidad cultural, de mayor amplitud, engloba a los restantes. Es significativa la importancia que tiene para el individuo reconocerse como parte de una zona determinada, de su localidad, lo que no implica perder los lazos con la nación y el mundo. La educación constituye una vía eficaz para conservar y desarrollar la identidad, pues coloca como centro del proceso educativo al sujeto histórico-cultural. La labor educativa, en particular en las materias vinculadas directamente con estudios de la cultura está obligada a tener muy en cuenta que la identidad se ha formado a partir de la interacción mutua de las identidades regionales, de las diferentes formas fenoménicas que la identidad nacional asume en cada zona dotada de una tradición regional suficientemente precisa; de ahí que el conocimiento de los valores culturales sea una vía eficaz para lograr la identificación con las raíces, con las tradiciones, con la cultura.

Palabras clave: identidad, cultura,  contexto, contemporáneo, tradición.

Preservar la identidad cultural: una necesidad en la actualidad

En los albores del siglo XXI, en un contexto en el que la ciencia y la técnica han alcanzado logros insospechados, la humanidad está muy lejos de satisfacer sus expectativas. El hombre, día a día, se enfrenta con su bregar a las complejas condiciones de un mundo unipolar, que avanza hacia la globalización neoliberal.

En medio de un contexto tan complejo, se debe proyectar, para hacer frente a esa problemática, una política cultural consecuente, la cual descanse en presupuestos objetivos y se encamine a la defensa de los valores culturales más auténticos. La cultura nacional, portadora de los anhelos del pueblo, de sus valores, de su ser, parte inseparable de la identidad, desempeña un importante papel en la vida de los pueblos. Atendiendo a esta particularidad el crítico Leopoldo Zea ha expresado:”La cultura es por esencia liberadora de los obstáculos que impiden a los hombres y pueblos realizar sus proyectos”.

En el contexto contemporáneo se debe responder sabiamente al reto que significa preservar la cultura en condiciones tan hostiles, fomentarla, sin renunciar al necesario desarrollo material. Cultura y desarrollo, a pesar de que no avanzan coherentemente, no pueden verse como términos contrapuestos. Dentro de los esfuerzos realizados para enfocar de manera humanista este aspecto, debe citarse que desde 1992 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con el respaldo de la Asamblea General, constituyó la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo. En el informe presentado, por esa comisión, en 1995, puede leerse:

“[…] es inútil hablar de cultura y desarrollo como si fueran dos cosas separadas, cuando en realidad el desarrollo y la economía son elementos, o aspectos de la cultura de un pueblo. La cultura no es pues un instrumento del progreso material: es el fin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud”.

Para muchos países es sombría la situación en la actualidad, pues deben alcanzar niveles más altos en su base material, ponerse en contacto con el desarrollo tecnológico, lo que agudiza su dependencia de los centros de poder y además preservar su propia cultura, la cual sufre el embate de la que se va imponiendo a nivel global; deben defender su identidad en un ámbito económico que tiende a la pérdida del sentido de las fronteras nacionales.

A tal efecto es esclarecedor el criterio del economista Osvaldo Martínez cuando expresa: “Se nos habla de una nueva “economía mundo” en la que los estados nacionales casi se han disuelto y perdido el sentido de soberanía nacional, en virtud de unas tendencias universales”. Como se sabe, la circulación indiscriminada e irreflexiva de valores culturales foráneos puede afectar, e incluso tender a anular una determinada tradición cultural. La penetración cultural, al imponer otros modelos, deforma la identidad.

Resultan variadas las posiciones que asumen teóricos de diversas disciplinas ante un término tan polémico como el de identidad. Son abundantes las definiciones aportadas por diferentes investigadores, dentro de los que pueden citarse: Adolfo Sánchez Vázquez, Leopoldo Zea, Horacio Cerutti, Graziella Pogolotti, Enrique Ubieta. Carolina de la Torre, Víctor Casaus, Ambrosio Fornet, Mario Bello y Milagros Flores, Marta Pérez ... et al, Heinz Dieterich.

Para los investigadores Bello y Flores la identidad cultural “Expresa aquellos rasgos propios, comunes, específicos, que caracterizan a una determinada región o zona del mundo. Refleja, además, las diferencias dinámicas de un pueblo respecto a otro”. La investigadora Marta Pérez, por su parte, afirma: “Es posible afirmar que un pueblo tiene una identidad cuando sus individuos comparten representaciones en torno a tradiciones, historias, raíces comunes, formas de vida, motivaciones, creencias, valores, costumbres, actitudes y rasgos. Junto a ello deben tener conciencia de ser un pueblo con características diferentes a las de otros pueblos”.

