PROGRESO Y BIENESTAR

PROGRESO Y BIENESTAR

Hugo Salinas

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TOMO I. UNA NUEVA VISIÓN DE LA ECONOMÍA Y DE LA SOCIEDAD

INTRODUCCIÓN

Hace dos siglos, Condorcet [1743-1794] aceptaba que ‘los trabajos de estas últimas épocas han hecho mucho por el progreso del espíritu humano, pero poco por el perfeccionamiento de la especie humana ; mucho por la gloria del hombre, un poco por su libertad, casi nada por su bienestar’. Continúa agridulce. ‘Nuestras esperanzas sobre el porvenir de la especie humana puede reducirse en estos tres puntos importantes: la destrucción de la desigualdad entre las naciones; el progreso de la igualdad en un mismo pueblo; y el perfeccionamiento real del hombre’.

Michel BEAUD

Al parecer, el problema no tiene solución. Se trata de los dos vicios más grandes de nuestros tiempos, como lo dijera el célebre economista John Maynard Keynes. “Los dos vicios más resaltantes del mundo económico en el que vivimos son, primero, el pleno empleo que no se encuentra asegurado y; segundo, la repartición de la riqueza y de las remuneraciones que es arbitraria y sin equidad.”

Y no se equivoca porque “se estima que las 225 personas más ricas del mundo tienen una riqueza combinada superior a un billón de dólares, igual al ingreso anual del 47% más pobre de la población mundial (2500 millones de personas).” ¡La riqueza combinada de 225 personas iguala a los ingresos anuales de casi la mitad de la población mundial! Paralelamente a esta vergüenza, otra más. “En el Tercer Mundo, cada tres segundos, un niño muere de hambre.” Y como si fuera poco, el Banco Mundial informa que “en 2005, en el mundo en desarrollo, había 1400 millones de personas (una de cada cuatro) que vivían con menos de US$1.25 al día.” De la tragedia a la locura. El Banco Mundial continúa señalando: “en 2005 había 2600 millones de personas que vivían con menos de US$2 al día — cifra que no ha variado mucho desde 1981.” ¡Prácticamente, la mitad de la humanidad!

Ante estas evidencias, solamente palabras grandilocuentes. “En 1992, la Asamblea general [de las Naciones Unidas] acuerda que el 17 de octubre se convierta en la Jornada internacional por la eliminación de la pobreza (resolución 47/196 del 22 de diciembre de 1992). Posteriormente, la Asamblea general declara 1996 Año Internacional por la eliminación de la pobreza. Más tarde, en su Sesión Plenaria del 20 de diciembre de 1995, proclama la Primera Década para la eliminación de la pobreza (1997-2006).

Hermosos acuerdos. Dentro de los Objetivos de desarrollo del Milenio, las Naciones Unidas acuerda “erradicar la pobreza extrema y el hambre. La meta 1.A es reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas con ingresos inferiores a 1 dólar por día. La meta 1.B es lograr el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos, incluidos las mujeres y los jóvenes. La meta 1.C es reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, el porcentaje de personas que padecen hambre.”

En el mismo rango de declaraciones, con sabor a letra muerta, se cuenta con el artículo 25, párrafo 1, de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.”

Pero la realidad sigue siendo testaruda. En una entrevista realizada a Juan Somavia, director general de la Organización Internacional del Trabajo dijo: “primero las buenas noticias: la economía mundial el año pasado comenzó a recuperarse a buen ritmo…Ahora la mala: durante el mismo período el desempleo mundial registró una nueva alza […]. La economía mundial crece, pero el empleo no.” El Informe del año 2007 de la Organización Internacional del Trabajo lo confirma, indicando que el desempleo juvenil en América latina alcanza al 17%, el triple de los adultos […], y el 39% de los que trabajan lo hacen al negro.

Para algunos dirigentes de organizaciones internacionales, la situación no les debe parecer tan grave. Es el caso del socialista francés, Dominique Strauss-Kahn. Convertido en el patrón del Fondo Monetario Internacional, con un salario de más de medio millón de dólares, pide a los trabajadores de 1 dólar por día que no exijan aumentos de salarios, con el consabido pretexto del peligro de la inflación y del “sobrecalentamiento” de la economía. “Para evitar que la inflación repunte, América Latina no debe aumentar salarios.” “Es el precio que la sociedad debe pagar para asegurarse de que el ave Fénix de la inflación no renazca de sus cenizas,” continúa DSK. ¡Qué descaro!

