BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

LA CAUSA REPUBLICANA

José López


 


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3. Sin estrategia no hay cambio

Decíamos que los tres ingredientes fundamentales del cambio eran la necesidad, la conciencia de dicha necesidad y la conciencia de la posibilidad de hacer el cambio. Estos tres ingredientes son los que posibilitan que se intenten los cambios, que salte la chispa. Pero, además, para que el cambio tenga éxito se necesita una o varias estrategias para llevarlo a cabo. Para salir de la oscuridad del túnel, dirigirnos a la luz, y alcanzarla, necesitamos un vehículo que nos lo posibilite, necesitamos saber cómo ir hacia ella. El vehículo puede ser nuestras piernas o algún medio de transporte dependiendo de la dificultad del camino, de la distancia a la luz, etc. Tan importante es saber hacia dónde queremos ir como determinar cómo tenemos que ir. Tan importante es fijarse objetivos, etapas, como estrategias para alcanzarlos. Y para diseñar las estrategias adecuadas es imprescindible conocer la realidad. Para alcanzar la luz, necesitamos diseñar el vehículo adecuado que se adapte al terreno, para lo cual debemos primero conocer bien el terreno a recorrer.

Debemos tener en cuenta que la sociedad actual está dominada por ciertas élites. Mucha gente piensa que esto no es así, que la sociedad es como un barco sin capitán. Pero se olvidan de que quien tiene dinero tiene el poder. En una sociedad dominada por el dinero, éste representa el verdadero poder. El dinero manda. En la mayoría de sectores de la economía de cualquier país capitalista existen grandes empresas que son las que marcan las pautas. Y esto ocurre especialmente en aquellos sectores donde más dinero se mueve como la energía, el transporte, las telecomunicaciones, la industria, la construcción, etc. Sólo las grandes empresas pueden llevar a cabo grandes proyectos. En el capitalismo, el pez grande se come al pez chico. Las empresas grandes dominan los mercados. Incluso aunque existan muchas pequeñas y medianas empresas (PYMES), incluso aunque sean mayoría, incluso aunque facturen en conjunto mucho más que las grandes empresas, el poder de influencia de las grandes empresas no es comparable con el de las pequeñas. Un gran empresario tiene mucho más poder que uno pequeño, que un trabajador autónomo. Unas pocas grandes empresas, aunque sean muy pocas, influyen más en cómo funciona el sector al que pertenecen que cada pequeña empresa. Las decisiones tomadas en las grandes empresas influyen en el resto de empresas del sector, y en el conjunto de la economía por extensión.

Pongamos un ejemplo: el sector del comercio. Es un sector donde hay muchas pequeñas empresas, de hecho las PYMES aún son mayoría, pero también donde hay algunas grandes empresas, siendo en España El Corte Inglés la empresa modelo de cualquier empresario, a cualquier empresario le gustaría tener una empresa como ésta, todo un ejemplo de éxito empresarial. Si El Corte Inglés decide abrir sus tiendas en días festivos, entonces esto obliga a los pequeños comercios a hacerlo también si no quieren perder competitividad. Es decir, la decisión de una gran empresa afecta a las demás empresas pequeñas, pero al revés no. Es muy difícil que muchas empresas pequeñas se pongan de acuerdo para consensuar ciertas decisiones, para coordinarse. Es mucho más fácil que se coordinen distintos departamentos de una misma empresa, distintos accionistas de una misma empresa, que muchas empresas. Y más aún, si cabe, si tenemos en cuenta que en el capitalismo, todas las empresas compiten unas contra otras. En el sistema capitalista, la solidaridad entre empresas es casi utópica. Aunque, a veces, puntualmente, aparece esporádicamente. No es por casualidad que las PYMES protesten frente a ese tipo de decisiones de las grandes empresas y tengan que intervenir los organismos gubernamentales para regular la apertura de los comercios en días festivos. En una gran empresa hay mucho personal y pueden establecerse turnos, cosa imposible en un pequeño comercio. Es evidente que en los últimos años han desaparecido muchos pequeños comercios y han sido sustituidos por grandes superficies. El pequeño comercio está poco a poco desapareciendo. Esto puede percibirlo cualquiera en su entorno, especialmente en las ciudades.

Por otro lado, una gran empresa puede ajustar sus márgenes de beneficio mejor que una empresa pequeña. La producción en serie abarata los costes de producción y como consecuencia de esto los productos pueden abaratarse. Por ejemplo, en el sector de la electrónica, los precios de los productos tienen tendencia a bajar. Las grandes empresas pueden producir en serie y pueden por tanto competir mejor vendiendo sus productos a precios más bajos. En los sectores de la industria donde se requiere grandes inversiones (una fábrica requiere mucha inversión) mandan las grandes empresas. La mayor parte de pequeñas y medianas empresas trabajan en dichos sectores para las grandes empresas. Por ejemplo, en el sector del automóvil, sector que mueve mucho dinero, sector donde trabajan de forma directa o indirecta muchos trabajadores, existen unas pocas empresas grandes que son las que dominan el mercado. Y alrededor de dichas empresas existe un conglomerado de PYMES que les suministran piezas o servicios. Como no es muy difícil de imaginar, en estas condiciones las grandes empresas tienen la voz cantante. Si una de dichas empresas decide subcontratar a empresas de otra región o de otro país, la mayoría de las PYMES que viven de ellas desaparecen.

Es obvio que a nivel internacional existen grandes empresas multinacionales que son las que dominan la economía mundial. Las industrias que más dinero mueven están dominadas internacionalmente por grandes empresas multinacionales con miles de empleados. En la industria militar, en la industria farmacéutica, en la industria automovilística, en la industria aeronáutica, en la industria energética, …, incluso en las nuevas tecnologías de la información. El poder de las multinacionales es indiscutible. Si cierta empresa decide deslocalizarse, cerrar fábricas en ciertos países de Europa para trasladarlas a otros continentes donde la mano de obra es más barata, entonces esto afecta al empleo de los países de los que huyen, aumenta en ellos el desempleo. Cunde el ejemplo, y otras grandes empresas, para poder seguir compitiendo, hacen lo mismo. De esta manera, se fomenta la mano de obra más barata a nivel mundial. Con el modelo de globalización económica basada en el capitalismo, la mano de obra mundial tiende a abaratarse, los derechos laborales evolucionan a la baja. Está claro el poder que tienen unas pocas empresas multinacionales en la economía mundial, empresas dirigidas por unos pocos empresarios. Negarlo es negar la evidencia.

Es evidente que una pequeña empresa compite con mayores dificultades que una gran empresa. Cuanto más grande es una empresa, mayor capacidad competitiva. Esto quiere decir que las grandes empresas pueden aplicar estrategias más eficaces que las pequeñas, y quiere decir que el que no adopte dichas estrategias está condenado o a desaparecer o a permanecer como una empresa “anecdótica”. Es verdad que hay muchas empresas pequeñas en nuestro país, pero también es verdad que son muy volátiles, se crean muchas al año pero también desaparecen muchas al año (a veces, en especial en momentos de crisis, más). Una empresa pequeña debe crecer para sobrevivir. Esto es algo que cualquier empresario sabe. Y una empresa que pretenda tener éxito debe crecer hasta dominar el mercado, es el objetivo de cualquier empresa. El capitalismo es la ley de la jungla. En el capitalismo, el capital tiende a concentrarse. En cualquier sector de la economía capitalista la tendencia natural es hacia los oligopolios. Es inevitable. Es la ley de la competencia. La fusión de las empresas las permite sobrevivir y dominar.

Es cierto que en España hay muchas PYMES, proporcionalmente más que en otros países de nuestro entorno, pero la economía española, como cualquier otra economía capitalista, no puede escapar de la lógica del capitalismo. Y esta lógica es la ley de la competencia feroz. Lo que manda es la competitividad. Quien no es competitivo muere. No por casualidad mueren muchas más PYMES que grandes empresas. No por casualidad las PYMES sobreviven menos en las crisis. Cuando una empresa es más grande, compite mejor, sobrevive mejor. Y quien compite mejor, lo hace entre otros motivos, porque puede aplicar ciertas estrategias que le hacen competir mejor, porque tiene más posibilidades que una empresa pequeña, más margen de maniobra. Y quien consigue aplicar estrategias exitosas obliga en cierta forma a hacerlo al resto de su competencia si ésta pretende seguir siendo competitiva. Por consiguiente, las grandes empresas tienen mayor influencia en el funcionamiento de cada sector, de la economía en general. Y por tanto, también tienen mayor responsabilidad. Si una gran empresa decide externalizar, subcontratar, flexibilizar su plantilla (con las consecuencias que ello conlleva para la calidad del empleo y para la tasa de desempleo), entonces de alguna manera obliga a hacerlo al resto.

No hay que confundir los efectos con las causas. Por ejemplo, en el caso de un tsunami provocado por un terremoto, aparentemente, si analizamos sin profundizar, la causa de las muertes generadas es el propio tsunami, la gran ola del mar que llega a la costa. Sin embargo, si analizamos con mayor profundidad, nos damos cuenta de que la verdadera causa de dichas muertes es un terremoto o un maremoto que tiene un epicentro localizado en un lugar concreto. Para conocer las causas últimas de los acontecimientos hay que indagar, hay que buscar las causas de las causas, hay que analizar, hay que profundizar. Que se produzca mayor desempleo en las PYMES, porque éstas son mayoritarias, porque la mayor parte de los trabajadores están en PYMES, no significa necesariamente que las PYMES sean las causantes del desempleo. En la economía, las cosas están muy interrelacionadas. Como hemos visto, un gran empresario influye más en la economía que un pequeño empresario o un trabajador autónomo, no digamos ya que un simple trabajador. Por tanto, el gran empresario es más responsable del desempleo o de la mala calidad del empleo.

Decíamos que cuando una empresa es más grande, compite mejor. Hasta cierto punto, estamos generalizando. También es cierto que una empresa demasiado grande, con demasiada burocracia, con costes laborales muy grandes porque tiene una gran plantilla fija, compite peor que una grande pero no tan grande. Por esto en los últimos lustros grandes empresas han externalizado. Las condiciones laborales existentes, muchas de ellas herencia de épocas pasadas en las que la clase trabajadora era más combativa, restringen las posibilidades de enriquecerse de los grandes empresarios. En los últimos tiempos el gran capital, en su insaciable hambre de dinero, ha cambiado de estrategia. Ahora la tendencia es a disminuir el tamaño de las empresas. Para hacer a las empresas más flexibles, para abaratar los costes laborales de los despidos, las grandes empresas tienden a subcontratar, a externalizar ciertos servicios. Lo que antaño eran departamentos de una misma empresa, ahora son distintas pequeñas empresas coordinadas por una empresa más grande que ellas pero más pequeña que antaño. Pero, aunque las empresas vivan una nueva etapa de desconcentración, el capital sigue su camino de concentración. Cuando hablamos de empresas grandes, debemos en realidad hablar de grandes empresarios, los que tienen grandes capitales invertidos en una o en varias empresas. Una empresa podemos considerarla grande no ya sólo cuando físicamente es grande, cuando tiene muchos empleados directos, sino cuando maneja mucho dinero, muchos empleados indirectos (pertenecientes a muchas empresas menos grandes). Ahora, muchos empresarios han visto que es más eficaz montar una PYME que consiga grandes proyectos y que los implemente subcontratando a muchas empresas pequeñas. Esto puede crear la falsa sensación de que el poder económico se diluye, de que no está tan concentrado. Pero no es así, lo que cuenta es el dinero, hay que seguir la pista del capital. En el capitalismo el capital tiende siempre a concentrarse aunque adopte distintas estrategias para que esto pase desapercibido. El poder económico se realimenta a sí mismo pero procura pasar desapercibido. Si un poder está oculto, es más difícil combatir contra él.

Así pues, en la actualidad, asistimos a dos fenómenos contrapuestos, la tendencia de muchas empresas a fusionarse, a crear grandes empresas, y la tendencia a trocear grandes empresas para hacerlas más flexibles. Fusiones vs. Subcontrataciones. Ambos extremos tienen sus ventajas e inconvenientes. La ventaja de subcontratar es que los costes laborales son menores. Se evita tener una gran plantilla fija de la que es más difícil librarse. Además, de esta manera, se divide más a los trabajadores. Siempre son más combativos los trabajadores de las grandes empresas, donde los sindicatos tienen cierta representación en los comités de empresa, que los de las pequeñas empresas, donde los sindicatos no hacen acto de presencia porque no existen comités de empresa. En una empresa pequeña todo el mundo se conoce y es más fácil identificar y librarse de aquellos trabajadores más combativos. Los trabajadores de las pequeñas empresas son mucho más sumisos que los de las grandes empresas. El número hace la fuerza. Cuantos más trabajadores haya en una empresa más combativos son frente a los dueños de la misma, o por lo menos son menos complacientes. El problema de cuando se subcontrata es que la empresa matriz pierde el control de la producción. La coordinación se resiente, la productividad empeora, la calidad disminuye. Siempre es más fácil coordinar departamentos de una misma empresa que empresas distintas. Siempre es más fácil controlar la producción, y por tanto la técnica y la tecnología en las que se basa, cuando todo el proceso productivo se hace en la misma empresa que cuando se divide entre muchas empresas.

En realidad, el ideal para el gran empresario sería tener una gran empresa, con muchos trabajadores, pero con la flexibilidad de poder aumentar o disminuir la plantilla en cualquier momento sin ningún coste. De esta manera, tendrían todas las ventajas. Por un lado, al poder despedir libremente, la fuerza de los sindicatos se vuelve más espuria. No importa lo que reivindiquen los trabajadores, siempre podrá despedirse, tarde o pronto, a los más combativos sin ningún coste y esto permitirá disciplinar al resto de la plantilla. El despido gratuito supondría no sólo la posibilidad de reorganizar las plantillas de las empresas sin costes, sino que, casi lo más importante, provocaría a medio plazo el abaratamiento generalizado de toda la mano de obra, al posibilitar la sustitución de trabajadores con sueldos mayores por otros trabajadores con sueldos menores. Incluso posibilitaría que cualquier trabajador con experiencia fuese despedido para ser readmitido con un sueldo bastante menor. Si estos fenómenos ya ocurren en la actualidad, cuando los despidos de empleados con contratos fijos tienen un coste nada despreciable, no hace falta tener mucha imaginación para concluir que con un despido completamente libre el número de parados mayores de 45 o incluso de 40 años se dispararía hasta proporciones escandalosas. El despido libre tiene una doble ventaja para el empresariado, a cual más importante: ahorrar en costes salariales y disciplinar a la clase trabajadora. Es el jaque-mate que le falta a la burguesía para ganar casi definitivamente al proletariado. Sería casi el fin de la lucha de clases. La victoria casi definitiva del capital. Y por otro lado, desde el punto de vista estrictamente de la producción, el tener la mayor parte del proceso productivo en la misma empresa mejora el control, la productividad, la coordinación, incluso la calidad (aunque esto le importa en realidad bien poco al empresario). En definitiva, lo que le importa al empresario, es que mejora la rentabilidad del proceso productivo.

Por tanto, mientras no consigan el despido completamente gratuito se inventarán distintas estrategias para disminuir sus costes salariales. El gran empresario siempre intenta abaratar el despido, persigue el despido libre, porque así de esta manera puede organizar su fuerza laboral de la forma más eficiente. Por esto, entre otras razones, siempre los derechos laborales tienen tendencia a retroceder. Ambos fenómenos contrapuestos, las fusiones empresariales y la subcontratación, corresponden a distintas estrategias organizativas cuyo objetivo último es la concentración del capital, ganar cada vez más dinero.

Caso aparte representa la banca. Todo el mundo sabe que la banca está dominada por unos pocos grandes bancos detrás de los cuales hay unos pocos grandes capitalistas. La gran banca domina las finanzas de cada país. Y es obvio que las finanzas dominan la economía. La economía depende cada vez más de los bancos. Hasta tal punto, que una crisis financiera, como la actual, se propaga rápidamente al resto de la economía. La economía está siempre pendiente de la evolución de los mercados financieros. La economía se ha vuelto en gran parte especulativa, un gran casino como suele decirse. Los periodos de crecimiento y crisis vienen marcados por las burbujas especulativas de turno. La financiarización de la economía es un hecho indiscutible. El verdadero poder económico es el que ostenta la gran banca. Aunque sólo tuviéramos en cuenta a la gran banca, es obvio que en la sociedad hay unas pocas personas que acumulan mucho dinero y por tanto mucho poder, y por consiguiente, mucha responsabilidad. Las decisiones tomadas por dichas personas afectan en su conjunto a la economía, a la sociedad.

Según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas realizado en 2006, el 2% de los más ricos poseen la mitad de la riqueza del mundo, y la mitad de los adultos poseen el 1% de la riqueza mundial, esos que viven con menos de 2 euros al día. Según la Encuesta financiera de las familias realizada por el Banco de España y correspondiente al trienio 2002-2005, la desigualdad de renta y riqueza en nuestro país ha aumentado de una manera notable. El rango de la desigualdad entre el 10% de familias con mayor renta respecto del 20% de familias con menos renta ha aumentado desde un ratio de casi 1 a 10 en el 2002 a casi de 1 a 13 en el 2005. En sólo 3 años, el 25% de hogares más pobres ha visto reducir su riqueza en un 60%. ¡En una época de bonanza económica! Los sueldos de los trabajadores se han estancado en los últimos años mientras los beneficios empresariales se han disparado. Según el informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) correspondiente al periodo 1995-2005, las empresas españolas han visto aumentar sus beneficios netos un 73% entre 1999 y 2006, más del doble que la media de la UE-15 (Unión Europea de los 15, el grupo de países con un nivel económico más próximo al nuestro), mientras que los costes laborales sólo han aumentado un 3,7%, cinco veces menos que en la UE-15. El informe anual World Wealth Report publicado por Merrill Lynch y Capgemini en 2007 desvela un dato curioso: las grandes riquezas crecen a un ritmo mayor que el de la economía mundial, 9,4 % frente a 5,1%, respectivamente. Esto quiere decir que la riqueza generada por la sociedad es cada vez más acaparada por unos pocos.

No voy a inundar al lector con más datos. En Internet es fácil acceder a diversas estadísticas que hablan sobre la distribución de la riqueza en nuestro país y en el mundo. De todas maneras, a estas alturas, estas cifras que he mostrado aquí a título ilustrativo, creo que no sorprenden a nadie. Ratifican la percepción general que tenemos todos. Los trabajadores sabemos de sobras que los empresarios, especialmente los grandes accionistas, se están forrando mientras nosotros no paramos de perder poder adquisitivo. Esto es algo que vemos año tras año en las empresas donde trabajamos. En general, es evidente que la riqueza está distribuida de forma muy desigual, y lo que es peor, que las desigualdades tienden a aumentar. La desigualdad mundial aumenta rápidamente, y también crece la desigualdad entre pobres y ricos en el interior de los países. El dinero está cada vez más concentrado en pocas personas. El gran capitalista acumula cada vez más dinero. El dinero llama al dinero.

El funcionamiento de la sociedad no depende de una sola persona, obviamente. Pero también es obvio que influye más en su funcionamiento un gran banquero que un ciudadano corriente, un gran empresario que un trabajador. Como hemos visto, las decisiones tomadas en las grandes empresas influyen en la economía. ¿Y quién toma las decisiones en las grandes empresas? Obviamente, los trabajadores no. No existe la democracia en la mayoría de las empresas. Las decisiones son tomadas por sus accionistas y por sus ejecutivos, a las órdenes de los primeros. Quien manda en las empresas son los empresarios. Quien manda en cada sector económico son las grandes empresas. Quien manda en la sociedad son los grandes capitalistas. El gran capital, el poder económico, es el principal responsable del funcionamiento de la sociedad.

El principal, pero no el único. La sociedad funciona como funciona porque unos pocos influyen notablemente en su funcionamiento, pero también porque el sistema lo permite, porque está de hecho diseñado para que sean unos pocos los que manden, pero también porque la mayoría de la gente, con su actitud pasiva y conformista, se deja llevar por las élites que mandan. Tienen razón también aquellos que dicen que la culpa no es sólo de unos pocos. La culpa es de todos, pero más de unos que de otros. De lo que se trata, precisamente, es de que el sistema no dependa de unas pocas personas. Se trata de distribuir el poder, de distribuir la riqueza, de impedir que el dinero de unos pocos lo domine todo. Se trata de alcanzar la democracia. El barco de la sociedad no está gobernado por un capitán, pero sí por un equipo de oficiales más o menos coordinado. Debemos impedir que el barco se vaya a pique. Debemos sustituir el gobierno del barco en manos de una minoría irresponsable, que sólo mira por sus intereses, por un gobierno al servicio de toda la tripulación, que mire por los intereses generales.

En el sistema capitalista el verdadero poder es el económico. En una “democracia” como la liberal, donde se incumple uno de sus principios elementales, como es la separación de poderes, todos los poderes dependen en última instancia del poder económico. El poder político es financiado por el económico (financiando campañas electorales o a los partidos políticos), el poder de la prensa depende del poder económico (los grandes medios de comunicación privados son conglomerados de grandes empresas detrás de las cuales hay grandes capitalistas y los medios de comunicación públicos dependen del poder político), el poder judicial depende del poder político (como consecuencia del cambio de gobierno en España siempre asistimos al bochornoso espectáculo de ver cómo los principales partidos políticos se reparten los vocales del Consejo General del Poder Judicial, pues son designados por el Congreso y el Senado), el poder sindical es subvencionado por el Estado, es decir, por el poder político. Por consiguiente, de forma más o menos directa, todos los poderes del Estado dependen del poder económico. El gran capital es el gobierno en la sombra. La democracia (el gobierno del pueblo, de la mayoría) se convierte de esta forma en oligocracia (el gobierno de unos pocos). Y más en concreto en plutocracia (el gobierno de los ricos).