Independientemente de las peculiaridades que los investigadores imprimen a las definiciones que han elaborado, de ellas se infiere que señalan como elementos esenciales para la identidad las condiciones subjetivas que caracterizan al individuo o al grupo de que se trate y la capacidad para reconocer lo propio y asumirlo como tal. Sin desconocer el valor de estos y otros acercamientos al término identidad se asume, por su amplitud  y por su valor metodológico, la definición aportada por las investigadoras Maritza García Alonso y Cristina Baeza Martín, quienes han señalado: “Llámese identidad cultural de un grupo social determinado (o de un sujeto determinado de la cultura) a la producción de respuestas y valores que como heredero y trasmisor, actor y autor de su cultura, este realiza en su contexto histórico dado como consecuencia del principio sociopsicológico de diferenciación-identificación en relación con otro(s) grupo(s) o sujeto(s) culturalmente definido(s)”.

Estudiar el tema de la identidad implica tratar aspectos concernientes a la memoria histórica; la que debe conservarse, aun en las más difíciles condiciones, pues como considera el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel: “La memoria no es para quedarnos en el pasado. La memoria es para iluminar el presente.”

Cuando un pueblo carece de memoria, de referentes históricos, no puede ocupar el lugar que le pertenece, ni garantizar su sobrevivencia en el tiempo, pues “Cancelar la historia, bloquear la memoria es una forma terrible de abandonar nuestros valores, de abandonarnos [...] Memoria viva ha dicho Eduardo Galeano, porque nos impulsa a reflexionar sobre nuestro pasado lejano y reciente. Hay que rescatar lo activo de la memoria y no dar cabida a la nostalgia paralizadora del pasado”.

Un elemento importante a tener en cuenta al analizar el tema de la identidad, como se apunta en las definiciones ofrecidas, es el sentido de pertenencia a un entorno determinado. Asumir este criterio es vital, pues existen, en las corrientes de pensamiento afines a la globalización, ideas agresivas que abogan por la “desterritorialización” de la cultura, como consecuencia del uso indiscriminado de los más sofisticados medios de comunicación. Para ideólogos de estas  tendencias es muy polémico el enfoque de los términos identidad cultural y nacional, que pretenden desautorizar.

Es significativa la importancia que tiene para el individuo reconocerse como parte de una zona determinada, de su localidad, lo que no implica perder los lazos con la nación y el mundo (todo lo contrario, los afianza), pues al identificarse más con su lugar de origen se puede apreciar mejor el lugar que se ocupa en la patria y en la humanidad. Por tanto se considera válido que: “Una fuerte y positiva identidad nacional presupone sentimientos de pertenencia, satisfacción y orgullo de esta pertenencia, compromiso y participación en las prácticas sociales y culturales propias”. La identidad es un fenómeno subjetivo, que pasa por emociones y sentimientos.

Se ha señalado que no siempre se trata el problema de la relación que puede establecerse entre los conceptos de identidad cultural y nacional de igual manera. La cuestión es discutible. Numerosos investigadores opinan que el primero incluye al segundo, tomando en consideración la amplitud que adquiere el término cultura.

En lo esencial hay coincidencias entre ambos términos, pues están estrechamente unidos, se interpenetran. Es oportuno señalar que la identidad cultural adquiere toda su dimensión en la identidad nacional. Cuando se produce la pérdida de valores nacionales, se mantienen, en lo fundamental, los culturales, pero no se manifiestan con todo el vigor y el dinamismo que cobran en el contexto patrio.

En los momentos actuales existe el peligro de la pérdida de las identidades (en sus diferentes niveles de resolución: sociedad, grupo, individuo; país, región, localidad; mundo, región, nación,) ante la transmisión, mediante avanzados medios de comunicación, de patrones culturales ajenos, presentados como los únicos auténticos.

Es, por tanto, insoslayable la preservación de los valores más auténticos para garantizar la permanencia en el tiempo del acervo cultural que cada pueblo ha heredado y debe legar a las futuras generaciones; el cual ha de estar en armonía con el patrimonio universal, aunque sin asumir posiciones miméticas que lo alejen de su idiosincrasia y generen una actitud de desarraigo.

