PROGRESO Y BIENESTAR

PROGRESO Y BIENESTAR

Hugo Salinas

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B. ACTUALMENTE, ¿A QUIEN PERTENECE EL RESULTADO NETO?

El proceso artificial de producción germina y termina por instalarse en el seno de una sociedad que ya había aceptado como norma de valor la repartición individualista. Esta sociedad había incluso aceptado que sus amos o señores feudales tengan un origen divino. Es decir, ¡intocables por el ser humano! Qué mejor garantía de perennidad de la repartición individualista.

Sin embargo, dado que esta nueva manera de trabajar tiene sus propias características, la forma de apropiarse de la totalidad del resultado neto es igualmente diferente. ¿Sobre qué elemento físico e insoslayable se apoya la continuidad de la repartición individualista del resultado neto de la actividad económica?

Algo más, a la fecha, la continuidad de la repartición individualista tiene ya una existencia de cinco siglos, tiempo suficiente para que las personas hubieran podido liberarse de la carcasa intelectual y legal que la apoya. ¿Por qué continúa entonces? Y lo que es peor, en su continuidad, a la pobreza va agregarse el desempleo. Los tiempos son aún más difíciles para la mayoría de la población y, sin embargo, la repartición individualista se afianza más.

a. La condición formal que facilita la continuidad de la repartición individualista

¿Cómo es posible que esta repartición individualista, generadora de pobreza, de trabajo infernal para adultos, jóvenes y niños, continúe a merecer el respeto de la comunidad en lugar de quererla eliminar o remplazar?

La explicación es muy simple. La máquina, el elemento insoslayable del proceso artificial de producción, tiene las mismas características que la tierra cultivable con relación al mecanismo de apropiación del resultado neto. Veamos.

Primero, la máquina, como la tierra cultivable, es el elemento insoslayable del proceso artificial de producción. Sin tierra cultivable no había la posibilidad de contar con productos alimenticios que garanticen la supervivencia de los miembros de la comunidad. Sin la máquina, no hay ninguna posibilidad tampoco de contar con los bienes de confort que necesita la comunidad. Si la desestimamos estamos obligados a volver al estadio precedente, lo que muy pocos aceptarían.

Segundo, al igual que la tierra cultivable, la máquina se desliga del que la creó, y así puede ser utilizada por cualquiera.

A estas dos características provenientes del proceso artificial de producción, quienes conforman la condición formal de continuidad de la repartición individualista, debemos agregar aquella que se impone a partir de la decisión económica adoptada o consentida por la sociedad.

Tercero, la máquina como la tierra cultivable, en repartición individualista, cuenta con un propietario, quien tiene el derecho de apropiarse de la totalidad del resultado neto de la producción. Bajo esas circunstancias, los obreros y sus familias, la mayoría de la población, están totalmente obligados de obedecerle sin discusión, a menos que quieran morirse de hambre por falta de salarios que les permitan supervivir. Y la repartición individualista continúa a imponerse como el segundo elemento de todo acto económico. En ella, el empresario, propietario de la fábrica y, enseguida, de la capacidad de financiamiento, se apropia de una manera completamente “natural” la totalidad del resultado neto de la actividad económica que no le pertenece.

Los diez mil años de repartición individualista bajo el dominio de los amos y señores feudales ha hecho fácil el camino de continuidad de este tipo de repartición en economías que se desarrollan con el proceso artificial de producción.

Cinco siglos de existencia es más que suficiente para verificar el clima de aceptación. Así, la repartición individualista es parte integrante de las economías llamadas “modernas” con el consentimiento del conjunto de la sociedad. Podríamos decir que, sin exageración alguna, consentido o impuesto, la sociedad ha “confiado y confía” a los empresarios la gestión de la totalidad del resultado neto. Los empresarios, los nuevos amos de la economía, ¿son concientes de que la sociedad les ha confiado la gestión del resultado neto del acto económico?

b. Las ganancias de las empresas cuya gestión es “confiada” por la sociedad a los empresarios

No esta demás advertir que ese resultado neto, las ganancias, no es la remuneración del empresario. Su remuneración ya ha sido contabilizada en el costo de producción junto con los salarios.