El poder teóricamente reside en el pueblo, pero en la práctica el poder es de unos pocos, de los grandes capitalistas. Yo te pregunto a ti, lector, ciudadano corriente: ¿realmente crees que tienes poder?, ¿no te sientes impotente cuando ves que los gobiernos toman decisiones que te perjudican?, ¿no te sientes impotente cuando un presidente de gobierno decide por su cuenta declarar una guerra en contra de la opinión pública?, ¿no te sientes impotente cuando ves que poco a poco te van quitando prestaciones sociales y derechos? ¿Cómo van a defender los grandes sindicatos a los trabajadores si son financiados por el poder político, a su vez financiado por el poder económico? ¿Ha de extrañarnos su actitud tímida, pasiva y hasta cómplice en momentos tan duros como en la presente crisis? ¿Tiene solución todo esto? Por supuesto. La solución reside en la verdadera democracia. En una democracia auténtica los poderes son independientes entre sí, con lo cual pueden controlarse mutuamente. En una democracia que se precie como tal, el poder económico no domina la sociedad. En una democracia el poder tiende a distribuirse. La concentración de poder es incompatible con la democracia. La democracia es el poder del pueblo. El pueblo somos todos, la mayoría. La democracia es por tanto el poder de todos, por lo menos de la mayoría. No existe un sistema político donde el poder esté más distribuido que en la verdadera democracia.

En el capitalismo el capital se concentra, el poder económico es el que manda en la sombra, por tanto el poder político se concentra en pocas manos, en las manos de los grandes capitalistas. La democracia se convierte inevitablemente en oligocracia, en plutocracia. El capitalismo es incompatible con la democracia. El capitalismo es en verdad una dictadura disfrazada de democracia. Es un sistema en el cual la economía, el motor de la sociedad, funciona de forma totalitaria, y en el que esto se camufla con una aparente democracia política, en verdad sometida a la dictadura económica del gran capital. En el capitalismo, el poder político es una marioneta del poder económico, el verdadero poder que permanece en la sombra, que no tiene ni siquiera que responder ante la sociedad por sus decisiones. La crisis actual es un perfecto ejemplo de esto que digo. ¿Dónde están sus responsables? En una democracia de verdad, el poder político es el que manda. En el capitalismo, todo está al revés. El pueblo está al servicio del poder político, en vez de al revés. El poder político está al servicio del poder económico, en vez de al revés. La sociedad está al servicio de la economía, en vez de al revés. La economía está al servicio de una minoría, en vez de a la mayoría. Para alcanzar la democracia debemos poner todo al revés. Fundamentalmente hay que hacer al poder político independiente del poder económico. Hay que deshacer la actual dependencia de todos los poderes respecto del poder económico. En esta relación de dependencia radica la esencia de la oligocracia. Sólo podrá alcanzarse la democracia rompiendo dicha relación de dependencia. La verdadera democracia debe llevar a la práctica de forma eficaz y prioritaria el principio fundamental de la separación de todos los poderes.

Parece mentira que en pleno siglo XXI, tengamos que recordar lo que dijo Montesquieu en el siglo XVIII. ¿No es esto la prueba más palpable de la involución democrática que hemos vivido en los últimos tiempos? ¿El incumplimiento de este principio fundamental del liberalismo no demuestra que el capitalismo ha traicionado también a la ideología en la que supuestamente se sustentaba? O visto de otra manera, ¿no era inevitable que el capitalismo acabara contradiciendo sus principios iniciales fundamentales? ¿Es posible que coexistan la concentración de capital y la separación de poderes? ¿La primera no lleva inevitablemente a la ejecución en la guillotina de la segunda? ¿Cómo evitar que la democracia degenere si no se aplica en la economía? ¿Cómo es posible una sociedad democrática si su motor, la economía, es una dictadura? ¿Cómo evitar que la sociedad sucumba ante el poder económico, ante los grandes capitalistas, si la economía no es controlada por el conjunto de la sociedad, si no funciona de forma plenamente democrática? La respuesta, en mi opinión, es clara: mientras no se aplique la democracia al ámbito económico, la sociedad está condenada no sólo a no alcanzar la democracia, sino que a alejarse cada vez más de ella. Para conseguir una sociedad plenamente democrática hay que aplicar la democracia en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en la economía, el motor de la sociedad. Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos, la involución democrática, es inevitable con un sistema económico como el capitalismo. Lo que ha ocurrido es lo que tenía que ocurrir. Hay ciertos ideólogos bienintencionados del liberalismo que pensaban que el libre mercado conduciría a una sociedad más libre. Pero estaban equivocados. Si la economía no se regula, si no es controlada de forma democrática, entonces la sociedad entera deja de ser democrática. No hay que confundir la libertad con el libertinaje. Una sociedad donde su motor no es regulado deriva inevitablemente en una jungla. El error fundamental de ciertos ideólogos del liberalismo consiste en asumir una concepción de la libertad asocial. No puede aplicarse el mismo concepto de libertad cuando los individuos viven aislados que cuando viven en sociedad. En la vida en sociedad no puede haber libertad sin igualdad de oportunidades. Es decir, sin democracia en todos los ámbitos de la sociedad, incluido el económico. El capitalismo que se sustenta en la desigualdad de oportunidades y que como consecuencia genera y aumenta las desigualdades sociales es incompatible con la democracia, que se sustenta en la igualdad de oportunidades y que, al contrario, con el tiempo, tiende hacia la igualdad social. Remito al libro “Las falacias del capitalismo” donde desarrollo más extensamente estas ideas.

Por tanto, en contra de lo que creen muchos ingenuos, nuestras “democracias” no son más que oligocracias. El poder en las sociedades actuales lo ostentan unas pocas personas: los que tienen mucho dinero. Pero esto ocurre además a nivel internacional. No es por casualidad que existen organismos privados internacionales como la Trilateral, o el grupo Bilderberg. La comisión Trilateral fue fundada por iniciativa de David Rockefeller (uno de los multimillonarios más ricos del mundo) y aglutina a personalidades destacadas de la política, la economía y los negocios de las tres zonas principales de la economía capitalista: Norteamérica, Europa y Asía-Pacífico. ¿Para qué se iban a reunir ciertas personalidades sino para tomar decisiones que influyan en la economía? Si la economía, como creen aún algunos ingenuos, no depende de personas concretas, sino que “va sola”, si nadie tiene poder de influencia en la misma, entonces, ¿para qué crear ningún organismo internacional que verse sobre economía? Para que dos empresarios hagan negocios no necesitan ningún organismo de discusión, simplemente se reúnen ellos dos y toman decisiones, como ha sido así siempre. Para hacer negocios ya existen las ferias empresariales. La Trilateral es un foro de economía, un club privado, al que sólo acceden ciertas personalidades (políticos que han gobernado países poderosos, magnates, ciertos economistas, pero desde luego no los marxistas), al que no puede acceder cualquiera. Es un club de ricos al que no puede acceder la mayoría de los ciudadanos del mundo. Desde luego, no puede decirse que sea un ejemplo de organismo democrático. Pero, como decía, si la economía no depende, como dicen algunos, de las decisiones de personas privadas, sino que sólo del conjunto de la sociedad, del poder político, entonces, ¿qué sentido tiene que se funden organismos privados de discusión económica? ¿Para qué hablar si no podemos influir en nada? ¿Para qué tomar decisiones que no sirven de nada, si la economía va por sí sola, si no depende de nadie en concreto, si no podemos influir en el poder político?

Aun admitiendo que el único objetivo de dichos organismos fuera influenciar en el poder político, es evidente que no todos los ciudadanos pueden influir por igual en las decisiones que toman los políticos. Los que tienen más dinero tienen más poder de influencia. Y cuando los que influyen más en el gobierno político son los ricos, que son una minoría, en vez del pueblo, que es la mayoría, entonces el gobierno de todos se convierte en el gobierno de unos pocos, la democracia se convierte en oligocracia. Y esto sin tener en cuenta lo que ya dijimos en cuanto a la dependencia del poder político respecto del poder económico. Se mire como se mire, es imposible no llegar a la conclusión de que nuestras democracias están viciadas. El poder económico financia al poder político y además, en verdad como consecuencia de lo anterior, unos pocos capitalistas influencian en las decisiones tomadas por el poder político. Se puede discutir hasta qué punto domina el poder económico al poder político, pero es muy difícil, desde la razón, objetivamente, no estar de acuerdo en que el poder político es influenciado, demasiado influenciado, por unos pocos capitalistas poderosos. Se puede discrepar en cuanto al grado de degeneración de nuestras democracias, pero es muy difícil no estar de acuerdo en que nuestras democracias degeneran. Hay que estar ciego para no verlo, o hay que taparse los ojos, o simplemente hay que mentir para ocultarlo.

Pero es que además de organismos internacionales privados que tratan de economía, existen organismos públicos que también influyen en la economía mundial. El Fondo Monetario Internacional (FMI) marca las pautas de muchas economías en el mundo. Su propósito declarado es evitar las crisis en los sistemas monetarios, alentando a los países a adoptar medidas de política económica. Como su nombre indica, la institución es también un fondo al que los países miembros que necesiten financiamiento temporal pueden recurrir para superar los problemas de balanza de pagos. Otro objetivo es promover la cooperación internacional en temas monetarios internacionales y facilitar el movimiento del comercio a través de la capacidad productiva. Sin embargo, sus políticas (especialmente, las condiciones que impone a los países en vías de desarrollo para el pago de su deuda o para otorgar nuevos préstamos) han sido severamente cuestionadas como causantes de regresiones en la distribución del ingreso y perjuicios a las políticas sociales. Algunas de las críticas más intensas han partido de Joseph Stiglitz, ex-economista jefe del Banco Mundial y premio Nóbel de economía en 2001. ¿Pero es un organismo democrático el FMI? A diferencia de algunos organismos internacionales cuyo sistema de votación sigue el principio de “un país, un voto” (por ejemplo, la Asamblea General de las Naciones Unidas), en el FMI se utiliza un sistema de votación ponderado: cuanto mayor es la cuota de un país en el FMI (determinada en términos generales por la magnitud de la economía) más votos tiene ese. Es decir, en el FMI, cuanto más dinero tiene un miembro más peso tiene. Desde luego, no parece tampoco otro ejemplo de organismo democrático. Pero es que además, no lo olvidemos, la propia Organización de Naciones Unidas (ONU), de la que depende el FMI, tiene una democracia que deja bastante que desear. No olvidemos que ciertos países tienen el derecho de veto. En la “democrática” ONU unos pocos países valen más que el resto.

A aquellos que creen que la economía depende de todos, y no de unos pocos, yo les preguntaría: ¿Por qué los 8 países más industrializados del mundo se reúnen de vez en cuando para hablar de economía? ¿Qué sentido tienen las cumbres del G8 si en la economía no tienen cierto peso ciertas decisiones tomadas por ciertas personas? De hecho, la finalidad de estas reuniones es analizar el estado de la política y las economías internacionales e intentar aunar posiciones respecto a las decisiones que se toman en torno al sistema económico y político mundial. Es decir, unos pocos países, los más poderosos, toman decisiones por su cuenta que afectan al funcionamiento de la sociedad en todo el planeta. A pesar de la relevancia de estas cumbres, las discusiones del G8 no son abiertas. No existe transcripción de las mismas y los documentos preparatorios, aun siendo elaborados por funcionarios públicos de los países miembros, son generalmente también secretos y muy raramente salen a la luz pública. Los únicos documentos totalmente públicos son las declaraciones finales. De los cinco miembros permanentes (con derecho a veto) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuatro son miembros del G8, y en el marco del Banco Mundial y el FMI los países del G8 acumulan más del 44% de los votos. En las negociaciones en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los países del G8 también acostumbran a funcionar como un bloque formado por la Unión Europea (UE), Japón, Estados Unidos y Canadá. ¿Y aún hay quien se cree que no existen ciertos poderes fácticos que controlan el mundo? Al G8 no entra cualquiera. No es, una vez más, un organismo democrático. Es la aplicación de la ley del más fuerte a escala global. Los poderosos deciden sobre cuestiones que nos afectan a todos sin que nosotros podamos decir o hacer nada. Sólo podemos patalear, protestar en la calle. Eso sí con el riesgo de sufrir cargas policiales y de ser presentados ante los medios de comunicación de masas, ante el resto de nuestros conciudadanos, como unos violentos radicales antisistema.

El llamado movimiento antiglobalización en realidad lucha por una verdadera globalización. Sus partidarios prefieren el término "altermundismo" o "alterglobalización" para evitar definirse por oposición y porque el término "antiglobalización" daría una imagen imprecisa y negativa. El nombre altermundismo viene precisamente del lema "otro mundo es posible", nacido en el Foro Social Mundial, que reúne a movimientos sociales de izquierda política internacional. Se trata de una red de diversos movimientos y activistas, que se coordinan y organizan de forma más o menos horizontal y descentralizada, además de usar Internet y las nuevas tecnologías intensivamente para coordinarse y difundir sus ideas y noticias. La falta de centralización y de jerarquía da lugar a que no existan portavoces ni manifiestos finales, si bien los colectivos que forman el movimiento pueden tenerlos. El movimiento está conformado por muchos grupos e individualidades de muy diversos orígenes y objetivos, a veces, incluso opuestos. Esto dificulta la definición del movimiento mismo en cuanto a término y significado. Las contracumbres y encuentros en el Foro Social Mundial son, fundamentalmente, las ocasiones en donde el movimiento antiglobalización se encuentra y obtiene impacto mediático.

La supuesta globalización actual, patrocinada por las élites, no es una verdadera globalización porque el poder se concentra en unos pocos actores, en unos pocos países, en unas pocas personas de dichos países, para imponer sus criterios en todo el mundo. No es más que una versión moderna y edulcorada del imperialismo, del colionalismo. La verdadera globalización es casi sinónima de la democracia mundial. En realidad las élites que construyen su globalización, que nos imponen su modelo de globalización, son las que la están desvirtuando. Los verdaderos enemigos de la globalización, por otro lado inevitable en un mundo cada vez más comunicado, donde las personas y las ideas pueden viajar rápidamente, son los que impiden que la democracia avance, los que se empeñan en mantener instituciones internacionales públicas y privadas claramente antidemocráticas. Las protestas contra las cumbres del G8 no son más que, en el fondo, la protesta de muchos ciudadanos contra dichas élites. Son una expresión de lo que podría ser el germen de la revolución democrática mundial. Representan la reivindicación de la democracia a nivel mundial. Pero, claro, los medios de comunicación capitalistas (porque un medio que está en manos de unas pocas personas que tienen todo su capital no puede denominarse de otra manera, y, asimismo, un medio público que depende de un poder político, financiado por capitalistas, no puede denominarse tampoco de otra manera), nos muestran dichas protestas como simplemente anticapitalistas o antisistema. Como ya indiqué en mi libro “Las falacias del capitalismo”, la lucha anticapitalista equivale a la lucha democrática. El capitalismo se sustenta en las falsas democracias, en la dictadura económica.

Como vemos, los principales organismos públicos internacionales son muy poco democráticos. Las decisiones tomadas a nivel internacional, con cada vez más peso en una sociedad cada vez más globalizada como la actual, son tomadas de forma poco democrática. No sólo la economía depende de unos pocos, sino que además esos pocos están cada vez más lejos del ciudadano corriente. Muchas decisiones que afectan a los ciudadanos de los distintos países son tomadas lejos de éstos. La globalización económica, tal como se está llevando a cabo, está contribuyendo a disminuir la soberanía popular de los ciudadanos del mundo, incluso a disminuir o dejar en papel mojado la soberanía nacional de muchos países.

En definitiva, todos somos en mayor o menor medida responsables del funcionamiento de la sociedad. Indudablemente todos ponemos nuestro granito de arena, por activa o por pasiva. Pero, indudablemente también, unos pocos aportan un granito de arena mucho más grande, unos pocos influyen mucho más que el resto en el funcionamiento del sistema. Somos todos responsables, pero unos mucho más que otros. Para evitar pagar por las decisiones equivocadas, para eludir las consecuencias de las decisiones tomadas, los que son más responsables eluden su parte de responsabilidad o la equiparan a la del resto de ciudadanos. ¿Dónde están los responsables de la actual crisis? Si, como hemos visto, la economía depende sobre todo de las decisiones de unos pocos, entonces lógicamente éstos son más responsables que el resto de ciudadanos de sus crisis. Pero, así como cualquiera puede percibir en sus experiencias cotidianas cómo los responsables eluden sus responsabilidades cuando deben responder por ellas, y esto lo percibe uno en el trabajo, en el contacto con distintos profesionales como un médico, un funcionario, un comerciante, un político, etc.; los responsables, que tanto cobran por sus supuestas responsabilidades, que tanto justifican sus enormes sueldos por su responsabilidad, a la hora de la verdad no dan la cara. Resulta que los trabajadores, que son los menos responsables de la situación actual, deben pagar las consecuencias de las decisiones y acciones tomadas por los principales protagonistas de la economía. Resulta que la gran banca, responsable de la crisis, por lo menos mucho más que los trabajadores, debe ser rescatada, por el bien del sistema financiero, de la economía, pero los trabajadores, sin los que la economía tampoco puede funcionar, por cierto, deben renunciar a sus derechos, deben conformarse con ciertas migajas, en el mejor de los casos.

Existen, por tanto, ciertas personas que acumulan mucho dinero y que por consiguiente tienen mucho poder. El conjunto de esas personas las llamamos de forma simplificada burguesía o capitalistas o gran capital. La burguesía debe evitar la lucha de clases, de las clases bajas contra las clases altas. Para ello, utiliza varias estrategias. Una de ellas es diluir y complejizar la división en clases sociales. Se crean clases intermedias, una aristocracia obrera, cargos intermedios, que procuran dividir a los trabajadores. Se compra a ciertos trabajadores para que controlen a otros trabajadores. Esto se hace de forma implícita y sutil. No es que un empresario directamente compre, literalmente, a ciertos trabajadores. No es necesario hacerlo de forma tan descarada. La sutileza es esencial para camuflar realidades desagradables. Simplemente, al crear puestos intermedios bien remunerados, aunque la mayoría inútiles, al fomentar el consumismo, el culto al dinero, muchos trabajadores se dejan seducir por la cultura capitalista, se aburguesan, y de esta manera realimentan y sostienen al sistema que en realidad les aliena. Muchos cargos, muchas supuestas responsabilidades en las empresas, no están más que para controlar al resto de trabajadores. Dichos cargos son muy poco productivos, son en realidad prescindibles desde el punto de vista productivo. Cuando dos empresas se fusionan, siempre tienen más riesgo de ser despedidos los jefes intermedios y las secretarias que los empleados productivos. No es por casualidad que en cierto momento se plantea el paradigma de la horizontalización de las empresas, el aplanamiento de la jerarquía organizativa, la eliminación de puestos intermedios. La sociedad humana es contradictoria, se producen fenómenos contrapuestos. Y la economía no se libra tampoco de las contradicciones. Otra de las estrategias usadas por la burguesía para evitar la lucha de clases consiste en ocultar a las clases altas, en hacernos creer que no existen élites, que la economía no está capitaneada por nadie. Si no se conoce al enemigo, es imposible luchar contra él. De esta manera, cuando surge una crisis, como la actual, se nos inunda de estadísticas, se nos dice que la economía ha estallado por ciertas causas técnicas, pero se nos obvia que esas causas tienen detrás de ellas personas con nombres y apellidos que con sus decisiones las han provocado, se nos oculta también que la economía funciona de forma muy poco democrática.

Así pues, diluyendo la conciencia de clase, camuflando la división fundamental de la sociedad entre por un lado el proletariado, los que no poseen los medios de producción, es decir, los trabajadores asalariados, o incluso los que poseen pequeños medios de producción, es decir, los que son casi trabajadores, pequeños empresarios, trabajadores autónomos, y por otro lado, la burguesía, la gran burguesía, los que poseen los grandes medios de producción, los grandes capitalistas que controlan en gran medida la economía; camuflando dicha división fundamental mediante la existencia de clases intermedias que suavicen dicha separación, se pretende evitar o suavizar la lucha de clases. Si muchos trabajadores se creen que no pertenecen al proletariado (aunque en el fondo sí pertenezcan a él o casi) entonces no sienten la necesidad de luchar contra la burguesía, se crea en ellos una falsa conciencia de clase, se les despista. No es por casualidad que la pequeña burguesía se ponga del lado del proletariado en ciertos momentos y que en otros momentos se ponga del lado de la gran burguesía. El pequeño empresario, el trabajador autónomo, está entre Pinto y Valdemoro. Ejerce el papel fundamental para el gran capital de dividir al proletariado, de proteger a la gran burguesía.

Así pues, ocultando o suavizando el hecho de la existencia de grandes capitales, la tendencia inevitable de la concentración progresiva del capital, del poder, inherente a la propia dinámica del capitalismo, se procura también evitar o suavizar la lucha de clases. Haciendo ver al pueblo que la economía es una actividad en la que los que más responsabilidad tienen en ella no tienen nombres ni apellidos, en la que todos tienen más o menos las mismas responsabilidades, en la que basta con cambiar de presidente de gobierno para evitar sus problemas (que por cierto nunca se evitan), en la que el poder político sirve de cabeza de turco, en la que el poder político sirve de parapeto del verdadero poder en la sombra (que por mucho que cambie aquel siempre permanece), se procura evitar pedirles cuentas a los auténticos responsables del funcionamiento de la economía, de la sociedad en general. Ocultando al enemigo, camuflándolo detrás de sus marionetas, se procura evitar enfrentarse a él. No es por casualidad que en momentos de crisis como el actual se tome al presidente de gobierno de turno como chivo expiatorio (al margen de la responsabilidad que por supuesto también tiene en el estado de la situación, porque a pesar de todo algo de margen de maniobra tiene, aunque poco), como casi el único responsable de la crisis o del retraso en la recuperación de la economía. De esta manera se descarga la rabia del pueblo sobre uno solo de sus responsables, se desvía la atención de las verdaderas causas de fondo de la crisis, y se evita por consiguiente cambiar radicalmente el sistema, cuyo diseño es la verdadera causa de fondo de la crisis, se mantiene el status quo de los auténticos responsables de la crisis. Mucha gente cree que con otro gobierno la situación sería distinta. Aunque también mucha gente, cada vez más, se va convenciendo, poco a poco, de que independientemente de cual de los dos partidos principales gobierne, la situación económica es prácticamente la misma. Existe cada vez más la percepción general de que el funcionamiento de la economía depende de la coyuntura, de alguien o algo aparte de los gobiernos. Lo cual, dicho sea de paso, hace sospechar del verdadero poco poder que posee el poder político, del verdadero poco poder que posee la ciudadanía en general. Hace sospechar que el verdadero poder lo tienen otros. La crisis ha estallado en todo el mundo, tanto en países gobernados por gobiernos de derechas como por gobiernos de “izquierdas” (en Estados Unidos gobernaban los republicanos cuando estalló aunque ahora gobiernan los demócratas, en Alemania gobiernan los conservadores, en el Reino Unido los laboristas, en España los “socialistas”), y la salida de la crisis depende más del país que del signo del gobierno. Es decir, da la sensación de que lo que influye en la economía de cada país, más que el gobierno de turno, son las características intrínsecas que tiene dicha economía y las dependencias con respecto a la economía mundial. Da la sensación de que la economía va por un lado y la política por otro. Mejor dicho de que la política depende de la economía en vez de al revés. Es decir, de que la economía manda y la política es casi simplemente decorativa. Esto concuerda con la explicación de que el poder de la sociedad no reside en la política, menos aún en la ciudadanía, sino en otros lares, en el gran capital.

