LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

Diego Alfredo Pérez Rivas (CV)
Universidad Complutense de Madrid
diego.perez.rivas@ucm.es

 

4 La defensa de la democracia

Es un hecho digno de atención que cuando tratan temas políticos y contrariamente a la filosofía platónica y aristotélica, la escuela sofista no haga mención precisa a un concepto vital como lo es el de “bien común”. Es lógico pensar que aquella idea no aparece expresada en el pensamiento sofista debido a que consideraron que tal bien común no era algo fijo ni estable como lo establecían sus adversarios filosóficos. Los sofistas mantenían muchas de sus tesis en la utilidad, en el provecho y en el interés, pero daban por entendido que tales conceptos eran dinámicos y no podían ser reducidos a una fórmula universal. Para algunos sofistas la noción más cercana a la del bien común estaba expresada de hecho en la ley del más fuerte. Dicha ley tendría que asegurar que la naturaleza cumpliera sus principios, aunque no quedaba del todo claro si su acatamiento sería beneficioso para todos los miembros de la comunidad. Su desenlace más probable sería sin duda el de una serie de poderosos subyugando a los débiles. 

            Por otro lado, la forma de gobierno democrática siempre se ha sostenido en diversos principios. Primeramente, en la consideración según la cual todos los seres humanos son iguales por naturaleza en aspectos cognitivos y políticos. Segundamente, dado que existe una igualdad política entre todos los seres humanos tiene que existir a la par la posibilidad de que todos accedan a un nivel de conocimiento político primigenio. Tercero, la opinión de los seres humanos es lo que modela nociones tales como la justicia y la injusticia, la bondad y la maldad, lo provechoso y lo nocivo. Cuarto, el resultado de esas opiniones son los patrones de justicia que se establecen en la ciudad para regular la vida en común. Quinto, los aparatos legales son producto de convenciones sociales y por lo mismo todos son históricos y contingentes, pues su explicación se enmarca en la lógica de un contexto determinado. Sexto, en el caso específico de Grecia la democracia era vista no sólo como el gobierno de las mayorías o del pueblo en general, sino de los que eran pobres.

            Para Tomás Calvo los rasgos que definen el conocimiento político en Protágoras, y en general en el relativismo de los sofistas son tres:

  1. Identifican el ser con la apariencia.
  2. Todas las opiniones son verdaderas.
  3. La verdad es relativa a cada individuo o grupo.1

Si cogemos los tres principios que definen el conocimiento político en Protágoras es sencillo observar la vinculación que existe con la defensa de la forma de gobierno democrática. Igualmente, podemos ser capaces de mirar que dicha defensa se sustenta principalmente en suposiciones filosóficas de vital importancia. Opuestamente a Platón y Aristóteles, que desde distintos frentes defendían el ámbito epistémico del conocimiento político, Protágoras reduce tal conocimiento a las opiniones. Con ello, expone que dado que el conocimiento político se reduce a opiniones y en tanto que dichas opiniones las pueden tener todos, entonces la mejor forma de gobierno será aquella en donde todos puedan expresar sus opiniones en el ámbito público. En ese sentido, se niega la posibilidad de que exista un saber certero en el que existan especialistas e ignorantes. Contrariamente, dado que el conocimiento político es relativo, todos los individuos tendrían la misma capacidad para expresar su parecer respecto a la organización política. No hay opiniones falsas, opuestamente todas las opiniones participan en cierto grado de la verdad.

La diferencia entre las opiniones vendrá dada no por su acercamiento a la verdad, sino que vendrá dada por el provecho y utilidad a las que se refieren. De tal manera, las opiniones, al igual que sucede en la democracia, tendrán que ser juzgadas por su capacidad de apelar a la persuasión. Las opiniones más convincentes serán entonces las más útiles y provechosas en tanto que la mayoría considera que así es. El criterio de discriminación de las opiniones responde entonces a la necesidad de crear consensos mayoritarios.

La defensa democrática de los sofistas recuerda en gran medida el Discurso fúnebre de Pericles en donde se realiza una apología del gobierno de las mayorías. En tal cauce, el político ateniense expuso lo siguiente: “Tenemos un régimen político que no envidia las leyes de nuestros vecinos, pues más bien somos ejemplo para alguno que imitadores de los demás. Se le da el nombre de democracia porque sirve a los intereses de la mayoría y no de unos pocos, pero según las leyes en los litigios privados todos tienen los mismos derechos”.2

