Orlando Peláez Escalona*
Dania Domínguez Castro**
Universidad de Granma, Sede Blas Roca Calderío, Cuba.
e-mail: opelaezec@udg.co.cu
Resumen.
    En este trabajo abordamos aspectos acerca de la  participación política en el desarrollo de nuestra sociedad a partir de la práctica  transformadora del pueblo, teniendo como sustento ideológico la teoría marxista  leninista a lo largo de un proceso de casi 60 años de construcción socialista.
    La Revolución Cubana apareció en el escenario mundial, como  una experiencia “suicida” para algunos y como un “faro de esperanza” para  otros.
    Su base radica en la participación política de los  ciudadanos, en el papel activo de los individuos, hombres y mujeres que  conforman la unidad de nuestro pueblo, durante los diferentes momentos de su  desarrollo como seres sociales histórico- concretos en la cual la Educación de las amplias masas ha  jugado un rol esencial en el desarrollo de una cultura general de todo el  pueblo,  lo que ha posibilitado crear las  bases para el logro de una participación política efectiva en apoyo a la obra  creadora de la Revolución y sustentada en la doctrina de Marx, Engels y Lenin.
  Palabras claves: Participación  Política, Teoría marxista-leninista, Educación.
  Abstract: In this paper, we address aspects of the experience of political participation  in the development of our society based on the transformative practice of the  Cuban people, having as an ideological support Marxist-Leninist theory  throughout a process of almost 60 years of socialist construction.
    The Cuban Revolution  appeared on the world stage, as a "suicidal" experience for some and  as a "beacon of hope" for others
    Its essence lies in the  political participation of citizens, in the active role of the individuals, men  and women that make up the unity of our people, of the Cuban Nation, during the  different moments of their development as historical - concrete social beings  in the which mass popular education has played an essential role in the development  of a general culture of the whole people, which has made it possible to create  the bases for the achievement of an effective political participation in  support of the creative work of the Revolution and sustained in the doctrine of  Marx, Engels and Lenin.
  Keywords: Political Participation,  Marxist-Leninist Theory, Education
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato: 
Orlando Peláez Escalona y Dania Domínguez Castro (2020): “Marxismo-leninismo y participación política: papel de la educación en Cuba”, Revista Atlante: Cuadernos de Educación y Desarrollo (marzo 2020). En línea: 
https://www.eumed.net/rev/atlante/2020/03/marxismo-leninismo-educacion.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/atlante2003marxismo-leninismo-educacion
Introducción.
Hablar de Marxismo-Leninismo en el siglo XXI es, para a algunos,  referirse a temas ya anacrónicos y obsoletos. La caída del muro de Berlín  y  con este los países de Europa Oriental  y la desintegración  de la Unión  Soviética,  se asoció al olvido y  dejación de las ideas marxistas leninistas; se había  llegado a lo que algunos llamaron “el fin del  socialismo real” y con ello la pérdida de identidad del pensamiento de izquierda  a nivel internacional. Las fuerzas partidarias de las concepciones  neoliberales, adquirieron nuevos matices y aliados en aquellos que dejaron a un  lado sus principios y se plegaron a los intereses del gran capital. La práctica  parecía indicar la conveniencia de buscar caminos “más seguros y viables” que  el de atenerse aferrado a un ideal que para algunos se había extinguido en sí  mismo.
Ello planteó un reto para los académicos comprometidos con  esos ideales. Defender las ideas, la esencia   y la vigencia del pensamiento marxista leninista se convirtió en un  desafío de primera magnitud. Pero convencidos, ante todo, de que esa defensa  debía provenir de posiciones verdaderamente consecuentes con la obra de Marx,  Engels y Lenin. Es así, como no basta con la consulta y la exhortación al  discurso formal y dogmático, casi siempre escrito atrás de un buró y de  espaldas a  la riqueza de matices que  presenta día tras día la vida, el desenvolvimiento real de la compleja y contradictoria  interacción entre el individuo y la sociedad en su conjunto.
Abordemos  brevemente lo que sucedía en cuba  previo  al proceso del año 1959.
 Las luchas independentistas  durante el siglo XIX, se frustraron con la intervención militar norteamericana  en la guerra cubano-española y la instauración  de una república mediatizada, peculiar neocolonial  marcada por la penetración yanqui en nuestro país al ser arrebatado el poder a  las tropas mambisas, verdaderas triunfadoras en la lucha contra la metrópoli  española. Sin embargo, nunca se interrumpió la actividad revolucionaria: se  funda el Partido Comunista de Cuba en agosto 1925, dando continuidad histórica  al Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí en 1892 durante el  período insurreccional conocido por Tregua Fecunda, con clara proyección  estratégica para el desarrollo de la nueva República; tiene lugar un rápido  fortalecimiento del movimiento obrero y estudiantil, que mantiene al país en un  incesante desarrollo de fuerzas revolucionarias, capaces de implicar a  diferentes estratos y grupos sociales. Son hitos significativos en este  desarrollo la fundación en 1922 de la Federación de Estudiantes Universitarios  (FEU) por Julio Antonio Mella, - joven cofundador del Partido Comunista en 1925  con Carlos Baliño  y la creación en 1939  de la organización que por primera vez unificó el movimiento sindical, germen  de la actual Central de Trabajadores de Cuba (CTC).