Así pues, además, controlando los resortes del Estado, controlando especialmente los medios de comunicación más importantes y el sistema educativo, se procura evitar que el pueblo se conciencie sobre todas estas cuestiones, se procura, y se consigue en gran medida, mantenerle en un estado de inconciencia o semiconciencia que evite desarrollar su conciencia de clase y por tanto que evite la lucha contra las clases altas, las que gobiernan en la sombra. Haciéndole creer que tiene el poder mediante el diseño de unas “democracias” que en realidad son oligocracias al servicio de la oligarquía, haciéndole creer que el poder político es el único responsable de la situación económica, poder político elegido por el pueblo (pero eso sí entre las opciones que el gran capital desea para evitar que se le escape de las manos), haciéndole creer que el funcionamiento de la economía depende por igual más o menos de todos, haciéndole creer que la división de clases entre explotadores y explotados es algo prácticamente del pasado, se hace creer al pueblo que la lucha de clases ha caducado, que es algo que sólo existió antaño y que ahora no tiene tanto sentido. Se le hace creer al pueblo todo esto. Pero los hechos, la realidad, poco a poco, le hacen perder la fe al pueblo en dichas creencias. Las contradicciones entre lo que dicen y lo que hacen los que controlan la sociedad poco a poco les van delatando.

Resulta pues que cuando surgen las crisis, todos somos responsables de las mismas. Resulta que cuando la economía va bien sólo unos pocos se enriquecen, lo cual es justificado por el hecho de que tienen mayores responsabilidades, pero cuando la economía va mal, todos nos vemos perjudicados, especialmente los que somos menos responsables. Los trabajadores pierden poder adquisitivo en tiempos de bonanza y su sustento en tiempos de crisis. Siempre pagan los de abajo. Los que menos responsabilidad tienen en el funcionamiento de la economía. En nuestros sistemas “democráticos” los responsables no responden, no se responsabilizan ante la ciudadanía. Las minorías que controlan la sociedad se enriquecen cuando la economía va bien (incluso a veces cuando va mal también), se reúnen en organismos nacionales (los think-tanks, laboratorios de ideas, como la FAES presidida por el ex-presidente de gobierno español José María Aznar) e internacionales para decidir e influir en el funcionamiento de la política y la economía, pero luego cuando la economía va mal desaparecen del mapa, nos dicen que todos somos responsables del funcionamiento de la economía y nos dicen que todos debemos apretarnos el cinturón. ¡Hay que ser muy ingenuo para tragarse semejante cuento! Pero, desgraciadamente, gracias al control que tienen dichas minorías de los medios de comunicación, mucha gente se traga el cuento, o por lo menos se traga una parte importante del mismo. Y por supuesto, si sale alguien diciendo que existen minorías que ostentan un poder en la sombra, se le acusa de tener una visión conspirativa de la historia desde la paranoia. Se intenta ridiculizar la teoría expuesta como una teoría de la conspiración. Remito al libro “Hitler ganó la guerra” de Walter Graziano.

Por supuesto, no debemos caer en el excesivo simplismo para explicar las cosas. Pero si uno quiere explicar algo de forma sencilla, debe inevitablemente simplificar las cosas. El mundo es muy complejo y sólo puede explicarse mediante algún modelo que lo simplifique. Pero que se simplifique algo no significa que se falte sustancialmente a la verdad. Al simplificar nos alejamos algo de la verdad, pero no necesariamente mucho. Sólo podemos acceder a la verdad, intrínsecamente compleja, simplificándola un poco. Si no simplificamos no podemos descubrirla, no podemos entenderla, no podemos acercarnos a ella, y si simplificamos demasiado entonces nos alejamos de ella o sólo nos acercamos a una de sus partes, a una verdad parcial o incompleta. La clave radica en simplificar lo justo. En cualquier ciencia, cualquier teoría es siempre un modelo que simplifica la realidad. Todo científico es consciente de este inevitable proceso de simplificación de la verdad. No es cierto que en el mundo exista un Gran Hermano que lo controle todo. Esto es simplemente ridículo. Es, al menos por ahora, imposible. Pero tampoco es cierto que todos tengamos la misma responsabilidad en el funcionamiento de la sociedad. Esto es también ridículo, como acabo de explicar. No concuerda con muchas cosas. En mi opinión, está claro que existen ciertas minorías con mucho más poder que el resto de los ciudadanos, pero también está claro que dichas minorías no tendrían nada que hacer si la mayoría silenciosa no fuera pasiva y conformista. El enemigo a combatir no es sólo las minorías que dominan la sociedad, sino también la pasividad y el conformismo de la mayoría de los ciudadanos que conforman la sociedad.

Debemos cambiar el sistema que permite que el poder se concentre en exceso. Debemos combatir tanto a los que concentran el poder como a los que consienten que el poder esté concentrado. En una sociedad como la capitalista, en la jungla, donde se fomenta la concentración del poder, la actitud general de la gente es la de consentir y comprender que el poder siempre debe estar concentrado. Esto puede uno percibirlo incluso en su vida personal, en sus experiencias cotidianas. En cualquier grupo humano, siempre hay alguno o algunos que llevan la voz cantante y el resto se dejan llevar. Pocas veces se toman decisiones de forma democrática, sino que unos imponen sus criterios sobre los demás. Esto es lógico que sea así. En un sistema donde la democracia es sólo una bella palabra vacía de contenido, las personas no la aplican ni siquiera en su vida cotidiana. Para combatir al sistema, se necesita una ardua labor de concienciación, de reeducación, la gente debe también cambiar de mentalidad. Hasta que no aprendamos a ser democráticos, a aplicar el respeto, la libertad, en el día a día, no podremos tener una democracia verdadera. El sistema hace al individuo y a su vez el individuo hace al sistema. Remito al capítulo “La rebelión individual” del libro “Rumbo a la democracia”.

Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. En definitiva, la historia de la humanidad siempre ha sido una guerra entre el pueblo y las clases dominantes, una lucha de clases. Y como en toda guerra, gana aquella parte más fuerte, o aquella parte que usa la estrategia más inteligente o más audaz. La fortaleza de las minorías dominantes reside en el control que tienen de la sociedad. Controlan el sistema político, la economía, los medios de comunicación, la educación, el poder judicial, el ejército, la policía, etc. Controlan el funcionamiento del Estado. Pero el verdadero control es el ideológico. La forma más eficaz y segura de controlar a un pueblo es controlando su forma de pensar. La clave está en la guerra ideológica. Quien gane dicha guerra tiene muchas probabilidades de ganar la guerra global. Es condición necesaria pero no suficiente. Porque se necesita además de las ideas, las estrategias para posibilitarlas. Ambas son imprescindibles. El cambio se produce si la conciencia está a su favor y si la estrategia lo permite llevar a la práctica. Quien domine la conciencia del pueblo y además tenga la mejor estrategia, gana. Pero la diferencia entre la derecha y la izquierda es que la primera necesita alienar al pueblo para imponerse, mientras que la segunda necesita emanciparlo. El pueblo debe desconfiar de todo movimiento político que con la excusa de liberarlo lo domine, es decir, practique los mismos métodos que la derecha. La derecha domina al pueblo, la izquierda lo libera. Los métodos delatan el fin. Reconoceremos a la auténtica izquierda por los métodos que practica más que por los fines que declara. Hablan más los hechos que las palabras. Reconoceremos a la auténtica izquierda por lo que hace más que por lo que dice.

La fortaleza del pueblo reside en su naturaleza mayoritaria. Su debilidad reside en su alienación, en su comportamiento pasivo, en el hecho de comportarse como un rebaño de ovejas, o en su desunión. Tan peligroso es que un rebaño de ovejas se comporte al unísono a las órdenes de un pastor como que cada oveja vaya por su lado. El día que el pueblo deje de comportarse como ovejas y esté unido, el pueblo será invencible. Ningún pastor podrá dominarlo. Porque es posible la unión sin la sumisión. Es posible el trabajo en equipo sin renunciar a la libertad. Si el pueblo está unido entonces la fuerza de su mayoría hace acto de presencia. Y si además actúa responsablemente, conscientemente, libremente, entonces no puede ser dominado ni alienado. Un pueblo unido y libre es un pueblo fuerte.

La fortaleza de toda minoría activa, ya sea la clase dominante o la vanguardia revolucionaria, reside precisamente en su actitud activa. La fortaleza de la minoría dominante reside en el poder que ya ostenta, en el control que ya tiene del pueblo, control que ha obtenido y mantiene por su actitud activa. Las clases dominantes saben que su dominio hay que trabajarlo día a día. No se duermen en los laureles. Su debilidad reside en la falsedad de sus ideas, en el hecho de que la verdad, la lógica, el sentido común, la ética, no están de su lado. La fortaleza de la vanguardia revolucionaria, justamente, reside en la debilidad de las clases dominantes: en sus ideas, en el hecho de que la verdad, la lógica, el sentido común, la ética, están del lado de la revolución. Por este motivo, las clases dominantes necesitan censurar las ideas revolucionarias. Porque si no, tarde o pronto (no muy tarde), las ideas revolucionarias superarían a las ideas contrarrevolucionarias. Por este motivo, la vanguardia revolucionaria debe luchar prioritariamente por que sus ideas puedan ser oídas por la opinión pública, en igualdad de condiciones que sus opuestas. Las ideas revolucionarias necesitan el enfrentamiento ideológico para ganar y para no desvirtuarse. Las ideas contrarrevolucionarias necesitan evitarlo para no sucumbir.

Por este motivo, la derecha necesita una “democracia” donde no exista verdadera libertad de expresión, donde la prensa no pueda distribuir todo tipo de ideas. La derecha necesita monopolizar los medios de comunicación de masas. La izquierda, al contrario, necesita que exista libertad de prensa. La mentira se sustenta en el monopolio. La verdad en la pluralidad. Pero la mentira necesita tener una “infraestructura” que la camufle. Una dictadura es una infraestructura política poco eficaz porque no engaña a nadie. La mejor infraestructura que ha encontrado la burguesía, la clase dominante actual, es precisamente la llamada democracia liberal. Por este motivo, dicha “democracia” ha conseguido engañar al pueblo e incluso a cierta parte de la izquierda, por la eficacia del disfraz. La izquierda auténtica está condenada en las democracias diseñadas a la medida de la derecha. Por consiguiente, la izquierda debe luchar prioritariamente por conseguir auténticas democracias donde todas las opciones tengan las mismas posibilidades. Debe luchar por desenmascarar a las falsas democracias liberales, por quitarles el disfraz. Y esto debe hacerlo sobre todo en aquellas “democracias” que tengan peor disfraz. Al enemigo siempre hay que atacarlo por su punto más débil. Y España tiene uno de los peores disfraces. En España es más fácil desenmascarar a estas falsas democracias.

Pero, además, aun admitiendo que pudieran ser impuestas sobre las de la derecha, es decir, aun admitiendo que las asuma el conjunto de la sociedad, si las ideas de la izquierda no se enfrentan a sus opuestas, inevitablemente degeneran. Cualquier idea que no pueda ser cuestionada, que no se enfrente abiertamente a sus opuestas, con el tiempo, degenera. Se convierte en una verdad absoluta, en un dogma. Un sistema sustentado en dogmas, de cualquier índole, degenera, se aleja de la verdad y por tanto de la libertad y de la justicia. Se convierte en una dictadura ideológica, la peor de las dictaduras. Un sistema sustentado en la fe en vez de en la razón, en la aceptación acrítica en vez de en la duda razonable, en el pensamiento de grupo en vez de en el pensamiento crítico y libre, con el tiempo, degenera. La verdad no puede existir sin la libertad. La verdad se abre paso cuando es posible cuestionarla, contrastarla. Las ideas necesitan el enfrentamiento con sus opuestas para estar vivas, para evolucionar, para mejorar, para acercarse cada vez más a la verdad. Las ideas que no se enfrentan a sus opuestas, se ponen enfermas. Las ideas necesitan de la duda, del cuestionamiento para estar sanas. Las ideas necesitan enfrentarse unas a otras para fortalecerse, necesitan airearse para no palidecer. Tan es así que incluso en los ejércitos, en las organizaciones donde la democracia está menos presente, en ciertos momentos, se necesita prescindir de la jerarquía, de la autoridad indiscutible, se sustituye la disciplina por la libre discusión. Cuando los mandos militares discuten sobre la mejor estrategia a emplear necesitan hacerlo de la forma más libre posible, necesitan analizar la situación de la forma más realista posible, necesitan de la verdad. Las decisiones son tomadas por los máximos responsables, no son tomadas democráticamente desde luego, pero dichos responsables necesitan que sus subordinados o colaboradores discutan libremente sobre ellas para que sean las más acertadas, necesitan en ciertos momentos de cierto grado de democracia, de algunos de sus principios como la libertad de pensamiento o la libertad de expresión. Ningún ejército puede vencer sin la aliada de la verdad. Y ninguna verdad puede alcanzarse sin su aliada inseparable la libertad. Sin debate libre es imposible encontrar la verdad y modificarla. No hay mejor forma de madurar intelectualmente que mediante el debate. La mejor forma de desarrollar y asentar las ideas propias es enfrentándose dialécticamente con las ideas opuestas. Quien se niega a debatir, o quien sólo lo hace con los que piensan como él mismo, muere intelectualmente. La ciencia estaría muerta si no fuera por el debate, por el cuestionamiento.

El método científico nos proporciona la mejor herramienta para encontrar la verdad. Nuestras ideas, nuestras verdades, deben siempre poder ser cuestionadas, contrastadas con sus opuestas y con la práctica. La experiencia práctica propia es la mejor fuente de conocimientos, pero no la única. Si a ella complementamos el debate, la lectura, el acceso a todo tipo de ideas, el intercambio con las experiencias ajenas, entonces nuestro nivel de conciencia se dispara exponencialmente. Cometen un error tanto los que sólo acceden a las ideas desde sus despachos, que sólo las buscan en los libros o entre papeles, llegando al extremo de considerar prácticamente que sólo es verdad lo que está escrito en algún lado (¡Como si no fuera posible escribir mentiras!), como los que piensan que basta con observar y analizar lo que se vive en la práctica. En mis escritos, para exponer mis verdades, por supuesto cuestionables como todas las ideas, yo me baso sobre todo en mis experiencias prácticas pero también en lo que he leído, en las ideas aportadas por otros individuos, etc. No necesito recurrir constantemente a citas de ciertos libros porque mis verdades las deduzco en base a mis razonamientos, mis hipótesis de partida y sobre todo mis experiencias prácticas. Aunque también es cierto que las lecturas que hago me ayudan a desarrollar dichas verdades y a profundizar en ellas. Y no hay nada más fructífero que el intercambio de ideas con otros individuos, especialmente con los que discrepan.

Para mí, el hecho de que alguien (por muy famoso e ilustre que sea, la historia está llena de ejemplos en los que grandes personajes estaban totalmente equivocados) haya dicho tal o cual cosa, no significa necesariamente que tal cosa sea una verdad más fidedigna que la que yo pueda encontrar en base a la razón y a la observación de la realidad que me rodea. Siguiendo esa filosofía de demostrar ciertas verdades en base a lo que alguien dijo o en base a ciertos estudios, siempre puede llegarse a verdades opuestas porque siempre pueden encontrarse referencias escritas que permitan llegar a verdades opuestas. Incluso si uno usa las citas de un solo personaje, en función de la cita usada, adecuadamente descontextualizada, se puede defender ideas opuestas. Por ejemplo, yo he usado citas tanto de intelectuales liberales como socialistas cuando no puedo pensar simultáneamente lo que globalmente defienden dichas ideologías (aunque en el fondo coinciden en algunos aspectos). Puedo coincidir puntualmente con tal o cual personaje, pero esto no significa que en general piense en todo lo demás como dicho personaje. En mi caso, cuando uso una cita es porque expresa de forma elocuente una idea que yo no puedo expresar de mejor forma. Yo uso las citas no como base de mis verdades sino como forma de expresar mejor éstas.

Sin embargo, es muy habitual en ciertos círculos intelectuales basarse sobre todo en citas, en libros, en estudios más o menos científicos (obviando muchas veces que los estudios son una aproximación a la realidad, que tienen muchas veces un importante margen de error por la forma en que se han hecho) para demostrar las verdades expuestas, despreciando en cierto sentido otras formas de llegar a las verdades, en particular, la práctica adquirida por el pueblo llano, o el simple sentido común o la razón. Digamos que entre ciertos intelectuales existe cierto elitismo que les hace despreciar otras formas de llegar al conocimiento, cierto desprecio hacia lo popular en beneficio de lo culto. Por otro lado, en cierto sentido, hemos pasado del extremo del idealismo filosófico en el que se pensaba que era posible llegar a la verdad en base simplemente a la lógica, al razonamiento, al pensamiento, es decir, navegando exclusivamente por el mar de la teoría sin considerar a la práctica, a la realidad, al extremo opuesto en que toda verdad debe sustentarse en ingentes cantidades de datos (¡Como si no fuera posible maquillar la realidad o tergiversarla en base a las estadísticas!, ¡Como si los datos no pudieran interpretarse, muchas veces, de múltiples maneras!, ¡Como si no existiera la ingeniería financiera, la ingeniería contable, para ocultar la realidad o camuflarla!), en que hay que demostrar absolutamente todo porque todo es cuestionable, en que el sentido común o la razón nos engañan y nos imposibilitan llegar a la verdad, es decir, al extremo de un “materialismo” exagerado. Hemos pasado de tener excesiva fe en la razón y el sentido común a no tener ninguna fe en los mismos, del “absolutismo” (toda verdad es absoluta) al “relativismo” exacerbado (toda verdad es relativa). Hemos sustituido la filosofía por la ciencia, por una ciencia demasiado basada en las matemáticas. Hemos pasado de tener excesiva fe en las palabras al extremo opuesto de tener demasiada fe en los números. ¡Como si los números no pudieran también engañar como las palabras! Hemos sustituido la lógica formal por su hija la lógica matemática. La ciencia y la filosofía se han separado demasiado.

Yo soy de la idea de que hay que llegar a cierto equilibrio en la mayor parte de las facetas de la vida. Si combinamos nuestra capacidad de raciocinio con la observación, la teoría con la práctica, las palabras con los números, la filosofía con la ciencia (la auténtica ciencia y la verdadera filosofía son en realidad dos caras de la misma moneda, dos maneras complementarias e intrínsecamente interrelacionadas de llegar a la verdad, no hay ciencia sin filosofía ni filosofía sin ciencia), entonces tenemos muchas más probabilidades de llegar a las verdades. Hay muchos caminos para llegar a las verdades. Es un error considerar sólo uno de ellos y despreciar los otros. Es importante hacer estudios, considerar datos, hacer experimentos de “laboratorio”, pero también es importante, quizás más, analizar la realidad que nos rodea, usar el sentido común, la razón, la lógica. Si nos limitamos a tomar datos sólo de algunas fuentes (sólo de los libros o sólo de nuestras experiencias particulares, inevitablemente limitadas) y no los procesamos suficientemente (mediante el uso de la razón) entonces no adquirimos verdadero conocimiento.

No confundamos la información con el conocimiento. El conocimiento es información procesada. Debemos usar toda la información posible y debemos procesarla suficientemente y correctamente. Y la única manera de procesarla es mediante el único procesador capaz de hacerlo: el cerebro humano (por ahora la capacidad de razonamiento de los ordenadores es muy inferior a la humana, un ordenador es superior a la mente humana en la transformación de unos datos en otros, pero no en la transformación de la información en conocimiento). Podemos definir la inteligencia como la capacidad de obtener conocimiento a partir de la información, es decir, es propio de la inteligencia construir ideas a partir de datos. Y por ahora, la única máquina inteligente es el cerebro humano. El problema es que no hay dos cerebros iguales. Lo que ocurre es que nuestros procesadores no son objetivos. Están condicionados por las ideologías de la sociedad en la que vivimos, por el contexto. Nuestros razonamientos son interferidos por nuestras emociones, por nuestros sentimientos. Todos podemos equivocarnos al procesar. El error forma parte de la naturaleza humana. El peor error que puede cometer cualquier persona es pensar que está libre de errores. Para aumentar las probabilidades de llegar a verdades fidedignas, debemos combinar nuestros procesadores. Nadie es capaz por sí mismo, dadas las limitaciones físicas y mentales, y dado lo limitadas que son nuestras experiencias particulares, de llegar a todas las verdades posibles. Como en las redes de ordenadores, los “procesadores humanos” deben colaborar, deben trabajar en equipo. Y esto significa contrastar las ideas, los resultados de distintos procesamientos. Significa que sólo es posible llegar a las verdades a través del debate, del contraste entre ideas opuestas y de la teoría con la práctica. Nadie puede tener la certeza de estar en lo correcto. Ningún ser aislado puede llegar a la verdad. Sólo es posible alcanzarla viviendo en contacto directo con la realidad y contrastando la interpretación que uno hace de la misma con la de otras personas. Ningún científico que se precie puede recluirse en un laboratorio sin contactar con el mundo exterior. Podrá llegar en su laboratorio a ciertas verdades puntuales incompletas, pero el mundo es un todo y sólo es posible conocerlo en su plenitud viviendo en él y colaborando con otras personas.

