HERENCIA Y CIVILIZACIÓN: UN ENFOQUE CRÍTICO A LAS HEGEMONÍAS IMPERIALES

HERENCIA Y CIVILIZACI?N: UN ENFOQUE CR?TICO A LAS HEGEMON?AS IMPERIALES

Maximiliano Korstanje

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El otro como objeto a ser conquistado

En forma general, dentro de los procesos de etnogenesis de los diferentes pueblos existe una variada gama de elementos intervinientes; diferentes pueblos o grupos humanos se unen para conformar una “mismidad” en referencia a “otro” u “otros” con los cuales dialogan por oposición. Así, España a lo largo de su larga historia fue conformada por astures, vascones, latinos, vándalos, musulmanes, beréberes, godos, suevos, cántabros, reforzados por una invasión “franco-carolingia” en el 778 DC; Inglaterra, por sajones, anglos, brigantes, trinovantes, romanos, icenios, jutos, bretones y vikingos; Francia hacía lo propio juntando etnias tan diversas como francos salios, bretones, galos xenones, nervios, romanos y normandos entre otros muchos más. Como acertadamente afirma Briones, todas estas diferencias culturales quedaron invisibilizadas tras la fusión de una sola figura indentitaria conformada por la Nación. (Briones, 1988)

De todos modos, esta suerte de “herencia” cultural o matriz identitaria va a presentar reminiscencias de identificación ancestral. En otras palabras, España se va a identificar con la organización política de la Roma Imperial y va a proclamar para sí misma, todos los artilugios legales por los cuales Roma se hacía para mantener la estabilidad institucional (Ruiz-Doménec, 2004). En efecto, el imperium, término que en un principio adquiría en el mundo antiguo una connotación religiosa y hacía referencia a la jurisdicción y entendimiento del magistrado romano sobre los hechos que acontecen; en los discursos humanistas del siglo XV y XVI va a adoptar una característica socio-política en cuanto a una soberanía específica. (Burckhardt, 1985) (Pagden, 1997: 25)

En este sentido, el historiador Anthony Pagden nos explica “imperium poseía otros significados, dotados de más sutiles matices. El sentido etimológico de la palabra es orden o mandato. En principio, por lo tanto un Emperador, imperator, había sido simplemente la persona, generalmente una entre tantas, que ostentaba el derecho de ejercer imperium…dado que todos los imperios se iniciaron con conquistas, la asociación del imperio, entendido como dominio territorial ampliado, con gobierno militar, ha pervivido tanto como el propio imperialismo. Los emperadores romanos, empero, no eran sólo generales. Con el tiempo se convirtieron también en jueces y, si bien la célebre frase del Digesto que afirmaba que el príncipe era un legislador no obligado –princeps legibus solutus- originalmente sólo eximía al emperador de ciertas normas, pasó después a implicar la existencia de una autoridad legislativa suprema.” (Pagden, 1997:27)

A tal punto, que este término (tan usado en la antigüedad clásica) fue rápidamente identificado con la monarquía. La distorsión fue, que la aplicación clásica de imperium sólo era plausible en Roma bajo territorios regidos por autoridad legislativa y no sobre los hombres. Más específicamente, su razón de ser era la unión, el vínculo y el equilibrio entre los diferentes pueblos “racionales” y Roma (civitas). En España, el término va a tomar un sentido totalmente diferente; traída la “gloria romana” por los pensadores humanistas del siglo XV, España va a confeccionar todo un orden “mítico y discursivo” al proclamarse “heredera de Roma”; no bajo un criterio de relación sino más bien hegemónico (como ya se ha mencionado).

Al respecto afirma el profesor Pagden “en la mitología fundamental del imperio romano había otro componente que facilitó una absorción relativamente sencilla de la teoría clásica del Imperio por parte de sus sucesores cristianos. El que el Imperium hubiera extraído la legitimidad de su ilimitado poder político de una única cultura moral se debió a que dicha cultura estaba basada en la pietas, cuyo arquetipo había sido Eneas de Virgilio… la pietas denotaba la lealtad a la familia y a la comunidad en general, junto con la estricta observancia de las leyes religiosas de dicha comunidad. (Pagden, 1997:45)

Se entabla de esta manera, todo un debate en el seno de España para confirmar en el plano de las ideas, las estrategias seguidas por los monarcas en el plano de la práctica política. En este punto, es interesante observar que tanto los pensadores franceses como ingleses (fieles a su arquetipo nórdico y franco), le critican a España una falta de sustento en su desarrollo teleológico en cuanto a que la religión (pietas) no puede legitimar la ocupación militar en las América (bajo la lógica del patronatus). Desde esta perspectiva, se considera que los “habitantes del nuevo mundo” no reconocen la autoridad de los dogmas cristianos, por lo tanto ni España ni Portugal tienen autoridad sobre ellos. Tanto para los sajones como paras los francos, sólo el trabajo de la tierra daba derecho de posesión y/o soberanía territorial (bajo la dinámica transaccional del hospitium). (Pagden, 1997) (Korstanje, 2007).