A principios de los años 50, se genera un importante movimiento  en torno al Partido Ortodoxo, fundado por el viejo luchador antimachadista  Eduardo René Chivas (1947), en cuyas filas se comienzan a destacar diferentes  líderes. Entre ellos descolló la figura de Fidel Castro, joven abogado y líder  de este movimiento, surgido de las filas universitarias y que reúne alrededor  de si a lo mejor de la llamada “generación del centenario”, en honor al  centenario del natalicio de José  Martí,   que se propuso que no muriesen los ideales del Apóstol de nuestra  independencia. Se gesta así, como única solución a los males que asolaban al  pueblo cubano,  un período de acción armada  que comienza con los asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes  de Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente el 26 de Julio de 1953 y culmina  con el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.
El Ejército Rebelde constituido por la vanguardia  revolucionaria del pueblo, fue el principal protagonista de esa hazaña. Sin  embargo, no bastaba con la ruptura de las viejas instituciones de poder: había  que establecer y consolidar un nuevo poder, imposible sin la participación política  del pueblo en la consolidación y avance del proceso. Los llamados por el Che  “gérmenes del socialismo” que se habían gestado durante la lucha guerrillera  adquirieron nuevas fuerzas, se trataba entonces de la aparición en la historia  de la Revolución Cubana, “ahora con caracteres nítidos, de un personaje que se  repetirá sistemáticamente: la masa”.
Pero esa masa no es capaz de generar de modo espontáneo un  proceso de transformación social profundo. Las ideas marxistas eran sólo  conocidas por una minoría de ese pueblo revolucionario, ¿cómo vincularlas  a la práctica revolucionaria y  transformadora?
Desarrollo
El compañero Ricardo Alarcón, expresidente de la Asamblea  Nacional del Poder Popular, en su discurso de apertura de la II Conferencia “La  Obra de Carlos Marx y los Desafíos del Siglo XXI”, en el año 2006, se refirió a  estos aspectos cuando señaló la importancia decisiva de la relación entre el  hombre y su entorno. Importancia expresada genialmente por Carlos Marx en una  de sus conocidas “Tesis sobre Feuerbach” cuando afirma:
“La teoría  materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la  educación, y de que, por tanto, los hombres modificados  son producto de circunstancias distintas y de  una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que  hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser  educado. Conduce pues forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes,  una de las cuales está por encima de la sociedad. (Marx,  1963)
La coincidencia  de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede  concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.
El ser consecuente con estas ideas ha sido una de las  principales fortalezas del proceso cubano, donde  los cambios en las circunstancias ocurren de  modo simultáneo a los cambios en  las  personas como resultado de su actividad, en una muy compleja y contradictoria  interacción.
Muchos son los ejemplos de este proceso de desarrollo  humano de nuevo tipo. 
La Campaña de Alfabetización fue un momento imprescindible  en este proceso de transformación para la construcción del hombre nuevo, como  premisa y resultado de una socialidad nueva. José Martí escribió “ser cultos  para ser libres” y esa frase del Maestro se tradujo en la erradicación del  analfabetismo, en menos de un año. A partir de ese momento, se pudo iniciar un  proceso de escolarización que no se ha detenido jamás y nos permite contar hoy  con una población que rebasa los niveles de escolaridad promedio de cualquier  país latinoamericano, e incluso de países de los llamados del primer mundo, con  una extensión y universalización de la enseñanza que alcanza los lugares más  recónditos del país.
A ello se unen los esfuerzos  por  el  avance en la industrialización y el desarrollo de la base económica en su  sentido más integral, cuestión plasmada con mucha claridad en el Modelo  Económico de Desarrollo Socialista aprobado en el VII Congreso del Partido  Comunista de Cuba, que se propone, en lo inmediato, dejar de ser un país  mono-productor de azúcar y comenzar a ampliar las capacidades de producción y  exportación de diferentes productos aprovechando el capital humano y  científico-técnico existente en nuestro país. Estos esfuerzos se llevan a cabo  en las desfavorables condiciones de comenzar las transformaciones a partir de  la condición de país subdesarrollado y tener que trabajar durante todos estos  años en condiciones de verdadera guerra económica con los Estados Unidos de  América, pese a lo cual podemos mostrar avances marcados en el campo de la  biotecnología, la informatización, la atención médica, la educación, el  deporte, la industria, y el contar hoy con profesionales altamente calificados  en diversas esferas de la ciencia y la tecnología que prestan sus servicios en  varios países del mundo
En el campo político, luego de importantes transformaciones  ya desde los primeros meses posteriores al triunfo de 1959, el país comenzó un  proceso de institucionalización en el año 1976, con la constitución del Sistema  del Poder Popular, decisivo para el ordenamiento del nuevo “poder público”  cubano con su fundamento en promover la participación política desde el  ciudadano más simple, del profesional, del obrero, estudiante, campesino,  intelectuales, amas de casa en los procesos de dirección, en la labor de  Gobierno del Estado como institución, que a su vez tiene que revolucionar su  propia esencia. La estructuración del Sistema de Órganos del Poder Popular,  donde se integran los representantes propuestos y electos libremente por la  población para integrar los órganos locales de poder y gobierno en los  municipios, hasta la constitución de la Asamblea Nacional, máximo órgano de  poder estatal de la Nación, es columna vertebral de este nuevo ordenamiento.  Cuestiones estas que serán perfeccionadas en la medida que se vaya aplicando la  nueva constitución aprobada por la inmensa mayoría de nuestro pueblo recientemente.