Uno de los retos de la ciencia actual consiste en recuperar el espíritu interdisciplinario de los antiguos griegos. Las distintas ciencias deben colaborar entre ellas. El mundo es uno y sus diversas partes se interrelacionan, no están aisladas. Podemos “trocear” la realidad, clasificarla como una primera aproximación para intentar comprenderla. El mundo es demasiado complejo para intentar comprenderlo sin crearnos ciertos modelos que lo simplifiquen, que lo descompongan en sus partes. Podemos conocer hasta cierto punto cada una de sus partes por separado, pero tarde o pronto, si queremos tener una visión global de la realidad, debemos preocuparnos también de cómo sus distintas partes se interrelacionan. La ciencia física busca colaborar con la biología, dando lugar a disciplinas como la biomecánica. La sociología, que se preocupa del estudio de grupos de individuos, de la sociedad humana, debe colaborar con la psicología, que se preocupa del individuo. La política se sustenta en la filosofía. La política no existiría si no existiera la filosofía. El término política fue “inventado” por filósofos (el término fue ampliamente utilizado en Atenas a partir del siglo V antes de Cristo, en especial gracias a la obra de Aristóteles titulada, precisamente, Política). Todas las grandes ideologías políticas se sustentan en corrientes filosóficas. Fijémonos en lo que dice el diccionario de la Real Academia Española sobre la filosofía y sobre la política. En él se define la filosofía como el conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano y se define la política como el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados o la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. Es evidente que si la política busca organizar o gobernar la sociedad humana, y que si la filosofía busca conocerla, la primera no es posible sin la segunda. La filosofía, la economía, la moral, la ética y la política están tan íntimamente relacionadas que en ocasiones no se sabe donde acaba una y donde empieza otra. Cuando se habla de ética es inevitable toparse con la filosofía, con el mundo de las ideas. Según el mismo diccionario, la ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Y si se aspira a un sistema político ético entonces la filosofía debe estar presente en todo razonamiento sobre el mismo. La economía política se refiere a estudios interdisciplinarios que se apoyan en la economía, la sociología, la comunicación, el derecho y la ciencia política para entender cómo las instituciones y los entornos políticos influencian la conducta de los mercados.

La ciencia actual está pasando de una etapa en que sus diversas disciplinas trabajaban más o menos por separado a una nueva etapa en que colaboran cada vez más entre sí. En cierto modo volvemos a los orígenes. En la ciencia, en el pensamiento humano, también se cumple la ley de la negación de la negación de la dialéctica. Inicialmente la ciencia era interdisciplinaria. Los grandes pensadores de la Grecia clásica eran a la vez filósofos, matemáticos, químicos, etc. Las ramas del árbol aún estaban poco desarrolladas, aún se era consciente de la existencia del tronco común. Pero con el tiempo, dado el gran desarrollo de cada una de las ciencias, de las ramas del saber, los científicos, los pensadores, se fueron especializando, pasaron a ser filósofos o matemáticos o químicos o físicos. Las ramas fueron creciendo y separándose unas de otras y del tronco común. Y, una vez más con el tiempo, el desarrollo de cada rama del saber condujo de nuevo a la conexión entre las mismas. Las ramas crecieron tanto que empezaron a tocarse unas con otras, hasta ser conscientes de que forman parte de un mismo tronco común. De la interdisciplinariedad original, pasamos a la especialización, para finalmente volver a una nueva interdisciplinariedad más elaborada que la original. Esto es la esencia de la ley de la negación de la negación. Una ley que, como la dialéctica en general, parece cumplirse en la naturaleza, en la sociedad humana, en el ser humano.

La ciencia actual se enfrenta al clásico dilema entre el pensamiento dialéctico y el pensamiento metafísico. La naturaleza es dialéctica. Las cosas se interrelacionan unas con otras de forma más o menos compleja. La realidad es producto de contradicciones que interactúan de forma dinámica. El enfoque metafísico, en el que la realidad se divide en compartimentos estancos y estáticos, no es más que una abstracción de la realidad, necesaria y sin la que no podríamos conocer parte de la realidad. Es una primera aproximación a la realidad. Pero es, sin embargo, insuficiente para tener una visión de conjunto, completa, del mundo real. El enfoque metafísico es una primera etapa necesaria para conocer la realidad, pero para aumentar y mejorar el conocimiento de la realidad se necesita dar un paso más: el enfoque dialéctico (forma de pensar que ya utilizaron los antiguos griegos). La necesaria interdisciplinariedad de la ciencia es una consecuencia de la naturaleza dialéctica de la realidad.

Para ilustrar lo que representa la dialéctica respecto de la metafísica o la lógica formal, basta recordar lo que decía Engels en su “Anti-Dühring”:

Mientras contemplamos las cosas como en reposo y sin vida, cada una para sí, junto a las otras y tras las otras, no tropezamos, ciertamente, con ninguna contradicción en ellas. Encontramos ciertas propiedades en parte comunes, en parte diversas y hasta contradictorias, pero en este caso repartidas entre cosas distintas, y sin contener por tanto ninguna contradicción. En la medida en que se extiende este campo de consideración, nos basta, consiguientemente, con el común modo metafísico de pensar. Pero todo cambia completamente en cuanto consideramos las cosas en su movimiento, su transformación, su vida, y en sus recíprocas interacciones. Entonces tropezamos inmediatamente con contradicciones. El mismo movimiento es una contradicción; ya el simple movimiento mecánico local no puede realizarse sino porque un cuerpo, en uno y el mismo momento del tiempo, se encuentra en un lugar y en otro, está y no está en un mismo lugar. Y la continua posición y simultánea solución de esta contradicción es precisamente el movimiento.

[…] El pensamiento dialéctico es al pensamiento metafísico lo que la matemática de las magnitudes variables a la matemática de las magnitudes invariables.

[…] Incluso la lógica formal es ante todo método para el hallazgo de nuevos resultados, para progresar de lo conocido a lo desconocido, y eso mismo es la dialéctica, aunque en sentido más eminente, pues rompe el estrecho horizonte de la lógica formal y contiene el germen de una concepción del mundo más amplia. La misma situación se encuentra en la matemática. La matemática elemental, la matemática de las magnitudes constantes, se mueve en el marco de la lógica formal, por lo menos a grandes rasgos; en cambio, la matemática de las magnitudes variables, cuya parte principal es el cálculo infinitesimal, no es esencialmente más que la aplicación de la dialéctica a cuestiones matemáticas.

[…]La dialéctica no es, empero, más que la ciencia de las leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, la sociedad humana y el pensamiento.

Y tampoco me resisto a incluir el siguiente texto de Alan Woods que resume perfectamente lo que significa la dialéctica:

La dialéctica es un método de pensamiento y de interpretación del mundo, tanto de la naturaleza como de la sociedad. Es una forma de analizar el universo que parte del axioma de que todo se encuentra en un estado de constante cambio y flujo. Pero no sólo eso. La dialéctica explica que el cambio y la moción implican contradicción, y sólo pueden darse a través de contradicciones. Así, que, en lugar de una línea suave e ininterrumpida de progreso, lo que tenemos es una línea interrumpida por períodos explosivos en los que los cambios lentos que se han ido acumulando (cambios cuantitativos) sufren una rápida aceleración y la cantidad se transforma en calidad. La dialéctica es la lógica de la contradicción.

¿No es evidente que la sociedad humana se comporta de forma dialéctica? La izquierda, cuyo fin último es transformar la sociedad, para lo cual lo primero que necesita es conocerla, debe usar la dialéctica como herramienta de análisis. Debe identificar las contradicciones existentes en la sociedad para buscar la mejor forma de resolverlas. Este, junto con el materialismo histórico (el modo de producción, el sistema económico, es la base de la evolución de la sociedad), fue el gran aporte del marxismo. Su enfoque científico. Su apuesta por la dialéctica. De esta manera, empleando la dialéctica y el materialismo, y sobre todo el método científico, Marx fue capaz de analizar el sistema económico actual (el capitalismo), como nadie lo hizo hasta entonces, como nadie lo ha hecho hasta hoy en día. Fue capaz de descubrir la plusvalía. Diseccionó el sistema de explotación capitalista. No es por casualidad que el interés por los escritos de Marx se dispare en momentos de crisis como el actual. Al margen de los errores que se cometieron (porque en mi opinión también Marx o Engels cometieron errores, nadie es perfecto, remito al capítulo “Los errores de la izquierda” del libro “Rumbo a la democracia”), al margen de ciertas interpretaciones discutibles, yo diría incluso que erróneas, de sus ideas, al margen del uso del “marxismo” por parte del estalinismo (hasta el punto de desvirtuarlo por completo), el marxismo, sin duda, supuso un paso importante para el avance hacia una sociedad más justa y libre, para la emancipación de la humanidad. No cabe duda de que la izquierda debe retomar sus principales aportaciones, aunque adaptándolas a los tiempos actuales, y corrigiendo sus errores. No todo lo que dijeron Marx o Engels es válido. Pero tampoco todo lo que dijeron es falso, como proclaman, interesadamente, la derecha y la falsa izquierda. En mi opinión, las principales ideas del marxismo, su enfoque, son básicamente correctos. Quizás, su principal error, grave error que aún hoy estamos pagando, fue el concepto de dictadura del proletariado. Remito una vez más al mencionado capítulo del libro “Rumbo a la democracia”.

Hablábamos del clásico dilema entre el pensamiento dialéctico y el pensamiento metafísico. La ciencia actual se enfrenta también al clásico dilema entre la visión especializada y la visión generalista. Tan malo es que haya sólo profesionales con una formación exclusivamente generalista, por cuanto no llegan a profundizar, no llegan al detalle, como profesionales con una formación exclusivamente especializada, por cuanto no pueden tener una visión general de las cosas. Se necesitan ambos tipos de profesionales, ambos enfoques. Los generalistas proporcionan el mapa general, la ruta de navegación general y los especialistas se encargan de cada parte específica del mapa. Esta carencia, esta falta de colaboración entre especialistas y generalistas, o entre especialistas, se percibe mucho por ejemplo en el dominio de la salud. Uno de los problemas de la medicina clásica es su insuficiente visión unificada del cuerpo humano. En el cuerpo humano, sus distintos subsistemas están íntimamente relacionados y un enfoque exclusivamente de tipo especializado es insuficiente. Los especialistas en cada uno de los subsistemas deben colaborar entre sí. Y precisamente, uno de los grandes problemas de la medicina actual es la insuficiente colaboración entre las diversas especialidades. Esta necesidad de combinar el trabajo de especialistas y generalistas, de coordinación entre las distintas partes que componen un sistema, existe en todo sistema, incluida la sociedad humana.

Lo que se puede aplicar a cualquier ciencia también vale, a grandes rasgos, para las ciencias humanas. Si queremos construir una sociedad mejor, la sociología debe colaborar con la psicología, la economía con la política, etc. La izquierda, cuyo fin último es transformar la sociedad, debe en primera instancia conocerla, para lo cual debe adoptar un enfoque científico. Y para tener una visión de conjunto de la sociedad, debe practicar el enfoque interdisciplinario, así como el método dialéctico (como hizo en su día Marx). Debe tirar de la psicología, de la sociología, de la economía, de la política, así como de otras ciencias. La sociedad humana es un todo, lo que ocurre en el subsistema de la política influye en el subsistema de la economía y viceversa. Por esto también la lucha revolucionaria debe hacerse en todos los frentes posibles, como expondré más adelante. Las luchas en los distintos frentes se complementan. Si queremos transformar la sociedad, que es un conjunto, hay que transformar sus distintas partes y a su vez las transformaciones de las distintas partes deben relacionarse. No es posible la revolución política sin la revolución económica y viceversa. No es posible una sociedad democrática si la democracia sólo existe en uno de sus ámbitos y no en otros. Si, por ejemplo, sólo existe en el ámbito político pero no en el ámbito económico. La economía influye en la política y viceversa. Por tanto, la falta de democracia en la economía influye en la falta de democracia en el sistema político y a su vez la dictadura económica se nutre de la escasa democracia política, del estancamiento en el desarrollo y extensión de la democracia por toda la sociedad. Como así hay que hacer con el cuerpo humano, para curar a la sociedad no vale fijarse sólo en uno de sus subsistemas, hay que considerar a la sociedad globalmente.

Para llegar a cierta verdad, partimos de ciertas hipótesis, que suponemos verdades demostradas, aunque no nos preocupemos de volver a demostrarlas, es decir, tenemos fe en ciertas verdades de partida, nos basamos en ciertas informaciones, procesamos y llegamos a ciertas conclusiones. Para comprobar si dichas conclusiones son correctas o no, las contrastamos con las conclusiones de otras personas y con la realidad. Si las ideas obtenidas pasan la prueba del algodón, es decir, si ciertas ideas son mejores que otras (para lo cual deben enfrentarse en igualdad de condiciones) y si concuerdan con lo que observamos en la realidad (lo más importante) entonces asumimos que dichas ideas son correctas. Hasta que en cierto momento, por el motivo que sea, para lo cual es imprescindible poder cuestionar dichas ideas en cualquier momento, surgen otras ideas que las superan, ya sea porque explican mejor las cosas, o porque lo hacen de forma más sencilla, o bien surge alguna experiencia práctica, algún acontecimiento, que contradice dichas ideas. Entonces las que se tenían por verdades se sustituyen por otras nuevas verdades. Una teoría sustituye a otra o la amplía. Por ejemplo, la teoría de la relatividad general de Einstein amplía la ley de la gravitación universal de Newton porque la primera puede explicar ciertos fenómenos en ciertas circunstancias especiales que la segunda no puede. Éste básicamente es el proceso de evolución hacia la verdad basado en el método científico. Aunque también es cierto que en los últimos tiempos ha habido una tendencia en la ciencia a obviar un poco la práctica y centrarse en demasía en la teoría. Ciertas teorías de la física en los últimos años han sustituido la comprobación práctica por el aparato matemático. Se han elaborado teorías excesivamente complejas cuyos postulados se han deducido exclusivamente a partir de las ecuaciones, cada vez más difíciles de resolver. La matemática ha pasado de ser una herramienta para explicar cuantitativamente la realidad a ser la que describe y descubre nuevas realidades. Esta degeneración del método científico está siendo poco a poco subsanada. La ciencia debe reconciliarse con la filosofía. Las matemáticas son una herramienta para describir cuantitativamente el mundo, para describirlo con números. La filosofía nos permite describirlo cualitativamente, con palabras. Ambas son necesarias. En todo caso, a lo que iba.

No es práctico no asumir por un tiempo ciertas premisas, no se puede partir de cero constantemente, no se puede replantear todo permanentemente. Pero se requiere, cuando parezca pertinente, cada cierto tiempo, replantear las hipótesis de partida, las verdades básicas a partir de las cuales deducimos otras verdades. Esto en el caso de la sociedad humana quiere decir que para establecer ciertas verdades debemos basarnos en otras básicas, en los prejuicios, en la sabiduría popular, en lo que llamamos comúnmente sentido común, pero también quiere decir que, de vez en cuando, conviene replantearse dichas premisas, conviene combatirlas porque las conclusiones obtenidas a partir de ellas no concuerdan con la realidad o son contradictorias. Por ejemplo, si partimos de la hipótesis de que tenemos democracia, entonces, ¿cómo se explica que la mayor parte de las veces los gobiernos elegidos por los ciudadanos ejerzan políticas que les perjudican?, ¿cómo es posible que si el poder reside en el pueblo, éste siempre se vea impotente ante gobiernos que benefician a ciertas minorías mientras perjudican a la mayoría o que declaran guerras en contra de la voluntad mayoritaria? Si partimos de la hipótesis de que nuestras sociedades son libres, de que hay libertad de expresión pública, de prensa, entonces, ¿cómo se explica que surja el pensamiento único?, ¿cómo se explica que no haya ideas, o que no haya alternativas para los problemas que nunca acabamos de resolver?, ¿cómo se explica que seamos capaces de casi comprender el Universo y no seamos capaces de resolver nuestros problemas sociales? ¿Cómo es posible explicar semejantes contradicciones? Quizás, en este caso, conviene replantearse la hipótesis de partida y suponer que en realidad no tenemos democracia, suponer que nuestras sociedades no son tan libres como aparentan, lo cual explica de modo mucho más sencillo y convincente las incongruencias detectadas. Como decía Murphy, la suposición es la madre de todos los errores. Y una de las estrategias básicas del método científico es que entre dos posibles teorías que expliquen ciertos fenómenos, la más fiable, la más probablemente verídica, la que se adopta, es la más sencilla.

Una vez replanteada la hipótesis de partida, entonces podemos investigar más a fondo si efectivamente es verdadera o es falsa, o hasta qué punto es verdadera o falsa. Las contradicciones nos dan pistas de que algo no cuadra y nos permiten iniciar un proceso de replanteamiento general de las ideas, de las teorías. Pero no podemos, o nos cuesta mucho más, detectar las contradicciones si no podemos contrastar las ideas entre ellas o si no podemos contrastar la teoría con la práctica. La clave, el punto de partida, es el ejercicio del contraste. Contrastar lleva a la verdad. Es el primer paso para recorrer la senda hacia la verdad. Por esto es tan importante que siempre procuremos contrastar, incluso con aquellas ideas que a priori nos parecen indudablemente incorrectas. Por esto es importante superar nuestros prejuicios (porque nadie se libra de ellos) e indagar allí donde a priori no lo haríamos nunca. Es importante, por ejemplo, contrastar entre la prensa oficial y la alternativa, por mucho que una demonice o descalifique a la otra. Por ejemplo, no hay mejor manera de concienciarse sobre la fragilidad y falsedad de los postulados del fascismo o del nazismo que estudiándolos de primera mano y comparándolos con los del resto de ideologías, especialmente sus opuestas. Leer “Mi lucha” de Adolf Hitler y leer a Marx es la mejor manera de poner a cada una de esas ideologías en su sitio. Cuando uno contrasta la una con la otra, puede percibir cómo la una se basa en la fe ciega, en premisas asumidas como verdades absolutas incuestionables, en la providencia divina (término usado reiteradamente por Hitler), en los prejuicios raciales sin ninguna base científica, y cómo la otra tiene un enfoque totalmente distinto, cómo en un caso se usa el pensamiento acrítico de un “iluminado” que cree tener una misión divina, y cómo en el otro se usa el método científico para establecer ciertas verdades (con las que se puede estar de acuerdo o no, que pueden ser correctas o no, esta es otra cuestión), sustentadas en el análisis riguroso de la historia, de la realidad contemporánea. Es la fe versus la razón.

Pero si uno no contrasta entonces es más difícil concienciarse sobre las falsedades de ciertas ideas (aunque en el caso del líder nazi no es muy difícil). Cuando uno sólo considera a una de las partes tiene tendencia a asumir más fácilmente sus postulados que si los contrasta con los de sus contrincantes. El razonamiento humano puede ser muy engañoso y llevarnos por laberintos peligrosos hacia derroteros imprevisibles. Los seres humanos somos capaces de estar muy equivocados bajo la apariencia contraria. Cuando en los razonamientos se mezclan verdades indiscutibles, con verdades con las que estamos de acuerdo, con medias verdades difíciles de demostrar o rebatir, con ideas equivocadas, entonces muchas veces es difícil discernir cuáles son las unas y cuáles son las otras, muchas veces es difícil saber dónde está el error. Las mentiras disfrazadas de falacias son a veces difíciles de detectar. La mejor manera de combatir al fascismo es conociéndolo de primera mano y analizándolo en profundidad para detectar sus errores, es descubriendo sus trampas ideológicas, las cuales explican que, en ciertos momentos, el pueblo, los trabajadores, lo hayan apoyado en parte. No basta con usar el mismo método que la derecha, es decir, la demonización de las ideas opuestas. Hay que conocerlas y detectar sus falacias. Ésta es la auténtica forma de combatir a las ideas opuestas, cara a cara y sin miedo de conocerlas, sin miedo de que nos contagien. Si usamos el método adecuado, es decir, el pensamiento crítico y libre, entonces no podrán contaminarnos, al contrario, afianzarán nuestras ideas, nos repugnarán aún más las ideas fascistas, pero con conocimiento de causa. Como decía Gandhi, la verdad jamás daña a una causa que es justa. Si rechazamos el fascismo simplemente porque alguien nos ha dicho que es algo muy malo, tenemos más peligro de sucumbir ante él en cierto momento de debilidad que si lo conocemos de primera mano. Si sabemos lo que realmente es entonces nadie nos puede engañar. Pero si no sabemos realmente lo que es, podemos sucumbir al engaño. Esto bien lo saben los que sufrieron en sus propias carnes esa lacra. No hay mayor antifascista que el que sufrió sus peores consecuencias. Pero no hace falta esperar a sufrirlo para concienciarse de la barbarie que representa. Podemos estudiar su ideología, podemos conocer la historia contrastando una vez más entre distintas versiones. Incluso si no estamos seguros de qué versión de la historia es la verídica, insisto en que estudiando de primera mano su ideología (y contrastándola con ideologías opuestas) podemos llegar a conclusiones muy fructíferas. Siempre se ha dicho que si mucha gente, en su época, se hubiera leído en profundidad, y tomado en serio, “Mi lucha” de Adolf Hitler, se hubiera detectado a tiempo sus intenciones. Porque, efectivamente, en dicha “obra”, el criminal nazi deja bastante claras sus intenciones: el exterminio judío y la invasión de Europa. Hay que conocer al enemigo a fondo para combatirlo eficazmente, incluso para anticiparse a él.

Como establece el método científico, que como vemos también puede aplicarse a las ciencias humanas, a la sociedad, tan importante es la teoría como sobre todo la práctica. Cometen un error tanto los que piensan que un obrero no tiene nada que aportar como los que piensan que un intelectual, que no se pega con la realidad porque vive aislado entre libros, no tiene tampoco nada que aportar. Aunque bien pensado, probablemente, el que se pega a diario con la cruda realidad tiene más que aportar. A mí particularmente me hace mucha gracia ver cómo ciertos sesudos científicos, después de realizar experimentos de “laboratorio” o estudios basados en un universo de ciudadanos más o menos artificial o limitado, llegan muchas veces a las mismas conclusiones que un ciudadano corriente de a pie en base a sus experiencias prácticas reales. Me hace mucha gracia ver cómo ciertos científicos llegan a las mismas verdades que el pueblo conoce hace tiempo, cómo el mundo “culto” llega a las mismas conclusiones que el mundo de lo popular. Una de las grandes fuentes de sabiduría es el refranero, el repositorio de la cultura popular adquirida durante siglos. Me parece bien que se cuestionen las verdades asumidas popularmente, toda verdad debe ser siempre cuestionada, pero me parece mal, poco inteligente, el desprecio que hay entre ciertos círculos “cultos” hacia lo popular. Muchas veces, incluso esos estudios de “laboratorio” son menos fiables porque cuando uno pretende observar algo e interfiere en lo que observa, como ocurre típicamente en el experimento de “laboratorio”, lo observado está viciado por el método de observación.

