Nelson de Vida Martincorena
leodevida@yahoo.co.uk
Si bien lo edición  de este trabajo se ha agotado  hace tiempo, somos conscientes que sólo ese hecho no ameritaría un segundo  intento.
  Al fin y al cabo, toda publicación realizada  en cantidad modesta,  luego de cierto
  lapso, casi siempre termina por ubicar la totalidad de los ejemplares.
  En nuestro caso, la vigencia del interés que despiertan los temas tratados y la ausencia de otros  trabajos similares sobre la materia, nos ha impulsado  a esta segunda  edición; en idéntico
  sentido nos han alentado  comentarios favorables  que a lo largo de estos años, hemos recibido  de lectores generosos - entre los que se encuentran  numerosos amigos Leones - quienes han encontrado  en este ensayo elementos de acierto, estimándolo útil a las finalidades buscadas.
  Como decimos una cosa, decimos la otra; nos han llegado también  críticas construc-  tivas, sobre la  dificultad que presenta al texto para una lectura que permita avanzar fluidamente; es más, si bien en forma jocosa hemos recomendado el libro como apto
  para combatir  el insomnio, con la secreta esperanza que ello no fuera realmente  así, quizás estábamos jugando  con fuego...
  Asumimos la observación plenamente; como descargo argumentamos  que los temas abor-
  dados no son sencillos, no se rinden a la primera aproximación y si se pretende hacer un aporte original  y útil, corresponde  avanzar paso a paso, aportando pruebas y respaldos a  las afirmaciones que se establecen.
  Proceder de otra manera,  nos arriesgaría a estampar asertos que pueden sonar capri- chosos, al tiempo que no daríamos  bases ciertas para compartir o discrepar.
  Al respecto  de preferencias carentes  de sustento, viene al caso recordar una anécdota
  que se atribuía  hace muchos años, al brillante catedrático de nuestra  Facultad de Dere- cho, el Dr. Justino Jiménez de Aréchaga.
  Al examinar a  un alumno, le interrogó sobre qué régimen elegiría para organizar el Poder
  Ejecutivo, optando entre el presidencialista o el parlamentario. Aquel respondió «El parla- mentario...». Inquirido sobre sus razones,  luego de dudar, ninguna  ofreció, limitándose a manifestar: «Y porque lo prefiero...». La réplica del catedrático, que implicaba  la pérdida del
  examen no se hizo esperar: «Preferir por preferir,.. ¡yo prefiero a Marilyn Monroe!».
  Entonces, si el pecado está en  la  forma de exposición, no en  lo  que se dice sino  en la forma en que se respaldan  las afirmaciones, hemos intentado  redimirlo, siguiendo cami-
  nos que tienden a agilitar la lectura.