Sin embargo, hablar de todo este proceso como algo lineal y  ascendente sería caer en una peligrosa trampa de triunfalismo que pondría en  peligro el indispensable progreso, el continuo perfeccionamiento de este proceso  transformador y con ello la propia sostenibilidad e invulnerabilidad del  proceso revolucionario cubano.
Fidel Castro en su discurso en el Aula Magna de la  Universidad de La Habana, en noviembre del 2005 alertó sobre estos peligros.
Cuba no salió  incólume de la caída del campo socialista. En menos de un año se perdió un  mercado que garantizaba más del 85% de las importaciones del país, el consumo  de petróleo pasó de casi 13  millones de  toneladas del crudo a poco más  de 3  millones de toneladas, con el consiguiente deterioro de la producción  energética que afectó a la industria en general, con una sensible repercusión  en  la calidad de vida de la población.  (Castro, 2009, p.5)
Cuba llegó a tener niveles de consumo calórico en el año  1993 inferiores a los de Haití. La crisis económica llegó a niveles  impensables…,  pero a pesar de todo  ello,  nunca llegó a convertirse en una  crisis política,  precisamente por las  fortalezas ideo políticas desarrolladas durante los años de Revolución en ese  protagonista indispensable: el pueblo cubano. (Domenech, 1996, pp. 19-22)
No obstante, en unos casos aparecieron y en otros  cobraron  fuerza, conductas sociales no  acordes con los valores que preconizaba nuestra sociedad, tales como el consumo  de drogas, la prostitución y un peculiar auge en los delitos de corrupción.  Todas ellas representando una amenaza principalmente para la reproducción  social por su potencial implicación en las más jóvenes generaciones.
 La revolución  atravesó por innumerables momentos de peligro,   pues además de enfrentar una difícil situación económica interna, no se  puede olvidar la existencia de un entorno altamente hostil en contra  de nuestro país, caracterizado por la  existencia de un bloqueo de casi 60 años por parte de la potencia más poderosa  del planeta,  que se recrudece cada vez  con las llamadas Enmienda Torricelli y la Ley   Helms Burton y sobre todo en los momentos actuales con la aplicación del  título Tres de dicha Ley  que establecen  nuevos cercos de bloqueo que traspasan las fronteras territoriales de los Estados  Unidos y que tienen como objetivo supremo asfixiar de hambre al pueblo cubano  para provocar un cambio de régimen en nuestra patria, ejemplo más que elocuente  de esta política es la crisis energéticas que enfrentamos en estos momentos,  producto a la persecución a las compañías  navieras y armadoras  que transportan el  combustible a nuestro país
Los clásicos del marxismo no vivieron, ni podían predecir  las agudas situaciones de un  desarrollo  global neoliberal. Mucho menos pensar en desarrollar un proceso socialista en  las condiciones de Cuba en los años noventa del siglo XX. Ante todo, porque  eran científicos, y nunca se plantearon dejarnos escritas recetas  preestablecidas para la elaboración del futuro comunismo. Mucho menos, ninguno  de los viejos manuales de marxismo había previsto estas situaciones, ni podía  aportar salidas teóricas que contribuyeran a resolver y a salir de esta  coyuntura. Entre otras razones, sobre todo por el lastre imperdonable de  castrar el legado de Marx, Engels y Lenin, excepcionalmente rico en su  dialéctica y creatividad.
Es precisamente en coyunturas como esta, donde se refuerza  la importancia para el movimiento socialista de una teoría revolucionaria que  parta de la práctica revolucionaria y transformadora de los pueblos, una  teoría  creativa, viva y fresca nacida de  cada pueblo, acorde a su historia, sus tradiciones, capaz de convertir en  propias, las mejores ideas del desarrollo de  la humanidad.
Es en momentos como estos, que se manifiesta en todo su  valor lo que es un requerimiento permanente del pensamiento emancipador  socialista: un pensamiento liberador que tenga en cuenta al individuo como el  protagonista del proceso de construcción socialista en su doble rol de sujeto  individual y a la vez sujeto social, capaz de transformarse y a la vez  transformar su comunidad, su barrio y su país. 
El principal reto de nuestra sociedad lo constituye sin  dudas, la formación de ese  sujeto; de  una mujer, un hombre, un joven, capaces de enfrentar las nuevas relaciones de  capital, donde el mercado impera como el dueño universal y absoluto del  desarrollo del ser humano.
La globalización, en su actual expresión neoliberal, actúa  frontalmente contra la formación del individuo socialista, creando una cultura  del yo sin nosotros y del nosotros sin el yo. Ahora necesitamos un sujeto que sea capaz de relacionar e integrar en una  unidad de nuevo tipo, el yo con el nosotros. 