Nuestras experiencias prácticas, si somos capaces de analizarlas, nos proporcionan la fuente más fidedigna de conocimiento. Aunque la lectura de ciertos libros nos ayuda enormemente a complementar nuestras experiencias con las de otras personas de otros lugares y de otras épocas, nos ayudan a tener una perspectiva más amplia y profunda, incluso nos ayudan a interpretar mejor nuestras propias vivencias, nos ayudan a ver el bosque y no sólo los árboles que nos rodean. Si complementamos la visión a pequeña escala que cada uno de nosotros nos hacemos de la realidad con la visión a gran escala que nos aporta la lectura, la información de otros, las experiencias ajenas, la sabiduría adquirida por el conjunto de la humanidad a lo largo de la historia, entonces el conocimiento crece en cantidad y calidad. Toda persona puede siempre aportar algo. Aunque sólo sea para confirmar el conocimiento propio, nuestras interpretaciones que hacemos de la realidad vivida. Cada experiencia vital es una fuente potencial de conocimiento. Es un error no escuchar a alguien por considerarlo simplemente carente de interés. Nadie es carente de interés. Aunque no todos pueden aportar lo mismo. No todos tenemos las mismas experiencias vitales. Aquellos que, para bien o para mal, han tenido experiencias vitales más intensas, más especiales, sin duda, pueden aportar más. Pero la vida, aunque no trata por igual a todos, siempre aporta más o menos conocimiento a todas las personas. Es importante leer a aquellos grandes hombres y mujeres que han sido capaces de plasmar en palabras sus experiencias y conocimientos, sus ideas, pero también es importante saber escuchar a aquellos que, por el motivo que sea, no son capaces de plasmar por escrito sus experiencias vitales, que sin duda les han proporcionado conocimiento, un saber vital. El conocimiento, la verdad, no están recluidos en las bibliotecas, en los museos, en las escuelas o en los libros. Están en todas partes. La verdad está distribuida en pequeños trozos dispersos por todos los sitios. Nadie es poseedor de toda la verdad. Entre otras cosas porque no hay una sola verdad, hay muchas verdades. Ciertas personas están más cerca de ciertas verdades que otras, pero nunca están las verdades concentradas en un solo sitio, en una sola persona. Puede estar distribuida de forma desigual, como casi todo en la vida, pero no está tan concentrada como para buscarla sólo en unos pocos escondrijos. Escuchar a las personas con las que nos relacionamos, leer, ver películas, ver documentales, ver debates, acudir a exposiciones, debatir con nuestros semejantes (especialmente con los que discrepan), observar la naturaleza, …, todas las actividades vitales (aunque unas más que otras) nos permiten aprender cada día algo. Como suele decirse, no te acostarás sin saber una cosa más. Siempre que estemos en alerta permanente, que sepamos mirar, observar e interpretar la realidad que vivimos todos los días. Hay que saber mirar con una mentalidad abierta, amplia, y sobre todo, humilde. La soberbia es el gran obstáculo del saber. Para buscar la verdad, y por tanto para poder encontrarla, debemos despojarnos de cualquier atisbo de soberbia. La izquierda, que busca la verdad, debe, al contrario que la derecha, huir de la arrogancia, de la vanidad.

No me resisto a incluir tres maravillosas citas de otros tantos personajes ilustres:

Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas. Albert Einstein.

Todos somos aficionados: en nuestra corta vida no tenemos tiempo para otra cosa. Charlie Chaplin.

Uno debe ser tan humilde como el polvo para poder descubrir la verdad. Gandhi.

La izquierda necesita el enfrentamiento ideológico con la derecha para seguir existiendo. Si no, se convierte en derecha. Si la izquierda no se enfrenta a su enemigo, tanto en las ideas como en los métodos, tanto en el fondo como en las formas, tanto en la teoría como en la práctica, entonces se convierte en su enemigo. Así es cómo ocurrió en las dictaduras estalinistas. La izquierda se volvió derecha. La burocracia “soviética” se convirtió en la peor derecha habida y por haber. Burocracia que, no por casualidad, abrazó el capitalismo puro y duro sin ningún pudor en cuanto la URSS colapsó. En suma, la izquierda necesita el enfrentamiento ideológico para seguir siendo izquierda y le basta hacerlo en igualdad de condiciones que la derecha para ganar. Pero además, la izquierda, que defiende los intereses del conjunto de la ciudadanía, especialmente de los más desfavorecidos, de los trabajadores, debe estar siempre cerca del obrero, del ciudadano de a pie. Y para ello, debe escucharlo, debe considerar que éste tiene tanto o más que aportar que el intelectual. La izquierda, que representa los intereses generales del pueblo, debe estar especialmente cercana a él, tanto para hablarle como para escucharle. La izquierda debe huir del elitismo intelectual como de la peste. La izquierda debe practicar la humildad, sin la que es imposible llegar a la verdad, sin la que es imposible buscarla allá dónde esté.

Para acceder a la verdad, para crecer intelectualmente, para seguir aprendiendo, es imprescindible una actitud adecuada. Siempre debemos considerar la posibilidad de estar equivocados, nunca debemos temer el poner a prueba nuestras ideas, debemos atrevernos a seguir buscando la verdad, debemos estar abiertos a otras ideas, debemos escuchar al contrincante que casi siempre puede aportarnos algo. Como decía Jean Jaurès, el coraje es buscar la verdad y decirla. La búsqueda de la verdad se convierte en ocasiones en una auténtica cruzada. Se necesita una actitud humilde, valiente y sincera para buscarla. La verdad hay que buscarla en todos los sitios, incluso en aquellos en los cuales parece, a primera vista, improbable que esté, incluso en aquellos sitios demonizados por la manera de pensar mayoritaria. La verdad no está necesariamente del lado de la mayoría. Durante milenios la mayoría creyó que la Tierra era el centro del Universo. Para buscar la verdad es imprescindible librarse de nuestros prejuicios y tener una mente lo más abierta posible. Esto es realmente lo más difícil. Hay que escuchar también a nuestros enemigos. En cualquier conflicto debemos escuchar los argumentos de las partes contrapuestas, aunque en principio tengamos una manifiesta antipatía, incluso una gran repulsión, hacia una de las partes. Se necesita, en suma, luchar tenazmente por encontrar la verdad. No todo el mundo está dispuesto a esta lucha. La mayoría prefiere vivir entre mentiras. Buscar la verdad requiere en muchas ocasiones demasiado esfuerzo porque hay que nadar contracorriente. Hay que luchar contra los prejuicios, contra el pensamiento dominante (que a veces es único), contra lo establecido, contra la mayoría, incluso contra nosotros mismos. Se necesita, en suma, una profunda actitud revolucionaria. Pero el que tiene la actitud de buscar contra viento y marea la verdad, alcanza un nivel de satisfacción interior insuperable, se emancipa intelectualmente porque alcanza la libertad interior, la libertad de pensamiento.

Y la alcanza independientemente de si encuentra la verdad o no. Buscar sinceramente la verdad nos emancipa porque la única manera de hacerlo es practicando la libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la libertad. Al buscar la verdad nos liberamos. No sólo es revolucionaria la verdad, es sobre todo revolucionaria la búsqueda de la verdad. Para buscar la verdad debemos practicar la rebelión intelectual, la revolución mental, semilla de la revolución. Además de emanciparnos en el camino de la búsqueda de la verdad, podemos encontrar ciertas verdades que nos permiten aumentar nuestros conocimientos, que permiten expandir nuestra conciencia, que nos proporcionan cierta satisfacción intelectual, además de aplicaciones prácticas que nos pueden servir para mejorar las condiciones materiales de nuestra existencia. Pero, si tenemos la actitud adecuada, la búsqueda de la verdad no acaba nunca. No hay mayor actitud revolucionaria que el de aquellos que nunca se conforman con las verdades encontradas. No sólo es revolucionaria la búsqueda de la verdad, es sobre todo revolucionaria la actitud de búsqueda permanente de la verdad. Se necesita mucha valentía para, tras años de búsqueda de la verdad, ser capaces, en determinado momento, de no conformarse con la verdad encontrada y seguir buscándola, desechando todo el trabajo hecho hasta el momento y volviendo a partir de cero. El astrónomo Johannes Kepler, tras años creando complejos modelos matemáticos que explicaran los movimientos de los planetas de nuestro sistema solar, tuvo la valentía, la honestidad, de rechazar dichos modelos, de desecharlos porque había unas ligeras discrepancias entre lo observado y lo que predecía su teoría. Por esa actitud de búsqueda sincera de la verdad, por esa actitud revolucionaria, fue posteriormente capaz de desarrollar sus famosas tres leyes que explicaban de modo mucho más sencillo y exacto la realidad observada. Su caso es el paradigma de la búsqueda de la verdad mediante el método científico. Inconformismo para no conformarse con la verdad encontrada y aspirar a seguir buscándola, humildad y honestidad para reconocer que la verdad encontrada no es suficiente, no explica suficientemente lo observado, valentía para desechar el arduo trabajo hecho hasta el momento, y esfuerzo, tenacidad, por intentar encontrar una teoría más sencilla (y más elegante) que explique la realidad observada. En este maravilloso ejemplo de superación de la mente humana (Kepler era creyente y a pesar de esto intentó y consiguió encontrar ciertas verdades al margen de Dios) se resume el mejor espíritu de la humanidad. La ciencia en estado puro. Desarrollo de una teoría, contraste con la práctica, rechazo total de la teoría desarrollada porque no concuerda exactamente con la realidad, por encima de orgullos personales, demostrando un auténtico espíritu de servicio hacia la verdad y no un afán de prosperidad individual ni de fama personal. Lo más importante para buscar la verdad, como decía, es tener la actitud adecuada. Las aptitudes son importantes para alcanzar ciertas verdades, pero sin la actitud adecuada la verdad no se busca. La actitud sirve para iniciar el camino hacia la verdad, o para seguir buscándola. Las aptitudes permiten llegar al final del camino a cierta verdad. Pero si no iniciamos el camino, si no hay la actitud, no hay nada que hacer. Lo más importante es tener una actitud de rebeldía intelectual. La rebeldía nos libera, nos emancipa.

En nuestro mundo hay muchas verdades. Tan revolucionario es quien busca la verdad en el ámbito de la ciencia física, como así fueron Kepler y tantos otros científicos, como quien busca la verdad en el ámbito de la sociedad humana. En ambos casos, se necesita una actitud revolucionaria. Tan valiente es quien se enfrenta a la sociedad para decir que hay que transformarla, que es posible otra sociedad, como así hizo por ejemplo Marx (al margen de lo acertadas o no que fueran sus ideas), como aquel que se enfrenta al poder establecido (por ejemplo, la Iglesia) para decir que la Tierra no es el centro del Universo, sino que al contrario, es la Tierra la que gira alrededor del Sol, como así hizo Galileo (al margen también de lo acertadas o no que fueran sus ideas). Por consiguiente, si nos centramos en la sociedad humana, objeto del presente libro, se necesita la misma actitud revolucionaria que todo aquel que busca la verdad en cualquier campo, que cualquier auténtico científico, y asimismo, para encontrarla se necesita el mismo método que debe usar cualquiera que desea encontrar la verdad en cualquier campo: el método científico. La izquierda debe tener la actitud adecuada, el espíritu científico para buscar la verdad, y debe usar el método científico para encontrarla y transformarla. A diferencia de las otras ciencias, en la ciencia revolucionaria se persigue además de conocer la sociedad, transformarla. En esta ciencia se requiere, más que en ninguna otra ciencia, más espíritu científico, se necesita más que en ninguna otra tirar de la actitud de rebeldía y del método científico para buscar y encontrar verdades, y, además, en este caso, se necesita de más libertad, creatividad e imaginación que en ninguna otra ciencia para cambiar dichas verdades. En la ciencia revolucionaria, más que en ninguna otra ciencia, hay muchas probabilidades de cometer errores. Hay que superar los errores cometidos. Y para ello se necesita, más que en ninguna otra ciencia, humildad, valentía, rebeldía, inconformismo, tenacidad, sinceridad, libertad. En definitiva, la izquierda debe asumir una actitud y unas aptitudes científicas, aunque siendo consciente de las peculiaridades de la sociedad humana, las ciencias humanas no son exactas, y siendo consciente de que la ciencia revolucionaria es la única que aspira a cambiar las leyes del universo objeto de estudio, es decir, de la sociedad humana. Si, en general, cualquier ciencia es revolucionaria porque busca la verdad, busca conocer la realidad, la ciencia revolucionaria es la más revolucionaria de todas las ciencias porque además busca construir nuevas verdades, transformar la realidad.

La izquierda, una vez más, por diversos motivos, entre ellos para encontrar la verdad, para transformarla, para conseguir una sociedad verdadera, es decir, viable, o sea, justa y libre, debe nadar contracorriente. Izquierda es sinónima de lucha. Ser de izquierdas implica en realidad tener una actitud ante la vida. No se trata sólo de tener ciertas ideas en cuanto al sistema político o económico de la sociedad. No se trata sólo de votar por ciertas formaciones políticas. No se trata sólo de acudir a las manifestaciones, de agitar las banderas. Ser de izquierdas es una apuesta por el pensamiento libre y crítico, por la honestidad, por la justicia, por la igualdad, por la libertad, por el progreso, por la dignidad, por la verdad. Ser de izquierdas significa luchar activamente día a día por todo esto. Implica enfrentarse a la injusticia siempre que nos topemos con ella. Implica, en primer lugar, resistir ante el jefe en el trabajo cuando conculca nuestros derechos laborales, ante el profesional que conculca nuestros derechos como consumidores, ante los organismos públicos que atentan contra nuestros derechos como ciudadanos, ante cualquier ciudadano que abusa de otros ciudadanos. Ser de izquierdas, en suma, implica también una lucha individual por que el sistema no nos cambie en exceso, por resistir, por no dejarse alienar, incluso por cambiar el sistema a escala local. Si cada uno de nosotros pusiéramos nuestro granito de arena para cambiar lo que vivimos a diario en nuestras particulares experiencias, entonces el sistema poco a poco cambiaría. El sistema lo hacemos entre todos. En definitiva, se es de izquierdas a todas horas, no sólo cuando uno vota o se manifiesta, no sólo de palabra, sino de hecho, actuando. Se es de izquierdas cuando se practica una rebelión individual diaria (remito al capítulo “La rebelión individual” del libro “Rumbo a la democracia”).

La izquierda necesita la verdad, la derecha vive de la mentira. La izquierda busca la verdad, la derecha huye de ella. La izquierda necesita mostrarla ante la opinión pública, para lo cual necesita el método científico, necesita la confrontación sana de las ideas, el contraste entre las ideas y entre la teoría y la práctica. La derecha, por el contrario, necesita ocultarla, camuflarla, tergiversarla, para lo cual necesita justo lo contrario, es decir, debe huir del contraste, de la confrontación con la izquierda. La izquierda tira de la razón y de la ética, la derecha de la fe y de la religión. La izquierda necesita a la derecha para reafirmarse. La derecha necesita evitar a la izquierda para ser, para sobrevivir.

El germen de la revolución, del cambio, es la búsqueda de la verdad. No hay palabras más revolucionarias que las dos siguientes: ¿por qué? Preguntar es revolucionario. El impulso por conocer la verdad, motivado por la curiosidad o por la necesidad de explicar lo que se vive, lo que no se comprende, lo que se sufre, es el primer paso para cambiar las cosas. Cuando el pueblo, movido por la necesidad fundamentalmente, empieza a preguntarse sobre el porqué de las cosas, entonces pone la primera y más necesaria piedra del cambio. Sin preguntarse sobre el porqué de las cosas, no es posible cambiar la situación. No es posible adquirir conocimiento o conciencia sin preguntar. La derecha busca reprimir el instinto innato del ser humano por buscar la verdad. La izquierda, al contrario, debe alimentar dicho instinto. La derecha busca adormecer al pueblo, sumirlo en un estado de inconciencia o semiconciencia o incluso falsa conciencia. La izquierda, al contrario, busca despertarlo, concienciarlo.

Verdad vs. Mentira. Razón vs. Fe. Ciencia vs. Religión. Filosofía vs. Misticismo. Materialismo vs. Idealismo. Hombre vs. Dios. Estado vs. Iglesia. Ética vs. Costumbre. Justicia vs. Legalidad. Cambio vs. Tradición. Dinamismo vs. Inmovilismo. Pensamiento crítico vs. Pensamiento de grupo. Escepticismo vs. Dogmatismo. Pluralidad vs. Monopolio. Contenidos vs. Etiquetas. Ideas vs. Prejuicios. Argumentación vs. Descalificación. Dialéctica vs. Demagogia. Causalidad vs. Casualidad. Análisis vs. Distracción. Profundizar vs. Banalizar. Información vs. Desinformación. Cultura vs. Ignorancia. Educación vs. Adoctrinamiento. Tolerancia vs. Racismo. Integración vs. Marginación. Libre pensamiento vs. Fanatismo. Debate vs. Censura. Hechos vs. Palabras. Acción vs. Retórica. Compromiso vs. Indiferencia. Denuncia vs. Silencio. Dignidad vs. Obediencia. Colaboración vs. Competencia. Voluntariedad vs. Disciplina. Convencer vs. Imponer. Participación vs. Autoritarismo. Bases vs. Élites. Equipo vs. Jerarquía. Lucha vs. Sumisión. Diálogo vs. Imposición. Sinceridad vs. Hipocresía. Transparencia vs. Opacidad. Instrucción vs. Oscurantismo. Concreción vs. Abstracción. Humildad vs. Soberbia. Conciencia vs. Inconciencia. Honestidad vs. Corrupción. Emancipación vs. Alienación. Liberación vs. Represión. Rebeldía vs. Conformismo. Activismo vs. Pasividad. Esfuerzo vs. Comodidad. Libertad vs. Libertinaje. Igualdad vs. Suerte. Solidaridad vs. Caridad. Soluciones vs. Parches. Altruismo vs. Egoísmo. Distribuir vs. Concentrar. Repartir vs. Acaparar. Respeto vs. Autoridad. Derechos vs. Privilegios. Común vs. Exclusivo. Popular vs. Elitista. Soberanía popular vs. Soberanía nacional. Internacionalismo vs. Patriotismo. Paz vs. Guerra. Construcción vs. Destrucción. Trabajo vs. Explotación. Producción vs. Especulación. Regulación vs. Descontrol. Público vs. Privado. Nacionalizaciones vs. Privatizaciones. Socialismo vs. Capitalismo. Civilización vs. Jungla. Democracia vs. Oligocracia. República vs. Monarquía. Reforma vs. Involución. Revolución vs. Reacción. Proletariado vs. Burguesía. Personas vs. Dinero. Ciudadanos vs. Capital. Oprimidos vs. Opresores. Débiles vs. Fuertes. Pobres vs. Ricos. Trabajadores vs. Empresarios. Desposeídos vs. Poseedores. Explotados vs. Explotadores. Pueblo vs. Oligarquía. Mayorías vs. Minorías. Causas vs. Ambiciones. Ideales vs. Intereses. Utopía vs. Distopía. Optimismo vs. Derrotismo. Fuerza de la razón vs. Razón de la fuerza. ……… Progreso vs. Retroceso. ……… Izquierda vs. Derecha.

La izquierda y la derecha representan dos tendencias contrapuestas, dos concepciones de la vida, de la sociedad, del ser humano. Defienden valores opuestos, intereses contrapuestos, filosofías distintas, maneras de hacer las cosas radicalmente diferentes. Sin embargo, en la vida real no existe nada puro. Nadie es al cien por cien de izquierdas ni de derechas. Todos tenemos tendencias de izquierdas y de derechas. La cuestión radica en cuáles de dichas tendencias prevalecen sobre las otras. Alguien se puede considerar de izquierdas cuando las tendencias de la izquierda son mayoritarias sobre las de la derecha, y viceversa. Asimismo, no existe ninguna sociedad puramente de izquierdas ni de derechas, ni existirá. Como tampoco existe un capitalismo puro ni un socialismo puro. Como tampoco existe ningún partido político puramente de izquierdas ni de derechas. De hecho, muchas veces, demasiadas veces, la izquierda política adopta o adoptó formas de actuar de la derecha, algunos de sus métodos (por ejemplo la férrea disciplina, el predominio de las élites sobre las bases, imponer en vez de convencer, el dogmatismo, el adoctrinamiento, etc.). Cuando esto ocurre, cuando la izquierda adopta maneras de la derecha, su filosofía, es cuando la izquierda se desvirtúa, se convierte en derecha, pasa de ser una fuerza a favor del progreso, del cambio, para convertirse en una fuerza conservadora, a favor del inmovilismo o incluso del retroceso. No hay mayor contrasentido que una dictadura de izquierdas. La izquierda deja de ser izquierda cuando asume los mismos objetivos básicos que la derecha, aunque no los declare abiertamente (como ocurre con la llamada socialdemocracia que renuncia a defender los intereses del proletariado, que reniega del objetivo básico de la izquierda como es la transformación de la sociedad), pero también cuando adopta los métodos de la derecha. En ambos casos no se consigue mejorar la sociedad, en el primero porque no se desea realmente, en el segundo porque no se puede, al adoptar métodos que lo imposibilitan. La izquierda auténtica desea cambiar la sociedad para conseguir que sea más justa y libre, pero debe además usar el método adecuado para conseguirlo. Y dicho método no puede ser otro que la democracia y la libertad, en sus sentidos más amplios. Esta división conceptual izquierda-derecha no es más que una abstracción de la realidad, una idealización de la misma. Entre el blanco y el negro hay otros muchos colores, diversos matices intermedios. Pero a pesar de esto, podemos decir que existen ambas tendencias, ambos extremos a los que se puede aproximar más o menos. A pesar de lo que la derecha ha intentado hacernos creer a lo largo de las últimas décadas, siguen existiendo estas dos concepciones del mundo. La derecha, como decíamos, para sobrevivir, necesita eliminar a la izquierda, ya sea evitando su enfrentamiento ideológico con ella, ya sea obviando su existencia.

