LA ECONOMÍA DEL FIN DEL MUNDO
CONFIGURACIÓN, EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS ECONÓMICAS DE TIERRA DEL FUEGO


Miguel A. Mastroscello

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4.4. LA FIEBRE DEL ORO

Entretanto, desde 1885 se estaba propagando por la región austral una especie de fiebre del oro, a partir de un descubrimiento casual de ese metal que se había efectuado en septiembre del año anterior en Cabo Vírgenes, en territorio de la actual provincia de Santa Cruz. La noticia, que provocaría un alud de aventureros hacia la zona, llegó pronto a Buenos Aires, donde los diarios hablaban de Eldorado y alimentaban fantasías, alentando la esperanza de un nuevo Yukon, la región de Alaska compartida por los EE. UU. y Canadá que había sido escenario de una “fiebre del oro” unos años antes.

Esa perspectiva cautivó a Julio Popper, un joven ingeniero rumano de espíritu audaz y escasos escrúpulos, quien con su habilidad y elocuencia logró relacionarse de tal forma en la sociedad porteña que consiguió constituir con algunos amigos la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sud. El gobierno nacional le confirió entonces un trato similar al de los “adelantados” españoles de los siglos XV y XVI, al concederle a priori la tenencia de extensiones desconocidas para disponer de ellas a su arbitrio .

En efecto, merced a sus relaciones, Popper obtuvo en 1886 una concesión de tierras otorgada por el gobierno de Roca, en el extremo norte de la Isla, en la zona conocida con el sugestivo aunque inquietante nombre de El Páramo, sobre la bahía de San Sebastián. Allí, además de desarrollar una explotación minera que ocupó a casi setenta personas (en su mayoría, inmigrantes dálmatas), mantuvo un pequeño ejército y —en el apogeo de su megalomanía— hasta llegó a acuñar monedas y emitir estampillas propias. Popper instaló con rapidez unas casillas para vivienda del personal, un galpón para almacenaje y un taller con una caldera, la cual mantenía en funcionamiento una bomba que aspiraba agua de mar e impulsaba a la maquinaria; desde su casa, además, dominaba tanto la costa y el mar como las tierras cercanas, por lo que podía observar si merodeaban indios u otros buscadores, contra los cuales estaba dispuesto a hacer valer sus derechos por cualquier medio, cosa que en efecto hizo.

Como al poco tiempo extraía 500 gramos de oro diarios, el entusiasmo de Popper aumentó tanto como sus ínfulas, lo que hizo que comenzara un conflicto con el gobernador Paz. En esta puja, el rumano hizo valer lo que ahora llamaríamos capacidad de lobbying, como lo demuestra el hecho de haber logrado que el gobierno central nombrara, de manera insólita, al frente de la comisaría de San Sebastián (desde la que Paz había imaginado que iba a controlarlo) a su joven hermano Máximo Popper, de apenas veinte años de edad.

No obstante todo ello, el emprendimiento declinó muy pronto, aun antes de la inesperada muerte de su impulsor acaecida en 1893. Fue Popper un personaje polémico, en el que confluyeron un impresionante empuje con muchas actitudes cuestionables, todo lo cual lo ha convertido en una figura de ribetes novelescos y tremendos claroscuros. Se lo ha descripto como un “señor de espada y pistola” que hacía y deshacía a su arbitrio, protegido por Buenos Aires, ejerciendo el poder como si fuera, al mismo tiempo, legislador, gobernante y agente de policía . Su efímera parábola —llama la atención saber que murió a los 36 años, de los cuales sólo siete los vivió en la Argentina y menos de dos en Tierra del Fuego—simboliza la escasa suerte que tuvo la actividad aurífera en la zona, presumiblemente debido a las enormes dificultades del territorio y a la insuficiencia de ese y otros yacimientos encontrados, como los de Bahía Slogget y la isla Lennox . No obstante, dejó una profunda huella marcada no sólo por haber sido quien primero recorrió el interior de la isla, por su desempeño como minero y por sus aportes a la toponimia local, sino también por sus observaciones —difundidas en numerosas conferencias y publicaciones— sobre las potencialidades económicas de la región, las características de los aborígenes (pese a que mantuvo con estos una muy conflictiva relación, al igual que con las autoridades argentinas locales), el clima y los recursos naturales; con todo ello, logró despertar en Buenos Aires un creciente interés por Tierra del Fuego, antes inexistente. Por otra parte, el atractivo del oro —ya fuera leyenda o realidad— persistiría en el tiempo, impulsando la llegada a la isla de numerosos inmigrantes, muchos de los cuales se asentaron en forma definitiva aunque no tuvieron éxito en ese tipo de emprendimientos.

El testimonio

“Es increíble lo que han trabajado y han sufrido hombres enérgicos y quiméricos. Navegantes, imaginaron algunos hallar la fortuna como mineros, pero, en realidad, los movía la función de la aventura (…) Bien mirado, no los ha retenido aquí la ilusión del oro, aunque alguna vez lo buscaron. Vinieron de lejos y los retuvo aquí la belleza, la libertad, el riesgo del océano.”


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