 Con el desarrollo del capitalismo se alcanza  un metabolismo en el cual todo interviene según la lógica única del capital,  incuso el ser humano, que vale en tanto es visto como posibilidad de acumular y  es una oportunidad para explotar.(Marx, 1973, p.140) 
 Es una acción orientada a lograr productos  máximos con medios mínimos. Pero no con el sentido de eficiencia y racionalidad  del uso de los recursos objetivamente escasos a disposición de la especie  humana. Se eligen los fines según la utilidad que cada sujeto humano calcula  para lograr su máxima ganancia. La persona humana se constituye en un  fragmentado homo economicus. Pero lo peor de esa fragmentación reduccionista es  que esta perspectiva no se limita sólo a esta esfera económica, hoy es asumida  también por el pensamiento político, social, cultural, religioso e inclusive  espiritual. Todo el sistema se transforma en un engranaje de funcionamiento.  Todo es un insumo para crecer con tasas máximas de ganancia para los  representantes del capital. La salud   y  la educación, se transforman,  junto con el individuo,  en capital  humano.
Por esto, cobran hoy nueva vigencia las célebres palabras  de Rosa Luxemburgo cuando afirmaba que la disyuntiva era “socialismo o  barbarie’’ a las que, con todo respeto, debemos añadir hoy:… Si no  desaparecemos antes como especie humana. 
 El Che en su  artículo “El socialismo y el hombre en Cuba”, ya  alertaba sobre la necesidad de subvertir  revolucionariamente esta lógica perversa del desarrollo,  cuando planteaba:
“La nueva sociedad  en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace  sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una  educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también  por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las  relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad  capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de  la producción y, por ende, en la conciencia. (Guevara,  1965, p.17) 
En el esquema  de Marx se concebía el período de transición como resultado de la  transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones;  en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista  algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En  estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir  sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias  contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el  sistema.”
Cada país aportará sus propias enseñanzas a la construcción  y desarrollo de la necesaria nueva lógica del comportamiento humano, a las vías  y modos específicos para trascender el metabolismo reproductivo del capital en  cada caso histórico concreto, pero sin perder la brújula de esa esencia  transformadora. Esos aportes no pueden ignorar la obra de Marx, Engels y Lenin,  que representan una herencia viva y actuante, rejuvenecida y con nuevas  fuerzas, para construir el futuro indispensable que ya da sus primeros pasos en  el accionar de las fuerzas revolucionarias de todo el mundo.  
Cuba ha asumido su responsabilidad en esta lucha, con  modestia pero con firmeza y decisión, sintetizada hace ya varios años por  nuestro Fidel cuando se refirió a la necesidad de una reforzada y permanente  “batalla de ideas”,  que es potenciada en  los momentos más duros del Período Especial durante la crisis económica de los  años 90, y contribuyó y contribuye al fortalecimiento y consolidación del  socialismo, como  la mejor respuesta  a todos aquellos que se cuestionan la  existencia de la revolución cubana, a la vez de constituir el mejor antídoto  para enfrentar  los obstáculos, las  insuficiencias y deficiencias propias del difícil e inexplorado camino de la  construcción socialista, el “viaje a lo ignoto” como le ha calificado el  compañero Raúl Castro.
El concepto de Revolución de Fidel, es uno de los ejemplos  más fehacientes del pensamiento revolucionario cubano, síntesis de una  obra  cuyas raíces se encuentran en la lo  más auténtico y valioso del pensamiento marxista-leninista, y de todo el  pensamiento estratégico de la revolución cubana desde el siglo XIX hasta  nuestros días: 
“Revolución es sentido del momento histórico,  es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plena, es ser  tratado y tratar  a los demás como  seres humanos,  es emanciparnos por nosotros mismos y con  nuestros propios esfuerzos, es desafiar poderosas fuerzas dominantes  dentro y fuera del ámbito social y nacional,  es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio,  es modestia, desinterés, altruismo  solidaridad y heroísmo, es luchar con audacia, inteligencia y realismo, es no  mentir jamás ni violar principios éticos, es convicción profunda de que no  existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y de las  ideas. 
Revolución es unidad, independencia, es luchar  por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, es la base de  nuestro patriotismo, de nuestro socialismo, de nuestro internacionalismo.  (Fidel 2006)”
Se destaca aquí un importante aporte a la teoría  revolucionaria, por el papel que se asigna al sujeto político, y a sus nuevas  cualidades definitorias, sujeto  transformador,  que se genera como resultado del propio proceso. La “revolución” deja de ser  asociada tan solo a la lucha por la toma del poder por los desposeídos y pasa a  ser concebida como un proceso transformador donde el hombre es el principal  protagonista de los cambios, a partir de su práctica social revolucionaria. 
En este proceso de configuración del sujeto, de este hombre  y mujer del siglo XXI, será condición imprescindible que cada individuo sea  consciente de sus derechos; capaz de ir más allá de su individualidad,  conciliar efectivamente ésta con el colectivo, con la sociedad como un todo,  poseedor de una actitud responsable y solidaria que lo mueva a la lucha contra  los presupuestos sociales, económicos y políticos de la sociedad capitalista;  todo ello como escalón inmediato indispensable en un proceso mucho más complejo  de trascender el alienante modo de reproducción del capital, expresión  culminante de siglos de explotación, y comenzar así a dejar atrás la  prehistoria de la humanidad. Será entonces necesario comenzar  a legitimar al sujeto como actor y productor  y dejar a un lado a ese homo economicus que se subordina al poder del capital.  Sólo así concebimos el proceso de construcción del hombre nuevo, al que Fidel  se refiere como protagonista de esa revolución que aparece como la salida digna  a los conflictos que enfrenta hoy la sociedad y que será capaz de conducirnos  al mundo mejor que soñamos gestar.