La derecha, consciente de su inferioridad ideológica, ha intentado eliminar o difuminar la división izquierda-derecha, ha intentado subsumir la izquierda dentro de la derecha, ha intentado sustituir la lucha de clases por la armonía entre las mismas, en su afán por evitar la lucha de clases que siempre amenaza los intereses de las clases privilegiadas. Lo ha intentado, y, en gran medida, lo ha conseguido. El pensamiento único es una de las principales falacias en las que se sustenta el capitalismo (remito al libro “Las falacias del capitalismo”). Pero, no sólo la lucha de clases sigue vigente, aunque sólo fuera por la existencia de clases cada vez más contrastadas, sino que las clases altas la practican constantemente contra las clases bajas. Cuando proclaman que la lucha de clases es cosa del pasado quieren decir en realidad que la lucha de las clases bajas contra las clases altas es cosa del pasado. Hemos pasado de una época en que la iniciativa la tenían las clases bajas a otra época en que son las clases altas quienes atacan. La clase trabajadora ha pasado de estar al ataque a apenas estar a la defensiva. Cualquier ciudadano debe ser plenamente consciente de la existencia de clases contrapuestas con intereses opuestos. La lucha de clases se percibe cuando los trabajadores pierden poder adquisitivo, derechos, o sus puestos de trabajo mientras los grandes empresarios se enriquecen cada vez más. La lucha de clases se percibe especialmente bien en tiempos de crisis en los que el Estado muestra su auténtico rostro clasista para ayudar a la banca, que provoca la crisis, mientras a los trabajadores, víctimas de la misma, se les da sólo migajas para acallarlos, o incluso se les hace pagar las consecuencias de las medidas tomadas para rescatar a los que provocaron la crisis. La lucha de clases se percibe cuando el gobierno supuestamente elegido por el pueblo actúa contra él en beneficio de los más privilegiados, cuando se suben los impuestos a los pobres mientras a los ricos se les elimina o disminuye. La lucha de clases se percibe cuando se persigue al delincuente menor que roba por necesidad mientras se protege al delincuente mayor que roba por avaricia, cuando la Justicia se ceba con los débiles mientras blinda a los poderosos. Lejos de lo que se nos proclama muchas veces, la lucha de clases sigue vigente, la división izquierda-derecha sigue plenamente viva. Incluso, probablemente, aun en el supuesto de que algún día alcancemos una sociedad que podamos considerar justa, donde las clases sociales no existan o estén poco contrastadas, siempre existirá en el ser humano, en la sociedad, las tendencias contrapuestas izquierda-derecha. El ser humano es por definición un ser contradictorio en el que existe una lucha dialéctica entre sus mejores y sus peores tendencias. La sociedad siempre deberá estar alerta para que los logros alcanzados, por la iniciativa de la izquierda, no sean malogrados, por la iniciativa de la derecha.

El lector más avispado podría rebatirme de la siguiente manera: Si la izquierda necesita a la derecha para reafirmarse y la derecha necesita eludir a la izquierda para sobrevivir, entonces ¿cómo es posible una sociedad donde existan simultáneamente la izquierda y la derecha?

¿Es posible una sociedad donde sólo exista la derecha? Sí. Es, de hecho, lo más habitual. Nuestras sociedades actuales, nuestros sistemas políticos, son en la práctica, de facto, de derechas. La verdadera izquierda, la que propugna la transformación de la sociedad, nunca gobierna en la mayoría de los países llamados democráticos. La izquierda radical está prácticamente marginada en dichas “democracias”. Los partidos socialdemócratas han asumido los postulados de la derecha. De hecho, los asumen cada vez más. De hecho, se han convertido en el principal aliado del poder económico, del gran capital, de la verdadera derecha en la sombra. Y ello ha sido posible porque la derecha ha marginado a la auténtica izquierda mediante el diseño de las democracias liberales y mediante el control ideológico a través del sistema educativo y de los medios de comunicación. Incumpliendo sobre todo el pilar esencial de la separación de los poderes, haciendo todos los poderes dependientes, en última instancia, del poder económico, dejando que el poder económico domine toda la sociedad, se ha conseguido transformar la democracia en oligocracia (aunque en verdad no hemos tenido realmente nunca democracia en la historia, menos en nuestro país). O bien, dicho de otra manera, la democracia se transforma cada vez más en oligocracia. La falta de democracia se realimenta a sí misma, y la democracia liberal, por su diseño técnico, por el incumplimiento en la práctica de sus postulados teóricos básicos, degenera cada vez más. Por supuesto, esto debe disimularse mediante la existencia de unas supuestas izquierdas oficiales. Hay que aparentar cierta pluralidad. Si no, el disfraz de “democracia” no valdría.

¿Es posible una sociedad donde sólo exista la izquierda? No. Como ya comenté anteriormente, en una sociedad donde sólo existe la izquierda, ésta degenera inevitablemente y se convierte en derecha. Un Estado autoproclamado de izquierdas es en el fondo lo mismo que un Estado de derechas, aunque en este caso éste no se declare como de derechas. La prueba de esto que digo es que todos los Estados “socialistas” de Europa tras la caída del muro de Berlín se han convertido en Estados de derechas, en Estados capitalistas, porque en realidad ya lo eran. Puede haber habido ciertos problemas en la transición de sus economías, en la transición del capitalismo de Estado al capitalismo liberal, pero en lo político la transición de la llamada democracia popular a la democracia liberal no ha sido traumática, no ha sufrido contestaciones populares, más bien al contrario. Si el pueblo en dichos países hubiera disfrutado en las llamadas democracias populares de más democracia que en las democracias liberales, hubiera luchado por resistirse a los cambios, por defender sus conquistas democráticas. Todos los Estados que se autoproclaman de izquierdas, en los que no existe verdadera democracia, tarde o pronto, y a pesar de que en ciertos aspectos, en ciertos momentos, se apliquen políticas económicas indudablemente de izquierdas, se convierten en Estados de derechas, se convierten al capitalismo o a una forma distinta de capitalismo (ya sea porque colapsan, como ocurrió en la URSS, ya sea porque su economía se transforma en capitalista, como está ocurriendo en China). Todo sistema dominado por una élite (ya sea la burguesía o la burocracia de un Estado totalitario) degenera en el capitalismo o en algún sucedáneo del mismo. El capitalismo se sustenta en la falta de democracia. En realidad, aquellos Estados ya son Estados de derechas en lo político aunque en lo económico tengan ciertas características de izquierdas, una economía en ciertos aspectos socialista. Son Estados que en lo político son más de derechas que las democracias liberales, en los que el pueblo tiene menos poder, menos libertad, pero son Estados que en lo económico aplican ciertos aspectos del socialismo, al menos temporalmente. A algunos Estados que se proclaman como socialistas, más les vale desarrollar cuanto antes la democracia, dar el poder al pueblo, para salvar sus revoluciones, para impedir la contrarrevolución, para evitar echar por tierra los avances económicos y sociales logrados, para impedir que el socialismo implementado, aunque insuficiente, aunque sea sólo en realidad un capitalismo de Estado, un pseudo-socialismo, derive en el capitalismo puro y duro. Siempre es más fácil pasar del capitalismo de Estado al socialismo que del capitalismo liberal al socialismo. En el primer caso ya se ha producido la expropiación de los medios de producción. Si la revolución no echa raíces en el pueblo, es decir, si no se da el poder al pueblo, si no se desarrolla por completo la democracia, entonces el riesgo de contrarrevolución es siempre alto y permanece latente. La contrarrevolución siempre es un riesgo latente, pero lo es aún más cuando la revolución depende de ciertas élites, cuando el pueblo no la protagoniza por completo. La derecha siempre acecha y aprovecha al máximo los errores de la izquierda. Ésta debe corregir sus errores y minimizarlos, por su propia supervivencia.

¿Es posible entonces una sociedad donde coexistan la izquierda y la derecha? En este caso la respuesta no es tan sencilla. Sí, si consideramos que las formas de los conceptos de izquierda y derecha evolucionan con la sociedad. No, si consideramos la definición actual, estática, de los conceptos izquierda y derecha.

En una verdadera democracia, las ideas de la izquierda rápidamente se convierten en mayoritarias. Simplemente porque representan los intereses generales, porque la verdad, la razón, la ética están del lado de la izquierda. La sociedad evoluciona. A pesar de las fuerzas contrarias al cambio, al progreso, la sociedad cambia. El instinto del hombre hacia la libertad, en realidad, no puede eliminarse del todo, sólo puede reprimirse temporalmente. La sinrazón no puede eternizarse. Tarde o pronto, muchas veces tarde, la sociedad reinicia el camino del progreso. El problema en la actualidad es que está en juego nuestra propia supervivencia como especie. A lo largo de la historia, ha habido épocas de avances, épocas de retrocesos, pero, analizando la historia en una escala temporal amplia, indudablemente, la humanidad ha avanzado algo (aunque a veces más en las formas que en el fondo, más en teoría que en la práctica). La tendencia natural de la sociedad humana es hacia el progreso. Una especie inteligente tiende de forma natural hacia el progreso. Inteligencia implica progreso. Aunque el progreso puede poner en peligro de extinción a cualquier especie si no es equilibrado, si el progreso tecnológico no está suficientemente acompañado del progreso político, social, moral. La sociedad tiende, a largo plazo, hacia una sociedad de izquierdas. Los postulados de la izquierda, con el tiempo, tienden a imponerse. Pero por la fuerza de la razón y no por la razón de la fuerza.

La prueba de esto que digo es que lo que hoy es derecha, se consideraba en el pasado izquierda. El liberalismo, considerado hoy de derechas, fue en su día la izquierda frente al conservadurismo. La izquierdización de la sociedad se evidencia por el hecho de que con el tiempo van surgiendo nuevas izquierdas, mientras las derechas van desapareciendo, a pesar de que surjan temporalmente fenómenos de derechización que sólo pueden prosperar bajo las apariencias de cierto izquierdismo, adoptando sus discursos, incluso robando sus conceptos (no es casualidad que Hitler llamara a su movimiento Nacional Socialismo). El fascismo adoptó aparentemente ciertos postulados de la izquierda para imponerse. La gran trampa del fascismo fue el populismo, adoptar la apariencia de la izquierda, aparentar la defensa de los intereses del proletariado para conquistarlo y engañarlo. El fascismo tuvo que adoptar en parte el discurso del comunismo para vencerlo. Al liberalismo le sucedió la socialdemocracia, a ésta el socialismo, a éste el comunismo, a éste el anarquismo. Parece que la sociedad humana se comporta como un boomerang. Del comunismo primitivo, o del anarquismo primitivo, propios de cuando vivíamos en tribus, parece que tendemos hacia un nuevo comunismo (en su acepción auténtica, nada que ver con la barbarie en que degeneró el estalinismo) o anarquismo, propios de una sociedad civilizada avanzada. Como el ser humano que en la vejez vuelve a la infancia, la sociedad humana tiende, en algunos aspectos, a volver también a su infancia. La negación de la negación que se diría en términos dialécticos. La derecha sobrevive porque asume, al menos oficialmente, ciertos objetivos de la izquierda, porque se disfraza de izquierda, o dicho de otra manera, porque procura ocultar o disimular sus tendencias más derechistas. No es casualidad que en nuestro país, la derecha pretenda presentarse como de centro. Esta obsesión por el centro no existe sin embargo en el partido “socialista”. Éste, al contrario, para conseguir más votos, vira su discurso hacia la izquierda. Ambos partidos del bipartidismo tienden hacia la izquierda, en apariencia, para conseguir apoyo popular.

En nuestras escasas democracias, cualquier partido que pretenda conseguir muchos votos, que pretenda ser mayoritario, debe adoptar un discurso de izquierdas, en el que defienda los intereses generales. Los postulados de la izquierda venden, los de la derecha no. Eso sí, usando el lenguaje políticamente correcto impuesto por la derecha que domina ideológicamente. La derecha domina ideológicamente porque le dice al pueblo lo que éste quiere oír, aunque luego haga lo contrario de lo que dice. Las élites, que son de derechas, dominan al pueblo, que es en el fondo de izquierdas, usando el lenguaje adecuado. Hablando como la izquierda, como la izquierda políticamente correcta, es decir, como la que declara objetivos evidentes, inevitables de ser asumidos por el pueblo, como la justicia, la libertad, la igualdad, pero que no llega a concretar cómo lograr esos objetivos (esto es lo peligroso, pasar de las intenciones generales, ambiguas, a los hechos, a los objetivos concretos), pero actuando como la derecha. La derecha que realmente defiende los intereses de las clases altas adopta un discurso populista para aparentar que defiende los intereses de las clases bajas. La derecha consigue muchos votos porque pretende defender los intereses del pueblo. Su forma de discrepar oficialmente de la izquierda no consiste en renunciar a los objetivos de ésta (cuando en realidad sus objetivos son otros) sino en decir que ellos pretenden conseguirlos de otra manera que la izquierda. Es decir, la derecha sobrevive porque esconde sus verdaderos objetivos, los disfraza con los de la izquierda, y porque consigue convencer a muchos ciudadanos de que ellos pueden conseguirlos mejor que la izquierda. Para sobrevivir la derecha se disfraza de izquierda.

Así pues en nuestras democracias, las diferencias entre la izquierda oficial y la derecha oficial se limitan a pequeñas discrepancias sobre cómo alcanzar los mismos objetivos declarados. Ambos partidos que sustentan el bipartidismo, la partitocracia disfrazada de democracia, defienden los intereses de la derecha, del gran capital, pero adoptan un discurso oficial más o menos izquierdista. Lo curioso de nuestras actuales “democracias” es que los partidos aparentan cierto izquierdismo, por lo menos en cuanto a los objetivos básicos de la izquierda (una sociedad más justa y libre), pero practican un claro derechismo. Ésta es la gran contradicción de nuestras actuales “democracias”. Tenemos una ciudadanía con tendencias izquierdistas (como no podía ser de otra manera) gobernada por partidos más o menos de derechas. Esta contradicción delata que algo no cuadra en nuestras “democracias”. Tenemos democracias de derechas que consiguen engañar al pueblo, que es por definición de izquierdas. La auténtica izquierda debe combatir la hipocresía de tales “democracias” poniendo en evidencia a los lobos (la derecha oficial) y a los lobos vestidos de ovejas (la izquierda oficial). Debe hacer contrastar al pueblo entre la teoría y la práctica, entre las etiquetas y los contenidos, entre las palabras y los hechos, para llegar a la verdad. A la verdad de que los dos partidos principales defienden los intereses de la derecha, de que son de derechas. Como decíamos, la izquierda auténtica debe usar el método científico para llegar a la verdad. Debe despertar el instinto hacia la verdad de los ciudadanos y debe incitarles a ejercitar el mejor método de acceso a las verdades, a cualesquiera verdades: el método científico.

Así pues, aparentemente, la sociedad tiende inevitablemente a evitar la convivencia entre la izquierda y la derecha. La sociedad tiende a asumir los postulados de la izquierda en la teoría, pero a practicar los postulados de la derecha. Convive una ciudadanía de izquierdas con un sistema político de derechas. Ésta es la gran prueba del algodón de lo falsas que son nuestras “democracias”. Las contradicciones nos prueban que algo no cuadra. Si la gente es básicamente de izquierdas, si los partidos para conseguir votos tienden a venderse como de izquierdas, entonces, ¿cómo es posible que se apliquen políticas de derechas? No queda más remedio que, en este razonamiento, cuestionar la hipótesis de partida. O la gente tiende a no ser de izquierdas, lo cual sería absurdo porque el pueblo pretende defender sus intereses cuando vota a cierto partido (las clases bajas son mayoritarias mientras que las clases altas son minoritarias). O los partidos que se venden como de izquierdas, en realidad, son de derechas, o, dicho de otra forma, son más de derechas de lo que aparentan. Si consideramos esto último, entonces todo cuadra. Los partidos engañan a la población y aparentan lo que no es. Ésta es la explicación más lógica, más sencilla, y por tanto la más verídica. El método científico nos lleva a descubrir la verdad sobre nuestro sistema político. La verdad es que los partidos que pretenden defender los intereses generales, es decir, que se pretenden de izquierdas, en realidad, defienden los intereses particulares de ciertas élites, es decir, son de derechas. Y esto ocurre porque el pueblo al votar se cree que tiene el poder. Pero no tiene el poder porque es dominado ideológicamente. Así triunfa la falsa conciencia de clase. El sistema adoctrina al individuo, doma al pueblo, aliena a la ciudadanía. La falsa conciencia de clase hace que un obrero vote a un partido de derechas. El pueblo piensa como las élites desean que piense. Y esto ocurre porque no existe verdadera libertad de pensamiento, porque la libertad de expresión, de prensa, sólo existe sobre el papel. Y esto ocurre, a su vez, porque los medios de comunicación están dominados por dichas élites, porque no hay separación de poderes, porque el dinero lo controla todo, porque no hay verdadera democracia. Tenemos una oligocracia disfrazada de democracia. El pueblo, una gran parte, cree que tiene una democracia porque el disfraz es eficaz, es elaborado, es sutil, es inteligente. La izquierda auténtica debe hacerle ver al pueblo el disfraz. A todo esto hay que añadir la predisposición natural de los individuos a comportarse como ovejas, a dejarse dominar por la comodidad. La izquierda auténtica debe despertar al individuo para que deje de comportarse como una oveja. Invito al lector a encontrar alguna explicación más lógica, más sencilla.

Pero imaginemos que conseguimos instaurar una verdadera democracia en la que todas las ideas puedan fluir libremente por la sociedad, tanto las de izquierdas como las de derechas. En dicha sociedad plenamente democrática, desde luego parece evidente que las ideas de la derecha, tal como entendemos hoy la derecha, tienden a desaparecer. Los intereses generales se van imponiendo cuando el pueblo tiene el verdadero poder. ¿Quiero esto decir que en dicha sociedad sólo habría partidos de izquierda? Tal como entendemos hoy la izquierda, sí. Ningún partido que defienda intereses opuestos al pueblo, a la mayoría de la ciudadanía, podrá sobrevivir en una auténtica democracia. La verdadera democracia condena a la derecha. Por esto, ésta intenta por todos los medios evitarla. ¿Y qué mejor manera de evitarla que haciendo creer al pueblo que ya se ha alcanzado, que ya no hay nada que conseguir o mejorar? Sin embargo, probablemente, como ya ha ocurrido, los conceptos de izquierda y derecha cambiarían. Lo que hoy consideramos como derecha desaparecería y lo que hoy consideramos como izquierda moderada pasaría a ser derecha así como la izquierda más radical pasaría a ser la izquierda moderada, y probablemente, surgiría una nueva izquierda más radical a su izquierda. En todo caso, esto ya ha ocurrido, como antes expliqué. No es descabellado pensar, por ejemplo, que las ideas anarquistas o marxistas resurgieran en dicha sociedad, evolucionadas o bajo otras formas. La diferencia entre el caso de una verdadera democracia y la falsa democracia actual es que en el primer caso no habría discrepancia entre los discursos y los hechos porque un pueblo libre y con el verdadero poder rápidamente se desharía de aquellos partidos que le traicionan o le toman el pelo (en una democracia donde existe, entre otras cosas, el mandato imperativo o el referéndum revocatorio, el poder político está al servicio de la sociedad y no al revés). Para que la sociedad siga evolucionando, debe existir siempre la posibilidad del enfrentamiento izquierda-derecha en igualdad de condiciones. Cuando la izquierda se impone de forma forzada, reprimiendo explícitamente a la derecha, como vimos, se convierte en derecha. La sociedad se “derechiza”. Cuando la izquierda se impone de forma no forzada a la derecha, simplemente mediante su enfrentamiento libre, se reafirma. La izquierda debe usar la fuerza de la razón y necesita evitar a toda costa la razón de la fuerza. Cuando la razón se va imponiendo, la sociedad inevitablemente se “izquierdiza”. La verdadera democracia izquierdiza la sociedad de forma natural. Por esto es un error por parte de la izquierda no luchar prioritariamente por la verdadera democracia, intentar el atajo de imponer una “dictadura del proletariado” (remito al capítulo “Los errores de la izquierda” del libro “Rumbo a la democracia”).

Lo que ocurre es que con la evolución de la sociedad también evolucionan las formas en que se expresan los conceptos de izquierda y de derecha. Los conceptos fundamentales de derecha e izquierda son siempre los mismos, pero la manera cómo se traducen en la política o en la sociedad cambia porque ésta cambia. Lo que es progreso (izquierda) en una época, es retroceso (derecha) en otra época posterior. Esto es inevitable cuando la sociedad progresa. El sistema político defendido por la izquierda o por la derecha cambia con el tiempo. Antaño la derecha defendía la monarquía absoluta y ahora defiende la monarquía parlamentaria e incluso la república (siempre que sea poca cosa pública). Antaño el sistema económico defendido por la derecha era el feudalismo y ahora es el capitalismo. Antaño la izquierda aspiraba al capitalismo y ahora al socialismo. El capitalismo, el liberalismo, significaban progreso en la época de la revolución francesa, pero ahora son sinónimos de retroceso, de estancamiento. Lo que antes era de izquierdas se transforma en algo de derechas, pero al revés no. Esto es así porque la sociedad tiende con el tiempo a “izquierdizarse”, al progreso. Con el tiempo, la derecha asume ciertas ideas de la izquierda (desvirtuándolas en muchas ocasiones) y la izquierda se reinventa a sí misma, descubre nuevas ideas. Las ideas de la izquierda y de la derecha cambian. Pero si consideramos los conceptos izquierda-derecha en sus significados más profundos, es decir, Progreso vs. Retroceso, entonces aunque las formas en que se expresan la izquierda y la derecha cambian en el tiempo, el fondo permanece igual.

