Francisco Muñoz de Escalona
Dr. en Economía del Turismo
franjomues@gmail.com
¿Desde  cuándo hay turismo?, ¿en qué consiste?, ¿es conveniente investigarlo?, ¿por qué  y para qué?, ¿es cuantificable? Aún podríamos seguir haciendo preguntas, la  última de las cuales bien podría ser: ¿tienen todas ellas, las formuladas y las  no formuladas, respuesta? Aunque parezcan atrabiliarias o inoportunas, lo  cierto es que la abundante literatura que se viene dedicando a este fenómeno  social no es ni todo lo aclaratoria ni todo lo clara que debería ser, a juicio,  claro, del autor. Es por ello por lo que éste se ha decidido, contra viento y  marea, a pergeñar las páginas de este libro, con la pretensión de aclarar un  panorama no caracterizado precisamente por la claridad ni por la operatividad. 
  Un  libro que empezó a escribir hace nada menos, que 30 años, cuando el autor, ya  mayorcito, contaba con medio siglo de vida. Hoy, ya octogenario, ha considerado  necesario, y oportuno, agavillar las espigas, algunas en aún en agraz, que ha  ido cosechando en tan largo periodo de tiempo. A mediados de los ochenta del  siglo pasado, por pura serendipia, se interesó por la antropología cultural. Fue  cuando José Manuel Naredo (Madrid, 19142) comentó en la revista Mayo que fundó el socialista Miguel  Muñiz de las Cuevas (Orense, 1943), colega del autor, una obra, extremadamente  interesante y peculiar del pensador francés Georges Bataille (1987 – 1962) titulada La parte maudite (1949). Para Naredo,  Bataille fue un avanzado precursor de lo que él llama economía ecológica, un  paradigma científico que critica la economía que él gusta de tildar de  convencional porque abandonó la física al abrazar como norte la institución del  mercado. La escasez, según Naredo, es la energía, razón por la cual, para la evaluación  de la viabilidad (rentabilidad) de cualquier actividad productiva propone la  construcción de un balance que estime el saldo resultante de la diferencia  entre la energía aportada y la energía consumida. Solo si la diferencia es  positiva se diagnostica su conveniencia. 
  Dado  que la traducción al español de la obra citada era realmente mala, el autor  decidió traducirla, única forma que encontró para poder conocer en profundidad el  singular pensamiento económico de Bataille. Y cuál no sería su sorpresa cuando  constató que, en la obra citada, cuya versión española publicó en 1987 la  editorial Icaria de Barcelona, Bataille lo que sostiene es que el planeta  Tierra no padece escasez sino abundancia debido a que recibe gratuitamente un  flujo de energía solar, energía que, de acuerdo con la física de Einstein, se  transforma en materia como demuestra la fórmula E = a Me2, donde E es  energía, M masa o materia y e2 la velocidad de la luz al cuadrado. Por consiguiente,  decir que la Tierra cuenta con una cantidad de energía abundante equivale a  decir que cuenta con una cantidad de materia igualmente abundante. En  consecuencia, es obvio que Naredo entendió mal, justamente al revés, el  pensamiento de Bataille, y así lo denunciamos en un artículo que fue publicado  en la revista Mayo. 
  Fue  el peculiar y extraño pensamiento antieconómico de Bataille, basado en la  abundancia y no en la escasez, la cual es la base indiscutible tanto de la  economía de mercado, o monetaria como de la economía ecológica, o física. De  haber algo escaso, viene a sostener Bataille, en el planeta Tierra, es el  espacio, esto es, la superficie terráquea, en la cual, la inevitable recepción  del flujo solar genera un perpetuo movimiento de defensa que aspira a consumirlo,  un consumo que, como sabemos gracias a Einstein, ni lo agota ni lo destruye,  sino que lo transforma en diversas forma de materia, las cuales, de acuerdo con  la misma ley, ni se destruye ni se agota, sino que se transforma de nuevo en nuevas  fuentes de energía. Bataille sostiene que la vida surgió en la Tierra como  solución al problema de la abundancia de energía. Pero cada forma de vida acaba  siendo una fuente de más energía en un proceso sin fin. La antieconomía de  Bataille se encarna en la ley de la depredación generalizada. La consecuencia  de esta ley inexorable no es otra que la saturación inevitable de un territorio  terráqueo que, no se olvide, es lo único que es escaso.