La construcción y el desarrollo del hombre nuevo socialista  deberán necesariamente marchar aparejada al desarrollo de los fundamentos  materiales de esa sociedad. Pero entendiendo en primer lugar que es el  individuo, en su concepción integral y no fragmentada, como ha transcurrido  durante siglos, el elemento esencial de esa base material. 
Ello implicará la educación y formación de nuevas  cualidades y valores, la sociedad deberá convertirse en la gigantesca escuela  donde se geste ese hombre nuevo que protagonizará ese nuevo mundo, al cual  todos se refieren y que nosotros afirmamos que solo será posible alcanzar como  resultado del permanente e infinito proceso de autoperfeccionamiento del  individuo socializado en un nuevo modo de desarrollo humano: el comunismo como  proceso. El Che indicó en el conocido artículo antes mencionado hacia las  complejidades que ello implicaba:
“El hombre, en  el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar  de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y  hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía es  preciso acentuar su participación política consciente, individual y colectiva,  en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la  necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos  procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así  logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización  plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.
Ya vendrán los revolucionarios  que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo.”
Avanzamos así en la permanente construcción de un  pensamiento marxista- leninista en el siglo XXI, fundamento indispensable para  una práctica revolucionaria de desarrollo verdaderamente humano, que toma el  legado más valioso de sus predecesores y que se nutrirá con nuevas fuentes de  pensamiento revolucionario entre las cuales, sin duda, habrá un importante  aporte del pensamiento latinoamericano que cada día cobra más pujanza a partir  de los procesos de transformación político-social que se están desarrollando en  el continente latinoamericano, sumido durante siglos a diferentes coloniajes y  que hoy aparece, como un horizonte de esperanza para millones de hombres y  mujeres de todo el mundo.
Es así como si bien cada país, necesita definir sus propios  objetivos acorde a sus problemáticas específicas, la Educación, aparece como  una opción que promueve a partir de su propia esencia, al diálogo como factor  básico para la comunicación, acompañado de principios éticos y  políticos, que constituyen una tríada  inseparable en un proceso de formación como sujetos de la historia,  solidarios y capaces de transformar sus  realidades. 
Desde la subjetividad la Educación contribuye a la formación  de valores y una cultura de paz que promueve la democracia y el respeto a la  integridad humana.
Se trata de educar para que tenga sentido, como decía  Freire, de que “pueden cambiar las generaciones, pueden cambar las  sensibilidades, pero no puede cambiar la necesidad de nuevos caminos de lucha”.  En la consecución de hombres y mujeres con un desarrollo pleno; de ciudadanos  portadores de nuevos patrones de producción y de consumo, respetando la  sustentabilidad de los recursos y del medio ambiente.
Oscar Jara nos recuerda que "es preciso construir otro  tipo de poder sobre la base de otra lógica y de otros valores: un poder asumido  como servicio; un poder entendido como responsabilidad asignada en relación a  la cual hay que rendir cuentas; un poder que suponga ejercicio compartido y no  atribuciones concentradas".
Esta necesidad de nueva educación no es privativa de los  países subdesarrollados sino que es un reflejo de la crisis de muchas  sociedades, por ello Freire afirmaba que “la confrontación no es pedagógica,  sino política” (Jara, 2005, p14)
Se trata de una educación con una intencionalidad política  encaminada  a la construcción de poderes  capaces de transformar la sociedad y convertirla en escenarios compatibles para  desarrollo pleno de los hombres y mujeres que la componen. Hay quienes  pretenden negar la unidad dialéctica entre lo político y lo pedagógico, ante lo  cual Freire constataba: “Para mí, la educación es un proceso  político-pedagógico. Esto quiere decir, que es sustantivamente político y  adjetivalmente pedagógico” (Freire, 2010, Conferencia de prensa) 
En América Latina, la educación es básicamente una  educación para la participación política  preparando “grupos de acción social” que  contribuyan a una legitimación de la  ciudadanía reconstruyendo el nuevo poder que deberá ocupar en cada una de los  contextos, donde se desarrollen estos procesos.
Nos referimos a la construcción de una ciudadanía  participativa que incluye la acción en diferentes espacios de poder, de todos  los sujetos que componen la sociedad teniendo en cuenta su heterogeneidad, sus  diferentes ritmos participativos y sus acciones; acordes a la cultura,  tradición  e identidad de cada uno de los  pueblos; re-elaborando así sus propias agendas para producir cambios en un  sentido integral, que incorpora las dimensiones, ética, política y educativa de  la Educación.
No se trata de procesos lineales, sino que por lo general  se hace necesario enfrentarse a limitaciones, esquematismos, miedos y  desconocimiento, porque estos procesos revolucionan y exigen la búsqueda de  verdaderas estrategias educativas que faciliten la puesta en práctica de iniciativas.  Se exige de una participación política de las autoridades y gobiernos unidos al  accionar de los educadores y de todos los ciudadanos.