La derecha sobrevive camuflándose cada vez más. No puede evitar ciertas conquistas sociales, pero sobrevive porque aprende a adaptarse a las circunstancias. A la aristocracia le sucede la burguesía. Al feudalismo le sucede el capitalismo (incumpliendo en la práctica algunos postulados básicos del liberalismo). Incluso al capitalismo le sucede el capitalismo de Estado disfrazado de socialismo, que conduce inevitablemente al burocratismo. A la monarquía absoluta le sucede la monarquía parlamentaria o la república reducida a su mínima expresión. La derecha consigue sobrevivir porque elabora un disfraz cada vez más sofisticado. El poder formal sucumbe ante el poder de facto. La derecha no puede evitar los avances en el campo de la teoría, pero procura, y consigue casi siempre, que no se traduzcan en avances reales en la práctica. Consigue que lo proclamado solemnemente de palabra o por escrito se quede en papel mojado, se desvirtúe. Consigue que el poder económico siga controlando el conjunto de la sociedad, aunque bajo otras formas, formas cada vez más aparentemente de izquierdas. Consigue desvirtuar la democracia para convertirla en oligocracia. El poder de unos pocos, de las élites económicas de la sociedad, se disfraza del poder del pueblo. La oligocracia se disfraza de democracia. Oligocracia que toma la forma política de una partitocracia dominada por dos partidos igualmente financiados por la oligarquía y que por tanto defienden, en el fondo, por igual, aunque bajo formas distintas para aparentar cierta pluralidad, los intereses de quiénes les financian, es decir, los intereses de la oligarquía. El poder político sucumbe ante el poder económico. La democracia política sucumbe ante la dictadura económica. No podrá haber una auténtica sociedad democrática mientras la democracia no se aplique en la economía. La conquista de la democracia política es el primer paso necesario hacia la plena democratización de toda la sociedad, especialmente de la economía, el motor de la sociedad. La democracia política debe liberar a la sociedad entera del control por parte del poder económico mediante una efectiva separación de todos los poderes. La izquierda va acorralando a la derecha y ésta necesita elaborar cada vez más el disfraz para sobrevivir. La derecha, el poder económico, se busca las mañas para seguir controlando la sociedad, para perpetuar sus privilegios. Aunque, por supuesto, cada vez le cuesta más. Pero, la mayor parte de las veces, lo consigue. Hasta ahora. Ningún disfraz es perfecto. Nada es perfecto.

Siempre, o al menos durante largo tiempo, habrá una lucha dialéctica entre el progreso y el retroceso de la sociedad, entre la izquierda y la derecha, en sus acepciones más profundas. Inevitablemente, por las propias tendencias del ser humano, en cierto momento, la historia puede detenerse, el ser humano puede acomodarse, la sociedad puede aletargarse. Y en ese momento siempre cabe la posibilidad de que algunos espabilados se aprovechen de la situación y puedan provocar retrocesos o estancamientos. Como así está ocurriendo en el presente. Como, probablemente, así ocurrió ya en el pasado. Porque si no, ¿cómo se explica que el comunismo primitivo se extinguiera? Porque algunos individuos aprovecharon las circunstancias, el hecho de que la sociedad empezara a generar riqueza, a acumular excedentes, para acaparar la riqueza social a costa de los demás. Porque a pesar de que el contexto inicial fomentaba la solidaridad entre los individuos de la sociedad comunista primitiva (cuando la tierra era de propiedad común), el egoísmo estaba también latente en el ser humano, en todos los individuos, aunque en unos más que en otros, no desapareció del todo. Y el cambio en la situación económica de la sociedad, el hecho de que empezara a haber excedentes, despertó dicho sentimiento egoísta en aquellos individuos que, por el motivo que sea, podían acceder a las riquezas generadas por el sistema productivo. Estamos simplificando bastante desde luego, pero en esencia pudo ser así. Aunque nadie puede asegurar cómo fue en realidad porque no podemos viajar al pasado.

Evidentemente, todas las teorías que intentan explicar la evolución de la sociedad humana tienen un gran margen de error. El problema con las ciencias como la historia o la arqueología es que se sustentan en tierras movedizas. Nos basamos en lo que observamos hoy o en el pasado reciente con respecto al comportamiento humano. Suponemos que tal comportamiento era parecido en el pasado más o menos remoto. Aunque nadie puede asegurar que esto sea así. Nadie sabe a ciencia cierta cómo eran los seres humanos de hace miles de años, no digamos ya de hace millones de años. Podemos pensar que se comportaban de forma parecida a cómo lo hacen las tribus que han llegado hasta nuestros días, pero esto no tiene por que ser necesariamente cierto. Nos basamos también en los objetos del pasado que hemos encontrado e interpretado de cierta manera, que por supuesto puede estar equivocada, con una probabilidad nada despreciable. La arqueología es una ciencia realmente muy inexacta porque se basa en pruebas muy escasas y que son muchas veces producto de la suerte, de la casualidad. Y nos basamos también en la documentación escrita que hemos heredado del pasado. El problema es que la documentación se refiere a épocas relativamente recientes. El problema es también que no siempre lo que está escrito es fiable. El problema es que probablemente mucha documentación se perdió. Tan sólo considerando el incendio de la gran biblioteca de Alejandría ya podemos asegurar que sólo llegó hasta nuestros días una pequeña parte del saber del mundo clásico antiguo. Pero, además, ¿quién nos asegura que nadie ha eliminado, por interés, ciertos documentos? La historia la escriben los vencedores. Por tanto, la historia que hemos conocido, probablemente, dista mucho de la verdadera. ¿No hemos visto en tiempos recientes cómo algunos totalitarismos se esmeraban en quemar libros? Por otro lado, si ya hoy en día podemos observar en la prensa enormes discrepancias con respecto a los acontecimientos que podemos vivir u observar, ¡Qué no habrá sido distorsionado a lo largo de la historia! No tenemos pruebas seguras en las que apoyarnos cuando hablamos de la historia de la humanidad. Tenemos poca información escrita en la que basarnos, a veces poco fiable, tenemos unos cuantos objetos del pasado, que muchas veces realmente no sabemos qué eran o para qué se usaban, que interpretamos de una u otra manera, y, además, al extrapolar lo que observamos en el presente al pasado (o al futuro), podemos estar equivocándonos porque estamos despreciando o minimizando los cambios en el ser humano. Por consiguiente, cuando hablamos del pasado o del futuro de la sociedad humana, estamos hablando en términos probabilísticos y nos arriesgamos a cometer errores importantes. Aun así, las limitaciones debemos tenerlas en cuenta pero no deben paralizarnos. La ciencia debe tener en cuenta sus limitaciones pero nunca debe renunciar a la búsqueda de la verdad. Pero en las ciencias humanas debemos tener siempre en cuenta que las verdades encontradas, más que en otras ciencias exactas como la física, la astronomía o la química, son verdades muy cuestionables.

En las ciencias exactas podemos comprobar nuestras teorías contrastándolas con la práctica, con la observación, con el experimento. Esto es así porque suponemos que las leyes del Universo son más o menos inmutables, no cambian en el tiempo. Aunque esto tampoco es exactamente así. En los momentos inmediatamente posteriores al Big Bang (la gran explosión que dio lugar al Universo, al espacio-tiempo, según las teorías más aceptadas), las leyes de la física no eran exactamente como las conocemos hoy en día. Pero, a pesar de esto, poco después del Big Bang, las leyes del Universo se estabilizaron y se supone que son las mismas que rigen en la actualidad el Cosmos. Es decir, el Universo cambia, como todo, pero mucho menos que la sociedad humana. Ésta cambia más y a mayor ritmo. Por esto, entre otras razones, las ciencias humanas, entre ellas la historia, o la arqueología, son menos exactas. Por esto, en ellas el margen de error de las teorías es mucho mayor. Aun así, a pesar de las dificultades, no debemos renunciar a intentar conocer nuestro pasado ni a intentar construir un futuro mejor. Podemos conocer, como de hecho conocemos, nuestro pasado más reciente con un grado de aproximación bastante razonable. Podemos prever también, hasta cierto punto, nuestro futuro próximo. Pero debemos tener siempre en cuenta que sólo nos aproximamos a la verdad. Siempre es más fácil conocer el pasado que prever el futuro. Y siempre es más fácil conocer el pasado reciente que el remoto. Cuanto más nos alejamos en el tiempo con respecto al presente, tanto para ir hacia el pasado, como, sobre todo, para imaginar el futuro, más probabilidad tenemos de equivocarnos.

Teniendo en cuenta esto, por consiguiente, podemos decir que sólo conocemos con un grado razonable de exactitud una pequeña parte de la historia humana. Y por esto, afirmar, como afirman algunos, que el ser humano sólo puede funcionar como ha funcionado hasta ahora, es esencialmente absurdo. Simplemente porque sólo sabemos cómo ha funcionado en un instante muy breve de toda su historia. No tenemos suficiente información para saber cómo puede comportarse el ser humano bajo distintas circunstancias porque sólo sabemos cómo se comporta bajo unas pocas circunstancias. Es como intentar deducir cómo piensa la población entera de un país en base a una muestra de unas decenas de personas. Todo profesional dedicado a las encuestas sabe perfectamente que el muestreo debe ser suficiente, el número de personas encuestadas debe ser lo mayor posible, el universo objeto de estudio debe ser también lo más significativo posible, para que el error de la encuesta sea el menor posible. Como no conocemos bien la historia de la humanidad, no podemos decir a ciencia cierta que el sistema actual, o similares, es el único posible. No sabemos realmente cómo era el ser humano cuando el sistema económico era otro (por ejemplo en las sociedades primitivas). No sabemos por tanto cómo puede ser en el futuro con otro sistema. No se puede afirmar, como hacen alegremente sus apóstoles, que el capitalismo es el único sistema posible. Máxime cuando no tiene más de cinco siglos, en el mejor de los casos. Apenas un segundo en la historia de la sociedad humana. No sabemos cómo se comportará el ser humano en una sociedad futura socialista, si es que finalmente se elige el socialismo como sistema económico. Como tampoco podemos saber si será posible realmente eliminar las clases sociales. No sabemos cómo sería el ser humano en una sociedad comunista futura, en la que el sistema económico fuera radicalmente distinto al actual. Podemos elucubrar, con cierto margen de error, pero no lo sabremos a ciencia cierta hasta que lo experimentemos realmente. La práctica nos responderá a todas estas dudas. Sin embargo, sí podemos prever, con cierto margen de error razonable, cómo puede evolucionar el ser humano en el futuro próximo, basándonos en el presente, extrapolando desde la sociedad actual. Sí sabemos que los cambios no pueden producirse de la noche a la mañana, que necesitan su tiempo. Por tanto, es posible prever la evolución futura inmediata, la transición desde la sociedad actual a una sociedad futura distinta. Pero nunca debemos olvidar que se trata de previsiones. Las experiencias prácticas siempre son las mejores fuentes de conocimiento. La izquierda, que propugna el cambio social, la construcción de un futuro mejor a partir del presente, siempre debe tener en cuenta todo esto que estoy diciendo. El método científico debe aplicarse también para la construcción de la sociedad humana futura. La práctica debe realimentar a la teoría. Hay que ir depurando ésta en base a las experiencias prácticas reales. Como dice Domenico Losurdo, los procesos revolucionarios son procesos de aprendizaje. Como vemos, la principal herramienta de la izquierda, su aliada técnica, es el método científico. Tanto para conocer la realidad actual como para construir la realidad futura.

El ser humano tiene tendencias contrapuestas que en función del contexto se amplifican o se atenúan, pero no desaparecen del todo. El contexto hace al individuo pero hasta cierto punto. En una sociedad justa, el individuo, por término medio, será más justo que en la sociedad actual. Pero una sociedad por muy justa que sea no elimina por completo los peores defectos del ser humano. Se pueden minimizar pero no eliminar del todo. Probablemente, siempre habrá ciertas tendencias latentes que pueden despertar en cualquier momento. Probablemente, siempre habrá ciertos individuos peligrosos que pueden romper el equilibrio social. La prueba más palpable de esto que digo es el hecho de que las sociedades actuales que fomentan el egoísmo, la sumisión, el conformismo, la apatía, no han podido eliminar la solidaridad, la rebeldía, el afán de progreso, el activismo. Los han minimizado, pero no los han eliminado por completo. Sólo el totalitarismo más absoluto, la dictadura camuflada perfecta, conseguiría, quizás, y esto habría que verlo, modelar por completo al individuo. Pero, como la historia ha demostrado, no existe el totalitarismo perfecto. Nada es perfecto. ¡Afortunadamente! Aunque, incluso con un totalitarismo perfecto, probablemente, tampoco sería posible eliminar por completo ciertas facetas del comportamiento humano. El ser humano tiene ciertas características intrínsecas que no pueden alterarse ilimitadamente. Todos tenemos ciertas limitaciones, ciertas tendencias contrapuestas que pueden ser más o menos modeladas por el entorno pero hasta cierto punto, no por completo. El ser humano se hace (el contexto le influye mucho) pero también nace (el contexto le influye mucho, pero no del todo). Remito al capítulo “La rebelión individual” del libro “Rumbo a la democracia”.

En definitiva, la izquierda que necesita siempre la búsqueda permanente de la verdad, que aspira a la evolución, al cambio, que persigue la utopía, nunca debe renunciar al enfrentamiento ideológico. La búsqueda de la verdad, el progreso, el avance social, la evolución intelectual, no pueden producirse sin el contraste libre de las ideas. La izquierda para subsistir, o incluso para renovarse, necesita siempre enfrentarse con la derecha o con su sustituta. La nueva izquierda necesitará también el enfrentamiento con la nueva derecha para reafirmarse. Dicho de otra manera, el progreso, las fuerzas a favor del avance social, siempre necesitarán el enfrentamiento ideológico con el retroceso, con las fuerzas en contra del avance social. Como dijo Marx, la revolución necesita para avanzar el látigo de la contrarrevolución. Siempre existirá una izquierda y una derecha, como siempre existirá en el ser humano tendencias contrapuestas. En mi opinión, ciertos marxistas, cuando afirman que en la sociedad sin clases no existirá la división izquierda-derecha, es decir, no existirá la política, están equivocados. Afirmar esto equivale a negar (o asumir que puede desaparecer) la naturaleza dialéctica, contradictoria, del ser humano.

Nadie se libra de las contradicciones. Yo tampoco, por supuesto. En este libro probablemente el lector podrá encontrar algunas, como siempre es posible encontrar algunas en cualquier libro, en las ideas de cualquier persona. Nadie posee la verdad absoluta, lo cual no significa que todos estemos a igual distancia de ella. Nadie la alcanza, pero unos se aproximan más a ella que otros. Que haya contradicciones en este libro, aunque yo he procurado evitarlas, no significa automáticamente que todo lo dicho en él sea falso. Cuanto más coherentes somos, más nos aproximamos a la verdad, o a una verdad razonable, creíble. La coherencia es la medida de la validez de las verdades. Una verdad infalible, o más difícil de rebatir, es aquella que muestra coherencia tanto en el propio campo de la teoría como entre ésta y la práctica.

Con el tiempo, probablemente, cambiará lo que se entiende, desde el punto de vista técnico, político, económico, como izquierda y como derecha. Cambiarán las formas pero no el fondo. La derecha del futuro no será la misma que la del presente, como la del presente tampoco es la misma que la del pasado. El aspecto de la izquierda y el de la derecha serán distintos, pero seguirán existiendo una izquierda y una derecha, como conceptos. Siempre existirán fuerzas opuestas, contradictorias. A no ser que lleguemos a una sociedad perfecta, si es que existe, siempre existirá una izquierda, entendida ésta como la aspiración a seguir mejorando, y siempre existirá una derecha, entendida ésta como el conformismo con lo logrado hasta el momento. Y si asumimos que la perfección en realidad nunca puede alcanzarse entonces no queda más remedio que admitir que siempre existirá la política, las discrepancias ideológicas, la división izquierda-derecha. Tan es así, que esta dicotomía existe incluso dentro de cada una de las partes. En todo partido o en toda organización social, ya sea de derechas o de izquierdas, siempre existe el ala izquierdista y el ala derechista.

Así pues, en contra de lo que proclamó pomposamente la derecha en su día de que la historia había llegado a su fin con la caída del muro de Berlín (la derecha siempre desea eliminar a la izquierda, le va en ello su supervivencia), en contra de lo que proclamó uno de sus ideólogos como Francis Fukuyama de que la única opción posible era el liberalismo económico, pero también en contra de lo proclamado por el marxismo, o por ciertas interpretaciones del mismo (presas del determinismo histórico y de un materialismo exacerbado), de que tarde o pronto el socialismo será el único sistema posible, la dicotomía izquierda-derecha no sólo sigue vigente, sino que, probablemente, siempre existirá. El pensamiento único sólo puede subsistir temporalmente en un régimen totalitario, aunque no lo aparente. Pero como nada es perfecto, nunca podrá conseguirse un régimen que consiga domesticar el pensamiento de los individuos por completo. Tarde o pronto, el pensamiento crítico y libre resurge, como así ha ocurrido a lo largo de la historia. El problema, insisto una vez más, no es que la libertad tarde o pronto resurja, que al final siempre resurge, sino que hemos llegado a un punto en que el enorme contraste entre el desarrollo tecnológico y científico y el subdesarrollo social y político pone en peligro de extinción a nuestra especie y a nuestro planeta. Hemos logrado un desarrollo tecnológico que nos impide arriesgarnos a que la libertad retroceda, aunque sólo sea temporalmente. Dado el nivel tecnológico que hemos alcanzado, ya no nos podemos permitir el lujo de arriesgarnos a periodos de retroceso. Debemos de una vez por todas dar el salto evolutivo que nos permita no ya sólo evolucionar sino simplemente sobrevivir como especie. Antaño no era tan peligroso que a ciertos periodos de avances sociales, de libertades, se sucedieran otros periodos de retrocesos, de totalitarismos. Es muy arriesgado, con las posibilidades tecnológicas actuales, con el nivel de influencia sobre nuestro entorno al que hemos llegado, tolerar cualquier periodo de pensamiento único. La libertad no sólo es necesaria para conseguir una sociedad digna, es ahora imprescindible para asegurar la existencia de la sociedad humana y de su entorno natural.

En todo caso, aun admitiendo que yo esté equivocado en cuanto a esto, lo cual es muy posible, lo que está claro es que la izquierda de hoy, del siglo XXI, necesita para subsistir y reafirmarse la confrontación ideológica en igualdad de condiciones con la derecha. No podemos saber a ciencia cierta cómo será el ser humano, y por extensión la sociedad, en el futuro lejano, pero sí podemos saber cómo es ahora y cómo puede ser en el futuro cercano. El tiempo dirá si el ser humano puede cambiar o no. El tiempo dirá si es posible exterminar por completo el egoísmo del comportamiento humano. El tiempo dirá hacia dónde nos dirigiremos, a dónde llegaremos. Pero lo que sí está claro es que una sociedad libre y justa debe intentar minimizar las peores características del ser humano, en vez de amplificarlas. Lo que sí está claro es que el egoísmo no podrá minimizarse en dos días. Y más aun, si cabe, partiendo de las condiciones actuales, de una sociedad donde está presente hasta extremos harto peligrosos para la propia subsistencia de la especie. Y dado que no será posible eliminar, o reducir a la mínima expresión, las peores tendencias del ser humano en poco tiempo, la sociedad deberá protegerse de ellas durante mucho tiempo. Lo que está claro es que si las riendas de nuestro destino las tenemos todos, el conjunto de la sociedad, y no una minoría, entonces el futuro es más probable que sea mejor para todos. No sabemos a dónde nos puede llevar la democracia, pero sí sabemos que si no la usamos entonces las perspectivas no son muy halagüeñas.

Por todo lo anterior, se deduce que la estrategia de la izquierda no puede ser la misma que la de la derecha. Todo lo contrario. La derecha necesita un Estado parcial a sus intereses. La izquierda necesita un Estado verdaderamente neutral. La izquierda no necesita las mismas trampas que la derecha. Usar la misma estrategia que la derecha es la peor trampa en la que puede caer la izquierda. Éste fue el gran error cometido en la historia reciente. Reivindicar un Estado de izquierdas es en realidad seguir con un Estado de derechas. Un Estado neutral es realmente de izquierdas. Un Estado parcial es realmente de derechas. La declarada izquierda de un Estado parcial que se autodenomina de izquierdas se vuelve rápidamente contra el pueblo, como así ocurrió en los países autoproclamados socialistas de Europa y otros lugares. No es de extrañar que la oposición al Estado estalinista en Rusia se llamara “oposición de izquierdas”. Si entendemos como de izquierdas, aquellas fuerzas políticas que defienden los intereses del pueblo, los intereses generales, entonces nunca puede haber un Estado de izquierdas si no es plenamente democrático, si no deja que el poder resida en el pueblo. Un Estado parcial a cualquier interés particular es siempre un Estado antidemocrático, es un Estado de derechas, aunque se autodenomine de izquierdas. El Estado verdaderamente de izquierdas es el Estado imparcial.

Como ya dije, en cuanto la democracia se desarrolle, se amplíe y se extienda por todos los ámbitos de la sociedad, incluido el económico, inevitablemente surgirá el socialismo o algo parecido. Porque el socialismo no es más que el funcionamiento democrático de la economía. Si la luz es el socialismo, si es que éste es el objetivo, o si consideramos de forma más general a la luz como una sociedad más justa y libre, el vehículo que nos permitirá llegar a ella es la democracia, siempre que sea suficientemente desarrollada. El vehículo debe tener la suficiente potencia y maniobrabilidad para alcanzar la luz.

Por todo ello, me parece un error por parte de la izquierda reivindicar una república socialista. Esto supone echar arena sobre uno mismo, supone elegir un vehículo inadecuado. Si pedimos demasiado, demasiado pronto, no conseguiremos nada. ¿Desde la izquierda admitiríamos una república que se declarase abiertamente capitalista? Debemos luchar por el contenido de la República, no por su etiqueta. Nunca la derecha admitirá una transición pacífica e inmediata a una república socialista. No debemos olvidar que una parte importante, demasiado importante, de la población de este país vota a la derecha oficial y a la no oficial. Si luchamos por la democracia, no debemos imponer nuestras ideas, debemos ganarnos a la población, para lo cual, desde la izquierda, sólo nos basta tener la oportunidad de ser oídos en igualdad de condiciones que nuestros adversarios. Nuestras ideas representan la lógica, la justicia, los intereses generales, por tanto, con libertad (en el marco de una verdadera democracia), serán ideas que rápidamente serán asumidas por el conjunto de la sociedad. No necesitamos las mismas trampas que la derecha, que el capital, por tanto no usemos sus métodos. Si nos ponemos a su altura, si asumimos su concepción de la sociedad, su forma de hacer las cosas, entonces perdemos credibilidad ante el pueblo y toda posibilidad de ganárnoslo, nos traicionamos a nosotros mismos porque asumimos los postulados del enemigo.