Tanto para los sofistas como para Pericles, la Atenas democrática representaba el máximo grado de desarrollo en lo que a las formas de organización humana se refiere. La ventaja de la democracia frente a las otras formas de gobierno la encuentran en el hecho de que en tal régimen todos pueden opinar y tener los mismos derechos sin ser menospreciados por apelación al nacimiento o al dinero. En tal sentido, se sostiene que los regímenes en los que sobresale la opinión de unos cuantos no son tan perfectos como en aquellos en que se respeta la opinión de las mayorías. Dicha posición esta influida por la consideración según la cual no hay ni puede haber verdades universales en el ámbito político. El hecho de haber desterrado el paradigma político según el cual existen especialistas e ignorantes en cuestiones políticas parece ser considerado como el mayor logro de la democracia. La única forma de asegurar la igualdad de derechos y la participación de las mayorías en los asuntos públicos era sustentar que el conocimiento político dependía fundamentalmente de las opiniones. Tal planteamiento estaba justificado a través del mito de Prometeo según el cual las nociones del sentimiento moral y la justicia estaban repartidas por igual entre todos los seres humanos. De tal forma, la discriminación por cuestiones sociales o culturales fue criticada por un planteamiento que dejaba de apelar a la naturaleza humana para apelar a la condición humana según la cual todos corren peligro por su insuficiencia individual.

Al dejar de apelar a un conocimiento epistémico o técnico que se refiera a una realidad natural, y al apelar a un conocimiento doxástico los sofistas consiguieron dotar de bases teóricas a la democracia. Tales pensadores concluían que en política no podían existir especialistas porque la vida política era el producto de meras convenciones sociales, con lo que sostenían a la par la necesidad de que dichas convenciones fueran el resultado de la opinión de las mayorías. De tal manera, la ley jurídica dejaba de ser considerada como el producto de un esfuerzo cognitivo en el que se intentará conducir a la ciudadanía a una cierta virtud de carácter natural-universal. Contrariamente, la ley jurídica fue considerada como ley positiva en el estricto sentido de la palabra, en tanto que conceptos tales como justicia y legalidad vienen dados por una constante actualización de la opinión mayoritaria.

La democracia, contrariamente a la monarquía y a la aristocracia, sostiene que no existen elementos irrefutables para sostener que la aparición de diferencias cualitativas importantes entre los distintos tipos de seres humanos. Igualmente, establece que no existe diferencia objetiva entre los distintos tipos de apetitos. Todos los modos de vida se encuentran permitidos en la medida en que aquellos no pongan en peligro la opinión de la mayoría. En tal sentido, una figura política sumamente importante en las democracias históricas ha sido la del ostracismo. Tal figura, una institución eminentemente democrática, se erigió con la finalidad de que ningún ciudadano sobresaliera a sus semejantes, ya que aquello podía constituir un peligro para la democracia. El régimen democrático, de esta forma, intento evitar a través de dicha institución la creación de liderazgos que pudieran conducir a una tiranía o a una forma de gobierno que sostuviera la supremacía de las minorías sobre las mayorías. La salvaguarda de la democracia, por ello, es el ostracismo.

En época de Clístenes se aplicó el ostracismo y se llevó a cabo una de las reformulaciones más importantes de la Atenas histórica. Esta institución consistía en el destierro y la inhabilitación política que se presentaba exclusivamente por más de seis mil votos a favor, en las famosas tablillas dispuestas para el caso, y que se aplicaba a distintas figuras sobresalientes con base en lo anteriormente expuesto. Los desterrados y privados de sus derechos políticos por diez años fueron, entre otros, Megacles, Jantipo, Temístocles, Arístides, todos ellos figuras importantes en cada una de sus competencias; por ejemplo, Megacles en el terreno político y Temístocles, un caso muy conocido, ejemplar en el ámbito militar.

En suma, la defensa de la forma de gobierno democrática solamente es comprensible dentro del marco teórico que manifiesta una concepción específica del ser humano, del ciudadano y del conocimiento político. Si el régimen monárquico al que aspiraba Platón necesitaba de la explicación de la primacía ontológica del ser humano sobre las demás especies, además de la sustentación del conocimiento político como un saber epistémico que era asequible sustancialmente al rey filósofo; y si el régimen republicano necesitaba corroborar la primacía ontológica del ser humano, y el ámbito técnico, prudencial y doxástico del conocimiento político a través de la ciudadanía; entonces, la teoría sofista se vuelca en democrática al considerar que no existe diferencia fundamental entre ningún ser humano y ciudadano, dado que el conocimiento político es considerado como opinión, y las leyes son vistas como convenciones sociales. Considerar al conocimiento político como epistémico, prudencial o perteneciente a una virtud enseñable, trae consigo la necesidad de un régimen en el que gobiernen los mejor preparados. En cambio, considerar al conocimiento político como doxástico trae consigo la necesidad de un régimen en el que el debate y la apelación a la utilidad, más que a la verdad, sea un factor determinante. 

1 Calvo, Op. Cit., pp. 90-91

2 Tucidides, El discurso fúnebre de Pericles, Sequitur, Madrid, 2007, p. 69.