Por ello es que para lograr experiencias exitosas se hace  necesario la incorporación consciente y comprometida del Estado visto en su  representación a nivel local y territorial lo cual implica una estrategia de  doble sentido donde la acción educativa se dirige en sentido de las autoridades  y de la ciudadanía si queremos lograr propuestas realmente exitosas y sustentables.
No es una educación “en abstracto”, neutral, “aséptica”; es  la educación para un nuevo poder, el poder de los individuos sobre sí mismos  como parte del todo humano e incluso en su indispensable interacción con la  naturaleza. No es la educación para reproducir dominios de unos sobre otros, ni  el aberrante dominio de la naturaleza por el hombre. Necesita del poder para su  propia realización práctica, que niegue la naturaleza anterior de ese poder, la  trascienda en una efectivamente humana auto dirección social.
Es así como la Educación en el caso cubano encuentra su  espacio y dentro del poder revolucionario transformador orienta el desarrollo  de una cultura participativa que potencie la equidad, la eficacia, la  eficiencia y la responsabilidad en la gestión pública y, por otro, a modificar,  en correspondencia, la organización y funcionamiento actuales del aparato  estatal en el nivel local, para que el ciudadano pueda transformarse en actor  principal de la gestión pública y por ende, de la materialización de sus  intereses colectivos y de sus proyectos de vida.
En este escenario, el ámbito municipal, en la unidad de los  diversos espacios socializadores del individuo como productor- consumidor, por  la cercanía de los centros de decisión a las necesidades específicas y  cotidianas de los ciudadanos, es clave para establecer nuevos tipos de relación  entre el Estado y la comunidad.
El proceso educativo deberá entonces enfrentar diferentes  desafíos ante lo nuevo, fundamentalmente a la falta de un hábito participativo.  Es aquí donde las mediaciones pedagógicas, los instrumentos didácticos, son  caminos y herramientas de estos procesos, en este llamado “parto educacional”,  a partir de nuestra práctica y dirigida a la transformación de nuestra sociedad  socialista.
El desarrollo del proceso revolucionario promovió desde los  primeros momentos, importantes avances socioculturales en la mayor parte de la  población, a través de un singular proceso de auto transformación  masas-individuos: en las acciones masivas, en un contexto de progreso cultural  en todos sus sentidos pero sobre todo marcado muy fuertemente por los aspectos  de la cultura política. Se produce así un desarrollo importante de los  individuos como actores de las transformaciones, que, a la vez que los  involucra crecientemente, genera en igual medida nuevas demandas de  participación política. 
Aparece así una permanente necesidad de búsqueda y  promoción de vías y modos  más efectivos  para  esa participación política, acordes  a las peculiaridades propias de cada contexto histórico  y sobre todo, respondiendo cada vez más, a  las demandas de autorrealización social de los individuos, portadores del  proceso transformador como actores plenos y protagonistas de los procesos de  transformación que se generan a partir de sus acciones.
Ello hace imprescindible el desarrollo de un nuevo tipo de  participación política,  que tenga como  elemento sustantivo, la posibilidad real de una ampliación de la base  democrática del control social en las acciones del Estado.
Es así como la participación política popular constituye la  base de nuestra democracia dirigida a un ejercicio real de distribución del  poder, que promueve la participación política de los individuos. 
Pero no basta con reconocer que existe necesidad de nuevas  vías de participación política. La situación es más compleja y se hace  importante identificar estos modos y vías, e implementarlos. En última instancia  porque todo ello pasa por cambios que operan en la espiritualidad de las  personas, pues  una participación política  consciente y comprometida en el proceso es algo que requiere de una “cultura  participativa”.
El concepto de participación política, adquiere así una  importancia esencial ante cualquier análisis y guarda una estrecha relación con  el concepto de “poder”. Históricamente los que dirigen, los que ostentan poder  o autoridad han sido los que han tenido la posibilidad de participar  políticamente decidiendo, mientras que a los dirigidos, se les ha reducido su  libertad o se les ha limitado la participación política a los niveles de  consulta, o ejecución de tareas decididas por otros. La participación política  es un derecho, y es ante todo un sistema, un proceso dinámico. Ignorarlo genera  conductas de autoritarismo – dominación- subordinación en los actores del proceso  social. Y responsable es  no sólo en el  que lo ignora, sino en el que no lo favorece.
¿Qué significa  participar políticamente?
En los últimos tiempos son frecuentes las argumentaciones  en pos de la participación política sustentada en criterios de eficacia de los  recursos, necesarias para cubrir las necesidades existentes: la participación  política  (entendida en la mayoría de los  casos como colaboración) resultaría la vía por excelencia para incrementar la  eficacia de los proyectos sociales. Se acude a las argumentaciones técnicas  cuando se hace de la participación política una herramienta necesaria a todo  proceso de trabajo social para enriquecer con la información que aportan los  sujetos, adecuarse a sus necesidades y posibilitar la ampliación de sus  conocimientos y competencias, así como enriquecerse a partir de sus propios  aportes. 