  Como  economista, al autor le resultó, como puede comprender cualquiera, este  pensamiento altamente perturbador. Pero también escandalosamente seductor. Pues  no cabe duda de que sus propuestas tienen la extraña virtud de aportar  respuestas a más de un enigma físico y social. Como ya he abusado más de lo  debido de la paciencia del lector solo debemos añadir lo siguiente: Si es  correcto, como parece que, en efecto, vivimos en un planeta cuya capacidad de  carga tiende a saturarse, ello explicaría la obsesión por conquistar nuevos  territorios que padecen muchos pueblos. Para ello han tenido que disponer de  ejércitos bien pertrechados y de gran capacidad de penetración. Fue entonces  cuando en la mente del autor se planteó la sospecha de que bien pudiera existir  una fórmula no violenta por medio de la cual algunos pueblos consigan disfrutar  de territorios ajenos, aunque solo sea de forma pasajera o transitoria. Una de  esas fórmulas bien pudiera ser el turismo.
  La inquietud  por comprobar si tal posibilidad pudiera ser una de esas fórmulas llevó al  autor, investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de  Madrid, España, a abrir una nueva línea de estudio: la investigación del turismo.  A pesar de que en su instituto había un Departamento de Economía y Panificación  del Turismo en el que había cuatro investigadores más, a la nueva línea de  investigación solo se dedicó él habida cuenta de que los demás se dedicaban al  estudio del turismo de acuerdo con lo que podemos llamar el paradigma  convencional, del que ya habrá tiempo de hablar.
  La  obra se plantea dividida en tres partes. En la primera se incluyen trabajos en  los que el autor expone los resultados de los estudios que llevó a cabo hace  años y con los que se propuso indagar en la bibliografía acumulada sobre la  materia desde fines del siglo XIX. 
  En  la segunda parte se incluyen algunos trabajos, publicados o en fase de  publicación, en los que se exponen las reacciones de la que denomina comunidad  de turisperitos, la formada por los autodenominados expertos científicos en  turismo. Reacciones que no son abundantes porque dicha comunidad ha preferido no  acusar recibo de las formulaciones del autor. Ha sido como si, así, se pudiera  combatir de la forma más eficaz y limpia, lo que se ha recibido como inocentes  y absurdas provocaciones.
  Por  último, en la tercera parte, se incluyen algunos de los trabajos publicados en  los que el autor expone sus aportaciones. Aportaciones que habrían podido  llegar a estar mucho más elaboradas si la comunidad de expertos hubiera  considerado necesario, y científicamente oportuno, aceptar el reto y abrir un fructífero  debate. De haber sido así, el autor está y seguirá estando convencido, perdón  por la inmodestia, de que la investigación del turismo habría conseguido avanzar,  primero, teóricamente, eliminando anomalías, clarificando la investigación y  dotando a la materia de una estructura coherente y homologable con el análisis de  las demás actividades productivas, y, finalmente, potenciando las inversiones  en empresas dedicadas a producir el turismo apto para su consumo final.
  En cualquiera que sea la obra sobre  el turismo que abramos podemos constatar que, continuamente, se hace referencia  al producto turístico. Sorprende, sin embargo, que no sepa lo que es. Lo mismo  se asegura que no hay ningún producto que sea turístico por sí mismo como que  el turismo se produce cuando se consume, o que el verdadero producto turístico  es la experiencia que se obtiene cuando se hace turismo. La obra consigue,  primero, llevar a cabo una adecuada observación de la realidad y, después, en  base a ella, superar, entre otras, las citadas anomalías, identificando  objetivamente el turismo como un producto específico, el cual, como todos los  demás, primero se produce y luego se consume. 
  Una obra insólita: no la pide nadie,  nadie la echaría de menos si no existiera, pero el autor está convencido de que  es absolutamente necesaria. Necesaria porque la literatura del turismo al uso  aún no se ha percatado de que el turismo, es una realidad que no se agota en  ser un fenómeno social, es también, una actividad productiva que puede ser  objetivamente identificada, y que, por ello, puede, y debe, ser estudiada del  mismo modo, y con el mismo herramental analítico, que las demás actividades  productivas. Si no se hace así es porque el turismo se estudia solo desde el  sujeto que lo consume y no desde lo que se produce antes de ser consumido. Solo  si se hace así será posible ir más allá de la mera cuantificación de los  impactos del gasto turístico y poner el énfasis en su verdadera naturaleza, la  de que es una mercancía y que, por ello, ha de ser producida con una tecnología  adecuada y por especialistas que la dominen, los que podemos llamar ingenieros  del turismo, una profesión que existe sin ser reconocida como merece y, por  tanto, no adecuadamente valorada y perfeccionada. De aquí la necesidad de  estudiar el turismo aplicando el análisis microeconómico, superando el convencional  tratamiento sociológico y macroeconómico dominante. ¿Tiene tal propuesta ventajas? El autor está convencido de que las  tiene desde hace más de tres décadas. Se trata de una propuesta científica y  operativa, queremos decir práctica. Científica porque, como podrá comprobar el  lector, se basa en un tratamiento del turismo desde la metodología propia de  las ciencias económicas. El autor parte de la evidencia de que si el hombre  hace viajes de ida y vuelta es para satisfacer una necesidad para la cual ha de  desplazarse hasta donde está el satisfactor de la misma. Para ello ha de  dotarse de un plan, proyecto o programa de viaje, algo que, sin duda, constatan  los resultados de la observación de la realidad. Formuladas estas premisas la propuesta  consiste en elevar dicho plan o programa a la categoría de ser el único  producto que cabe calificar como turístico resolviendo con ello la indefinición  de la que adolece la literatura convencional u ortodoxa, la Doctrina General  del Turismo (DGT).