¿Estos dos males de sociedad no tienen solución? En tiempos de crisis, los jefes de Estado se dedican a “salvar la economía” que no es otra cosa que salvar a los grandes accionistas de las empresas. Precisamente a aquellos que, en sus “excesos”, generan dichas crisis. Y los remedios son los mismos. “Un número creciente de empleadores, con la esperanza de evitar o limitar los despidos, están introduciendo semanas de cuatro días de trabajo, vacaciones no pagadas y permisos voluntarios o forzados, junto con el congelamiento de salarios, recortes en la pensión y horarios de trabajo flexible,” anota Matt Richtel. En definitiva, salvar la economía es ajustar aún más los ingresos de los trabajadores para que los accionistas sigan acumulando ganancias.

En tiempos de bonanza, los jefes de Estado se dedican a alabar las “proezas” de los empresarios con la consabida frase: “¡La economía va muy bien!” Es decir, los accionistas van muy bien. ¿Y los trabajadores, aquellos precisamente que crean las riquezas? Son ellos precisamente los que, ante tales frases de elogio, se lanzan entusiastamente a aplaudir. ¡Que la economía continúe creciendo! piensan los pobladores. Porque por ese camino, el maldito desempleo desaparecerá y con él, la pobreza que nos corroe todos los días.

Los medios de comunicación y los intelectuales de cada país no hacen más que seguir la música. Algunos transmiten el mensaje con mucho ardor mientras que otros, completamente perplejos, los de la “izquierda” sobre todo, no hacen más que aceptar lo que se muestra como un hecho imparable: la economía va muy bien, ¿por qué entonces criticar la acción gubernamental?

Y sin embargo, los años pasan y el desempleo y la pobreza continúa destruyendo nuestras esperanzas. Las personas sienten cotidianamente que las desigualdades crecen, el desaliento de la población aumenta, a tal punto que la mayoría no tiene ningún interés en participar en los juegos electorales, porque cada vez son engañados con promesas que nunca se cumplen. La juventud hace sentir sus protestas en mil y una formas. Ellos no creen más en el futuro. A todos ellos ya solo el momento les interesa.

Los científicos de la teoría económica, en lugar de ubicar las causas del mal, se han orientado a resolver los problemas de los que tienen más para que tengan más, sin importarles de aquellos que, cada día, tienen menos y viven mal.

El profesor Paul Anthony Samuelson, Premio Nobel en economía, escribe: “la Economía se ocupa de toda clase de problemas. Pero ella se aplica fundamentalmente a comprender cómo la sociedad asigna sus recursos raros.” Una definición clásica de la Economía orientada esencialmente a buscar el máximo de producción con el mínimo de esfuerzo o de gasto. Como él lo dice, la producción es su preocupación fundamental. El tipo de repartición de las riquezas creadas, al parecer, no es de gran importancia porque ni siquiera lo menciona.

Así, el profesor Samuelson no tiene ninguna necesidad de especificar que esa búsqueda de saber cómo “la sociedad asigna sus recursos raros” tiene ya implícito la repartición individualista del resultado neto de la actividad económica. Para él y el resto de los epígonos de la teoría económica oficial no existen otros tipos de repartición ni cómo éstos se manifiestan en cada uno de los miembros de la sociedad.

Para nosotros, por el contrario, es el tema central de nuestra preocupación. Mientras no explicitemos el tipo de repartición que se encuentra en nuestras hipótesis de trabajo, los resultados serán inconsistentes y, por consiguiente, no estarán reflejando la realidad de los hechos. Este es uno de los motivos por el cual la Teoría Económica oficial no acierta con sus recetas para salir de la pobreza y del desempleo.

Pero, ¿a qué serviría contar con una buena “receta” si las autoridades a ponerlo en práctica nadan en la corrupción? “El problema de nuestros tiempos es que, es imposible distinguir la legalidad de la ilegalidad en un mundo sin ley,” nos dice Jean de Maillard. “Una evidencia salta a los ojos, pero su enunciado es todavía un tabú: la finanza moderna y la criminalidad organizada se refuerzan mutualmente. En su desarrollo, las dos se necesitan para abolir las reglamentaciones y suprimir los controles estatales.”

¿Qué hacer entonces? De lo que se trata, en resumen, es de dar respuesta a las preguntas: ¿es posible eliminar la pobreza y el desempleo? ¿Es posible desarrollar una economía que brinde igualdad de oportunidades a todos? ¿El bienestar general es compatible con el desarrollo individual?