Otro de los mecanismos utilizados por España para legitimar su accionar político en América, fue la infravaloración “de los habitantes autóctonos” por medio de ciertos constructores sociales (particulares) y evocados como principios naturales de humanidad (universales). Al desconocer de hecho, los “principios” de libre tránsito (indo europeos) por el cual un pueblo debe dejar pasar por su territorio a aquellos viajeros quienes prosiguen viaje hacia otro territorio, los “indios” fueron estigmatizados como “sub-humanos”. Si partíamos del supuesto, que la racionalidad era el elemento por el cual se marcaba la distinción entre los hombres, y ésta a la vez, estaba unida al conocimiento de las “leyes naturales” como la del tránsito, no ser hospitalarios con viatores españoles se configuró en un rasgo de irracionalidad, y en consecuencia de “animalidad y salvajismo”. (Pagden, 1997) (Korstanje, 2007)

Por el contrario, los ingleses y franceses, organizaron su discurso bajo la figura de la colonia. Los derechos de dominia, no seguía una lógica de triunfo militar, sino de explotación del suelo y de poblamiento del mismo. De esta manera, el interés principal de los “colonizadores” no era la extracción metalífera sino la transacción económica entre las metrópolis y sus colonias. Así, la organización política tanto de Estados Unidos y Canadá se dio bajo cierta autonomía con respecto a las metrópolis europeas. Estas (las colonias) proveían a su madre patria de materiales básicos para la confección de bienes elaborados los cuales eran insertados nuevamente en el circuito de transacciones entre ambos actores.

Así, el principio sagrado de “exclusión” y “exterminio” continuaba presente en los pueblos nórdicos los cuales llegaban de a miles a América, mientras que la Subordinación Imperial (Imperium) hacía lo propio en España y Portugal; como sugiere bien Anthony Pagden: “los ingleses, los daneses y los franceses habían masacrado o bien expulsado a los indígenas de las tierras donde se habían asentado. Los españoles, en cambio, los habían transformado en súbditos últiles”. (Pagden, 1997:159)

La soberanía, y la forma de gobierno era un asunto propio de los “colonos” de las Américas y no de las potencias europeas (formación descentralizada). Esta clase de refundación de los valores europeos en América, que estaba tan presente en los colonos británicos, fue en parte una de las características que dio vida a los Estados Unidos como estructura hegemónica pero autónoma a la vez. Así, continúa Pagden “de acuerdo con su historiografía, los primeros colonos ingleses no sólo habían sido individuos que actuaron por impulso propio; invirtiendo capital propio. También habían ido, precisamente por ello, a América no con intensión de conquistar, como habían hecho sus vecinos; habían ido a cultivar y habían mejorado. No habían ido a perpetuar una sociedad europea ya corrompida por las ambiciones absolutistas (y continentales) de la monarquía de los Stuart; habían ido a construir una nueva, y más justa, que luego sería republicana” (Pagden, 1997:168)

Luego de su proceso independentista y de su prolongada lucha civil, la identidad estadounidense y su famoso “melting pot” se habían construido por medio de la “visibilidad” de los diferentes grupos humanos implicados mediante procesos de segregación y/o exclusión definidos. Por el contrario, en Argentina los procesos de alteridad habrían de llevar a la “invisibilidad” de lo no europeo. En Brasil, el tercer caso en comparación, se reconoció un mestizaje pero bajo un orden pigmentocrático de subordinación. (Segato, 1999) (Imaz, 1984)

Como acertadamente, afirma el profesor Imaz (1984), el “mestizaje” de los españoles con los pueblos ocupados, no es una variable que explique la aceptación de “esa alteridad” mucho menos que se refiera a la “tolerancia” política; sino sólo a una diferencia de posición (estatus) con respecto al establecimiento de nuevo orden, con su religión y su historia: la ibérica. En consecuencia, los españoles quienes ya tenían una experiencia previa con respecto a la dominación territorial del otro (el caso musulmán y bereber), utilizaron la religión y la educación como mecanismos de control social. (Imaz, 1984) (Calvo, 1996)

Si bien los diferentes procesos de miscegenación y construcción identitaria en América fueron variando (regionalmente) coinciden con dos tipos ideales bien distintos: a) el latino, el cual presupone una aceptación bajo la lógica de la dominación y b) el nórdico, excluido de cualquier tipo de aceptación por linaje. Ambos concordaban en señalar la “subhumanidad del indio”, pero mientras los primeros adoptaron una actitud de “tutelaje” e inclusión territorial, los segundos escogieron la “segregación” geográfico-espacial. Así, en el caso hispánico (al igual que Roma) predominó la visión de “la gloria militar o el Imperium” (luego reforzado por la imposibilidad india por comprender el libre tránsito) mientras en el caso anglo-sajón y franco se instauró el derecho al trabajo como forma de civilidad y/o apropiación del espacio. (Pagden, 1997)