La  participación política constituye un proceso desarrollador, no sólo porque los  que participan logran nuevos saberes, sino porque también desarrollan  capacidades para la auto superación, para la independencia cognoscitiva, la  convivencia y la comunicación, para el trabajo colectivo, pero sobre todo  porque aprenden una nueva manera de actuar y de conducirse más democráticamente  en un colectivo, porque aprenden a apreciar el saber de los demás, porque  desarrollan valores de humildad, solidaridad, tolerancia, firmeza, patriotismo,  en fin valores éticos que son indispensables en un hombre que pretendemos cambie  el mundo hacia un estadio superior.(González, 2006, p. 11) 
La  participación política se concibe entonces, a partir de tres principios o  componentes básicos: querer, saber y poder.
El querer ha sido una opción predominantemente mayoritaria  en la población cubana, expresada a partir del compromiso revolucionario del  pueblo como ha quedado demostrado en innumerables ocasiones a lo largo de  nuestra historia posrevolucionaria, como han sido: la aprobación de la I y la  II Declaración de La Habana, de la Constitución de la República aprobada en  1976,  los procesos electorales del Poder  Popular, la aprobación de los Lineamientos de la política económica y social  aprobada por VI y VII congreso del PCC y más recientemente la nueva Constitución  Socialista donde la inmensa mayoría de la población ha expresado su Sí por la  Revolución
El querer  participar  siempre será un reto sobre todo cuando nos referimos a las generaciones más  jóvenes que sin haber tomado parte en las luchas por la conquista del poder  político,  mantienen su apoyo a la  Revolución, en momentos en que el sistema enfrenta situaciones que van desde  carencias materiales hasta la aparición de manifestaciones que en el campo de  lo ideológico, presentan un panorama complejo, haciéndose necesario el rescate  del pensamiento marxista-leninista, y por qué no, decir también “guevariano y  fidelista” para enfrentar las contradicciones que desde lo muy sutil, hasta lo más  declarado amenazan el pensamiento revolucionario, pretendiendo así lacerar  la  necesidad y continuidad del  socialismo como proceso para la consecución de una sociedad comunista, como la  única salida posible para el mantenimiento de un ideario de justicia y  libertad humana.
El poder participar políticamente  cuenta con importantes potencialidades en  la  estructuración y principios de  funcionamiento del sistema de Órganos del Poder Popular, que facilita y  promueve la participación política del ciudadano de base en la función de  gobernar a partir de la figura del Delegado del Poder Popular, que permite  vincular los intereses de los individuos, barrios y comunidades en los  diferentes escalones del sistema de Gobierno cubano. 
Sin embargo, aún si bien desde lo conceptual ello está  garantizado, no se puede olvidar que estos procesos están mediados por la  actuación de hombres y mujeres que los matizan a partir de la subjetividad y el  accionar de quienes los protagonizan. Ello significa que en esta dirección  pueden aparecer contradicciones  a partir  de quienes aceptan la participación política, siempre que ella no signifique el  ocupar sus supuestos “espacios de poder”, apareciendo reservas en cuanto a la  capacidad de participación política de las masas populares en las  estrategias, soluciones y planificación de  recursos, entre las más reconocidas.
A nuestro juicio, ello está vinculado a limitaciones  asociadas a “saber participar”. Se trata, de la necesidad de generar procesos  de socialización dirigidos a acrecentar y consolidar capacidades en los  individuos y  grupos  que conforman el escenario del proceso social  cubano propiciando que se generen o reconstruyan intereses, aspiraciones,  cultura e identidad, todos ellos elementos indispensables para alcanzar un  desarrollo humano pleno y sostenible al que aspiramos, ostenten todos los  ciudadanos. 
Para la transformación raigal de la sociedad que hoy  requerimos,  es imprescindible la toma  del poder por los más desposeídos, pero no podemos quedarnos en ese momento,  mucho menos en su primer acto formal indispensable, de destrucción de la vieja  maquinaria estatal. Se trata de garantizar la puesta en marcha de un ejercicio  real de poder antes, durante y posterior a este momento para una nueva práctica  transformadora y revolucionaria.
Se hace necesario   que en las nuevas estructuras se promuevan nuevas vías de participación política,  donde los individuos en sus prácticas cotidianas se apropien de esas  potencialidades y las transformen en verdaderos procesos autogestionarios de  transformación y desarrollo local.
Sin duda, ello no es un proceso ni fácil, ni espontáneo. El  cambio en las mentalidades, valores, sentimientos de los involucrados, requiere  de espacios de formación que involucran desde el ciudadano simple hasta el  funcionario y dirigente a cualquier nivel. Se hace entonces imprescindible  el desarrollo de procesos educativos,  que partan de la práctica, teniendo en cuenta  las peculiaridades de cada contexto, la historia de cada pueblo y sean capaces  de transformar sus realidades.  
Se genera así, un nuevo desafío para la Educación  que rebasa la educación de las masas  populares e involucra a la formación de una “pedagogía democrática en las  acciones del gobierno”; determinada por la participación política consciente de  la población a partir de la apropiación de   su  papel protagónico  durante el desarrollo de  procesos que implican una  transformación social desde el ejercicio de  un verdadero poder popular.
La práctica en la Educación   reconoce el carácter político de la educación, asume una opción por el  fortalecimiento de las organizaciones sociales y movimientos populares gestados  desde la base; trabaja en la creación o el desarrollo de las condiciones  subjetivas que posibilitan la construcción de ese sujeto histórico, capaz de  adelantarse a su emancipación. Es la generación de propuestas pedagógicas  coherentes con las intencionalidades anteriormente expuestas.  