Debemos luchar por una república neutral y verdaderamente democrática. No debemos sustituir la monarquía capitalista actual (que no se declara como tal pero que impone el modelo económico capitalista en su Constitución) por una república que imponga nuestras ideas. Nuestras ideas, si son razonables, si son justas y lógicas, se irán imponiendo, se volverán mayoritarias, a medida que puedan fluir libremente por la sociedad. Los atajos, como demuestra la historia, se convierten en trampas. Si no usamos el vehículo adecuado entonces éste se estrellará, como así ocurrió ya en el pasado reciente. Debemos elegir el vehículo adecuado al terreno que vamos a recorrer, al momento en que debemos usarlo. Si usamos un vehículo antiguo que ya demostró su ineficacia, entonces volveremos a fracasar. Si conseguimos una verdadera democracia, una república sin apellidos pero con un contenido verdaderamente democrático, en la que se vayan imponiendo los intereses generales, entonces en cierto momento (no muy lejano) será inevitable aplicar la democracia a los medios de producción. Y no puede haber democracia en los medios de producción si éstos pertenecen a ciertos individuos y no al conjunto de la sociedad. Debemos aprender de los errores del pasado y adaptarnos a los tiempos.

Nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso e inteligente y para ello debemos ser astutos e inteligentes. No es suficiente con enarbolar las banderas de una causa justa. Se necesita también una estrategia adecuada para que dicha causa no sea una hermosa causa perdida. Si reivindicamos directamente una república socialista, popular, federal, esto queda muy bonito pero le hacemos el juego a la derecha. Es el mejor favor que le podemos hacer porque así ella puede directamente, e hipócritamente, nosotros lo sabemos desde la izquierda, enarbolar la bandera de la democracia en la que ellos realmente no creen. Si reivindicamos directamente una república de izquierdas, la derecha puede acusarnos fácilmente ante la opinión pública de antidemocráticos. Ellos, que son realmente los que necesitan evitar la auténtica democracia, la del poder del pueblo, pasan así a ser los defensores de la “democracia”. Porque ellos, a diferencia de la izquierda, reivindican un Estado, o reivindicarían una república en caso de que no tuvieran más remedio que abolir la monarquía, sin ninguna etiqueta, pero con un contenido claramente de derechas, como lo es nuestra actual monarquía. Nuestro Estado que se declara como un Estado social y democrático de Derecho, en el artículo 38 de su Constitución impone la economía de libre mercado, o sea, el capitalismo. Es decir, tenemos un Estado en teoría neutral, sin etiqueta, pero con un contenido de derechas.

Para conseguir resultados, para luchar por transformar el Estado actual en un Estado verdaderamente democrático, hay que saber lo que queremos conseguir pero también hay que usar la estrategia adecuada para conseguirlo. Y para ello es condición sine qua non considerar la realidad actual, no tal como nos gustaría que fuera, sino como es realmente. Y la realidad es que ante el pueblo no vende la idea de una república socialista, popular y federal (además, como acabo de explicar, de que esto supone un grave error). La realidad es que tenemos una ciudadanía aletargada, alienada, desinformada, intoxicada. La realidad es que se ha impuesto la falsa conciencia de clase que decía Marx. El pueblo no es aún realmente consciente de la necesidad de desarrollar más la democracia, ni del carácter clasista del Estado. Esto es lógico que sea así. El control de los medios de comunicación por parte del gran capital, el control ideológico de la derecha, es absoluto. El sistema está diseñado de tal manera que además dicho control está más o menos camuflado (cada vez menos, afortunadamente), por esto es eficaz. Por consiguiente, debemos considerar el estado actual de inconciencia de la ciudadanía. A esto hay que añadir los errores que cometió la izquierda en el pasado. Errores que aún estamos pagando. Por esto es primordial analizar éstos y reconocerlos, para subsanarlos y para evitar volver a cometerlos. La crítica y sobre todo la autocrítica son poderosas armas de aprendizaje.

Si desde la izquierda reivindicamos la democracia, si somos capaces de hacernos oír (nuestra lucha debe centrarse prioritariamente por hacernos oír, hay que luchar por la libertad de expresión, por la libertad de prensa, por el debate público), si somos capaces de hacerle ver al pueblo que la verdadera raíz de los principales problemas que nos afectan cotidianamente (el terrorismo, el paro, la mala calidad de la sanidad, la vivienda, etc.) es la escasa democracia que tenemos en la actualidad, si somos capaces de hacerle ver que la democracia puede mejorarse y aumentarse aún mucho más, entonces la causa republicana tendrá muchas posibilidades de pasar de ser una bella causa “romántica”, una causa casi perdida, a una realidad factible a corto plazo, a una causa casi ganada. Desde la izquierda, tenemos mucha labor por delante. Debemos concienciar al pueblo, debemos desintoxicarlo. Pero para ello debemos hablar al pueblo en el lenguaje que, a día de hoy, entiende. Así como para desintoxicar a una persona que ha caído presa de la lacra de la droga, uno debe actuar con mucho tacto, hay que primero ir a su terreno para poco a poco traerle al nuestro y liberarle, lo mismo hay que hacer con la ciudadanía. Hay que acudir a donde ella está y poco a poco, sin prisas pero sin pausa, traerla hacia nuestra causa. No podemos esperar de brazos cruzados a que ella venga a nosotros, y menos si usamos un lenguaje demonizado por el sistema dominante y por tanto que al pueblo le asusta.

Debemos hablar al pueblo en los términos que no han sido demonizados por el sistema actual. Más que de socialismo, comunismo o anarquismo, debemos hablarle en términos de libertad, igualdad, justicia, derechos humanos y sobre todo democracia. Esta palabra no ha sido demonizada por el sistema, al contrario, ha sido tergiversada. Lo que debemos hacer, desde la vanguardia democrática, es reivindicar su verdadero significado. Debemos denunciar ante la ciudadanía su tergiversación, su degeneración. Con el tiempo, una vez que conquistemos la verdadera democracia, ya habrá tiempo para que los marxistas o los anarquistas den a conocer sus ideas. Porque en una verdadera democracia todas las ideas deben tener las mismas oportunidades de ser igualmente conocidas por la opinión pública, deben tener las mismas oportunidades de ser probadas.

Imaginemos que un día, esperemos que no muy lejano, sea posible realizar en la televisión pública un debate serio sobre la posible Tercera República. Imaginemos que alguien de la izquierda, de la verdadera, se pone a reivindicar en público una república popular, socialista y federal. Lo de federal no es el problema. Una república debe siempre estructurar un territorio de cierta manera y es lógico que si defendemos el federalismo lo digamos claramente. El problema de esa frase hecha radica en las palabras popular y socialista. Porque de alguna manera con esa reivindicación intentamos imponer cierto modelo ideológico sujeto a discrepancias. Es muy difícil que una gran parte de la población esté de acuerdo con dicha reivindicación, sobre todo en la actualidad, por la labor de dominación ideológica de la derecha. No digo que no haya que luchar por el socialismo, lo que digo es que esa no es la forma justa ni eficaz de hacerlo. No se trata de imponer, sino de convencer. Lo verdaderamente importante es crear la “infraestructura” política que le permita al pueblo ser dueño de la situación, que le permita en cierto momento elegir el socialismo o cualquier otro “ismo” (incluso con el que no estemos de acuerdo desde la izquierda). No puede construirse una sociedad justa a espaldas del pueblo o en su contra. Si no somos capaces de convencer al pueblo de que el mejor sistema es el socialismo, en caso de que así fuera, entonces el socialismo no tiene ningún futuro. Las experiencias prácticas ocurridas en los países del mal llamado “socialismo real” no deberían dejarnos ninguna duda al respecto.

El socialismo debe construirlo el propio pueblo, y esto nunca será posible hacerlo por encima de él, desde una élite “iluminada” que lo imponga. Y la “infraestructura” política que realmente posibilitaría el socialismo o cualquier sistema que elija el pueblo no puede ser otra que la auténtica democracia. Una democracia en la que exista verdadera libertad de prensa, de expresión, en la que las ideas (todas, de derechas o de izquierdas) fluyan libremente por la sociedad y puedan ser conocidas y probadas en igualdad de condiciones. Una democracia en la que el pueblo pueda reconsiderar sus decisiones, en la que aun habiendo elegido el socialismo o cualquier otro sistema económico en algún momento, pueda echar marcha atrás y descartarlo. Y esto no es posible en una república donde se impone una de las posibles opciones políticas en su ley de leyes. La República debe posibilitar, nada más y nada menos, que TODAS las opciones políticas, de todos los signos, tengan las mismas oportunidades. Y esto no es posible en las repúblicas actuales (en nuestro caso monarquía) declaradas imparciales pero con un contenido de derechas porque se impone en sus constituciones el capitalismo, pero tampoco en repúblicas que impongan el socialismo (ya se declaren explícitamente como socialistas o no). La República debe establecer las reglas del juego pero no el propio juego. Debe establecer la democracia pero no debe imponer ninguna de las posibles opciones políticas que puedan surgir durante el juego democrático. Hay que trabajar por unas reglas del juego limpias, justas y eficaces que posibiliten el juego, que no lo restrinjan, que no lo coarten.

Cuando uno tiene fe en sus ideas, no necesita la razón de la fuerza, le basta con la fuerza de la razón. Simplemente necesita tener la oportunidad de darlas a conocer, de explicarlas, de enfrentarse abiertamente a las ideas opuestas. Si la izquierda tiene fe en sus ideas, no necesita usar las mismas trampas que la derecha. Al Estado parcial, aunque camufladamente parcial, aparentemente imparcial, de la derecha, hay que contraponer un Estado realmente imparcial, no otro Estado parcial, en este caso de la izquierda.

No es muy difícil imaginar la reacción del contrincante de la derecha (oficial o no) en nuestro hipotético debate ante la reivindicación de nuestro representante de la izquierda por una república popular, socialista y federal. Diría que la izquierda quiere imponer sus ideas, que es poco democrática, y que, al contrario, ellos defienden la democracia. Nosotros sabemos desde la izquierda lo hipócrita que es ese argumento, pero el pueblo (alienado y desinformado) no. La forma inteligente de actuar en dicho debate no sería reivindicar una república de izquierdas, sino que una república neutral, verdaderamente democrática. Si nuestro contertuliano de izquierdas es más listo, diría que él apuesta por ampliar la democracia, por mejorar su calidad. Aprovecharía para denunciar las deficiencias de la democracia actual, para explicar la relación que tiene su mala calidad con los problemas que afectan a los ciudadanos, para explicar que el Estado actual impone una economía de mercado, es decir, que tenemos una “democracia” que aunque no se declare como tal es una democracia de derechas, etc., etc. Diría que realmente la derecha no es democrática porque se opone a ampliar y mejorar la democracia, al tiempo que impone su modelo económico en la Carta Magna. Tenemos que deshacer la hipocresía de la derecha forzándola a desarrollar en la práctica la democracia que tanto proclama de palabra. Si la acorralamos ante la opinión pública, no tendrá más remedio que admitir que la democracia actual es muy mejorable, y tampoco podrá negar la importancia de la democracia porque si no podríamos preguntarle si es que estábamos mejor con el régimen franquista. Pero, si como decía, empezamos por hacer nuestro discurso “enlatado” de que queremos una república popular, socialista y federal, entonces el debate se lo ponemos muy fácil a la derecha. Es justo lo que espera y desea, en caso de que no pueda evitar el debate público.

En definitiva, seamos astutos, seamos inteligentes y adaptémonos a las circunstancias reales que hay en el presente. No repitamos discursos de hace décadas o de hace un siglo. Marx o Lenin (para aquellos que se consideren sus seguidores) siempre decían que era fundamental adaptarse al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Esto tampoco significa renunciar a nuestros principios, sobre todo se trata de adaptar nuestras estrategias a la situación. A situaciones distintas, estrategias distintas, pero siempre el mismo objetivo: conseguir una sociedad más justa, más libre. Nunca hay que olvidar el destino hacia el que deseamos dirigirnos, pero debemos considerar el punto de partida en el que estamos. La estrategia es fundamental para conseguir resultados. Con la razón y la intención no basta.

Debemos luchar por hacernos oír, pero también debemos tener claro cómo actuar el día que lo consigamos. Porque si no, puede ser incluso peor que no digamos lo apropiado, o que incluso digamos lo inapropiado y cavemos nuestra propia tumba. La verdadera izquierda tiene una enorme y difícil labor por delante. Juega con desventaja porque la derecha ha conseguido imponerse ideológicamente. Pero los postulados que defendemos los que creemos realmente en la democracia son tan contundentes que en cuanto podamos exponerlos, superaremos esa desventaja inicial, siempre que no metamos la pata y actuemos con inteligencia. Nunca debemos infravalorar al enemigo. Nos enfrentamos a un enemigo poderoso, astuto e inteligente. Debemos ser más astutos e inteligentes que él. Tenemos a nuestro favor nuestras ideas, pero tenemos en contra nuestra inexperiencia, nuestra inocencia, nuestra ingenuidad y los errores cometidos en el pasado. Errores que debemos reconocer, corregir y por tanto de los que debemos desvincularnos. El mejor favor que le podemos hacer a la derecha es volver a cometer los mismos errores y defender lo que es indefendible: los métodos basados en la razón de la fuerza, en la filosofía de que el fin justifica los medios.

La derecha está acostumbrada a manipular a la gente, a controlarla. Está acostumbrada a hablar en público. Son expertos en marketing, dedican gran parte de sus esfuerzos a la imagen pública. De hecho, ésta lo es todo para los que realmente no tienen ideología ni ideas. No debemos nunca pensar que nuestras bellas, justas y lógicas ideas son de por sí infalibles. No debemos olvidar nunca que si así fuera, no estaríamos en la situación en la que estamos. Este libro, como tantos otros, no existiría porque no sería necesario. Tan importante como las ideas es la manera de exponerlas, de defenderlas. Debemos usar un lenguaje cercano al ciudadano medio, un lenguaje sencillo, directo, conciso. Y sobre todo debemos evitar el uso de las palabras demonizadas por el sistema. Si no, nos arriesgamos a que no nos escuchen, nos arriesgamos a malas interpretaciones, a que los prejuicios que tanto se ha trabajado la derecha se pongan en funcionamiento en las mentes de los ciudadanos. Debemos combatir dichos prejuicios, en primer lugar teniéndolos en cuenta, para que no sean una barrera insalvable que impida a nuestras ideas ser escuchadas o correctamente entendidas e interpretadas.

Todo lo expuesto en este capítulo es válido en general para cualquier país. Aquellos países que actualmente están desarrollando la democracia declarando sus repúblicas explícitamente como socialistas o dándoles cualquier apellido ideológico, imponiendo ciertos modelos económicos en sus constituciones, en mi opinión, cometen un grave error que puede pasarles factura en el futuro. Incluso aunque esto se haga democráticamente, aunque los cambios sean aprobados por el pueblo en referendos, cometen un error. Elegir algo de forma democrática no lo convierte automáticamente en democrático. Elegir una dictadura por referendo no convierte a la dictadura en un régimen democrático. Elegir una monarquía como régimen, como se hizo indirectamente en España en la mal llamada Transición, no convierte a la institución monárquica en democrática. La democracia es mucho más que el sufragio universal, que una metodología para tomar decisiones. Un sistema es democrático cuando además se cumplen todos sus principios, no sólo alguno de ellos, como el sufragio universal, cuando las decisiones se toman mediante votaciones populares pero cuando las decisiones tomadas no atentan contra los principios elementales de la democracia, cuando las decisiones tomadas no limitan la democracia. El pueblo puede elegir en determinado momento cierto sistema económico como el socialismo mediante referendo directo o indirecto, esto es plenamente democrático. Pero lo que no es democrático es que esa decisión sea sin vuelta atrás, que la Constitución de un país, que debería establecer sólo las reglas básicas del juego democrático imponga cierta jugada concreta. También es cierto que una Constitución puede cambiarse, pero si está bien diseñada no debería ser necesario cambiarla por el simple hecho de que cambie el partido en el poder y decida aplicar otra política.

Si un partido que propugna el socialismo llega al poder mediante votación popular, entonces de lo que se trata es de que aplique su programa. Si el pueblo en determinado momento se arrepiente de tal decisión entonces tiene derecho a dar marcha atrás. Si el socialismo se ha aplicado simplemente por la política del partido en el poder, si no se ha reformado la constitución para imponerlo, entonces al pueblo le basta con votar a otro partido que esté en contra de él. Sin embargo, si el socialismo se ha marcado a fuego en la Constitución del país, entonces para deshacer tal decisión no hay más remedio que volver a reformar la Constitución, lo cual siempre es más complicado. Si llevamos al extremo esta filosofía de trasladar a la Constitución cada posible política, entonces no es muy difícil imaginar que nuestro sistema político se vuelve impracticable. Los cambios se dificultan en exceso. Con esto tampoco quiero decir que la Constitución deba ser perfecta e intocable. Pero cuanto menos sea necesario cambiarla mejor. Tan malo es una Constitución intocable por cuanto se puede llegar al inmovilismo (como ocurre actualmente en España) como una Constitución que se reforme continuamente al antojo del partido que llegue al poder, por cuanto el sistema funcionaría demasiado lento. La burocracia necesaria para gestionar los cambios constitucionales dificultaría el funcionamiento del sistema.

Una Constitución que impone una de las posibles políticas es por definición inmovilista porque no deja que el juego democrático sea dinámico, impide el funcionamiento democrático. Si, por ejemplo, en España llegara al poder un partido que propugnara el socialismo, el verdadero, no podría aplicarlo porque la actual Constitución monárquica, por un lado, impone el capitalismo, y por otro lado, restringe las posibilidades de reforma constitucional porque exige ciertos trámites y cierto consenso. El capitalismo está legalmente blindado en nuestra “democracia”, en nuestro Estado “neutral”. Si queremos un sistema político dinámico, que no caiga en el inmovilismo, que permita que cualquier partido que llegue al poder tenga suficiente margen de maniobra para actuar, suficiente libertad de acción, necesitamos una constitución que, por un lado, no restrinja las posibles políticas a aplicar (para lo cual no debe imponer ninguna de las posibles) y, por otro lado, permita su reforma relajando las condiciones para hacerla. En lo único que debe restringir una constitución el margen de maniobra de actuación de cualquier partido que llegue al poder es en cuanto a las reglas del juego. Cualquier partido puede hacer el juego que desee siempre que no afecte a las propias reglas del juego, es decir, a la democracia, a los derechos humanos. La Constitución debe establecer la “infraestructura” política de una democracia, ni más ni menos.

Tan malo es cambiar demasiado como cambiar demasiado poco. Como casi todo en la vida, se requiere llegar a cierto equilibrio. Y en este caso el equilibrio significa establecer unas reglas básicas en las que todos los partidos democráticos estén de acuerdo, establecer unas reglas del juego limpias. El equilibrio es una auténtica democracia. ¿Podemos imaginarnos cómo podría jugarse al fútbol si sus reglas cambiasen continuamente al capricho del equipo ganador de turno? Imponer cierta política constitucionalmente es poco democrático porque denota cierta intención de perpetuar una decisión del pueblo o una opción concreta, y además es poco práctico porque ralentiza el funcionamiento del sistema, dificulta los cambios. En el capítulo “El desarrollo de la democracia” del libro “Rumbo a la democracia” expongo con todo detalle lo que, en mi opinión, una Constitución de una verdadera democracia debería significar.

Evidentemente, a la derecha, en realidad, no le interesa establecer una verdadera democracia, como ya vimos. Pero si la acorralamos en público, no podrá negarse a establecer unas reglas neutrales. La forma de forzar a la derecha a consentir la verdadera democracia es poniéndola en evidencia ante la opinión pública. El debate público, libre y plural, debe ser la principal herramienta de la izquierda para combatir la hipocresía de la derecha, para forzarla a permitir en la práctica lo que pregona falsamente en la teoría.

Sí, ya sé que los marxistas me dirían que no es posible un Estado neutral, que todo Estado es siempre una dictadura de una clase. En el capítulo “Los errores de la izquierda” del mencionado libro expongo mis ideas respecto a la cuestión del Estado y respecto a la estrategia general a emplear por la izquierda. No es el objetivo del presente libro criticar o cuestionar (constructivamente) al marxismo o al anarquismo. Esto ya lo hago en el libro “Rumbo a la democracia”.

El sistema combate el cambio, además de atacando a aquellos tres factores que pueden desencadenarlo, procurando que las organizaciones que lo propugnan no puedan llevarlo a cabo. El sistema se infiltra en el movimiento revolucionario para crear confusionismo, para desunir, para meter ruido, para crear caos. El verdadero peligro para cualquier movimiento revolucionario lo constituyen las quintas columnas del enemigo. Esto es algo que uno puede percibir fácilmente cuando entra en foros de discusión republicanos. Ciertos contertulianos parece que sólo desean despistar al movimiento republicano. El sistema es consciente de que la estrategia es un factor clave para lograr el éxito. El sistema procura evitar que sus enemigos se organicen para que no encuentren estrategias peligrosas o para que no las lleven a cabo.

Resumiendo esta primera parte eminentemente teórica del presente libro, para que la sociedad intente cambios deben existir las siguientes condiciones: necesidad real de cambios, conciencia sobre dicha necesidad y conciencia sobre la posibilidad de llevarlos a cabo. Y para que dichos cambios puedan realizarse con éxito se necesitan además las estrategias adecuadas que los implementen. Los cambios en la sociedad son el producto de la guerra entre el pueblo, las clases sociales bajas, y las minorías dominantes. Como dicen los marxistas, una lucha de clases. Y como en toda lucha, se necesita motivación (necesidad y conciencia) y estrategia. Y como decía Lenin, uno de los mejores estrategas políticos de la historia, la revolución no se hace, sino que se organiza. Sin estrategia no hay revolución y sin organización no hay estrategia. El pueblo debe organizarse para posibilitar los cambios. Y para organizarse debe unirse. Pero no hay que confundir la unidad con la unanimidad. La primera es necesaria. La segunda es peligrosa. En el libro “Rumbo a la democracia” hablo con más profundidad sobre estas cuestiones organizativas.


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