Esta preocupación, tan actual como necesaria es compartida por quienes se pronuncian a favor de la búsqueda de lo autóctono como medio de sobrevivencia. Así lo ha expresado H. Cerutti: “Hasta de la comida es necesario hacer una trinchera para garantizar un mínimo de espacio a la reproducción de una identidad propia. ¿Es esto negarse a la universalización? De ninguna manera. Solo siendo alguien es posible aportar a una historia común”.

Como se sabe, la educación constituye una vía eficaz para conservar y desarrollar la identidad, pues coloca como centro del proceso educativo al sujeto histórico-cultural. Entre identidad y educación se establece una relación muy estrecha, al respecto se afirma que: “Toda educación al margen de la identidad es una educación vacía”.

La labor educativa, en particular en las materias vinculadas directamente con estudios de la cultura está obligada a tener muy en cuenta que la identidad nacional se ha formado a partir de la interacción mutua de las identidades regionales, de las diferentes formas fenoménicas que la identidad nacional asume en cada zona del país dotada de una tradición regional suficientemente precisa.

Estos contenidos constituyen uno de los veneros más importantes de saber cultural. Los estudiantes adquieren mediante ellos conocimiento sobre valores culturales del país, aprenden a apreciar la producción artística, y, también, a profundizar en aspectos del panorama histórico - cultural. Debe tenerse presente que profundizar en la cultura de la nación, de la región o de la localidad, es una vía eficaz para lograr la identificación con las raíces, con las tradiciones.

Sin embargo, hay que señalar que no siempre estos programas de estudio conceden espacio y orientación para el tratamiento de autores, obras y otras manifestaciones artísticas de carácter regional y local. Debido a ello se ha de desarrollar un trabajo metodológico y educativo que permita afianzar en los estudiantes un mejor conocimiento de sus raíces culturales, de su tradición regional y, sobre todo, de la dinámica artístico-cultural de su presente.

En consecuencia, adquiere verdadero significado la realización de un proyecto que puede ser entendido como acción necesaria en las condiciones histórico-sociales que rodean al hombre contemporáneo: rescatar, estudiar, promocionar los valores culturales más auténticos de la localidad; fomentar el respeto hacia los mismos por parte de las nuevas generaciones, preservando la memoria histórica, fomentando el sentido de pertenencia a la comunidad, el arraigo nacional.

Resulta esencial que el estudiantado se interrelacione de manera dinámica y creativa con los valores culturales de su país, de su región, de su localidad, lo que incide en que la joven generación, en proceso formativo, se reconozca como parte de una zona determinada, lo que no implica perder los lazos con la nación y el mundo, por el contrario es una forma de consolidarlos al poder constatar en su medio los valores nacionales y universales. La educación debe asumir esta meta como una de sus más importantes misiones en la actualidad.

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Apud. J. Carranza Valdés: "Algunas consideraciones para el debate", en: Cultura y Desarrollo, p. 13.

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Cfr. Adolfo Sánchez Vázquez: “Postmodernidad y postmodernismo”, 1989; Leopoldo Zea: “La cultura latinoamericana y su sentido libertario”, 1994; Horacio Cerutti: “Utopía y América Latina”, 1994; Graziella Pogolotti, Enrique Ubieta: “Nación e identidad”, 1995; Carolina de la Torre: “La conciencia de mismidad”,  1995; Víctor Casaus: “Memoria e identidad”, 1996; Ambrosio Fornet: Cuba. Cultura e identidad nacional, 1995; “El (otro) discurso de la identidad.”, 1996; Mario Bello Hernández y Milagros Flores: “Identidad cultural, transferencia, tecnología y medioambiente”, 1997; Marta Pérez et ... al.: “Identidad nacional, organizaciones culturales y tiempo libre”,  1999;  Heinz Dieterich: Ensayos, 2000.

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Carolina de la Torre: “La conciencia de mismidad.”, en: Temas 2 – 95, p. 112.

Cfr. Carolina de la Torre: Ibidem

Cfr. M. García A y, Baeza M. Op. cit. p. 23.

Horacio Cerutti G: “Utopía y América Latina”, en: Identidad cultural latinoamericana, p. 20.

Carlos Córdova Martínez: Identidad y globalización, p. 4.

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