Las ganancias comienzan a tomar forma en la antigua manera de apropiarse del resultado de la economía. El amo o el señor feudal no podían, en ningún caso, utilizar indistintamente la totalidad del resultado. Porque, una parte de ella era destinada a alimentar a los esclavos o siervos a fin de que puedan continuar a trabajar. Lo que ahora se conoce como “costos de producción”.

Y los amos o señores feudales hacían uso de ese costo de producción con el mismo espíritu que lo hacen los empresarios de ahora. Algo mejor, actualmente los empresarios hacen uso del costo de producción con el mismo espíritu que lo hacían los amos y señores feudales: un mínimo de gastos en mano de obra, a fin de obtener un máximo de resultado neto para apropiarse.

Las ganancias que se apropian los empresarios son constituidas entonces por dos fuentes de alimentación. Primero, por el monto fruto del crecimiento de la economía y, enseguida, por el monto proveniente de un mínimo en costo de reproducción de los esclavos, siervos y asalariados y sus respectivas familias. De esta manera, actualmente, los empresarios son “depositarios” de variables importantes del crecimiento de la economía y del bienestar de la población. ¿Son ellos concientes?

c. En repartición individualista, los empresarios y los accionistas cargan una responsabilidad de la cual no se sienten comprometidos

Cuando el proceso artificial de producción nace, se desarrolla y se consolida a través del artesanado, la manufactura y de la industria, nadie o casi nadie se hace la pregunta sobre lo bien fundado de la repartición individualista y de lo que ella conlleva: riqueza y pobreza. Al contrario, esta decisión de la sociedad, tomada bajo la persuasión, la violencia y la costumbre, desde hace diez mil años aproximadamente, se encuentra perfectamente incrustada en la cabeza de las personas y en las normas legales de la sociedad. Al tal punto que, pobre de aquel que quiera sublevarse. Es tratado como el peor enemigo de la sociedad. De tal forma que hasta las frases son moldeadas en ese espíritu (“pobre de aquel”), puesto que ¿quienes podrían sublevarse sino son los pobres?

El artesano desarrolla sus trabajos con sus propias herramientas y, por consiguiente, es él que coge las ganancias de su taller. Cuando la hora llega de construir una fábrica, iniciar la producción de un bien, nada es más natural que de desarrollarlo con el principio de la repartición individualista, en donde las ganancias pertenecen a aquel o a aquellos que han puesto el capital. Y todos los empresarios trabajan con el mismo sentimiento. Ellos son los propietarios y es a ellos, y a nadie más que a ellos, que pertenecen las ganancias de sus empresas.

He ahí la raíz de ese sentimiento de “mi”, muy acentuado en una economía a repartición individualista. Este comportamiento ha puesto completamente de lado el sentimiento de “nosotros”, que era la norma de valor en los orígenes de la actividad económica, y que ha durado 190 mil años aproximadamente.

En su “Catéchisme d'économie politique”, Jean-Baptiste Say se pregunta: “¿de qué manera, el propietario de un capital, ha adquirido la propiedad? Por intermedio de la producción y del ahorro, se responde. El capital que se recibe de una donación o de una sucesión ha sido originalmente adquirido de la misma manera,” sentencia. El reflejo de la repartición individualista se encuentra ya bien integrado en su comportamiento.

Adam Smith no hace que confirmar la existencia de ese tipo de comportamiento: “El interés de los comerciantes e industriales que viven de las utilidades de sus empresas, no tienen ninguna conexión con el interés general de la sociedad; […] sus intereses son completamente opuestos a los de la mayoría de las personas.”