  Identificado el pan de viaje como el  verdadero producto turístico queda identificada igualmente una única empresa  turística resolviendo la indefinición de la que igualmente adolece la DGT, para  la que todos las empresas son o pueden ser consideradas como turísticas y, como  tales, objeto de estudio, en la medida en la todos los productos que elaboran  son pueden ser tratados como siendo o pudiendo ser adquiridos un comprador sui  géneris, desplazado desde donde reside hasta donde se lo ofrezcan, el turista,  un agente que, por otra parte carece de una sólida identificación. Hasta aquí  la constatación de que la propuesta que hacemos es científica.
  ¿Y es también práctica? Así es ya  que si el producto que consume un turista es un plan de viaje lo que procede es  crear empresas que lo produzcan aplicando una tecnología adecuada, y mejorable  como consecuencia de las innovaciones que puedan aportarse. ¿Existen ya estas  empresas? Sí y no. Sí porque son las turoperadoras, denominación adecuada como  veremos. Y no, porque la DGT y los expertos que la aplican para investigar y  para enseñar, no las consideran productoras sino comercializadoras o  intermediarias entre la oferta (los productos llamados turísticos – una  selección oportunista de todos los que existen - elaborados por las llamadas  empresas turísticas, una selección igualmente oportunista si lo que producen es  algunos de los productos considerados como turísticos por la sencilla razón de  que son adquiridos por los turistas. La DGT concibe al turista como una especie  de rey Midas porque todo lo que toca queda transustanciado en turístico. En  esto radica el enfoque de demanda desde el que se estudia la economía del  turismo que caracteriza a la DGT. 
  Como acabamos de decir, denominar a  la empresa turística turoperadora es harto acertado. El prefijo tur alude a  turismo y el sustantivo operadora remite a obra, y obra a producto. En  consecuencia, la turoperadora es la empresa que produce turismo, es decir,  planes de viaje. Las que producen servicios de alojamiento, refacción,  transporte, visitas a museos, estancias en parques temáticos, etcétera,  servicios que, obviamente, no son turísticos sino factores de la producción de  turismo. En virtud de lo que venimos exponiendo es evidente que las  turoperadoras, las que elaboran planes de viaje (los mal llamados “paquetes”)  deben ser tratadas como productoras de turismo, no como comercializadoras como  hace la DGT. Y, siendo así, en las empresas turoperadora deberían trabajar unos  profesionales perfectamente preparados en el conocimiento de las técnicas idóneas  para la fabricación de turismo. Por ello, los centros que emiten el título,  entre otros similares, de técnico en empresas turísticas, harían bien en preparar  titulados para una profesión que puede tendrá un brillante porvenir, la de  ingenieros de turismo en dos especialidades, la de ingeniero de turismo  diseñador, que desempeñarían su trabajo en el departamento de I+D de la empresa  turística, y la de ingeniero proyectista, dedicado a ensamblar los servicios  incentivadores y facilitadores de acuerdo con los proyectos diseñados por los  proyectistas. Por su parte, los inversores acertarían abriendo empresas productoras  de turismo (planes de viaje estándar y a la demanda).
  El turismo es un producto que empezó  a ser producido por el consumidor. En esto no se diferencia de ningún otro. Sin  embargo, así como todos los demás de consumo masivo ha ido pasando a ser  producidos por empresas mercantiles, el turismo aún sigue en gran parte en la  fase de autoproducción. Queda, pues, abierta la posibilidad de que también el  turismo sea mayoritariamente producido por empresas mercantiles. La ley de Say,  la que establece que la oferta crea la demanda, se cumplirá cuando el mercado  esté abastecido por productos turísticos mejor elaborados e incluso más baratos  que los que elaboran los consumidores.
Para citar este libro puede utilizar el siguiente formato: 
Francisco Muñoz de Escalona (2019): “Por y para una microeconomía del turismo. Una propuesta: científica y operativa. VOLUMEN II”, Biblioteca virtual de Derecho, Economía, Ciencias Sociales y Tesis Doctorales (febrero 2019). En línea: 
https://www.eumed.net/libros/1809/index.html
Recibido: Febrero 2019 Aceptado: Marzo 2019 Publicado: Marzo 2019