Para Cuba el reto es grande. La participación política se  ha incrementado, pero la transformación efectiva de nuestra realidad implica el  fortalecimiento de una cultura de participación política que, desde el ámbito  local, construya propuestas democráticas e incluyentes coherentes con nuestro  proyecto social socialista. (Miranda,  2005, p 13) 
La formación de estos “sujetos para la participación política”  pasa además por un crecimiento humano de los involucrados haciendo realidad el  principio de la formación del hombre nuevo, al que concebimos estrechamente  vinculado a los siguientes elementos: (Valdés, 2016, p. 4)
A-) La “capacidad  de soñar”, aparece como una necesidad en la perspectiva de futuro de los  ciudadanos que permite establecer estrategias de vida que van más allá del  inmediatismo que caracteriza en muchos casos propuestas de transformación en  proyectos interventivos  que van a la  solución del problema inmediato, sin dar espacio a la potencialidad de los  grupos en diseñar su futuro.
B-) La necesidad  de un cambio en la concepción de vida de los ciudadanos, que se deberán sentir  responsables de su accionar como miembros de una sociedad donde se vele por el  cumplimiento de verdaderos procesos de democratización y será una premisa  indispensable de estos procesos.
Esto será posible a medida que se desarrollen cambios en la  comunicación entre los individuos, que se pase de la “escucha pasiva” al  diálogo enriquecedor en que se promueve el análisis y la reflexión entre  individuos y grupos y se favorezca la superación de barreras y conflictos, que  entorpecen y frenan procesos de integración y desarrollo.
La necesidad de privilegiar los valores culturales,  potenciar la identidad de grupos y comunidades, recrear el gusto por lo  estético y el disfrute de la creación, constituyen igualmente elementos  imprescindibles de estas transformaciones. La promoción de sujetos creadores  constituye uno de los retos principales en experiencias de  este tipo.
El “poder del pueblo”, frase muy utilizada como consigna  representativa de la participación política debe ir acompañada de una  transformación y preparación que defina el posicionamiento de los individuos  para el ejercicio de ese poder. 
El ejercicio del poder por el pueblo que se expresa en la  labor cotidiana de gobernar, deberá constituir un proceso integrador desde la  base, a partir de las propias estructuras y organizaciones, creadas y surgidas  del seno de la revolución, pero que deberán recobrar su papel como vanguardia y  líder de esos procesos de empoderamiento ciudadano. (Aguilera,  2009, p. 3) 
Se trata en primer lugar de adecuar las organizaciones  existentes en los barrios y en los diversos espacios socializadores, desde el  momento de producción material, a las necesidades del entorno en cada momento,  entendido hasta la totalidad del sistema social. Esto requiere de la  eliminación de barreras, dadas  con mucho  peso en la subjetividad de los individuos que las conforman. Decisivo es  interiorizar que la participación política demanda un crecimiento ético,  político, organizativo, de derecho de los ciudadanos,  que deben ser potenciados a través del  sistema del Poder Popular y demás instituciones políticas y de masas en nuestro  país
Cuba tiene todas las condiciones para ser ejemplo de  democracia de nuevo tipo, que potencia y realiza efectivamente el ejercicio de  poder del ciudadano simple hasta los más altos niveles de la labor de Gobierno,  articulando los intereses desde lo individual con los intereses de la nación. 
Se deben vencer además las barreras de la exclusión que por  diferentes motivos, marcan a una parte de la población como aislados del centro  del ejercicio de poder, en procesos en los cuales son muchas veces utilizados  como objetos de manipulación. 
Se plantea en toda su diversidad, la necesidad de una  “cultura política participativa” que integre demandas, potencialidades e  intereses de los ciudadanos a través de la unidad de acción de las  organizaciones en las cuales milita y a través de las cuales podrían canalizar  estas inquietudes en sus diferentes escenarios de actuación, en correspondencia  con  los requerimientos de la etapa  actual de nuestro proceso de construcción social.
El análisis de esta perspectiva desde el escenario cubano,  si bien no admite generalizaciones para otros espacios, brinda elementos a  tener en cuenta en cualquier propuesta participativa, si nos referimos a la  potencialidad de generar procesos de participación política capaces de  proporcionar nuevas aristas e iniciativas de desarrollo social.
El sueño de la  participación política será entonces como el sueño de la utopía, que el amigo y  educador popular mexicano Carlos Núñez siempre nos hace  recordar refiriéndose al conocido escritor  Eduardo Galeano cuando decía: “La utopía es algo que está en el horizonte. Yo  camino hacia la utopía diez pasos y la utopía se alejó diez pasos; Y camino  otros veinte y se vuelve a alejar otros veinte y siempre así. Entonces la  pregunta es ¿para qué sirve la utopía? Y la respuesta es simple: para caminar,  para ir hacia adelante”.
Con la participación política puede que suceda algo  parecido, siempre surgirán nuevos desafíos y aspiraciones en lograr una  participación política  realmente  efectiva, pero en el camino a seguir será esencial la educación y preparación  de los sujetos en su marcha construyendo esa realidad, que potenciará la nueva  sociedad que aspiramos alcanzar: una sociedad plena de individuos plenos, en el  ejercicio de sus potencialidades.
Conclusiones:
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