El reino de España (también como Roma) había puesto todos sus esfuerzos en vincular su acción colonizadora (de estirpe militar) a través de la religión (católica). Claro que esta “catolización” en América, no sólo fue parcial y fragmentada, sino que además dio como resultado verdaderos procesos de sincretismo con las ancestrales creencias de los “pueblos indígenas” (Cordeu, 1969) (Imaz, 1984) (Calvo, 1996) (Pagden, 1997). En contraposición, tanto Francia como Inglaterra (como sus ancestros sajones y francos) ni estaban interesados en el “sincretismo religioso” mucho menos en el “mestizaje étnico”, estableciendo verdaderos círculos de visibilidad y exclusión (Pagden, 1997). Querer ser “inglés” no era una condición suficiente para convertirse en “inglés”; al igual que la matriz nórdica la pertenencia se construía por linaje y no por adopción.

Cabe aclarar, que el modelo propuesto se ha llevado a cabo por medio de “tipos ideales” lo cual supone, como limitación epistemológica, que existe una variedad abundante de matices y posiciones intermedias. No obstante, por otro lado nos ayuda a comprender una realidad muy compleja y extensa de estudiar; nuestra hipótesis se orienta a que la colonización europea en América se ha llevado a cabo siguiendo ciertas matrices de alteridad propias de la Europa antigua; y a las cuales llamaremos “matrices de origen”.

Es de imaginarse que tanto la “matriz de origen” germánica como la latina fueron construyendo (simbólicamente) una imagen tanto el Imperio Español como del Francés o el Británico. Esta conformación cultural e identitaria se ha desempeñado en América en cuanto a otro interactuante, “el indio”; frente a este “extraño” los diferentes imperios fueron creando figuras marcativas y discursos ideológicos cuyo objetivo se orientaba a legitimarse política e institucionalmente; las líneas de acción por parte de los aparatos administrativos (posteriores) para con los “indígenas” han sido variadas; en ocasiones excluyéndolo, como es el caso de los Estados Unidos; en otras haciéndolos invisibles como el estado argentino o visibilizándolos como un objeto “fetiche” para el caso brasilero. (Segato, 1999)

En el sentido expuesto, la mito-praxis se conjuga con el “utilitarismo” de la conciencia histórica dando lugar a verdaderas formas de comprender el mundo. Como acertadamente, sostiene Sahlins (1988:13) “el sistema simbólico es sumamente empírico. Somete sin cesar las categorías reconocidas a los riesgos mundanos, a las inevitables desproporciones entre los signos y las cosas; mientras que a la vez, permite a los sujetos históricos, singularmente a la aristocracia heroica, construir creativa y pragmáticamente los valores vigentes”. En otras palabras, los diferentes imperios evocaron diferentes elementos (discursivos) cuya simbología acudía a actores históricos, cuyo papel fue transformado y elaborado acorde a los intereses intra-específicos de cada uno de los órdenes políticos en cuestión. Por un lado, mientras el “gran Octavio-Augusto” fue presentado como el “pater patriae” del Imperio español legitimando la monarchia universalis, los francos y sajones propugnaban la idea mito-poética del linaje femenino por medio de la figura de la “madre patria”. (Pagden, 1997)

A tal efecto, tanto los ingleses como los franceses establecieron con sus metrópolis una relación comercial-transaccional la cual (incluso) persistió luego de los procesos independentistas. Como nos explica Imaz (1984), en las disputas fronterizas entre Estados Unidos y Canadá, ambos acudieron a la Corona Británica para arreglar sus diferencias. Por el contrario desde el siglo XIX y hasta mediados del XX, los pueblos hispanoamericanos dudosamente pidieron la mediación de España en sus conflictos geo-políticos. El nexo psicológico entre España y los “emergentes” países latinoamericanos -luego de sus respectivas independencias- había quedado truncado. En este punto, si bien Imaz narra con elocuencia la forma en que se fueron dando los procesos de identificación en Ibero América, no puede precisar las causas que le dieron origen al fenómeno . Por ello, afirmamos que las diferentes prácticas hegemónicas tanto de España como de Inglaterra y también de Francia (tanto en sus similitudes como diferencias) no pueden explicarse sino a través de nuestro modelo teórico y la relación de los intereses políticos con los arquetipos míticos. (Eliade, 1968) (Sahlins, 1988) (Korstanje, 2007)