Con la repartición individualista no existe ningún puente que ligue la fábrica, propiedad de un empresario, a los intereses de la sociedad. En términos modernos diríamos, con más exactitud, que no existe ninguna relación directa entre la empresa y la sociedad.

d. Desde hace cinco siglos, una desocupación permanente

El desperdicio en trabajadores desocupados y sub-ocupados no es accidental, como el pensamiento neo-liberal postula. Este desperdicio se encuentra muy enraizado en los mismos mecanismos del modelo de desarrollo basado sobre la repartición individualista de los beneficios de las empresas. Es una constante de su desarrollo. De donde se infiere que su eliminación es imposible mientras que la repartición individualista se encuentre en curso. Aquí la explicación.

Primero, el proceso artificial de producción facilita la creación de un gran número de centros de trabajo, en donde cada uno tiene su propia autonomía. Segundo, por razones de rentabilidad, de productividad et de la cantidad de bienes a producir, cada centro de trabajo contrata un número preciso de trabajadores. Tercero, ese número de trabajadores contratados por cada centro de trabajo no tiene ninguna relación con la cantidad total de personas en edad de trabajar.

El conjunto de esas tres características, provenientes del proceso artificial de producción, constituye la condición formal de la desocupación. Sin embargo, no son ellas la causa del desempleo. Las características del proceso artificial de producción solamente facilitan la aparición del desempleo. Este proviene de la repartición individualista del resultado de la economía. Veamos.

Cuarto, cuando la economía se desarrolla con una repartición individualista son los empresarios del sector privado (dueños de sus activos) los propietarios de la totalidad de los ingresos por la venta de bienes y servicios y, por supuesto, de la totalidad de las ganancias de sus empresas.

Quinto, no existe ninguna relación de responsabilidad, menos todavía de obligación, entre el empresario del sector privado, de repartición individualista, y la sociedad; con relación al número de desocupados que cuenta el país y al destino que se pueda dar a las ganancias.

Corresponde entonces a los empresarios del sector privado, y a ellos solos, el libre empleo de las ganancias de sus empresas. Ellos pueden efectuar inversiones en la creación o desarrollo de empresas, lo que significaría creación de nuevos puestos de trabajo, o simplemente dejar “dormir” las ganancias. En resumen, ellos pueden hacer de las ganancias lo que quieran: invertir, gastar o ahorrar. No tienen por qué preocuparse del número de personas desocupadas o en estado de pobreza. No es su problema.

Al contrario, puesto que el trabajador es un costo de producción, su preocupación es disminuir los gastos en la masa salarial. Una de las alternativas, resuelta por la nueva tecnología, es adquirir máquinas de alta productividad y de escasa demanda de mano de obra. La desocupación se amplía.

Esto se agrava cuando se sabe que un contrato de trabajo no quiere decir forzosamente un contrato de trabajo a tiempo completo, lejos de ello. De más en más los contratos de trabajo son a tiempo parcial. Es decir, una buena parte de la población activa trabaja pero en condiciones de subocupación. ¡Qué desperdicio! Y todo ello es una pérdida neta para la comunidad. Una constante de desempleo y de sub-empleo que limita la tasa de desarrollo del país.

e. Dos conceptos a diferenciar: individualidad e individualismo

Retomemos el hilo de algo importante para la mejor comprensión de la problemática que tratamos. Es necesario hacer la diferencia entre el sentimiento de individualidad y el comportamiento individualista. El primero es estimulado por el proceso artificial de producción, dando a cada persona todas las posibilidades de desarrollar su personalidad y su individualidad. Mientras que el individualismo es el comportamiento que genera la repartición individualista del resultado neto de la economía.

Con este espíritu individualista, los empresarios se interesan solamente a sus negocios. Y ellos no pueden comportarse de otra manera, puesto la competencia es ruda. Si ellos piensan por lo menos conservar su capital, están obligados a competir en los mercados con sus adversarios a fin de no ser tragados por los otros empresarios. El individualismo no es parte de la naturaleza del empresario como persona, sino de la repartición individualista que genera en él ese tipo de comportamiento. De donde, la visión del empresario resulta estrecha y mezquina. En esas condiciones, los empresarios no tienen ninguna idea de la responsabilidad que la sociedad les ha confiado. Ellos no son concientes de ser los depositarios del destino económico de la sociedad.